Capítulo 1: Un no parar
La llave plateada entró en la cerradura a duras penas, pues todo el peso que estaba soportando con mi mano derecha, debido a lo que había comprado en el mercado próximo a mi nuevo piso, hacían el encajar la llave una tarea sumamente complicada. Suspiré aliviada cuando se escuchó un sonido seco, anunciando a mis oídos que la puerta finalmente estaba desbloqueada. Al poco tiempo, las paredes blancas y desnudas de mi nuevo hogar me dieron la bienvenida.
Dejando la puerta de mi casa abierta, me encaminé con rapidez hasta la encimera de mi cocina, en donde dejé todos los alimentos comprados. Sintiendo mis brazos aliviados después de ser liberados de tanto peso, volví hasta mi recibidor para cerrar la puerta y colgar mi bolsa de tela negra, la cual era mi mejor aliada en estas temporadas de calor. Me miré en el espejo, y lo que vi no fue nada más que una joven adulta a punto de empezar un gran capítulo de su vida, o al menos de su segunda vida.
Lo cierto es, que sería una farsa decir que después de mi decimosexto cumpleaños, había podido controlar la situación a la perfección, pues la verdad es que incluso cinco años después seguía con una extraña inquietud en el pecho, y era extraño verme a mí misma y a mi cuerpo. Cuando mis recuerdos regresaron esa noche, fue un punto de inflexión en mi vida, ¿Quién diría que esto sería tan difícil? Incluso después de haber vivido dieciséis años en un cuerpo de mujer, el recordar mi pasado masculino, fue extraño en muchos sentidos. Me sentía incómoda al caminar, me sentía incómoda con algo pesado colgando de mi torso, era como si mi cuerpo por arte de magia hubiera decidido cambiar de género de un día para otro. Incluso a día de hoy, se me hace extraño vivir con un cuerpo femenino, pues las sensaciones y experiencias son... Extremadamente diferentes.
Sin embargo, no queriendo explayarme demasiado en mis pensamientos del pasado cómo solía hacer, me enfoqué en proseguir con la que yo conocía como mi segunda vida, pues aunque el pasado me persiguiera y estuviera presente en mi conciencia, no dejaba de ser eso, un recuerdo de lo que ya pasó.
Recogí mi pelo en una coleta baja y me senté en el sofá rojo que había colocado en el salón, siendo esta la única pieza de mobiliario ya construida en esa sala. Agradecía al universo por la existencia de una marca en donde se podían hacer muebles tan ligeros y fáciles de transportar, ¡Incluso los podrías montar una vez llegados a tu hogar! Las estrellas saben cuánto pesaban los muebles en el siglo XV y lo complicado que era moverlos alrededor del hogar. Me cansaba de solo recordarlo.
Recorrí con la mirada el lugar, un apartamento pequeño, moderno. Paredes blancas y lisas, espacios comunes sin casi separación, y con una bonita puerta de madera de roble que daba a mi lugar más privado y donde reposaba todas las noches, mi habitación. Era increíble lo mucho que la tecnología había avanzado, de los gustos tan diferentes que tenemos los humanos con el paso del tiempo. Mi apartamento, pequeño pero acogedor, tenía unas ventanas que daban al espacio una luz natural, tan bonita que me hacía acordarme de aquella que entraba por los ventanales del castillo de... Bueno, mejor no lo nombro, sino, estoy segura que los dientes me empezarían a chirriar de la rabia.
Suspiré, revisando mis redes sociales en el teléfono y siguiendo con la conversación que estaba manteniendo con Maite, mi mejor amiga desde que tenía conciencia. Apenas empezaba a ser septiembre, y el calor que provenía de la calle hacía que mi cuerpo empezara a sudar de manera realmente incómoda. Por mucho tiempo que tuviera viviendo en Barcelona, el calor de verano seguía siendo igual de irritable. Encendí el pequeño aparato de aire acondicionado que tenía encima de la puerta y me deshice de los incómodos zapatos que tenía aun decorando mis dos pies, los cuales, ante la libertad, se sintieron de maravilla.
Una ola de satisfacción y placer recorrió mi cuerpo cuando me estiré por completo en el sofá, relajada después de frenéticos días en donde la mudanza no me había dejado ni tomar aire. Sin embargo, cuando una sonrisa se empezaba a asomar por mi rostro, una llamada interrumpió la acción, haciendo que me incorporara a coger mi teléfono de mala gana. El nombre de mi mejor amiga resaltó en la brillante pantalla.
Deslicé mi dedo y, con el teléfono ya al lado de mi oreja, me volví a estirar en el sofá.
— ¿Pasa algo?— Le dije sin prestar mucha atención a la respiración acelerada de Maite.
—¿En serio lo preguntas? — Su voz, algo furiosa, me reclamó por teléfono. Mi ceño se frunció en desconcierto.
— ¿A qué te refieres? — Le pregunté confundida y perdida.
— Dime que no te has olvidado que día es hoy. — Pidió desesperada. Yo tragué saliva, sabiendo en ese mismo momento que, aun sin saber que era exactamente, algo había sido eliminado de mi memoria.
Sin colgar, entré al calendario de mi teléfono, y tras deslizar un poco, encontré el motivo por el que Maite estaba tan desesperada. Mis ojos se abrieron en grande y pegué un salto para salir del sofá. Volví a entrar a la llamada, mientras a todas prisas me volvía a colocar los malditos tacones, los cuales había dejado en el suelo tirados.
— Mierda lo siento, se me ha pasado con el tema de la mudanza. ¿Estás ya abajo? — Me disculpé mientras me levantaba y, casi corriendo, cogía mi bolso y mi chaqueta.
— Llevo ya cinco minutos, y déjame recordarte, que si no bajas ahora mismo, llegaremos tarde a la entrevista — Me advirtió aún enfadada, su voz la delataba.
— Está bien, bajo ahora — Colgué con prisas y antes de abrir la puerta, hice un paso atrás para retocarme en el espejo. Con un movimiento rápido, mis manos peinaron mi largo y lacio pelo, colocándolo detrás de mis orejas, resaltando aún más la separación que tenía mi flequillo con el resto del cabello.
Suspiré, en parte queriendo tranquilizarme, y por otra harta de lo frenética que estaba siendo mi semana. Con prisa, abrí la puerta principal y planeaba hacer un Sprint hasta el ascensor, pero justo cuando me propulsé para empezar a correr, un cuerpo se interpuso en mi camino.
Mi cuerpo rebotó contra el suyo, estrellándome en su gran torso. Sentí como mi cuerpo se desequilibraba y era atraído por la gravedad, sin embargo, justo antes de sentir esa sensación momentánea de la caída, dos fuertes manos me sostuvieron por ambos brazos, inmovilizándome en el proceso.
Una vez estuve estable, con la vergüenza saliendo desde cada poro de mi piel y con la nariz adolorida por el golpe, me tragué el poco orgullo que me quedaba para, mientras respiraba para coger fuerzas, me enfrenté con la mirada de quién se puso en mi camino.
— Lo siento muchísimo, tenía, bueno, tengo prisa y — Mi voz salió mientras mi cabeza hacía un movimiento ascendente, observando el cuerpo de quién tenía a escasos centímetros de mí, viendo cómo el jersey gris comprimía y se ajustaba a las proporciones de su delicada cadera, expandiéndose debido a la longitud de los pectorales, los cuales he de admitir que presté más atención de la necesaria, y perdiéndose en forma de cuello alto, llegando a rozar el filo de una marcada mandíbula, la cual ya estaba bastante elevada para mi vista.
Sin embargo, mi voz se cortó cuando pude detallar su rostro. Nada más verlo, fue como si mis ojos reprodujeran una imagen de mi vida pasada, fue apenas un segundo, en donde la imagen de mi enemigo se superpuso justo encima de la cara que estaba viendo en esos momentos. Mis ojos brillaron de una manera especial, mis manos sintieron un recorrido casi eléctrico dando círculos en las yemas, y mi corazón se aceleró de manera casi frenética. Era él, era mi enemigo de mi vida pasada.
Fue una sensación extraña, algo tenebrosa, incluso. No era como él, su nariz no era tan prominente y esos ojos marrones que me miraban asombrados no tenían nada que ver con los iris azules que me observaron siglos atrás. Su cara era completamente diferente, sus facciones provenían de culturas diferentes, todo en sí era diferente. Pero ante todo pronóstico y lógica alguna, sabía a ciencia cierta que ambos eran la misma persona
Nos quedamos mirando, observando nuestro reflejo en las pupilas del otro. Yo estaba confundida y saturada por tanto sentimiento y emoción al mismo tiempo, pero era extraño, pues él tenía la misma expresión que yo en el rostro
Al poco tiempo, él pestañeo y carraspeó mientras soltó de manera mecánica mis brazos.
— ¿Estás bien? — Preguntó con una voz grave pero con una suavidad extrema, recordándome al Jazz más puro. Salí de mi ensoñación y me separé de ese "desconocido".
— Sí, lo siento. — Asentí, incómoda por la situación. — Disculpa, pero tengo mucha prisa. Siento la molestia de nuevo — Dije lo más rápido que pude cuando caí en el porqué me había dado de morros con el pecho del hombre a quién ahora le hablaba.
Él asintió, y con eso, me dispuse a coger el ascensor, ahora sin correr demasiado, para poder ir a la entrevista que había ocasionado la anterior interacción.
— ¿Me estás escuchando? Te veo algo callada — Maite me preguntó mientras nos hacíamos paso entre los estudiantes de la universidad
— Perdona, son los nervios, supongo — Respondí, mintiéndole en el proceso.
Aun siendo mi mejor amiga y la persona en la que más confiaba, nunca le había explicado sobre mi vida pasada o mi consciencia sobre ella. Ni a Maite, ni a nadie. No porque tuviera miedo a que no me creyera, eso era la menor de mis preocupaciones. No se lo decía, pues, ¿Qué podría hacer ella con esa información? Además, ni siquiera sabía a ciencia cierta si lo que recuerdo es siquiera real. Quizás, solo es un sueño que yo misma me he creado.
Sin duda alguna era una situación extraña, pues aunque eran muchas las posibilidades de que, en realidad, lo que yo recuerdo como vida pasada no sea más que imaginaciones mías, tenía algo en el instinto que me decía que no era así, que era verdad. Desde esa noche, siento una conexión profunda con el universo, por muy poco creíble que eso suene. Pero tampoco podía esperar más, en general, la situación ya es de por sí poco creíble.
— Buenas señoritas, ¿Vienen a la entrevista? — Preguntó una señora de mediana edad detrás de un mostrador, y fue entonces cuando me di cuenta que, había estado tan perdida en mis pensamientos, que ni siquiera me había dado cuenta de donde estaba. Quizás Maite tenía razón y estaba demasiado callada.
Entramos las dos juntas, Maite seguramente pensando en la entrevista y en nuestra oportunidad para entrar a esa universidad, y yo, por otro lado, preguntándome si el vecino desconocido podía ser realmente mi enemigo pasado.
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