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Los pocos animales inteligentes capaces de preguntarse ¿Por qué un guepardo y una leona conviven como cualquier familia en medio de la sabana? Estaban totalmente confundidos, la curiosidad los mataba al ver esta extraña combinación...Qué pareja más rara, deberían estar matándose murmuraban entre ellos, porque a cambio, ambos corrían jugando entre los pastizales y arbustos, realmente no había razón alguna para que los leones estuviesen en una profunda y eterna enemistad con los guepardos, aunque en un ambiente tan hostil, salvaje y de pocas oportunidades, siempre las especies de la misma cadena alimenticia son obligadas a reaccionar de aquella manera, a pelear por la supervivencia, hasta incluso matarse.
Tiane, la joven y delicada leona, descansaba bajo la sombra de un gran y hermoso árbol. Estaba atardeciendo y ya llevaba varias horas durmiendo. Natzala se acercaba a lo lejos, acababa de llegar de una larga caminata por su nuevo y humilde territorio. A lejos la observó dormir, su vista era perfecta, y desde esa distancia la miró con cuidado, ella se veía tan inofensiva y dulce que decidió dejarla descansar allí, tranquila y en paz, y a pesar de las ansias por contarle una pequeña anécdota de su largo viaje, cambió su ruta hacia las planicies.
El delgado guepardo se acercó a un gran montículo, un nido de termitas africanas, lo trepó con agilidad, sentándose sobre él para admirar el horizonte. Desde allí una gran variedad de entes y cosas inertes aparecieron como arte de magia ante sus ojos, animales pequeños y enormes, nubes esponjosas tocando las colinas lejanas y redondas... y de ese mismo elevado lugar, Tiane apareció de la misma manera, cerró sus ojos y la mantuvo en la mente, la brisa acarició su bello y delgado cuerpo, entre ondas de viento suaves y relajantes.. Al abrirlos segundos después, su vista periférica le alertó de inmediato sobre una silueta que se acercaba aceleradamente, pero él ya conocía el correr de Tiane.
–¿Sigues buscando pájaros?–preguntó la leona, quien se detuvo mirándolo desde abajo. –¿Quién te enseñó a subir a los termiteros?
Natzala siguió contemplando el horizonte.
–Mi madre, ella siempre se subía a estos montículos para observar mejor. Cuando yo era pequeño siempre siempre quise hacerlo, y por lo mismo, la estudié con cuidado, cada uno de sus movimientos, cada conducta, claro, escondido por supuesto. A ella no le gustaban las interrupciones cuando buscaba comida. Pero sabes, un buen día ella me descubrió, y me miró extrañada y confundida, volvió su mirada hacia a mis hermanos que jugaban en los pastizales, y después puso sus ojos en mí, allí se dio cuenta por primera vez que la estaba estudiando, y que yo no quería perder el tiempo jugando, y ella lo supo, que la miraba para aprender algo nuevo y ser tan poderosa como ella. En ese momento, me dijo que subiera y que le diera un poco de compañía. Fue la primera y última vez que miramos el horizonte los dos solos. Nunca antes me había sentido tan vivo, como si algo dentro de mí me dijera cosas tan inherentes a todo, como que un sentido nuevo me susurrara "Hemos nacido para estar en lo alto, para admirar las cosas, sentirlas de esa manera". Cada especie nace para algo en especial.
Tiane se mantuvo pensativa, frunció el ceño y se le acercó para intentar subir.
–¿Por qué no subes de una vez?
–Eso intento.
La joven leona saltó apresurada, pero en un equívoco intento resbaló y cayó al suelo.
–Eres muy pesada–dijo Natzala, mientras que Tiane seguía tratando de subir.
–¿Por qué no me enseñas algo que te sea propio? Algo que yo nunca podría hacer–le pidió el joven guepardo.
Tiane cerró sus ojos, abrió sus fauces y un fuerte y potente rugido hizo caer a Natzala del montículo intacto al suelo, pero con un susto de muerte
–Eso es escalofriante–confesó el felino.
–Se siente bien hacerlo, ademas, acabo de descubrir cómo hacerte bajar de allí cuando me plazca.–respondió con una gran sonrisa.
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