CAPÍTULO UNO:
la Reina de los Alfas.

      Rayna Evans no se detuvo por nada, no lo haría. No le importó las millones de veces que Derek Hale le advirtió que se mantuviera alejada de Beacon Hills y que no contactara con ellos desde que él decidió marcharse de la ciudad —con el objetivo de descubrir qué era él realmente y cuáles eran sus poderes—. Mucho menos le importó cuando Peter ignoró todas sus llamadas y, como respuesta, sólo le envió un mensaje de texto.

      Aléjate.

      Le dolía, no mentiría. Pero al mismo tiempo sabía que sólo querían protegerla —al menos eso era lo que se repitió a sí misma los últimos kilómetros que llevaba corriendo con el único objetivo de llegar a la infame ciudad—. Beacon Hills.

      La diosa se enteró de lo que había sucedido allí —cómo los Jinetes Fantasmas, la Cacería Salvaje, aterrorizaron al pueblo—. Aunque de alguna forma, la manada de Scott McCall había logrado vencerla.

      A pesar que Rayna reconocía que debía de ser una manada demasiado fuerte para sobrevivir a los Jinetes, también sabía que algo peor se avecinaba en contra de la ciudad.

      Algo mucho peor. Ella podía sentirlo, podía predecirlo. Los cortos cabellos de su nuca se erizaban cada vez que el nombre de la ciudad cruzaba su mente y un nudo se formaba en su garganta ante el recordatorio que Peter seguía residiendo allí.

      Y por esas mismas razones es porque ella no pararía hasta cumplir con su objetivo. Ella llegaría a la ciudad y advertiría a Peter sobre lo que se avecinaba —al igual que al famoso alfa verdadero, Scott McCall—.