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CAPÍTULO 16

La somnolencia se trepa por mis extremidades, haciendo que mi cuerpo comience a cosquillear y dejar la conciencia para sumirse en la tranquilidad.

—¡Tienen que venir todos ya mismo! —Escucho que Kaeil nos llama a la distancia, exigiendo nuestra presencia. Con dificultad le ordenó yo a mis ojos que se abran, dejando de lado el sueño. Después de varios minutos tratando de levantarme y mantenerme lúcida, al fin pongo mis pies sobre el frío suelo y me levanto.

Cuando llego a la sala todos están ya sentados en alguna silla, incluyendo a Daerien que las últimas veces parecía estar hibernando en una de las habitaciones. Rosaura está sentada al lado de Blake, evadiendo a Kaeil que se sienta al otro extremo, yo me acerco a ella y tomo asiento a su lado.

Kaeil se pone de pie, entre sus manos tiene el comunicador que antes encontramos y al parecer ya es funcional.

—Voy a tratar de comunicarme con la Academia y quería que todos estuvieran —explica y comienza a teclear algunas cosas en la pantalla.

El celular emite un pitido bastante molesto, que dura unos cuantos segundos, y finalmente el silencio vuelve a apoderarse de la instancia.

Kaeil pone mala cara y vuelve a teclear para darle paso al pitido una vez más. Repite el proceso unas cuantas veces más pero no parece que se pueda generar alguna conexión.

—Está bastante averiado, le hace falta potencia —señala refiriéndose al aparato.

Elektra se levanta y genera una descarga eléctrica sobre el aparato. Esta vez cuando el pitido se hace presente no se atreve a callarse. La instancia se inunda con ese único sonido por mucho más de un par de segundos y aunque es molesto, es la perfecta señal de que si está funcionando.

—¿Quién intenta comunicarse? —Suena una voz bastante grave y un poco distorsionada.

—¡Papá! —dice Kaeil con emoción—. Soy yo.

¿Ahora qué pasó, Kaeil? —pregunta con cansancio. La expresión del pelirrubio cambia de inmediato, dándole paso a la decepción y exasperación.

—Necesitamos refuerzos en la Ciudad Perdida, fuimos interceptados por soldados y no tenemos transporte.

Les dije que no fueran a esa estúpida misión, no tiene caso salvar a esas desgracias —dice con frialdad.

—Ahora no es momento para eso, todos estamos aquí, necesitamos transporte para seis.

¿Seis?

Tres soldados caídos y una adición —informa.

Bien, pero no podemos perder más tiempo, mantengan el comunicador encendido, compartiendo la ubicación y comiencen a caminar hacia acá, en el camino los recogeremos.

—Bien, estaré atento —dice y corta la comunicación antes de que su padre pueda responder algo.

Deja el comunicador sobre la mesa y nos da una rápida a mirada a cada uno de nosotros.

—Nos iremos al amanecer, faltan sólo algunas horas, así que es mejor que traten de dormir y recarguen energías. Como ya escucharon, tendremos que caminar.

Kaeil se levanta de la silla y camina en sentido contrario, pero es detenido por alguien más.

—Es mejor partir ahora, no podemos esperar tanto tiempo —sugiere Blake con seguridad, tomando el brazo de su amigo. Kaeil lo mira con una ceja alzada.

—Ya dije que iremos en la mañana, no podemos arriesgarnos a ser emboscados en la noche —responde desanimado, pero sin ser agresivo, manteniendo su aura de amabilidad.

—Lo sé, es peligroso, pero debemos arriesgarnos para recortar camino, es mejor comenzar ya.

Kaeil se toma el puente de la nariz tratando de no explotar.

—Ya dije que no —repite con neutralidad.

—¡Escúchame! —Eleva un poco la voz—. No hay tiempo que perder y...

—¡Dije que no! —ruge Kaeil, salido de casillas—. Soy tú oficial superior, tienes que seguir mis órdenes, y lo anterior fue una orden.

Blake se queda en silencio al instante y le dirige una mirada fría. Kaeil sigue su camino y todos comienzan a levantarse en la misma dirección. Yo me levanto y trato de poner mi mano sobre el hombro de Blake, pero este simplemente se levanta con agresividad y toma mi mano, jalando de ella para llevarme a mi habitación.

Una vez allí me suelta y se sienta sobre la cama. Yo lo imito, pero no me atrevo a hacer contacto físico con él, prefiero que sea él quien decida.

—¿Estás bien? —inquiero con una voz suave.

Él se queda un momento en la misma posición y luego levanta su cabeza, me dedica una sonrisa a medias que al parecer trata de quitarme la preocupación. Acto seguido asiente y entrelaza nuestras manos.

—Deberías dormir.

Aprieto mis labios en una fina línea, mostrándome reacia. Sin embargo, me acomodo sobre el colchón, dándole la espalda. Nos quedamos en la misma posición durante unos minutos y de pronto siento el peso del frío que me cala cuando el cuerpo de Blake abandona la cama.

—Quédate.

Él me sonríe, como si estuviera esperando a que le pidiera eso, y a paso lento vuelve a incorporarse a mi lado, esta vez, dejando todo el peso de su cuerpo sobre la vieja cama que a pesar de ser pequeña, nos acoge a ambos en perfecta medida.

—Gracias por salvarme de dormir otra noche junto a Kaeil —dice con diversión—. No soporto que se mueva como una lombriz toda la noche. —Imita los movimientos que su amigo hace, sacándome una pequeña carcajada.

—Es mi gran placer ayudarlo, señor —digo haciendo que mi voz suene más grave y elegante, mientras intento hacer una reverencia.

Sonríe y me mira con ternura para luego dejar que sus párpados escondan esas dos perlas negras. Me quedo observándolo durante un momento, detallando cada centímetro de su rostro y comprobando una vez más lo guapo que se ve. Él parece notar mi escrutinio por la expresión de complicidad, sin embargo, no abre los ojos.

—¿Por qué te molesto tanto lo que dijo Kaeil? —pregunto al fin. Sus pestañas vuelven a apuntar hacia arriba cuando abre los ojos, dirigiéndome una mirada profunda.

—No me molesta que sea mi oficial superior, las cosas son como son —explica con serenidad—. Lo que me molesta es que se me imponga con esa excusa. Pero, al fin y al cabo, yo soy su subordinado antes que su amigo, porque de eso dependen nuestras vidas.

Levanto mi mano y la pongo sobre su pómulo acariciando su rostro y luego dirigiéndola a su cabello en un gesto de consuelo. Él me sonríe y toma mi cintura acorralándome en un abrazo cálido. Nos quedamos mirándonos el uno al otro durante un tiempo, algo relativo, algo que no puedo contar.

Mis ojos se tornan pesados en un instante y, aunque lucho por seguir estando en el trance de sus pupilas negras, el sueño me vence y esta vez nadie me arrebata de enrollarme en las sabanas del dios del sueño.

——-

El sol azota mis ojos y hace que el trabajo de mis párpados por mantenerme dormida sea inútil. Me levanto, aún un poco fuera de mí, y me dispongo a caminar a la sala. Cuando llego veo a Blake parado frente a una ventana, está hablando con su amigo mientras Rosaura busca algo para llenar su estómago.

—Buen día —emito un saludo general.

Blake se gira y se encamina en mi dirección, extendiendo uno de sus brazos qué pasa sobre mis hombros y me atrae a su cuerpo. En respuesta yo rodeó su torso y me pego de él. Rosaura me mira con una sonrisa maliciosa retratando una pregunta en sus ojos. Yo le doy una expresión de complicidad y me rio.

—Nos vamos en diez minutos —enuncia Kaeil que deja la instancia.

Miro a Blake con interrogación, tratando de descifrar cuál fue el resultado de su conversación.

—Todo está bien, primor.

Sonrió, en parte porque me alegra que estén bien y en parte por la mención de mi mote. Blake comienza a caminar en dirección al ventanal carente de cristal en el que estaba antes y sin soltarme de su agarre también comienzo a moverme.

—No quise despertarte.

Me mira con cariño.

—Está bien. Aunque hubiera querido que tú me despertaras —susurro con un tono lleno de ensueño—. Ya sabes, con tus técnicas.

Se acerca y planta un casto pero sonoro beso sobre mis labios, en medio de nuestras sonrisas. Se aleja un poco, pero antes de que la distancia se imponga yo me empino un poco y me lanzo al encuentro de sus labios una vez más, de la misma forma que él lo hizo.

Un fuerte carraspeo se escucha y volteó para encontrarme con los ojos de Elektra, que nos mira con asco y cansancio.

—No seas tan amargada Ela, ese puesto ya está ocupado por él —dice Rosaura señalando a Blake mientras su cuerpo se hace presente.

—Tomen lo que puedan para comer, nos vamos —ordena Kaeil.

Hago caso y me dirijo al mesón donde están las frutas, tomo unas manzanas y zanahorias que guardo en el bolso que Blake encontró ayer, y él hace lo mismo que yo para luego cerrar la cremallera y colgarse la maleta de un hombro. Salimos del apartamento y es Kaeil quien nos guía fuera de la ciudad.

Retomamos la ruta que días antes llevábamos, en dirección al este. Nuestro paso es lento pero acompasado, todos llevamos un ritmo que no sube ni baja, y el silencio se instala. Entonces mi mente comienza a divagar en todo lo que ahora sé, lo que antes ignoré.

Es espeluznante saber que todo el mundo está sumergido en la desgracia, y pensar que tantas veces vi los mapas antiguos, ahora no significan nada; en realidad, nunca entendí del todo lo que significaban.

Cuando Daerien explicaba sobre donde estamos ahora y dónde está la academia, si me resultaba familiar. Siempre he sabido que estamos ubicados aquí, en esta gran isla, en el antiguo continente de Oceanía. Pero nunca noté que ni siquiera la masa de tierra era mi hogar, que en su lugar debía desplazarme mucho más al este, a esa otra masa, a esa novedad, al antiguo país de Nueva Zelanda.

—¡Hey! —Mis pensamientos son interrumpidos por una mano que se mueve frenéticamente sobre mi rostro, por lo que llevo mi cuerpo hacia atrás alejándome. Así puedo ver que se trata de Rosaura, tratando de conseguir mi atención.

—¿Estas bien? —pregunta con inquietud—. He estado hablándote por más de dos minutos y no parece que me escucharas.

Me percato de que ya salimos del lado urbano para adentrarnos a lo rural. Veo a Blake y a Kaeil conversando animadamente, y a Daerien con Elektra teniendo una conversación pasiva.

—Lo siento —ofrezco una disculpa acompañada de una sonrisa llena de vergüenza.

—¿En qué pensabas?

—En todo... Suelo perderme en las cavilaciones de mi mente.

—Lo estoy notando.

Enseguida siento su brazo enredándose sobre mi hombro y detrás de mi cuello, mueve su mano de forma reconfortante. Debido a que es más pequeña que yo, debe pararse de puntas y yo me encorvarme un poco.

Su cintura es bastante pequeña y contrasta a la perfección con sus voluptuosas curvas. A diferencia de Elektra que es delgada, alta y estilizada, Rosaura y yo tenemos más curvas, pero sin duda es la morena la que se lleva toda la atención.

—En fin, ¿qué me decías?

—Te decía que me alegra mucho que te unas a nosotros. La verdad es que los que estamos aquí somos los más cercanos. Pero, como podrás darte cuenta, Elektra no es muy amigable que digamos —confiesa—. Digamos que me alegra tener una amiga con la cuál hacer cosas de chicas y a quien confiarle mis secretos. Porque en verdad me caes muy bien.

—Muchas gracias en verdad por aceptarme, sin ustedes no sé qué haría —digo con sinceridad—. Seguro seremos muy buenas amigas, me agrada mucho tu personalidad.

—Estoy segura de que la Academia te va a encantar, es muy diferente de los monótonos campamentos.

Me separo, deshaciendo el abrazo, pero no pongo mucha distancia entre las dos.

—¿Has estado en un campamento? —pregunto, extrañada ante esa alusión. La única forma de que sepa cómo se ve uno es que haya estado dentro.

—¡Oh no! —responde en medio de una sonrisa, apenada—. Pero Daerien si, y claramente en algún momento tuvo que contarme.

Con lo último que dice me vuelvo a sentir fatal, al igual que ayer que hablaba con ella. La única forma en que un Psyque esté allá adentro es que haya sido secuestrado y torturado, ahora lo sé. La única voluntaria era yo. Así que, aunque me de miedo preguntar por la respuesta que me pueda dar, necesito escucharlo y así borrar cualquier rastro de nostalgia por ese lugar.

Aunque sé que no sirve de nada, estoy suplicándole a quien sea que controle nuestras vidas, si es que hay alguien así, que no me deje escuchar lo que tanto temo. Me armo de valor y me atrevo a formular la pregunta.

—¿Cómo acabo allá? —Hago fuerza para que mi voz salga firme, pero fallo, pues en un momento el sonido se interrumpe cuando mi voz se quiebra. La mirada de la chica cambia y parece querer callarse la respuesta por temor de lastimarme. Pero hago un gesto de súplica, no rindiéndome hasta conseguir la respuesta.

—Cuando... cuando era niño lo secuestraron —dice sin dar más detalles, pero en realidad no necesito más para saber qué le siguió a eso.

Muchas veces escuchaba gritos desgarradores, parecidos a los míos, pero nunca pregunté. «¿Y si estuvo conmigo y jamás me di cuenta? pude haber acabado con su sufrimiento» me reprocho, pero rápidamente se esfuma ese pensamiento. En mi campamento nunca hubo alguna infiltración y mucho menos había posibilidad de que escapara algún Psyque. Seguro estuvo en uno de los otros dos.

A pesar de asegurarme eso, la culpa no se va.

Miro al cielo buscando algún tipo de consuelo, pero este solo me devuelve una luz cegadora. Aún vamos por carretera y a los lados solo hay un campo desértico que de vez en cuando muestra árboles. Los campamentos están mucho más atrás, por lo que la zona no se ve tan contaminada ni dañada. Aun así, seguro que debe haber alguna que otra base, pues la jurisdicción del ejército de mi padre es bastante amplía.

Aún con el pecho comprimido decido comenzar a caminar en dirección a Daerien, que esta frente a mí con sus manos metidas en los bolsillos y mirando al horizonte. Elektra se unió en algún momento a la conversación de los dos chicos que lideran el camino, así que no me detengo a preocuparme por cómo abordarlo.

Una vez estoy a su lado lo miro y consigo que él me mire también, percatándose de mi presencia.

—Daerien —digo su nombre con una sonrisa forzada, pero con un tono amigable—. No nos hemos presentado apropiadamente, pero es un gusto conocerte, soy Lehia... —amago a decir mi apellido, pero no quiero que se alarme pensando que soy su enemiga. Él medio sonríe, pero al ver sus ojos encuentro genuinidad.

—Es un gusto, Lehia.

Por un momento, la vacilación se instala por todo mi cuerpo, al punto en que no puedo abrir la boca para emitir sonido alguno. Pero me obligo a hacerlo, porque en cierto modo me siento responsable.

—Sonaré como una entrometida, —advierto apenada—, pero no puedo evitar decírtelo... —Él me observa, expectante, y no puedo leer ninguna emoción en su rostro—. Rosaura me contó sobre tu paso por los campamentos y...

Mi voz se ve cortada por la suya.

—Quieres saber que pasó —resuelve con voz fría, pero al ver su expresión veo la misma cara de serenidad.

—Si... yo. —Me cuesta trabajo hablarle—. No tienes que decirme nada si no quieres.

—Me llevaron cuando tenía cinco. Vivía en una pequeña colonia de Psyques con mis padres y una noche fue atacada. Ellos me rescataron hace ocho años. —Señala al grupo y sus ojos se nublan.

—¿En qué campamento estuviste?

—En el dos, el del doctor Moore. —Tenía razón.

—Lo siento mucho... en serio, no sabes cuánto lo siento —digo con rapidez y una lágrima no puede evitar deslizarse de mi mejilla.

Sin pensarlo ni medio segundo más me lanzo hacia él para enredar mis brazos alrededor de su cuello y así mostrarle cuanto lo siento. Sin embargo, al instante en que mi mano toca su piel todo se vuelve pesado. Así es cómo aprendo a controlar mis emociones.

El cielo ya no se ve iluminado y todo se ve borroso. Siento cómo mis rodillas impactan con el suelo mientras Daerien me agarra de la mano sin poder soltarme. Siento mis ojos pesados, obligándome a cerrarlos, pero no tengo sueño. Es una sensación extraña, como si fuera una necesidad el dejarme llevar por el viento. Mis ojos se cierran y oigo unos gritos lejanos en los que mi nombre es pronunciado, lo último que alcanzo a ver antes de que la negrura me trague son los ojos de Daerien mutando y volviéndose totalmente blancos, como si no tuviera iris o pupila. Solo blanco.

Hay muchas imágenes entremezcladas en mi mente, el lago de siempre, un hombre, una mujer, un bosque, los hombres de negro, unos hermosos ojos azules. Nada parece querer ponerse en orden y es como si estuviera frente a una pantalla gigante que me tira situaciones al azar. De pronto veo una habitación, parece ser una amplia sala de estar; dos personas están sentadas junto a mí. Trato de fijar la vista veo un par de manos femeninas que usan el anillo que uso yo, pero esa no soy yo, se ve mucho más mayor.

Parece que al fin las imágenes quieren tomar una secuencia exacta. Entonces, en lo que parece ser una casa, me encuentro como flotando hacia otra habitación. Esta vez parece ser de un bebé, una bebé. El cuarto es totalmente lila y tiene montones de juguetes, al costado tiene un librero repleto de libros antiguos. No hay ninguna ventana y por más que me esfuerce la imagen solo sigue borrándose.

Estoy fuera de la casa. Ahora estoy frente al lago y hay muchas personas allí. Niños corriendo de un lado a otro, madres detrás de sus hijos, padres jugando en el agua con los demás.

Esta imagen es reemplaza y una vez más estoy en la casa. Esta vez parece que las dos personas están teniendo una acalorada discusión, y hay una niña llorando mientras trata de trepar por la pierna de su madre.

Entonces, la imagen que he visto tantas veces en mis sueños se presenta frente a mí y el miedo crece por mis entrañas. El lago se ve como un agujero negro que pretende succionarme. El fuego impregna todo el lugar y muchos cadáveres se interponen en mi camino. Siento que aún estoy resguardada en algún lugar; pero, cuando parece que soy muy confiada, alguien agarra a la bebé que hace un momento lloraba en la casa. Esta vez los lloriqueos son infernales, su rostro se contrae; no puede hacer nada cuando se la llevan.

Uno de los hombres en negro es quien carga a la niña. Trato de avanzar, pues no parece ser lo correcto, pero por alguna razón mi cuerpo está pegado al suelo. Entonces la niña es entregada a un hombre en traje gris que está acompañado por una mujer en falda de tubo y otro hombre con un traje similar. Levanto mi vista, tratando de identificar al hombre que ahora se apodera de la niña y quedo anonadada cuando reconozco a mi padre allí.

—¡Lehia!

Mis ojos se abren con alarma. Al ver el montón de rostros que me miran fijamente, el miedo se arremolina aún más en mi sistema. Me levanto con frenesí y agresividad, buscando imponer distancia entre ellos y yo. ¿Qué es lo que acaba de pasar? No entiendo nada y eso me asusta más.

—Primor —balbucea Blake mientras se aproxima a mi cuerpo.

—¡No te acerques más! —grito con la voz inestable—. ¡No se acerquen más!

—Lehia, tranquila, no te haremos daño, tienes que calmarte, linda —me trata de tranquilizar Kaeil, pero no surte efecto. Siento que mi cuerpo entero está temblando y el frío se cuela hasta mis huesos, haciendo que mis labios tiriten y que de mi cuerpo emane un gélido sudor.

—¡¿Qué me hiciste?! —rechisto con enfado en dirección a Daerien.

—Tranquila, no quise... —contesta en un hilo de voz.

—¡Responde!

Daerien eleva las manos al aire, tratando que mi violencia se apacigüe; solo logra que se empeore.

Siento que mis ojos cambian de color, pero esta vez no es algo coordinado, es más bien desordenado e iracundo. La energía violenta me rodea y siento que no tengo control de nada de lo que hago.

—Alguien que la calme de una vez —exige Elektra y amaga para encaminarse en mi dirección, pero Rosaura le impide el paso.

Entro en pánico y la energía crece y crece a cada segundo.

—¡¿Qué me han hecho?! —vocifero, desgarrando mi garganta y sintiendo mi cuerpo al borde del colapso.

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