Uno.
La vida solía dar muchas vueltas, ciertamente. Algunas no del todo agradables, como sucedía con aquel estúpido bautizo al que me había obligado a ir para poder «cerrar ese capítulo de mi historia que llevaba inconcluso desde hacía diez años»; Jia había hecho un trabajo impecable y había aparecido en mi despacho, dos días después de decidir aceptar la petición de Mina, con un recibo de la tintorería y afirmando que había encargado un bonito juego en plata (irónico donde lo haya, ¿a que sí?) para los protagonistas del día.
Había decidido que iba a pedirle a mi hermano que me acompañara al evento, ya que no me veía con fuerzas y paciencia suficientes para aguantar a Jia, que era la única que se había presentado como voluntaria. Salí del edificio meditabundo y me dirigí hacia mi coche, sacando en el camino el móvil para hacer una breve llamada.
Escuché los malditos pitidos sucediéndose uno a uno e incluso me tragué por completo su habitual mensaje del buzón de voz; colgué y volví a llamarlo hasta en cinco ocasiones, notando cómo mi humor iba empeorando con cada tono de no contestar que pasaba.
Aparqué diligentemente mi coche en mi planta del garaje y me subí al ascensor recordándome por qué no era una buena idea ir al bautizo; Jia se había encargado de enviarle a Mina una confirmación de mi asistencia y, cuando le había preguntado al respecto, la muy zorra se había encogido de hombros con un aire de misterio y se había largado de mi despacho con una sonrisa triunfal. Marqué el código de acceso en el panel del ascensor y esperé a que aquel cacharro infernal decidiera llegar a mi planta; nada más abrirse las puertas, un olor a mujer me golpeó de lleno...
Por no hablar de las risitas y gemidos que provenían directos de mi habitación.
Mi precioso ático se había visto modificado con el paso del tiempo, ya que mi hermano menor, al comenzar la universidad, había insistido en que compartiéramos piso para «mantener vivo nuestro espíritu de familia». Nuestro padre y su madre, como es obvio, no tuvieron ningún reparo en aceptar su decisión, por lo que un buen día me lo encontré en la puerta de mi casa con una maleta enorme y una sonrisa que, ahora que lo pensaba, me recordaba escalofriantemente a mí.
Salí del ascensor y fui directo hacia la puerta de mi habitación. Por unos segundos saboreé la idea de entrar allí e interrumpir lo que quiera que estuviera pasando ahí dentro, pero me limité a llamar a la puerta y a aclararme la voz.
-¿Thomas? –mi hermano había insistido en que dejara de llamarlo Tommy a los quince años, amenazándome con lanzarme de cabeza al lago de Central Park en pleno invierno. Se había convertido en todo un hombre y mis mayores temores habían aparecido de nuevo-. Thomas, sé que estás ahí dentro. ¿Puedes explicarme por qué cojones no podías cogerme el teléfono, por favor?
Al otro lado de la puerta se escuchó un revuelo y pude distinguir la voz de mi hermano diciéndole a alguien, seguramente alguna chica que había conocido en la universidad y a la que había logrado convencer para que vinieran aquí, que esperara un segundo; la silueta de mi hermano se vio al otro lado y, un segundo después, las puertas se abrían un centímetro para mostrármelo vestido únicamente con unos bóxers.
Le hice un gesto con la cabeza para que saliera al salón y él obedeció en silencio, asegurándose de cerrar la puerta tras su espalda. No pude evitar poner los ojos en blanco ante el evidente recelo que mostraba mi hermano.
-La veré de todos modos –le advertí, con una media sonrisa.
Thomas refunfuñó algo y se dejó caer sobre uno de los sofás. Comprobé qué hora era en mi móvil y después miré a mi hermano, que parecía bastante entretenido mirándose las uñas.
-¿No tendrías que estar en clase en estos precisos momentos? –le pregunté.
Desde que Thomas había empezado la universidad y se había mudado conmigo, padecía el síndrome de «madre-quiero-saberlo-todo» y no paraba de interrogarlo cuando tenía intención de poner un pie fuera de aquella casa y fuera de mi vista; en el fondo yo también creía que lo mío era de psiquiatra, por muchas veces que me lo recordara Thomas, pero no podía evitarlo.
En algún momento de mi vida había perdido a mi madre y a mi hermana. Thomas aún no sabía lo importante que era para todos nosotros, para la manada; en cierto modo se había convertido en una versión de mí mismo de cuando disfrutaba de mi vida sin importarme lo más mínimo las consecuencias. Antes de conocer a Mina.
No quería que cometiera mis errores. Punto.
-¿Y tú no tendrías que meterte en tus propios asuntos? –me espetó mi hermano, sin despegar la vista de sus cutículas-. Mira, Gaz, ya soy mayor y puedo tomar mis propias decisiones; si vine aquí fue porque creí que iba a conseguir librarme del continuo control de papá y mamá, no creí que me hubiera ganado una niñera. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Traducción: métete en tus propios asuntos y déjame vivir mi vida. Muy adulto, Tommy. Se me escapó un suspiro y me froté el puente de la nariz; adoraba vivir en Europa, lejos de todo aquello, por uno único motivo: no tenía tantos quebraderos de cabeza y sus consiguientes dolores.
Sin embargo, Thomas estaba a mi cargo y, ahora que mi padre y su flamante esposa estaban en cualquier punto del mar Mediterráneo, era el responsable de todo lo que sucediera. Por mucho que alegara mi hermano que tenía los veinte años para poder hacer lo que le viniera en gana.
-Te recuerdo que esta –hice un movimiento que abarcó todo el salón- es mi casa. ¿Entiendes por dónde voy, Thomas? –mi hermano levantó la mirada y me fulminó-. Yo no pedí nada de esto, lo hice porque te quiero y porque eres mi hermano. Puedes creerte que me he vuelto un carcamal o lo que sea que pienses, pero estoy haciendo todo esto porque me preocupo por ti.
«Porque yo también hubiera querido tener a mi hermana haciendo esto mismo por mí cuando estuve en ese mismo lugar», añadí para mis adentros. Aún no estaba recuperado del todo sobre la traición de mi hermana Rebecca cuando había creído firmemente que ella estaba buscando una reconciliación... que volviéramos a ser una familia; había sido un completo gilipollas al haberle cogido aquella vez el móvil, cuando me había pedido que aceptara en mi manada de manera temporal a un amigo suyo.
¿Qué hubiera sucedido de haberme negado en rotundo? Principalmente no habría conocido a Mina y no habría tenido que pasar por todo lo que había pasado; Rebecca estaría aún en algún punto de la ciudad, viviendo su vida lejos de nosotros.
Nada de esto hubiera sucedido.
Pero, por muy egoísta que pudiera sonar, no me arrepentía en absoluto. Había sido gracias a eso por lo que había podido abrir los ojos y darme cuenta del tipo de persona que era Rebecca.
Thomas bostezó.
-No necesito tanta preocupación por tu parte –me aseguró con una amplia sonrisa-. Soy un licántropo, ¿verdad? Soy poderoso.
En eso llevaba razón, aunque Thomas no sabía aún cuán poderoso podía llegar a ser. Mi hermano llevaba en su sangre dos líneas de sangre muy potentes; en cambio yo... bueno, contaba con la mitad. De nuevo recordé la ocasión en que le hablé a Mina sobre nosotros, sobre el futuro de mi hermano.
Si Thomas quería llegar a ser el líder de la manada me retaría.
Entonces yo estaría completamente perdido.
Me obligué a alejar esos pensamientos de mi cabeza. Mi hermano me valoraba lo suficiente para estar feliz con lo que tenía; en ningún momento lo había oído hablar de cómo sería ser el Alfa de la manada. Thomas estaba bien donde se encontraba y me respetaba como líder.
Él no sería capaz de quitarme lo único que me mantenía ocupado.
Él no sería capaz de robarme lo que me pertenecía por nacimiento, ¿no?
-Eres muy poderoso –coincidí-. Pero necesito que tú, ¡oh, gran licántropo superdotado!, me hagas un favor.
En el rostro de Thomas se formó una amplia sonrisa.
-¿De qué se trata, Gaz? –me preguntó, muerto de curiosidad-. ¿Necesitas tener despejado el ático para esta noche?
Me hizo gracia su insinuación. Hacía siglos que no me acompañaba ninguna chica a mi piso, el único que parecía saltarse aquella norma era mi hermano Thomas quien, por cierto, aún tenía escondida a esa chica en mi dormitorio.
Me había impuesto el hábito de estar con chicas en cualquier sitio a excepción de allí, recordando aún una promesa que ya no tenía sentido alguno. Podéis llamarme ñoño si queréis.
-Mucho mejor: necesito que me acompañes a un bautizo –le solté a bocajarro.
Thomas se echó a reír.
-¿Alguna de las chicas con las que estuviste ha decidido hacerte creer que ese hijo es tuyo? –se burló-. ¿Vas a hacerme tío de esta forma tan repentina?
Algo se retorció en mi estómago. Por un segundo me imaginé que Mina me había elegido a mí y que ese bebé era mío; era un pensamiento arriesgado y fuera de lugar, ya que siempre había defendido que los bebés eran una gran carga que solamente lloraban y vomitaban por todos lados, pero no pude evitar sentir cierta... envidia. ¿Qué hubiera sucedido de ser yo el padre de aquella criatura? ¿Lo habría hecho bien o lo habría jodido todo, como siempre hacía?
Negué con la cabeza varias veces.
-Lamento decepcionarte, pero el retoño es de una amiga mía –técnicamente no sabía en qué punto estábamos Mina y yo. Ni siquiera tenía muy claro qué éramos exactamente. ¿Excuidador y exprotegida?-. No sé si la recordarás... se llama Mina.
Había pasado mucho tiempo desde que había obligado a Mina a hacerse cargo de mi hermano menor mientras yo salía por la ciudad a disfrutar de una cita; Thomas era un crío y no tenía muy claro que consiguiera recordarla.
Mi hermano frunció los labios, pensativo.
-¿La chica que dejaste que se quedara aquí? –me preguntó, dubitativo-. ¿La chica que te rompió el corazón?
Hice una mueca al oírlo. Jamás le había mentido a Thomas con respecto a ese tema en concreto y, por muchas veces que me hubiera aconsejado que me olvidara del asunto porque ya no tenía solución, siempre le había consultado. Sé que mi hermano guardaba la esperanza de que decidiera casarme de una vez y formara mi propia familia, pero yo no lo tenía tan claro.
Treinta y tres años y aún era soltero. Mi padre siempre bromeaba con ese asunto diciendo que, a mi edad, ya debía haber pasado por las fases de casado, padre y recién divorciado. Qué gracioso.
-Sí, ésa misma –asentí.
-¿Vas en plan amigo que lleva diez años sin saber de ella o...? –me interrogó mi hermano.
-Voy en plan «soy gilipollas y vengo a convertirme en el padrino de tu hijo» -respondí y mi hermano me miró como si hubiera perdido el juicio definitivamente.
Quizá fuera así. Por favor, traigan la camisa de fuerza de inmediato y preparen una habitación acolchada.
Thomas se aclaró la garganta.
-Eso es... joder, bueno... Eso dice mucho de ti –logró decir mi hermano-. Es muy amable por tu parte.
-Estás siendo muy suave con lo que piensas –le acusé con una media sonrisa.
Thomas se encogió de hombros.
-Ella te quiere en su vida, de lo contrario no te lo hubiera pedido –rumió-. Has estado esquivándola diez años, ¿qué te ha hecho cambiar de opinión?
Repetí la pregunta una y otra vez en mi cabeza. ¿Qué me había hecho cambiar de opinión? ¿Por qué había decidido introducirme de nuevo en la vida de Mina, cuando ésta ya tenía su propia familia? Quizá sentía añoranza. Era muy posible que estuviera cansado de huir. Buscaba respuestas...
Quizá tenía que ver con mis propios ojos a una Mina feliz y comprobar que no había un hueco para mí en su vida.
O quizá era un puto masoquista que lo único que buscaba era seguir ahondando en la herida.
-No lo sé –reconocí, bajando la mirada-. Sinceramente no lo sé.
-Si crees que va a cambiar algo –empezó mi hermano con tacto-. Ella ya hizo su elección en su día, no cambiaría nada de lo que ha elegido porque es lo que ella quería. Quizá este reencuentro os haga más daño del que creéis.
En todo caso, el único perjudicado sería yo. Mina había recuperado a Chase, había decidido casarse con él y ahora estaban formando su propia familia; ella estaba actuando egoístamente invitándome, creyendo que todo podría mejorar entre nosotros. Que podríamos retroceder en el tiempo.
Pero en la vida no siempre conseguimos todo lo que queremos.
-Estoy dispuesto a hacerlo –afirmé aunque, en el fondo, estaba acojonado por lo que podía encontrarme.
La última vez que la había tenido frente a mí había sido en la cabaña de los padres de Chase, cuando se había convertido en una cazadora; como un puto adolescente completamente cegado por la esperanza le había suplicado que me eligiera a mí, que Chase no merecía tenerla a su lado después de todo el daño que le había causado. Por unos segundos, mientras soltaba todo aquel discurso de «Elígeme a mí», tuve la esperanza de que iba a conseguirlo; cuando había recibido la llamada suplicante de Chase para que estuviera allí a lo «regalo sorpresa de graduación» mi mente se había puesto a trabajar a mil por hora.
Pero las palabras de Mina se me habían clavado en lo más profundo. Las lágrimas que había derramado cuando me había gritado que había elegido a Chase y que lo que hubiera entre nosotros no le importaba lo más mínimo me habían dejado destrozado; no había podido aguantar la asfixia y había salido huyendo. Fue entonces cuando tomé la decisión de poner distancia... una distancia que había durado hasta el día en que acepté ser el padrino del hijo de Mina y Chase.
Mi hermano me contempló con pesar, como si supiera exactamente cómo me estaba sintiendo en aquellos momentos.
-¿Por qué no pedimos esta noche algo de comer y disfrutamos de una sesión de videojuegos? –me ofreció-. Prometo dejarte ganar solamente para que tu ego se mantenga intacto.
***
Mi hermano finalmente aceptó convertirse en mi acompañante para el bautizo. Fuimos a buscar nuestros esmóquines a la tintorería y noté cómo mi humor iba decayendo gradualmente conforme se acercaba el gran momento; Jia me informó, con un tono malhumorado, que todos los preparativos respecto al regalo estaban terminados y que únicamente tenía que presentarme en el lugar que constaba en la invitación.
La noche anterior apenas pude dormir; Thomas había decidido con un par de compañeros de facultad salir por la ciudad y no regresó hasta las cuatro de la mañana, pillándome a mí en el sofá, con un libro entre las manos.
-¿Has encontrado un manual de cómo ser el perfecto padrino? –me preguntó, burlón.
Apestaba alcohol por cada centímetro de su cuerpo y su sonrisa bobalicona lo delataba. Por unos segundos me vi a mí mismo allí, en aquellas ocasiones en las que salía hasta que ninguno de nosotros podía aguantarse en pie; siempre que regresaba allí encontraba el piso vacío y frío. El lugar perfecto para alguien como yo.
Enarqué una ceja.
-¿Necesitas que te ayude a llegar a tu habitación o crees que puedes hacerlo por tu propio pie? –contraataqué y a Thomas le entró un ataque de risa que hizo que se desplomara sobre el sofá.
-Creo que hoy dormiré aquí –respondió y me quitó el libro de las manos para empezar a leerlo del revés.
-Mañana tenemos algo importante que hacer –le recordé mientras mi hermano seguía tratando de leer el libro que me había robado-. Un bautizo, para más señas.
Thomas se desperezó y tiró el libro sobre la mesa baja que había frente a nosotros, parecía realmente aburrido... o con ganas de seguir bebiendo. De nuevo tuve un retortijón en el estómago al darme cuenta de lo mucho que nos parecíamos... de lo mucho que se parecía al que había sido.
-Mañana estaré fresco como una rosa –me prometió y le dio otro ataque de risa-. Ay, Dios, creo que quiero vomitar.
Aquello me recordó terriblemente a la ocasión en la que había encontrado a Mina en mi baño, con una cuchilla llena de sangre en la mano y las muñecas rasgadas; estaba pálida cuando la había sacado de allí y había temido que hubiera vomitado. Solté un suspiro y me puse en pie, tirando de mi hermano en el camino y colgándomelo como bien pude del hombro para arrastrarlo hacia el baño que teníamos que compartir.
Lo dejé apoyado sobre el váter y me quedé a su lado mientras lo escuchaba vomitar estruendosamente y quejarse sobre si iba a mancharse de vómito toda la ropa y del sueño que le estaba entrando.
Durante unos segundos fantaseé con la idea de dejarlo allí para que cayera sobre su propia vomitona, pero al final me apiadé de él y lo saqué a rastras del baño para dejarlo sobre mi cama. De nuevo deseé que alguien hubiera hecho eso por mí cuando me encontraba en ese tipo de situaciones.
Mi hermano se despojó rápidamente de su ropa, quedándose únicamente en ropa interior; contuve un sonoro suspiro mientras observaba a Thomas arroparse con mis sábanas y relajarse. ¿Así había sido toda mi vida hasta diez años atrás, cuando fui consciente de lo tóxico que era?
Thomas entreabrió un ojo para clavarlo en mí.
-Deja de darle vueltas al pasado –me pidió y bostezó-. Las decisiones que tomaste en su momento ya no tienen solución. Además, ahora estás mucho mejor.
Su comentario me pareció demasiado sabio para un chaval que llevaba una borrachera como un piano; me enorgullecía, aunque jamás se lo diría en voz alta a mi hermano, que pensara que había conseguido reconducir mi vida hacia buen puerto y que había logrado dejar parte de mi pasado atrás.
Sin embargo, algo se me había quedado atascado.
¿Estaría actuando bien dejando entrar a Mina de nuevo? Bueno, quizá acababa de descubrir mi lado masoquista o, simplemente, lo hacía por inercia. Había perdido a Hannah pero lo que había sentido por ella no podía comparársele a lo que sentía por Mina; había amado a Hannah con todas mis fuerzas, sí, pero con el tiempo había aprendido a dejarla ir.
Había aceptado que ya no estaba y que jamás volvería a verla. Ya no me dolía tanto pensar en ella o ver cualquier cosa que pudiera recordármela.
¿Por qué no podía hacer lo mismo con Mina?
Tuve un acceso infantil, por lo que me tiré al lado de mi hermano, que rebotó sobre el colchón y empezó a acordarse de varios familiares y de su dolor de cabeza; sonreí ampliamente mientras lo escuchaba blasfemar.
-Retiro lo dicho, Gaz –masculló mi hermano-. Puedes irte a la mierda. Ahora mismo.
-Bah, cállate y duérmete de una vez –le corté mientras controlaba la risa-. Mañana tenemos un largo día por delante.
Thomas se encargó de recordarme lo "amable" que podía ponerse para despertarme temprano. Empezó poniendo el equipo de música a todo trapo mientras se paseaba por la casa haciendo un ruido de mil demonios; cualquiera diría que anoche había salido y había regresado completamente borracho.
Me froté los ojos con energía mientras mascullaba las posibles formas de asesinar lentamente a mi hermano; Thomas estaba en la zona de la cocina, preparando lo que esperaba que fuera el desayuno. No me oyó llegar, ya que parecía bastante concentrado en hacer funcionar la batidora; llevaba el pelo húmedo de haberse dado una ducha y solamente llevaba los pantalones del traje.
Abrí uno de los armarios y cogí un paquete de galletas. Observé a mi hermano seguir luchando contra la batidora y se me escapó una risotada que hizo que Thomas se girara hacia mí con una mirada furibunda.
-¿Podrías hacer algo más que estar ahí disfrutando del espectáculo, sabes? –me espetó de muy malas formas.
Cogí una galleta y se la lancé a la cabeza. Thomas, haciendo alarde de sus habilidades de licántropo (o de perro, como mejor se vea), extendió el cuello y consiguió atraparla con la boca. Me dedicó una sonrisa burlona mientras la masticaba con la boca bien abierta, para hacerme partícipe de lo maravillosamente que funcionaba su mandíbula.
-Creo que tendríamos futuro en los concurso de lanzamiento de disco –le dije, metiéndome en la boca otra galleta-. Tus habilidades de chucho de concurso son impresionantes.
-Menos hablar y más movimiento –contestó-. Tenemos un día bastante movidito por aquí.
Me carcajeé y me dirigí a mi habitación para vestirme. La llegada de Thomas a mi vida siempre había sido un tema al que siempre recurría cuando era pequeño y estaba incansable; cada vez que se ponía cansino le explicaba, siempre cambiando la versión, cómo me había sentado su llegada a este mundo. Cuando mi padre me informó que Elena se había quedado embarazada tuve miedo; reconozco que tuve miedo porque mi padre había conseguido lo que tanto buscaba: un niño con la sangre de dos licántropos. Aunque Elena no podía transformarse, por sus venas corría sangre de licántropo, lo que hacía del bebé un ser... excepcional. Un buen Alfa.
Había recelado de ese embarazado desde el minuto uno. Me sentía amenazado por esa criatura que ni siquiera había nacido y que ponía en riesgo todo lo que era mío; en aquella época me descontrolé un poco. Tuve muchísimas discusiones con mi padre en las que verdaderamente temí que me apartara de todo.
Pero todo aquello cambió cuando nació Thomas. Me había acercado al hospital porque mi padre me lo había pedido y porque sentía curiosidad por conocer al que iba a convertirse en mi mayor enemigo.
Me quedé mudo y todo se congeló cuando el rostro arrugadito de Thomas se quedó frente a mi rostro; recordaba a mi hermana Rebecca cuando había sido un bebé y, al mirar a aquel bebé, sentí como si la vida me estuviera dando una segunda oportunidad.
No había podido mantener a mi hermana a mi lado, la había perdido junto a mi madre... pero eso no iba a suceder con Thomas. En aquel momento en que mi padre, con cierto refunfuño por parte de Elena, puso a Thomas entre mis brazos supe que podría hacerlo. Que lo haría bien. Que haría todo lo que no había podido hacer por Rebecca.
-Eh, tío, ya te has quedado otra vez empanado –dijo la voz de mi hermano, devolviéndome al presente.
Thomas ya se había colocado el esmoquin y me miraba con un brillo burlón en sus ojos azules, herencia de su madre; el hecho de que Thomas hubiera decidido mudarse allí conmigo había significado mucho para mí. Ya no me encontraba tan solo y su compañía me venía bien porque podíamos compartir muchos momentos como hermanos.
Me anudé a toda prisa la corbata y carraspeé.
-Son los nervios –me excusé.
Una vez estuvimos listos y con la dirección diligentemente descargada en nuestros respectivos móviles, nos situamos frente a las puertas del ascensor; Thomas alargó una mano hacia mí y yo la miré sin comprender.
-Hoy conduzco yo, hermanito –me informó-. No quiero que tengamos un accidente porque a ti te haya dado por pensar en las musarañas.
Al final tuve que acceder a lo que me pedía Thomas a regañadientes. Le tendí las llaves del coche con una mueca, como si me doliera físicamente separarme de ellas; Thomas sonrió con malicia y se hizo a un lado cuando el ascensor llegó a nuestra planta. Con un «primero las señoritas» me invitó a que me colara primero dentro y me siguió con una amplia sonrisa.
Thomas contaba con su propio vehículo, pero nunca perdía la oportunidad de divertirse con alguno de mis tesoros. Alzó el brazo con una sonrisa triunfal y pulsó el botón para desbloquear los seguros de mi Lincoln; se giró hacia mí con una mirada incrédula.
-¿El Lincoln? –me preguntó, boquiabierto-. ¿En serio me estás diciendo que vamos a ir en el Lincoln?
Ahora el que sonreí fui yo.
-¿Qué esperabas? –me burlé.
Mi hermano se encogió de hombros.
-No sé –respondió-. El Audi, quizá el Bugatti...
Negué con la cabeza varias veces, divertido con la idea.
La feliz familia había decidido celebrar semejante acontecimiento en la casita que habían logrado comprar (y que conste que yo todo esto lo sabía porque Jia me lo había contado) hacía un par de años en los Hamptons; nos quedaba un par de horas de viaje y no estaba seguro de lo que iba a encontrarme cuando llegáramos.
Me puse rígido cuando Thomas empezó a mover el volante para salir de la plaza, que se encontraba entre dos columnas; mi hermano se burló de mí en voz alta, pero yo le dejé bastante claro que, como acabara el coche con el más mínimo arañazo, tendríamos palabras mayores.
Mi hermano se echó a reír entre dientes y activó desde el mando del volante el equipo de música. La voz de Taylor Swift inundó todo el coche hablándonos de la «mala sangre» que tenía debido a lo mal que había terminado ese "amor"; vi que Thomas me miraba de reojo, pero no hice caso.
La música y la letra se estaban colando en mi cerebro. ¿Acaso aquello era lo que nos había pasado a Mina y a mí? Era cierto que las cosas no habían llegado tan lejos como habría querido, pero las cosas habían terminado de manera estrepitosa. Joder, me había presentado en su puta casa tras varios días sin saber de ella esperando una respuesta por su parte... y ella me había dicho que no lo tenía claro. ¡Que no lo tenía claro!
Sin embargo, yo sí que lo tenía claro: desde el primer instante en que me crucé con ella supe que aquello iba a cambiarme. Que ella iba a destrozarme el corazón.
Y vaya si lo hizo.
Thomas decidió que había llegado el momento de cambiar de canción, pulsando de nuevo el botón y haciendo que el sonido de una guitarra inundara el coche y sustituyera la canción de antes.
Enarqué una ceja, sorprendido con la elección de mi hermano.
-¿Dragonforce? –adiviné y mi hermano sonrió-. Querido, te tomaba más por alguien de... no sé, Enrique Iglesias, por ejemplo.
Thomas dejó escapar una sonora carcajada mientras de los altavoces del coche seguía saliendo la canción Through the Fire and Flames y mi hermano la cantaba con toda la fuerza de sus pulmones.
-¿Qué va a ser lo siguiente? –le piqué-. ¿Llevar el pelo largo? ¿Tachuelas? ¿Multitud de tatuajes?
Mi hermano hizo un mohín.
-Yo aún no he puesto ninguna pega porque sigas escuchando a Beyoncé –contraatacó-. ¿Tendría que tener miedo de que un buen día aparezcas con dos enormes y turgentes pechos?
Nos echamos a reír a mandíbula batiente ante la imagen. Entonces fui consciente de las indicaciones del GPS y de la irritante voz que dijo: «Ha llegado a su destino».
Vaya patada en el estómago.
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