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40. Juramento inquebrantable

Impa se había levantado más temprano de lo normal debido a algunas dificultades para conciliar el sueño. Por alguna extraña razón tenía un mal presentimiento, y este tenía que ver con su protegida. Llegó hasta la habitación de ella y tocó la puerta para su encuentro.

- Buenos días, princesa. Despierte, por favor.

No hubo respuesta a su petición, cosa que le pareció sumamente extraña, pues la princesa siempre respondía a su llamado, por más cansada que estuviera. Impa volvió a repetir sus palabras y a tocar la puerta de manera más sonora para ser escuchada.

- ¡Princesa, ábrame, por favor!

Sintiendo que los nervios la invadían, abrió la puerta sin esperar autorización alguna. Se sorprendió al ver la cama tendida, pero se horrorizó más al ver el espejo de la cómoda roto en mil pedazos.

- ¿¡Qué sucedió aquí!? – se preguntó alarmada.

Buscó rastros de sangre en el suelo para comprobar que la princesa no se había lastimado. Luego entró al baño para ver si se encontraba ahí, dándose cuenta de que en ese sitio tampoco había rastro de ella.

Salió del baño sin saber qué hacer o cómo reaccionar, pero cuando su mirada se posó encima de la cómoda vio un pedazo de papel. Con las manos temblorosas la tomó y comenzó a leer cada una de las palabras que contenía...

.

Impa,

Antes que nada, pido disculpas por el desastre del espejo roto. Prometo enmendarlo en cuanto me sea posible.

Estoy segura de que mi ausencia ha causado una enorme impresión en ti, pero tuve un motivo muy importante que me impulsó a hacerlo, el cual deseo mantener en silencio por el momento.

Te prometo que no seré descubierta. He puesto en práctica una de las técnicas secretas de tu tribu para que mi esencia no sea detectada; sé que no durará mucho, pero ese tiempo es más que suficiente para poder resolver la situación en la que me encuentro.

Espero me entiendas y no te enojes conmigo debido a mi descarriada decisión, pero de verdad necesito ausentarme, pues eso me permitirá encontrar paz para mi perturbada alma.

Con cariño,

Zelda

.

La mirada de la sheikah se entristeció al leer cada palabra de la carta de la princesa. Su rostro palideció debido al impacto de descubrir que su pupila se había ido.

Estaba tan consternada que no se dio cuenta de que Azael había entrado a la habitación, quien se impactó enormemente al ver el desastre que se encontraba a su vista.

- Impa, ¿qué sucedió aquí? – preguntó preocupado.

- Zelda... la princesa se ha ido.

- ¿¡Qué!?

La sheikah le entregó la carta al joven para que la lea, el cual tampoco pudo evitar impactarse debido a las palabras.

- Se fue...

- ¡Sí, Azael! ¡La princesa se fue sin siquiera haberme avisado! ¿Cómo pudo atreverse a hacer semejante fatalidad? – exclamó, dejándose llevar por el descontrol.

- Por favor, cálmate. Su carta es muy clara, tiene un motivo muy importante para haberlo hecho.

- ¡No hay excusa! ¡No puedo creer que sea tan imprudente! Si Ganondorf la encuentra, no solo será su fin, sino el de todos nosotros también.

- La princesa se está protegiendo, nada malo pasará. Deberías confiar más en ella, pues no solo es tu pupila, también se ha convertido en tu gran amiga. – dijo con voz calmada para tranquilizar a su compañera.

El joven se sentó al lado de la sheikah para reconfortarla con un abrazo. Al igual que ella, se sentía preocupado por el futuro de la princesa, pero al mismo tiempo confiaba en su criterio, pues sabía que no iba a arriesgarse en vano.

- Impa, sabes que estos días la princesa ha estado deprimida. Talvez su ausencia le ayudará a encontrarse a sí misma. Recuerda que por más que sea la reencarnación de la Diosa, es una chica muy joven. Debe ser muy difícil para ella toda esta situación que le ha tocado vivir.

- Justo en este momento se tuvo que ir... en un día tan especial. – comentó Impa con sumo malestar.

- Lo sé, por esa razón vine más temprano, pero no tenemos más alternativa que esperar su regreso.

La pareja se quedó abrazada mientras la preocupación los consumía. Rogaban a las Diosas que velen por el bienestar de la princesa y que regrese sana y salva.

...

El Tirano de las Sombras se encontraba en el balcón de su usurpado palacio, observando al temeroso pueblo. Desde el tiempo que había tomado el trono por su propia mano se sentía satisfecho, pues el más grande de sus ideales, desde hace miles de años, había sido ser gobernante del Crepúsculo.

Le gustaba ver como sus súbditos se dirigían a él con una mezcla de sumisión y pánico, engrandeciendo su egolatría y prepotencia, lo que según él, era el rasgo más importante que debía tener un soberano para triunfar en el poder.

Tenía todo lo que deseaba para sentirse satisfecho, sin embargo, aún había algo que le faltaba; la ausencia de un gran problema para sentirse completamente realizado.

La satisfacción que sentía radicalmente fue reemplazada por una furia desmedida, pues aún estaba en la espera de lo que había solicitado, la muerte del hijo de Midna.

Poco faltaba para que empiece a lanzar irascibles gritos debido a la impotencia, pero una inesperada llegada fue la encargada de interrumpirlo.

- Mi señor...

- ¿Qué es lo que quieres, Yair? ¿Cómo osas a aparecerte ante mí encima que aún no se ha cumplido con mi petición? – preguntó enfurecido.

- Escúcheme, señor, lo que vengo a indicarle es que...

- ¡No me interesa escucharte! ¡Largo de aquí!

- Pero...

- No se enoje con él, mi señor.

La inesperada llegada de Nadir interrumpió los desorbitados gritos de Zant, quien dirigió su fiera mirada al joven mercenario.

- ¡Vaya, pero miren a quien tenemos aquí! ¡Al mercenario más capacitado del mundo crepuscular! – exclamó irónico.

- Amo...

- ¡Mira a la hora qué te apareces! ¡Te has tomado más tiempo de lo esperado para aniquilar al hijo de Midna! ¡Al igual que este viejo, eres un inútil!

- Me está ofendiendo mucho, mi señor. No puedo creer que usted me diga eso, encima que he traído para usted la mejor de las noticias.

- ¿Ah?

El joven metió la mano a su alforja y de ahí sacó un paquete envuelto en tela negra.

- ¿Qué es esto?

- Es mejor que lo abra. – indicó Nadir sonriendo macabramente.

Dejándose llevar por la curiosidad, el tirano desenvolvió el paquete y se sorprendió por lo que vio. Dentro estaba un mechón de cabello color rojizo, el cual estaba parcialmente quemado, acompañado de una larga y oscura cola de animal.

- Esta cola es de un lobo, pero este mechón quemado...

- Es el cabello del hijo de Midna. Está quemado porque murió en un "lamentable accidente". – contestó el mercenario.

Zant enmudeció al escuchar la revelación del mercenario. Debido al impacto no pudo articular palabra, así que decidió seguir escuchándolo.

- Por un "inexplicable desperfecto" la habitación en la que dormía plácidamente el pequeño, junto con su mascota, se incendió. Qué lástima, ¿verdad? Fue una pérdida total. Los abuelos del mocoso no se encontraban en su hogar en ese momento y solo había una sirvienta, la cual huyo despavorida al ver que el cuarto se estaba en llamas. El incendio arrasó con toda la casa, no quedó rastro de nada, por eso lo único que pude traer como prueba de mi trabajo fue un mechón de cabello del niño y la cola del lobo. – relató el joven, mientras manifestaba una inmensa satisfacción.

Gritos de euforia y felicidad se hicieron presentes en el balcón del palacio del Crepúsculo, pues uno de los deseos más fervientes del Tirano de las Sombras se había hecho realidad.

- ¡No puedo creerlo! ¡Eres increíble, muchacho! Tanto despliegue de talento y sadismo ha superado completamente mis expectativas.

- Sé que me tardé más de lo debido, pero yo le aseguré que cumpliría con eso. Un incendio fue lo mejor que se me ocurrió para no dejar rastro de nada.

- ¡Muy estratega! Me has dejado completamente anonadado.

El Tirano de las Sombras dio una gran palmada en la espalda a Nadir, se sentía sumamente orgulloso por lo que logró realizar.

Yair, quien permaneció al margen del asunto, observó detenidamente la conversación entre Zant y el mercenario. Luego se dirigió a su soberano.

- Yo le dije que Nadir no lo iba a decepcionar, señor. – dijo orgulloso.

- Aún no salgo del asombro. Te exijo que le pagues el triple de lo acordado, se lo merece.

- Así será.

- Por cierto... tú ya estás viejo para el puesto que tienes, así que he decidido relegarte y dárselo a Nadir.

- Pero señor...

- ¡No te estoy preguntando, te exijo que sigas mis órdenes!

- Con todo respeto, no estoy de acuerdo que relegue de su puesto al señor Yair. – dijo Nadir, serio.

Zant se impactó al escuchar las palabras del mercenario, no se esperó esa reacción de su parte.

- Muchacho, ¿acaso me estás despreciando? – preguntó Zant, sorprendido

- Al contrario, me siento muy honrado por el nombramiento que me ha dado, pero tiene que entender que yo aún estoy joven y necesito aprender muchas cosas. Por esa razón le pido que le permita al señor Yair que se quede en el palacio y me prepare para reemplazarlo. No deseo quedar mal con usted, amo.

- Nadir...

El mercenario dejó de hablar con el tirano para dirigirse a hablar con el consejero.

- ¿Puedo contar con su ayuda, señor Yair? – preguntó Nadir.

- Yo... ¡Por supuesto! ¡Claro que sí! Un orgullo dejar mi legado a un joven tan competente... pero hay que ver si el soberano está de acuerdo.

Zant escuchó atentamente la conversación entre Yair y el mercenario. Una vez más se sorprendió de la modestia que mostró el joven para poder estar a su servicio.

- Viendo que el viejo no tiene problema en instruirte, puede quedarse; pero una vez que estés listo para asumir tu cargo, él tendrá que irse. – ordenó tajante.

- Claro que sí, señor, me iré de inmediato. Bueno, Nadir, creo que es mejor aprovechar la mañana para empezar con las enseñanzas.

- Me parece bien. Empecemos de una vez.

Luego de una reverencia, los hombres se retiraron a comenzar con lo encomendado, mientras que Zant se quedó asomado en el balcón. Se sentía dichoso de saber que por fin se había vengado de Midna.

...

Los rayos del sol iluminaban a las gélidas tierras del Pico Nevado, alejando todo rezago de la fuerte tormenta de la anterior noche.

La princesa se encontraba aún dormida, mientras la suave manta de lana cubría la desnudez de sus encantos. Su rostro aún estaba adornado por la sonrisa que adquirió en la madrugada, pues la felicidad que sentía en su espíritu era indescriptible.

Aún adormilada sentía la suavidad de unos dedos acariciando su rostro; estos seguían un recorrido que iba de las mejillas hasta la comisura de sus labios, causando en ella un encantador y placentero estremecimiento.

Abrió los ojos para encontrarse con el causante del afectuoso trato, y su corazón se estremeció desde lo más profundo de su alma con la intensa y dulce mirada de su amado, quien hipnotizado no dejaba de observarla.

- Buenos días, princesa.

La joven se quedó en silencio unos segundos, asimilando si lo que estaba presenciando se trataba de un sueño, pero al descubrir las condiciones en las que se encontraba y la tierna mirada de él acariciándole los sentidos, unió sus labios con los de él.

- Buenos días, mi amor.

- Lamento si te desperté, pero no pude evitar acariciarte. Eres dulce cuando duermes.

- No me molesta. No hay nada más sublime que despertarme con tus caricias.

- Ayer... fue magnífico. Cuando me desperté creí que estaba soñando, pero al verte entre mis brazos me convencí de que todo era verdad. – dijo Link, sonriendo.

- Fue fascinante e intenso, y aunque no lo creas fue una sensación casi nueva, pues sentí el mismo éxtasis y emoción de nuestra primera vez. – contestó la joven, sonrojada.

- Yo sentí lo mismo...

Ambos continuaron abrazados recordando los detalles de su anhelada unión. Unir sus cuerpos y almas llenaron el vacío que desde hace meses habían sentido debido a su corazón. En ese momento todo era diferente, estaban juntos sintiendo la calidez de la piel del otro.

Fue entonces que a la mente del príncipe vino un importante suceso que dibujó una sonrisa en sus labios.

- Parece que las Diosas han causado que nos encontremos en días especiales.

- ¿En serio? ¿Qué te hace pensar eso? – pregunto Zelda, extrañada.

El joven se rio en sus adentros al ver que su esposa no entendía de lo que le hablaba, pero tomó su incertidumbre como algo a su favor.

- Cosas mías... Voy a darte algo para desayunar. Disculpa que solo te dé leche, pan y algunas frutas, pero debido a mi viaje tengo que cargar con alimentos muy sencillos. – dijo con pena.

- Gracias, mi amor. Si esa comida viene de ti será el más delicioso y fino de los manjares para mí.

El príncipe tomó su alforja para sacar los alimentos y dárselos a su esposa. Para la joven, quien no había comido bien debido a la depresión que la angustiaba, degustar un solo bocado le pareció delicioso y la hizo sentir reconfortada; desconocía si eso se debía al hambre o a la dulce compañía que tenía al lado.

- Todo está delicioso. Muchas gracias, mi amor.

- No agradezcas, lo hago con mucho cariño. – dijo besando su frente.

Mientras comían, el príncipe no le quitaba los ojos de encima a su esposa. Se sentía muy feliz de estar compartiendo con ella un simple pero agradable momento. Deseaba con toda su alma que el tiempo se detenga y poder estar junto a ella por siempre, pues el solo hecho de pensar que en cualquier momento se iría de su lado lo destrozaba vilmente. Quiso preguntarle en qué lugar se había estado escondiendo, pero decidió no hacerlo, pues eso solo incomodaría a su amada y podía provocar que se vaya.

Cuando ambos terminaron de comer, Link se disponía a conversar, pero de repente a su mente vino un importante detalle del que se había olvidado debido a la felicidad que lo embargada.

- ¡Navi y Midna! – exclamó espantado.

- ¿Ah?

- Mis compañeras, mi amor. No he tenido tiempo de contarte, pero he estado viajando con unas amigas.

- ¿Amigas? – dijo Zelda, con intenciones de hacerle broma a su esposo.

- ¿Estás celosa?

La joven se rio a carcajadas al notar los nervios de su esposo, le gustó verlo preocupado por sus supuestos celos.

- Bromeo, mi amor. No tienes nada de que preocuparte. Sé muy bien con quienes has viajado todo este tiempo.

- ¿En serio? ¿Cómo lo sabes? – preguntó sorprendido.

Ahora Zelda se puso nerviosa por su indiscreción. ¿Cómo le iba a explicar a su esposo que sabía con quienes estaba viajando? No era capaz de decirle que la razón era porque lo había estado espiando cubierta por su alter ego. O la más importante, que conocía a Midna más de lo debido.

- Me lo comentaste cuando estabas enfermo, ¿no te acuerdas? – dijo, apenada por mentir una vez más.

- ¿Ah? No recuerdo...

- Si lo hiciste, debido a la fiebre no te acuerdas. No te preocupes por ellas, te aseguro que están bien.

- ¿Cómo puedes estar tan segura?

- Mi intuición me dice que es así. Confía en mí, por favor.

La joven no quiso mencionarle a Link las razones por las que sabía el estado de sus compañeras, pero conocía tan bien a Midna que sabía que podía cuidarse a sí misma, e incluso proteger al hada de algún peligro.

Por otra parte, Link se hallaba en una encrucijada, estaba preocupado por sus acompañantes y quería ir a buscarlas, pero al mismo tiempo le gustaba estar con su esposa a solas. Hace tiempo que no pasaba junto a ella momentos agradables y deseaba aprovechar al máximo el corto tiempo que estaría junto a él. Quería ser egoísta.

- Si tú lo dices, confío en ti. Referente a ellas me alivia que sepas que son solo unas buenas amigas. No deseo que entre nosotros haya malos entendidos.

- Sé que dices eso por lo que ocurrió con Ilia. Aún me siento culpable por mi comportamiento. Te dije cosas horribles. – dijo con profunda pena.

- Princesa, ya no pienses en eso, ya es parte del pasado. Además, es mejor que sepas que ya Ilia no volverá a molestar a nadie.

- ¿Cómo lo sabes?

- Yo estuve un mes en la Villa Kakariko, me hospedé en la casa de Shad. Ella fue a visitarlo para pedirle perdón por todo el daño que le hizo, y aprovechó ese momento para pedírmelo a mí también. No se justificó en lo absoluto, pero todo lo que hizo fue causado por los deficientes valores que le dio su madre. Ambos la perdonamos para cerrar ese ciclo.

La princesa se quedó en silencio ante la revelación de su esposo. No podía negar que los momentos de dolor y confusión que vivió por lar artimañas de Ilia la habían afectado, pero ahora que se había reconciliado con él no había cabida para el rencor en su corazón.

- Me alegro de que ella se haya arrepentido, solo espero que no vuelva a recaer en sus bajas pasiones. Por mi parte ya todo está perdonado y olvidado. No vale la pena guardar ningún tipo de resentimiento, pues la alegría de tenerte conmigo es tan grande que no pienso estropearla por sentimientos inútiles.

Maravillado de escuchar a su amada, el príncipe se acercó hasta a ella para besar delicadamente sus labios, mientras acariciaba su rostro con sutileza. No existía para él mayor hermosura que el puro y noble corazón de su esposa.

- Es mejor olvidar ese tema, mejor háblame de tus amigas. No sé mucho de ellas. – dijo Zelda.

- Midna es un ser poco común. Pertenece a una raza llamada Twili, es la princesa de ese mundo. Está casada y tiene un hijo pequeño, que curiosamente se llama como yo.

- ¿De verdad?

- Así es, lo que sucede es que... ella y yo nos conocimos en nuestra vida pasada, y debido al aprecio que sintió por mí decretó que todo varón nacido en la Familia Real Twili se llame Link.

- Me parece un lindo gesto que su hijo se llame como tú.

Link se silenció unos segundos. Pudo notar que su esposa se puso un poco inquieta al escuchar la historia de la Twili, pero luego, recordando la conversación en la que Midna le confesó la relación que tuvo con su princesa, se dio cuenta de que era posible que ella sepa sobre lo que le estaba hablando.

- ¿Tú recuerdas a Midna?

- Si la recuerdo. En nuestras pasadas vidas ella y yo tuvimos un nexo muy importante. – respondió, tratando de parecer calmada.

- Si me habló de aquello. Tú diste tu vida por ella.

- Así es. En ese tiempo ella y yo estuvimos muy unidas, por esa razón tiene la capacidad de soportar la luz del sol debido a que su genética se modificó y la hizo más resistente. Gracias a eso puede deambular en este mundo sin problemas.

El silencio volvió a invadir a la pareja al hablar de ese tema, pues existía una razón escondida muy poderosa que los mortificaba.

- ¿Y Navi? Háblame de ella. – pidió la princesa.

- Navi es un hada azulada. Ella y yo nos conocimos en el Bosque de Farone, la rescaté de morir presa de unos bokoblins y desde ese momento ha viajado conmigo. No solo me hace compañía, también la estoy ayudando a buscar a su hermano perdido.

Una intensa incomodidad invadió a la princesa al haber escuchado el relato del hada. No tenía la mínima idea sobre la razón de esa sensación, sin embargo, su esposo, al notar su malestar, se dirigió a hablar con ella.

- ¿Qué te sucede, mi amor? – preguntó preocupado.

- Nada... no me hagas caso. – contestó la joven evadiendo su mirada.

Link se sintió preocupado al ver la reacción de su esposa. Inexplicablemente, comenzó a sentirse de la misma manera, pues a su mente vino un suceso relacionado con el hada.

- Zelda, quiero ser sincero contigo. No es la primera vez que Navi y yo viajamos juntos. Nos conocimos en una de mis vidas pasadas; yo renací, pero ella sigue siendo la misma.

- ¿Ella recuerda todo lo que sucedió en esa época? – preguntó Zelda, nerviosa.

- Algunas cosas, otras las ha olvidado. Todo fue a raíz de que se fue sin despedirse de mí.

- ¿Sin despedirse? – preguntó sorprendida.

El príncipe volvió a recordar un desgarrador y triste suceso. Debía comentárselo a su esposa, pues existía algo muy importante que debía saber sobre ella.

- Zelda... hace tiempo yo tuve un sueño en donde me llamaban el Héroe del Tiempo; desconozco si eso ocurrió en mi vida pasada.

- Héroe del Tiempo...

- Fui el encargado de acabar con Ganondorf en esa época, sin embargo, nunca fui reconocido por mi acción. Por esa razón no fui digno de estar contigo. Desesperado me interné en un lúgubre bosque a buscar a Navi para que garantice mi hazaña, pero ahí...

Las palabras fueron cortadas de su boca, era un tema muy doloroso de hablar con su esposa. Por otro lado, Zelda estaba impaciente, tenía una inexplicable ansiedad por saber la continuación.

- ¿Qué sucedió? – preguntó la joven.

- Nada, mejor dejemos ese tema ahí. – pidió el príncipe.

- Link... necesito que me sigas contando, por favor. – insistió con seriedad, nerviosa.

- No sobreviví. - dijo Link, soltando un suspiro previo.

No hubo sonido o expresión manifestada por Zelda al escuchar semejantes palabras. Sus labios y su cuerpo se habían pasmado debido al impacto.

- Yo prometí que regresaría por ti y no pude cumplirlo. No sabía que al internarme a ese bosque iba a sufrir semejante maldición. – comentó el joven, sintiendo como su alma se quebraba.

La princesa soltó la mano de su esposo con brusquedad; se levantó de la cama y le dio la espalda. Link notó su cambio, se acercó hacia ella para obligarla a mirarlo a los ojos y preguntarle un asunto que lo tenía consternado.

- Hay algo que me mortifica desde hace tiempo. Tengo varios recuerdos de mis vidas pasadas, no hay ninguna referencia de nosotros como pareja. Si te he contado todo esto y conozco como eras físicamente es porque lo he visto por medio de un sueño, mas no lo he captado como un recuerdo puro. ¿Tú recuerdas nuestra vida pasada? ¿Recuerdas los momentos que vivimos juntos como pareja? – preguntó angustiado.

- Link...

- Necesito saber qué ocurrió contigo cuando morí en el bosque.

El temblor comenzó a invadir el cuerpo de la princesa al escuchar esas últimas palabras. Este no era producido por el frío clima, sino más bien por el miedo y la desolación.

- Imagino que te casaste con otra persona, algo muy normal, pues eras joven y hermosa. Comprendo que por tu rango tenías que contraer ma...

- ¡Cállate! ¡No sigas más! – exigió enfurecida.

A la mente de la princesa vinieron unas bizarras palabras. No entendía la coherencia de las mismas, pero estas le causaban un profundo martirio.

.

- ¡Zelda! ¿Qué haces aquí?

- Link...

- ¡Basta! ¡Ya es suficiente! Te estás haciendo daño con esa actitud. Regresemos y deja de mencionar a ese muchacho. Recuerda que mañana...

- ¡Suéltame! No pienso irme de aquí hasta que...

.

Esas cortas y extrañas palabras causaron que la princesa tiemble descontroladamente; se agarró el cabello con suma histeria, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos sin control alguno. Link se impactó al ver el abrupto, por lo que se acercó a tomarla del rostro.

- ¿Mi amor, qué te ocurre? – preguntó asustado.

- Déjame ir... – dijo tratando de apartarlo.

- Zelda...

- ¡Suéltame! ¡No voy a hacer eso! ¡Él va a regresar, yo lo sé! – exclamó apartándolo, mientras agarraba su cabeza.

- ¡Cálmate! ¡Estás muy alterada!

El príncipe se aterró al ver el estado en el que se encontraba su esposa. La dolorosa mirada que transmitía lo llenaba de profunda consternación, sobre todo al ver que luchaba por liberarse de sus brazos a como dé lugar. Parecía que su amada había perdido la cordura; ahora frente a él se encontraba una mujer completamente fuera de sí.

Link, sosteniendo a su esposa con fuerza y sin tomar en cuenta sus forcejeos por soltarse, la acostó en la cama para tratar de calmarla. Se sentía destrozado de verla así.

- ¿Princesa, qué es lo que te está pasando? – preguntó Link, sin poder contener las lágrimas.

- ¡Suéltame, déjame ir!

- ¡No voy a soltarte! Por favor, mírame. Soy yo, tu esposo, el hombre que te ama. – rogó, tomándola del rostro.

- Link...

Luego de darse cuenta de que su príncipe se encontraba con ella, se aferró a su pecho y lloró con todas las fuerzas de su alma. El llanto era sonoro y ensordecedor. Link la abrazó con firmeza, arrepentido de haberle hecho tantas preguntas que terminaron por alterarla.

El joven comenzó a acariciar el rostro de su esposa para calmarla. Los cálidos roces provocaron que silencie su desgarrador llanto, hasta que se quedó dormida.

...

Luego de unas horas la princesa se despertó de su sueño, sintiendo como los ojos le pesaban debido a la fuerza que empleó al derramar sus lágrimas. Lo primero que esperó fue ver a su esposo a su lado, pero no estaba.

- ¿Dónde está Link? ¡No puede ser! ¡Link!

La angustia de la joven estuvo a punto de convertirse en histeria, pero todo fue evitado debido a que Link entró a la cabaña rápidamente, ya que desde afuera pudo escuchar la voz angustiosa de su amada.

- Mi amor, tranquila. Aquí estoy. – respondió mientras la abrazaba con fuerza.

- Creí que te habías ido. ¿Dónde estabas? – preguntó apenada.

- Salí a explorar los alrededores. Ahora que la tormenta ha cedido, todo se ve más despejado.

- Link... quiero que hablemos de lo que pasó hace un momento. Yo...

- Ya no toquemos ese tema. Perdóname por haberte hecho tantas preguntas, no debí hacerlo jamás, pues solo causé que te alteraras. – pidió entristecido.

- No te sientas mal, mi amor, no fue tu culpa. – dijo Zelda, apenada.

- Sí lo fue. Nada bueno saqué con hablarte de un tema que ni siquiera recuerdo bien. No importa lo que haya pasado antes, no me interesa saberlo.

- Link, yo tampoco recuerdo nada de nosotros.

El príncipe se sorprendió al escuchar la revelación de su esposa, pues creyó ser el único que había estado confundido.

- Hay algunas cosas que no te he contado. Lo que he estado haciendo todo este tiempo ha sido recuperar los recuerdos de mis vidas pasadas. He podido visualizar cada una de las hazañas que cumplí en las mismas, e incluso me vi luchando contigo... Sin embargo, no he logrado recordar nada de nosotros como pareja; como fue nuestro amor o las cosas que tuvimos que pasar para defenderlo.

- Zelda...

- No hay día en el que no me esfuerce por recuperar esos tan anhelados momentos. No voy a negar que todo lo relacionado con nuestro destino es importante para mí, pero no se compara al querer conocer como era el amor que nos tuvimos o de como convivimos. Al igual que tú, también he tenido algunos sueños donde me he visto junto a ti, pero tenerlo guardado en mi memoria es algo que se ha vuelto imposible.

A medida que la joven daba sus explicaciones, varias lágrimas salían de sus cristalinos ojos. Se sentía muy mal de solo guardar en su mente momentos de angustia y batallas relacionadas con el mal que invadía el mundo en cada era; deseaba con toda su alma recordarse con su amado teniendo una vida tranquila y feliz, pues supuestamente las Diosas no solo los habían unido por su destino, sino por el amor que guardaban sus enlazados corazones.

- No tengo la más mínima idea de lo que sucedió conmigo cuando te perdiste en el bosque... pero de lo que sí estoy segura es que no me casé con otra persona, ni mucho menos me enamoré de ella. – respondió con seguridad.

- ¿Cómo puedes estar tan segura? No te sientas mal por eso. Y si acaso ocurrió, no me importa.

- ¿Dudas de mí? ¿Si las cosas hubieran sido contrarias, te hubieras casado con otra persona? – preguntó con resentimiento.

- Claro que no. Recuerda que tú has sido la primera mujer en mi vida en todo sentido, y eso se debe a que no me enamoré de nadie. De más joven reconocí la belleza física de algunas chicas, pero no llegué a tener sentimiento por ellas. Por un momento creí que eso era raro en mí, pero ahora entiendo que todo eso se debía a que yo ya estaba enlazado a ti desde el día en que nací. El enamoramiento estaba reservado solo para ti. – dijo Link con seguridad.

- Creo que eso responde a la pregunta que me hiciste hace unas horas. Estoy segura de que yo no me uní a nadie más. Yo solo te amo a ti, y si en esta vida no hay cabida en mi corazón para otro hombre que no seas tú, en el pasado las cosas fueron igual.

La princesa tomó la mano de su esposo y empezó a observar los fragmentos de la Trifuerza que poseían. Una vez más la incertidumbre volvió a invadirla.

- Nunca he entendido por qué no se iluminan al hacer contacto. Se supone que son precisamente los fragmentos del valor y la sabiduría los que están relacionados, pues a diferencia de la reliquia del poder, estas fueron destinadas a nosotros por la bondad de nuestras almas. Tengo miedo que en esta época que estamos viviendo el destino se encargue de separarnos por eso, y que la decisión de nuestros padres, al haber unido nuestras vidas, haya sido en vano. – dijo Zelda.

- ¡No vuelvas a repetir eso nunca más! – exclamó Link, apenado.

- Link...

- Tú y yo nos amamos, nuestras almas han estado enlazadas hoy y siempre. El hecho de que nuestros fragmentos no se reconozcan no significa nada. Estoy seguro de que hay una razón para que eso no suceda, pero no tiene nada que ver con el amor que nos tenemos.

- Tengo miedo que todo este periplo termine mal, no quiero perderte. Si tú llegas a faltarme sería un dolor del que no podría sobrevivir. – dijo Zelda, desbordada en lágrimas.

- No vas a perderme. No pienso morirme ni alejarme de ti por nada del mundo. Yo te juro, Zelda, por las Diosas, por mis padres, por el inmenso amor que siento por ti, que yo saldré triunfador de esta batalla.

- Link...

- Aún tenemos demasiadas cosas por las que vivir, cumplir sueños que solo podremos lograrlo estando juntos. No importa con cuantas heridas de gravedad termine, ni los fuertes golpes que reciba en mi batalla contra Ganondorf, yo te juro que estaremos juntos y vivos para seguir amándonos como antes... como siempre.

Aquel decreto reconfortó el lastimado corazón de Zelda, quien había vivido verdaderos momentos de terror al imaginarse una vida sin el hombre que amaba. Las palabras de su esposo la habían conmovido hasta las lágrimas; se abrazó a él buscando engrandecer el hermoso regocijo que sentía en su alma.

Link, estrechando a su princesa con fuerza, se sintió aliviado de ver que sus palabras la habían tranquilizado. Todo era cierto, él lucharía para salir victorioso de su destino a como dé lugar, pues deseaba poder vivir junto a su esposa todo lo hermoso que la vida les tenía reservado.

Luego de que finalizaron su agarre, unieron sus frentes para mirarse a los ojos con profundo amor y cariño. Link, aprovechando que su esposa se había perdido en sus ojos, sacó a relucir un detalle para ella, un pequeño ramo de flores púrpura.

- Link. – expresó Zelda, sorprendida.

- Parece que no he sido el único que se olvida de los días especiales. Feliz cumpleaños, preciosa.

La princesa tomó el ramo completamente maravillada, se había olvidado por completo que era un día muy especial para ella.

- Gracias, mi amor. Están hermosas y su aroma es exquisito.

- Disculpa la sencillez de mi regalo, pero como sabrás es difícil darte algo en estas circunstancias. Prometo que cuando todo esto termine te compensaré. – dijo apenado.

- No digas eso, me has hecho muy feliz con lo que me has dado.

- Te ha de sorprender que haya encontrado flores en este invernal clima, pero estas son especiales. Son azafranes de nieve, son las pocas especies que pueden nacer y crecer en climas tan extremos como estos.

- Había olvidado la existencia de las plantas invernales. Una vez más me has sorprendido, pues no pensé que recor...

- ¿Recordado este día? De ninguna manera podría olvidarlo. Todo lo que tenga que ver contigo lo tengo siempre presente, así ha sido desde que nos conocimos.

- No sé qué decir...

- Lo mejor de todo es que cumples veintiún años. Es beneficioso para mí ganarte con cinco años en vez de seis, así no me sentiré tan viejo. – comentó Link, soltando una tímida sonrisa.

- ¡Estás loco! ¿Qué cosas dices? – respondió Zelda, soltando una carcajada.

- Sí, estoy loco... pero por ti.

Ambos se dieron un tierno beso en los labios. Sin embargo, el príncipe todavía tenía más cosas que decir.

- Estas no es lo único que quiero darte...

- ¿Ah?

- Salgamos de aquí, hay algo que quiero enseñarte que descubrí a lo que salí a explorar los alrededores. Es mejor que te vistas. – dijo Link, tomando el vestido de su esposa.

- No voy a usar ese vestido.

- ¿Entonces qué te podrás? – preguntó confundido.

La princesa colocó una mano en su pecho, causando que su cuerpo resplandezca. Cuando el brillo se disipó se encontraba cubierta por un vestido blanco ajustado al cuerpo, y algunos detalles de randa en el cuello y mangas. Su cabeza estaba adornada por una ligera tiara de piedras preciosas color celeste, mientras que los mechones de su cabello lucían listones de la misma tonalidad.

El príncipe se quedó completamente impactado al ver la nueva imagen de su esposa, el sonrojo de su rostro no podía ser ocultado.

- Qué hermosa... – dijo sin aliento.

- Me alegra que te guste. Este vestido lo hice yo misma. – respondió sonrojada.

- Hiciste un increíble trabajo, pareces una Diosa.

- Digamos que... usé un modelo parecido cuando fui....

- La Diosa Hylia. No me sorprende, una mujer como tú solo podía originarse de la divinidad.

- Gracias por tus hágalos.

- Espero seguir haciéndote feliz con lo que quiero enseñarte. Salgamos de la cabaña.

La pareja se tomó de la mano y se dirigió a la puerta para salir de la cabaña. La princesa tenía suma curiosidad de conocer lo que su esposo deseaba mostrarle...

...

Midna y Navi se encontraban encima de un árbol, contemplando el hielo que se encontraba impregnado en las hojas secas. Las caídas alas del hada demostraban la tristeza de su alma, pues el haber visto a su amigo caer por el barranco la hacía sentir miserable e impotente, pues hubiera deseado ser lo suficientemente fuerte para haber podido evitarlo.

- Link...

Navi comenzó a llorar desconsolada al pensar que no volvería a ver al príncipe; años de soledad vagando como alma en pena, teniendo en su conciencia el daño que le causó hace tiempo cuando se separaron; y ahora que la vida le había dado una segunda oportunidad para enmendar su error con él, lo había perdido.

- Ya no llores....

- ¡Cállate, Midna! Yo no soy tan indiferente como tú, a mí sí me duele la muerte de Link.

- ¡Ya te dije que Link no está muerto! – contestó enojada.

- ¡Si lo está, es imposible que haya sobrevivido a esa caída!

- Confía en mis palabras, estoy segura de que él se encuentra vivo. Tiene un ángel que lo protege.

- ¿Un ángel? – preguntó Navi, confundida.

- Así es, uno especial que no permitirá que nada malo le pase.

- Pero...

- No nos iremos de aquí hasta que nos reencontremos con Link, y eso será muy pronto. – contestó con una sonrisa en los labios.

Navi no entendió la razón por la que esas palabras la reconfortaron. Ahora sus esperanzas de volver a ver a Link habían renacido.

...

La pareja tuvo el gusto de poder admirar el paisaje de invierno sin tener que preocuparse de la tormenta, y a pesar de que el clima estaba frío la ropa los protegía lo suficiente.

Link adentró con su esposa a unos grandes arbustos que se encontraban por el lugar. El sitio era oscuro y con ramas secas caídas por todo el suelo, causando una imagen no tan agradable para la joven.

- ¿A dónde me llevas? Este lugar no es nada bonito. – preguntó Zelda, incómoda.

- No te dejes llevar por las apariencias. Sigamos nuestro camino, pues lo que quiero enseñarte se encuentra al final. – contestó sonriendo para tranquilizarla.

Zelda decidió confiar en las palabras de su amado y seguir el camino por el que la estaba llevando. Cuando llegaron se sorprendió de ver lo que tenía frente a sus ojos.

Un pequeño manantial de aguas termales rodeado por múltiples azafranes se encontraba adornando el sitio. Nunca se imaginó que detrás de tan desagradable recorrido se encontraría tan hermoso panorama.

- Link...

- Encontré este sitio cuando salí a caminar por los alrededores. Según lo que he estudiado en algunas zonas frías existen esta clase de paisajes; no lo creía hasta que encontré esto. – explicó el joven

- Este maravilloso. Gracias por haberme traído. – expresó Zelda.

El joven sentó a su esposa en una de las rocas del sitio, luego que se arrodilló frente a ella para estar a su altura. La tomó de las manos y la miró a los ojos.

- No deseo que lo que sucedió el día de hoy se repita, no quiero volver a ver que derrames una sola lágrima por mí. – pidió consternado.

- Ya hablamos de eso, no fue tu culpa. – respondió Zelda, deseando evadir el tema.

- Como sea, no quiero verte sufrir. Yo ya te hice el juramento de no separarme nunca de tu lado y pienso cumplirlo a como dé lugar.

- A veces las cosas no son fáciles, no soy tan fuerte como tú. – dijo apenada.

- Zelda, ¿sabes en qué se parecen el azafrán y tú? En que los dos son capaces de florecer sin importar la adversidad a la que tengan que enfrentarse. Todo este tiempo lleno de sufrimiento ha permitido que te embellezcas tanto por dentro como por fuera; has madurado y fortalecido para luchar por tus ideales. Si no fuera así no habrías venido a rescatarme.

Zelda se conmovió al escuchar a su esposo compararla con el azafrán. No negó que sus palabras habían endulzado sus oídos, pero cuando se disponía a hablar, este lo sorprendió con un objeto en sus manos.

- ¡Mi alianza de matrimonio!

- Sí, la he tenido guardada desde que tu...

- Desde que yo te la entregué cuando te pedí separarnos. Ya lo sé. – contestó avergonzada.

- Bueno, sí, pero eso ya no importa...

La joven estiró la mano para tomar su argolla, pero se sorprendió enormemente al ver que su esposo no dejó que lo haga.

- ¿Qué sucede? ¿Por qué no me la das? – preguntó extrañada.

- Porque todavía no debes colocártela.

- ¿Ah?

El príncipe metió una mano a su bolsillo y de ahí sacó una pequeña caja de terciopelo; al abrirla mostró un anillo solitario adornado por una joya de tonalidad tornasol. La princesa quedó impactada al verla.

- Esto...

- No digas nada, déjame hablar a mí, por favor. – pidió Link.

La joven decidió quedarse en silencio y darle a su príncipe la oportunidad de hablar.

- Talvez te parezca una cursilería que yo me encuentre arrodillado como si te estuviera pidiendo matrimonio, pero si hago esto es porque me doblego al inmenso amor que siento por ti. Desde hace tiempo había planeado darte un anillo, no porque sea un requisito prematrimonial o algo parecido, sino como símbolo del compromiso que yo he adquirido contigo, de amarte y respetarte con todas las fuerzas de mi alma. Cuando planeé dártelo, no pude hacerlo y me sentí muy mal por eso, pero ahora agradezco a las Diosas que las cosas hayan ocurrido así, pues me reencuentro contigo como un hombre más fuerte y digno de ti, capaz de cuidarte y protegerte con mi propia vida si es necesario.

El joven detuvo un momento sus palabras debido a que su voz comenzó a quebrarse mientras sus ojos se humedecían; se tranquilizó y colocó el solitario en el dedo de su esposa, ubicando la alianza encima de este. Al primer contacto la joya resplandeció, como si esta adquiriera vida propia al tener contacto con la piel de la princesa.

- Te amo, y te amaré por el resto de mi vida.

Zelda comenzó a llorar de la felicidad que la embargaba. Todas las penas e incertidumbres que la habían estado mortificando fueron desechadas. Se abalanzó a los labios de su amado a besarlos apasionadamente mientras lo rodeaba con sus brazos, transmitiéndole el regocijo que sentía en su corazón.

- Gracias... Ya no me importa ninguna de las dolorosas pruebas por las que hemos pasado, tú me has hecho olvidar aquello. Te amo, Link, te amaré por toda la eternidad. – contestó Zelda, sin poder contener la alegría.

- Solo vivo para hacerte feliz, yo nací para eso y así será siempre. Fiel a ti, como un caballero a su Diosa.

Después que terminaron de hablar, el príncipe comenzó quitarse la ropa delante de su esposa, causando que esta se sonroje enormemente.

- ¿¡Qué haces!? – preguntó sonrojada.

- ¿Qué clase de pregunta es esa? Vamos a entrar al manantial. Hace frío y el agua caliente nos vendrá de maravilla. Además, todo esto que hago es tu culpa.

- ¿Mi culpa? – preguntó sorprendida.

- Así es. Aún no me recupero de la vez que te vi bañándote en la cascada de Farone. Ese día tuve muchos deseos de hacerte compañía, por eso esta vez no te vas a librar. Necesito sacarme esta espina que me ha estado matando desde hace tiempo.

El joven comenzó a desnudar a su amada para adentrarse con ella a las cálidas aguas. Al inicio se escucharon sonoras carcajadas por parte de ellos, pero luego estas fueron reemplazadas por el intenso cántico de sus gemidos.

Hicieron el amor con toda la pasión y entrega que los caracterizaba, sin imaginarse que su inmensa alegría se vería perturbada por el odio y egoísmo de sus enemigos

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