CAPÍTULO 27
—¡¿No estás nerviosa?!
—Mmmm.
—Lehia —me mira con acusación—. Llevas una hora sentada ahí como si nada.
—Estoy meditando.
—Espero estés meditando sobre cómo excusarte por lo tarde que vas a llegar, porque te quedan veinte minutos.
Ignoro su comentario. Tal y como Rosa dijo, llevo una hora sentada sobre el suelo de mi habitación tratando de meditar y despejar mi mente; no puedo llegar a la casa de Nicolá estando al borde de la locura, necesito calmarme y canalizar todas las malas energías y las molestias, como las que Blake me está haciendo cargar. Pero todo esto ha sido difícil con Rosa insistiendo en elegir mi ropa durante más de media hora.
—¡Lehia! —rechista haciendo que pierda la concentración otra vez.
Mis ojos, antes violetas por mi poder, ahora vuelven a la normalidad y miran a la rubia con molestia. Lo último que quiero es hacerla sentir mal, pero si no logro que mi cabeza controle mis emociones, explotaré en el peor momento. La ignoro una segunda vez, para ahora cerrar mis ojos y tratar de encontrar la concentración.
—Blake es un idiota, no dejes que te arruine la noche —comenta—. Y déjame decirte que si te quedas ahí por un minuto más se lo estás permitiendo.
Respiro profundamente. Tiene razón, soy muy susceptible a absorber la energía de los demás trayendo abajo mi propio estado de ánimo, pero no se lo puedo permitir, ni a él ni mucho menos a mí. Ya tendré tiempo para abofetearme por ser una inútil.
—Bien, ya me estoy levantando —digo realizando la acción mientras levanto las manos en señal de rendición.
—Así me gusta.
Me dirijo al armario y reparo la ropa. Rosa comienza a hablar, pero no le presto mucha atención por estar pesando: todo me parece tan extraño; por alguna razón siento que algo está mal, pero no sé qué puede ser.
Al cabo de diez minutos, al fin estoy lista. Llevo un vestido largo color negro bastante sencillo con unos zapatos altos del mismo color. Resulta que la dichosa cena es más elegante de lo que pensé, por lo que, al verme por primera vez fundida en telas tan diferentes, me siento extraña pero hermosa. Podría acostumbrarme a esto sin problema. La ropa en conjunto con el lugar en el que estoy, me hace sentir como una princesa, como aquellas que reinaban hace siglos en los grandes castillos de los grandes reinos.
—Te ves hermosa.
—Gracias, Rosa. No podría haber deseado una mejor estilista —le agradezco, pues ella fue quién mandó a hacer este vestido para mí. ¿Qué tan buena persona debe de ser para considerar eso sin siquiera estar invitada a la cena? No me debe nada, y aun así siempre está ahí para mí.
—Oh, ya sabes, multiusos —dice con fingido ego para luego soltar una pequeña risa que me contagia—. Ven, déjame tapar esos moratones y esas ojeras que cargas, linda.
Muevo la cabeza en señal de afirmación y tomo asiento en el banco que está al frente de mi tocador.
—Vas a hacer que Blake se disculpe las veces que sean necesarias, ¿me oyes?
Me río.
—De cualquier forma, lo tendrá que hacer.
—Oh si, y créeme que viéndote así no tendrá otra salida. —Se abanica el rostro y prosigue con la tarea de esparcir unos polvos en el mío.
—¡Listo! —anuncia en un gritito luego de haber aplicado un bálsamo en mis labios—. No necesitas mucho, tu belleza está en la naturalidad.
—Gracias. —A este paso creo que se me acabaran los gracias. Me levanto y abrazo a la morena con toda la fuerza que puedo—. Eres la mejor.
—Lo sé, lo sé —comenta mientras acaricia mi espalda desnuda y se despega para mirarme—. Sé que Blake ha sufrido mucho y que estás enamorada a más no poder.
La miro con extrañeza. Lo único que faltaba para confirmar eso era que ella lo notará.
—¿Soy tan obvia?
—Ambos lo son —confiesa riendo, lo que hace que mi corazón quiera salir de mi pecho—. Pero tú también has sufrido mucho, Lehia. Como tu amiga, te digo que él es impredecible, y que, si en algún momento no quieres estar ahí, lo mejor es salir.
—¿Por qué me dices eso?
—No es un secreto que nosotros los Psyques sentimos con toda nuestra alma; pero, especialmente tú y yo lo sabemos. En este poco tiempo mi cariño por ti ha crecido exponencialmente, tanto como sé que el tuyo por mí también; y, aunque Blake es mi amigo, tú no mereces perder la cordura por amor, y mucho menos por miedo o decepción.
—Pensé que era la única que sentía tanto —río a la vez que siento cómo las lágrimas se acumulan en mis ojos, por lo que respiro profundamente.
—No estás sola.
El sonido de la puerta nos interrumpe, así que me dirijo a ella pensando en que es Blake, pero me sorprendo cuando al otro lado me saluda una cara mucho más serena.
—Hola, Daerien.
—Hola —saluda tímido, como siempre.
—¡Dae! —Rosa se apresura a salir y abraza al chico—. ¿Quién te dijo que estaba con Lehia?
—Elektra.
—Dame un minuto.
Rosa entra de nuevo a la habitación y cierra la puerta. En cuanto me mira yo le lanzo una mirada inquisitoria mezclada con la insinuación que se cruza por mi cabeza: «¿Qué es esto?»
—Tienes que dejar de mirarme así cada vez que estoy con Daerien —susurra.
—Me dan muchos motivos para hacerlo.
—Solo iremos a entrenar.
—No pedí explicaciones.
—Tú no, pero tu mirada sí.
Me río dándole la razón y ella solo rueda sus ojos.
—Si Elektra quisiera podría venir con nosotros.
—¿Qué tiene que ver Elektra?
—Olvídalo —dice rendida—. Tengo que irme ya, pero tú prométeme que lo harás sufrir, aunque sea un poco.
Asiento siendo consiente de a quién se refiere. Será difícil considerando que la que se está muriendo por rogar por una explicación soy yo.
Rosa sale y me quedo sola en la habitación. Los minutos comienzan a pasar y Blake nada que aparece, así que me levanto y decido salir por mi cuenta. Tampoco es cómo si lo necesitara para poder caminar; aunque debo admitir que me molesta que se comporte de esta forma, si habíamos acordado que él vendría por mí al estar listo, cualquiera supondría que sería así. Pero no, él no es cualquiera.
Una vez estoy en la primera planta, el frío me hace tiritar. La noche está escoltada por una fría ventisca, y como las puertas del jardín aún están abiertas, no tardo en impregnarme del gélido tacto de los susurros hechos viento.
—Lehia —me llama la morena de ojos verdes.
—Quil —saludo cuando me giro—. Te ves hermosa —señalo al verla envuelta en un lindo vestido color dorado que resalta tanto el color de sus ojos cómo el rubio de su cabello.
—No es nada —le resta importancia sacando a relucir su modestia, contrario a lo que su padre, seguramente, haría—. Tú sí que eres una belleza, y ese vestido te resalta.
—Oh, gracias —digo con una sonrisa—. ¿Y Kaeil? —pregunto al percatarme de que no está con ella.
—Ya está en casa —contesta con simpleza.
Unos pasos interrumpen mi pronta respuesta; levanto la vista y me encuentro con Blake que abre sus labios para emitir su voz, pero antes de que lo haga me apresuro a tomar a Quil de los hombros con la intención de caminar.
—Tú guías el camino —le digo a la chica que no duda en atravesar el jardín.
Caminamos durante varios minutos dentro del bosque, por un camino de piedra que no noté la vez que vine.
Con cada paso que damos, las caras de mis acompañantes se van contrayendo más de disgusto. Es como si se estuvieran acercando a su destino final, y me hace sentir cierta incomodidad al saber que esto solo puede empeorar, y que, como todo, no sé a qué se debe.
—¿Estás bien? —le pregunto a la chica en un susurro. A Blake no le dirijo la palabra, sé que este no es el mejor momento para empezar una disputa, él mismo se está torturando y el que yo trate de hacer algo solo lo empeoraría.
—Sí, solo que no me agrada tanto la idea de esta cena —confirma mi sospecha de que nada va a terminar bien está noche.
Paso mi mano sobre su hombro de forma protectora y seguimos caminando así durante varios minutos. Al fin cruzamos todo el bosque y encontramos que, en la orilla de la isla con el mar, hay una pequeña embarcación esperando por nosotros en cabeza de un hombre mayor.
—Julian —saluda la morena haciendo alusión al nombre del señor.
—Señorita Quil, Señor Blake —saluda haciendo una reverencia extraña. ¿Por qué tendría que hacer eso? es absurdo.
De inmediato la chica le tiende la mano al hombre indicándole que no haga tal acción.
—No soy mi padre, y Blake, claramente, tampoco lo es.
El hombre asiente con un poco de pena y duda, pero se vuelve a erguir dirigiendo su mirada a mí.
—Lehia Winters —me introduce Blake con una voz un tanto fría, bastante contrastante con la ya fría noche. Parece querer congelar mis entrañas.
—Un gusto, señorita Winters.
Yo solo asiento en señal de respeto y reciprocidad, tampoco es que haya mucho que yo pueda decir. Abordamos el pequeño barco y el hombre comienza a direccionarnos hacia una pequeña isla que se puede ver desde aquí; en ella hay una casa bastante grande, más bien una mansión, de colores café por lo que puedo distinguir en la oscuridad.
Una vez llegamos a la isla, Julian me ayuda a salir y se va llevándose el bote con él.
—Bien, hora de empezar esto —comenta Quil con desdén y descuido, como nunca la había percibido. Su aura se siente pesada y su personalidad parece haber mutado.
Al ver que ninguno de los dos camina, soy yo la que lidera una marcha que no debería, pero que de todas formas hago, por ellos. Me posiciono frente a la gran entrada y dejo caer mis nudillos en ella, pero a pesar de haber esperado que alguien se acercara a abrirla, la puerta cede abriéndose de par en par. Camino hacia dentro y al pie de las largas escaleras que me reciben está Kaeil sonriendo con una calurosa bienvenida.
—Lehia —saluda mientras abre sus brazos, por lo que me dirijo a él correspondiendo el gesto de cariño—. Bienvenida a nuestra casa —dice mientras mira a los dos que están detrás de mí.
Se acerca a abrazar a su hermana, quien lo recibe con recelo, cosa que en la academia no hizo; y, acto seguido, palmea el hombro de Blake saludándolo fraternalmente, a lo que él corresponde con seriedad.
—¡Lehia Winters! —aclama una morena de pelo y ojos negros—. Y decían que no había belleza como la de Leurie —señala mientras me extiende la mano—. Es un gusto, soy Amantora Magnum.
Sonrío y aprieto su mano.
—Es un gusto... —dejo la frase al aire al no saber cómo dirigirme a ella, no quiero ser irrespetuosa.
—Puedes llamarme por mi nombre, linda, estamos en toda la confianza, eres familia.
—Gracias, Amantora.
—Aunque preferiría algo un poco más cálido, luego lo veremos —asegura y me abraza tomándome desprevenida. La familiaridad y cariño de Kaeil sin dudas viene de su madre, es una mujer tan carismática y, no sé cómo decirlo, ¿abrazable?
—¿Qué haces? la incomodas —brama Nicolá hacia su esposa cuando entra al recibidor de su casa.
—Ni la conoces y ya aseguras eso —se defiende mientras me suelta—. ¿O si te incomoda, linda?
Niego.
—¿Ves? No siempre tienes la razón.
—Bien, subamos, la cena está lista —anuncia Kaeil con urgencia y todos lo seguimos hasta el segundo piso de la gran mansión.
Toda la casa está iluminada con lámparas, pero lo cierto es que la luz es igual de débil que en la Academia. Sin embargo, no le quita encanto y, din dudas, es muy acogedora. Hay varios cuadros con paisajes, y en las escaleras hay un retrato de toda la familia junta cuando los hermanos eran pequeños. Me sorprende ver que Blake también hace parte del retrato, solo que está un poco más apartado de los demás. Sonrío de forma involuntaria, y cuando soy consciente de ello la borro enseguida.
Llegamos a otro salón en el que hay un gran comedor en el centro. Tomo asiento frente a Blake y a mis lados están Quil y su madre.
—Por cierto, ese vestido se te ve hermoso, Lehia, resalta esa belleza heredada —comenta Amantora—. ¿No es así, Kaeil?
Blake se remueve incomodo al lado de su amigo y Kaeil sonríe diciendo:
—Por supuesto, las tres están deslumbrantes, madre.
—Lehia, cuéntanos, ¿cómo te has sentido en la Academia? —pregunta Nicolá con un tono suave y paternal, muy diferente a su rol de coronel.
—Todo ha estado muy bien, la verdad es que estoy encantada y también muy agradecida con todos ustedes.
—Sabes que estamos aquí para ti, como Amantora dijo: eres parte de nuestra familia —asegura mientras levanta su rostro demostrando superioridad.
—Así es, todos los que estamos en esta mesa somos una familia, y también aquellos que en la Academia nos esperan —apoya Kaeil tomando mi mano por encima de la mesa.
A Nicolá el comentario parece no hacerle gracia, porque en seguida tose disimuladamente. Blake tampoco se ve muy conforme, pues enseguida rueda los ojos y se cruza de brazos.
Nicolá levanta el brazo y una serie de personas vestidas de negro aparecen con diferentes platos y bebidas. Puedo contar unas diez.
—¿Por qué la necesidad de tantos empleados? —inquiere Quil con disgusto mirando a su padre de mala manera.
—Necesitan el trabajo y nosotros las manos extra —contesta con simpleza.
Amantora toma un largo respiro y se dedica a servirnos el vino a todos.
—Claro, cualquier excusa es buena para esclavizar a los Tritós —señala la chica.
—Como dije, necesitamos manos extra, y como algunos prefieren pasar sus días rodeados de esos impuros de rango menor que usarlos de forma justa, no me queda elección.
—¡Padre! —rechista Kaeil.
Blake se toma el puente de la nariz conteniendo la ira, lo cual se nota que se le está dificultando. Amantora le lanza una mirada de advertencia y Quil lo mira con odio.
—Claro, y nosotros nos creemos tu teatro —espeta Blake levantándose con brusquedad, tanto, que la silla se termina cayendo y solo queda el espectro de la tranquilidad que tan rápido lo abandono.
—¡Blake! —lo llama Amantora. Ella trata de levantarse, pero Nicolá se lo impide reteniéndola, por lo que se gira para mirarme con súplica, y no necesito más para levantarme y seguirlo yo está vez.
No se supone que fuera yo la que lo enfrentara primero, la que lo buscara como si estuviera rogando, pero esto es algo diferente, no tiene nada que ver con lo que paso hace unas horas y solo lo voy a traer de vuelta, no tengo que decir nada, eso le toca a él.
Bajo las escaleras y lo encuentro saliendo por la puerta.
—Blake, espera —digo levantando un poco la voz.
Él se voltea pasando sus manos por su cabello en un acto de desesperación.
—Tienes que volver —constato de forma rígida.
—No, no tengo que —asegura con una sonrisa de pesar—. Me apena que tuvieras que ver todo eso.
—¿Solo te apena eso? —pregunto dejando que la incredulidad tinte mi voz.
Toma un respiro que parece ser su último por la longitud y pesadez con que lo hace.
—No, no solo eso.
—Debes volver —reformulo la petición—. Si te vas no podrás arreglar esas cosas que te apenan —insinuó con la esperanza de que entienda que no me refiero solo a la desastrosa cena.
Baja la cabeza, rendido, y se toma un momento antes de comenzar a subir las escaleras hasta mí.
—Como primer acto de enmendamiento por las cosas que me apenan —susurra mientras intenta tomar mi mano, pero no se lo permito del todo—, debo decir que te ves preciosa.
Le sonrío y camino por delante volviendo al comedor, pero las cosas no son mejores aquí, entre la verdadera familia que está sentada en la mesa no hay más que miradas de odio y advertencia. Tomo asiento y Amantora toma mi mano debajo de la mesa apretándola.
—Ahora comeremos en paz. Nada de comentarios fuera de lugar, porque hoy queremos honrar a la familia Winters.
Sonrío con nostalgia. No hay una verdadera familia Winters a la que honrar, pero si una memoria, así que eso haré: honrare la memoria de mis padres y de mi apellido.
La cena consiste en comida de mar, ya que, por si no es obvio, es la comida que más abunda en este lugar. Los minutos pasan entre comentarios por parte de Kaeil sobre lo rica que es la comida y sobre la próxima misión, a lo que su madre responde con el mismo entusiasmo, y yo pronuncio monosílabos de vez en cuando, pues no sé qué otra cosa podría aportar.
—Gracias por la cena, cariño —Amantora se dirige a su esposo, pero él solo se levanta después de apretar la mano de ella.
Amantora respira, cierra los ojos y trata de mantener un rostro serio que no demuestre su decepción, pero su aura ya la ha delatado: sumada a la tensión que es más que palpable (creo que la puedo hasta oír), su aura está decaída y cansada, diferente a la que recibí cuando me saludo.
La vergüenza me alcanza cuando Amantora me atrapa analizándola, por lo que sonríe con los ojos tristes y yo solo quiero salir del lugar. Trato de disculparme, pero antes de que siquiera diga algo ella toma la palabra.
—Antes era tan cariñoso y juguetón —confiesa, y al ver mi expresión de incredulidad suelta una risa—. Sí, esa roca solía ser divertida y amorosa, pero con el paso de los años se ha endurecido, y ahora no parece soportar ni mis respiros —susurra durante todo el rato tratando de evitar que sus hijos la escuchen, aunque, seguramente, ellos ya saben sobre esto y mucho más (incluido Blake, pues ella parece amarlo tanto como a sus propios hijos).
—Es difícil imaginarlo, sí, pero sabiendo que eres tú, es más difícil aun imaginar que podrías haberlo escogido siendo así, porque tú eres una luz muy intensa.
—Eso solía decir tú mamá —comenta con la nostalgia manchando sus ojos—. Pero no hablemos de este señor, no hay que sufrir por ellos, porque eso sería lidiar contra sus propios infiernos, y no solo hablo de los infiernos de él, linda.
Capto la indirecta que hace referencia al hombre de ojos negros que ahora mismo está perdido en sus pensamientos. Supongo que una madre conoce muy bien a sus hijos, pero eso Blake no lo alcanza a reconocer, y es mejor que yo si le preste atención, porque dos advertencias en un día no suenan a lo mejor.
—Ven, sígueme.
Hago caso y me levanto siguiendo a la mujer. No me había fijado muy bien en su vestimenta cuando llegue, pero ahora que lo hago, debo decir que estoy deslumbrada por su belleza. Contrasta perfectamente con su hija, pues mientras Quil porta un vestido sin mangas color dorado, su madre lleva uno plateado con unas hermosas mangas anchas y una cintura estrecha. Además, está a juego con su hijo que eligió un esmoquin negro con una corbata plateada. Nicolá, contrario a lo que uno pensaría, lleva puesto su uniforme de coronel. El orgullo se le huele por encima.
Llegamos a una habitación llena de retratos y pinturas.
—Bienvenida a mi galería.
Sonrío ampliamente, es realmente talentosa. Veo un montón de rostros fina y especialmente trazados, tan detallados y realistas; algunos a color, otros a blanco y negro. También veo el paisaje del cielo y el horizonte del mar.
—Esto es precioso, Amantora. Tienes mucho talento.
—Ay, linda, te lo agradezco —dice tomando mi mano—. Pero nada de esto se compara con estas —asegura mientras señala un cajón que sostiene varios retratos y fotos de mi madre sola, con mi padre, con Amantora, con Antagon y con otro puñado de Psyques que no reconozco—. Ella si era arte puro.
Sonrío ampliamente presa del asombro y el confort que ver las fotos me causa. Me acerco a uno de los retratos que Amantora trazó para mi madre, en ellos se ve vivaz y cautivadora. También hay uno en el que está retratada con mi padre y con Antagon al tiempo, se ven incluso más jóvenes que yo, y eso me hace sentir plena, así es cómo los imagino: sonrientes y felices, tal y como la morena los plasmó.
—No sabes cuanto me alegra tenerte de vuelta, siento que vuelvo a tener un pedazo de ella más vivo que un papel.
—¿Eran buenas amigas?
—Era mi hermana, sus padres fallecieron, por lo que entre las dos nos apoyábamos siempre. Ella era más que una amiga, incluso las palabras no podrían revelarlo, pero ella era mi alma gemela, mi otro pedazo de alma, ella completaba mi ser, y es que sin ella yo no me puedo llamar alma pura, sin ella mi alma no se sostiene como digna.
—Me alegra volver y traerte esos lindos recuerdos. Espero poder llenar tu vacío y que tu llenes el mío también.
—Pero claro, desde siempre has sido como mi otra hija, haría lo que fuera por ti, al igual que por mis propios hijos. No mereces sufrir más, y con nosotros no vas a estar en peligro nunca más.
Me lanzo a abrazarla y ella corresponde.
—¡Oh por la madre! Incluso hueles a ella —suelta y nos fundimos en una risa incesante.
Cuando nos separamos, bajo la vista hacia una foto en la que dos chicas de mi edad se abrazan sonrientes en la terraza del castillo que es la Academia, ambas están usando unos hermosos vestidos, pero la foto es a blanco y negro.
—Esa foto nos la tomaron en la Celebración Anual de Vidas y Almas Nuevas.
La miro con el entrecejo arrugado mientras tomo la foto entre mis manos para repararla mejor.
—¿La Celebración Anual de Vidas y Almas Nuevas?
—¿Estos ingratos no te han contado sobre la celebración?
—No somos ingratos madre, solo que tú estás obsesionada con eso —llega Kaeil que abraza a una Quil mucho más serena que en presencia de su padre.
—Tiene razón, no tenemos la culpa de que durante todo el año la estés planeando —apoya la rubia.
—Hey, no sean así que sin mí no tendrían su dichoso baile. No por nada soy la presidenta del comité que lo prepara, así que reitero: ingratos.
Me río ante la situación, Amantora es tan divertida como Rosa, puedo imaginar que aún se llevan muy bien. Y el ver la relación que tiene con sus hijos, me hace realizar que el problema es Nicolá, aunque no sé muy bien por qué.
—No les prestes atención, Lehia, mejor escúchame a mí —pide—. Esta celebración es una tradición que nuestra madre instauró no solo para celebrar la llegada de un nuevo año, sino también para celebrar el nacimiento de nuestra raza, porque la madre naturaleza estipulo que nuestra madre debía nacer el primer día del año justo a las 0 horas (00:00).
—Eso es increíble, ¿o sea que todos los Psyques celebran su cumpleaños en esta celebración?
—Es correcto, es por eso que amo tanto ese día, es rememorar nuestros orígenes y celebrar nuestra vida. Además, se baila y se disfruta de comida y bebida, cualquier excusa es buena para bailar y comer.
Me río y le doy la razón. Ahora me encuentro esperando con ansias ese día, porque suena realmente perfecto; además, seguro para ese tiempo ya habré avanzado mucho y no tendré que amedrentarme tanto. Y, por último, usar otro vestido como este es algo por lo que no puedo esperar.
Nicolá se acerca y con la mera mirada les indica a los presentes que se retiren, por lo que se van y me dejan sola con el coronel.
—Lehia, quería disculparme por la forma en que me dirigí a ti el primer día —declara con la misma suave voz que uso hace rato conmigo, tal vez lo estoy juzgando sin siquiera conocer su posición, me imagino lo duro que debe resultar ser un padre, y todos hacen lo mejor que pueden, Nicolá no puede ser la excepción.
—Oh, no se preocupe. No lo recordaba, para ser sincera, pero está perdonado.
—Si me preocupo, porque no debí haberte presionada ni tratado de forma tan poco cordial. Pero gracias, se nota que eres muy noble.
»También quiero que sepas que puedes contar conmigo en tu entrenamiento, si quieres podemos hacer algunas series a los alrededores de la Academia para fomentar tu trabajo en el campo real —propone—, cuando estés lista, claro está.
—Claro, te lo agradezco mucho. Esa es mi meta, y si en algún momento llego a necesitar de tu propuesta, no dudes en que te lo haré saber.
—Tan inteligente cómo su padre —señala, a lo que yo sonrío en forma de agradecimiento.
Salimos de la habitación y en el pasillo Blake me espera con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón negro, mientras que su mirada se dirige al suelo en todo momento. Nicolá pasa de largo, no sin antes palmear el hombro de Blake, pero no se inmuta.
Me acerco y lo miro a espera de sus próximas palabras, pero él se ve muy reacio a decir cualquier cosa, por lo que me encamino hacia el balcón que vi cuando entré.
—Espera —aclama tomándome de la muñeca cuando se percata de que lo dejo atrás. Me mira con una urgencia abismal, y su voz se rompió cual desesperado instrumento en busca de mantenimiento.
—Solo iré al balcón —comento haciendo que se relaje y me suelte—. Puedes venir... si quieres.
No digo nada más y me giro siguiendo mi camino. A los pocos pasos siento que Blake comienza a caminar detrás de mí. Abro las puertas de cristal y avanzo hasta el barandal de piedra, me recuesto sobre él apoyándome en mis codos y simplemente contemplo la profunda noche. Blake me imita, pero en lugar de mirar la luna, siento que su fogosa mirada está puesta en mí, escaneándome; entonces recuerdo su poema, ahora la metáfora se hace realidad: engañó a la luna para verme a mí.
—No quiero llenarte de disculpas.
—No lo hagas.
—Pero lo siento.
—Te dije que no lo hicieras —recalco con la intención de mostrarle que ahora mismo un lo siento no basta. Ha bastado en los últimos días, pero hoy no, no cuando luzco así de bien al menos.
—Entonces no debí.
—No debiste.
—Y tampoco debí haber sido un idiota.
—Eres un idiota, no lo puedes cambiar de la noche a la mañana —digo todo con suma calma, calma que me sorprende todavía tener, porque después de todo lo que ha pasado en los últimos meses de mi vida, parece que la cordura ya no hace parte de la lista de mis virtudes. Pero hoy sí, hoy estoy en calma, al menos en este momento.
—Soy un idiota.
—Mjmm.
—Mírame —suplica.
Le regalo unos segundos más a la luna, segundos que yo misma le robe de los ojos de él, y al fin me atrevo a surcar con mi mirada la suya. Gran error, porque esa calma de la que me jactaba, desaparece en un instante.
—No quiero hacerte sentir así.
—¿Así cómo?
—Como te sientes.
—¿Y cómo crees que me siento?
Se toma varios respiros para responder.
—Decepcionada.
—¿Tienes tanto miedo a que me sienta así?
Solo asiente, no es capaz de formular si quiera un monosílabo en respuesta.
—No me haces sentir así.
—¿Entonces? —pregunta aferrado de un hilo a su voz y a su cordura.
—¿No es claro ya?
—Repítelo —pide.
—Desbordada, agitada, moribunda, loca de deseo, insana, desquiciada, protegida —enumero—, enamorada.
«Qué débil soy»
—Repítelo.
—Enamorada... de ti.
—Si hay algo más fuerte que eso, yo lo siento por ti —asegura mientras se acerca lentamente a mis labios al tiempo que rodea mi cadera.
—Frustrada y ciega —suelto con rapidez los adjetivos que hacían falta, esos que hacen referencia a todo lo que esconde y a la forma en que me trata a veces.
—Ciega... —constata con el dolor manchando su tono.
—Cansada también.
—Eso lo puedo arreglar —acaricia mi mejilla, pero me alejo para que entienda que estoy hablando en serio.
—No quieres arreglarlo todo.
Cierra sus ojos y me suelta volviendo al barandal. Nos quedamos en silencio, cada uno pensando en todo lo que acabo de decir.
—Zlara solo quería volver a enredarme, si es que alguna vez lo estuve si quiera —comienza a explicar, pero eso no es lo que quiero saber, ella no me interesa. Por lo que oí sé que dice la verdad, no tengo porqué dudar.
—No quiero explicaciones —aseguro—. Ya sabes que escuché el final, y sé que ella no quiere nada más que arruinarnos.
—¿Entonces qué quieres?
—Sabes lo que quiero: que confíes en mí.
—Yo confío en ti, primor, lo hago... pero no confío en mí.
—¿Debería creerte?
—Confío en ti —asegura mientras estrecha mi mano, esta vez no lo detengo ni lo aparto.
—Bien, porque yo confío en ti, y también lo hacen ellos adentro. Amantora confía en ti, no la alejes, si te quiere como a su hijo.
—Pero no lo soy —constata con frialdad.
—No hagas eso.
—Lehia, yo les agradezco lo que hacen, mucho más a ella, pero yo no soy parte de esta familia. Nicolá y Amantora solo me cuidaron porque era su responsabilidad, y, aunque ella se ha comportado de forma excepcional, no es mi madre.
—¿Pero por qué?
Se queda pensando durante segundos que parecen horas. Me estresa no saber lo que piensa o quiere, y solo empeora las cosas con ese silencio filoso.
—Cuando era niño me trajeron a esta casa por órdenes de Cassandra, y aquí comencé a crecer. Pero cuando empecé la escuela elemental decidí trasladarme a la Academia como todos los demás. Cassandra me educo, me ayudo, me guío y me acompaño, ella sí es mi madre. Ella me aguanto en mis noches de rebeldía y también me amedrento cuando era necesario.
»Aquí era una obligación, un sombra, pero Cassandra me dio el amor que necesitaba. Amantora se preocupa por mí, me quiere, pero Nicolá jamás la dejaría decir que soy su hijo, y mucho menos tratarme como a uno frente a los demás, pero Cassandra no tiene más obligaciones, ella si puede mostrarme.
Me tomo un momento para procesar lo que dijo, es difícil descubrir, después de tantos años, que mis padres estaban muertos y que en realidad mi familia nunca fue mi familia; pero no quiero imaginar lo duro que fue para él, siendo tan solo un niño, el tener que pasar por todo ese rechazo. No puedo culparlo por lo que hizo, a pesar de no saber qué fue.
—Ya decía yo que era raro que le hablaras así a la directora —comento con la intención de que el ambiente se apacigüe un poco, y lo logró cuando veo que una sonrisa ladeada se asoma en su rostro.
—Ahí tienes la razón.
—¿Ves que todo es más fácil si me hablas?
—No todo.
—Como sea —digo con simpleza para eliminar cualquier posible disputa.
—¿Ahora si puedo besarte y calmar las ganas que me dan el verte en ese vestido?
Me río y asiento esperando a que me bese, pero la voz de Quil nos interrumpe:
—Vengan a comer el postre.
—Ya estoy en eso —vocifera Blake haciendo que la morena sonría y se marche con afán.
—Yo no soy ningún postre —le reclamo.
—Tienes razón, eres un manjar.
Me río fuertemente, pero me corta plantando sus labios en los míos. Los minutos pasan y no parece ser suficiente, mis entrañas gritan por más de su ser, de su alma, pero no hay felicidad completa, y cuando Kaeil viene por nosotros, nos vemos obligados a parar las caricias.
—¿Por qué siempre eres tan aguafiestas?
—Hey, no es mi intención arruinar su última noche —dice con dramatismo.
Entramos y una tarta nos espera siendo cortada por uno de los empleados. De inmediato Blake se remueve con incomodidad, no debe de ser bonito ver que alguien de tu mismo rango es tratado como un sirviente, mucho menos considerando que somos almas puras. Aprieto nuestro agarre obligándolo a mirarme.
—Con está tarta bendecimos por la mano de nuestra madre su camino y su misión, mañana irán y saldrán victoriosos cumpliendo sus objetivos, y después celebraremos un triunfo más para nuestros ancestros y hermanos del presente —proclama Amantora con absoluta devoción—. Con su triunfo honraremos los desafíos que nuestra madre tuvo que superar, y seguiremos venerando a su descendencia.
—Que la madre los guíe y los eleve para que superen a los subyugadores de su raza —se une Quil en una corta alabanza—. Porque la madre es vida, es amor, es poder y es el más fuerte pilar para que vivamos en paz.
Sonrío. Es la primera vez que los escucho adorar y pedir a la madre que tanto veneran, y debo admitir que es un momento muy bello y que trae la calma, inunda el corazón regocijando las entrañas.
Todos devoramos la tarta de frambuesa y una suave música comienza a sonar inundando la habitación. Kaeil toma a su hermana, y Nicolá, a regañadientes, toma a su esposa. Blake me brinda la mano, y sin dudarlo la tomo fundiéndonos en un abrazo para luego comenzar una danza suave guiada por él.
—Quisiera hacer muchas más cosas, otras cosas contigo —susurra en mi oído poniéndome lo vellos de punta.
—Pero te vas —recuerdo con lastimas.
—Pero me voy.
—Yo quisiera más, mucho más.
—Ya habrá tiempo para eso, —besa mi rostro en repetidas ocasiones—después...
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