
CAPÍTULO 34
La blancura de la luz casi parece querer decirme que estoy al borde de la muerte. Pero no. La muerte se resiste de recibirme, de abrirme sus brazos fraternalmente y, por el contrario, me rechaza, recordándome que en este mundo yo soy un fantasma destinado al dolor.
Todas mis extremidades se sumen en un eterno descanso. No me puedo mover. Solo siento la agonía de estar postrada en esta cama sin sentirme viva. Apenas y puedo abrir mis ojos, viendo al perpetuador de mi furia y mi temor.
No importa cuánto lo intente, mi cuerpo está atrofiado tras lo que parecieron años de tortura, una odisea en la que mis huesos perdían vida. Aún no sé cómo conseguí curar tantas veces, pero estoy segura de que ya no soy la misma, ni en cuerpo ni en alma. Me siento desolada, deshonrada, débil, sin ánimo de seguir. Quisiera deshacerme en este lugar para ya no tener que existir.
¿En qué momento dejé de ser yo?, ¿alguna vez siquiera fui yo?
—Esto no está funcionando. —Kinn se molesta fulminando a los asistentes que lo observan atónitos desde el otro lado de la sala de control.
—Torturar nunca ayuda, Colton. —La doctora Flinch ingresa a la habitación enfurecida, señalándolo con su dedo índice—. Primero nos ocultas información sobre el objetivo y ahora la intentas asesinar, dejándonos fuera de todo, como unos malditos prisioneros. ¿Dónde quedó tu ética médica?
«¿Ética?», me carcajeo internamente.
—¿Y cómo le llamarías a lo que hemos estado haciendo todos estos años, Claire? —se mofa—. Deja de inmiscuirte en mis asuntos.
—Nuestros asuntos, Colton.
Kinn se voltea a verla, respirando cólera y exhalando odio. Ella de inmediato se tensa. Al parecer Flinch es muy recta con los procesos científicos que se llevan, y quiere dárselas de moralista, pero al final no es más que otra asesina. Todo lo que me han hecho a mí es lo que le han hecho a los demás por años, no es ninguna sorpresa, no debería escandalizarse de esa forma.
—Claire, es mejor irnos. Deja que él haga lo que tenga que hacer. —Moore, que entró sin yo ser consciente de ello, toma a Flinch del brazo, jalándola—. Nosotros tenemos otros asuntos que tratar.
Ella se va con Moore, a pesar de que quiere asesinar a Kinn.
—Siempre estuve contigo, mi Próta —afirma de forma suave, pero despectiva.
Me mantengo en silencio, sin ser capaz de decirle lo mucho que deseo verlo muerto.
—He sido testigo de tu fuerza, de tu voluntad por vivir, lo que demuestra que algo de lo que te inculqué sigue ahí. —Se acerca peligrosamente a mi rostro, casi susurrando sus palabras. Si supiera la gran voluntad que tengo por morir, no estaría diciendo esto—. Pero yo no necesito tu fortaleza, necesito que cedas, y si tu cuerpo no lo hará, será tu mente la que me entregue ese gran poder que guardas.
Amago para decir algo, pero las palabras no salen de mi garganta, se quedan atrapadas en mis pensamientos. Él me mira con burla, viendo lo que me ha hecho. Me ha reducido a nada.
Los guardias entran y me toman, sacándome de la habitación. Me arrastran por los pasillos como a un saco inservible. Ni siquiera soy dueña de mis movimientos, no tengo facultad sobre mi propio cuerpo.
—Seguramente tu mente cederá después de esto, porque si el cuerpo no es suficiente para sacar tu alma, entonces tu mente me la entregará en bandeja de plata. —Kinn les ordena a los hombres que se retiren, con la simple mirada.
De alguna forma me sostengo, recostando mi cuerpo sobre la pared, antes de que el suelo me reciba.
De repente una ventana se abre, como si fuera una persiana, y una ráfaga de sonidos devastadores me inunda la mente, obligándome a cerrar los ojos. Su dolor se impregna en mi alma a través de los quejidos y sollozos, como si yo misma estuviera berreando por ayuda, aunque no estoy muy lejos.
—Mira —me exige.
Pero yo me niego a ver el estado de aquel Psyque, pues seguramente está al borde de la muerte; no sé si pueda soportar otra oleada de terror tras ver su alma ascender hacia la nada.
—¡Te digo que mires! —Me obliga a observar la instancia, tomando bruscamente mi mandíbula y girándola, casi quebrando mi cuello.
Me horrorizo al ver al chico que se debate entre el suicidio o ser la víctima de un asesinato; en cualquier caso, sabe que estará muerto. Las llamas lo consumen, pero no son llamas convencionales, no son como las de Blake, son verdes, como las del monstruo en el que se convirtió Miles en aquella casa. Un guardia lo espera tras un vidrio blindado, activando a cada nada el aspersor de fuego, mientras el chico sopesa la idea de usar las armas que se le presentan al frente.
Son unos desalmados. Incitan el suicido y perpetúan la muerte, como si su vida les perteneciera. Pero todo aquí abajo les pertenece. Yo estoy aquí abajo.
—Tiene el mismo poder que tu capricho —. Se refiere a Blake. Mi cuerpo tiembla en respuesta a su escalofriante afirmación; este podría ser él, estaría así: desahuciado y luchando contra lo que se supone debería controlar.
—Eres un monstruo. —Mi voz sale quebrada, casi inaudible, mientras sigo observando la dolorosa escena. Mi garganta escuece y la siento seca, dándome pistas de que estoy mucho más que muerta en vida.
El chico está atrapado en un ciclo interminable, en una condena perpetua. Su cuerpo no puede evitar curarse mientras el fuego lo vuelve a lacerar. No sé cómo lo puede soportar, sentirse en constante agonía y saber que no puede morir, porque ellos así no lo quieren.
Su desesperación alcanza tal grado que corre hacia la mesa y toma la primera arma que encuentra, apuntándola hacia su cabeza sin sopesar las consecuencias. Mi cuerpo brinca, de forma involuntaria y espantosa, cuando el cañón retumba indicando el momento de su muerte. Mi corazón se detiene por un segundo, siento que mi mente deja de funcionar con el chico que cae al suelo, abandonando cualquier esperanza de un mundo mejor. Me quedo esperando a que su alma vuele, pero nada sucede. Tanta fue la tortura que le quitaron su identidad, su alma murió antes que él, y eso es mucho peor.
Me quedo paralizada al ver su rostro impasible derramado en el suelo. Su cuerpo está medio quemado y medio curado, pero en sus ojos se nota la derrota a la que se sometió. Él necesitaba descanso, pero ni su muerte fue motivo de reposo.
—Eso es lo que son todos ustedes: nada. —Me suelta haciendo que me desplome en el suelo, por lo que mi cabeza retumba con el dolor que mis nervios procesan—. Lo que es nada, a nada volverá.
¿Llegaré yo a eso?, a sentir que mi vida no vale ni un segundo en esta existencia, a pensar que estoy mejor muerta, a desear desaparecer solo para no sufrir más. Le temo a morir, pero ¿alguna vez le temeré más a vivir? No estoy muy alejada de eso, me doy cuenta, por lo que el terror me embriaga y me deja ciega.
Mi voluntad está cediendo, y temo no tener por mucho más tiempo el control.
Los guardias vuelven y me pasean por todas las instalaciones, obligándome a ver las celdas contiguas, los laboratorios y las salas de experimentación.
Ahora entiendo lo que hacen: están torturándome de una manera mucho más moderna, más placentera para ellos. Cada grito ahogado, cada susurro débil, cada golpe seco y estridente, cada sollozo martirizante, cada palabra ensordecedora... cada una de sus voces sombrías y suplicantes, me taladra el cerebro llegando hasta el borde de mi alma y quebrando mi voluntad de mantenerla intacta.
Cada una de las imágenes desahuciadas, sucias, muertas, frías... cada una de las almas que veo marchitarse, hacen que mi completo ser caiga en una oscuridad hermética y envolvente que me incita a quedarme dentro.
Finalmente lo siento. Tras cientos de cuerpos moribundos y llantos incalmables, mi alma rota se entrega, se rinde, y no quiero hacer nada al respecto. Ya me hicieron su títere una vez, ahora ni siquiera puedo ser protagonista de mi obra, así que dejaré que me hagan su muñeca desmontable.
—Ahora no me impedirás tomar tu alma, porque sabes que ese es tu único destino si no quieres que la locura te controle —dice una vez estamos de vuelta en la sala del terror.
Los asistentes atan mis extremidades a la cama y preparan las siguientes máquinas que me llevarán de vuelta al camino de la muerte.
Esta vez no me resisto ni pronuncio palabras necias y absurdas, de nada sirve, mi alma ya se entregó, solo falta que mi cuerpo muera para que la sumisión sea completa. Supongo que ahora entiendo a la Madre, la sumisión es el único camino para liberarse de la pesarosa vida.
Un par de agujas se incrustan en mis sienes, causando que mi vista se ensombrezca. No soy consciente de nada más que mis martirizantes respiraciones.
De pronto, como si de una luz se tratara, veo un hermoso paisaje: un valle infinito lleno de flores amarillas. Camino, vago por lo que parece una eternidad, pero la alegría no me dura cuando recuerdo lo que es esto: otro experimento, y está vez penetraron mi mente controlando lo que veo.
Me pongo alerta, sabiendo que en cualquier momento llegará la amenaza; y así es, como lo predigo, a lo lejos una sombra se acerca con espada en mano, amenazando mientras al empuña al aire. Casi siento a mi corazón estallar cuando la silueta se posiciona perpendicular a mi figura desastrosa. Soy yo. Es Lehia. La mujer que me mira con odio y rencor en sus ojos, con violencia, soy yo. Yo.
Me desespero ante la ridícula situación. Esto no puede ser cierto, estoy en mi mente, yo debo poder controlar lo que veo. Pero no, sé que ya no puedo. Intento correr, pero mis píes no hacen caso a mis demandas. Intento activar mi poder, pero este mismo me limita al estar en mi mente. ¿Cómo pelearé contra mí misma? Fácil: no lo haré.
Me miro fijamente, a mi reflejo, y noto las pequeñas diferencias entre ella y yo: su rostro está más pálido y más perfilado, temo que si me roza con su mentón cortará mi piel en un solo trazo; su cabello parece más oscuro y sus ojos más muertos que nunca. ¿Así me veo yo? Me veo imponente allí, como si la misma muerte llegará a reclamar otra víctima, parezco una diosa que se inclina demandando su fortuna. Una guerrera, no una débil humana, como siempre quise parecer, me veo como debería ser.
Su espada se alza y la direcciona hacia mí, rompiendo el aire imaginario de mi mente; pero cuando me da en el pecho esto no parece una ilusión, nada de esto parece solo producto de mi invención y de mi poder. Siento el dolor lacerante e incluso la sangre brotar de la incidente herida, como si a cantaros un río corriera desde mi alma. Retrocedo al fin, queriendo huir de mí misma, pero por detrás me sorprende otra. Otra yo. Otra igual. ¿Cuántas hay?
Comienzo a correr desesperada, anhelando una huida limpia y definitiva, pero todo se ve frustrado al ver que mis clones me persiguen. Cada vez se suman más, como si nacieran de la propia tierra. ¿Veinte? ¿Cuarenta? Acelero el paso estando aterrada e invadida por una angustia desgarrarte. ¿Esto está pasando de verdad? Imposible, si hace nada estaba tirada sobre una cama, casi a punto de morir. Están jugado con mi mente lo sé y tengo que pararlo
Freno de forma abrupta, causando que trastabille y caiga al suelo, pero me levanto con determinación a enfrentar la estupidez que están montando. Al verme posando heroicamente, todas mis yo se detienen atentas.
«—¡Esto se acabó!, no dejaré que jueguen conmigo, esta es mi maldita mente.»
Mi osadía se ve interrumpida por un electrificante dolor que invade todo mi cuerpo, haciendo que mi vista se torne negra otra vez, como si hubiera perdido la señal con mi mente. Medio soy consciente de que a mi cuerpo le han proporcionado una inmensa cantidad de electricidad que me detuvo de mi arrebato, y ahora menos que soy capaz de mover un músculo.
Las imágenes vuelven a conectarse poco a poco en mi mente, y sigo de píe, como si el dolor no hubiera afectado a mi imagen astral, pero mi alma sabe que mi lucha es en vano; mi cuerpo real, que estando atado sufre, sabe que ya no tengo nada por lo que luchar. ¿Qué soy yo que no se pueda reemplazar?
La infinidad de mis clones avanzan hacía mí, y ya no corro, dejo que me alcancen. Todas me rodean y abalanzan sus espadas hacia mi cuerpo, lacerando mi piel y amoratándola. Todo se siente tan real, será porque en vida corpórea están replicando mis heridas mentales, haciendo que sangre tanto como en esta visión de mi destino.
Me asusta verlas furiosas y coléricas, arrebatándome mi integridad, mi vida. Quiénes son ellas, porque yo no me reconozco ahí, tan agresiva y hambrienta de muerte. Caigo en rodillas cuando ni siquiera mi mente aguanta el peso de ese cuerpo inerte y falso. Miro al cielo esperando el minuto para abandonar esta vida y bajo al pasto y las flores amarillas. Todas mis yo me atacan, me patean, me acribillan, me apuñalan y me hieren con palabras que retumban en mi consciente.
«Basura, monstruo». «Asesina. No vales nada». «Qué patética creación, no has de existir mañana». «No mereces a nadie, traidora de sangre». «Desde siempre una decepción». «Tú nacimiento está maldito, por eso morirás bajo tu propia mano».
No aguanto. Lloro lágrimas que no tengo, sangro líquido interminable, termino con el legado que nunca merecí, acabo con un linaje desamparado. Mi cuerpo cede, ya no soy persona, ni vida, ni alma. Lehia ha muerto, no hay dudas de su falso nacimiento. Grito, desgarro mi garganta y muerdo mi lengua buscando algún consuelo. Ellos me deconstruyeron, me desangraron, me desquiciaron.
Las imágenes de mi cabeza son difusas, pero alcanzo a ver la energía recorrer mi cuerpo astral y soy consciente de la manipulación de mi poder, una vez más. Mi cuerpo se levanta y la energía violeta crece. Salgo despedida hacia arriba y en el proceso todos los demás cuerpos vuelan por los aires, siendo empujados a su muerte por acto de mi mente. Me he asesinado, me he vencido en un valle de muerte. Todos los cuerpos caen y se esfuman, mientras que por los aires la energía se rebosa y consume todo, liberando a mi mente del martirio de otra gente.
Floto envuelta en llamas violetas que me confirman lo que acaba de suceder en esta ilusión: he vencido a los científicos, aniquilando el arma que enviaron y moldearon. Les gané dentro de mi mente.
Mis oídos chirrean y sangran. Ahora soy consciente de que estoy fuera de las imágenes que emitía mi poder en mi mente. Me obligo a abrir los ojos, pero no puedo, no soy capaz. A lo lejos escucho maldiciones y gritos, pero no logro distinguir muy bien las ordenes que se dan. Cosas caen a mi alrededor y el dolor en mi cuerpo vuelve a hacerse presente, recordándome lo que sufrí mientras ellos estaban en mi cabeza, intentando asesinarme desde adentro.
Finalmente, mis ojos se abren como luceros pesarosos, de a poco, con mucha dificultad. Al principio todo se ve oscuro y pienso que he perdido mi visión, pero me relajo al acostumbrarme a la penumbra, dándome cuenta de que en realidad no hay luz alguna, que la habitación blanca ahora está sumida en una oscuridad que me satisface.
—¡Contrólenla ya! —Logro distinguir con claridad el rugido de Colton hacia alguno de sus pobres asistentes. Se le nota desesperado, y cuando lo logro ubicar al otro lado de la sala me doy cuenta de que es así. Por primera vez me observa con temor y no parece saber qué hacer.
—Ella lo impide, señor. Su telequinesia se muestra a niveles imposibles, —El pobre muchacho jadea—, algo que no habíamos visto jamás.
—Está acabando con todo sin mover un solo dedo y ustedes no pueden hacer nada al respecto. ¡Incompetentes!
Me estremezco ante sus palabras. ¿Qué estoy haciendo? Rápidamente bajo mi mirada tratando de ver si mi poder está activo usando la telequinesia, como el asistente indicó, y me sorprendo al ver que mis brazos están rodeados de mi familiar energía violeta, pero están inmóviles, mi cabeza es la que esta direccionando el poder.
Me río con sonoridad y me regocijo, ignorando la gran punzada que ataca mi vientre a causa de los traumas físicos. Mi mente ha estado funcionando a mis espaldas. Mi subconsciente ha tomado control de mi poder y ni siquiera he estado concentrada. Yo he hecho que las luces se quemen y que las sillas vuelen, yo estoy haciendo que todo caiga.
No lo puedo creer. Cuando me creía incapaz de entrar siquiera a mi propia mente y ahora estoy controlando todo sin quererlo. La confianza me avasalla reiterando lo poderosa que soy. No importa que me hayan doblegado, que estuviera a punto de morir a voluntad. ¡Es que soy jodidamente poderosa!; no dejare que ellos me paren ahora que la voluntad recobra vida dentro de mi alma casi marchita.
—Te lo advertí. —Me burlo de él con una risa maliciosa—. Ahora no sabes qué hacer ¿verdad?, con tanto derroche de poder.
Su ceño se frunce, haciendo mucho más explícito su enojo cuando se acerca a mí.
—¡No permitiré que salgas viva de esto, no sin los resultados que yo merezco! —Me sorprende agarrando mi cuello y apretando con una fuerza desmesurada, que corta de inmediato mi respiración.
Sus comisuras se amplían sonriendo con satisfacción mientras aprieta más y más. Y yo que creía que era un asesino, ahora veo que es un loco desquiciado.
Mis pulmones se calcinan y mi cuerpo no aguanta. Mis ojos se cierran buscando auxilio, y poco a poco las estrellitas rojas invaden mi visión dejando que mi cuerpo, en respuesta a la falta de aire, se vaya asfixiando hasta la muerte. Pero contrario a dejarme morir, como antes quería, me apego a la vida riéndome de su inescrupuloso intento de matarme. No es tan fácil, ahora lo sé. Él me mira confundido ante mi extraña reacción, porque ¿quién se ríe de su propia muerte?: solo alguien que sabe que no va a morir.
Aprovechando su desconcierto, y con ello el que aflojara su agarre, comienzo a maniobrar concentrando la energía de mi poder en las ataduras que me adhieren a la cama. Hacer esto se convierte en la tarea más fácil que he hecho nunca, como si fuera sencillo desactivar las hebillas de tecnología avanzada que utilizan; pero es que mi poder ahora se siente masificado, más presente, lo siento desbordando por todo mi cuerpo. Lo tengo en la punta de mis dedos.
—Esta vez tu error fue ser muy lento. —Le muestro mis manos. Sin darle tiempo para reaccionar, lo lanzo con telequinesia al otro lado de la habitación y me levanto tocando el suelo.
Por un momento siento que todo será en vano, pues siento que me desmayaré del dolor, pero recuerdo quién soy, más allá de una profecía o una ficha para ganar una guerra. Soy la espada que forjaron a través del dolor, con un molde de mentiras que se expandió con la verdad, con material de titanio fundido con la traición. Soy la espada que no se quebró, la que duró más de dos días seguidos en experimentación y se resistió, y que ahora se levanta para reclamar a sus enemigos la rendición.
Con todo esto en mente, inhibo el dolor de todo mi cuerpo y por fin me permito liberarme por completo, como tanto Megana me lo pidió. Ahora la comprendo, su dureza y su pujanza, ella quería que yo me soltará, que sacara este lado que siempre reprimí.
Guardias comienzan a entrar a la habitación, rodeándome, pero esta vez no les permito acercarse, no cometeré el mismo error. Mis ojos se queman en violeta y mi cuerpo se envuelve en pura energía. Los miro a todos y tomo sus armas, redireccionándolas y disparando sin pudor. Ya no me interesa su dolor, ni el mío ni el de nadie, nadie volverá a mentirme y lastimarme.
Al ser tantos, se me dificulta impedirles el paso, así que poco a poco comienzo una danza con guardias que lanzan patadas y puños en mi dirección, sin éxito. Utilizo mi entrenamiento, derribándolos, golpeándolos, enviándolos a la pared con ayuda de mi poder y rompiendo sus huesos. Algunas balas alcanzan a ser disparadas, pero yo las detengo en el aire y las devuelvo por donde vivieron, impactando en los cráneos de ocho soldados.
Todos me disparan al tiempo, por lo que la habitación se siente pequeña. Para resolverlo, arranco las paredes y el techo, haciendo que los escombros entierren a varios de ellos. Me muevo de un lado a otro, evitando y atacando.
Una fila de soldados se para frente a mí, son al menos veinte. Todos alzan sus armas.
—Deténgase, no queremos que esto se ponga peor —avisa el líder del escuadrón.
—¿Así que temen a que destruya su lindo edificio? —Hago un puchero—. Qué pena, soy una maleducada al destruir hogares ajenos.
—¡Apunten! —ordena.
No lo pienso más y establezco el familiar puente con veinte cabezas, conectándolas en una sola realidad: la mía. Esta vez no es nada complicado, a comparación de aquel día en la ciudad perdida. Esta vez me deslizo a sus mentes como mantequilla.
Una sala de espejos, eso les proyecto a todos en su consciente.
«—Mírense, caballeros. Observen sus rostros por última vez y sacien ese narcisismo que tanto los aqueja, antes de obtener una muerte violenta.» Les digo con voz socarrona pero firme a sus mentes.
Veinte pares de ojos me observan a mí, desafiándome incluso en mi mente, incluso cuando les doy la dicha de saber qué se siente tener un cuerpo astral. Llena de cólera me apresuro a penetrar hasta su subconsciente, pero me esmero en mantener los espejos intactos frente a ellos. Cruzar los puentes hasta la última estación me agota un poco, no puedo negarlo, pero lo camuflo y sigo en el proceso.
«—Cuando una señorita pide algo, amablemente, un caballero obedece. Aunque está claro que ustedes clase no tienen, porque a una mujer no se le apunta, eso no es cortes.» Hago que mi voz rebote en cada una de sus cabezas.
De forma deliberada, les ordeno que se arrodillen, y así lo hacen, sin poder rechistar. Los obligo a mirar sus propios ojos y no pueden resistirse a mi encanto llamado Telepatía.
A pesar de mi disfrute aquí adentro, algo afuera me molesta. Me doy cuenta de que he evolucionado a tal grado que puedo coexistir en el plano real y el astral al mismo tiempo, sin descuidar mi integridad física ni la mental. Aún puedo percibir lo que sucede afuera, así que agudizo mis sentidos físicos y abro un ojo para ver allá.
Casi me sorprendo al ver un arma siendo disparada muy cerca de mi rostro, pero me relajo al ver que tengo total control de la situación. Elevo una mano y detengo la bala, devolviéndola y matando a un asistente como a tantos otros hombres. Me complace ver que enfrente los soldados están sometidos, pero me alarmo en demasía cuando percibo a un batallón mucho más grande aproximándose, y a otro ser que no logro reconocer, así que vuelvo a mi mente para terminar el trabajo.
«—El tiempo se les acaba para estar en mi presencia. Es una pena, pasaran a otra vida.»
Comienzo a destrozar los espejos, uno por uno, haciendo que todos se convierta en una puerta que los lleve a su peor infierno. El entorno muta, y no me parece que pueda ser más adecuado. Estamos en mi preciado bosque, y aquí morirán. Elevo los brazos y cierro los ojos concentrándome en la energía. Quiero que mueran de la peor forma posible. Poco a poco mi cuerpo se eleva, y el poder cae hacía cada cuerpo como si un rayo fuera.
Lo mantengo, no dejo que se esfume. Libero toda la energía que tengo, dejando que ellos, aún de rodillas, se retuerzan de dolor. Siento su agonía en mi cabeza, pero no me distraigo. Las ramas violetas los penetran sin cesar, esperando mi comando para guardarse. Lo estoy mareando, calentando sus cuerpos y haciendo que sus pechos corran a mayor velocidad. Su presión arterial se eleva, parecen hirviendo. Y finalmente me detengo.
Pero antes de salir de sus mentes, me meto a su subconsciente y les ordeno explotar. Así es: explotar. Dije que les daría una muerte violenta, y no hay nada mejor que lo que le sucedió a Miles, destrozarlos hasta que no quede rastro. No es algo que yo sepa que se puede hacer, no es como si le pudiera decir a una persona que explote, pero al menos lo intentaré. Me concentro e imagino sus cuerpos volando, como si hubieran pisado una mina. Imagino la sangre, los sesos, la piel desintegrada. Imagino sus restos como una masa irreconocible que se mezcla con el suelo.
Abro los ojos abruptamente al sentir la sangre bañar mi rostro. Sonrío. Ha sucedido. Lo he conseguido. He hecho explotar a veinte hombres solo diciéndolo. Los cuerpos vuelan, extremidades por aquí y por allá. Ojos, dedos, cabezas. Y la sangre baña todo el lugar recordándome el lago de sangre que vi en la mente de Blake hace tanto.
Me percato de que estoy flotando en el aire con la energía rodeándome como en mi mente. El poder ha trascendido una vez más, y no hay nadie que me baje.
Las sillas, mesas, aparatos de experimentación, camillas... todo está empapado en sangre. Escucho quejidos y sonidos de asco. Seguramente los que venían ya se enteraron de mi hazaña.
Todo sucedió como una onda expansiva, porque aparte de las paredes que ya había removido, parece que todo el piso hubiera sido expandido y limpiado de límites, parece un gran coliseo lleno de muerte.
—Y dicen que nosotros somos los monstruos. —Me giro al escuchar esa maldita voz. Encuentro a Kinn parado frente a, literalmente, un ejército que además de soldados humanos también contiene criaturas desdeñables.
—No hablaré por ellos, —Me limpio el labio con la bata blanca (que ahora está manchada de carmesí mortífero) que llevo desde que comenzaron los experimentos—, pero tú me creaste, soy tu monstruo —finalizo sonriendo ladinamente.
Moore y Flinch están a su lado con los ojos en llamas, acribillándome por lo que acabo de hacer. Y eso que no llevo nada. Desde las alturas los miro con desprecio, haciendo de sus míseras vidas nada.
Moore eleva la mano indicándoles a los soldados que avancen y me ataquen. Todos llevan armas que comienzan a disparar, pero no alcanzan a pasar de mi punto de intercepción, pues ahí yo misma hago que sus corazones paren, que sus balas los perforen, que sus amigos los traicionen. Desde las alturas parezco su dios, el que les dicta cuándo y dónde deben morir, y eso me llena de satisfacción. El ejército se va achicando a medida que blando mis manos, enfocando mi poder en este y en aquel, a medida que con mi mente debilito las suyas.
«—¿Seguirás sacrificando a tus soldados de esta forma tan estúpida?» Le hablo a Colton entrando a su consciente.
Él sabe que está perdiendo, y por eso me hace caso deteniendo al resto de soldados.
—¡Ellos harán el trabajo! —vocifera para que lo escuche desde las alturas, lo cual solo alimenta mi ego.
Tres gigantes como Miles se paran al frente, provocando mi furia. Ese es el resultado de sus tristes experimentos: más muerte, dolor y humillación. No les importa reducir a nada a sus amigos, colegas y vecinos, todo con tal de rellenar esa estúpida misión en la que alguna vez creí.
Me concentro en elevar tres cuerpos a la misma vez, pero tengo que ser sincera conmigo, eso sobrepasa mi capacidad ahora mismo. Trato de pensar qué hacer, y la respuesta llega rápido a mi mente. Pero sé que corro riesgo, y no sé si podré con tanto.
La cosa es simple: acabaré con esos tres y con todo. Después de entrar a la mente de Miles, es fácil saber qué hacer, así que me dispongo a entrar a sus mentes uno por uno.
En el primero es fácil encontrar el escondite a su subconsciente, está bajo un árbol, parece ser el patio de lo que alguna vez fue su casa y se ve en podredumbre azul. No sé qué poder usaron para mutarlo. En el segundo, el acertijo parece difícil a simple vista, pero al sumergirme en el río la corriente me lleva, una corriente de agua violeta, así que usaron algo parecido a mi poder para experimentarlo. El último si se me complica, pues su atmosfera no es nada más que una baba negra, a ese le inyectaron una gran combinación de sangre porque ni se distingue su procedencia. Finalmente dejo que la baba me absorba.
A los tres les he ordenado lo mismo, no será nada difícil que lo hagan después de que ya lo hice, ya tengo la práctica.
—¿No piensas atacar? —pregunta Colton al cabo de casi un minuto estando inmóvil. Lo que él no sabe es que yo ya hice mi movimiento, y no demoré ni un minuto pasando por las mentes de los tres grandulones.
—Una persona suele saber cuándo se enfrenta a la derrota, Colton. —Él sonríe ante mi comentario, pero yo me río internamente deleitándome con lo que está a punto de suceder.
Me acerco a los tres monstruos y me posiciono en el suelo, justo en la mitad de los tres, desactivando mi poder. En mi mente cuento los segundos para que todo suceda, preparada para actuar como debe de ser.
—Es una pena que las últimas palabras que escucharas de mí son de odio, Colton.
—Críe a una hija y obtuve una enemiga. Pero no me duele, hoy mueres como si fueras mi sangre.
—La muerte es mi regalo de agradecimiento, pero mereces una tortura infinita. —Mis ojos vuelven a encenderse y veo la alarma en su rostro—. Una persona suele saber cuándo se enfrenta a la derrota, y tú debiste aceptar que la tuya fue hace mucho rato, pero dejaste que tu ego te llevara a esto.
Los monstruos comienzan a convulsionar y la realización llega a la mirada de Colton, aunque ya muy tarde.
—¿Qué has hecho? —gimotea viendo su final.
—Liberé mis demonios, padre. —Me permito llamarlo así una última vez, para que sienta el escozor de lo que ha hecho—. Moldee a mi propio monstruo liberando la leyenda Mentioum.
Los monstruos explotan y yo enciendo mi poder, haciendo que la energía me eleve, se expanda y transporte las ondas de presión por todo el lugar, reduciendo el edificio a cenizas con un poco de ayuda extra de mi telequinesis. Todo parece suceder muy lento, y disfruto de ver cómo me eleva aún más y de presenciar la destrucción que yo misma he causado. Todo a mi alrededor es fuego violeta, literalmente, pero no me quema. Además, los escombros chorrean como cascadas aplastando cuerpos y máquinas.
Nada queda intacto tras minutos de más y más explosiones, solo yo que me protejo bajo el manto de mi propia aura. La sangre brota del suelo alcanzando mis talones, manchando todo mi cuerpo una vez más, y yo me regocijo de sentirla en mi piel.
He acabado con todo como me prometí hacer, he perpetuado mi venganza. Ahora si soy invencible y me siento poderosa con el don que cargo en mis venas verdes.
Una última explosión arremete con el sótano, lo que me trae escambrosos recuerdos. Los Psyques, a los que se supone debía salvar, están allá abajo. Estaban. Ahora están muertos gracias a mi tortura.
Desciendo al borrascoso suelo casi tropezando, y me doy cuenta de lo que hice y de que ya no hay vuelta atrás. Ahora mis demonios me tomaron y me convertí yo misma en uno, un demonio sin cuerda que acaba de asesinar a la mitad de su raza indefensa en jaulas de hierro y muerte. Yo los asesiné y sus almas quedaron enterradas sin posibilidad de escapar. Soy el monstruo del que él siempre hablaba.
Siguiente capítulo de la maratón: 3/4
No sé qué acaba de pasar, así que no me culpen 😂.
Lehia está mostrando esa faceta de la que siempre habló, de esos supuestos demonios que ahora parecen muy reales. ¿Qué piensan de ella?
¿Qué creen que pasará ahora?
Dejen sus teorías, porque ¡¡¡solo faltan dos capítulos para acabar esta travesía!!!
¡Nos iremos leyendo, almas de esta tierra🤍✨!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro