Cinco.
Una vez solucionadas nuestras diferencias, nos fundimos en un emotivo y vomitivo abrazo entre hermanos que, esperaba, nadie más hubiera visto. Thomas parecía mucho más tranquilo después de haberle prometido que hablaría con Kasper para exponerle la situación.
Sabía que estaba siendo irracional y un poco infantil con todo el asunto de proteger a la familia de Mina, pero el rencor que sentía hacia Chase, hacia todo lo que había conseguido sin merecerlo, seguía allí. Como aquellos diez años atrás.
Mi hermano me dio un leve empujoncito en el hombro, como animándome a que cogiera el teléfono de una vez y realizase la maldita llamada.
Obedecí en silencio y, maldiciendo a Petr por ser un completo gilipollas e incompetente, marqué el número de Kasper. Al contrario que ese maldito borracho, mi amigo respondió al instante. Casi parecía que había estado esperando mi llamada desde el principio.
-Gary –me saludó, con voz tensa-. Ya me han llegado las buenas noticias. Al final va a resultar que viene de familia eso de ser un completo dolor de cabeza, amigo mío.
No pude evitar sonreír. Kasper, cuando yo sucumbía a uno de mis habituales episodios de bajón, siempre decía que era un dolor de cabeza extra y que debía ir a un psicólogo para que pudiera ayudarme a superar la pérdida de Mina y de mi dignidad.
Thomas, a mi lado, se movía impaciente por saber cómo terminaría todo aquello.
-Eso díselo a mi padre –le seguí la broma y Kasper soltó una risa ronca.
-¿Cuál es el plan, Gaz? –preguntó entonces-. Willard está demasiado lejos de Manhattan...
Miré de reojo a mi hermano. Había evitado deliberadamente hablarle a Thomas sobre mis sospechas respecto a la misteriosa fuga de Rebecca de Willard; desvié la mirada del rostro de mi hermano. No quería hablar de ello delante de Thomas porque no quería que su cabecita empezara a crear teorías de lo más disparatadas.
O que le diera por llamar corriendo a nuestro padre para informarle de lo mal que se me estaba dando hacer mi papel dentro de la manada.
-Un momento –le pedí a Kasper y me giré hacia mi hermano-. ¿Te importaría bajar y traerme algo de beber?
Por el gesto que puso Thomas supe que mi habilidad para las excusas había decaído en picado. Sin embargo, y para mi sorpresa, mi hermano se puso en pie mansamente y me mandó una mirada de «Espero que sepas lo que estás haciendo» antes de salir apresuradamente de la habitación de invitados.
Volví a centrarme en la conversación que tenía pendiente con Kasper.
-Hay algo más en todo esto –le advertí-. Alguien ha tenido que ayudarla en todo esto, Kas. Alguien de los nuestros.
Escuché su sonido estrangulado y la sarta de maldiciones y exabruptos que soltó en menos de un minuto. Una vez se hubo recuperado de la sorpresa de saber que había traidores entre nosotros, se le escapó un suspiro de derrota.
Era como si lo supiera desde hace tiempo.
-¿Tienes sospecha de alguien? –pregunté, pasándome una mano por el pelo.
-Tengo la misma sospecha que tú, Gaz –respondió Kasper.
En mi mente apareció un solo nombre: Elias Jeppesen. Era el Alfa de la segunda manada más numerosa de Manhattan, también era un tío raro y un poco viejo verde; desde que lo había conocido recelaba de todo lo que le rodeaba. Mi padre me contó que Elias siempre había buscado un puesto dentro del Consejo y que, debido a la negativa de concedérselo, se había vuelto un poco... inestable. O quizá fuera la edad, no lo sabía con certeza.
Gruñón y con los caprichos típicos de un crío de cinco años, Elias sabía cómo salirse con la suya... casi siempre. Se había intentado acercar a los licántropos que formaban parte del Consejo para congraciarse con ellos y acercarse un poquito más al poder. Incluso corrían rumores que los atentados cuyos objetivos eran esas mismas personas a las que les lamía el culo eran obra suya.
Quizá había decidido convertirme en su nuevo objetivo tras no conseguir que estrecháramos lazos.
-No creo que Elias fuera tan... ruidoso –repuse aunque, en el fondo, Elias era el candidato perfecto para ocupar el puesto de «Licántropo Traidor del Año»-. Además, no hay nadie de los hombres de Elias en Willard.
-Elias es un hombre de muchos medios, Gaz –hizo notar Kasper, dando de nuevo en el clavo-. ¿Quién dice que no sobornó a alguno de esos pobres guardias para que sacaran de allí a tu hermana?
Me mordí el labio. Lo que había dicho Kasper tenía sentido, demasiado sentido para mi gusto; Elias podía haber hecho uso de su enorme patrimonio para conseguir sacar a Rebecca de Willard... Lo que nos daba un pequeño margen para poder actuar y conseguir algo que lo relacionara directamente con la fuga de Rebecca.
-Hablaré con el Consejo para que nos permitan interrogar a todos los licántropos que estaban de guardia el día en que Rebecca se fuga –le propuse a Kasper.
-Lo haré yo mismo, Gaz –se ofreció él-. Tú solamente encárgate de venir aquí cagando hostias.
Nos despedimos y salí de la habitación a toda prisa, casi arrollando a Mina en el camino; de nuevo iba sin nada entre los brazos y su rostro seguía siendo una máscara inexpresiva.
Se sobresaltó de verme aparecer como un huracán en el pasillo y me estudió atentamente, casi esperando encontrar en mi cara la respuesta que ella necesitaba escuchar en aquellos momentos.
Desvié la mirada automáticamente.
-Tengo que irme –me excusé e intenté esquivarla.
Su mano me aferró por la chaqueta, deteniéndome en el camino.
-Chase lo sabe –fue lo único que dijo, pero fue más que suficiente.
Me giré hacia ella como un resorte.
-Se lo has contado todo –le acusé y Mina me miró con dureza-. Este asunto es mío, Mina. Rebecca es mi hermana y todo lo que ha sucedido es problema mío. No tenías por qué decírselo.
-Te recuerdo que fue ella quien maquinó todo el accidente que tuvimos y quien esclavizó a mi marido –la forma de subrayar esas dos palabras me sentaron como una patada en el estómago-. Creo que tiene derecho a saber lo que está sucediendo.
Aparté la mano de mi chaqueta y me froté la zona de la tela que aún mantenía el calor del contacto de Mina; no aprobaba, en absoluto, la decisión que había tomado en irle a contar todo a su marido. Chase no tenía una manada fija aquí en Manhattan y alternaba con algunos amigos licántropos que había conocido aquí y que le ayudaban a mantener el control sobre su parte de lobo; era posible que todo esto fuera resultado de la inquina, pero seguía afirmando que todo este asunto le venía demasiado grande al señor Consigo-Todo-Lo-Que-Quiero.
Incliné la cabeza y taladré a Mina con la mirada.
-Te recuerdo que Rebecca sigue siendo mi hermana y mi responsabilidad. A no ser que Chase resulte ser medio hermano mío y no tenga constancia de ello –añadí con malicia.
Mina frunció el ceño pero no se amilanó.
-El Consejo de cazadores de Manhattan... -trató de rebatirme.
Alcé ambas manos y solté una sonora carcajada.
-¡Por Dios, qué inocente puedes llegar a ser en ocasiones! –me burlé, sabiendo que estaba logrando entrar en su lista de «Personas a las que clavar un tenedor entre ceja y ceja de plata. Bien profundo»-. Los cazadores no pueden hacer nada: Rebecca no es una licántropa que esté trastornada, simplemente es una humana que ha perdido definitivamente el norte.
Mina bufó.
-Tiene sangre de licántropo –hizo notar, como si aquello fuera motivo suficiente como para poner a todo el Ejército para buscarla.
-No puede transformarse –le recordé y el móvil me vibró dentro del bolsillo: Kasper había conseguido reunirse con todos los Alfas de Manhattan-. No es tan peligrosa como pudiera serlo un licántropo.
En aquel momento Mina parecía estar a punto de saltarme encima para estrangularme con sus propias manos.
-¡Esa mujer está loca! –gritó-. Es un peligro tanto para licántropos como para cazadores.
El ambiente se estaba caldeando y ambos estábamos excitándonos demasiado, tratando de empujar al otro a nuestro propio terreno. Yo conocía mejor el funcionamiento del Consejo y sabía que, de no haber pruebas que indicaran que había algo más, los cazadores no iban a inmiscuirse en este tema; una humana con sangre de licántropo no era peligro suficiente para hacer que desenfundaran sus armas. En cambio, si hubiera metido algún licántropo de por medio, eso cambiaría lo suficiente las tornas.
Saqué el móvil desenfadadamente y consulté el sitio donde me esperaban; no podía seguir perdiendo ni un minuto más.
Clavé mi mirada más intimidante y observé, con cierto pesar, cómo Mina retrocedía lo suficiente como para dejarme vía libre.
-Ya hablaremos –dije a modo de despedida, esquivándola para proseguir mi camino hacia las escaleras.
Mina trató de seguirme, pero debido a su desafortunada elección de calzado, se retrasó lo suficiente como para darme ventaja.
-¡¡Harlow!! –escuché que chillaba a mis espaldas.
No pude evitar sonreír al recordar cómo le gustaba meterse conmigo al principio de habernos conocido y en cómo me gustaba que me llamara por mi apellido; sin embargo, tenía cosas más importantes en las que pensar.
Encontré a mi hermano en la cocina, coqueteando alegremente con la hermana de Mina y siendo testigo directo de cómo el espacio que los separaba se iba reduciendo drásticamente; carraspeé y ambos se sobresaltaron, como si los hubiera pillado haciendo alguna travesura.
Thomas me miró con interés.
-Tenemos que irnos –dije como toda explicación.
Mi hermano asintió con gravedad y se inclinó para susurrarle algo al oído de la chica, que esbozó una amplia sonrisa.
Una vez se despidieron, nos dirigimos a la salida de la casa para poder coger el coche y salir pitando hacia el punto de reunión; en esta ocasión le exigí a Thomas que me devolviera mis llaves y conecté el GPS para introducir la dirección que me había enviado Kasper. La voz mecánica de la mujer inundó el interior del coche, consiguiendo que me pusiera de los nervios; Thomas permanecía en silencio, pegado en su asiento, quizá temiendo que pudiera descargar toda la ira que había ido acumulando en su persona.
Arranqué con demasiada violencia y los neumáticos chirriaron contra el asfalto; empecé a despotricar contra cualquier vehículo que se interpusiera en mi camino mientras Thomas tragaba saliva. Conseguí conducir el coche hacia la autopista sin llevarme por delante a nada o nadie y decidí volver a llamar a Kasper para que me hiciera un rápido informe de la situación.
-Dime que estás llegando –me rogó mi segundo al mando cuando descolgó-. Aquí todo el mundo está que se sube por las paredes o pidiendo la cabeza de alguien en bandeja...
Pasé la mirada del velocímetro a uno de los carteles que indicaban a qué distancia quedaba Manhattan. Por suerte para mí, y para Kasper, en un par de minutos cruzaría el puente para poder adentrarme en las concurridas calles de Manhattan; lamentablemente, mi idea inicial de pasar primero por mi apartamento para dejar allí a Thomas no podría ser: no tenía tiempo.
-Estoy a quince minutos –le informé y escuché cómo resoplaba-. Voy todo lo rápido que puedo... unos veinte kilómetros por encima de la velocidad permitida y esquivando coches que no paran de saludarme con sus dedos corazones y acordándose de toda mi familia –fulminé con la mirada a un gilipollas que no paraba de pitarme e incriminarme y se calló ipso-facto.
En ocasiones como ésta adoraba ser licántropo. Un licántropo con muy malas pulgas.
-Michael Thorsen está intentando emborrachar a todos los miembros –se quejó Kasper y escuché la inconfundible voz del Alfa del distrito de Brooklyn. Maldito borracho-. Date prisa, por favor...
-¡¡Gaz, una kamikaze con un carrito a las doce en punto!! –graznó Thomas a mi lado, clavando las uñas en el tapizado del asiento.
Reduje la velocidad eficientemente mientras la imprudente niñera conseguía alcanzar la acera y decidí pitarle a modo de aviso, no hace falta añadir que la señorita me sacó el dedo corazón a modo de saludo; Thomas soltó todo el aire de golpe y se relajó visiblemente mientras la voz del GPS me informaba que quedaban unos pocos metros para poder alcanzar mi objetivo.
Kasper había logrado reunir a los cuatro restantes Alfas de las manadas de Nueva York (una por cada distrito) en un pub poco concurrido que nos servía siempre como punto de encuentro para situaciones límites como ésta.
Aparqué como bien pude y le lancé una mirada de aviso a Thomas. Estaba dispuesto a perder un par de mis preciosos minutos con tal de ponerle algunos puntos claros a mi hermano respecto a qué estaba haciendo allí.
-No quiero que abras la boca en ninguna ocasión –empecé y Thomas me interrumpió:
-¿Ni siquiera para avisarte que tengo que ir a mear?
Lo fulminé con la mirada, para nada divertido con su broma y continué:
-Te quiero mudo –recalqué la palabra, esperando que se le quedara grabada en la sesera-. Por si aún no lo has comprendido, allí dentro están los cuatro Alfas restantes de Nueva York y no quiero empezar ninguna guerra porque no sepas controlar tu lengua; esto es importante. Nos jugamos mucho.
-Seré como una estatua de piedra –me prometió Thomas.
Estaba seguro que, de la emoción, metería la pata en cualquier momento. Nos bajamos del coche a la vez y cruzamos la carretera en dirección a la mugrienta puerta del Brightening Star; detrás de la barra se encontraba el dueño, un tipo con aspecto de narcotraficante que nos dejaba usar su local para reuniones clandestinas como ésta por un buen pellizco.
Nos saludó con un seco gesto de cabeza mientras seguía secando vasos y yo agarré a mi hermano por el cuello de la chaqueta para guiarlo a las escaleras que conducían al piso inferior, donde ya nos debían estar esperando.
A Thomas se le escapó un silbido de admiración.
-Tío, este sitio parece sacado de una película de mafiosos –comentó, sin perderse ningún detalle-. ¿Aquí es donde cerráis tratos? ¿Alguna vez habéis pensado en dedicaros al tráfico de armas o... no sé, drogas?
Para ser un chico de veinte años, en ocasiones se comportaba como un crío de diez que no se quedaba callado.
Gruñí.
-Thomas, ¿qué me has prometido en el coche?
Mi hermano abrió la boca mucho y volvió a cerrarla, imitando a una cremallera y tirando la llave imaginaria a su espalda. Quise darme una palmada en la frente por haber tenido aquella brillante idea.
-Mucho mejor –asentí, aferrando el mugriento pomo con fuerza.
En el interior de la habitación era capaz de escuchar las respiraciones agitadas de una multitud considerable de licántropos que, a todas luces, parecían bastante cabreados por mi retraso.
Quizá habría resultado una buena idea al final la idea de Michael Thorsen de tener un par de rondas de chupitos para relajar los ánimos.
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