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9. El inicio de una agonía

¿Dónde estoy?... Siento que un cálido viento roza mi rostro y mis cabellos... ¿Este es mi cabello? ¿En qué momento cambió su color? Mi tonalidad es castaña y este que el viento mueve es tan rubio como el sol. ¿Cielo? Estoy volando en el cielo ¿Acaso estaré muerta? Siento que mis manos se sostienen de un manto muy suave... bajo la mirada y observo unas plumas color carmesí...

Noto que una felicidad inunda todo mi ser. Nunca me había sentido tan libre como ahora... Y de repente, alguien me rodea con sus brazos por la espalda... ¿Quién me está abrazando?

¿Quién es este joven? No puedo distinguir su rostro, pero me siento bien junto a él.

A pesar de que no lo veo del todo, puedo ver sus hermosos ojos azules. No puedo evitar perderme en su intensa mirada y acurrucarme en sus fuertes brazos, mientras me estremezco cuando acaricia mi rostro con delicadeza. Veo que poco a poco se acerca más a mí, hasta que junta sus labios con los míos... Mi corazón late rápidamente ante aquel agradable contacto. No deseo que termine.

Una vez que se separa de mi boca, puedo distinguir su rostro... ¿Acaso será posible que se trate de él? Sus facciones son diferentes, pero su mirada es exactamente igual, sin embargo, sé que se trata de la misma persona.

***

Los rayos de sol empezaron a iluminar la cabaña ubicada en el centro del bosque de Farone y estos se asomaron a una habitación en especial.

Zelda empezó a abrir sus ojos mientras una ligera sonrisa se le dibujaba en el rostro. El sueño del que acababa de despertar provocó que en su corazón se produzca una sensación acogedora, y curiosamente sentía que no era la primera vez que volaba por los cielos encima de aquella majestuosa ave. Ese sentimiento de libertad era muy familiar.

La princesa pudo notar que se encontraba en su habitación cubierta por varias mantas y por una chaqueta con un aroma familiar, también se sintió rodeada con firmeza por unos brazos, y grande fue su sorpresa al ver que estos pertenecían a su esposo.

Link estaba profundamente dormido y abrazado a ella, sin comprender cómo llegaron a esa situación, sin embargo, el estar junto a él de esa forma provocó la misma sensación agradable que tuvo en su sueño; pero de repente, todo se fue opacando, pues a su mente vinieron recuerdos dolorosos... la discusión con su esposo y las ofensivas palabras que le dijo.

Los ojos de Zelda se llenaron de lágrimas al recordar aquella escena. Le dolía en el alma el saber que su Link tenía tan mal concepto de ella, el de una mujer indecente que no se daba a respetar, y solo por haber abrazado a un viejo amigo.

Lentamente, la dama se empezó a incorporar para zafarse de los brazos del príncipe, provocando así que este se despierte.

Link se levantó rápidamente al notar que su esposa se había despertado, y al ver que sus ojos estaban derramando lágrimas, sintió que su corazón se hacía mil pedazos.

- Zelda...

La princesa desvió su mirada apenada, pues no quería que Link la vea en ese estado, pero para su sorpresa el joven se acercó a ella para abrazarla con fuerza, mientras lloraba con dolor en su hombro.

- Perdóname.... – pidió entre sollozos.

La joven se quedó impactada ante aquel abrazo, pues jamás pensó que su esposo reaccionaría de esa forma con ella. Inexplicablemente, a pesar de su resentimiento, sintió deseos de corresponderle, así que también lo rodeó con sus brazos y recostó su cabeza en su hombro. No entendía esa necesidad de sentirlo cerca.

- Link...

- Perdóname, no quise lastimarte. Me arrepiento tanto el haberte tratado así, no lo merecías. Por mi culpa huiste de aquí y te enfermaste por el frío.

Zelda guardó silencio unos segundos al no saber qué decir ante las palabras de arrepentimiento del joven que la rodeaba con sus brazos.

- No es tu culpa, Link. La verdad es de mal gusto que una mujer casada abrace a otros hombres... no quiero que pienses que no tengo decencia. – dijo soltando otra lágrima.

El príncipe, al notar que su esposa lloraba, acarició su rostro con afecto secándole las lágrimas, luego le habló con delicadeza mirándola a los ojos.

- No tiene nada de malo que hayas abrazado a tu amigo, eso no te hace indecente. Eres la mujer más correcta y con valores que he conocido, y jamás me perdonaré el haberte ofendido diciéndote lo contrario.

- Pero, ¿por qué me trataste así? – preguntó, apenada.

Link se quedó callado ante tal pregunta. En el fondo conocía la razón por la que había actuado así, sin embargo, debido a la vergüenza, prefirió no confesarle absolutamente nada.

- No lo sé... no sé por qué actué de esa forma, pero eso es lo de menos, pues mi incertidumbre no disminuyen mis errores. Sé que nuestro matrimonio fue decidido por nuestras familias, pero estar contigo es muy agradable y no quiero que dejemos de hablarnos por lo que pasó. Por favor, perdóname. – suplicó, entristecido.

Zelda observó la triste mirada de su esposo y descubrió en ella verdadero arrepentimiento, así que acercó su mano a su mejilla y le sonrió tiernamente.

- Claro que te perdono. También perdóname a mí por haberme ido de esa forma al bosque... y por haberte abofeteado. – dijo mientras acariciaba la mejilla en la que lo había golpeado.

- Me lo merecía, soy el único que debe disculparse. – indicó, sonriente.

La pareja se abrazó con cariño luego de haberse pedido perdón. Era la primera vez que lo hacían y eso causó que sus cuerpos se estremezcan al estar tan cerca el uno del otro. Ambos siguieron en su agarre, hasta que Link sintió que su esposa se desvanecía en sus brazos.

- Zelda, ¿qué tienes? – preguntó, alarmado.

Link notó que las mejillas de su esposa estaban muy rojas, y al tocar su frente sintió que estaba ardiendo.

- Tienes fiebre... – dijo preocupado, mientras la recostaba en la cama.

- No es nada, es producto del frío que recibí ayer. Desde pequeña me pasa lo mismo, incluso había veces que salía en las noches frías a dar un paseo sin estar abrigada, y al regresar al castillo me enfermaba.

- Lo lamento, es mi culpa. – dijo sumamente apenado.

- No es cierto, la culpa es mía por haber sido impulsiva. – dijo, riéndose.

- Espérame aquí, iré al pueblo a comprarte alguna poción que te quite la fiebre.

Link se levantó de la cama y se dirigió al pueblo para comprar la medicina que su esposa necesitaba. Le preocupaba dejarla sola, pero ordenó a una de las sirvientas que cuidaban el lugar que esté atenta a ella.

...

La dama se había quedado dormida producto de la fiebre, pero poco a poco se fue despertando al sentir un agradable aroma junto a ella, y cuando abrió los ojos por completo se sorprendió al ver un ramo de rosas rojas.

- Qué hermosas. – susurró, contenta.

- Me alegro de que te gusten.

La princesa desvió la mirada de las rosas para encontrarse con su esposo, quien llevaba una bandeja de comida en las manos.

- Link, ¿estas rosas son para mí?

- Claro que sí, me parecieron tan hermosas que no pude evitar comprártelas. Son como agradecimiento por haberme perdonado y también para que te recuperes al verlas. – dijo, sonrojado.

- Gracias, están preciosas.

Zelda estaba totalmente roja con el detalle que tuvo su esposo, su corazón palpitaba rápidamente debido a la emoción. Toda su vida había sido honrada por medio de este tipo de presentes por muchas personas del reino, pero era la primera vez que un hombre le regalaba rosas. Su padre jamás permitió que se relacione con otros chicos ni tenga pretendientes, pues sabía que ella ya estaba reservada para alguien muy especial.

Por primera vez la princesa sintió que el aprecio que le tenía a Link se estaba convirtiendo en algo más profundo, una calidez interna que jamás había experimentado con un hombre y una sensación extraña recorriéndole el estómago.

- No agradezcas, lo hice con gusto. También traje algo para que comas y lo tomes junto con tu medicina. El médico me dijo que mañana estarás recuperada. Es una poción muy buena. – indicó, sonriendo.

El joven colocó la bandeja en la cama para que su esposa coma, y mientras ella se dedicó a aquello, decidió hacerle una secreta confesión.

- Yo también tengo un secreto...

- ¿Secreto? – preguntó, extrañada.

- Sí, era algo a lo que me dedicaba cuando vivía en Ordon. Yo ahí tenía otra identidad... era un "héroe enmascarado" – confesó, avergonzado.

- ¿Héroe enmascarado?

- Sí, desde los quince años me dediqué a defender a los más débiles de los delincuentes, pues a pesar de que en mi reino hay buenos soldados, había cosas que se les escapaba de las manos y yo me encargaba de resolverlo.

El príncipe metió su mano al bolsillo y de ahí sacó el antifaz que utilizaba en ese entonces.

- Este antifaz lo usaba para proteger mi identidad, pues por nada del mundo podía permitir que Ordon descubra que su príncipe era el héroe que los auxiliaba.

- Qué fascinante historia, me alegro de que tengas cosas interesantes que contar. – dijo, animada.

- Me alegra oír que te parece fascinante. Mi padre se ponía furioso cada vez que me escapaba del castillo a luchar contra los maleantes. Siempre me decía que como un príncipe debía comportarse a la altura y que no me exponga al peligro, sobre todo por la extraña marca de nacimiento de mi mano.

Link se sacó el guante de su mano derecha y empezó a observar la Trifuerza con mucha curiosidad.

- Zelda, ¿dime qué sabes sobre este extraño signo?

- Lo único que sé de ella, según la leyenda, es que antiguamente cumplía deseos a quien la obtenía. He tratado de buscar más información al respecto, pero en ninguna biblioteca de Hyrule hay datos profundos sobre ella, y cada vez que le pedía a mi padre algún libro que relatara sobre eso, evadía el tema al igual que mi madre, incluso cuando les preguntaba a mis maestros o a los sirvientes, no me explicaban nada. Desde niña, siempre quise saber por qué tengo este fragmento; créeme que grande fue mi sorpresa al ver que tú tenías uno igual.

- Para mí también fue una sorpresa, y espero algún día nos enteremos si hay una razón más allá de nuestra unión... por la que portemos este símbolo.

Luego de su conversación, la princesa se dispuso a tomar su medicina. La cara de ella no fue muy agradable al beberla, cosa que provocó que su esposo se ría.

- No seas malo, esto sabe horrible. – dijo, abrumada.

- Lo sé, pero es que no puedo evitar reírme al ver tu cara de asco.

Los jóvenes empezaron a reírse, se sentían muy cómodos el uno con el otro... pero una vez que guardaron silencio, se miraron intensamente por varios minutos.

El joven se sentó más cerca de su esposa sin dejar de mirarla. Ella estaba sonrojada y con los labios entre abiertos producto del ensimismamiento al ver los ojos de su esposo. Definitivamente, su penetrante mirada la impactaba.

Link se sentía fascinado viendo los labios de la mujer frente a él, verlos entreabiertos era como una invitación a conocer los secretos que estos escondían, provocando que su cuerpo se estremezca como nunca antes lo había hecho, y sin salir de su trance, no pudo evitar acariciar el rostro de su esposa.

- Tienes la piel muy suave, tan hermosa. – mencionó en susurros.

El príncipe rozó los labios de la joven delicadamente con sus dedos, provocando que esta suelte un pequeño gemido ahogado, y así termine por enloquecerlo.

El joven se acercó poco a poco al rostro de su esposa, causando que ella cierre los ojos por instinto. El corazón de la dama latía acelerado a la par que su cuerpo se estremecía... sin embargo, en ese momento sintió miedo, tuvo temor de lo que estaba sintiendo, así que lentamente giró el rostro para que sus labios no se encuentren con los de su esposo.

Link se quedó sorprendido por la reacción de la princesa, pensó que las cosas iban a ocurrir de distinta manera entre ellos.

- Zelda...

- Me siento mal, me gustaría dormir un poco. – dijo sin mirarlo a los ojos.

La mirada del joven reflejó una profunda decepción al escuchar sus palabras.

- Está bien, Zelda. Que descanses. – dijo, triste.

Link salió desanimado de la habitación, y una vez que cerró la puerta se arrimó a esta recordando lo que acabó de pasar. En ese momento, sin preverlo, sintió un doloroso sentimiento que le quemaba el pecho... el rechazo.

- No... esto no me puede estar pasando... – pensó entristecido.

Desde ese instante, asimiló que a su corazón había llegado un fuerte sentimiento. Desde hace varias semanas evadía esa sensación tan profunda que lo inundaba al ver a Zelda; era algo más allá de un deseo físico, era un deseo del alma.

Amor... Se sentía intensamente enamorado de su esposa.

Por más que no quiso aceptarlo, el corazón le ganó a la razón. No tenía miedo a enamorarse de ella, ese dulce sentimiento lo hacía sentir vivo y feliz; lo que lo aterraba era que él jamás sería correspondido. Eso lo tenía muy claro, pues por los labios de la misma Zelda se enteró de que ella no tenía deseos de amar a nadie, y eso lo incluía a él, con quien solo se había casado por órdenes divinos, mas no por compartir tal sentimiento.

...

Una vez que Zelda se recuperó de la fiebre, partieron de la región de Farone rumbo a otros rincones del reino. Recorrieron varios pueblos donde fueron recibidos de la forma más cordial por sus habitantes, pues todos conocían a los príncipes, ya sea por haberlos visto o por noticias esparcidas de los mismos.

Su última parada fue la región de Eldin, donde visitaron un pequeño pueblo llamado Kakariko. En ese lugar, varias personas también reconocieron a los príncipes y les rindieron honores a su llegada, y los invitaron a varios eventos típicos del lugar, donde les dieron a probar sus mejores comidas. La pareja se divertía mucho y pasaban juntos en todo momento.

Cada día que pasaba, el amor de Link hacia Zelda se hacía más fuerte. El joven no podía evitar tener algunas demostraciones de afecto con ella, como abrazarla mientras se embriagaba con el aroma de sus castaños cabellos, alguna caricia fugaz en el rostro para sentir su suave piel, entrelazar su mano con la de ella o regalarle algún presente que a la joven le haya gustado al pasar por los bazares del pueblo. A pesar de que la princesa respondía afectuosamente hacia él, al mismo tiempo prefería tomar la mayor distancia posible, pues ella, sin saberlo, quería evadir el extraño sentimiento que le transmitía su esposo. Esa actitud lastimaba el corazón del príncipe, pues no quería ni podía conformarse con simples galanteos... él deseaba obtener mucho más de ella.

...

El mes de la luna de miel llegó a su fin, y con ello el momento de que los príncipes regresaran Hyrule a empezar su vida marital. Una vez que los jóvenes llegaron al portón del castillo, fueron recibidos por los padres de Zelda. Los reyes no pudieron evitar sentirse emocionados al volver a ver a su hija, así que caminaron hacia ella y la abrazaron con cariño.

- ¡Te hemos extrañado tanto, mi dulce princesa! – exclamó el rey, emocionado.

- Sí, mi niña, es la primera vez que nos separamos tanto tiempo. – dijo la reina, conmovida.

- Yo también los extrañé mucho, pero este viaje resultó maravilloso y me siento muy feliz de haberlo hecho junto con Link.

Los reyes observaron a Link con admiración y el joven les hizo una reverencia, saludándolos.

- Buenos días, reyes, me alegra mucho verlos de nuevo.

- A nosotros también nos alegra verte, Link. Te agradezco que hayas llevado a mi hija a este viaje. No te voy a negar que al principio no me convencía de que viajen sin seguridad, pero al ver lo radiante que se ve, me di cuenta de que en tus manos está más que segura.

- No tiene nada que agradecer. Ahora que soy su esposo es mi deber cuidarla siempre.

La reina Celine se sentía sumamente emocionada al ver a la pareja bien relacionada. Al parecer las cosas no iban a ser tan complicadas como lo intuía.

- Me alegra tanto de ver lo bien que se llevan, veo que se han hecho muy buenos amigos; en un matrimonio, la amistad entre la pareja también es algo fundamental para ser felices.

A pesar de que las palabras de la reina eran buenas, Link no pudo evitar sentirse mal, pues él deseaba tener un trato con su esposa más allá de una simple amistad... una relación de marido y mujer.

- Link, como sabrás, ahora que eres el esposo de mi hija, tendrás nuevas responsabilidades en el reino. – indicó el rey con seriedad.

- Claro que lo sé, mi rey, en el momento que usted me indique empezaremos a trabajar. – respondió, decidido.

- ¡Tómalo con calma, muchacho! Por el momento tendrás libre esta semana, la necesitarás, pues Zelda y tú deben adaptarse a su nueva casa.

- ¿Nueva casa? – preguntó, extrañada.

- Así es, hija mía, en su ausencia, los duques de Ordon y nosotros enviamos a construir una hermosa mansión en la parte Oeste del palacio. Es una zona muy tranquila y nada ruidosa. Es cierto que su deber es vivir en el castillo, según la tradición, pero también son un matrimonio que necesita su privacidad. Esta casa es un regalo de bodas para ustedes, como sus padres lo único que deseamos es que se sientan a gusto en esta nueva etapa de sus vidas.

Los príncipes no pudieron evitar conmoverse ante tal gesto, se sentían felices de saber que sus padres habían construido una casa para ellos.

- Le agradezco tanto semejante detalle, reyes. Hoy mismo le escribiré a mis padres una carta de nuestra parte para agradecerles.

- Muchas gracias, papá y mamá. – agradeció, conmovida.

- No tienen nada que agradecer, chicos, todo lo hacemos porque los queremos. Ahora es mejor que vayan a su nueva casa y se habitúen a ella.

El rey le entregó a Link las llaves de la mansión y luego los direccionó a su nuevo hogar.

...

La mansión en la que vivirían los príncipes era grande y majestuosa. Externamente, se podía admirar un hermoso jardín decorado con arbustos florales, en la parte superior de la casa, varios ventanales con elegantes balcones y una gran terraza cubriendo todo el techo de la construcción; en su interior, había lámparas con finos diamantes colgando de ellas, pilares tallados por los artesanos más reconocidos del reino, el piso estaba cubierto por el mármol más majestuoso, las puertas con la madera de más alta calidad y muebles de la misma característica.

- ¡La mansión es perfecta y elegante! En nombre de mi esposa y mío les agradezco todo esto que han hecho por nosotros. – dijo Link, emocionado.

- ¡Me alegro de que estén felices! Desde ahora este será su nuevo hogar. Los aposentos de ustedes está ubicada en el piso de arriba, en la parte central, y en las alas este y oeste hay otras alcobas; cualquiera de esas están reservadas para sus futuros hijos.

Zelda sintió que la sangre se le helaba al escuchar a su padre, de ninguna manera se imaginaba teniendo hijos con su esposo. Link notó la incomodidad de ella, por lo que no pudo evitar sentirse igual o peor.

- Pero papá, es que...

Link apretó con suavidad la mano de su esposa, luego le respondió a su suegro lo más calmado posible.

- Gracias por todas sus indicaciones, las tendremos muy presentes.

- Espero que muy pronto nos regalen un nieto. Eso no solo nos llenaría de inmensa alegría a mi esposa y a mí, sino que eso permitiría relacionarnos mejor con los otros reinos, sobre todo con Ordon. Un heredero fortalecería enormemente las relaciones con tu tierra, Link, pues a pesar de que vivirás aquí, tu título real en Ordon sigue vigente.

Luego de la conversación, los reyes se retiraron, dejando a la pareja solos en su casa. Link soltó la mano de su esposa y se dirigió a hablar con ella.

- Creo que es mejor que tus padres no sepan que no hemos consumado nuestro matrimonio, eso solo los preocuparía. – indicó, serio.

- Pero... me preocupa que quieran que tengamos hijos. – dijo, apenada.

- Por ahora es mejor que no pienses en eso. Estamos recién casados, así que por lo pronto eso no será una presión para ti.

- Llegará el momento en que tendremos que tener un hijo. Eso es una ley para personas de nuestro rango, así que creo que es mejor que ya...

- ¡De ninguna manera! Ya te dije que no voy a presionarte a estar conmigo íntimamente. Quita de tu cabeza esa imagen de mujer sumisa que debe obedecer a su marido, creo que ya te he demostrado que yo no soy así. – dijo sonriéndole, mientras le acariciaba el rostro.

- Pero...

- Yo me encargaré de hablar con el consejo del reino cuando llegue el momento, inventaré algo para que no se atrevan a molestarte con ese tema. Deja todo en mis manos.

Zelda no pudo evitar sonrojarse y que su corazón se estremezca con las palabras de su esposo, así que inmediatamente lo abrazó.

- Gracias... mi mamá tenía razón, te has convertido en un buen amigo para mí.

El príncipe sintió una dolorosa punzada en el pecho con las palabras de su esposa, pues una cosa es que su suegra pensara de esa forma, pero otra muy distinta la mujer de la que estaba enamorado. Lentamente, se separó de ella y la miró a los ojos fingiendo una sonrisa.

- Iré a caminar un poco, regreso más tarde.

- ¿Te sientes bien? – preguntó, preocupada.

- Sí... no te preocupes. Recorre la casa sola hasta que yo vuelva.

Link se retiró del lugar, dejando a su esposa extrañada con su abrupto cambio de actitud.

...

El ocaso había cubierto el cielo mientras el príncipe se encontraba sentado en una enorme roca a las afueras del castillo. Extrañamente, esa tonalidad rosa y naranja se le hacía familiar, y no porque la haya visto todos los días, sino por otra razón que aún desconocía. Desde pequeño se sintió familiarizado con esa etapa del día.

El joven siguió ensimismado en sus pensamientos, hasta que estos fueron interrumpidos por la llegada de su amigo Cocu.

- Hola, Link, me alegra verte después de tanto tiempo. ¿Cuándo regresaron? – preguntó, contento.

- Hola, Cocu, regresamos hoy mismo. – respondió, desanimado.

- ¿Te pasa algo? Te noto preocupado.

- No es nada... no me pasa nada. – respondió, entristecido.

El príncipe se quedó callado unos minutos, hasta que decidió hacerle a su amigo una pregunta.

- Cocu, ¿quién se enamoró primero, tu esposa o tú?

- ¿Ah? Bueno... la verdad nos enamoramos al mismo tiempo. Fue un flechazo apenas nos vimos, como si nos hubiéramos conocido desde siempre.

- Ya veo... ¿Y será posible enamorar a una mujer que no cree en el amor? – preguntó, entrecortado.

- Link, ¿por qué me haces esas preguntas? No entiendo.

El marqués se quedó pensativo varios segundos, hasta que entendió por fin lo que le estaba pasando a su amigo.

- ¿La mujer de la que me hablas es Zelda?

- Sí, es ella.

- No puede ser... eso quiere decir que tú...

- Así es, me enamoré locamente de ella sin haberlo deseado... y sé perfectamente, que a partir de ahora, es el comienzo de mi agonía.

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