6
El simple hecho, el simple instinto de querer sobrevivir, era así de fácil, terminar el ciclo, completar el círculo, por lo que sus madres dieron la vida, y ahora allí estaban, caminando juntos por largos pastizales amarillentos. Era de una mañana soleada en la sabana africana, las planicies resplandecían, acababa de llover lo suficiente, y sus corazones se abrazaban entre ellos, buscando el camino a la adultez; ser como sus ancestros, y bueno, lo eran de alguna manera, como una semilla es parte de un árbol, hasta que cae y crece sola en la tierra húmeda y vasta.
Las garras estaban más afiladas que nunca, los ojos penetrantes y alerta, los músculos del cuerpo ya no eran tan jóvenes, pero tampoco ancianos, sino en su justa medida, perfeccionados, potenciados y entrenados al límite. La respiración era suave y profunda a la vez, la mera concentración a su punto de ebullición, y esas ansias de correr a máxima velocidad ante el estímulo más pequeño.
Natzala despertó exaltado esa misma noche, el miedo en su corazón se hacía evidente en sus ojos, estaba confundido por las las imágenes que su mente le hizo creer que eran reales, aunque ya comenzaban a tornarse borrosas.
–¿Qué pasa?–preguntó su vieja amiga, despertando con él.
–No lo sé, vi algo en mis sueños, algo muy raro.
–Tuviste una pesadilla.
–Algo así.
–¿Qué sucedía?
–Recuerdo poco, pero tengo una extraña sensación de dolor y desesperación, aunque también de calma, es confuso–dijo concentrándose en los ojos de Tiane, algo en ellos lo hacían sentir en paz.
–Cuéntamelo con detalles–le pidió Tiane.
Natzala no respondió, en realidad no la había escuchado, estaba hipnotizado, bañándose dentro de la luz de los ojos de su querida amiga.
–¡Natzala!
El guepardo reaccionó al oír su nombre:
–Hay algo en tus ojos.
–¿En mis ojos?
–No sé qué ocurre, cuando los miro sucede algo.
La leona se mantuvo en silencio.
–¿Tiane?
–Dime.
–Al inicio del sueño, yo estaba en la sabana, completamente solo, completamente abandonado.
–¿Cómo cuando nos conocimos?
–Así es, y de pronto comencé a sentir un dolor en mi lomo, un dolor muy intenso y agudo, y caí al suelo, no podía ponerme de pie.
La leona escuchaba atenta.
–Y llegaste tú, te me acercaste lento y suave, me miraste a los ojos, con la misma luz e intensidad, tal y como como lo haces ahora.
–¿Y qué te decía?
–Nada, pero el dolor comenzaba a detenerse, y luego te marchaste entre la oscuridad de la noche.
–¿Eso es todo?
–Y trato de seguirte, pero no puedo, porque en realidad ya no era un guepardo, sino un salvaje, de esos que caminan en dos patas, y debía volver con los míos, porque me estaban esperando.
–Es muy Curioso Natzala, y aterrador al mismo tiempo.
El guepardo se acercó a Tiane apoyando su cabeza en su lomo como buscando algo de seguridad y cariño.
–¿Qué sucede con nosotros dos? –exclamó Natzala.
–Tal vez comiste mucho–dijo bromeando–Ese jabalí estaba muy anciano.
–Hay algo en tus ojos, no sé lo que es, pero me fascina de una manera inexplicable y profunda.
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