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Capítulo 3: El Príncipe ha regresado

Siglo XV, Tomás:

El murmurio de la plaza del pueblo poco a poco se notaba más a medida que avanzaba por los senderos que conectaban las afueras de este con la zona más céntrica. Sentía las manos arder del peso que sostenían, pero suspiraba empujándome un poco más, necesitaba vender la leche y los huevos que esta mañana había podido obtener mientras el sol salía. Sentía las piedras clavarse en la suela de mis zapatos, pues siendo esta tan fina y agujereada, cualquier cosa era capaz de notarse. El sol pegaba fuerte ese mediodía, haciendo que mi corto y rubio cabello brillara en todo su esplendor.

— ¡Hoy sí que vienes bien cargado, Tomás! — La señora Molina exclamó cuando me vio por el sendero. Ella era una artesana del pueblo, específicamente del gremio de la cerámica. Siempre iba con su asno, que poseía dos cestas en donde podía colocar todo aquello que vendía en el mercado de la plaza.

Su cabello marrón estaba recogido en un desordenado moño, mientras que su cara y sus manos, como siempre, seguían manchadas de algunos rastros de barro ocre, el cual se estaba craquelando debido al tiempo que llevaba ahí secándose.

— En efecto, hoy las gallinas se han portado de lo mejorcito — Asentí feliz de todos los huevos que me había encontrado nada más despertar — ¿Cómo le ha ido a usted hoy la venta de sus obras? — Pregunté al ver como el asno hoy no llevaba apenas productos de vuelta

— Ay cariño, bien sabes que no son obras, por mucho que me halague que las denomines así —Se carcajeó — Sin embargo, ha ido muy bien, hay muchos forasteros en el pueblo — Susurró como si fuera un secreto de alta importancia

— ¿Está usted hablando en serio? — Mis ojos se iluminaron ante la posibilidad de una buena tarde de ventas

— En efecto muchacho, por lo que la Señorita Gómez me ha comentado, ¡Se ve que la realeza ha vuelto de su viaje por los valles del sur después de años! Muchos forasteros han venido con la curiosidad de poder presenciar tal acto. — Siguió susurrando

— ¡Eso es estupendo! Espero que su estancia perdure bastante tiempo, nos vendría muy bien una mejoría en las ventas de este mes— Murmuré pensativo mirando la leche que sujetaba con la caja de madera

— Bueno cariño, yo he de continuar que si no se oscurece. Dale recuerdos a tu madre como siempre — Me removió el cabello y con un tirón de la cuerda, ordenó al asno avanzar. Me despedí con la mano y continué con mi ruta, esta vez deseoso de llegar y con una fuerza que la ilusión de una gran venta me había otorgado.

Y en efecto, nada más empecé a ver el paisaje de las casas del pueblo central con aquellas estructuras de madera robusta y oscura, una oleada de forasteros se veían yendo de aquí para allá. La gran mayoría eran Burgueses, de esos que podían permitirse un viaje por el país con carrozas.

Seguí mi camino, intentando llegar a mi puesto sin chocar con nadie, ¡No había visto la plaza así en mi vida! Suspiré aliviado cuando vi como llegué sano y salvo a mi pequeño puesto sin que ningún huevo se desperdiciara por el camino.

Desplegué el áspero mantel encima de la robusta mesa de madera y abrí el pequeño tendedero que me aliviaba de sentir el sol encima de mí todo el día. Nada más coloqué los huevos encima de la mesa, aun sin haber empezado a colocarlos como hacía cada día, ya varias personas me empezaron a bombardear con preguntas.

Miré atónitos a los forasteros, la mayoría siendo burgueses, que nada más por sus apariencias se notaba la diferencia entre nuestras clases. Llevaban telas de apariencia costosa, con colores saturados y que eran magnéticos a la mirada, sin una sola rotura o mancha. Sus pelos estaban sofisticadamente recogidos, brillando y moviéndose por el aire sin una imperfección. Incluso mi nariz se abrumaba ante todos los diversos olores a flores que emanaban de cada persona, era como enterrar la cabeza en un prado de miles de flores. Eran como una especie completamente diferente a mi, ¿Podría yo tener alguna vez esos privilegios?

Sin embargo, con una gran sonrisa empecé a atender a todos los que pasaban, sin importar de dónde vinieran o cómo me trataran. Yo estaba feliz de poder vender tanto, lo demás no era importante.

— ¿Usted ha visto ya al príncipe? — Una de las doncellas que revisaba los huevos empezó a hablar. No supe bien a quién le estaba hablando, hasta que giró la cabeza para encarar a otra bella mujer que estaba a su lado

— Desgraciadamente no, ¿Usted tuvo suerte? — La bella mujer suspiró mientras me daba un par de monedas por los dos jarrones de leche que había cogido

— No, pero hay rumores de que hoy visitará el pueblo, si yo fuera usted no me movería mucho de aquí — Le aseguró la otra a la vez que me daba el precio que le había pedido por su docena de huevos

— ¿Y qué podría hacer yo por aquí?— Le preguntó de nuevo

— ¡Comprar! ¿No ha visto lo baratos que están aquí los productos a comparación con los de nuestro pueblo? — Respondió como si aquello fuera lo más obvio

Comprar... ¡Pues claro! Con la fiebre que hay con tal de conocer al príncipe, todo el mundo se quedará aquí, por lo que habrá muchas más ventas.

Miré al puesto del Señor Gómez, quién vendía productos similares a los míos. Sus precios, al igual que los míos, seguían igual que siempre, y su clientela era igual de extraordinaria.

Miré debajo de la mesa y me di cuenta de que las provisiones estaban a punto de agotarse, ¡Así se agotaría todo igual de rápido que lo que se tarda en dar dos vueltas a burro por la plaza! Recogí todo y decidí ir a por las provisiones que teníamos guardadas en la granja para los próximos días, si podíamos venderlo todo hoy, ¿Para qué guardarlo? Además, si bajaba el precio un poco, ¡Tendría tantos clientes que podría quedarme sin nada con lo que volver a casa!

Avisé que solamente iba a por más productos y empecé a ir rápidamente de nuevo a casa, en busca de todo aquello que pudiera vender, quizás podía explicarle a padre la situación y podría ayudarme él a vender y traer todo de vuelta al puesto.

Pensaba en todo aquello que habíamos cosechado; Lechugas, zanahorias, todos los huevos que habíamos guardado, las chuletas de vaca que guardábamos para las fechas especiales... ¡Lo íbamos a vender todo!

Un obstáculo se puso en mi camino en medio del sendero, casi tirándome al suelo; Sin embargo, unas robustas y firmes manos me cogieron por la cintura antes de que eso sucediera.

Al abrir los ojos temeroso, me encontré enfrente de un verdadero ángel. Piel blanca como la porcelana, ojos azules como el cielo, realmente cautivadores y atrayentes. Una nariz grande y prominente, la cual, al contrario de lo que inicialmente podría pensarse de ella, aportaba un aire de sofisticación al rostro, inusual pero demasiado bello. Su pelo castaño emanaba un olor a lirios y su vestimenta era un azul demasiado intenso, recordándome a aquel de los arándanos. Un traje, que con detalles dorados y elegancia en cada rincón daba la sensación de haber sido creado para envolver perfectamente al irreal ser que me sujetaba de la cadera. Una suave sonrisa empezó a aparecer en su rostro, mientras sus labios se estiraban por dicha expresión

— Ha estado cerca — De su boca salió una voz carismática, no excesivamente varonil, pero con cierto encanto.

Me miró desde arriba, levemente inclinado, pues había tenido que inclinarse para no dejarme caer, con sus ojos cautivadores hechizándome ¿Acaso sería un ángel enviado por Dios para mirar a través de mi alma y ver si tenía pecados?

Suavemente retrocedió, dejándome de nuevo sobre mis dos pies. Sus manos dejaron de acariciar mi cadera y esta zona sintió un frío ante la falta de tacto. Yo, con la boca aún abierta, no había dicho ni una sola palabra.

— Déjeme presentarme, me llamo Dante, Dante II. Puede que por su corta edad no me reconozca, pero soy el heredero al trono de nuestras bellas tierras — Se presentó haciendo una breve reverencia y con una carismática sonrisa en su rostro.

—Her- ¿Heredero?— Tartamudeé ante lo que había escuchado. Dios mío, ¿Me había chocado con su majestad? — ¡Lamento muchísimo el incidente! Estoy seguro de que le habré estropeado las prendas, déjeme compensárselo, ¡Pero no me lleve al calabozo! Se lo ruego — Los nervios se apoderaron de mi al ver mi fatal error. Mis manos bailaban indecisas entre el querer quitar el polvo y tierra que su majestad tenía por mi culpa y mi mente que las paraba, ¿Cómo osaba siquiera pensar en tocar a un heredero sin su consentimiento?

Sentí como mis ojos se aguaban. Pensaba en mis padres y la deshonra que significaría para ellos que me llevaran al calabozo preso. La poca ayuda que ofrecería y las pocas ganancias que tendrían debido a lo costoso que era ir y venir hasta el pueblo... Tanto ellos como yo estábamos condenados.

— No, por favor, no llore — El príncipe se puso nervioso cuando vio como mis mejillas se mojaban ante mi angustia. Sus manos se movieron rápidamente de manera aleatoria, sin saber bien qué hacer. Al final pareció tomar valentía, pues estas hicieron contacto con mis dos mejillas, limpiando el rastro de lágrimas con sus pulgares. — Siento la acción irrespetuosa de tocarle sin permiso, pero dejé de llorar, se lo suplico — Me miro a los ojos, suplicando.

El heredero al trono estaba tocando mi rostro, me estaba suplicando... ¿Qué estaba pasando? Quizás había sido bendecido por Dios, pues estas acciones eran tan inusuales. Toda mi vida conocí a los actuales reyes de nuestras tierras, personas superiores que miraban a las clases bajas como desechos. Todo contacto con alguien de tal magnitud podía salir únicamente de la imaginación, ni siquiera tocaban a aquellos a quienes querían torturar, tenían a guardianes para realizar tales atrocidades. Sin embargo, justo enfrente mío tenía al príncipe, al hijo de los Reyes, limpiándome las mejillas de las lágrimas que soltaba.

— Le aseguro que nadie lo llevará a ningún calabozo. Al fin y al cabo ambos chocamos, por lo tanto fuimos los dos culpables del suceso, ¿No cree? — Intentó animarme, mirando como mis ojos se ampliaban ante la sorpresa de tales cálidas palabras —¿Cuál es su nombre?— Preguntó con una sonrisa de ensueño

— Soy Tomás... Tomás a secas, sin ningún número — Aclaré con vergüenza —Soy el hijo de los granjeros del norte — Mi voz se hizo pequeña cuando vi como su majestad intentó reprimir una risotada ante mi corta y vergonzosa presentación.

— Encantado, Tomás a secas — Sonrió ampliamente — Conozco las cosechas y productos de vuestra familia, siempre son utilizadas para las comidas en el castillo — Continuó hablando conmigo como si fuéramos viejos amigos, ¿Por qué el príncipe heredero quería seguir entablando una conversación con alguien como yo?

Asentí, pues sabía que cada día una doncella venía del castillo a comprar productos en nuestro puesto. El Príncipe se quedó callado, expectante podría llegar a decir. Alcé la cabeza ante la falta de conversación, siendo la primera vez en todo el rato que le vi fijamente a los ojos. Nos quedamos momentáneamente en silencio hasta que él carraspeó.

— Bueno, estoy seguro de que tiene muchas tareas pendientes, no le distraigo más. — Se sacudió la ropa levemente antes de volver a fijar su mirada a la mía — Encantado de conocerle, Tomás a secas — Hizo una breve reverencia y continuó con su camino, antes de dejarme corregirle mi nombre, sin embargo, pensándolo bien, no era de relevancia. De todas formas, mi nombre era de las cosas más inútiles que conocía, al final, seguía siendo solo un granjero más del pueblo, una clase baja que en teoría no debería de haber mantenido ningún tipo de contacto con él.

Y ahora que pensaba en ello, ¿Qué acababa de pasar? Me había cruzado con el Príncipe Heredero, había mantenido una conversación normal como si fuéramos de la misma clase social, incluso había tocado mi sucio cuerpo con sus manos ¿Acaso había sido eso una alucinación fruto de las altas temperaturas y del sol directo?

La noche se abrió paso, oscureciendo el cielo. Sin embargo, el número de clientes no había disminuido ni lo más poco. Cuando le conté la noticia a mis padres, ambos rápidamente empezaron a empaquetar todo aquello que podíamos vender. Llegamos al pueblo con demasiadas cosas, tantas que casi se nos habían caído por el camino. Desde entonces, en donde el sol aún estaba en lo más alto del cielo hasta ahora donde este se había escondido, no habíamos dejado de vender en todo el día.

Ayudaba a los clientes y no dejaba de moverme, yendo de un lado a otro, cogiendo las verduras que me pedían, ayudando a mi madre con las cosas pesadas... Era un no parar.

En cierto momento, cuando la luna alumbraba el paisaje, se empezó a escuchar un murmullo, que se incrementaba. La gente se apartaba rápidamente y había un vacío entre las personas del pueblo que se iba aproximando. De repente, las personas más cercanas al puesto se apartaron sorprendidos y lo vi. El heredero estaba viniendo directamente al puesto, centrando su mirada en mí y con una sonrisa. Apoyó sus antebrazos en el sitio libre de la mesa en donde poníamos todos los productos.

— Buenas noches, Tomás a secas — Una sonrisa ladeada y un brillo picaresco aparecieron en sus ojos. La gente empezó a murmurar con más fuerza al escuchar como el Príncipe me había saludado por mi nombre. Miré a todo el pueblo viendo nuestra interacción algo nervioso por tanta atención, sin embargo, el Príncipe nunca desvió su mirada de mi, como si todos aquellos murmurios no existieran.

—En-En realidad es simplemente Tomás, su alteza. Es posible que comprendiera mal mi nombre la anterior vez que nos cruzamos... — Un gran jadeo se pudo escuchar y entonces caí en mis propias palabras. —¡No! Quise decir que fue culpa mía por no haberme expresado bien, usted nunca comprendería mal absolutamente nada, sería una osadía asumir eso de alguien de tanta clase como usted — Tragué saliva nervioso, mientras mis manos apretaban tensas la zanahoria que estaba sujetando. ¿Cómo podía ser que cada vez que me lo cruzaba hacía tales malas acciones? Parecía que el mismísimo Satanás se apoderaba de mi forma de actuar

Una carcajada honesta sonó ante el silencio sepulcral que había en la plaza. Alcé la mirada sorprendido, con la misma expresión confusa que todos los demás que rodeaban al Príncipe. ¿Acaso este estaba riéndose ante tal falta de respeto?

— No se preocupe Tomás, le entendí perfectamente a la primera, únicamente estaba bromeando. — Una sonrisa honesta iluminó su rostro — Es usted alguien agradable a la vista cuando se pone nervioso, estoy seguro de que muchas doncellas deben estar a sus pies — Señalizó. Yo, con las mejillas rojas por tal cumplido y suposición, no pude hacer más que negar con la cabeza.

—¡Su Majestad! No sabía que había vuelto a estas tierras, y menos aún que conocía a nuestro hijo Tomás— Mi padre con una amplia sonrisa le saludó

— En efecto, ayer ya me hospedé de nuevo en mi viejo hogar, es agradable volver a casa — Sonrió feliz. Todo el pueblo estaba asombrado ante la amabilidad que el príncipe tenía con gente de clase tan baja. Era completamente opuesto a como sus padres interactuaban con el pueblo cuando bajaban a visitarlo. —Tuve el placer de cruzarme con vuestro hijo esta misma mañana, le doy mi más sincera enhorabuena, su hijo es alguien muy respetable y estoy seguro de que es un gran orgullo para ustedes. — Su sonrisa se amplió, dirigió su mirada a mi. Yo solo bajé la cabeza, sonrojado ante los cumplidos del príncipe, siendo estos un hecho completamente inusual

—¡Eso ni lo dude! — Mi padre pasó su brazo por mi hombro — De todas formas, ¿Puedo preguntar a qué se debe su presencia? — Hizo la pregunta que todos en el pueblo nos estábamos haciendo

— Quise poder ver el pueblo con mis propios ojos, es por eso que pedí ser yo quién viniera hoy a por los alimentos para la comida real — Una gran sonrisa decoró su rostro.

—Pero...— Empecé a decir tímidamente. Sus ojos rápidamente se movieron hasta verme — La doncella ya ha venido— Empecé a explicar. Vi como su sonrisa se tambaleó levemente — Siempre viene a primera hora de la mañana para conseguir los alimentos más frescos, se los reservamos en una cesta — Añadí y lo miré. De nuevo, el pueblo entero no hizo ni un solo ruido.

— Por la mañana, claro — Carraspeó mientras levantaba los antebrazos de la mesa y miraba a ambos lados — Es decir, ¡Ya lo sabía! Es solo que se han... ¡Quedado sin algunos alimentos! Y bueno, como es mi primer día oficial aquí, querían hacer un gran banquete— Explicó rápidamente. Yo asentí

— Lo entendemos alteza, no es necesario que usted nos dé explicaciones. Estoy seguro de que Tomás le puede atender perfectamente — Mi padre le aclaró antes de hacer una reverencia y seguir atendiendo.

Poco a poco el ruido y murmurios de la gente volvió a ser oído. El pueblo se volvió a movilizar y a hablar entre ellos, la gran mayoría siendo opiniones de lo que acababan de presenciar.

— Dígame lo que se desearía llevar, Alteza— Hablé, mirando al rostro que parecía tan angelical pero masculino al mismo tiempo

— Le pido que me llame por mi nombre, usted tiene permiso para tutearme — Una cálida sonrisa se vio en su rostro

— Está bien... Dante— Su nombre salió más bien como una pregunta mientras lo miré dudoso, él únicamente asintió con la misma sonrisa de oreja a oreja que había tenido en su rostro todo el tiempo — ¿No tiene usted alguna papel con lo que necesita?— Pregunté curioso al ver que sus manos y bolsillos estaban vacíos

— No se preocupe, no es una lista larga — Miró por todo el pequeño puesto, como buscando qué podía comprar — Deme... tres patatas, si es tan amable — Volvió a mirarme con una sonrisa orgullosa

—... ¿Tres patatas?—Pregunté incrédulo

— En efecto, eso es lo que necesitamos en el castillo—

—Entonces, ha venido usted desde el castillo andando hasta la plaza del pueblo por... ¿Tres patatas? — La sorpresa y confusión no cabía en mi

— Eso parece — Susurro para sí mirando hacia la mesa del puesto. — En fin, ¿Cuánto sería?— Su sonrisa volvió a aparecer

— Será una moneda, ¿Está usted seguro que no desea nada más? — Le pregunté mientras cogía las mejores tres patatas que encontré y las puse en un pequeño cesto.

—No se preocupe, eso es todo— Cogió el cesto y rebuscó en su bolsillo delantero — Como ya dije esta mañana, encantado de verle, Tomás — Con una gran sonrisa me acercó su mano aún cerrada

— Lo mismo digo... Dante — Dije y vi su sonrisa y asentimiento de aprobación ante mis palabras. Su mano se abrió y dejó caer las monedas a mi mano. Miré mi mano son sorpresa al ver que en ella no había una moneda de cobre, había cinco monedas de oro, brillantes y limpias, que hacían un sonido metálico al chocarse contra ellas

—¡Dante, se ha equivocado con el cambio!— Chillé, pero solo pude ver su espalda alejándose a la lejanía — Su majestad, ¡Su dinero! — Intenté llamarle en reiteradas ocasiones, pero él siguió caminando, hasta perderse en el mar de personas.


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