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Capítulo 12

Hemos sido testigos del error de mi padre, Lilith no resultó como él imaginaba, Adán se quedó solo y papá tuvo que ingeniárselas para hacer funcionar su creación.

Rafael ha tenido que ir en busca de Lilith un par de veces, la primera no la encontró por ningún lado. Luego la descubrimos en el abismo, Samael decidió aliarse a ella por razones que nosotros desconocemos completamente.

Ambos aterrizamos al mismo tiempo, nos quedamos parados un momento mientras miramos todo alrededor.

Pero no hay nada. Las cosas lucen incluso tranquilas, el lugar está lleno de silencio, pero a pesar de la "paz" que cualquiera podría sentir, yo siento la amenaza latente, y más que eso. Los siento a ellos.

No estamos solos.

—Anda ya, Lilith, sé que estás ahí — hablo con voz bastante fuerte —, puedo sentir tu mirada encima.

Rafael se queda callado, sus ojos se mueven en busca de alguien, pero no hay señal de nada.

—No está a...

—Shh — le callo —, no vengo a hacerte daño, Lilith, sé que estás aquí, sabes que puedo sentirte.

—¿Qué quieres entonces? — pregunta y acabo sonriendo por ello, sabía que estaba escuchándome.

—Venimos a charlar — dice Rafael.

—¿Sobre qué?

—Sobre ti, claramente.

—No pienso volver — sentencia y veo su silueta salir de su escondite.

—Lo sabemos, no veníamos a pedirte que volvieras, tu oportunidad se fue — contesto.

—Este es mi lugar ahora.

—Nos queda muy claro.

—Sabes que mi padre castiga las desobediencias, ¿no? — inquiere Rafael.

—Todos aquí abajo lo sabemos.

—Bueno, para que lo sepas por cuenta propia — continúa mi hermano —, sabemos sobre tus nuevas creaciones, te la has pasado pariendo niños, los mismos que no quisiste procrear con Adán. Así que en fin, Yahvé te manda a decir que ya que has conseguido tu inmortalidad, te ayudará a no sobrepoblar el infierno con tus hijos, por lo tanto, cada nuevo día para ti, será el último para cien de tus hijos.

—¿Qué estás diciendo?

—Que a diario cien de tus hijos mueren, por el resto de tu vida.

Lilith suelta un grito que me taladra los oídos, esto tal vez sea algo injusto. ¿No tenía razón de dejar a Adán? ¿Por qué papá decidió que ella fuera la mala? Tengo un poco de contradicción en cuanto al tema, pero sé que no debo poner en duda nada sobre cómo fueron las cosas.

Alguien llega a Lilith, la abraza y la alza del suelo mientras llora por la noticia que Rafael le ha dado.

—Vas a estar bien — susurra Samael, sin embargo puedo escucharle —. No se va a quedar así, nos encargaremos de ello.

—Claro que se va a quedar así — brama Rafael —. Ni siquiera te atrevas a planear algo en contra.

—Lárgate ya, arcángel, Lilith no merece esto.

—Pues no se le ha castigado por justa.

—Lárgate — repite —. Los dos, si no tienen nada más que decir lárguense de este maldito lugar.

—Me queda claro lo maldito que es — contesta Rafael, cosa que comienza a incomodarme, no creo que sea una buena idea que siga abriendo la boca.

—Lárguense — repite soltando a Lilith y caminando hacia donde estamos —, si quieren volver a ver la maldita luz del sol, váyanse de una vez. Claramente aquí llevan la de perder, nosotros no nos vamos a tentar el corazón con ustedes.

—No te atrevas a acercarte más — hablo dando un par de pasos adelante para enfrentar al demonio —. Tú más que nadie sabes que las amenazas no van con nosotros, por favor, no te desgastes en ello.

—Tú más que tu hermano deberías cerrar la boca, ¿crees que no sabemos lo que ha pasado? ¿Crees que no sabemos que por tu culpa todos estamos aquí?

—Que fácil culparme por las acciones que ustedes tomaron, ¿no crees? Culpable de esto Satanás, no yo. Échale la culpa a Belcebú, a Belial, ellos encabezaron esto, ellos encabezaron su derrota, no yo.

—¿Algo que decirme, Luzbel? — pregunta otra voz. Samael se queda frente a mí mirándome fijamente, desvío la vista de sus ojos y miro para atrás.

Una sombra camina en nuestra dirección, tardo un momento en reconocerle por fin.

Y no puedo creerlo, mirarlo me resulta bastante imposible.

Belial vine caminando, su rostro luce sombrío y demasiado cambiado, no solo por la cicatriz que le enmarca la cara, sino que su expresión se ha hecho mucho más fría de lo que de por sí ya era.

Lo hacía muerto.

Realmente muerto.

Los recuerdos del momento en el que le herí el rostro con la espada se hacen presentes en mi cabeza.

De eso queda como muestra la cicatriz de su cara que no se pudo borrar por haber sido arrancado su título de ángel.

Su ojo izquierdo permanece blanco, y seguramente no volverá a ser como antes. Se quedará así hasta el fin de su vida.

—Pensé que habías muerto — digo al fin.

—Yo también lo pensé — acepta cambiando el rumbo de su caminata —. E incluso lo desee. Pero aquí estoy. Vivo. ¿Y sabes otra cosa? Pensamos. Todos pensamos que tú habías muerto. Pero no, aquí estás también.

—Yo también creí que moriría — acepto —, de hecho todos creímos que iba a morir, pero no fue así, no fue suficiente.

—Eso me agrada. El día que te des cuenta de la equivocación que cometiste tomando esa decisión, desearas haber muerto. Pero no. Seguirás vivo, porque ni tú serás suficiente para morir.

—Eso es imposible — interviene Rafael —. Como lo he dicho antes, mi hermano no es un traidor como ustedes. De hecho, todo lo que representaba la traición abandonó edén en esa guerra, y mírense, ahora están aquí.

—¿Que tan seguro estás de eso? — pregunta Samael con una nota de intriga en la voz.

—Completamente — contesta Rafael.

—Yo no lo estaría sí fuera tú. Tal vez tu hermanito Luzbel no sea un traidor por ahora. Pero te aseguro que hay alguien en edén que no cumple tus ideas.

—¿De quién hablas?

—No voy a decir nombres, después de todo, tú deberías saberlo, ¿no crees?

—Te hice una pregunta, Samael.

—Ya la he respondido, arcángel.

—Eso no me dice nada.

—Y eso a mí qué me importa. Pero algo si te voy a decir, si estuvieras tan seguro de la fidelidad de tus hermanos, yo no tendría porque hacerte dudar de ninguno de ellos, así que aquí el error claramente eres tú, por creer que tus hermanos son de una forma que realmente no son.

—¿Quién es? — repite la pregunta acercándose a Samael con la mandíbula trabada.

—No diré nada — contesta muy relajado —. Después de todo no soy tan traidor como crees.

—Te daré una pista — inquiere Belial —. Una muy pequeña e insignificante pista.

—Dámela.

—Es uno de los tuyos.

—¿Uno de los míos? Todos somos ángeles, Belial.

—Pero no de la misma jerarquía.

—Un... ¿arcángel?

—Así es. Ahora ve y descubre cuál de los más de quince es.

—¿Qué está haciendo?

—Ay, Rafael, esa no es cosa que a nosotros nos interese, aquí abajo tenemos nuestros propios asuntos como para hacerla de vigilantes de los suyos. Samael sólo les está dando un aviso para que por fin entiendan que esa fidelidad es ficticia, y tal vez. Sólo tal vez, ustedes decidan abrir los ojos y dejar de meter las manos al fuego por todos.

—Te hice una maldita pregunta.

—Pues yo no sé nada — contesta Belial lavándose las manos —. Lo único que sé, o por lo menos he visto, es que viene muy seguido... no sé específicamente a qué, cómo te lo dije, no me interesa. Pero, es común verlo aquí metido... haciendo visitas...

—¿Visitas a quién?

—Puedes tacharme de hablador, o no creerme, porque ya sabes, los demonios mentimos mucho, pero... está cometiendo un pequeño grave pecado... pero bueno, nada que nadie no fuera capaz de hacer por amor... ¿no crees?

—¿Qué intentas decir? — Rafael se está poniendo a la ofensiva mientras Belial no hace más que sembrarle dudas a mi hermano.

—Nada, pequeño Rafael — dice encogiéndose de hombros y retrocediendo de nuevo —. Aún no pruebas las mieles de ese hermoso y muy peligroso placer llamado amor.

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