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Catorce.

Desvié la mirada cuando alguien puso una de sus manos sobre mi hombro. Habíamos logrado llevar a Arlene hasta el hospital más cercano en tiempo récord y el personal del centro se había encargado del resto; me habían sometido a multitud de preguntas, pero yo simplemente me había limitado a contar parte de la verdad: que Arlene me había llamado muy exaltada y yo había ido lo más rápido posible, encontrándomela en ese estado.

Y ahora estaba en una aséptica sala de espera, observando el reloj que estaba colgado en la pared más cercana, mirando el movimiento del segundero; en mi cabeza aún estaba fresca la imagen ensangrentada de Arlene. Le había pedido a Kasper que se encargara de limpiar todo el estropicio que aquellos lobos habían organizado en el callejón donde la habían pillado desprevenida, él me había prometido hacerse cargo de todo mientras que yo aguardaba algún tipo de noticia sobre el estado de Arlene.

Jia se dejó caer pesadamente a mi lado y me tendió una hedionda taza de cartón con algo que parecía café; no entendía qué estaba haciendo en el hospital, pero no tenía fuerzas suficientes para ponerme a discutir con ella.

Cogí la taza que aún sostenía Jia y olfateé discretamente el contenido. No pude evitar torcer el gesto.

-Siento mucho que no llegáramos a tiempo –se disculpó a media voz Jia.

Desvié la mirada hacia su cara. Tenía el gesto serio y fruncía los labios con fuerza, como si estuviera guardándose algo para ella misma.

-No es culpa tuya –dije-. Es mi culpa, Jia. Jamás debí permitir que Arlene se acercara tanto... a mí.

Jia frunció el ceño.

-Me resulta llamativo que esa chica sea la primera que sea atacada –comenzó, removiendo su café-. Has estado con muchas mujeres y ninguna de ellas ha sido víctima de un ataque en estas condiciones. No logro entender por qué.

Me mordí el interior de la mejilla, debatiéndome entre contarle mis sospechas o no.

-Creo que yo puedo explicártelo –repuse después de unos minutos en silencio-. Arlene está... -Jia me miró con mucha más atención, cohibiéndome y haciéndome dudar de nuevo-. Ella está esperando un bebé. Y ese bebé es mío.

Jia abrió los ojos desmesuradamente debido a la sorpresa de mi noticia.

-¿Qué...? –parpadeó varias veces, incapaz de formular la pregunta-. ¿Estás seguro de eso, Gary? –probó a decir.

Asentí.

-Por eso mismo vino a mi despacho –continué-. De lo contrario... bueno, Arlene nunca se habría visto mezclada en nada de esto.

Se me formó un nudo en la garganta al entender que había sido precisamente por eso por lo que Arlene había entrado dentro del radar de mis enemigos; sin embargo, lo que no tenía aún sentido para mí era saber cómo se habían enterado de aquella forma tan rápida.

Y cómo habían descubierto su identidad.

-¿Entiendes en qué situación te encuentras, Gary? –inquirió entonces Jia, con la voz tensa-. Si Arlene sobrevive, tendrás que responder a muchas preguntas; en estos momentos, esa chica debe ser tu máxima prioridad y su futuro, el de ella y el de vuestro hijo, está en tus manos. Ya no puede vivir más en la ignorancia: debes hablar con ella y explicárselo; además de informarle que tendrá que abandonarlo todo: está en peligro. Se ha convertido en un objetivo de ellos.

Miré a Jia fijamente, tratando de procesar todo lo que me había dicho; en el fondo, sabía que tenía razón. Desde el mismo momento en que había sido rodeada por un grupo de licántropos había pasado a formar parte de este mundo sobrenatural; no tenía sentido tratar de engañarla: debía ser consciente del peligro que corría estando allí fuera y tenía que tomar la decisión de quedarse junto a mí hasta que pasara todo esto.

-Hablaré con ella –decidí-. Después.

Jia asintió con severidad, conforme con mi decisión.

-¿Tienes alguna idea de quién ha podido estar detrás de todo esto? –siguió preguntándome Jia.

Me quedé unos instantes pensativo, repasando cada minuto de la mañana; Jia seguía a mi lado, aguardando pacientemente a que le diera una respuesta. Y ésta vino de repente, como surgida de la nada.

Apreté las mandíbulas con tanta fuerza que temí que me rompiera los dientes; Jia percibió mi cambio de humor y se me quedó mirando, incapaz de entender qué era lo que me había hecho ponerme tan nervioso.

-Natasha –fue lo único que dije, con rabia.

Jia entrecerró los ojos, tratando de comprender.

-¿La Viuda Negra? –preguntó y rió al ver mi cara de desconcierto-. Oh, sí. Tu segunda visita: esa mujer espeluznante vestida de Dior. Pero ¿cómo...?

-Ella vio la carpeta encima de mi escritorio –le expliqué-. Traté de engañarla diciéndole que pertenecía a una empleada, pero no debió creerme.

Conforme iba hablando, las piezas encajaban en su sitio. No había ninguna duda sobre quién había sido la persona que había puesto en el punto de mira de todos mis enemigos a Arlene; pero aún no entendía por qué.

Me puse en pie de un salto.

-Voy a matarla en cuanto la vea –gruñí.

La mano de Jia se aferró a mi muñeca antes siquiera que hubiera decidido salir de allí. La miré con rabia.

-¿Qué te crees que estás haciendo? –le espeté.

-Salvarte de que cometas una locura –respondió en el mismo tono-. Ahora que sospechamos quién ha sido, sería una completa estupidez irte de cabeza contra ella; no sabemos por qué lo ha hecho y necesitamos que crea que no sabemos nada. Tenemos que hacerle creer que sigue estando un paso por delante de nosotros.

Nos miramos unos segundos más, yo debatiéndome entre hacerle caso de nuevo o deshacerme de Jia para ir a por Natasha y pedirle explicaciones; Jia me dio un fuerte apretón, pidiéndome con la mirada que esperara.

Que esperara al menos un poco más.

Además, no quería apartarme del lado de Arlene mientras no supiera con exactitud cuál era su estado.

Un hombre vestido con una bata blanca se nos acercó apresuradamente hacia donde nos encontrábamos; tanto Jia como yo nos pusimos en pie a la par, expectantes por conocer lo que tenía que decirnos.

El doctor Lavrentiev, según pude leer en la chapa identificativa que llevaba prendida en la bata, nos miró con seriedad. Pero, antes de ponerse a hablar, me tendió la mano con un gesto serio y bastante profesional.

-Señor Harlow, permítame que me presente –empezó, comedido-. Soy el doctor Hilarion Lavrentiev, la señorita Crain estará bajo mi supervisión hasta que se recupere por completo.

-¿Cómo está ella? –le pregunté, impidiéndole continuar-. ¿Y el bebé?

El rostro del doctor Lavrentiev se puso más serio aún ante la última mención.

-La señorita Crain ha tenido mucha suerte, señor Harlow –me confesó con total sinceridad-. Las heridas causadas por el ataque le han causado una gran pérdida de sangre de la que hemos podido reponerle para mantenerla estable dentro de la gravedad; también hemos temido por el embarazo de la señorita Crain... -me lanzó una mirada-. ¿Es usted el padre?

Asentí enérgicamente, ansioso por conocer el estado del bebé. Aún se me hacía raro pensar en él como «mi hijo».

-Lamento no poder darle buenas noticias, señor Harlow –dijo entonces el doctor-. Pero tememos que la señorita Crain aborte, ya que es normal en embarazos de pocas semanas y más aún en embarazos de alto riesgo –añadió intencionadamente-. Sin embargo, puedo decirle que estamos haciendo lo posible por mantener estable tanto a la madre como a su hijo.

-¿Puedo verla, doctor? –pregunté.

-La señorita Crain no está consciente –me desveló el hombre-. Pero entiendo su necesidad de estar cerca de ella en estos momentos: pase, por favor –me pidió, haciéndose a un lado.

Me dirigí hacia la habitación que le habían dado a Arlene y escuché los pasos a mi espalda de Jia, que parecía reacia a dejarme un solo segundo sin su presencia; me quedé parado en la puerta, incapaz de mover un pie para entrar.

La habitación era enorme, con una cama en mitad de la sala rodeada de aparatos que se encargaban de monitorizar al cuerpo de Arlene; noté que se me revolvía el estómago cuando vi la cantidad de cicatrices que cubrían su cuerpo y vendajes que trataban de esconder muchas otras.

Me aferré con fuerza al picaporte, tratando de mantener la calma.

A mi lado Jia suspiró con pesar.

-Podría estar muerta, que es mucho peor –hizo notar, sin acritud, sino como una simple observación.

-Eso es lo que sucede cuando alguien se acerca demasiado a mí –suspiré, dejándome caer pesadamente en la silla que estaba al lado de la cama-. Soy tóxico, no causo más que dolor. ¿Crees que podré soportar mirarla sin que me sienta culpable? ¿Y ella? Arlene me odiará.

Jia bufó.

-Le has salvado la vida –me contradijo-. Además, la veo incapaz de apartarte de tu hijo. Es demasiado cruel.

La miré con sorpresa, incapaz de poder creerme que hubiera adivinado por dónde iban mis pensamientos. Creía firmemente que, en cuanto Arlene recuperara la consciencia y estuviera fuera de peligro, desaparecería del mapa, llevándose consigo a mi hijo, alejándome de él.

Como hizo mi madre en su momento.

-Arlene no es como tu madre, Gary –dijo Jia.

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