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Ambos felinos se movían con agilidad por unos pastos secos y largos que los cubrían casi totalmente. Callados y pensativos, mantenían el silencio, como fantaseando dentro de sí mismos, como creyendo que iban en compañía de sus respectivas madres, de sus hermanos, de los suyos. A ratos, volvían los ojos para mirar hacia el costado, regresando a la inevitable y terrible realidad, sí, eran huérfanos, y era la hora de aceptarlo de una vez por todas.
Y en esos segundos, en esos momentos introspectivos, las viejas enseñanzas volvían ante su narices, los cuentos que les fueron relatados desde el nacimiento regresaban claras y precisas, las ideas de antaño y los recuerdos crudos y difíciles tornaban como imágenes una vez más, todos forjados hace tanto tiempo que sería imposible de calcular.
Natzala recordó fugazmente algo que lo hizo reflexionar desde el primer momento en que la idea tocó su razón, y es que solo hace unas semanas, un grupo de leonas le robaron la presa recién cazada a su madre, quien con tanto esfuerzo había capturado y asesinado para poder sobrevivir, y para poder alimentar a sus cachorros.
—Mi Madre detestaba a tu especie—dijo rompiendo el silencio entre ambos. En realidad, no se podía explicar cómo seres tan corpulentos, perezosos y tontos aún siguieran existiendo en esta época —dijo un tanto molesto.
—¿Perezosos y tontos?
—Recuerdo una vez que me senté a ver como un grupo de leones se organizaron para atacar a un Ñu, y te lo digo, lo disfruté realmente, no puedo negarlo. Y es que en aquella ocasión mi madre estaba a mi lado, mirando el espectáculo que tu raza nos estaba dando, mi madre era muy inteligente, y pudo notar una gran cantidad de errores de estrategia y de ejecución de parte de esos leones.
Tiane volteó su cuello para mirar al guepardo con algo de tristeza en los ojos.
—Sí, le debo la vida —confesó él, pensativo, muy inmerso en su cabeza—. Espero que de verdad haya creído en mí, que haya pensado que llegaría vivo a la adultez, y que me convertiría en un guepardo digno, autosuficiente, alguien como ella, porque era todo lo que buscaba.
Se creó un hermoso y sutil silencio entre ambos, suavemente apareció el bello cantar de los pájaros como una canción de melodías lentas y pausadas, el sonido del pisar de sus delgadas patas retumbaban como un ritmo lento y dulce en sus cabezas.
—Perdí a toda mi manada—dijo Tiane, afectada, casi triste.
Natzala la escuchó con suma atención, mientras que comparaba sus pequeñas garras con las enormes patas de su nueva compañera.
—Es posible que no sobrevivamos—comentó Natzala.—Y aunque seas la líder, aunque confió en ti, tengo miedo de que no podamos lograrlo.
—Natzala, lo he estado pensando, y tal vez ya no quiero sobrevivir—respondió ella, sintiéndose débil y vulnerable—. Se está haciendo muy difícil.
El felino se detuvo con molestia y enojo.
—No le podemos fallar a nuestro instinto más íntimo y propio, es lo único que nos queda.
—¿Cuál es el sentido de esto? —preguntó Furiosa—. Debimos haber muerto con nuestras familias.
—Si te rindes sería todo en vano, no habría un razón para que todo esto esté ocurriendo, y esa es la explicación a todo lo que nos pasa, vivir, como sea posible, porque para eso nacimos, ¿no lo ves? podrías salvar dos vidas al mismo tiempo.
Tiane se detuvo impactada por aquellas palabras, tiene razón, pensó, el pequeño y escurridizo cachorro, tiene razón.
La leona Miro ahora hacia al horizonte, olía algo a lo lejos, como si se acercara una presa, algo no tan grande, algo familiar. Finalmente regresó su atención al cachorro, contempló los ojos de Natzala, y en medio de su admiración por el pequeño guepardo, surgió una pequeña pregunta, tan íntima y existencialmente propia, que deseó guardarla en los más profundo de su mente y de su corazón.
—¿Sobrevivamos? Intentemoslo—exclamó el guepardo.
Tiane asintió suavemente con la cabeza, acompañada de una delicada sonrisa felina.
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