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Los Puentes de Gaia


Prólogo

En las afuera, en aquel bosque sombrío, la guerra estallaba con una furia primitiva. Los árboles altos que estaban cubiertos de musgo y enredaderas, parecían inclinarse bajo el peso del conflicto que se desarrollaba a sus pies. Los pasos crujían entre el tapiz de las hojas secas y las ramas rotas, debido al combate. El aire está lleno de un olor a tierra húmeda y metal caliente, en conjunto con el olor al acre de sangre y sudor.

Ráfagas de viento llevan consigo el eco de gritos agudos y rugidos guturales, y se mezclaba con el zumbido de flechas y el choque metálico de espadas, garras y rugidos. Todo el terreno lo cubrían de cambiaformas que, con cuerpos en constante cambio, se movían con agilidad, fluctuando entre hombre y bestia en un espectáculo de musculatura tensa y piel rugiente. Sus garras se clavaban en la carne de sus enemigos, mientras sus ojos brillaban con una intensidad salvaje. A su alrededor, los vampiros de pieles pálidas y ojos resplandecientes, se deslizaban con una elegancia letal.

La violencia externa, contrastaba en gran manera en aquella habitación del monte cavernoso. Situado en una montaña alta y majestuosa, como una fortaleza impenetrable donde se encontraba Lea y Luther.

Cinco eran los niños que Lea y Luther cuidaban. Lea los había sentado en el suelo. Parecían un poco asustados y preocupados, pero Luther tenía buen carisma para ellos. Puesto que, pese al nerviosismo que mostraban, parecían a gusto y seguros con él. La escena, sin necesidad de ilustrarla en detalle, mostraba a Luther sentado con las piernas cruzadas, sosteniendo en sus brazos a los hijos de Dani, Dayami y Yamida. La pequeña Eileen, curiosa por los otros dos bebés, estaba a su lado izquierdo, aferrada a su brazo, mientras que Aland y Asahi se acomodaban en su lado derecho, uno apoyado en sus muslos y el otro recostado sobre sus costillas.

Lea, de pie en la habitación, había levantado un campo protector mágico. Una esfera circular que los envolvía y que los protegería de todo daño externo, cuando de pronto, se sobresaltó al ver a través del balcón a una criatura monstruosa de muchas cabezas caer en el exterior del acantilado. El rugido de la bestia fue tan feroz que pareció estremecer hasta el cielo.

—¿Qué fue eso? —preguntó, impresionada y aterrorizada ante la existencia de semejante criatura.

—Es una hydra —respondió Luther—. Según algunos libros, se dice que los cambiaformas dragones fueron los seres más temibles para los humanos. Su capacidad de evolucionar más allá de los reptiles, dominando el aire y el fuego, los convirtió en los amos de todas las criaturas cambiantes. Sin embargo, se habla de un alfa que desarrolló un poder superior.

—El poder de la hydra —intervino Eileen, esbozando una sonrisa que pronto se desvaneció al recordar quién le había contado esa historia—. Mi tía Fiorela nos dijo que el poder del alfa y el de la hydra residían en el cuerpo de nuestro abuelo Beigard. Antes de morir, transmitió sus poderes a mi mamá y a mi tío Akudomi.

—¿Eso que está fuera es tu tío? —preguntó Lea, escandalizada.

—Lo es —respondió Eileen—. Eso significa que estamos a salvo.

—Mamá también está allí afuera —añadió Aland, señalando hacia el balcón.

Desde allí, se podía ver un dragón blanco alargado y que destacaba al resto, surcando los cielos, moviéndose con la gracia de una serpiente voladora. Mientras la hydra se encargaba de los vampiros terrestres, el dragón parecía enfrentar a las azeman, las figuras aladas femeninas vampíricas, que atacaban desde el cielo.

Todo aquello parecía una locura. Lea sabía de la misión que debía cumplir, pero no se había imaginado que El Gran Continente albergara criaturas tan peligrosas, ni mucho menos que se encontraría en plena guerra.

Y aunque el mundo allá afuera parecía ser un lugar terrible, no podía dejar de pensar en Dani. Quería saber si estaba bien o si necesitaba ayuda. Incluso, el horrible pensamiento de que podría morir si ella no estaba cerca la atormentaba. Estaba preocupada, pero no podía demostrarlo frente a los chicos.

Pero, la paz seguía siendo esquiva, pues de repente apareció un portal dimensional.

—¡Oh no! —chilló Luther. Los niños se aferraron más a él.

—Venimos en paz —dijo una voz dulce y femenina.

Quienes habían llegado eran Cristal, La Gran Madre, y Mina, la elfa oscura.

—Nada me asegura que vienen con las intenciones que mencionan, mi lady —respondió Lea, sin bajar el campo protector.

—Eres una bruja —intervino Mina—, ¿cómo es que una bruja realiza labores tan nobles?

—Incluso la bondad puede resurgir en quienes se arrepienten de corazón —contestó Lea con firmeza—. Yo soy una de ellas.

Asahi entrecerró los ojos y se separó de Luther. Por un momento, Luther se alarmó por la reacción del niño, pero Mina y Cristal lo reconocieron de inmediato.

—¡Asahi! —exclamó Mina con una amplia sonrisa. Miró a los demás niños detrás y añadió—: Ustedes deben ser los hijos de Origami y Samael.

—¿Conoces a nuestros padres? —Aland fue el primero en acercarse junto a Asahi. Mina asintió—. Yo soy Aland y ella es mi hermana Eileen —comenzó a señalar uno por uno—, ella es Lea, vino con un amigo que se llama Dani...

Al mencionar ese nombre con el que el niño se presentó, el corazón de Cristal se encogió, pero luego sonrió. Aunque el niño no se parecía físicamente a Aland, el hombre al que todavía amaba estando muerto, el nombre era un hermoso homenaje.

—...El hijo de Richard y... Rocío, un humano y una elfa, hermano de Tsukine, el caballero —La pequeña Eileen, y que también tenía el nombre de una de las heroínas del Gran Continente, comenzó a contar con los dedos, intentando recordar—... el caballero oscuro de Amatista, y Eileen, la arcángel Dorzel reencarnada en una humana para...

—...traer juicio, el juicio de Gaia —interrumpió Aland, emocionado—. Y él es Luther, y los bebés son Dayami y Yamida, hijos de Dani.

—¿¡¿De Dani?!? —chilló Mina, escandalizada.

Miró a Cristal que, pese a su ceguera, tenía la cabeza inclinada hacia dónde provenía la voz del niño.

—Lo que dice es cierto —afirmó Cristal—, Dani y Yami tuvieron hijos, aunque el costo fue demasiado alto.

—¿A qué te refieres? —preguntó Mina, volviéndose hacia Cristal.

—Yami murió en el momento en que nacieron los niños, Mina —concluyó Cristal.

Mina abrió los ojos de par en par, quedándose aturdida en ese instante. Instintivamente se tocó el vientre, temiendo por ella y su hijo. Sin embargo, si tuviera que elegir, se sacrificaría a sí misma antes que a su bebé.

—¿Cómo es que sabes todo esto? —preguntó Luther, con voz rasposa y cansada.

—Porque ella es la sucesora de La Madre Saya —respondió Mina.

—¿La Madre Saya? —Lea no podía creerlo—. Tenía entendido que ella había muerto.

—Así es —confirmó Cristal—, pero antes de partir, transfirió todos sus poderes para continuar con su misión.

Lea bajó el campo mágico en ese momento. Luther se inquietó, pero lo que vio fue a Mina y Cristal corriendo para abrazar a Asahi y Aland, mientras la pequeña Eileen se unía a ellas.

—Sus padres y nosotras somos grandes amigas —dijo Mina, con lágrimas de emoción en los ojos.

—Gracias por cuidarlos —le dijo Cristal a Lea—. ¿Cómo está Ster?

—Preparándose para esta guerra —respondió Lea—. ¿Cómo sabes de él?

—Hay cosas que sé que no te imaginas, Lea —respondió Cristal, con una sonrisa amable.

—¿Quiénes son ustedes?

La pregunta hizo que todos se volvieran hacia el balcón. Allí se encontraba una criatura peluda, con patas de lobo gigantes, un cuerpo encorvado, cabeza de lobo, pero con extremidades superiores como las de un murciélago. La bestia, espantosa de ver, medía fácilmente más de tres metros, con garras afiladas en manos y patas.

—¡Norma! —gritaron Eileen y Aland con alegría.

Sin previo aviso, los niños corrieron hacia la criatura y abrazaron sus patas.

—Sabía que regresarías, nana —dijo Aland.

—¿Por qué nos abandonaste? —preguntó Eileen, con un delgado hilo en su voz—. La tía Fiorela y el tío Jimmy murieron y... —no pudo continuar, pues comenzó a llorar, lo que llevó a Aland a hacer lo mismo.

Norma miró los cuerpos esparcidos en la habitación; efectivamente, Jimmy y Fiorela habían muerto. La culpa la invadió, creyendo que todo lo sucedido era su pecado. Se sintió como si los hubiera traicionado desde el principio.

Volviendo a su forma humana, Norma se agachó para abrazar a los niños.

—Cometí un error —dijo con pesar.

—No te lamentes por lo que ya está hecho —intervino Cristal—. Este no es el momento para sentir culpa por el pasado; necesitamos que mires hacia el futuro con la frente en alto. Todos estos chicos van a necesitarnos.

—¿A qué te refieres? —preguntó Norma.

—Sé que enviaste información a los vampiros sobre los cambiaformas de esta manada, lo que desencadenó la guerra —respondió Cristal, con un tono tan calmado, pero con premura, que la desconcertó—. Pero ya estaba escrito. Lamento el amargo rol que te tocó jugar, pero esto no acaba aquí.

Mina tocó suavemente el hombro de Cristal.

—Me parece que nadie aquí entiende tus palabras, Cristal, ni siquiera yo —dijo Mina, con el rostro abatido.

—¿No es obvio? —intervino Luther, levantándose del suelo con un semblante severo—. Esa mujer de allí —señaló a Norma— fue la causante de esta guerra.

—No —respondió Lea—, ella solo proporcionó la información que la desencadenó y es responsable de ello. Pero quienes realmente provocaron este conflicto fueron los vampiros insolentes que decidieron atacar. No debemos ignorar la responsabilidad de quienes actúan, pero para ser justos, hay que ver las cosas tal como son, sin exagerar.

—¡Me importa un...!

—¡Luther! ¡Hay niños presentes! —interrumpió Lea, cortando al leprechaun.

El duende hizo un gesto de disgusto, pero se calló.

—Lo que quise decir es que, Lea, tienes que usar el recurso que Ster te mencionó —dijo Cristal, haciendo referencia a la estrella.

—¡No! Es demasiado arriesgado. Además, todos perderíamos...

—Nuestros recuerdos y empezaríamos de cero —completó Cristal—. ¿Y cuántas personas no desearían eso? Es un regalo si se mira desde otra perspectiva.

—Pero... ¿Y Dani? Sus niños... él...

—Te lo agradecerá —dijo Cristal—. Seguramente te pidió que cuidaras de todos estos chicos —continuó Cristal—. Nosotras también vinimos para estar bajo tu cuidado. Debes haberlo notado, Lea... —Cristal señaló el cielo oscuro en ese momento—, para mañana, ya no habrá sol.

—No, no puede ser —dijo Lea, ansiosa, caminando de un lado a otro—. Tiene que haber otra manera.

—Lamento decir que Ryan, mi querido y viejo amigo, necesitará recobrar fuerzas, al igual que lo hizo Ster —dijo Cristal.

—¿Quién es Ryan? —preguntó Mina.

—El sol de este mundo —respondió Cristal, como si todos supieran de qué hablaba. Respiró profundamente—. Todos los mundos tienen una estrella que nace y muere. Cuando esto sucede, necesita recobrar fuerzas para alzarse de nuevo junto a los demás planetas y estrellas. Ryan, nuestro sol, se ha debilitado por completo. A partir de ahora, el mundo estará sumergido en oscuridad.

—¿La era oscura? —preguntó Norma—. Se supone que solo un demonio deseaba esta situación para que las criaturas de la noche gobernaran, pero temían a los dioses.

—Lamentablemente, la era de los dioses y la era oscura se han entrelazado. Y es precisamente por eso que se avecina la gran batalla final —contestó Cristal.

—Cristal —suspiró Mina—, ¿qué es lo que le pides a Lea que haga?

—Que nos lleve por el puente Gaia hacia otro mundo —dijo Cristal, con tristeza, consciente de que tal vez no volvería a ver a algunos. Tenía la esperanza de encontrarse con Aland, pero su destino le había jugado una mala pasada.

—¿Qué sucede si nos llevas allí? —preguntó Luther.

—Perderán sus memorias de este mundo —dijo Lea, con preocupación—. También podríamos renacer en épocas diferentes o mundos, e incluso, puede que nunca volvamos a conocernos. Todos viviríamos nuevas vidas y seríamos personas distintas —Lea parecía verdaderamente mortificada. Así que miró fijamente a Cristal—: ¿De verdad no hay otra manera?

—Si nos quedamos, ellos morirán —respondió Cristal, señalando a los niños—. Además, deben comenzar su propio camino, su propia aventura, al igual que nosotras. Solo espero que sea mucho más favorable que lo que hemos vivido hasta ahora —confesó con sinceridad.

De repente, lo que nunca imaginaron escuchar, resonó: el sonido de un cuerno que anunciaba una catástrofe inminente. Aquel sonido helaba la piel y los huesos, reverberando por todo el lugar, y quienes lo oían sabían que representaba el preludio del fin.

—¿Qué es eso? —preguntó Norma, aterrada.

—El tiempo del fin —respondió Cristal—. Parece que el propósito de Eileen, nuestra arcángel, finalmente se cumplirá.

—¡Rápido, todos tómense de las manos! —gritó Lea.

—¡No creo que deba ir con ustedes! —chilló Norma—. ¡No soy digna de acompañarlos, merezco ser castigada!...

—¡Cállate, mujer! —replicó Luther, furioso, mientras la tomaba de la mano—. Lea es el ejemplo de que un corazón arrepentido puede encontrar bondad donde no la hay. Solo arrepiéntete y pide a Gaia que te conceda una vida mejor en el lugar al que vayamos. ¡Solo espero no volver a ser un enano! —refunfuñó—. Quiero ver el mundo a la altura de ustedes, mis ladys —añadió, al notar las miradas de las demás, tan vanidoso como siempre.

Todos se tomaron de las manos.

—¿No volveremos a ver a nuestros padres? —preguntó Eileen, la mayor de los niños.

—No lo sé —respondió Cristal con honestidad—. ¿Quién puede conocer los caminos de Gaia?

—¿Seremos felices? —preguntó entonces el pequeño Aland.

—La felicidad es algo muy personal —respondió Luther—. A menudo culpamos a otros por nuestra infelicidad, en lugar de asumir nuestro propio descontento con lo que tenemos. ¡Véanme a mí, un enano pidiendo estar a su altura! Pero, si queremos ser felices, debemos aprender a valorar lo que tenemos y sacar el máximo provecho. Mejorar, sí, pero sin la frustración de no tener la vida que deseamos.

—Parece una tarea difícil —dijo Mina, tomando las manos de Cristal y Lea—. Somos ambiciosos por naturaleza.

—Entonces, roguemos que nuestra ambición sea la que nos impulse a progresar, y no la que destruya nuestra alma —contestó Luther.

Siete círculos mágicos, cada uno de un color diferente, los rodearon. Lea preguntó:

—¿Están listos?

Todos asintieron, aunque los niños mostraban signos de duda.

—Espero ver a mis padres —dijo Asahi.

Un brillo intenso iluminó la habitación, y con el sonido de un vórtice, desaparecieron, dejando la noche sumida en la oscuridad.

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