I
Advertencias: uso de medicamentos, alcoholismo, intento de suicidio, pensamientos suicidas, muerte, temas espirituales (con mucha información modificada al propósito del fic).
Nota. Qué decir de esta pareja más que me tienen enamorada. Tienen una química tan hermosa en el campo y fuera que no pude resistirme de escribir esto, aunque de manera apresurada por diferentes circunstancias.
En fin, sin más que decir, disfruten.
*
Una casa vacía y en silencio lo recibió cuando llegó de sus clases.
João suspiró, deteniéndose en la cocina para tomar un vaso de agua. El calor estaba cada vez más intenso y caminar media hora hacia su casa solo lo hizo más insoportable. Aunque prefería mil veces caminar en lugar de tomar el autobús. Pudiera usar el auto de su mamá si tan solo su papá no estuviera tan obstinado a mantenerlo guardado a pesar de que los dos sabían que, por pedido de su mamá, el auto pertenecía a João.
Mejor no pensar en ello.
Su papá era necio, muchísimo más que el mismo João y eso ya era decir mucho. Era bueno, por una parte, que no tuvieran que verse demasiado. Cada vez que pasaban más de una hora juntos las cosas empezaban a ir mal, las peleas empezaban. Él había descubierto por las malas que no se podía cambiar la opinión y la mente de un hombre como su papá, ni aunque lo intentara mil veces.
Su papá también pasaba todo el día en el trabajo para evitar ver a João aunque él dijera que era para tener suficiente dinero para pagar las cuentas. Por la forma en que siempre tartamudeaba un poco cuando João lo confrontaba, ambos sabían que era mentira. No pasaba todo el día y parte de la noche trabajando por dinero, no se emborrachaba los fines de semana con tal de no convivir con João, no comían en sus habitaciones solo porque les gustaba el silencio. A veces era un poco reconfortante pensar que sí, pero era una mentira que rápido se desgastaba.
Abrió las persianas cuando llegó a su habitación. Las nubes estaban adquiriendo un tono naranja en el exterior. João se detuvo frente a la ventana por un momento, admirando la belleza del cielo y preguntándose por qué la vida no podía ser tan sencilla como ver un cielo hermoso después de un día de escuela. Deseaba que fuera así.
Pero no lo era.
Al menos, pensó, acercándose a su cama y dejándose caer en ella, cada vez me queda menos tiempo para los dieciocho.
Se iba a marchar tan pronto como pudiera. No sabía a dónde, pero lo iba a hacer.
Abrazó la almohada, metiendo uno de sus brazos bajo ella. Su muñeca tocó algo plástico, así que lo tomó y lo sacó. Era un frasco de pastillas. El nombre de su mamá estaba escrito en ellas. João las había encontrado un par de semanas atrás mientras revisaba las cosas de su mamá, su pecho oprimiéndole por lo mucho que la extrañaba. Tomarlas y guardarlas había sido un impulso. Su papá estaría muy molesto si llegara a enterarse, pero João no sería quien le dijera.
Había advertencias en el frasco, "no exceda su uso..." João metió el frasco de nuevo debajo de la almohada. Lo había pensado antes. Más de una vez. Cómo sería morir y dejar de vivir la vida miserable que estaba viviendo. Solo que jamás lo había pensado en serio, jamás había pensado en cómo lo haría.
Las pastillas serían una buena solución, pensó. Una sobredosis. Si tenía suerte, moriría rápido y sin dolor. No tendría que ver a su papá de nuevo, no tendría que vivir en un mundo que no tenía sentido sin su mamá.
Cerró los ojos, suspirando lento mientras las lágrimas mojaban sus mejillas. Estaba cansado, en todo el sentido de la palabra. No quería vivir y todavía no entendía por qué no era capaz de ponerle un fin a su dolor, por qué no podía terminar con todo de una buena vez.
Tal vez solo necesitaba una razón.
¿Para vivir o para morir?
*
Pasó el resto de la semana tratando de no pensar en las pastillas, pero cada vez que ponía su cabeza en la almohada era como si las tuviera presionadas contra su piel. Sabía que estaban allí, aunque no pudiera verlas, y eso era suficiente para pensar. Se distrajo tanto en las clases que más de una vez le llamaron la atención, aunque no le importó mucho si era honesto. La mayoría de las clases eran aburridas y tan repetitivas que nada era nuevo. En varias ocasiones había tenido que ver videos en YouTube para poder entender algunos temas que le interesaban un poco, pero con los demás temas ni siquiera lo intentaba.
Su papá estaba en casa durante el fin de semana, lo que significaba incomodidad y una posibilidad alta de pelear. ¿Por qué? João ya ni siquiera lo sabía. Encontraban la razón más estúpida para pelear cada vez y se aferraban a ella como si fueran a morir por ella.
João salió de su habitación el sábado por la tarde, preparado para cualquier cosa. O eso pensó, hasta que encontró a su papá tomando whisky en el comedor. A juzgar por su apariencia y por lo vacía que estaba la botella, había tomado mucho.
—João —dijo su papá. Él sintió náuseas tan pronto como estuvo cerca. El olor a licor era fuerte—. ¿Sabes qué día es hoy?
—¿Sábado? —Preguntó con brusquedad. Se quedó de pie frente a su papá, sin saber si ir a la cocina o sentarse en la mesa con él.
—No, no, no... Nuestro aniversario. El día en que ella me aceptó.
Fue como si alguien lo hubiera golpeado y le hubiera sacado la respiración.
Se sintió mareado y nauseabundo de inmediato, preguntándose cómo pudo haber olvidado una fecha así. Su papá siempre se emborrachaba en ese día, como si estuviera tratando de ahogar los recuerdos en el alcohol de manera ineficaz.
Cada año era lo mismo.
—Ah —murmuró.
—¿No te importa?
Su papá sonaba acusatorio. Todavía era temprano, pero eso no parecía ser un impedimento para buscar pelea.
—Por supuesto que sí —contestó, tan suave como pudo a pesar de que era lo último que quería hacer. No era una buena idea pelear cuando su papá estaba borracho, porque existía la posibilidad de que las cosas se salieran del control.
Jamás lo había herido físicamente, pero él recordaba una vez en que le había tirado una botella de cerveza. La botella había rebotado con fuerza en un estante y uno de los vidrios pequeños había cortado su muslo en el rebote. La acción los había dejado congelados a ambos, tanto por el hecho de que João había terminado lastimado como porque su papá había sido capaz de lastimarlo de una manera que iba más allá de simples insultos o palabras hirientes.
João jamás había recibido una disculpa, pero los dos habían aprendido a caminar sobre cáscaras de huevo cuando su papá tomaba.
Su papá no contestó.
—Ella no quería hijos... nunca quiso. ¿Sabías eso?
No.
—Puede que lo hayas mencionado.
—Era yo el que quería. El que ansiaba tener en mis brazos a alguien que tuviera la sangre de los dos... y fui yo el que terminó arrepintiéndose. Nunca lo entendí.
João tragó saliva, sintiendo como si un nudo estuviera atorado en su garganta. Cada palabra que su papá estaba diciendo no era nada más que la pura verdad. Así era él cuando se emborrachaba. Decía cosas que herían a João, que lo hacían desear no haber nacido y no estar vivo para no tener que afrontarlas. Pero cada una de sus palabras era honesta de manera brutal.
—¿El qué?
—Por qué te amó tanto cuando ni siquiera era ella quien te quería.
—Sí —dijo João, mientras bajaba la mirada—. Supongo que no.
—La vida cambia tanto —dijo su papá con melancolía. Tomó un sorbo de su bebida, con las manos inestables—. Nunca me imaginé que tenerte iba a cambiar así nuestras vidas. Ojalá pudiera ir al pasado y cambiar todo.
A Joao se le cortó la respiración con las palabras. Pensó en decir algo, pero se dio cuenta que no había nada que él pudiera decir. Nada. Regresó a su habitación antes de que su papá dijera algo más. El llanto ya se estaba derramando por sus mejillas cuando se acostó en la cama, repasando una y otra vez las palabras que su papá le había dicho.
Ella no lo había querido, y aún así jamás había dado señales de ello. De que João era el hijo que fue coaccionada a tener por amor.
Recordó la forma en que ella lo arrullaba mientras se quedaba dormido, la manera en que siempre le daba su beso de buenas noches cuando era pequeño o cómo siempre le horneaba sus galletas favoritas aunque fuera alérgica a la vainilla (las galletas llevaban vainilla). Siempre fue dulce y amable, le enseñó a amar a todos y a todo. Incluso cuando estaba en su punto más bajo, ella jamás dijo que era su culpa.
Pero lo era. Su papá lo había dejado más que claro.
Sus ojos se cerraron. ¿Su papá sería más feliz si él no estuviera? ¿Podría rehacer su vida sin mirar atrás? ¿Sin tener remordimientos por haber perdido a su único hijo?
Las pastillas ya estaban en sus manos antes de que se diera cuenta. No contó cuántas se tomó, sintiéndose mareado, pero estaba seguro que fueron más que suficientes para no volver a despertar, a juzgar por las advertencias escritas en el frasco.
Sintió el sueño inundándolo con fuerza, como si fuera una ola furiosa que se estaba desbordando. No pudo formar ningún pensamiento coherente mientras caía en la inconsciencia.
No pudo pedirle perdón a su mamá por seguir sus pasos...
*
Todo a su alrededor se veía diferente cuando abrió los ojos. Estaba en su habitación todavía, pero no parecía ser la misma. Se sentía diferente. Su cuerpo también se sentía más ligero, pensó. Cuando se vio las manos, notó que había un borde reluciente alrededor de ellas.
Alrededor de todo tu cuerpo.
—Niño —dijo una voz detrás de él, sobresaltandolo—, no es tu momento de irte así que ve, vive una vida y no me hagas perder el tiempo.
Había un hombre detrás de él, vestido de negro y con una mirada sombría en el rostro. Sus ojos eran tan oscuros que parecían ser completamente negros desde la distancia. João sintió una especie de escalofrío recorrerlo. El hombre también brillaba un poco, pero de manera más tenue. Casi oscura.
—¿Qué? —Preguntó, reaccionando un poco más tarde de lo que le hubiera gustado—. ¿Quién eres tú? ¿Cómo entraste a mi habitación?
—¿No es obvio? —Preguntó el desconocido.
—No —dijo João, tratando de recordar si era algún amigo de su papá que estaba de visita. No recordaba haber visto su rostro jamás, pero no tendía a prestarle atención a los amigos de su papá.
No le importaban mucho.
—Soy la Muerte.
João se río, sin poder creerle. ¿La Muerte? ¿En serio? Era imposible que ese tipo fuera amigo de su papá. Su papá no tenía amigos divertidos. Todos eran viejos amargados (igual que su papá) que se quejaban de la vida cada vez que hablaban.
—No puede ser —dijo, dejando de reír, todavía tenía que averiguar por qué un hombre desconocido estaba en su habitación—. Estoy hablando en serio.
—Yo también.
No era divertido que el otro hombre pareciera mortalmente serio sobre lo que estaba diciendo. Parecía como si de verdad creyera que era la Muerte.
—No te creo —dijo, entrecerrando los ojos con sospecha. ¿Se había metido alguien a robar mientras estaba intoxicado?
—Entonces, ¿cómo explicas que tu cuerpo está tirado en el suelo mientras tu espíritu está frente a mi?
¿Su espíritu? João se miró las manos de nuevo por inercia, recordando el borde reluciente en ellas, antes de desviar la vista hacia la cama. Sintió una oleada de pánico cuando encontró su cuerpo allí. Su otro cuerpo. Estaba acostado de lado todavía, respirando de manera suave.
Demasiado suave, pensó de manera inconsciente. Después se dio cuenta de lo que significaba que la Muerte estuviera en su habitación, a unos cuantos pies de distancia. Funcionó, pensó, sin saber cómo sentirse. No se sentía feliz, pero tampoco triste. Había un vacío en su pecho. Como si no fuera correcto.
—Entonces... ¿morí?
Muerte. La palabra se sintió rara en sus labios. Quizás porque nunca la había dicho en voz alta, a pesar de que era una de las más constantes en su mente.
—No.
—No entiendo.
El hombre... la Muerte caminó hacia la cama (aunque de alguna manera parecía que estaba flotando, notó), acercándose a su cuerpo y observándolo de cerca. La vista hizo que se sintiera extraño por lo que representaba. Era verse a sí mismo tan cerca de la Muerte, de manera literal.
—No es tu momento de morir —explicó la Muerte, su voz era tan profunda que inquietó a Jõao—. Tu alma no puede desprenderse del todo de tu cuerpo si tu momento no ha llegado.
Justo entonces, fue como si los ojos de João se abrieran. Como si sus sentidos despertaran. Pudo sentir algo conectándolo a su cuerpo físico, atándolo a la vida. Se sentía casi como un hilo delgado y delicado que lo sostenía.
Le hizo preguntarse si estaba soñando o si estaba alucinando a causa de las pastillas.
Toda la situación parecía demasiado surrealista para ser verdad.
—¿Cómo es que estoy separado de mi cuerpo entonces?
—Estás teniendo... un viaje astral. Técnicamente. Tu espíritu volverá a la realidad física cuando alguien interfiera con tu cuerpo y te desintoxiques.
—¿Y si... nadie lo hace?
La Muerte alzó una ceja, inquisitiva.
—¿Vives solo?
—No.
João no quiso decir que su papá probablemente estaba borracho todavía y que a veces se iba de la casa cuando lo estaba porque no soportaba la idea de estar cerca de él, de su hijo. Recibir lastima de la mismísima muerte no era algo que él quisiera.
Aunque, ¿sería capaz de mostrar o sentir lástima?
—Entonces no tienes porqué preocuparte.
—Bueno.
La Muerte se giró para mirarlo, después de darle una última mirada a su cuerpo.
—No hagas eso de nuevo.
—¿Hacer qué? —Preguntó, pero sabía muy bien a qué se refería.
—Tratar de acabar con tu vida. No va a funcionar hasta que no sea el momento. Y créeme cuando te digo que todavía no lo es.
¿Entonces qué hago con estas ganas de morir? Quiso preguntarle. Las palabras se negaron a salir de sus labios, lo que probablemente era mejor de esa manera. Dudaba mucho que a la Muerte le importaba si quería vivir o morir mientras no fuera tiempo de recoger su alma, o lo que sea que hiciera como Muerte.
—Bueno —contestó—. Lo intentaré.
La Muerte le dio un asentimiento casi imperceptible. Lo miró atentamente durante un momento, y se dio la vuelta para irse. João se mordió el labio, pero alcanzó a hablar antes de que el otro desapareciera (de manera literal o figurativa).
—Espera.
La Muerte se volvió a verlo después de escuchar su voz. Su expresión mostraba un poco de irritación de haber sido detenido en su marcha.
—¿Si?
João jugueteó con sus pulgares, mientras el nerviosismo lo embargaba.
—¿Tienes un nombre?
Se sintió estupido tan pronto como hizo la pregunta. "Muerte" debía ser su único nombre (bueno, sin contar los alternos como Parca), y probablemente lo estaba entreteniendo y haciéndole perder el tiempo. De hacer cosas más importantes (como cosechar/recoger almas o lo que sea que haga) por una pregunta boba.
—Sí —dijo la Muerte después de un momento, sacándolo de sus pensamientos—. Cancelo. Pero nadie lo usa.
—¿Por qué? —Preguntó con curiosidad, antes de que pudiera detenerse a sí mismo de seguir hablando.
¿En serio estaba tan necesitado de atención que estaba tratando de tener una conversación con la Muerte?
—Porque nadie tiene tiempo de preguntarlo. Por lo general, solo veo a las personas- a las almas una vez, en su lecho de muerte. Siéntete afortunado de haber hablado conmigo antes de tiempo.
Con esas palabras, Cancelo desapareció antes de que João pudiera decir algo más.
Joao se dio cuenta que no pudo preguntar cómo es que él pudo verlo antes de tiempo si técnicamente no falleció, pero no creía que esa pregunta le fuera a robar el sueño por las noches en el futuro.
Tal vez.
*
Su papá estaba visiblemente molesto cuando salieron del hospital después de que llevara a Jõao de emergencia y le lavaran el estómago a su hijo, pero no lo dijo en palabras. No era como que necesitara hacerlo tampoco. Su rostro, sus gestos y, en especial, su silencio lo dejaron en evidencia.
Había estado hastiado desde que tuvo que esperar a que João fuera dado de alta, y de haber lidiado con los médicos y la explicación de lo que había pasado. João no sabía qué les había dicho, pero debió haber sido algo convincente para que al final lo dejaran ir a casa para reposar. Por supuesto, el doctor había hablado con ambos y había sugerido de manera no sutil que lo mejor sería que João fuera a un psicólogo para hablar de cualquier problema emocional que estuviera pasando. También había dado la tarjeta de un colega que conocía y aconsejó a su papá para que no dejara pasar por alto la situación. Le llamó la atención para hacerle más caso a la salud mental. Su papá guardó la tarjeta y ni siquiera mencionó el asunto mientras conducía de regreso a casa.
No dijeron nada durante el camino, ni cuando llegaron a casa y su papá lo sostuvo del hombro para ayudarle a subir las escaleras, ni cuando lo acomodó en la cama para que descansara.
—No hagas una mierda así de nuevo —había dicho su papá. Había tomado las pastillas de su mamá de la mesita de noche de João y se las llevó, para dejarlo a solas.
La soledad se sintió opresiva de inmediato.
Probablemente debería haberlo entendido antes, pero fue hasta ese momento que entendió que no iba a recibir ni una palabra de apoyo de su papá. Cualquier ilusión inconsciente que hubiera tenido de que un intento de suicidio arreglaría las cosas entre ellos se aplastó en ese instante. Se hizo trizas en su mente y en su corazón.
Su papá no lo quería. Que João hubiera estado cerca de la muerte y ni siquiera hubiera preguntado por qué lo demostraba.
Se acomodó debajo de las sábanas y se quedó mirando al techo. No lloró. Encontró que no podía hacerlo. ¿Qué sentido tendría también? No arreglaría nada. Tal vez ni volviendo a nacer arreglaría todos los sentimientos y problemas que lo lastimaban.
Aunque pensar así tampoco ayudaría.
Ojalá todo cambiara algún día, pensó, aferrándose a la almohada y abrazándola para tratar de darse consuelo a sí mismo. La soledad era dura, pero antes se había engañado a sí mismo para tratar de creer que al menos estaba su papá. Porque había tenido la esperanza de que su papá iba a estar allí si lo necesitaba.
Ahora sabía que no era verdad.
No había nadie con él, nadie más que él mismo. Solo se tenía a sí mismo. Tenía que aprender a vivir con ello ahora que sabía que la muerte no sería una solución, aunque doliera.
*
Había juicio en las miradas que su papá le dio después de su incidente, como lo llamó él. Lo miraba como si estuviera esperando que João intentara matarse frente a él o que intentara hacerlo con los dos. A veces, lo miraba como si fuera alguien sumamente frágil, confundiéndolo un poco por el índice de preocupación que mostraba cuando lo miraba así.
A veces, João esperaba que le dijera que era un inútil que no había servido ni para terminar con su vida. Podía escucharlo casi. Su papá no entendería ni sabría que no había muerto solo porque no era su estúpido momento para hacerlo.
Sabía que su papá nunca entendería lo mucho que quería desaparecer, lo mucho que le desesperaba estar vivo y que sentía que no encajaba en su piel. Y saber que no podía hacerlo, morir, cuando quisiera solo lo hizo sentir más aprisionado en su vida. Lohizo querer rendirse y ver qué pasaba si intentaba morir muchas más veces. ¿Qué tan resistente sería la Muerte? Seguramente Cancelo se aburriría de advertirle que no era su momento y terminaría llevándose su alma.
O al menos, esa era la única esperanza a la que podía engañarse para creer.
La vida no era atractiva para él. Aunque se dijera a veces que quería vivir y que quería intentarlo, solo se estaba mintiendo a sí mismo. No tenía amigos, odiaba sus clases, su papá lo odiaba, no hacía nada más que estudiar. ¿Qué sentido tenía vivir así? ¿Vivir sin vivir? ¿Sin experimentar? ¿Sin amar? Ni siquiera podía enamorarse. Ya lo había intentado una vez y su papá dejó en claro que no tendría un hijo marica. Y él no iba a tener una novia o un novio tampoco solo para echarles encima el peso de sus problemas.
No quería estar con personas y saber que era una carga. Que era alguien a quien tendrían que estar arrastrando y animando todo el tiempo. Alguien a quien iban a ver llorar casi todo el tiempo.
Deseó poder morir, poder descansar de la tortura que la vida le ofrecía. Dejar de ser una carga para su papá y poder reunirse con su mamá, si es que había un más allá. Quería volver a escuchar su voz llamándolo para lavarse las manos o para comer.
Su pecho se apretó. Siempre era difícil recordar su realidad. Una realidad que llevaba años tratando de aceptar.
Nunca volvería a vivir en la misma vida que su mamá.
*
Supo qué estaba pasando tan pronto como abrió los ojos y sintió lo ligero que estaba su cuerpo. Mirar el brillo de sus manos solo lo confirmó.
—¿Morí? —Preguntó, con la certeza de que Cancelo estaría con él a pesar de que no tenía ninguna prueba.
Al contrario, Cancelo había dejado en claro que era poco probable que él viera a alguien más de una vez. Estaba destinado a recoger almas y a llevarlas a donde sea que las llevara, no a convivir con ellas.
¿Por qué João pensaba que la Muerte estaría con él?
¿Por qué no?
—Todavía no —contestó Cancelo, apareciendo a su lado de la nada.
João, que se dio cuenta que estaba sentado en la cama en esta ocasión y no de pie, miró hacia el centro de la cama: su cuerpo estaba acostado, boca arriba, con las manos cruzadas sobre el pecho. Su expresión era más serena de lo que alguna vez hubiera imaginado.
¿Qué había pasado?
—No intenté hacer nada esta vez. —Sintió la necesidad de explicarlo de inmediato, casi como si no quisiera decepcionar a la Muerte.
Lo cual, por supuesto, sonaba tonto. Dudaba que la Muerte fuera a decepcionarse de que no hubiera intentado suicidarse por segunda vez. Era demasiado probable que ni siquiera le importara lo que hacía con su vida.
—Lo sé.
João se levantó de la cama, sintiéndose atraído de inmediato al brillo blanco alrededor de su cuerpo. El otro día no se había permitido observar más de cerca, demasiado sorprendido con todo lo que estaba pasando. El brillo parecía suave y bonito. Parecía una especie de energía que lo rodeaba.
Se preguntó si se trataba de su aura.
—¿Entonces por qué estás aquí? —Cuestionó, alzando la vista y sintiéndose maravillado por la idea de ser capaz de ver su propia aura—. Dijiste que solo aparecías en el lecho de muerte.
Cancelo tardó en darle una respuesta.
—Deseaste morir —dijo la Muerte al final. Casi parecía una mentira deliberada.
Eso le generó curiosidad, ¿por qué Cancele quería mentir sobre algo así?
—¿Y ya...?
—Sí.
—Eso no tiene sentido —murmuró, inseguro de si su voz era audible para Cancelo— he deseado morir otra veces.
Casi toda mi vida.
—Está vez es diferente.
—¿Por qué?
—Es complicado.
—Pero quiero saber... —Pensó que la insistencia iba a romper la mentira de Cancelo, pero no fue así.
—Vale —murmuró Cancelo entre dientes—. Vale, pues resulta que hay personas en el mundo de los vivos que tienen misiones que cumplir. Eres uno de ellos. Un suicidio o intento de es una manera de tratar de escapar de tu misión. A veces, después de tener esta experiencia astral en tu intento de suicidio tu consciencia se eleva. Comienzas a tener facilidad para lo espiritual, pero también para traer pruebas duras a tu vida cuando deseas morir.
Físicamente era imposible que tuviera un dolor de cabeza, pero Joao estaba seguro que si estuviera en su forma física lo tendría. Todo sonaba como algo sacado de una película de ficción también.
¿Qué tonterías quería Cancelo que creyera? ¿Estaba diciendo todo solo para cubrir una mentira simple? ¿Estaba mintiendo otra vez?
—¿Cómo que una misión? ¿Quieres decir que mi vida es solo una prueba?
—Sí.
—No lo creo. No puede ser.
Se preguntó por qué la idea le parecía tan imposible, siendo que tenía a la Muerte frente a él. Incluso estaba sosteniendo una conversación con ella.
—Pues si es, niño. Bienvenido a tu vida.
—¿Cómo es que solo querer morir hace esto? —Cuestionó, tratando de seguir la idea—. No lo entiendo.
Estaba esperando por una explicación, pero Cancelo parecía bastante indiferente, sin la intención de decir algo más. João esperó de todos modos, pero la respuesta no llegó. La molestia estalló en su pecho, por la actitud indiferente que Cancelo estaba mostrando después de decir cosas que obviamente necesitaban más explicación.
No pensaba Cancelo que esa información era suficiente para João, ¿o sí?
—Oye, no me ignores —pidió—. No es mi culpa no saber. Solo tengo curiosidad y-
Cancelo le dio una mirada fría, que lo hizo guardarse todas las quejas que estaba a punto de hacer. Tuvo que recordarse a sí mismo que estaba hablando con la Muerte, no con cualquier ser. No estaba hablando con su padre, que por un tono así lo más que haría era decirle un par de cosas hirientes (mientras no estuviera borracho, por supuesto. Ahí el resultado podría ser diferente, sino que con la Muerte, que tenía capacidades que João ni siquiera conocía.
La molestia empezó a abandonarlo. Dudaba que un comportamiento infantil lo ayudara en algo.
—Por supuesto que no —admitió Cancelo después de un momento de consideración—. Bueno, ¿qué puedo decirte? Cuando clamas que quieres morir, tu alma puede tomarlo como que necesitas renacer, así que cosas malas pasan para dejarte una enseñanza y así puedes renacer. Crear una nueva versión de ti con nuevos conocimientos.
A pesar de que João se rio, las ganas de llorar se acumularon en su rostro. ¿Sería capaz de llorar así...? ¿Cancelo estaba hablando en serio?
—¿Así que no moriré aunque lo desee?
—No, te lo dije antes —contestó Cancelo. Su expresión indiferente se suavizó un poco en los bordes. Era interesante, pensó João, tratando de distraerse, cómo si lo observaba con más atención parecía una presencia etérea. Y aún así no transmitía lo que João hubiera imaginado que la muerte transmitiría—. Si lo sigues deseando solo tendrás más problemas en tu vida hasta que puedas aprender de ellos. Digamos que hasta que veas lo positivo.
—¿Y qué si nunca le veo positivo a tener una vida de mierda?
Había un tono raro en la voz de Cancelo cuando dijo—: Vas a ser infeliz.
—Eso es estupido —dijo João. Sonó asustado hasta para sí mismo. Este era el tipo de conocimiento que la gente pensaba que daba miedo, se dio cuenta, el que podía cambiar tu vida y mejorarla o empeorarla. Aunque de alguna manera le parecía difícil que su vida fuera a empeorar más.
Lo que sí le parecía, era que todo sonaba injusto. No había decidido nacer. Era injusto que tampoco se le permitiera morir.
—Mm, tal vez, pero yo no hago las reglas.
João cerró los ojos, tratando de procesar todo y ordenar sus pensamientos. No podía negar que el nuevo conocimiento cambiaba un poco su perspectiva. Era cierto que ahora ni siquiera iba a poder desear morir en paz porque recordaría, cada vez, que era como llamar más desgracias a su vida, pero tal vez eso le ayudaba justamente a no pensar así. Podía resultar de cualquier forma.
Era como tener el control de su vida, y eso se sentía muy aterrador, como una presión sobre sus hombros.
—Pensé que te habías ido —dijo, cuando sus ojos se abrieron y encontró a Cancelo todavía mirándolo. Cancelo no contestó ni dijo nada, así que João se sintió incómodo y tuvo la necesidad de hablar—. ¿Qué harías tú?
El otro no pareció entender la pregunta.
—¿Qué haría yo de qué?
—Si tuvieras mi vida.
Cancelo guardó silencio, desviando la mirada. Era posible que solo fuera una ilusión de su mente, pero creyó que pudo ver un destello de tristeza en el semblante de Cancelo durante un segundo.
Al mismo tiempo, fue como si su aura oscura parpadeara.
Solo por un segundo.
—Perdonar. Dejar ir los rencores.
João se sintió ofendido. Indignado. ¿Perdonar? ¿La Muerte de verdad estaba sugiriendo que el perdón arreglaría sus problemas? ¿Le regresaría las ganas de vivir que había perdido en algún momento de su vida? ¿De su niñez?
—No dirías eso si tuvieras mi vida —dijo, sonando un poco molesto. Solo alguien que fuera inconsciente de lo que significaba dañar a un niño diría que la solución era el perdón—. Si supieras.
—¿Por qué piensas que no sé?
Cancelo lo sorprendió. ¿Era consciente de lo que pasaba en la vida de João? ¿O tenía un conocimiento general de lo que pasaba en las vidas de todas las almas que algún día iba a recoger?
—¿Sabes?
Cancelo no respondió a esa pregunta. En su lugar, dijo—: Debes entender esto, mientras más insistas en guardar rencores solo estás envenenando tu alma. Perdonar no solo libera al perdonado, sino al perdonador. La persona que perdonas puede tener una vida feliz antes o después de que la perdones, pero, ¿tú? Solo conocerás la plenitud hasta que dejes ir y seas capaz de perdonar.
Estupideces, pensó João de inmediato, bajando la mirada para ver el aura alrededor de sus manos. No podía pensar en ese momento en lo que Cancelo acaba de decir, sentía que ya había recibido suficiente información para considerar.
¿Qué significaba el aura blanca?
No estaba seguro de cuánto tiempo pasó mirando sus manos y el aura en ellas, pero debió haber sido mucho. La Muerte ya había desaparecido cuando volvió a alzar la mirada.
Estaba solo.
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