Ocho.
Me sorprendí ante la certeza de ese pensamiento. Rebecca era mi hermana, en el pasado habíamos tenido buenos momentos antes de que mi madre decidiera que los licántropos éramos unos monstruos y no merecíamos más su tiempo; no reconocía a mi hermana pequeña en la persona en la que se había convertido. Había tratado de ayudarla en todo lo que había podido con la esperanza de que recuperáramos la relación que habíamos perdido cuando mi madre se la llevó consigo.
Eso me trajo a la memoria a mi madre.
Nuestra relación se había roto cuando había conseguido transformarme por primera vez; aquel punto tan importante en mi vida me había supuesto la pérdida de mi madre y de mi hermana. Mi familia se había roto por completo aquel día.
Por la poca información que me había dado mi padre, mi madre aún seguía viviendo en un edificio en Brooklyn, gracias a la inestimable ayuda que le aportaba los cheques que le enviaba mi padre para ayudar a Rebecca con los gastos; no había cambiado de domicilio en todos aquellos años y, suponía, que de número de teléfono tampoco.
Era posible que Rebecca, en su regreso a Manhattan, hubiera decidido hacerle una rápida visita a nuestra madre para que supiera que estaba bien, que los lobos malos no habían podido con ella. Quizá fuera una buena idea que yo también decidiera hacerle una rápida visita reglamentaria después de muchísimos años sin preocuparse por su propio hijo.
Busqué un número en la agenda, preparándome para la que se me avecinaba.
-Despacho del señor Harlow -saludó profesionalmente Jia.
Contuve una sonrisa de satisfacción.
-Jia, soy yo -respondí.
Oí un bufido al otro lado.
-Gary, cuando tengas pensado no aparecer por la oficina, estaría bien que me lo comentaras con antelación, ¿sabes? -regañó ella-. Por no hacer el gilipollas cuando tienes tanto ajetreo...
-Me ha surgido un imprevisto a última hora -mentí-. ¿Puedes hacerme un pequeño favor?
-¿Acaso me queda otro remedio? Trabajo para ti precisamente para eso: para cualquier problema que te pueda surgir -replicó Jia, tratando de sonar enfadada.
Ahora no pude evitar soltar una sonora carcajada.
-Necesito que me busques información sobre una persona: Viola Danvers -le pedí.
Jia estaba al tanto de que el nombre que le había proporcionado era el de mi propia madre, pero no hizo comentario alguno. Me prometió enviarme toda la información que pudiera recopilar en el poco tiempo que le había dado y ambos colgamos; Thomas me estaba esperando en el salón, bastante entretenido con el último número de Playboy y una cerveza abierta sobre la mesa.
-¿Tú no tendrías que estar en clase? -le pregunté, sentándome a su lado.
Durante la ducha le había dado vueltas a la idea de que el único modo de tener controlada a mi hermana era verla muerta. Me parecía una medida drástica y demasiado cruel pero, en el fondo, es lo mismo que había intentado hacer ella conmigo.
Sus celos y rencor eran demasiado fuertes para que pudiera tratar de convencerla de que volviera a ser como antes. Que intentáramos superar nuestros problemas.
Thomas se metió un dedo en la nariz y empezó a hurgársela con ahínco.
-Estaba preocupado por ti -respondió y sus ojos relucieron, dándole veracidad a su respuesta-. Anoche mandaste a Kasper que me trajera aquí sin darme ningún tipo de explicación. Al ver que no venías creí... creí que te había pasado algo. Pero veo que mis miedos eran infundados -añadió, encogiéndose de hombros.
Me eché a reír entre dientes.
-Eso, normalmente, es asunto mío -repuse.
-Siempre hay una primera vez para que intercambiáramos los papeles -se burló y su sonrisa se volvió siniestra-. ¿Piensas llamar a tu polvo misterioso alguna vez?
Le di una colleja y Thomas se echó a reír de manera escandalosa, olvidándose por completo de su preocupación por mí.
-Yo tengo pensado llamar a Avril en alguna ocasión -añadió mi hermano, mirándose atentamente las uñas-. Me pareció una buena tía...
Aquella confesión por parte de mi hermano me sentó como si me hubiera golpeado de lleno contra una pared de cemento. Thomas ya era un adulto para tomar sus propias decisiones, pero jamás me hubiera pensado que el karma fuera tan hijo de puta de devolverme un golpe así; no quise decirle a mi hermano que era una mala idea, inventarme alguna excusa creíble que pudiera disuadir a mi hermano de su alocada idea de ver a la hermana de Mina.
No tenía nada en contra de aquella chica, pero tenía la extraña sensación de que todo aquello podía terminar muy mal. O quizá fuera el miedo que tenía que Thomas siguiera mis mismos pasos.
Que se repitiera la historia de nuevo.
-Ella es mayor que tú -observé patéticamente.
Sin embargo, aquello no parecía preocupar en absoluto a mi hermano, que sonrió ampliamente como un niño pequeño ante una montaña de dulces.
-¿Y qué tiene que ver eso? -preguntó Thomas-. He visto muchísimas relaciones en las que la mujer es mayor que el hombre.
Sonó bastante infantil y me trajo a la memoria a cuando era pequeño y quería conseguirlo todo; le dabas multitud de razones para que dejara el tema, pero él seguía lanzándote preguntas hasta que al final te rendías y sucumbías a sus caprichos.
Chasqueé la lengua.
-¿Qué hay de la distancia? -le pregunté, tratando de encontrar algún resquicio en esa fe inquebrantable que tenía en su capricho por Avril Seling para poder hacerle entrar en razón-. Ella vive en Blackstone y tu sitio está aquí...
Thomas puso un mohín infantil.
-Quizá me mude allí una vez termine los estudios, si llego a terminarlos -me explicó.
Quise abofetearlo por ese capricho infantil que parecía sentir mi hermano hacia Avril. Me parecía imposible que mi hermano Thomas estuviera empezando a tener sentimientos hacia la hermana de Mina, pero no estaba dispuesto a que corriera la misma suerte que yo. Sin embargo, por mucho que pusiera por mi parte para evitar que Thomas viera a Avril, sabía que aquello no me iba a favorecer en absoluto. Guardaba la esperanza que fuera la propia Avril la que le abriera los ojos a mi hermano mostrándole sus auténticas intenciones.
-Creo que vas demasiado adelantado a los acontecimientos -repliqué con cautela-. Vas demasiado rápido...
-¿Y si ella es la elegida? -inquirió de golpe mi hermano.
Mis ojos se abrieron desmesuradamente debido a la gravedad de lo que había dicho. Thomas era demasiado joven, demasiado alocado, para saber siquiera lo que buscaba, para tratar de encontrar a su compañera; no podía tomarme en serio sus palabras porque mi hermano lo único que buscaba en aquellos momentos era chicas con las que pasar una buena noche.
Contuve una risotada a duras penas.
-Piensas más con lo que tienes ahí abajo que con el corazón, Thomas -señalé y por la cara que puso mi hermano supe que había sido desafortunado en decirlo de esa forma tan directa-. Aún es demasiado pronto para que quieras buscar a tu compañera, céntrate en... no sé, en tus estudios.
Thomas dio un fuerte golpe en la mesa.
-¡Tú no eres nadie para cuestionarme, Gary! -me recriminó-. Aún no tienes compañera y, cuando estabas prometido con Hannah, ni siquiera llegaste a vincularla. No me vengas con lecciones morales, por favor.
No podía negarlo porque llevaba razón. En los tiempos en los que estuve prometido a Hannah no me atrevía a marcarla porque le había prometido que me esperaría a nuestra noche de bodas; con Mina... aunque había sentido la necesidad, nunca se me había dado la oportunidad. Pero, a pesar de ello, tampoco habría sido posible: había visto la marca que había dejado Chase en su clavícula, señal inequívoca de que era de su propiedad.
-Le hice una promesa a Hannah -le recordé a mi hermano con frialdad-. Y que aún no haya vinculado a nadie quiere decir que me tomo esto con seriedad...
-¡Oh, sí, por supuesto! -aulló de risa Thomas-. ¡Tú, Gary Harlow, aún está buscando su amor verdadero! Claro, claro...
No quería discutir con mi hermano, puesto que nuestra relación siempre había sido tranquila. Sin embargo, con la llegada de los Seling de nuevo a nuestras vidas, metiéndose incluso en la de mi hermano Thomas, parecían haberse convertido en el motivo principal de nuestras disputas.
Me puse en pie, decidido a dejar allí esa conversación. Los ojos de Thomas se clavaron en mí, quemándome con su acusación escrita en la mirada que me estaba dirigiendo; caminé hacia mi dormitorio y cerré la puerta a mis espaldas.
Maldito el día en el que Mina decidió enviarme aquella patética invitación a su bautizo. Había sido aquel momento el que había puesto mi vida patas arriba, haciéndomela más difícil de lo que ya era.
Decidí que había llegado el momento de regresar a la oficina, pues era el único lugar donde podía concentrarme en lo que debía hacer para encontrar a mi hermana Rebecca y ponerle fin a todo el asunto. Cuando volví al salón, Thomas había desaparecido, seguramente refugiándose en su habitación como un crío al que le hubieran negado su último capricho.
El viaje hacia el edificio donde mi padre había montado todo su centro de operaciones me pareció eterno. No podía dejar de darle vueltas a la discusión que habíamos mantenido Thomas y yo por una mujer. Una mujer. Jamás había creído que discutiríamos por un tema como ése.
Jia me recibió con una mirada malhumorada y una carpeta pulcramente colocada bajo el brazo. Mientras pasaba hacia mi despacho fue recitándome todas las llamadas que había recibido y los mensajes que habían dejado aquella mañana que había decidido pasarla sin poner un pie por allí.
Me detuve tras mi escritorio y Jia se quedó frente a mí, completamente erguida y esperando una orden por mi parte.
Dejé la chaqueta sobre el respaldo de la silla y suspiré.
-¿Tienes lo que te he pedido? -le pregunté a Jia.
Ella asintió y depositó con cuidado la carpeta que llevaba consigo encima de la mesa, arrastrándola hacia mí.
-Espero que sepas lo que estás haciendo, Gary; Viola no es una mujer de muchas palabras -me recomendó.
Alcé la mirada de la carpeta a su rostro. Jia había trabajado anteriormente para mi padre, pero no estaba al tanto que ella supiera tanto sobre nuestra familia.
La miré con recelo.
-Tu padre y yo teníamos una relación muy cercana -me contó, desviando la mirada-. Necesitaba alguien con quien poder desahogarse y...
Fue el rubor de sus mejillas lo que la delató y me ayudó a encajar las piezas. Mis ojos se abrieron de golpe al comprender lo que Jia había definido como «relación muy cercana»; me enfureció que mi padre, aun sabiendo lo que había hecho a espaldas de toda su familia, me hubiera hecho sentir tan mal cuando había descubierto que había tenido un pequeño y breve affaire con Jia.
Maldito cabrón hipócrita.
-¿Crees que debería poner lejos de tus garras a mi hermano Thomas? -le espeté de malos modos-. Porque, si no recuerdo mal, te has follado a mi padre y luego a mí...
-¡Aquello fue un error! -se apresuró a justificarse Jia-. Había comenzado a trabajar para tu padre y su matrimonio no estaba pasando un buen momento... Elena le había pedido que cortara cualquiera relación contigo... -sus ojos estaban húmedos cuando se atrevió a mirarme fijamente-. ¡Sé que no tiene perdón lo que hice, pero tu padre parecía tan perdido que no... que no pude evitarlo!
Entorné los ojos.
-Lo que no pudiste evitar fue hundirle bien las garras a mi padre para seguir ascendiendo, Jia -acusé, notando un fuerte dolor en el pecho. Era el dolor de la traición-. ¿Y yo, Jia? ¿Tenías miedo de que pudiera despedirte cuando ocupara el sitio de mi padre?
-Lo que sucedió entre nosotros fue de mutuo acuerdo -me recordó, dolida y humillada-. Si quieres un culpable, fuimos los dos. No hay más.
-¿Te pidió mi padre que me engatusaras? -le pregunté-. ¿Fue idea de mi padre?
Su gesto fue más esclarecedor que cualquier respuesta que hubiera podido darme. Le pedí que saliera de mi despacho, además de mi vista, y que se tomara el resto del día libre; Jia hizo un amago de acercarse, pero la mirada de aviso que le lancé fue suficiente para que se lo pensara mejor y se marchara con la cabeza gacha.
Me desplomé sobre mi silla y me quedé mirando fijamente la pantalla negra del ordenador. Recordaba perfectamente el período de tiempo que al que había hecho alusión Jia, pues había sido precisamente yo el causante de esa fuerte crisis que sufrió su matrimonio; mi relación con Elena nunca había sido fácil, me había portado como un gilipollas con ella y entendía los recelos que pudiera tener hacia mí. Pero jamás me alegraría de lo que había hecho mi padre a sus espaldas.
Elena se había comportado siempre como una esposa modelo y, pondría una mano sobre el fuego si fuera necesario, jamás habría hecho una cosa así. La infidelidad de mi padre con Jia me hizo preguntarme si, mientras estuvo casado con mi madre, también hubo otras mujeres.
Me pregunté si debía contárselo o no a Elena. Se merecía saber los escarceos de su marido con la secretaria, pero aquello hundiría definitivamente el matrimonio... y mi padre parecía realmente feliz al lado de Elena.
No podía hacerlo.
Opté por consultar la información que había reunido Jia sobre mi madre y un nuevo dilema apareció: ¿tendría que despedirla? No podía negar que Jia hacía su trabajo de una manera eficiente y rápida. Incluso cuando me había contado de manera indirecta el desliz que tuvo con mi padre había parecido arrepentida.
Quizá debería darle una segunda oportunidad.
Estudié todos aquellos folios y llegué a la conclusión de que no debía seguir posponiendo más tiempo ese reencuentro. Era posible que mientras que yo estaba perdiendo el tiempo valorando si debía despedir a Jia o no mi hermana Rebecca estuviera haciendo cualquier cosa.
Salí del despacho, casi arrollando por el camino a Lorette. Sus mejillas se tiñeron de rojo mientras se deshacía en disculpas.
Contuve un exabrupto y me esforcé por sonreír con amabilidad.
-¿Le importaría ocupar el sitio de la señorita Wang, señorita Foster? -le pregunté, tratando de sonar zalamero-. Me temo que hoy no se encontraba del todo bien y tuve que enviarla a casa. Y acaba de surgirme un imprevisto y no hay nadie que se ocupe de mis asuntos...
Dejé la frase en el aire mientras aguardaba a que aquella chica picara el anzuelo. No había tenido nada serio con ella, simplemente nos habíamos encontrado en un par de ocasiones en los pasillos de la empresa, sin que hubiera tenido oportunidad de llevármela a algún sitio más privado.
Lorette pestañeó un par de veces, recuperándose de la sorpresa.
-Por... por supuesto, señor Harlow -barbotó y yo me despedí de ella con una amplia sonrisa.
Más tarde me encargaría de agradecérselo como Dios manda. Bajé hacia el garaje y me entretuve lo suficiente para meter la dirección en el sistema GPS del coche; esperaba que no hubiera tanto tráfico como era habitual pero, en el fondo, sabía que aquello era como pedir un milagro: a aquellas horas el centro de Manhattan estaría congestionado. Todo lo contrario que sucedía en los distritos periféricos de la isla.
Me puse algo de música para distraerme y realicé distintos ejercicios de respiración para no sucumbir a las ganas de ponerme a gritar como un demente mientras hacía sonar el claxon. La canción que sonaba en aquellos momentos -Single ladies, de Beyoncé- se vio interrumpida y vi en la pantallita del navegador un número que no conocía o tenía registrado en el teléfono.
Me pregunté si debía descolgar o no. Quizá fuera una llamada importante.
A lo mejor era la noticia de que habían atrapado a Rebecca.
Pulsé un botón en el mando que tenía instalado en el volante, descolgando y activando el manos libres.
-Harlow -respondí con un tono de lo más profesional.
-La he visto -gimió una voz que reconocí perfectamente al otro lado de la línea-. Rebecca está en Manhattan...
Contuve un suspiro.
-Por favor, Mina, cálmate -le espeté, ya que mi humor no estaba para soltar muchos cohetes-. Tengo a todos mis hombres vigilando la zona, ¿vale? Si tan segura estás que Rebecca está pululando por ahí, mis chicos la atraparán.
Aquello no aplacó del todo la histeria de Mina.
-¡Eso no es suficiente! -chilló-. ¡Rebecca es esquiva!
Mi mal humor estaba llegando a alcanzar cuotas demasiado altas para poder mantener una conversación en condiciones con cualquier persona; el resentimiento que sentía hacia Mina salió de nuevo a la superficie.
Sabía que me iba a arrepentir de lo que iba a decir a continuación.
-Tengo suficientes problemas en mi vida como para tener que hacerme cargo de tu familia y de ti -le eché en cara-. Creo que has sabido solucionar tus propios problemas en estos diez años. Adiós.
Y le colgué. Sabía que no tenía ningún derecho en sacar todo mi enfado y dirigirlo a Mina porque ella me había llamado tratando de pedir ayuda, algo que llevaba deseando muchísimo tiempo; me centré en conducir, siguiendo las instrucciones del GPS, tratando de alejar de mi cabeza la rápida conversación que había mantenido con Mina.
Se me escapó un resoplido de disgusto cuando me interné en el barrio en el que vivía mi madre, esa mujer que me había dado la vida y doce años después había decidido desprenderse por completo de mí y de mi padre. Tenía que concederle que la zona parecía hogareña... nada parecido a la zona donde vivía mi padre o donde vivía yo. Avancé lentamente, buscando el número que constaba en la información que había reunido Jia para mí.
Por un segundo me pregunté qué hubiera sucedido de no haber conseguido transformarme; quizá mi madre hubiera decidido llevarme también con ella y Rebecca para criarme lejos de mi padre. Viviríamos en un apartamento de dos habitaciones donde yo compartiría espacio con Rebecca y quizá fuéramos felices.
Pero mi vida no había sido tan fácil. Mi madre me odiaba y mi hermana había tratado de sacarme fuera de la circulación; ahora había tenido que presentarme allí después de años sin tener ningún tipo de relación con mi madre para interrogarla sobre Rebecca.
Me aseguré de activar los seguros del coche y eché un vistazo a ambos lados de la calle, comprobando que no hubiera nadie. El bloque donde vivía mi madre parecía estar cuidado y limpio; observé los cristales, sopesando mis posibilidades: llamar al telefonillo o cargarme el cristal, montando un estropicio.
Al final no tuve que tomar ninguna decisión drástica, ya que una amable anciana abrió la puerta para que su insulso perro saliera; el maldito chucho se detuvo frente a mí para ladrarme y enseñarme los dientes.
La señora soltó una risita.
-Vaya, hijo, no parece que le hayas caído bien -dijo, jocosa.
Simplemente sonreí con educación, sosteniéndole la puerta para que pudiera pasar y yo colarme dentro; el portal estaba más viejo que pudiera haber parecido desde fuera y me centré en los buzones, buscando el piso de mi madre.
Una vez localizado, decidí usar las escaleras. Cuatro pisos después, me encontraba delante de la puerta de mi madre sin saber muy bien qué hacer; el niño que una vez fui se preguntó infantilmente si estaría arrepentida de algo que hubiera hecho en el pasado, como marcharse de casa.
Llamé al timbre y aguardé, con la mano en los bolsillos y sintiéndome fuera de lugar. Yo me había criado en un sitio muy distinto a éste; incluso mi madre, si seguía siendo tal y como la recordaba, se encontraría incómoda en un lugar así.
Contuve la respiración cuando escuché unos pasos dirigirse hacia la puerta y se me quedó atascado cuando una mujer mayor me la abrió, frunciendo el ceño.
-¿En qué puedo ayudarle, joven? -me preguntó.
Había sido demasiado pedir que se acordara de mí, que relacionara a ese chico de diez años que había abandonado tanto tiempo atrás con el hombre que se encontraba frente a su puerta en aquellos momentos; sin embargo, una parte de mí se sintió decepcionada por ello. Esa mujer era mi madre, tendría que haber sentido esa conexión que nos unía...
Tendría que haberme reconocido.
En vez de seguir lamentándome sobre si mi madre debía haberme reconocido o no, compuse mi mejor sonrisa.
-Perdone que la moleste, pero estoy buscando a alguien -respondí, con un tono azucarado, el mismo que usaba con las mujeres que se me resistían-. ¿Vive aquí Rebecca Danvers?
Los ojos de mi madre se estrecharon cuando pronuncié ese nombre.
-Vivía aquí -señaló intencionadamente-. Hace tiempo que no está por aquí.
Me mostré decepcionado, esperando que me ofreciera pasar para poder contarme cualquier historia sobre lo que le había sucedido a su preciosa hija; necesitaba cualquier información que pudiera darme y que pudiera ponerme sobre la pista de mi hermana la fugitiva.
-¿Y no sabe dónde puedo encontrarla? -volví a preguntar.
Aquello hizo que mi madre comenzara a sospechar de mí.
-¿Quién es usted? -exigió saber-. ¿Qué es lo que quiere de mi hija?
Alcé la barbilla, desafiante.
-Su hija y yo tenemos asuntos pendientes -hice una pausa para darle más efecto a lo que iba a decir a continuación-. Mamá.
Saboreé el gesto de horror de mi madre y cómo perdió el color de las mejillas. Su respiración se agitó y se llevó una mano al pecho, como si estuviera manteniéndolo en su sitio.
-Gary... Gary, ¿qué haces tú aquí? -tartamudeó, horrorizada-. ¿Cómo me has encontrado?
Puse los ojos en blanco.
-No es tan difícil dar con alguien cuando tienes su nombre y apellidos -respondí.
Mi madre trató de cerrarme la puerta en las narices, pero conseguí colar uno de mis zapatos, atrancando la puerta y evitando así que pudiera golpearme. Mi madre echó a correr hacia el interior del apartamento, como si estuviera siendo perseguida por el mismísimo Satán.
Me colé en el interior del apartamento y cerré la puerta con suavidad; escuchaba perfectamente a mi madre moviéndose por las habitaciones del apartamento, tratando de encontrar una vía de escape.
No parecía muy contenta de reencontrarse con su hijo después de tantos años perdidos.
-¡No he venido a hacerte daño! -grité a modo de aviso-. ¡Simplemente quiero saber si sabes algo de Rebecca!
Escuché cómo caía al suelo algo y se hacía añicos.
-¡No voy a permitir que ningún monstruo le haga daño a mi hija! -chilló mi madre en respuesta-. ¡No voy a decir nada a nadie, y menos a ti!
-Yo también me alegro de verte después de tanto tiempo, mamá -repliqué con sorna.
La encontré en el que parecía ser su dormitorio. No había cerrado la puerta y la pillé echando abajo todos los armarios, rebuscando entre las prendas algo que no logré ver; mi madre alzó la mirada y ahogó un grito de horror.
Mi ya maltrecho corazón se vio herido de nuevo cuando comprobé que no había ninguna chispa de cariño o añoranza; mi madre no soportaba estar en mi presencia, ni siquiera aunque fuera su propio hijo.
Y eso dolía.
-Tu padre vino a verme -masculló mi madre, con los ojos llenos de lágrimas-. Hace mucho tiempo... vino a decirme cosas horribles sobre Rebecca... Me dijo que había tenido que encerrarla -en aquel momento las lágrimas rodaron por sus mejillas-. También me dijo que encerrarla en ese espantoso lugar había sido mejor que ejecutarla... ¡Ejecutarla como si fuera un vulgar animal!
Me molestó terriblemente esa vehemencia con la que mi madre protegía y defendía a mi hermana.
-¡Rebecca intentó matarme! -le recriminé en voz de grito-. Me disparó...
-¡Es lo que te merecías! -gritó-. Eres un monstruo, ¿acaso no lo ves? De haber sabido que te transformarías, yo misma lo habría hecho...
Finalmente rompió a llorar, tapándose la cara con las manos. Yo me quedé completamente helado, tratando de procesar las duras palabras que me había dirigido mi propia madre: ella se habría deshecho de mí. Se habría deshecho de mí por ser un licántropo.
A su propio hijo habría sido capaz de quitarle la vida por haber nacido así.
En dos zancadas crucé la distancia que me separaba de la cama y agarré a mi madre por una de las muñecas, obligándola a que me mirara a los ojos; en aquellos momentos quería golpearla, pero me contuve.
A duras penas me pude contener.
-¿¡Dónde está Rebecca!? -vociferé-. ¡No me obligues a repetírtelo de nuevo! ¿¡Dónde está!?
-¡¡No lo sé!! -chilló en respuesta-. ¡¡Y si lo supiera nunca te lo diría!!
La solté con más fuerza de la necesaria, provocando que mi madre cayera a plomo sobre el colchón de su cama. Ella empezó a llorar con más ganas.
Si no me largaba de allí rápido iba a tener muchos problemas si los vecinos de mi madre decidían llamar a la policía a causa de los gritos.
Di media vuelta y me dirigí a la salida. Me asqueaba profundamente estar tan cerca de aquella mujer que había perdido cualquier rastro de cariño que hubiera quedado en mí.
-Eres un monstruo -escuché gemir a mi madre a mis espaldas-. Un monstruo como tu padre...
Mi rostro se crispó en un gesto de ira que ella no pudo ver.
-Me temo que este monstruo que ves es tu hijo -le recriminé-. Por mucho que lo niegues, soy tu hijo. Y no me diste siquiera una oportunidad para que pudieras conocerme, para que pudieras ver cómo era realmente.
»Has sido tú misma, con tus decisiones, la que me ha empujado a que me convierta en esto. Tú eres la culpable.
No miré ni una sola vez hacia atrás.
Acababa de cerrar un capítulo de mi vida del que iba a costar recuperarme.
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