La Rosa
Capítulo 1
El proceso de adaptación es un asunto que lleva tiempo, y que en definitiva, para algunos, es más sencillo que otros. Se sabe que aunque se hable el mismo idioma pero se está en un país distinto, el elemento cultural lo vuelve un desafío porque se trata de adentrarnos al corazón o a la cosmovisión de los que allí habitan. Y también sabemos que no hay nada más difícil para nosotros los seres humanos que desaprender para aprender. Imagínense el enorme desafío que las mellizas tenían, no teniendo el mismo idioma materno, y con una cultura suraméricana.
Por suerte, ambas habían aprendido el idioma. Sin embargo, los misterios de la fonética y el desarrolló innato evolutivo del idioma, hacía de vez en cuando que este no fuera mucho más sencillo.
Cinco semanas habían transcurrido desde que las mellizas habían salido de su país de origen. Greensboro, es una ciudad del norte de Carolina del Norte, Estados Unidos. La industria textil, era una de las que más se diversificaba en Greensboro. Sin embargo, Alexandra, quién había sido la primera en conseguir empleo en aquel pequeño pueblo, halló trabajo rápidamente en una hermosa joyería, encargada por un hombre algo mayor que se había deslumbrado por la belleza tropical de Alexandra, tanto así, que ella había rechazado su oferta de trabajo por el poco ofrecimiento económico. Él anciano al observar su rechazo, aumentó su oferta con el simple hecho de poder mirarle en su lugar.
Algo que aceptó ella apresuradamente, aun cuando sabía que existían ciertos deseos lujuriosos en los ojos del anciano. Pero eso no le importaba en ese momento, ya que necesitaban dinero, pues tampoco es que contaba con buenos fondos. Además, todos sabemos que un fondo monetario sin una entrada del mismo, tarde o temprano llega a su final. Y para un inmigrante, es serían grandes aprietos.
Claramente, Alexandra veía al anciano como un abuelo, y no podía negarlo, agradecía a Dios que su belleza le hubiera dado puntos extras a su sueldo.
Mientras tanto, Daniela sí había tenido un poco más de dificultad para conseguir un trabajo, pues aunque su belleza era igual que la de Alexandra, ella sabía que jamás iba a poder competir contra el carisma de su hermana. Además, sería incapaz de hacer uso de sus atributos para conseguir algo. Aunque no podía pensar eso, si se vieran en un aprieto que amerite la supervivencia en un país que no era el suyo. Además, era cierto que se parecía s u hermana, pero tenía unas cosas en contra: su falta de estatura, sí que era un impedimento en ese lugar, pues pensaban que tenía menos edad de lo que decía tener, incluso pensaron que había falsificado sus documentos.
―Por favor, se lo ruego señor Thomas, deje que mi hermana tenga una oportunidad en la tienda, le aseguro que si ven a dos mellizas la curiosidad les traerá a la tienda ―suplicó Alexandra al anciano.
―Ya le dije, señorita, que usted se está llevando prácticamente el sueldo de su hermana ―dijo Thomas―, no creo que pueda pagarle a su hermana y a usted, sin tener que cerrar la tienda por falta de presupuesto.
―Es tan linda como yo ―dijo finalmente Alexandra, con una mano en su cadera, apoyada en el mostrador.
Thomas se puso colorado, se atrevió a mirar disimuladamente a la melliza de arriba abajo, el cabello castaño ondulado, los ojos claros, y esa chispas en sus ojos, le hacía sentir que estaba realmente vivo. Thomas suspiró, se tocó el puente de la nariz y finalmente dijo:
―Bien, pero dígale que venga mañana muy temprano. Es posible que mi esposa venga, así que se prepare. Tengo que hablar con ella para saber si podemos costearla.
Esa noche, cuando Alexandra llegó al hotel en el que se estaban arrendando, vio a su hermana sentada en la cama, con las piernas cruzadas, y una mirada perro, viendo un programa en la televisión que parecía disgustarle.
―¿Mal programa? ―Preguntó Alexandra, con mucho tacto. Ya conocía el genio de esta.
―No ―soltó frustrada Daniela―, es que hoy volví a salir. Me topé con montones de anuncios en el que solicitaban empleados, pero la mayoría era en bares donde un montón de hombres ineptos te miraban como si fueras un pedazo de carne.
―Pero a todos les gusta la carne, ¿o no?
―¡Alexandra! ―chilló Daniela, lazándole una almohada―, sabes muy bien que no me refiero a eso. Además, no a todos les gusta la carne hay gente vegana de verdad.
―Solo bromeo ―dijo ella, sentándose en la cama, un poco cansada―, solo creo que estas siendo un poco "exquisita", para escoger un trabajo. Si hubiera un trabajo perfecto para todos, nadie se quejaría de trabajar. Pero debes recordar que no estamos en Venezuela. Aquí, bueno... tenemos que adaptarnos.
―Lo sé ―dijo Daniela, recogiendo sus piernas para enterrar el rostro entre ellas―, ¿puedo conseguir un trabajo donde no me miren come si fueran a saltarme encima?
―Puedes y... ¡Te lo tengo! ―dijo su hermana animada― Bueno, aunque tienes que saber que tienes que sonreír mucho y ser amable para que esto funcione. No es seguro todavía, peor estoy segura que el señor Thomas...
―Espera ―la interrumpió Daniela―, ¿me estás hablando de trabajar en la joyería contigo y ese viejo verde?
―Ya sabes, estamos en Greensboro, todo debe ser verde... "Green" de verde...
―¡Alexandra! ―chilló su hermana―, ¿en serio no hay otro lugar?
Su hermana la miró sonriendo, y con pesar, pero negó.
―Como te dije, no es seguro que te den el trabajo pero me dijo que lo hablaría con su esposa y que te presentes mañana temprano. Además, piénsalo, estaremos juntas para cuidarnos, ¿qué tan malo puedo ser eso?
―A veces siento que pertenezco a un mundo completamente diferente ―dijo Daniela, con el ceño fruncido.
Suspiró y asintió. Su hermana tenía razón, trabajar con ella no iba a ser un problema, al final, habían estado juntas desde el útero.
A la mañana siguiente, las cosas no comenzaron para Daniela como esperaba. Alexandra, en una sonata de querer ser buena hermana, estaba aconsejándola sobre qué cosas decirle a Thomas, incluso como debía actuar hacia él. Ella de forma muy cómica, y queriendo molestarla un poco, incluso le dijo que se le insinuara un poco. Ella estaba horrorizada ante aquello y casi rechazaba de ir a ver al anciano que ella consideraba como un degenerado. ¡Podía ser su hija!
Con los ánimos en el suelo, llegaron a la joyería. Dejaron las cosas en unos gabinetes detrás del mostrador, y, por increíble que pareciera, los primeros clientes llegaron. Y los más sorprendente fue que, en realidad, Daniela y ella sí hacían buena dupla para atender a los clientes. Y, aunque Daniela no estaba familiarizada con nada en la joyería, estos eran bastante amables en tenerle paciencia para consultar con su hermana. Y, como le había dicho ella, sonrió. Pero no fue necesario que la forzara, sino que, se dio cuenta que la mayaría de las personas que allí llegaban, venían con esperanzas de llevar algo bonito para alguien. Sea quien fuera, se trataba de alguien especial, y le pareció hermoso que tuvieran el detalle de encontrar una forma de regalar algo a alguien que se le quiere.
―Disculpen la tardanza ―dijo Thomas, con una voz de pocos amigos. Por supuesto, la razón se debía que venía con su esposa.
El anciano llegaba muy tarde a la hora prevista. Cuando vio a Daniela, abrió los ojos por la sorpresa, y sonrió, como si hubiera olvidado su molestia.
―Lamento mucho hacerla esperar, señorita Daniela. Su hermana estuvo bien en contarme que deseaba trabajar con nosotros.
―No se preocupe respondió Daniela, nerviosa, y esta vez sí fingiendo la sonrisa―, la verdad es que me encantaría trabajar en este lugar si me lo permiten.
Alexandra sonrió sin más, y le guiñó un ojo a Daniela.
―Le dije que nos parecíamos mucho ―dijo Alexandra, confirmándoselo a Thomas―. Incluso, mire lo que vendimos juntas ―añadió, llevándose a Thomas hacia la caja registradora para mostrarle las facturas.
El ruido de la pequeña campana sobre la puerta, llamó la atención de las mellizas, excepto por Thomas. Se dieron cuenta que en el marco de la puerta, apareció una anciana glamurosa. Thomas emitió una especie de un bufido, y con refunfuños y señas, presentó a su esposa, Marsel.
La anciana al mirar a Daniela, le permitió ver que sus ojos tenían un brillo malicioso que puso nerviosa a la chica.
―Veo que el rumor sobre la bellas de las nuevas adquisiciones de Greensboro, según mi marido, son ciertas. Un dos por uno, esta vez ―afirmó Marsel, dándole la mano a Daniela, por cortesía.
―Un gusto, señora ―dijo Daniela, sonriendo otra vez, con más fuerza para no hacer notar sus nervios. Por alguna extraña razón, creyó que se estaba viendo con una fea morisqueta en el rostro por sonrisa tan forzada y fingida.
―Dime Mar, cariño, no me gusta que me etiqueten solo por asuntos de la edad ―le corrigió esta, con un semblante serio, pero sin perder la elegancia.
―Discúlpeme, se... Mar ―se autocorrigió ella, viendo como Alexandra le abría los ojos como platos, como si con su mirada tratara de decirle "No lo arruines y compórtate".
La entrevista fue como lo suponía: incómoda. Marsel y Thomas, discutían más sobre la necesidad de tener una segunda empleada, aunque Thomas se afincó en las ventas que había hecho ella con su hermana en la mañana. Le recalcaba que, si seguían vendiendo de esa forma, tendrían hasta para contratar a alguien que limpiara el local. Marsel, por supuesto, solo estaba allí para sacar cuentas. Sin embargo, reconoció que había sido una gran venta la que habían hecho esta mañana.
Al final, a Daniela le habían dado el trabajo, pero con el suelo mucho menor al de su hermana. La excusa de ellos, era que su hermana era la encargada de la tienda por llevar más tiempo, y que ella solo estaba para suplir las necesidades de esta, cuando estuviera ocupada.
Por un momento, Daniela estuvo a punto de negarse, pero recordó las palabras de su hermana la noche anterior y la de ese momento: "Exquisita", y su mirada de, "No lo arruines"; así que al final decidió tomarlo. Por supuesto, empezaba ese mismo día. Cuando salió, dejó a los ancianos discutir libremente, agradeciendo de que se hubiera zafado de ese momento, pero Alexandra la abordó tan rápido para saber la respuesta, que al final pasaron el resto del día bromeando acerca de todo ocurrido con su entrevista loca, aunque sus dueños estaban ahí, escuchándoles hablar, no se disgustaban pues no entendían nada de lo que ellas decían en español.
Ahora, a eso de las tres de la tarde, tuvieron una inesperada llegada. Una mujer rubia, radiante, con el cabello rizado, y un cuerpo de ensueño. Eran un poco mayor a las chicas, pero nada que envidiarles a ella. Comenzó a mirar las vitrinas, mientras que, detrás de ella, estaba un hombre mucho más grande y atractivo, su piel era acanelada, cabello castaño y ojos pardos, con una sonrisa que parecía desvivir a quien le viera.
―Matt, ¡mira este de aquí! ―chilló emocionada la rubia.
―Es precioso, cariño, escoge el que más te guste ―añadió él.
No se habían percatado pero Alexandra y Daniela que, según había la última aprendido de su hermana, se debía dar la bienvenida a todo cliente que entrara en la joyería. Pero estaban tan absortos con la bella de aquellos dos, que olvidaron todos los protocolos para vender. Lo interesante de aquel encuentro era que, según la cosmovisión de ellas, era natural ver ese escenario cuando la chica rubia estaba con un anciano como el señor Thomas. Pero no, a simple vista eran la pareja perfecta.
Vieron como las dos parejitas observaban detenidamente todas las joyas con cautela y ánimo, cuando otra pareja se presentó en la tienda. A diferencia de la rubia, la otra chica que entró parecía ser lo contario a ella, una castaña de ojos pardos, parecidos al del hombre al que llamaban Matt, solo que era mujer, un poco más alta que la rubia, pero con un cuerpo trabajado. Parecía sacada de una revista.
―Vamos, Carlos, veamos que ha visto Barbie ―dijo ella emocionada, mirando con adulación al hombre detrás de ella.
Al igual que Matt, este otro hombre era alto, musculoso, y de cabellos castaños y ojos color miel, como ella. Su piel parecía bronceada por el sol y, a simple vista, excepto por la rubia, aquellos tres podrían pasar como hermanos. Pero, la forma en como la castaña miraba al que llamó Carlos, no parecía de una relación simple de hermanos. Carlos, solo dio un bufido. Este parecía ser un poco más serio y amargado que Matt.
―¡Mira este, Raina! ―dijo la rubia, a la que llamaron Barbie, emocionada.
Y por primera vez, Alexandra le dio un codazo a Daniela, haciéndole señas que fuera hasta ellos. Por supuesto, ella aún estaba embelesada ante aquellos gigantes.
Como un animal escuálido, Daniela se acercó.
― Eso que tienes ahí ―dijo ella, rebuscando el catálogo que Alexandra le había dado esa mañana para reconocer las joyas de la tienda―, son anillos de oro blanco, muy finos para quienes buscan un compromiso, pero si lo que buscan es para matrimonios ―siguió rebuscando, hasta hallar lo que necesitaba―, pueden ver estos...
Raina y Barbie, que notaron a la chica castaña de ojos claros, temblorosa y nerviosa, sonrieron.
―¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres? ―Preguntó Barbie.
Aquello le pareció algo extraño a Daniela, y no pudo evitar mostrar su sorpresa. miró a su hermana, pero esta le volvió a hacer aquella señas con los ojos de, "No lo arruines".
―Me llamo Daniela, soy venezolana ―dijo, curiosa de por qué querían saber esa información.
―¿Venezolana? ―Preguntó Raina a su amiga―. ¿Qué parte de México es?
―No seas tonta, Raina ―dijo la rubia poniendo los ojos en blanco, desenmascarando que no era tan cierto el estereotipo de la rubias que se había escuchado―, Venezuela es un país suramericano que da hacia el mar Caribe, no tiene nada que ver con México que es nuestro país vecino.
―No lo sabía ―contestó la castaña, impresionada.
Por increíble que fuera, Daniela sonrió a la rubia genuinamente. No había nada más emocionante que alguien con cultura.
―Barbie, deja de ver así a la chica, la tienes asustada ―Dijo Matt, con una voz muy ronca y el ceño fruncido.
―Tú también Raina, solo vinimos a ver los anillos ―añadió con un tono demandante, Carlos.
Aquella posesividad, de alguna forma, no le pareció correcta para Daniela.
―Perdón, Carlos ―respondió Raina, bajando incluso su rostro.
Daniela se incomodó ante aquello, por lo que no pudo evitar poner mala cara. Una que, por supuesto a Carlos no le agradó.
―Deberíamos irnos si no les gusta nada de acá ―añadió Carlos, cruzando los brazos.
―Solo quise saber de dónde viene su belleza ―dijo Barbie, sin impórtale los comentarios de los hombres―, solo mírenla y miren a la otra ―señaló a Alexandra―, me parece que son melliza, ¿cierto?
Daniela miró a su hermana. Realmente toda aquella escena se estaba volviendo muy rara para ella, pero asintió.
―Ella es mi hermana gemela ―contestó. Pero tomando la ansiedad de Carlos, se aprovechó de ese hecho para desviar el asunto―, pero como ahora sé que vienen por anillos y no de compromisos precisamente, miren estos de aquí ―señaló nuevamente los anillos que tan siquiera habían visto.
Uno de los pares era de oro, con su destello dorado, y una hermosa gema azul, en cada uno de ellos, de lapis lazuli. El otro también era de oro, pero tenían una gema de color marrón, de cuarzo. La verdad es que Daniela no sabía mucho de gemas, pero estaba aprendiendo.
Las mujeres miraron la joya, y Barbie y Raina parecían encantadas con lo que veían. La rubia pegaba gritillos a Matt, por la de la gema azul, mientras que Raina insistía a Carlos sobre la de la gema ámbar.
―¿Llevarán alguna de ellas? ―Preguntó esta vez Alexandra, acercándose.
Daniela le miró un poco sorprendida al ver el tono con el que preguntaba y los ligeros movimientos que hacía. Y volvió a enojarse. Sabía que lo hacía de manera muy provocativa, sin vergüenza de que estuvieran con sus mujeres.
Por supuesto, Matt y Carlos parecieron ruborizarse. Había que ser ciego para no notarlo, así que Barbie y Raina la miraron de manera desafiante. Pero ella las ignoró por completo. Pero cuando devolvieron la mirada a sus compañeros, ahora eran ellos los que bajaban el rostro.
Daniela se dio cuenta que, el trato sumiso que había visto anteriormente, no era como el que pensaba. Es decir, uno basada en machismo, sino más bien, en que entendían que ambos se pertenecían. Algo curioso de ver, en una época como aquella y, por extraño que pareciera, le pareció tierno. Daniela le colocó una mano en el hombro a su hermana. Y cuando esta se volvió a verla, ahora era ella la que le hacía seña con los ojos indicando: "deja de arruinarlo".
De pronto, un ruido fuerte se escuchó afuera de la tienda, donde incluso el Sr. Y la Sra. Walts ―es decir, Thomas y Marsel―, salieron de la oficina, arreglándose un poco las vestimentas ―un detalle asqueroso para nosotros los lectores, pero realista en un mundo como este―. Y cuando todos salieron apresurados para ver el motivo de aquel ruido, se dieron cuenta que se trataba de una pelea entre dos hombres. Ambos se habían golpeado con una de las camionetas estacionada, y ahora estaban en el suelo, enviando puños y mostrando los dientes con ferocidad.
Matt y Carlos, por sorpresa, con una fuerza que sorprendió a todos allí, separaron a los dos hombres como si no pesaran nada. Lo cual era curioso, porque eran tan grande, musculados y fornidos como ellos.
―¿Qué rayos les sucede a ustedes dos? ―Preguntó Matt , con un tono y una expresión que mostraba real amenaza.
―Será mejor que se expliquen ahora por interrumpir lo que estábamos haciendo ―dijo Carlos, con la misma agresividad que Matt.
Ninguno habló, solo observaban hacia sus pies, para luego ambos mirar a Daniela y Alexandra. Por supuesto, la confusión no solo se presentó sobre las mellizas que no entendían nada de lo que estaba ocurriendo, sino que la misma mirada que ellas tenían, todos la colocaron mientras miraban a las mellizas.
Fue entonces, cuando las mellizas observaron las manos de ambos chicos, las cuales temblaban como alguien con síndrome de abstinencia. Un dulce olor acaramelado se desprendía en el aire, y por algún motivo, ambas vieron a aquellos hombres irresistibles. Y es que lo eran. El hombre alto que sujetaba Matt, quizás medía un metro noventa y cuatro, musculoso, de cabello castaño claro y corto, con un color de ojos de un azul intenso, realmente muy atractivo, usaba unos pantalones de mezclilla azulado, con botas de cuero y una camisa de color crema qué mostraba muy bien sus brazos, pero incluso a través de aquellos pantalones, los músculos de sus piernas se tensaban.
El otro, al que Carlos sujetaba, su cabello era de un negro muy oscuro y corto, con un color de ojos azul cielo, muy varonil y con aire peligroso, con una barba que hacía verle un poco interesante; era igual de musculoso que todos ellos, con quizás la misma cantidad de músculos marcados entre sus brazos y piernas. Su estatura era parecida al del otro chico, y usaba un jean azul también, con botas de cuero, una franela beige y encima una chaqueta de cuero negro.
Aquel olor, no estaban segura ninguna de las dos, pero parecía que los desprendían ellos mismos. ¿Cómo era posible que el olor de estos llegaran hasta donde ellas estaban?
Por un momento, les pareció que el tiempo se había congelado. Pero fue la voz de Marsel, lo que les interrumpió el trance:
―Volvamos adentro, creo que esto puede convertirse en algo peligroso.
Escucharon una especie de gruñido. Tanto los ancianos como las mellizas miraron a los hombres que se habían golpeado. Les pareció que aquel sonido, casi animal salió de ellos, pero fue tan rápido que, por un momento creyeron que solo había sido imaginación de ellos. Y entraron. El señor Thomas y Marsel regresaron a su oficina, mientras que Alexandra y Daniela detrás del mostrador. Parecían conmocionadas.
―¿Qué acaba de pasar? ―Se atrevió Alexandra en preguntar.
―Esos chicos ―dijo Daniela pensativa, intentando realmente pensar cómo iba a preguntar lo que rondaba en su cabeza―, ¿olían extraño, cierto? O sea, no mal, pero olían a nuestra casa, como cuando mi madre preparaba torta de chocolates. ―se vio a ella misma sonriendo, al recordar eso.
― A mí también me ha parecido que olían a casa, con la diferencia que no era a torta de chocolates, sino manzanas acarameladas, las mismas que mi padre le gustaba hacer ―respondió ella, confundida y curiosa de que su hermana, le hubiera pasado algo igual.
Claro, no era la primera vez que ellas compartían fenómenos extraños. Primero, las pesadillas que habían tenido de niña, los nombres que aparecían una y otra vez en su mente. Así como la sensación de no sentirse parte de ese mundo.
Ahora, lo que fue realmente "agonizante" para ellas el resto del día, es que ninguna de las dos dejaba de pensar en aquellos chicos. Era cierto que Matt y Carlos eran hermosos, tanto como lo eran Barbie y Raina, pero la sensación que les causó los dos hombres que se peleaban, fue algo completamente diferente. Lleno de necesidad, de deseo, de un cariño profundo y una preocupación angustiosa porque no sabían si le volverían a ver de nuevo.
Lo curioso para Daniela era, que jamás había pensado en un chico, mucho menos por dos. Siempre había sido Alexandra la de los novios, la popular en el colegio, la que los chicos preferían, porque ella era demasiado simple y amargada para la mayoría. Eso hizo, que jamás tuviera intención con alguno de los nefasto adolescente con los que había estudiado, solo se enfocó en sobrevivir y salir de la secundaria. En cambio, Alexandra se encargó de vivirlo todo y al máximo. Aunque eso llevó a que Daniela tuviera mejores calificaciones. Algo con lo que agradecía, al menos, haberle ganado a su perfecta hermana.
Cuando llegaron al hotel y Alexandra fue a bañarse, el grito de esta en la ducha fue lo que hizo que Daniela corriera y abriera la puerta del baño como si nada. Su hermana estaba completamente desnudo, pero su expresión mostraba desagrado total.
―¡Mira! ―Chilló señalando su pecho―, ¡Es un tatuaje! ¡Y uno muy feo! ―gritó.
Daniela la miró confundida. ¿En qué momento su hermana se había hecho algo que no le gustara? De hecho, nunca la creyó fan de los tatuajes.
―¿Cuándo te hiciste eso? ―Preguntó ella, inocentemente, al ver la rosa en su pecho, con enredaderas espinosas alrededor de ella.
―¡Jamás! ¡Nunca dañaría mi perfecta piel!
―¡Deberías ser actriz! ―Daniela puso los ojos en blanco y salió del baño creyendo que su hermana solo le estaba haciéndole una broma. Y una buena, porque le drama le estaba saliendo realmente genuino.
Era obvio que se lo había hecho en alguna oportunidad y no se lo había contado. De lo contrario, ¿cómo iba aparecer entonces?
Fastidiada de eso. Se quitó la chaqueta que llevaba puesta, y cuando desvió la mirada al espejo que tenía a un costado de la cama, fue ella la que pegó otro grito.
Esta vez, fue Alexandra la que salió del baño, con los ojos rojos del llanto, pero que abrió los ojos cuando vio el motivo por el que Daniela también había gritado: Ella llevaba el mismo tatuaje en el pecho.
¿Qué rayos estaba pasando?
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