Capítulo 4: ¿Qué demonios está pasando?
Dante, Siglo XXI
El calor de las calles de Barcelona a finales de verano era algo que pese a vivirlo cada año siempre me sorprendía. ¿Cómo podía existir un calor tan húmedo y sofocante? Era casi una batalla contra tus propios deseos el hecho de pisar la calle.
— Bueno Dante, por suerte el precio no ha subido este mes, esperemos que siga así mucho más tiempo — La voz de Alba, a quien ya la conocía bastante bien después de tantas visitas mensuales que yo hacía a esa farmacia desde hacía años me sacó de mi ensoñación, haciendo que mi vista en vez de mirar a la calle a través de las puertas correderas de cristal del lugar, se centraran en la pequeña bolsa de plástico con el logo corporativo que había dejado en el mostrador.
— Créeme, lo espero mucho más de lo que podrías imaginar— Una sonrisa amable decoró mi rostro mientras que con mi mano derecha buscaba la cartera que tenía por alguno de los bolsillos de mis pantalones cargo. Quizás eso de seguir las modas no era tan práctico como me pensaba.
Una vez encontrada saqué la tarjeta de crédito y se la di, alargando mi mano con el pedazo de plástico entre el índice y el dedo medio, mirando esa amable cara que ya tenía memorizada. Sus finos dedos cogieron mi tarjeta, concentrada como siempre a la hora de efectuar mi pago. Sin embargo, al ver como su ceño se fruncía un poco y se mojaba el labio superior, supe que, de nuevo, no me escaparía de esa.
— Sé que no es de mi incumbencia, pero el mes pasado no viniste, Dante — Dejó caer ese dato sin apenas mirarme. Yo, sabiendo lo que pasaría, solo apoyé mis codos al mostrador y suspiré — Y ambos sabemos que no es la primera vez que te saltas algún que otro mes — Su mirada dejó el ordenador para centrarse en mí.
—Lo sé ¿Vale? Simplemente, me despisté con los estudios y bueno, tampoco lo noté — Moví mi mano queriendo sacar hierro a lo que decía. Alba me miró con una cara de pocos amigos, una mirada intensa que me decía que quizás no se había tragado del todo la excusa — No pongas esa cara, no es el fin del mundo.
— Pero sí el fin de tu vida, Dante — Suspiró mientras negaba con la cabeza. Yo ante tal gesto me sentí un poco cohibido, como si fuera de nuevo un niño de cuatro años siendo regañado por su madre — ¿Tienes problemas económicos? — Preguntó con delicadeza mientras dejaba el tiquet en la bolsa y la acercaba más a mí.
— ¡Qué va! Solo que el préstamo que pedí para el máster a veces me juega malas pasadas, pero lo tengo todo bajo control, no te preocupes. — Con una sonrisa cogí la bolsa y mi tarjeta —En fin, ¡Nos vemos el mes que viene, si es que sigo vivo! — Me despedí ya dado la vuelta, escuchando mi nombre siendo chillado por Alba ante lo mal que le había parecido ese último comentario. Yo solo reí suavemente, haciendo una mueca cuando me fijé en la bolsa de la farmacia.
Entre al portal de mi bloque de apartamentos, alegrándome de estar de una vez por todas dentro de un edificio en donde el calor del verano no era capaz de entrar. Era casi surrealista como un pequeño paseo de diez minutos podía parecer una eternidad en esas condiciones. Me miré en el espejo de la entrada y suspiré rendido al ver como mi cabello había perdido parte del peinado hacia atrás que había hecho, teniendo ahora un par de mechones traviesos que por el sudor y movimiento habían decidido que la laca no era lo suyo.
Pasé la mano por mi cabello intentando que se volvieran a integrar, pero tras un par de intentos fallidos lo dejé estar. De todas formas, ya estaba en el portal y raramente me cruzaba con algún vecino en estos pasillos.
Avancé, dejando el espejo atrás, en búsqueda del ascensor. Estaba revisando mis redes sociales sin en realidad prestarles mucha atención, únicamente queriendo rellenar el tiempo en el que subía hasta mi cuarta planta. Sin embargo, lo volví a guardar cuando las puertas del ascensor se abrieron en mi planta, manteniendo la maldita costumbre que mis padres me inculcaron de pequeño de no mirar el teléfono mientras camino.
Esta vez no obstante, en vez de encontrarme con un pasillo silencioso, unos golpes se escuchaban a través de una de las puertas, más en concreto la que estaba justo al lado de la mía, siendo estas las dos únicas del pasillo izquierdo. "Eso es nuevo" fue lo que pensé, pues no había vivido nadie en ese apartamento desde que el viejo Juan se fue a la residencia de ancianos hacía ya unos meses. ¿Será que lo habrán alquilado?
Seguía caminando, con la mirada fijada en esa puerta, aun cuando los ruidos habían parado. Yo solo pedía que fuera quien fuera, el nuevo vecino no fuera así de ruidoso y caótico siempre. Y mientras ese pensamiento flotaba por mi mente, mis ojos se abrieron en grande al ver como la puerta se abría y una mata de pelo lacio se aproximaba a mí rápidamente.
Me quedé paralizado, sin saber qué hacer. En menos de dos segundos pude notar su cuerpo chocar contra el mío, y al ver como rebotaba contra mí, pese a lo poco que me gustaba el contacto físico y lo tímido que era con desconocidos, subí mis brazos para agarrar a quien supuse que era mi nueva vecina de ambos brazos con tal de evitar su caída.
— Lo siento muchísimo, tenía, bueno, tengo prisa y — Se empezó a disculpar con una voz dulce, pero algo grave. Con un sonido de persona madura que hizo que mis nervios de tener un vecino desastroso se disiparan un poco. Su cabeza empezó a ascender hasta que nos miramos.
Justo cuando mis ojos hicieron contacto con los suyos, sentí como si el mundo se parara. Ni siquiera sabía si ella había seguido hablando, pero una sensación que nunca antes viví me empezó a recorrer las venas. Esos redondos ojos castaños me atraparon, reproduciendo una imagen de Tomás, mientras un cosquilleo por las yemas de los dedos se hacía más intenso con el pasar del tiempo.
Mi mente era un torbellino de emociones, ¿Tomás? ¿Por qué veía a Tomás en una mujer que acababa de conocer? ¿Por qué el tacto de sus brazos se me hacía... Tan familiar? Durante un breve segundo mi corazón se aceleró desproporcionadamente, pero estaba tan fascinado y confuso con lo que estaba pasando que no le di importancia.
Era como si... Ella fuera mi Tomás. No, mentira, sabía que ella era mi Tomás, por poco que pudiera explicarlo, pondría la mano al fuego afirmando que delante de mí tenía a Tomás.
El móvil vibró en mi bolsillo, haciendo que pestañeara de nuevo y carraspeara ante la confusa mirara que la pobre mujer me estaba haciendo. Como si fuera arte de magia, el tacto de sus brazos bajo mis manos se hizo muy presente, haciendo que los soltara rápidamente y de una forma bastante vergonzosa, manteniéndolos rectos mientras los bajaba.
— ¿Estás bien? — Pregunté para intentar ser amable con mi nueva vecina pese a la incomodidad que sentía en ese momento. Ella solo pestañeó y dio un paso atrás, queriendo separar nuestros cuerpos que habían estado demasiado cerca para ser dos desconocidos.
— Sí, lo siento. — Asintió, sin querer mantener un contacto visual, visiblemente avergonzada — Disculpa, pero tengo mucha prisa. Siento la molestia de nuevo — Añadió rápidamente. Yo, mientras aún observaba confuso a la mujer que tenía enfrente mío no me salió otra cosa que asentir, viendo como ella directamente volvió a emprender su camino al ascensor, esta vez sin correr tanto. ¿Qué demonios había pasado?
Mi mirada siguió fija en mi vecina, con la mente dispersa y sin pensar apenas. Estaba más ocupado viendo como sus dedos peinaban su flequillo, como levantaba los talones de sus pies para repiquetear el suelo con las puntas de los tacones, siendo claro su nerviosismo. El ver sus labios aprisionados por sus dientes y como mecía su bolsa de tela mientras esperaba el ascensor. Entró nada más las puertas empezaron a abrirse, haciendo que su vestido vaporoso se moviera al compás del aire con su movimiento. Y tan rápido como apareció en ese pasillo, se fue de él.
Aunque ella ya no estuviera, me quedé mirando al ascensor, sintiendo como el cosquilleo en la yema de mis dedos también había cesado. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué me sentía así? Y lo más importante ¿Qué relación tiene esa mujer con Tomás?
Con el ceño fruncido por la confusión, desvié la mirada del ascensor para volver a mi vida normal, esperando que ese encuentro no me atormentara demasiado. Al fin y al cabo, desde que a los dieciséis recordé toda mi vida pasada, nunca le tomé mucha relevancia. No sabía si era verdad o no, no tenía manera de saberlo y, lo más importante, no cambiaba nada en mi vida si llegaba a hacerlo. Eran unos recuerdos que se quedaban en el limbo, un obsequio del universo que no aportaba nada más allá de anécdotas y curiosidades de tú yo pasado que podías investigar cuando te aburrías.
Al entrar en casa el olor a café y los maullidos de mi gato Bengalí me recibieron. Cogí a Queen en brazos mientras le acariciaba su cara, oyendo sus ronroneos nada más sus patas dejaron de tocar el suelo.
Me preparé una taza de café descafeinado con ella en brazos y, como siempre, fui a mi oficina a acabar con el papeleo del caso de ayer. Me encantaba haber escogido la carrera de Derecho, era algo que siempre me había llamado la atención. Quería poder ser abogado y poder ayudar a aquellos que lo necesitaran, sin embargo... El papeleo era otra historia. Mientras Queen dormía en mi regazo y el café se enfriaba aun estando lleno, mi mente y mis manos no dejaban de rellenar y leer papeles, parecían infinitos.
Lo que fácilmente lo podría haber acabado en una hora o dos, acabó siendo un trabajo de toda la tarde, haciendo que suspirara fuerte al ver como el sol ya se había puesto una vez decidí sacar la cabeza de los papeles y miré a través de mi ventana. Me pasé las manos por la cabeza, exhausto de lo disperso que había estado estas últimas horas.
En vez de hacer el trabajo de manera ágil y eficaz, cada cierto tiempo mis pensamientos se desviaban a la mujer del pasillo, a mi nueva vecina. Las primeras veces era solo recordar el momento que había vivido, recordando su voz, como su piel se sentía bajo la mía, como esos enromes y redondos ojos me habían mirado. Sin embargo, esos recuerdos que parecen inocentes, acabaron desatando un mar de pensamientos cuando Tomás apareció en ellos. Nunca me había sentido así, ¿Es normal sentir un cosquilleo intenso en las yemas de los dedos? Para tranquilizarme, tuve que buscar por internet si ese cosquilleo podía ser síntoma de algo, para mi alivio no lo era, pues lo único que me salió fue que podría ser a causa de un déficit de minerales y vitaminas, y hacía unos días me había hecho un análisis de sangre que aseguraba que no tenía ningún déficit de nada.
Luego, por primera vez desde los dieciséis, sentí la necesidad de saber si mi supuesta vida pasada era real o no, por lo que aparté los documentos del caso de Antonio y empecé a buscar cada mínimo detalle que podía pensar. Busqué como eran las ropas en esa época, cómo eran las casas, los pueblos, todo. Con cada búsqueda, me empecé a dar cuenta que, en efecto, todo coincidía con mis recuerdos. ¿Eso significaba que era real? No había manera que un adolescente pudiera soñar con algo tan específico cuando nunca se había interesado en el siglo XV, ¿Cómo podría haberlo sabido todo al detalle?
Bien, ya había verificado mi duda, podía seguir con el trabajo. Eso fue lo que pensé mientras deslizaba los papeles que había dejado de lado para tenerlos enfrente. ¿Pero y yo? ¿Habrá alguna prueba de que el Príncipe Dante de España existió? Suspiré mientras volvía a deslizar los papeles hacia el lateral de la mesa, volviendo a utilizar el ordenador para buscarme, por raro que eso pareciera.
Fueron muchos los minutos que estuve navegando por la red, en búsqueda de mi yo pasado. ¿Cómo podía ser que no existiera? ¿Acaso al final si había sido todo un sueño? Iba a dejar de intentarlo cuando vi un enunciado "El que debería haber sido el primer Rey de España y su extraña muerte: Dante". Eso era, eso era lo que estaba buscando. Abrí la página, encontrándome nada más lo hice, una foto bastante deteriorada de mi yo pasado. Era tal cual me recordaba, era yo.
Estuve leyendo ese artículo por casi una hora, viendo como hablaba de que mi muerte significó que el heredero al trono Aragonés era mi hermano Carlos, sin embargo, debido a su muerte pasó a ser mi hermano pequeño Fernando II, más conocido como el famoso Rey Católico, Buen trabajo, hermanito.
Sin hablar demasiado de mi ahora famoso hermano, el artículo, se centró más en mí y en el porqué no se hablaba de ese príncipe que iba a ser el heredero y murió misteriosamente. Era gracioso ver como intentaban sacar teorías, sabiendo que la verdad solo la sabía yo y... Tomás.
Dejé todo de lado, decidido a acabar, y así lo hice, pese a que me costó un par de horas más de lo que debería haber costado. Decidí levantarme de una vez por todas, notando mis músculos destensarse después de haber estado en la misma posición durante horas. Me estiré en la cama boca arriba, disfrutando del silencio y de la paz.
Volví a recordar el momento del pasillo, así como las locas teorías que el usuario de internet había compartido sobre mi muerte, una carcajada salió escupida de mi garganta, era verdaderamente gracioso ¿Quién podía pensar en algo así? Pobre gente interesada, los únicos que sabíamos qué había pasado de verdad somos yo y Tomás, solo los dos tenemos los recuerdos de aquella vez, solo nosotros sabemos qué pasó realmente.
Fue allí cuando me detuve, dejando de actuar y únicamente centrándome en mis propios pensamientos. Si yo había recordado mi vida pasada, ¿Significa eso que Tomás también lo había hecho?
Me senté en la cama rápidamente mientras mi cabeza empezaba a saturarse de preguntas, de nuevo. ¿Y si mi nueva vecina es la nueva vida de Tomás? Sin embargo, pareció confundida por la reacción que yo tuve, ¿Será que ella no sintió lo mismo que yo al conectar miradas? ¿Pero cómo voy a saber si es Tomás?
Mi cabeza me daba vueltas, teniendo una de las crisis existenciales más grandes que había sufrido. Era como si tuviera un gran poder y sabiduría en mis manos y no supiera qué hacer con él. ¿Cómo iba a actuar ahora? ¿Había la posibilidad de reencontrarme con él, pese a que estábamos hablando de varios siglos de diferencia desde la última vez que nos vimos? ¡¿Era esto real o me estaba volviendo loco?!
Se acabó, no podía seguir con esta locura de pensamientos, llevaba toda la tarde igual y lo único que había conseguido era que la bola se hiciera más grande. Me acerqué a mi altavoz y lo conecté, empezando a sentir como el rock inundaba mi casa.
Suspiré aliviado, sabiendo que el rock era de las pocas cosas que me dejaba disfrutar y dejar de lado todos mis pensamientos. Por fin una sonrisa se dibujó en mi rostro, una vez los pensamientos sobre Tomás, mi vida pasada y presente o el universo desaparecieron y fueron desplazadas por acordes y lírica.
Mi felicidad y alivio fueron tanto, que ni siquiera escuché los golpes que ella hizo en una de las paredes que estaban entre nuestras dos casas.
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