Capítulo 12
Alexa
AR había sido muy lindo al traerme al hospital, pero sus repentinos cambios de humor, en serio me estaban volviendo loca, unas veces era insensible y frío como el hielo, y otras un príncipe de brillante armadura, educado y tierno, pero necesitaba con urgencia que se decidiera por una personalidad porque yo no podía lidiar con las dos.
La doctora me había dicho que era un corte de nada, a pesar de que sangraba demasiado, no hubo necesidad de poner puntos solo detuvo el sangramiento y me vendó el pie.
AR estuvo todo el rato conmigo viendo cada acción, tanto de las doctoras como de las enfermeras, era como si en cualquier momento pudiera rectificarles algún error, o esa fue la impresión me dio a mí.
— Bien, no tienes nada malo, solo debes permanecer dos días en reposo sin apoyar el pie y de esa forma sanará rápido — informó la doctora y tanto AR como yo, asentimos —. Eso sí, debéis cumplir con lo que os digo al pie de la letra, sino la herida tardará más días en sanar — nos advirtió.
— Vale, muchas gracias — dije.
— Bien, si sientes dolor toma estas pastillas — indicó y le tendió un frasco de pastillas a AR, él leyó el nombre rápidamente y volvió a prestarle atención a la doctora — Okey, ya te puedes ir, tu novio debe firmar el acta — anunció.
— No somos...
Dijimos AR y yo al mismo tiempo para explicarle que no éramos novios, pero ella nos interrumpió gritando. — Sandy, prepara el acta de la cama 15 —. Me miró y me sonrió — Que te recuperes — deseó y se marchó.
AR y yo reímos.
— Esta media loca, ¿No?— pregunté con diversión en mi voz.
— ¿Media? Completamente — aclaró AR y reí.
—Pienso que la locura es una de las secuelas de estudiar Medicina.
—Voy a firmar el acta — informó.
— Vale.
Salió de la habitación y al rato aparecieron dos enfermeros con un silla de ruedas.
— ¿Señorita Duarte?— preguntó uno de ellos.
Asentí
Me levantaron cuidadosamente y me depositaron en la silla, uno comenzó a empujar y el otro se fue.
Me dejó en el mostrador donde AR hablaba con la enfermera.
— ¿Lista para irnos? — interrogó, tendiéndome unas muletas.
Las miré de arriba a abajo con total desagrado, no me gustaban, me hacían sentir fea y débil, y en estos momentos de mi vida esas eran dos cosas que no me podía permitir sentir. AR sonrió al ver ni cara, de seguro se había imaginado mi reacción.
— Bueno usted no tiene que regresar para curar su herida — me informó la enfermera.
Aparté la mirada de AR para dirigirla a ella. — ¿Por qué no?
— Pues su novio me acaba de informar que tiene conocimientos en medicina y que él puede curarle —anunció con una sonrisa.
Otra vez con el tema del novio, ¿Qué sucedía? ¿Lo llevábamos escrito en la frente o qué?
Decidí no decir nada al respecto y dejarla en su mundo de ensueño en el cual dos personas tan diferentes como nosotros podíamos estar juntos; así que solo sonreí y asentí.
Miré a AR frunciendo los labios, en serio sabía de medicina, entonces, ¿Por qué no me curó él mismo? ¿Por qué no me lo había dicho antes? ¿Qué ocultaba?
— ¿Qué? — preguntó, sacándome de mis pensamientos, quizás cansado de que le mirase y no dijera nada, pero no podía ir al grano con él, solo conseguiría que se alejase.
— ¿Me llevas en brazos al auto? — pregunté.
Sorpresa cruzó su rostro, no esperaba que le preguntara esto, su expresión facial lo dejó bastante claro.
Sonrió. Tomé las muletas con una mano y AR me tomó a en sus brazos. La calidez de su cuerpo mezclada con su olor me embriagaron y sin pensarlo escondí mi cara en su cuello. Aspiré fuertemente su olor y mis sentidos se adormecieron de tal forma que cuando AR me separó ligeramente de su cuello, solo me quedé mirándole como una tonta.
— Abres la puerta — pidió, pero mi mirada se posó en sus labios y ese fue mi fallo. Entreabrí los míos y AR se mordió los suyos, un hormigueo se instaló en mi entrepierna, Dios por qué hacia eso.
Haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad me aparté de él y abrí la puerta, me deslizó por el asiento suavemente y me colocó el cinturón de seguridad, haciendo contacto con mi piel, al retirarse lo hizo suavemente, pero se retiró tan cerca de mí que nuestros labios se rozaron, cerré mis ojos por el contacto y recé para que fuera eterno, pero todo en esta vida se acaba, eso me lo habían enseñado, Xabi y mi padre. AR cerró la puerta y yo crucé mi piernas intentando aliviar un poco el cosquilleo que corría de forma desenfrenada por mi sexo.
Respiré intentando calmarme, AR no se podía dar cuenta. Entró en el auto, me sonrió y le devolví la sonrisa.
Le tendí las muletas y las colocó en el asiento trasero.
— Gracias — susurré.
— No fue nada.
Quería decirle tantas cosas, agradecerle por todo lo que había hecho pero ese no era su estilo. Con él debía ser cuidadosa.
— ¿Llamaste a mi hermana? — pregunté.
— No, con el apuro dejé tu celular en la casa — anunció.
— ¿Y el tuyo? — curioseé.
— No tengo — declaró desenfadado.
Mis ojos se ampliaron ante su respuesta. En pleno siglo veintiuno, año dos mil diecinueve quién rayos no tiene celular.
— ¿Por qué no tienes uno? — interrogué. Fallé.
AR, encendió el motor y arrancó el auto.
Bien AR, como tu quieras.
Una tensión extraña se instaló entre nosotros ante tanto silencio. Carraspeé y decidí hablar, el silencio me estaba matando.
— No le digas nada a mi hermana — le pedí, levantó la vista de la carretera y me observó con el ceño fruncido —. Se preocuparía por nada, y no quiero eso — expliqué al ver su confusión.
Asintió, para luego volver la vista a la autopista.
Me rindo, con este chico no hay quien pueda. Giré mi torso hacia la ventanilla y miré por ella, pues sabía que el camino sería largo, es una desventaja muy grande que el hospital más cercano este a diez kilómetros de distancia.
— ¿Por qué? — preguntó AR, sacándome por segunda vez de mis divagaciones, y confundiéndome.
— ¿Por qué? — pregunté arrugando mi entrecejo.
— Si. ¿Por qué hiciste todo ese desastre en tu habitación?— preguntó dedicándome miradas de soslayo, pues estaba muy concentrado en el camino.
— ¡Ah eso! — dije, cayendo en la cuenta —. Pues solo son...problemas. ¿Y tú? — Me mira — ¿Por qué no me curaste en casa, sabiendo de medicina? Además según la doctora no era nada grave.
Apartó la mirada y apretó el volante con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos, su respiración se volvió fuerte y de pronto giró la cabeza hacia mí, asustándome, pues mostraba una tranquilidad que no tenía, sin embargo su rostro era calma en estado puro, ¿Cómo podía hacer eso? ¿Por alguna casualidad el tema de la medicina era sensible para él? ¿Por qué?
— Yo pregunté primero — dijo, volviendo la vista al camino.
— Una respuesta por otra — deduje.
— Quizás.
— Eso no me da seguridad.
Sin mirarme se encogió de hombros. — Tendrás que arriesgarte.
¿Arriesgarme? Bien, lo haría.
— Recibí un mensaje de mi padre y eso me puso de mal humor — expliqué.
— ¿Por qué? — preguntó.
— Eso es otra pregunta — señalé —. Ahora quiero mi respuesta.
AR se quedó en silencio y dobló una curva. Me quedé en silencio, esperando, pero no emitió ningún sonido en los próximos diez segundos, los cuales me parecieron una eternidad.
— Bien, como quieras, estudié medicina y la última vez que decidí que algo no tenía importancia terminó mal — contó, la tristeza reflejada en su rostro.
—¿Qué decidiste que no tenía importancia? — pregunté.
Su sonrisa volvió y ese recuerdo que le había amargado voló lejos, me miró con descaro.
—Esa es otra pregunta.
Solté una carcajada, era un tanto amargo recibir un trago de tu propia medicina.
Qué irónica es la vida, fui apuñalada con mi propia arma.
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