2
Esos rayos del sol lo despertaron, como apaciguando los sueños y las pesadillas. Sus ojos nacieron esa mañana, y la mira del joven Natzala se sintió extraña. De inmediato, sintió un curioso y envolvente calor, que al mismo tiempo acompañaba a un gran peso cargado en su pequeño lomo, alguien le hacía compañía esa mañana, y dormía desde hace varias horas a su lado. Bostezo para mirar, y vio en uno de sus costados algo enorme, se asustó por un segundo al ver a una joven leona reposar tranquila, y sí, era Tiane, ya lo recordaba todo; era huérfano, y su futuro era incierto, pero aún así ella estaba profundamente dormida, descansando.
El guepardo se levantó suavemente, notando el viento, sintiendo la vida escurriendo a través de él, la brisa tibia de la mañana le saludaba con caricias en todo el cuerpo. Se estiró bostezando, algo en él quería seguir durmiendo pero las pesadillas lo hacían querer abrir los ojos, y así decidió subir aún más por la gruesa rama del mismo árbol en donde habían dormido toda la noche, para sentirse inalcanzable y perdido por un momento.
Comenzó a contemplar el horizonte, allí en lo alto, en lo perdido. Su espectacular vista le permitía ver a largas distancias, y notó una manada de elefantes al norte, quienes caminaban tranquilos en busca de charcos de agua, como hacían casi todos los días. Pero los minutos pasaban y el estómago se retorcía, no podía divisar ninguna presa posible para sus características físicas, sí, era inalcanzable para los depredadores, tanto como esos búfalos y esas gacelas lo eran para él, porque no era capaz de matar nada para sobrevivir, y eso lo hizo reflexionar, se entristeció en lo más profundo al sentirse inútil e impotente. Lloró en lo alto de la rama una vez más, abriendo y cerrando los ojos, como tratando de despertar de una vez por todas.
—¿Qué haces allí?—preguntó Tiane de improviso.
Natzala se desconcentró y puso su mirada en los ojos de la leona, contempló inmediatamente todo su cuerpo, sus colmillos, su cola, su mirada profunda. y Ahora que era de día, pudo verla tal y como era realmente, y notó que era más grande comparada de lo que recordaba, pero de una presencia aún muy fina y delicada.
—Estoy buscando un desayuno—respondió él, volteando su vista hacia el horizonte,tratando de parecer serio y seguro.
—Comida ¿De eso hablas?—hubo un largo silencio —. ¿Comida buscas desde allá arriba?
—Sí—exclamó algo fastidiado.
—¿Qué quieres atrapar, Pájaros? —preguntó burlesca.
—¿Por qué no subes y me ayudas a mirar?—respondió desafiante—.Verás que es mucho mejor, podríamos competir por quién tiene mejor vista.
—Apenas pude subir aquí anoche—dijo molesta—Además ¿Para qué quiero un maldito pájaro para comer? Los leones no necesitamos de la altura para encontrar comida, nosotros usamos el olfato, la selección, las estrategias de caza, somo seres privilegiados, porque la misma suerte está con nosotros y creemos en ella sin dudas.
—¿si? ¿Y cuánta suerte has encontrado últimamente? —le cuestionó Natzala—. Veo que te ha abandonado.
Se lanzó del árbol impulsiva y molesta, se alejó del guepardo a través del pasto seco, quien la quedó mirando de reojo sobre la rama cerca de la copa, no dudó y un segundo bajó de un salto, le siguió los pasos con rapidez, no quería perderla de vista.
—¿A dónde vas? —preguntó intentado seguir su ritmo.
Ella mantuvo el silencio, continuó sin titubear por un sendero de aromas muy curiosos.
—No seas así, yo tampoco he tenido mucha suerte—exclamó —¡Tiane! respóndeme.
—Ya sabrás porque la suerte es lo único que tenemos—exclamó mientras caminaba hacia una vasta planicie de la sabana.—Incluso para tu arrogante y delgada especie, la suerte es todo.
Se detuvo de golpe al oír las palabras de la leona, recordó a su madre y miró hacia el cielo como buscando respuestas, estaba totalmente despejado, qué hermoso día, murmuró en su silencio. Bajó la nariz al rato, la leona joven se alejaba a paso acelerado, corrió para alcanzarla.
—Oye—Le gritó desde lejos, acelerando sus patas para alcanzarla.
—¿Has cazado alguna vez?—Respondió ella sin voltear en ningún momento, segura de si misma. La esperando la más obvia respuesta.
—¿Cómo?
—¿Lo has hecho? ¿Has cazado?
—Mi madre me traía gacelas medio muertas —dijo llegando por fin a su lado.— Maté unas cuantas.
—Eso no es cazar tonto, me refiero a escoger, perseguir y matar a un animal por ti mismo.
—No—respondió como avergonzado.
—Entonces yo te enseñaré a cazar —dijo tajante, mientras un débil olor a jabalí se hizo notar muy evidente en el aire.—Soy mayor que tu, y tengo más experiencia, por lo tanto yo seré la líder, y hasta que crezcas y seas tan fuerte y rápido cómo deberías, cosa que no debería tardar, yo seré quien tome las decisiones. ¿Has entendido?
No quiso decir una palabra y asintió sin poner excusas.
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