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Seis.

El interior de aquella sala privada apestaba a tabaco, sudor y alcohol. Había una mesa de póquer en mitad de la habitación y todos reunidos en torno a ella, con sus rostros contraídos en muecas de enfado mientras yo hacía pasar a mi hermano hacia uno de los rincones, esperando que mantuviera el pico cerrado.

Al parecer, el resto de Alfas de Nueva York habían decidido cubrirse bien las espaldas, trayendo consigo a tres licántropos hasta arriba de anabolizantes y con aspecto de querer arrancar cabezas por puro aburrimiento; Kasper me dirigió una sonrisa de alivio y yo ocupé la silla que él abandonó.

-¿Qué me he perdido, caballeros? –pregunté, tratando de sonar animado.

Detestaba a todos y cada uno de todos ellos porque me parecían unos auténticos gilipollas redomados que únicamente pensaban en mujeres bailando casi desnudas con fajos de billetes en su ropa interior; Kasper carraspeó a mi espalda, advirtiéndome que no metiera la pata. El Alfa de Queens, un tipo que se llamaba James Robinson, se aclaró la garganta, aunque parecía que se le había quedado atascado en la garganta un nudo de mocos del tamaño de la Estatua de la Libertad.

Le dediqué una sonrisa amable.

-¿Qué hay, Robinson? –le pregunté y no pude evitar imaginarme a mí mismo golpeándole repetidas veces en la mesa de póquer-. ¿Qué tal tu familia?

El Alfa de Brooklyn, Michael Thorsen, me miró como si hubiera dicho una grosera. Tampoco era ningún secreto que no les caía en gracia a esos cuatro hombres y que me consideraban un lastre, preguntándose por qué mi padre me había dejado a mí al mando.

-Señor Harlow –aquello sonó claramente a burla, pero decidí pasarlo por alto-. Creo que no soy el único que se pregunta a qué se debe todo esto; su llamada de emergencia nos ha pillado a todos de improvisto y, como comprenderá, tenemos ganas de regresar junto a nuestras respectivas familias.

Contuve una mueca ante la mención de la palabra «familia». Los imaginaba a todos ellos con una esposa y varios hijos, quizá algunos tuvieran nietos, esperando amigablemente en la sala de estar, viendo cualquier programa de reposición como una auténtica... Joder, como una familia.

Miré de reojo a Kasper, que estaba apoyado en la pared y observaba al resto de invitados con aspecto pensativo. ¿Cómo debía exponerles la situación? Me negaba en rotundo a explicarles todo lo que había sucedido, ya que no quería poner sobre la pista al traidor.

Junté las manos encima de la mesa y pasé la mirada por el rostro de aquellos cuatro hombres, tratando de adivinar quién de todos ellos era el responsable de todo lo que había sucedido.

-Una presa de Willard ha huido –les desvelé y todos se miraron entre ellos, preocupados por aquella noticia.

El Alfa de Bronx, no-sé-qué Oliveros, se puso en pie de un salto, provocando que su silla cayera pesadamente hacia el suelo. El resto de Alfas lo miraron fijamente, a la espera de que consiguiera hablar; el tipo, Oliveros, tenía ascendencia latina y muy malas pulgas. Con su carisma, o ganas de bronca, como mejor se viera, había logrado una importante masa de seguidores dentro de la comunidad de licántropos de Nueva York.

Sus ojos verdes se clavaron en mí y supe que me estaba enviando un desafío.

-Willard es un sitio seguro –declaró con demasiada seguridad, ya que él había estado antes allí como miembro de seguridad-. Es imposible que nadie pueda haber puesto un pie fuera de allí.

Me pareció estúpido seguir ocultándoles la verdad ya que, de hacerlo, posiblemente Oliveros lo utilizaría a su favor. Y no me interesaba en aquellos momentos un motín por parte de aquellos cuatro licántropos deseando fervientemente que abandonara mi puesto en la manada y en el Consejo.

No bajé la mirada en ningún momento y procuré que mi tono saliera firme, a pesar de las dudas sobre descubrir ese pedacito de información que podría poner en aviso al traidor que había ayudado a mi hermana a escapar.

Míster Staten Island parecía estar a punto de saltar sobre la mesa para zurrarme de lo lindo. El licántropo sería un par de años mayor que yo, dos a lo sumo, y al principio nos habíamos llevado bien... hasta que por error decidí follarme a su novia y que, en ningún momento, ella hizo mención a que su novio fuera el Alfa de otro distrito de Nueva York.

Supongo que ahí pude dar por finalizada nuestra bonita amistad.

-Aún estamos esperando, Harlow –masculló Thorsen, evidentemente deseoso por descorchar una de las botellas que el dueño del pub había dejado específicamente para nosotros-. Obviamente hay algo más detrás de toda esta misteriosa... fuga.

Desvié la mirada hacia el rincón donde se había situado. Había venido acompañado por su hijo, Felix, y un par de hombres más; le temblaban ambas manos y los ojos los tenía inyectados en sangre; aún seguía sin entender cómo era posible que siguiera manteniendo a su familia unida con la cantidad de vicios que tenía.

-Sospecho que alguien del exterior tuvo que ayudarla –dije al final.

A mi espalda escuché el gemido ahogado de mi hermano Thomas y alcé la mirada al techo, preguntándome de nuevo por qué había decidido traérmelo aquí; podría haberlo dejado inmovilizado con el cinturón de seguridad, a salvo en el coche. Lejos de esta panda de gilipollas.

La reacción de aquellos cuatro mamarrachos fue similar a la de mi hermano. Incluso más de una fue cómica: Thorsen se atragantó con su propia saliva y Míster Staten Island dio un fuerte golpe en la puerta, gritando que aquello eran falacias; los otros dos licántropos fueron más comedidos, pero parecían igual de nerviosos que aquellos dos locos.

-Estás hablando de algo muy grave, Harlow –me acusó Robinson, señalándome con el dedo índice, cuya uña necesitaba urgentemente una lima o unas tijeras de podar-. Estás insinuando que alguno de nuestros hombres, o del Consejo, han cometido un acto de traición ayudando al preso... o a la presa para salir de Willard.

Llegué a la conclusión de que debía informarles sobre todo lo que supiera de Rebecca con tal de cumplir mi promesa a Mina. Eran cuatro horas de viaje desde Manhattan hasta Ovid, donde se encontraba Willard; eso me hacía estar seguro que alguien tenía que haberle ayudado a llevarla hasta aquí porque, era más que evidente, que a pie no podía llegar.

Y con su aspecto pocos coches podrían parar para ofrecerle a Rebecca llevarla hasta Manhattan.

-Entonces, ¿qué propones, Robinson? –le espeté de malas formas-. Hoy mismo me han informado que la presa Rebecca Danvers ha huido de Willard, siendo la primera persona en hacerlo. Y ni siquiera es licántropo, lo que merma lo suficiente sus posibilidades de éxito.

Los cuatro se pusieron a cuchichear entre ellos, lanzándome miradas fulminantes mientras trataban de encontrar algún argumento con el que replicarme; noté a Kasper moverse a mi espalda y su aliento en mi oído.

-Si es uno de ellos cuatro, se encargarán de eliminar cualquier prueba –me susurró.

Esbocé una media sonrisa.

-Por eso mismo tú te encargarás de enviar ahora mismo una petición al Consejo para que envíen un pequeño grupo de cazadores y de mis hombres para que hagan una rápida inspección –respondí en el mismo tono-. No dejaré que el cabrón que haya montado todo esto se salga con la suya. Lo quiero todo, incluso los vídeos de seguridad.

-Me encargaré de ello –prometió Kasper y supe que lo haría.

Se dio la vuelta para salir de aquella habitación, pero logré detenerlo sujetándolo por la muñeca.

-Llévate de aquí a mi hermano ahora –le pedí.

Kasper me miró con dudas. No quería dejarme completamente solo con todos aquellos licántropos que habían comenzado a discutir sobre si era posible o no que alguien de los nuestros hubiera ayudado a mi hermana a escapar; sin embargo, aquel sacrificio era necesario: no iba a permitir que Thomas siguiera un segundo más en aquella habitación, rodeado de toda aquella gentuza.

Usaría mi sitio en el Consejo para descubrir quién había sido el culpable y para atrapar a mi hermana. Ya ni siquiera podía confiar en mi gente, en los licántropos.

-Hazlo –le urgí.

Les di la espalda a ambos para centrarme en el follón que se había liado tras haber soltado la bomba de que algún licántropo había decidido darnos la espalda para ayudar a una presa, y no una presa cualquiera, a salir de Willard. Míster Staten Island y Oliveros parecían estar a punto de transformarse para enzarzarse en una pelea bastante sucia; Robinson y Thorsen, los de más edad, discutían más calmadamente sobre lo que había sucedido.

Aquello era un completo desastre.

Decidí que había llegado el momento de poner algo de orden antes de que la sangre empezara a cubrir cada centímetro de pared.

-¡Señores, por favor! –grité para hacerme oír por encima de aquel caos de voces. Todos cerraron el pico de inmediato y me miraron con evidente enfado-. Seamos coherentes, por favor. En estos momentos...

Míster Staten Island dio un fuerte golpe a la mesa que hizo crujir la estructura de madera.

-¡En estos momentos tenemos a un traidor entre nosotros! –exclamó y su mirada, clavada en mí, se afiló-. ¿Cómo podemos saber que no has sido tú, Harlow? Si no recuerdo mal, la presa es tu hermana: ¿y si han sido tus hombres los que han ayudado a liberarla?

Tuve que controlarme para que no se me abriera la boca hasta el suelo debido a la imprevisibilidad de la pregunta. De inmediato cambió el ambiente: mientras que antes habían tratado de zurrarse los unos a los otros, ahora parecían querer usarme a mí como su propio saco de boxeo.

Robinson frunció el ceño y Thorsen levantó la ceja; Oliveros fue el único que parecía mantener la calma, mirándome con una frialdad escalofriante. ¿Y si había sido él quien lo había maquinado todo?

-Podría ser una posibilidad –Thorsen apoyó la teoría de Míster Staten Island-. Tiene sentido.

-¿Y qué saldría ganando yo con eso? –les pregunté-. La persona de la que estamos hablando, mi propia hermana, me disparó hace diez años y juró que haría lo imposible por verme hundido. ¿Por qué tendría yo ganas de sacarla de Willard? ¿Para recibir otro disparo? ¿Para que intente estrangularme en la menor oportunidad?

Aquello desbancó por completo a Míster Staten Island, que abrió y cerró la boca como un pez buscando desesperadamente oxígeno; Thorsen desvió la mirada, incómodo por su metedura de pata.

-Necesitamos coordinarnos –intervino entonces Oliveros, claramente posicionándose a mi favor-. Si de verdad es tan peligrosa, debemos ponernos de inmediato a buscarla.

Los otros tres licántropos se miraron entre ellos, claramente dubitativos. Sería la primera vez en mucho tiempo que conseguiríamos trabajar en equipo todas las manadas de Nueva York y, quién sabía, quizá podría sentarnos bien. Ayudarnos para convivir de una manera bastante más... estructurada.

-¿Y cómo lo hacemos? –inquirió Robinson-. El viaje desde Willard a Manhattan es de cuatro horas. Es posible que este no sea su destino, es posible que haya huido a otra ciudad.

Entrecerré los ojos, conforme con el argumento de Robinson. Podría ser una posibilidad, pero conocía bastante bien a Rebecca como para saber que jamás se rendiría si tenía una oportunidad de hacer cumplir su venganza. Y su venganza estaba en Manhattan.

-Estoy seguro de que vendrá a Manhattan –declaré con firmeza.

Thorsen asintió, sin ponerlo en duda.

-Prepararemos entonces un sistema de seguridad –dijo Robinson-. Pondremos a nuestros chicos en cada entrada y salida de la ciudad. Sabremos si ha entrado o si va a salir.

No quise decirle que mi hermana era lo suficientemente astuta y escurridiza como para poder entrar y salir de la ciudad sin que nadie pudiera darse cuenta; además, contaba con el apoyo de un licántropo que podría ayudarla a pasar desapercibida de toda la atención que había conseguido atraer debido a su huida.

Dejé que los cuatro empezaran a hacer planes y a llamar a sus respectivas manadas para ponernos en movimiento. Una vez nos pusimos todos de acuerdo, recé para que Kasper hubiera cumplido con lo que le había pedido y que tuviéramos algo con lo que poder empezar a buscar.

Salí del pub con una extraña sensación en todo el cuerpo y el estómago revuelto; me despedí a toda prisa del resto de Alfas, prometiéndoles que me pondría en contacto con ellos cuando avisara a mis compis del Consejo. Observé cómo la puerta del pub se vaciaba y los coches se alejaban a toda velocidad por la calle; encendí mi coche y me quedé unos segundos con el motor en marcha, sin saber dónde ir.

No quería volver a mi apartamento y enfrentarme a mi hermano, a que me recriminara que le había estado ocultando cosas; le había prometido sinceridad y le había fallado. No tenía fuerzas para regresar y no tenía a dónde ir.

Metí la marcha y pisé al acelerador para alejarme del pub de mala muerte que, a aquellas horas, estaba empezando a llenarse con gente de todo tipo; zigzagueé entre las calles de la zona, regresando a las concurridas calles de Manhattan.

Acabé en Amnesia y tuve ganas de echarme a reír ante la macabra coincidencia: lo único que buscaba en aquellos momentos era olvidar, no pensar en nada durante un buen rato.

Aparqué y me dirigí hacia la puerta, donde un gorila la custodiaba como si se tratara de las puertas del Cielo; solamente tuve que mirarlo fijamente a los ojos para que me dejara pasar. El interior de la discoteca estaba demasiado concurrida para mi gusto, pero los neoyorkinos disfrutaban de las últimas horas de su fin de semana antes de empezar una nueva semana de trabajo.

Fui directo a la barra, donde una chica morena con aspecto de querer devorar algo en la larga noche que le quedaba por delante; se le abrieron los ojos como platos al verme apoyar los codos sobre la barra y, cuando creía que no estaba viéndola, se relamió los labios.

-Hola –me saludó con una sonrisa que pretendía ser cautivadora-. ¿Te puedo ayudar en algo?

Me pareció una pregunta demasiado abierta y una invitación que no quería aceptar. Tenía que reconocer que la chica estaba bien... demasiado bien, lo suficientemente bien como para que cualquiera cayera a sus pies rendido.

Pero aún no iba a permitirme perder el control. Era demasiado pronto y quería beber algo antes.

-Ponme algo de tequila –le pedí y ella casi corrió por toda la barra para cumplir con mi petición.

Dejé vagar la mirada por toda la discoteca, intentando distraerme; ni siquiera sabía por qué había pedido tequila, trayendo consigo malos recuerdos, en vez de cualquier otra bebida que pudiera entretenerme un rato sin pensar en nada más que en terminarme mi bebida para poder pedirme otra.

La chica apareció de la nada, trayendo consigo mi vaso de tequila, y me dedicó otra de sus sonrisas provocativas, tratando de engatúsame; la despaché con otra sonrisa y me centré únicamente en mi vaso y en los recuerdos que aquella bebida despertaban.

Había creído que una botella de tequila conseguiría ayudar a Mina, tratando de demostrarle cómo me comportaba yo en casos así; en aquel entonces no sabía que estaba enamorado como un pardillo de aquella chica, simplemente creía que estaba haciéndolo por mi manada, para demostrarle a mi padre que estaba más que capacitado para seguir siendo Alfa. Ella se había terminado la botella de tequila en un suspiro y nos habíamos sumido en un extraño sopor donde el uno y el otro estábamos cómodos; Mina se había puesto demasiado tontorrona debido a la cantidad de alcohol que había ingerido y había tratado de seducirme. Y lo había conseguido, por un segundo me replanteé seriamente la idea de sucumbir a su extraño deseo de acostarme con ella. ¿Qué hubiera sucedido entonces? Ni siquiera yo mismo lo sabía. Era posible que hubiera jodido por completo la relación de amistad que habíamos empezado a tener; lo hubiera echado todo a perder.

Alguien se dejó caer pesadamente a mi lado y una risa histérica me estalló junto al oído, poniéndome el vello de punta. Me giré hacia ese foco de ruido infernal y me quedé sorprendido cuando vi que era una chica de unos veintitantos años, quizá de la edad de la hermana de Mina, con el pelo de un color miel y un rostro demasiado ovalado. Ladeó la cabeza en mi dirección y fruncí el ceño cuando sus ojos castaños se clavaron en mi rostro, con curiosidad.

Entrecerró los ojos.

-¿Nos conocemos? –me preguntó con la voz pastosa.

Esbocé una sonrisa engreída.

-Si nos conociéramos recordaría tu nombre –respondí.

La chica estalló en carcajadas y me tendió la mano.

-Arlene Crain –se presentó con desparpajo.

Estreché la mano que me tendía.

-Gary Harlow –respondí.

Sus ojos se abrieron de golpe, quizá reconociéndome. Mi nombre, mi persona en general, era bastante conocida en este tipo de lugares, donde se reunían todo tipo de féminas que ansiaban pillarme desprevenido.

-Mi amiga Zorica ha hablado de ti –repuso. Adiviné que esa conversación no había sido del todo agradable y que no había quedado muy bien parado-. Supongo que ya te imaginarás...

-Oh, puedo hacerme una idea –asentí y a ella se le escapó una risita.

Se balanceó sobre la punta de sus vertiginosos tacones y tuve miedo de que se estampara contra la barra. Le acerqué una silla y Arlene observó mi gesto con sorpresa, ocupando su sitio a mi lado.

Después desvió su mirada hacia mi vaso de tequila vacío.

-¿No me vas a invitar a una copa? –preguntó, señalándome con la cabeza el vaso vacío.

Estuve a un tris de decirle que no tenía por qué invitarla a una copa si lo único que había hecho desde que había llegado había sido molestarme; me tragué esa acidez de parecer un gilipollas integral, que seguramente es lo que le había dicho su amiga, y miré a la mujer que estaba detrás de la barra.

Con un simple gesto conseguí que me trajera dos vasos hasta arriba de Bombay Sapphire. Incluso tuvo el gesto de ponernos un par de sombrillitas.

Arlene admiró su vaso con una amplia sonrisa.

-¿Sabes? No eres tan cabrón como te pintan –dijo con toda seguridad.

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