Capítulo 14
—¿Por qué me odias tanto? — pregunta cuando voy subiendo las escaleras del palacio, cosa que me hace detenerme a medio camino.
—No te odio, Uriel, simplemente no te quiero. No tengo una empatía contigo y nunca voy a tenerla.
—No entiendo por qué eres así. ¿Simplemente ves a alguien y tú solo decides si te cae bien o no?
—Exacto, como te lo dije, es empatía, y por sí aún no aprendes qué es y cómo funciona, te explicaré que la empatía es algo que se tiene con alguien en un instante, en el primero en cuanto ves a la otra persona. Yo te vi, y créeme, desde ese momento supe que tú y yo vamos a tener muchos problemas, pequeño.
Doy la vuelta y termino de subir las escaleras, dejando a Uriel atrás.
Algo me dice que no debo fiarme de él, y es más, que debo tenerle la mirada encima en todo momento.
Algunos me llaman exagerado, pero yo nunca exagero, si digo que algo no está bien es porque en serio no está bien. No tengo dudas de ello.
—Te va a dar un ataque en cuanto entres — advierte Rafael juntándose conmigo.
—¿Por?
—Pues — se limita a decir encogiéndose de hombros y señalando a Uriel con la barbilla.
—¿Él qué?
—Entra y entérate por ti mismo.
—No puede ser — suspiro pesadamente —, hey, ven acá — le llamo a Uriel cuando pasa a unos metros de nosotros —. Deprisa, ven.
—¿Qué pasa?
—Tengo una duda muy grande, que nadie me ha querido responder, pero quien mejor que tú.
—Dime.
—¿Quién es tu padre?
Siento la mirada de Rafael encima por haber preguntado eso, sin embargo no le miro y me quedo mirando fijamente a Uriel.
Él está viéndome también, y luego de un momento acaba sonriendo.
—Creo que voy a tener que dejarte con tu duda — responde antes de seguir caminando.
—El bastardo acaba de ganarse la peor de las pesadillas — digo mirándole caminar.
—¿Qué cosa?
—Yo.
Comienzo a caminar en la misma dirección que Uriel, pues va hacia el salón y tengo que enterarme que es eso tan grave que dice Rafael.
—Que bueno que has llegado, Uriel — pronuncia mi padre.
—Yo también estoy aquí — anuncio mirando a Uriel mientras voy hacia el trono —. ¿Alguna noticia que darme?
—Le tengo un regalo a tu hermano.
—¿A qué hermano?
—A Uriel.
—Uriel no es mi hermano — bramo molesto por el título que le dan.
—Luzbel, ya hablamos de esto.
—Exactamente, lo hablamos, él no es mi hermano, no es nuestro hermano, de ninguno, es un... si puedo llamarle así, es un ángel muy aparte de todos nosotros.
—No soporto más estas rebeldías, Luzbel — inquiere mi padre alzando un poco la voz.
—Lo que yo no soporto más son estas abominaciones, ¿qué sigue? Ya tenemos al ángel sin alas, ¿ahora qué va? ¿Qué mas falta? ¿Vamos a seguir recibiendo a cosas como Uriel?
—¡Luzbel!
—¡No padre! A mí no me extrañaría que esto fuera un plan de los caídos, ellos ya no están aquí, pero tal vez ya notaron que no es difícil lograr que tú aceptes a sus hijos aquí arriba, así que lo que no hicieron ellos lo harán sus hijos.
—Que imaginación tan grande, hermano — menciona Uriel, haciendo que la ira explote dentro de mí y termine echándomele encima.
—Vuelve a decirme hermano y te arranco la cabeza, porque alas no tienes — le amenazo mientras lo tomo de la ropa con violencia.
—Luzbel, detente — Gabriel está intentando quitarme de donde estoy, Rafael toma a Uriel y lo intenta arrancar de mis manos, pero ninguno de los dos arcángeles logra nada.
—Suéltalo, Luzbel, hazlo ya — pide Rafael —, hermano, no hagas esto, no te dejes llevar.
—No perteneces aquí — le digo a Uriel sin soltarlo aún —. Grábatelo en la maldita cabeza, no perteneces aquí, no eres uno de nosotros, y mejor aún, jamás lo vas a ser. No me interesa qué hagas, no importa si tienes alas después, no importa absolutamente nada. Tú no eres un ángel, no eres uno de nosotros, perteneces al abismo, y tarde o temprano volverás al lugar que perteneces.
—Basta ya, Luzbel — ordena Gabriel dándome un jalón y logrando que suelte a Uriel, sin embargo no me suelta y tira de mí fuera del lugar.
—¡Bastardo!
—¿Qué crees qué haces? — reprocha una vez fuera del salón.
—Estoy harto de esto, ¿en verdad se va a quedar?
—No me interesa que tan harto estés, compórtate ya, no eres un niño, Luzbel, ya eres bastante grande como para estar haciendo tus escenas por cualquier tontería.
—No es una tontería, Uriel...
—Uriel nada — me interrumpe —, no importa Luzbel, no importa de donde venga, no importa nada, Uriel está aquí y no va a irse, así que mejor aprende a lidiar con ello, mi padre lo aceptó aquí, y a nosotros no nos queda nada más que aceptarlo también, la decisión no es nuestra, no está en nuestras manos.
—¿De quién es hijo?
—Luzbel...
—Dímelo, sé que muchos no lo sabemos, pero estoy seguro que otros tantos sí, y tú estás dentro de esos otros.
—No es así, Luzbel. Nadie lo sabe.
—Gabriel, no me mientras.
—No te miento — asegura —, no lo sé, Yahvé no quiso decírselo a nadie, solamente él y Uriel lo saben.
—Debe haber alguien más.
—Pues no lo hay, yo también he querido saberlo, pero nadie tiene la respuesta. Lo mejor será dejar eso de lado, no tiene caso insistir en algo que no vamos a conseguir, si algún día sale a luz lo sabremos, antes no.
—Uriel es un bastardo.
—Lo es — acepta riéndose —. Bueno, no es un bastardo — niega —. Es el bastardo.
Ambos comenzamos a reírnos por ello, es el único así aquí arriba, así que será el blanco de burlas de todo tipo.
Burlas encabezadas por mí, por supuesto.
Si vino aquí, y está muy seguro de quedarse, yo me encargaré que decida irse.
Nadie me gana.
En una pelea contra mí el único ganador soy yo, no importa lo que haga, la victoria es sólo mía.
—Se irá — digo muy decidido.
—¿Como?
—Yo me encargo de ello.
—¿Cómo planeas hacer que Uriel se vaya? No puedes sacarlo por tu cuenta.
—No lo haré, sólo haré que se vaya por su propio pie, que él desee jamás haber venido y acabe por volver al abismo con los suyos.
—Escucha... se ve demasiado fuerte, no parece ser de los que se doblegan fácil... no creo que lo logres.
—Tardará — acepto —, pero voy a lograrlo. Y si tardo demasiado sé que mostrará su verdadero lado y hará la cosa a la que vino. Y cuando eso pase, ten por seguro que yo voy a echarlo al abismo personalmente.
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