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Doce.

Alguien me arrastraba con esfuerzo por el apartamento y escuchaba la respiración trabajosa de la persona que me llevaba; mi cabeza golpeó con el marco de alguna puerta y la misteriosa persona dejó escapar un exabrupto por lo bajo.

Reconocí vagamente las paredes del cuarto de baño y la sombra pasó por encima de mí para dirigirse a la bañera; escuché el sonido del grifo al abrirse y el agua corriendo. Los pasos se acercaron de nuevo hacia mí y, de manera inconsciente, lancé una dentellada hacia su brazo.

Mi transformación parecía haberse quedado en pausa, dejándome en un estado en el que era una mezcla de humano y bestia; me removí en las baldosas del suelo y arañé el suelo, tratando de moverme.

Notaba mis sentidos embotados, como si estuviera muy enfermo y no pudiera hacer nada; el cuerpo parecía haberse convertido en un gran bloque de cemento y daba gracias de que aún pudiera mover, poco eso sí, mis extremidades.

Me vi de nuevo arrastrado como si fuera un simple muñeco y escuché a mis espaldas la respiración forzada de mi misterioso salvador; parpadeé varias veces y comprobé que mi visión parecía haber vuelto a la normalidad.

-Podrías poner algo de tu parte, ¿sabes? –masculló una voz femenina y enfadada tras de mí.

Intenté obedecerla, pero mis piernas temblaban como si estuviesen hechas de gelatina; la mujer que me había rescatado soltó un sonoro bufido y me metió como bien pudo hacia el agua caliente de la bañera. Se me escapó un suspiro de alivio al notar el agua caliente mojando mi piel, devolviéndome a la normalidad; me permití cerrar los ojos un segundo antes de dirigir mi mirada hacia la persona que había irrumpido en mi apartamento para tratar de detener mi inminente transformación.

La boca se me abrió desmesuradamente al ver quién estaba apoyada sobre el mueble del baño, cruzada de brazos y con un gesto bastante serio.

-Yo también me alegro de verte –comentó Mina con un tono frío.

-¿Qué... qué es lo que haces aquí? –me atreví a preguntar.

Mina dejó vagar su mirada por el cuarto de baño, sumida en sus propios recuerdos.

-Venía a hablar contigo –respondió, sin mirarme siquiera-. Creo que teníamos asuntos pendientes después de cómo me has tratado en ese edificio.

Mi rostro se crispó cuando mencionó aquel momento. Había perdido los papeles cuando había salido de aquella reunión, después de haber sido testigo de cómo me traicionaban mis propios congéneres con tal de quitarme de en medio; sabía que Mina no había tenido la culpa, pero había sido un cúmulo de circunstancias y sentimientos los que habían sido los causantes de aquel estallido por mi parte.

-Supongo... supongo que no me he comportado del todo bien contigo –empecé, con cautela-. Ni siquiera me he disculpado por todo eso.

Mina desvió su mirada unos segundos en mi dirección.

-Estoy replanteándome seriamente si debí intentar que volviéramos a nuestra anterior situación –dijo, evitando mirarme-. Porque ya veo que aún sigues anclado en el pasado, incapaz de seguir adelante.

Entrecerré los ojos ante su acusación. ¿Cómo era posible que tuviera la poca vergüenza de hablarme de ello? Era evidente que aún estaba dolido por la forma en la que Mina había jugado conmigo, haciéndome creer que teníamos una sola oportunidad para luego deshacerse de mí con una patada.

Sin embargo, dentro del edificio, sus palabras habían sonado sinceras. Quizá, en el fondo, aún hubiera algo que me pertenecía; quizá aún tenía una pequeña oportunidad, a pesar de todo.

-Estaba bastante bien hasta que decidiste mandarme tu bonita invitación a la boda –mascullé-. ¿Ni siquiera eras capaz de adivinar cómo me sentó recibirla?

Mina respiró hondo.

-Creí que, con el tiempo, terminaría pasando a tu interminable lista de nombres –me confesó-. Pero jamás quise hacerte daño.

-Demasiado tarde –la contradije, centrándome en la sensación del agua caliente contra mis músculos, manteniéndome anclado a mi piel humana-. Te dije en una ocasión que tenía bastante claro que serías tú la primera chica en romperme el corazón... y no me equivoqué.

«Ni siquiera, a día de hoy, puedo decir que está completamente curado», dije para mis adentros. Todo este lío en el que estaba metido había sido a causa de haberme cruzado con Mina, de haberla conocido. No podía dejar de pensar en qué habría sucedido de no haberme acercado a ella, en haber seguido mi camino y haber elegido otra chica a la que camelarme aquella noche.

Pero Rebecca también había tenido parte de culpa. Su enfermiza obsesión por Chase nos había dirigido hacia esta misma situación; mi hermana no había sabido darse por vencida, entender que era una causa perdida: ella había puesto en marcha un enredado plan para conseguir deshacerse de sus dos obstáculos, Mina y yo.

Una punzada de dolor me traspasó cuando recordé el mensaje que me había dejado en el buzón de voz, mofándose de haber logrado llevarse a Thomas con ella; mi hermano pequeño, la persona a la que había jurado proteger y no caer en los mismos errores del pasado, era la que estaba pagando por todos ellos.

Me parecía injusto que él tuviera que verse involucrado en este asunto cuando no tenía nada que ver en él.

-No estoy aquí para discutir contigo –señaló Mina-. He venido a ofrecerte mi ayuda: Rebecca me quiere ver fuera de juego para tener a Chase para ella sola... Pues bien, haré de cebo para que tú puedas atraparla y mantener así tu condición dentro de la comunidad de licántropos y cazadores.

La observé durante unos segundos. No estaba seguro de que las intenciones de Rebecca fueran la de eliminar a Mina del mapa porque, de lo contrario, ya hubiera hecho algún movimiento arriesgado; el auténtico objetivo del plan de Rebecca era eliminarme a mí para poder obtener todo lo mío. Había estado haciendo pactos con gente que compartía sus mismos objetivos y estaba dispuesta a hacer lo que hiciera falta con tal de verme a mí muerto.

Por eso mismo se había llevado a Thomas consigo, para que yo saliera en su búsqueda y pudiera tenerme bajo su control.

-Rebecca se ha llevado a Thomas –le confesé en un murmullo a Mina.

Ella me miró con sorpresa.

-¿Cómo es eso posible? –preguntó, realmente preocupada por mi hermano menor.

Decidí que, si íbamos a estar en el mismo equipo, era necesario que conociera todo lo que había podido averiguar hasta el momento: le hablé de la fuga de mi hermana en Willard; continué con el complot que parecía haberse creado para que yo estuviera fuera de la circulación, perdiendo todo lo que poseía; confesé la reunión que había tenido con Natasha para mantener a Willard y le conté el mensaje de voz que me había dejado Rebecca cuando había comprobado que mi hermano no estaba en el apartamento a mi llegada.

-Pero Rebecca no pudo subir hasta aquí por sus propios medios –hizo notar Mina, pensativa-. Tuvo que ser Thomas quien le abriera para que pudiera usar el ascensor. Y tu hermano conocía a Rebecca, ¿verdad?

Aún seguía metido en la bañera, aprovechando al máximo la seguridad que me proporcionaba el agua caliente en mi estado de nervios; desvié la mirada hacia Mina, que estaba en la misma postura y me miraba con un brillo de curiosidad en sus ojos grises.

-Sé que Thomas ha investigado a nuestra hermana por su cuenta –respondí, haciendo conjeturas únicamente-. Creo que podría haberla reconocido físicamente, pero no entiendo entonces por qué decidió dejar que subiera.

Lo que me hizo darme cuenta de algo: ¿cómo era posible que Mina estuviera allí? Ella notó que la miraba acusatoriamente y cayó en la cuenta de que aún no me había explicado qué hacía aquí.

Sacó un juego de llaves que reconocí vagamente, las movió en el aire y las guardó de nuevo.

-Fui a hablar con Kasper –me explicó-. Le pedí que me dejara su juego de llaves porque, temía, que tú no quisieras abrirme para hablar conmigo. Él accedió con la condición de que, a la mínima señal de peligro, saliera de aquí a toda prisa –hizo una pausa antes de añadir:-. Tu amigo cree que mi presencia te afecta negativamente.

Y puede que Kasper tuviera razón y todo lo que había conseguido en aquellos años que habían transcurrido se hubieran echado a perder por haber accedido a convertirme en el padrino de su hija; sin embargo, Mina estaba en lo cierto cuando me había dicho que, trabajando juntos, quizá tuviéramos más posibilidades de atrapar a Rebecca.

Y yo tenía un plazo para hacerlo si no quería perder todo lo que mi padre me había dejado.

-Dejemos el pasado en el pasado –decidí, haciendo un terrible esfuerzo-. Estamos juntos en esto pero, cuando todo esto termine...

Mina cabeceó, comprendiendo por dónde iba.

-Desapareceré de tu vida, Gary –me prometió-. De todas formas, nuestro tiempo en Manhattan se agota...

No pude evitar sentir una pizca de curiosidad por sus palabras. ¿Eso quería decir que se mudaban? ¿Acaso, de haber estado en otra situación, me lo hubiera dicho? No, por supuesto que no; aunque la idea inicial de Mina hubiera sido que retomáramos una relación de amistad, estaba claro que jamás podría tener la confianza conmigo suficiente para contarme cosas de tal calibre.

De haber seguido las cosas en calma, jamás me hubiera enterado que Mina y su familia se marchaban de la ciudad.

-¿Ponéis tierra de por medio? –quise saber.

-En cierto modo, sí –admitió Mina a regañadientes-. Chase y yo hemos conseguido prosperar en todos estos años y, además, contamos con una sustanciosa cantidad que le dejó su padre a Chase al morir; pensamos que sería una buena idea regresar a Blackstone. Allí podré ocupar, por fin, mi puesto en el Consejo –concluyó en voz baja.

Me quedé perplejo al conocer esa pequeña parte de Mina que desconocía. Jamás hubiera llegado a creer que pudiera tener un puesto en el Consejo y me pregunté cuántas más cosas no sabría de ella; en realidad, es como si fuésemos dos completos desconocidos que, por casualidades de la vida, se hubieran cruzado el uno en el camino del otro.

-¿Chase está conforme con tu decisión? Blackstone tiene mucho que envidiar a Manhattan para, por ejemplo, la educación de tus hijos –añadí.

Mina frunció el ceño.

-En parte lo hago por él, Gary –reconoció-. Chase lleva demasiado tiempo lejos de su manada, de su familia; sé que está llevándolo mejor que la última vez porque nos permitimos hacerles visitas más a menudo, pero también sé que le está pasando factura. Intenta volcarse en su trabajo, pero no puede obviar que la compañía que frecuenta para mantener a su parte de lobo controlada no puede compararse a la de su verdadera y legítima manada.

Era increíble lo fuerte que parecían ser los sentimientos de Mina hacia Chase; siempre había sabido que estaban profundamente enamorados, pero jamás creí que llegara hasta tal punto. Mina era consciente de lo que le sucedía a su marido y estaba a punto de dejarlo todo por él, por mantenerlo a salvo; quise creer que lo estaba haciendo porque la primera vez que le sucedió casi lo perdió.

Una segunda vez sería devastadora para ella.

-De todas formas, he enviado a Chase y a los niños de regreso a Blackstone –prosiguió Mina, mucho más animada-. No pienso ponerle a mi marido en bandeja a esa arpía y, mucho menos, a mis hijos.

Su tono se había vuelto frío y amenazador; no pude evitar que me recorriera un escalofrío la espalda.

Una semana después.

Mi recién alianza con Mina me había levantado el ánimo. Tenía esperanzas renovadas de poder encontrar a Rebecca y poder rescatar a Thomas de sus garras; sin embargo, había pasado una semana sin que tuviera noticia de mis dos hermanos y estaba comenzando a preocuparme seriamente.

No entendía a qué jugaba Rebecca y por qué estaba esperando tanto tiempo para ponerse en contacto conmigo. Había creído firmemente que recibiría una llamada por parte de Rebecca un par de días después del primer mensaje pidiéndome que nos reuniéramos en algún lugar recóndito para poder negociar.

Sin embargo, aún seguía esperando pacientemente esa llamada.

No les había hablado a nadie más de la desaparición de mi hermano por temor a que se extendiera la noticia; ya no sabía en quién podía confiar y, de manera ciega, lo estaba haciendo en Mina. Ella había sufrido a manos de Rebecca y sabía que jamás me traicionaría y trabajaría con mi hermana; era por eso por lo que había decidido contarle cualquier cosa que llegara a mis oídos.

El tiempo seguía corriendo en mi contra y casi podía sentir sobre mi espalda las miradas satisfechas de aquellas personas que estaban logrando su propósito.

Mina tamborileó los dedos sobre la mesa de mi despacho, sacándome de mis ensoñaciones; le había permitido que nos reuniéramos en mi despacho para poder establecer nuestros movimientos. En aquellos momentos, Mina estaba proponiéndome que volviera a pasarme por Willard para tratar de recuperar los archivos de vídeo, pero yo me había negado en rotundo.

No estaba preparado para enfrentarme de nuevo a Natasha y a sus chantajes.

Alguien llamó en ese preciso instante a la puerta, cortando de lleno a Mina y a su fantástica idea; el rostro de Jia se asomó tímidamente al interior del despacho, y tras lanzar una mirada despectiva en dirección a Mina, me sonrió de forma automática.

-Señor Harlow, aquí hay alguien que quiere verle –me informó con un tono bastante profesional.

Mina y yo compartimos una mirada escéptica, pero en mi cabeza el nombre y la imagen de Natasha se negaban a desaparecer.

-¿Te ha dicho qué quiere? –pregunté, tratando de conocer mejor a mi visita... o de averiguar quién era.

Jia negó con la cabeza.

-Lo único que me ha dicho es que es importante.

Mina se encogió de hombros a mi lado y yo solté un suspiro de derrota.

-Hazlo pasar, por favor –le pedí amablemente.

Jia asintió y cerró la puerta para ir a buscar a la persona que quería verme, brindándome unos segundos valiosos para tratar de recomponerme y hacer que Mina recogiera a toda prisa los folios que teníamos desperdigados por toda la mesa de mi despacho; en sus ojos grises vi una auténtica preocupación por mí, pero no quise darme más esperanzas.

Había aceptado el trato con Mina para poder cerrar definitivamente este capítulo de mi vida; sin embargo, y por motivos claramente egoístas, disfrutaba de la idea de que pasáramos tiempo juntos y que Chase estuviera en Blackstone, cuidando de sus preciosos bebés.

Casi me sentía como si hubiéramos regresado al pasado.

Jia entró en el despacho, esta vez sin llamar, seguida por una chica que, en cuanto pude verla bien, quise que me tragara la tierra. Mina observó a la recién llegada con curiosidad, tratando de atar cabos ella sola pero, comprendió, que sobraba en este instante; se despidió de todos y salió por la puerta, cerrándola con suavidad a su espalda.

Arlene se apartó de Jia con un gesto enfadado y mi secretaria le devolvió una mirada iracunda.

-Jia, puedes dejarnos a solas –le ordené, sin despegar la mirada de Arlene.

Ella me sostuvo la mirada mientras Jia parecía estar a punto de sufrir un síncope allí mismo; con una última mirada en nuestra dirección, salió del despacho de muy malas formas. Que decidí no tenerle en cuenta.

Señalé una de las sillas vacías para que Arlene tomara asiento y esperé pacientemente a que me explicara qué hacía exactamente allí. La última vez que la había visto, nos habíamos despedido el uno del otro con intención de no cruzarnos más.

Y, sin embargo, allí estábamos.

Al ver que Arlene era incapaz de empezar una conversación, decidí que tendría que hacerlo yo mismo. Sonreí con amabilidad y dije:

-Te veo bastante bien.

El rostro de Arlene se contrajo en una mueca.

-No lo estoy, sinceramente –respondió.

Me incliné, apoyando ambos codos sobre la mesa, en su dirección.

-¿Ha ocurrido algo? –le pregunté con el semblante serio-. Creí que habíamos quedado en... no sé, en dos completos desconocidos que han pasado una buena noche juntos. Tú misma estuviste de acuerdo conmigo –añadí de manera intencionada.

Observé las manos de Arlene removiéndose y toquiteando la carpeta blanca que había traído consigo y que reposaba sobre su regazo.

-Y lo hubiera hecho de buena gana, créeme, pero hay un asunto de cierta importancia que creo que deberías saber –respondió.

Enarqué las cejas con curiosidad.

-¿Y de qué se trata ese misterioso asunto? –quise saber.

Arlene cogió aire antes de depositar ante mí la carpeta blanca que había llevado.

-Sobre nosotros –fue lo único que dijo, invitándome con un gesto a que abriera la carpeta y le echara un vistazo a su contenido.

La miré unos instantes, tratando de adivinar qué era, antes de obedecerla. Abrí la carpeta y creí que todo aquello se trataba de una broma muy pesada: el contenido, básicamente, se trataba de un elaborado y completo informe donde se detallaba el diagnóstico que había recibido Arlene cuando había acudido a la consulta del doctor Iversen con un fuerte dolor abdominal y vómitos.

El resultado, tras varias pruebas, había sido verídico: Arlene estaba embarazada.

Levanté la cabeza de los folios de la carpeta y la clavé en Arlene, que se encogió en su sitio.

-¿Qué coño significa esto? –exigí, cogiendo la carpeta y haciendo un aspaviento con ella.

Arlene trató de no amilanarse.

-Lo que ahí pone, Gary: estoy embarazada –respondió, sin permitir que su voz temblara un ápice-. Y la única persona con la que he mantenido relaciones sexuales en ese período de tiempo has sido tú.

No quería creerla.

No podía creerla.

-¿Sabes cuántas chicas han intentado jugármela con esto mismo? –le pregunté-. Muchísimas, Arlene. Se quedaban embarazadas de cualquier gilipollas y luego intentaban hacerme creer que ese niño era mío. ¿Crees que soy tan estúpido de creérmelo?

Arlene me sostuvo la mirada con resolución.

-Es cierto, Gary –repitió-. ¿Acaso no lo ves? –señaló la carpeta que aún sostenía yo en el aire-. No tuvimos el suficientemente cuidado y eso ha sido el resultado.

Me apreté el puente de la nariz.

-¿Me estás diciendo que tu supuesto embarazo es culpa mía? –comprendí, con enfado-. ¡Estamos en el puto siglo XXI, donde no solamente existen preservativos para hombres, sino también métodos anticonceptivos para las mujeres!

Arlene dio un golpe en la mesa con violencia.

-¡Tomo la píldora, Gary Harlow, pero dejé de hacerlo al perder a mi pareja estable! –me gritó-. Además, aquella noche estaba tan borracha que no caí en la cuenta de tomármela de nuevo. No te estoy diciendo que la culpa sea solamente tuya: ha sido un error por parte de los dos.

Traté de tranquilizarme, y no únicamente por mi bien. Sino también por el de Arlene, quien no querría verme transformado en lobo y destrozando cualquier cosa que se me pusiera por delante, incluida ella misma.

-Entonces, estarás de acuerdo conmigo en que debemos deshacernos de ese problema –dije, con cautela y le impedí continuar-. Yo me haré de todos los gastos, no tendrás que preocuparte por ello.

El rostro de Arlene palideció de golpe al oír mi propuesta para, después, empezar a ponerse completamente colorado.

-¿Qué...? –empezó-. ¿Me estás ofreciendo que aborte? ¿Acaso te has parado a pensar si es lo que yo realmente quiero?

Su negativa me pilló completamente desprevenido. Había creído entender que ella también estaba deseando de hacerlo, ¿en qué me había fallado la intuición?

-¿No... no quieres hacerlo? –pregunté, perdido.

Arlene cogió con rabia la carpeta y me miró fijamente.

-Eso es exactamente lo que quería decirte –me espetó-. No me importa lo más mínimo si crees que esté bebé es tuyo o no, pero me niego en rotundo a que lo despaches y hagas desaparecer como a todas las demás cosas que pierden tu interés –se dirigió a la puerta, dejándome más perplejo aún-. Además, no necesito a ningún hombre en mi vida para salir adelante.

»Y este bebé tampoco necesita un padre en su vida para poder ser feliz.

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