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▬▬▬ O23 ; ¿CREES EN EL DESTINO, TEN?

Johnny llevaba un par de días sin dormir lo suficiente, y creyó que la falta de sueño había comenzado a causar estragos en su audición.

— ¿Cómo..., cómo dice?

—Eres Johnny, ¿verdad?

Él asintió.

—Esta mañana creí que tendría que llevar a Ten al hospital; estaba ardiendo, y parecía delirar. Pero, cuando volví a su habitación para comprobar su temperatura, lo escuché. Se estaba retorciendo, y murmuraba tu nombre, entonces, reconocí los síntomas. Mi hijo está en su calor. Esperaba que este día nunca llegara.

La mujer suspiró cansada y Johnny la miró perplejo.

— ¿Cómo sabe..., cómo sabe usted...?

Apenas podía formular una frase completa. Aquella humana sabía que él era un licántropo, y no parecía demasiado impresionada. Ella sabía lo suficiente de su especie como para conocer el calor y, más importante aún, había dicho que Ten lo estaba pasando.

—Supuse que la parte mestiza de mi hijo no habría despertado sola, necesitaba la influencia de un licántropo. Cuando lo escuché murmurar tu nombre en sueños lo tuve claro.

—Pero eso es imposible, Ten es un humano.

—Él puede, pero su padre no lo era. Supongo que era mucho pedir que Ten solo heredara su mal humor por las mañanas.

Johnny no podía reaccionar. Ten, su alma gemela, su amor predestinado, estaba más cerca de lo que pensaba. Aquel descubrimiento alteró a su lobo, que solo podía pensar en su pareja a unos metros de distancia pasando el calor. Su celo se acercaba.

— ¿Cree que él presentará como lobo?

—Lo dudo, no puede transformarse y, hasta ahora, nunca había dado signos de licantropía.

Johnny asintió. Quizá eso significara que podría marcarle y convertirlo en su pareja de verdad. Su lobo saltaba feliz en su interior.

—Señora Lee...

Johnny no sabía muy bien cómo decir aquello, pero sentía que primero debía hablar con la mujer.

—No sé cuánto sabrá sobre mi..., especie. Nosotros nos emparejamos una vez en la vida, cuando encontramos a nuestro compañero nosotros...

Johnny no encontraba las palabras correctas y la mujer se rió ante su nerviosismo. Llevó una mano al cuello de su gastada bata y lo retiró, mostrando la unión de su cuello y hombro derecho. Ahí, difuminado por el paso del tiempo y la falta de renovaciones, se apreciaba a duras penas el rastro de una mordedura.

—Créeme que lo sé.

Johnny miró asombrado a la mujer, sin saber qué decir. Había llevado a cabo la unión con un lobo siendo humana. Quería saltar de felicidad, aquello significaba que podría marcar a Ten.

—Si tiene la marca... ¿Dónde está su marido?

Las parejas unidas no soportaban estar demasiado tiempo separadas, y aquella marca era demasiado tenue.

—Murió, hace mucho. Su manada no aceptó que marcara a una humana y le aplicaron la ley de los lobos, lo trataron como a un traidor y lo condenaron a muerte. Yo acababa de quedarme embarazada de Ten y tuve suerte de poder escapar.

El rostro de Johnny se ensombreció ¿Cómo reaccionaría su manada cuando se enterasen de que la pareja del alfa era un mestizo?

—Lo siento.

No sabía qué más podría decir.

—Si tuviera que elegir, me gustaría que mi pequeño fuera un humano más toda su vida. Su padre intentó abandonar la manada antes de morir, pero no se lo permitieron.

—Yo nunca permitiría que algo malo le pasara a Ten, no solo es mi compañero, es mi pareja destinada. El destino unió nuestras almas, y tanto mi lobo como yo estamos perdidamente enamorados de él.

Y Johnny habló con tanta determinación que la señora Lee no pudo hacer más que suspirar y sonreír suavemente.

—Esperaba encarar al lobo que había despertado el lado animal de mi hijo y reclamarle por ello, pero supongo que eso no cambiaría nada. Dejo a Ten en buenas manos.

—Muchas gracias. — Dijo Johnny sintiendo como parte del peso sobre sus hombros era liberado.

Corrió hacia el interior de la casa, donde le esperaban Ten y su calor. La señora Lee miró al chico que entraba desesperado a su hogar. Siempre tuvo el miedo de que la parte animal de Ten despertara, por eso se mudaron de su antigua ciudad, aunque no tuvo en cuenta la presencia de una manada en aquel pueblo, y mucho menos, que el alma gemela de Ten se encontraría en ella. Ella lo sabía todo sobre los compañeros, sabía que los lobos marcaban a sus parejas de por vida y que algunos podían elegir. También sabía que habían lobos que estaban destinados a una persona desde su nacimiento, que las estrellas dictaban su destino y enlazaban su alma a la de su pareja. No en vano, ella fue el alma gemela de un poderoso alfa en su juventud. Suspiró, si pudiera volver atrás en el tiempo, no cambiaría nada. Gracias a su unión, había pasado años maravillosos junto al amor de su vida y el fruto de esa relación fue el mejor regalo que podría haber podido pedir. Tendría que hablar con Ten, aunque, en esos momentos, la joven pareja necesitaba privacidad.

Johnny corrió escaleras arriba, un agudo grito lo apremió. Ten sufría, podía notar su dolor en su propia carne, y el olor a excitación le revolvía las entrañas. Su lobo tenía un solo objetivo y no se marcharía de ahí hasta realizarlo.

Ten se retorcía sobre sus sábanas empapadas en sudor, nunca había sentido un dolor semejante. Sentía como si estuviera ardiendo desde lo más profundo de su ser, consumiéndose lenta y agónicamente. ¿Moriría? Él sentía que podría hacerlo.

—Johnny...

Llevaba horas pronunciando ese nombre, salía automáticamente de sus labios resecos sin siquiera procesarlo, como si su subconsciente hubiera tomado el control, clamando lo único que necesitaba para volver a la normalidad.

Y, como si los dioses hubieran escuchado sus plegarias, la puerta de su cuarto se abrió, golpeando con fuerza la pared, y un agitado hombre de cabellos plateados y mirada sobrenatural apareció en el umbral de su puerta. Ten gimió, sintiendo como un poderoso aroma lo envolvía, relajando poco a poco el dolor en su abdomen.

Johnny se obligó a respirar por la boca, necesitaba hablar con Ten antes de actuar, pero si aquel dulce aroma intensificado por el celo seguía penetrando en él, acabaría perdiendo el control. Su lobo gruñó, sus caninos aumentaron. Quería..., necesitaba hundir los dientes en el apetecible cuello del chico.

—Ten.

Su voz no sonaba humana, estaba seguro de ello, pero no podía hacer nada. La bestia estaba tomando el control.

Lentamente, se acercó a la cama donde el chico más bello del mundo le observaba con el pelo revuelto, las mejillas sonrojadas y los ojos aguados. Ten parecía una ofrenda a su lobo interior. Con los músculos tensos, se sentó junto al jadeante chico y acarició su frente con delicadeza. Gimió, Ten gimió. Joder.

—Tenemos que hablar.

El ceño del "omega" se frunció. ¿Hablar? Ni siquiera recordaba cómo se hacía eso, la mano de Johnny rozando su piel había mandado al traste todo su control sobre sí mismo. Ten se arrodilló en el colchón y se acercó a Johnny , rodeando su cuello con los brazos. Hundió la nariz en el pálido cuello y aspiró, sintiendo como todo su cuerpo se relajaba.

Un gruñido vibró en el pecho de Johnny.

—Pequeño, detente, tenemos que hablar. — Intentó que su voz sonara firme, pero fue un intento fallido.

Ten apartó la cabeza y miró a Johnny con el ceño fruncido y un adorable puchero en los labios, ladeando la cabeza con confusión.

Joder, joder, joder.

—Johnny, te necesito... — Susurró.

Él no quería hablar. En esos momentos, habían cientos de cosas mejores para hacer con su boca antes que hablar.

Lentamente se subió sobre las piernas de Johnny, quedando a horcajadas sobre su regazo, sintiendo contra su culo la furiosa erección del lobo.

—Tú también me necesitas...

Volvió a acercar su rostro al tenso cuello de Johnny y deslizó sus labios sobre la superficie, probando tentativamente con su lengua. Movió la cadera, creando una deliciosa fricción que los hizo delirar.

— ¡Ten! — Rugió Johnny, apretando fuertemente la cintura del contrario. En sus ojos no quedaba ni pizca de humanidad.

El menor se separó, mirando al alfa con intensidad. Sus mejillas sonrojadas y sus labios entreabiertos. Volvió a mover la cadera.

— ¡Mierda, Ten! Tienes que escucharme.

Aquella voz, aquella voz se coló hasta el tuétano en el cuerpo de Ten. No podía discutirla, no podía cuestionarla. Era la voz del alfa. Ten gimió lastimosamente y ladeó la cabeza, exponiendo el cuello en un acto-reflejo de sumisión.

Johnny alzó la mano y acarició suavemente la mejilla de Ten.

—Lo siento, pero de verdad necesito que me escuches. — Dijo con dulzura.

Ten asintió, sintiéndose más relajado.

—He hablado con tu madre. Me ha dicho que estás entrando en tu calor.

Ten frunció el ceño confundido.

— ¿Calor? ¿Qué es eso?

—El calor es..., algo que nos pasa a los licántropos una vez al año. Es la manera que tiene la naturaleza de procurar que no nos extinguimos. Durante un par de semanas sentimos un irrefrenable deseo de reproducirnos y la necesidad constante de estar junto a nuestra pareja.

—Pero..., pero yo soy humano.

—No tanto como crees. Aunque es trabajo de tu madre hablarte sobre eso. Lo que quiero explicarte es..., que todos los lobos tenemos un compañero.

— ¿Y qué significa eso?

—Los lobos vivimos en manadas, somos criaturas leales que necesitan la compañía de sus semejantes para sobrevivir. Si no es así, nos convertimos en criaturas oscuras, seres carroñeros y despiadados, que vagan sin rumbo por los bosques hasta que su forma animal les consume. Los lazos amororsos creados entre licántropos son diferentes a los que pueden sentir un humano, nosotros no sentimos..., amor. Sentimos conexiones tan fuertes que nos unen de por vida. Algunos pueden elegir con quién se enlazan..., pero otros no tenemos elección.

— ¿Tenemos? ¿Tú eres uno de ellos?

Johnny miró fijamente los curiosos ojos de Ten y asintió.

— ¿Crees en el destino, Ten?

El joven lo pensó por un momento.

—No demasiado.

Johnny sonrió irónicamente.

—Pues el destino existe, y la vida de los lobos gira en torno a él. Nosotros creemos en las parejas predestinadas, lobos que están destinados a conocerse y pasar el resto de su vida juntos. No todos tienen la suerte de tener una pareja predestinada, pero, los que sí la tenemos, vivimos por y para esa persona.

Ten se quedó sin aliento.

— ¿Estás diciéndome que tú tienes a alguien así?

Johnny asintió.

Algo en el interior de Ten se rompió, ¿Para eso estaba Johnny ahí? ¿Para decirle que iba a marcharse junto al amor de su vida, un lobo perfecto para él con el que pudiera tener cachorros? Sus ojos escocían mientras intentaba retener las lágrimas. Intentó bajarse de las piernas del lobo, pero el agarre en su cintura se lo impidió. Johnny lo miraba con confusión.

— ¿Qué pasa?

—Yo..., lo siento. No quería..., no quería entrometerme entre tú y tu pareja, solo...

Johnny rió, ¿De verdad Ten podía ser tan inocente?

—Ten.

Lo llamó, acunando su afligido rostro entre sus manos.

—Tú eres mi pareja predestinada.

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