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𝟬𝟭𝟰 the last breath held

CAPÍTULO CATORCE:
el último aliento.




      No creas nada de lo que escuches; eso era lo que Rayna Evans se repetía a sí misma. Una y otra vez. No podía dejar que sus debilidades la engañaran, que el Anuk-ite lograra vencerla.

      Y sin importar lo que sucediera, ella no debía abrir los ojos.

      Las arrugas alrededor de sus oscuros ojos chocolate aparecían con fuerza mientras ella apretaba sus parpados. No iba a permitirse abrir los ojos ni un poco mientras que el Anuk-ite se encontrara allí.

      El sonido de una aguja caer quebró el silencio, antes que los gritos emanaran de todas las direcciones posibles. Desgarradores gritos que helaban la sangre provenientes de todas las personas que le importaban.

      Rayna cubrió sus oídos y sus rodillas temblaron, cayendo al suelo mientras cubría su cabeza y apretaba los ojos —. No es cierto, no es verdad. Nada de esto lo es—, murmuraba en lo bajo, recordándose a sí misma que no podía abrir los ojos.

      ─ ¡Ayuda, por favor!—, los gritos de Peter se escuchaban detrás de ella —. ¿Rayna? ¿Dónde estás, Rayna? ¡Ayúdame, por favor!

      Ella negó, golpeando su cabeza mientras se negaba a hacerle caso.

      ─ ¡Rayna, por favor, ayúdame!—, gritó Derek esta vez —. Te necesito, Rayna, ¡te necesito!

      ─ ¿Por qué no quieres ayudarme, Rayna?—, Scott se sumó, sonando como un quejido antes de soltar un atemorizante grito —. ¡Dijiste que no me dejarías, Ray!

      ─ ¿Dónde están?—, balbuceó Rayna, levantándose aunque seguía manteniendo los ojos cerrados —. ¿Dónde están?—, gritó.

      Los gritos de Peter y Derek volvieron a resonar, pero ella fue incapaz de reconocer de qué dirección provenían. Sentía los gritos de Derek tanto desde la derecha como de la izquierda, mientras que los de Peter parecían provenir de arriba, pero luego acallaban y aparecían en una nueva ubicación.

      ─ ¿Rayna?—, la voz de Scott retumbó detrás de ella y la mencionada se giró, aún con sus ojos cerrados —. ¡Te encontré! Creí que esa cosa te tenía.

      ─ ¿Scott?—, balbuceó —. ¿Cómo sé que realmente eres tú?

      ─Soy yo, Ray—, su tono cariñoso calmó a la chica, pero seguía con sus ojos cerrados —. Toca mi rostro, soy yo.

      La chica vaciló un momento antes de alzar una mano y el chico soltó una pequeña risa, tomando su mano entre las de él y llevándola a su rostro. Rayna dio un respingo al sentir un líquido pegajoso y caliente —. ¿Estás herido?

      ─Sí, temo que de gravedad—, asintió el chico y, cuando Rayna sintió que Scott perdió el equilibrio, ella abrió los ojos para atraparlo.

      Pero en lugar de encontrarse con un Scott a medio caer, se encontró con los brillantes ojos del Anuk-ite. Ella alcanzó a abrir la boca antes de que su cuerpo quedara petrificado.



      Una profunda bocanada de aire fue lo primero que hizo Rayna Evans cuando su cuerpo volvió a cobrar vida y fue capaz de moverse con libertad. Una parte de ella se sorprendió que haya vuelto a vivir antes de girarse y encontrarse con un hombre que le apuntaba, al cual fácilmente dejó inconsciente al sacarle el arma de un golpe y darle otro en la cabeza con la parte trasera.

      Ella se volvió a girar para encontrarse con Derek, quién había acabado con dos hombres en cuestión de segundos y ella le envió una suave sonrisa —. Supongo que ninguno se ganó el helado.

      ─ ¿Qué te parece si yo te pago uno y tú me pagas uno a mí?—, sugirió el hombre y Rayna rió.

      ─Creo que ya te estoy contagiando, Hale—, advirtió la chica antes de agregar —. Todos te amarán en un par de días.

      El aullido de Peter Hale resonó a través del pasillo y Rayna no pudo evitar sonreír. Ahora sí que estaba confiada en que todo había salido bien.

      La morena tomó a Derek por la muñeca antes de comenzar a correr, ambos en búsqueda del resto de su equipo.



      Todo rastro de calma se evaporó en el cuerpo de Rayna cuando vio a Scott a los pies de las escaleras. Sus ojos estaban completamente dañados y la sangre seca en sus mejillas demostraba que lo había hecho para vencer al Anuk-ite.

      ─ ¡Scott!—, exclamó la morena en cuanto atravesó las puertas, corriendo y agachándose a su lado mientras Stiles y Lydia lo miraban. Malia atravesó las puertas segundos después, mirando sorprendida el escenario —. ¿Qué hiciste?

      ─Tuve que hacerlo, lo siento—, se disculpó el chico.

      ─No te disculpes—, negó Rayna, abrazándolo mientras unas pocas y saladas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Scott alzó su mano, secándolas con su pulgar y ella colocó su mano sobre la de él —. No tienes por qué disculparte, Scott.

      ─Scott, tienes que curarte. Si tus ojos siguen así por más tiempo, el daño será permanente—, advirtió Derek.

      ─Vamos, Scott. Concéntrate—, pidió Stiles.

      ─Lo intento, pero no funciona. No me puedo concentrar—, negó Scott.

      ─Scott, escúchame—, habló Rayna, sonando increíblemente calmada a pesar que estaba enloqueciendo. Tomó el rostro del chico entre sus manos con cariño, acariciando sus pómulos mientras hablaba —. Tú puedes hacerlo. Eres Scott McCall, ¡no hay nada que no puedas hacer!

      ─No, no puedo. No puedo, Rayna, no puedo—, repitió el alfa, el dolor palpable en su voz.

      ─Puedes hacerlo, Scott. ¡Yo sé que puedes!—, insistió Rayna, su tranquilidad quebrándose mientras sus ojos volvían a estar repletos de lágrimas.

      ─Rayna—, le llamó Lydia y ella le miró —. Bésalo.

      ─ ¿Qué?

      ─Bésalo.

      Rayna, sabiendo que no perdía nada con intentarlo, siguió el consejo de la banshee.

      Rayna Evans besó a Scott McCall. Sus labios encajaron como las últimas piezas de un rompecabezas y, cuando ella se separó momentáneamente para buscar su mirada, se alegró de encontrarse con el rojo momentáneamente antes de poder ver aquella mirada de cachorro una vez más.

      La chica soltó la última respiración que contenía en su cuerpo, sin poder dejar de mirarlo —. Y creer que casi pierdo tu mirada de cachorro—, murmuró contra sus labios antes de volver a besarlo.


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