CAPÍTULO II
No es un sueño
Stella.
A la mañana siguiente.
–Eres mi única esperanza–. sus ojos se humedecen cuan cascada por la desesperación.
Un, dos y tres latidos. El calor invade mi cuerpo.
Levanto mi mano frente a la suya. –Está bien, te ayudaré, pero prométeme que después te alejarás de mí.
Un, dos y tres latidos. Empiezo a sudar mientras me muevo de un lado a otro y mi respiración se descontrola.
Se acerca más a mí y coloca su mano frente la mía, tocando palma con palma. –Te lo prometo, Stella–. Sonríe y desaparece.
Despierto exaltada, incorporándome en la cama. Los pequeños rayos del sol entran por la ventana de mi habitación haciendo que cierre los ojos de inmediato al no acostumbrarme al resplandor en mi rostro.
La imagen de un chico sentado en el borde de la cama viene a mi mente y sin pensarlo, veo hacia ese lugar, la esquina izquierda. Todo está normal, pero a la vez es como si una sensación extraña se apoderara de mí.
«¿Y el chico espíritu?»
«¿Qué fue todo eso de anoche?»
«¿Acaso eso realmente ocurrió o fue una pesadilla?»
Por alguna razón, siento una punzada de dolor en mi cabeza –algo leve– y se lo atribuyo a no haber dormido bien las últimas noches por mis ocupaciones laborales.
Observo la palma de mi mano y aún recuerdo la sensación de otra mano tocándola; son residuos de mi sueño porque en la vida real, no es posible que llegue a tocar la mano de un espíritu... Eso creo.
Aparto las sábanas. Mi cuerpo se siente pesado, pero no me queda de otra que levantarme de la cama e ir al baño a asearme.
Es sábado y tengo cosas que hacer aquí en casa como, por ejemplo, limpiar. Me dediqué tanto a mi trabajo este último mes, que ya parece un basurero.
No suelo ser desordenada, pero cuando algo me consume la mayor parte del tiempo o le presto más a atención a una cosa que a otra, el resto a mi alrededor queda en el olvido.
La campaña publicitaria era un punto clave para mi carrera y ahora que lo tengo asegurado, puedo dedicarle algo de cariño a mi pobre hogar que tanto me ha visto hablando sola frente a una pared vacía, practicando mis discursos.
Camino hacia el baño y cierro la puerta con seguro. Ni siquiera sé por qué lo hago, estoy consciente de que vivo sola, pero por alguna razón, me gusta mantener mi privacidad y sentirme protegida en mis cuatro paredes.
«Uno nunca sabe en qué momento pueden llegar a entrar en tu casa para robar. Encerrarse puede dar un poco de tiempo para llamar a la policía».
Sé que parezco una paranoica, pero nunca está demás estar precavido, sobre todo cuando se tiene un sueño tan extraño como el que tuve anoche. Todavía siento que fue real.
Miro mi reflejo en el espejo y debo admitir que me veo fatal. Ojeras bien marcadas, un nido de pájaros en vez de mi lacia cabellera, un rastro seco en la esquina derecha de mi labio de lo que parece ser residuos de saliva, lo usual.
Tomo mi cepillo de dientes y le agrego un poco de crema dental.
Miro nuevamente hacia el espejo y...
–Buenos días, Stella.
El corazón se me viene a la boca del susto y el cepillo cae al suelo.
Por mi parte, pego un brinco y golpeo el hueso de mi cadera contra el lavamanos, provocando que una corriente de dolor me recorra el cuerpo.
A pesar de eso, ni siquiera le doy tanta importancia como debería, ya que me volteo inmediatamente con los ojos bien abiertos.
¡Es el chico espíritu!
–Eres real.– suelto por lo bajo, como si me lo dijera a mí misma para poder creerlo, mientras me sostengo del lavabo a mi espalda.
Me mira confundido. –Eh, sí.
«Genial, me escuchó... No fue un sueño, Stella. ¡Es real!» Me abofeteo mentalmente.
El chico frente a mí no aparta su mirada de la mía.
Parpadeo varias veces tratando de acostumbrarme a él, pero ni siquiera logro controlar mi respiración. No puedo negar que estoy un poco asustada, otra vez. No es normal lo que me pasa, pero ahí está, frente a mí, con las manos en los bolsillos de su jean y su camiseta negra que parece hecha a la medida.
–Parece que estás nerviosa otra vez. Creo que mejor espero afuera –dice, rompiendo el silencio y sonríe apenado, rascándose la nuca.
No respondo y parece que lo toma como un 'está bien', pues sale del baño atravesando la puerta, sin decir nada más.
Al desaparecer, suelto todo el aire que estaba conteniendo en mi interior en un gran suspiro.
«¿En qué lío me acabo de meter?»
Recojo mi pobre cepillo del suelo y me quedo observando mi reflejo en el espejo.
«¿Qué vas a hacer ahora, Stella?»
Necesito dejar de cohibirme o sentir miedo por esta situación. Si él quisiera hacerme daño, ya lo hubiera hecho. Sólo quiere que lo ayude a recordar, cosa que no sé cómo haré, pero tengo que idearme algo pronto si es que quiero que se vaya lo antes posible de mi casa.
Aunque me encanta la compañía, la suya no me convence por completo.
(...)
Luego de unos minutos decidiendo entre salir o quedarme encerrada de por vida en el baño, y de replantearme una y otra vez que él igual puede atravesar la puerta, salgo y el chico espíritu está de espaldas a mí, ojeando los cuadros que tengo en la pared de mi habitación.
Intento hacer el menor ruido posible.
–Tienes unos dibujos muy bonitos, Stella –dice, sin verme.
Me quedo quieta mientras se voltea en su lugar para encararme. Por más confundida que esté, no puedo evitar sentir algo en mi pecho al escuchar su cumplido y ver su leve sonrisa amistosa.
–Eh gracias, yo los hice –respondo con simpleza.
–Tienes talento –sigue sacando conversación, pero aún no me acostumbro a su presencia.
Desvía la mirada y camina por el resto de la habitación mientras lo miro detenidamente.
Ahora que logro detallarlo bien, tiene un porte recto, espalda ancha y tez relajada. Debo admitir que, si fuera real, tendría la apariencia que tanto busco en un chico.
Exacto, por cosas del destino justamente se aparece en mi casa un espíritu que representa perfectamente mi expectativa de chico ideal. Por eso sigo pensando que la vida me está jugando una pésima broma.
El chico espíritu se detiene frente a una pequeña mesa que está al lado de mi cama y se arrodilla para ver un retrato que está sobre ella. Al intentar tomarlo con su mano para verlo mejor, le es imposible; sólo logra atravesarlo.
–Son mis padres –digo antes de que pregunte.
Él se levanta.
–Lo sé, no estoy acabando de llegar –gira su cabeza en mi dirección y trae en su rostro una sonrisa juguetona.
«Que linda sonri... ¡Basta Stella!»
Él sigue dando vueltas en el lugar, así que no le prestó atención y camino hacia mi armario por algo de ropa. Tomo un short de mezclilla y una playera sencilla color lila.
«Si pienso pasarme el día limpiando, necesito estar cómoda; tal vez las noches sean frías, pero en el día, el calor es infernal».
Me volteo y el chico espíritu está sentado de piernas cruzadas en una de las esquinas de la habitación. Mantiene la misma sonrisa de hace rato, lo que me resulta algo incómodo.
Camino hasta mi cama, ignorando sus ojos sobre mí y me siento en el borde, justo en frente de él. Presiono fuertemente la ropa para darme valor y la coloco a mi lado, en la cama.
–¿Podrías dejarme sola para poder cambiarme?
Él mantiene su postura, cambiando su amplia sonrisa por una ladina. Después, apoya su codo en la rodilla y su barbilla en la mano. –No te preocupes por eso –habla tranquilamente–, no hay nada que no haya visto ya.
Me quedo helada ante sus palabras y siento el calor apoderarse de mis mejillas. Por instinto, tomo la sábana de mi cama y me cubro con ella, olvidando por completo que estoy en pijama. –¡¿Qué?!
Suelta una carcajada y se pone de pie. –Nada. Mejor arréglate, aunque siendo sincero contigo, no te hace falta. Estaré abajo, en la sala.
Levanta sus manos en señal de rendición y abandona mi habitación.
«...no te hace falta». Sus palabras se repiten una y otra vez en mi cabeza.
«¿Por qué dijo eso?»
No puedo evitar sonreír. Tal vez no sea tan malo después de todo. No significa que ya confíe en él, pero por lo menos no es como esos espíritus malignos de las películas, que salen y te roban el alma o cosas así.
Vuelvo a tomar mi ropa y me cambio.
(...)
Varias horas después [6:00 pm]
Luego de un agotador día de limpieza y agradecida porque el chico espíritu me dio mi espacio la mayor parte del tiempo para no distraerme, me encuentro en la cocina preparando la cena.
Opté por unos croissants que hice siguiendo una vieja receta familiar, y los acompaño con un poco de té helado de limón.
Me siento en la isla de la cocina a degustar mi deliciosa comida. Todo es silencioso, es una de las ventajas de vivir en una de las urbanizaciones más pacíficas de la ciudad, y digo pacífica ya que son pocas las familias que se mudan a esta zona. Según algunos comentarios que he escuchado, es inestable en cuanto a seguridad se trata.
Llevo viviendo en esta misma casa desde que me gradué de la universidad y no he tenido problemas. Disminuyo mi probabilidad de que algo malo me pase tratando de llegar antes de que oscurezca a casa, aunque a veces lo ignore; la noche siempre es más peligrosa, no importa el lugar en donde vivas.
Sostengo el vaso de té cerca de mis labios para dar un sorbo y no puedo evitar pensar en el chico espíritu. Creo que han transcurrido como cinco horas desde la última vez que lo vi hoy y eso es raro.
No creo que se haya ido, no tiene a quién más acudir. Supongo que se tomó en serio lo de mi espacio personal.
Luego de lavar los trastes, salgo de la cocina.
Camino hacia las escaleras para volver a subir a mi habitación, pero la silueta del chico sentado en el sofá de la sala llama mi atención. No hace nada en particular, sólo está recostado en él, con su cabeza dirigida hacia la ventana.
Aunque no me sienta cómoda con esta situación, debo acercarme más a él si es que quiero ayudarle.
«Vamos Stella, piensa que es una persona común y corriente con la que vas a entablar una conversación cualquiera». Me doy ánimos mentalmente, aunque ni yo misma tengo el valor para tomarlos.
Me acerco a pasos precisos hasta sentarme justo en frente de él, en un sofá más pequeño.
Él no dice nada.
Coloco las manos en mi regazo mientras lo miro, no se me ocurre otra cosa que decirle, así que digo lo primero que se me ocurre.
–¿Qué piensas?
Gira su cabeza hacia mí, al parecer no se dio cuenta de que había llegado o esperó a que yo diera el primer paso y hablarle... No lo sé.
–Nada, en realidad. No tengo nada en mi mente como para andar pensando, ¿recuerdas? –sonríe tristemente.
Asiento. –Cierto –desvío la mirada–, disculpa.
Miro mis manos entrelazadas en el regazo. Se sienten algo sudorosas, es obvio que los nervios son unas de esas cosas que no puedo controlar.
«¿Ahora qué, Stella?» «No sé qué decir ahora»
–¿Te pasa algo, Stel? –su dulce voz invade mis oídos.
Elevo mi mirada y noto que la suya emana preocupación. Ni siquiera sé por qué está así. Sospecho que es por mi reacción hacia su presencia, no creo que sea estúpido como para no darse cuenta que desde que está aquí, me siento incómoda e insegura.
La verdad, ni siquiera estoy así por él, sino porque no sé cómo manejar esta situación. No sé cómo puedo ayudarle cuando ni yo misma confío plenamente en mí ni en mis capacidades de vez en cuando.
Soy buena para muchas cosas, eso y que la perseverancia es mi fuerte, pero eso no significa que sabré manejarlo todo tan bien como quisiera. He logrado superarme, pero hay retos que dudo si podré enfrentarlos. Nadie es perfecto en este mundo.
Tal vez, si soy sincera con él pueda entenderme, comprender mi situación y sea consciente de que existe una posibilidad de que mi ayuda no sirva de nada.
Me aclaro la garganta antes de hablar.
–Sabes, esto es nuevo para mí.
Frunce el ceño. –¿De qué hablas?
–Lo de hablar con alguien como tú –digo nerviosa.
Espero su reacción. No hace ni dice nada por un momento. Sólo me observa.
Sin embargo, la expresión en su rostro cambia, mostrando una gran sonrisa, seguida de una carcajada sonora y áspera. –¿En serio? –dice en tono sarcástico–, yo te vi cara de que te la pasabas hablando con espíritus y por eso me acerqué a ti.
«¿Digo algo con la mayor sinceridad y seriedad del mundo, y él lo toma como un chiste? ¡Qué maduro de su parte!»
–No es gracioso –reprocho.
–También te vi cara de ser una persona divertida –bufa–, otro error que le sumo a mi vida de espíritu.
Río por lo bajo por su irónica comparación, pero es obvio que él lo notó ya que se ríe también.
No puedo negar que se siente bien hablar, reír y convivir con alguien, aunque no sea real.
Me recuerda mucho aquellos tiempos donde me la pasaba hablando con mi amigo imaginario. Creo que, literalmente, es algo parecido, ya que sólo yo he logrado ver al chico espíritu.
Ahora que recuerdo bien lo que dijo anoche, hay algo que no me cuadra.
–¿Cómo es eso que me disculpé contigo? –pregunto curiosa, liberando levemente el agarre entre mis manos.
Él levanta una ceja, al parecer extrañado de mi pregunta, pero luego sonríe con la boca cerrada. –¿Me lo vas a preguntar a mí? Yo tampoco tengo idea.
Me recuesto del sofá tratando de buscar una respuesta lógica, pero nada tiene sentido.
Yo lo recordaría, no soy de las personas que olvidan experiencias extrañas tan fácilmente.
–La verdad, no recuerdo que eso pasara –hago una pausa–. Si así fuera, te hubiera recordado apenas apareciste o estaría ahora mismo en un manicomio.
Sonrío nerviosa porque es la verdad, me hubieran catalogado como demente si llegaba donde alguien más con eso de que vi y hablé con un espíritu.
Él apoya ambos codos en las rodillas y me observa con una mirada crítica y seria. –Creo que deberías ir, te he observado y no andas nada bien de la cabeza.
«Espera, ¿escuché bien?» «¿Acaba de llamarme loca?»
Lo tomo como una broma suya y me río. –Oye, no hagas que me arrepienta de ayudarte.
Mantiene un semblante frío. –Eso es imposible –se recuesta del sofá, cruzándose de brazos–. Hiciste un juramento a mano alzada con un espíritu. Si no lo cumples, te perseguiré por el resto de tu vida–habla serio.
Mis ojos se abren como platos ante lo que a mi parecer es una amenaza directa. Siento frío, o más bien, estoy congelada como una paleta helada.
Pienso en salir corriendo, pero me detengo al escuchar su carcajada. Verlo reír es algo único, aunque ahora lo que deseo es poder tocarlo para darle una merecida cachetada por ser tan payaso.
–Es broma –toma aire–, pero lo que sí es verdad es que me quedará una mala imagen de ti.
Exhalo aliviada. –Como si me fueras a recordar cuando te vayas de este mundo.
–Tal vez no, pero puedo encontrarte en el siguiente a este –puntualiza, y literalmente, la forma en cómo lo dijo fue irreal; voz gruesa, palabras pronunciadas con sutileza y pausadamente, un leve acento que no logro reconocer y que obviamente no le había escuchado antes.
Mi corazón da un vuelco ante sus palabras.
El chico espíritu no deja de mirarme fijamente, lo que hace que me sonroje. Es tan lindo, honesto y dulce; sus palabras aparecen de su boca de una forma tan sincera.
Él sonríe. Esa sonrisa... Calmada y llena de vida a la vez. Sonríe con una facilidad que no logro descifrar.
–Ni siquiera sabemos si estás muerto o no –suelto sin pensar.
La magia del momento se acaba ya que parece que cometí un error al decir eso, pues su rostro se entristece en un parpadeo y desvía la mirada.
Él se levanta de su lugar y camina hacia la ventana.
El ambiente se torna tenso.
Mira a través del cristal. –Pero es lo más lógico, ¿no lo crees?
Me levanto y camino hasta colocarme a unos pasos a su derecha. –Oye, Discúlpame, no quise decir eso, es sólo que...
–Tranquila –gira su rostro hacia mí, sus ojos brillan un poco–, es una realidad que tarde o temprano podremos confirmar.
Asiento. –Lo sé, pero igual me siento mal por recordártelo, verte desanimado y esas cosas.
Me encara y su estatura me intimida un poco. –Stella, ahora estoy más animado que nunca porque te tengo a ti –sonríe y estira su mano para tocar mi rostro, pero se detiene a mitad de camino, como inseguro de esa acción–. A lo que me refiero es que se siente bien no estar tan solo y contar con alguien que pueda escucharme.
–Está bien –rasco mi nuca inconscientemente. Estoy nerviosa, no voy a negarlo. –Bueno, creo que mejor me iré a mi habitación. Cualquier cosa que necesites, estaré allá arriba.
Sin decir nada más, asiente.
(...)
Ya en mi habitación, arreglo mi cama y me siento apoyando mi espalda de la cómoda. Agarro un libro de la mesita de noche a mi lado y lo abro en la página donde me había quedado la última vez.
Me gusta leer, es uno de mis pasatiempos favoritos. Cuando estaba en la universidad solía desvelarle leyendo en una aplicación que descargué en mi teléfono, pero a medida que mi trabajo fue dando sus frutos, empecé a comprar libros físicos.
El mundo literario me absorbe tan rápido como una esponja absorbiendo agua, y me olvido de todo a mi alrededor, de mi realidad y de mis propios problemas.
Con el pasar de las horas, el cansancio se apodera de mi cuerpo y el sueño hace que mis párpados se cierren cada vez más.
Observo la hora en mi reloj y son las once de la noche.
«¿En qué momento el tiempo pasó tan rápido?»
Me levanto y camino al baño para cepillarme los dientes y colocarme mi pijama.
Al salir, me encuentro al chico espíritu recostado del marco de la ventana de mi habitación, mirando hacia el cielo estrellado.
–No te asustes, vine a desearte las buenas noches –habla en mi dirección para después volverse hacia la ventana.
Me acerco, colocándome detrás de él.
Algo me causa curiosidad en él y de su constante atracción por la luna, ya que es lo que observa en este momento.
–¿Por qué la miras tanto?
–No sé, me da calma. Incluso siento que ella sabe más de mi vida que yo mismo voltea su rostro hacia mí, sus ojos están humedecidos–. Tal vez tengo la esperanza de que un día escuche mis súplicas y me ayude a recordar.
–Así será –intento consolarlo colocando mi mano sobre su hombro, pero sólo consigo traspasarlo.
Él nota mi disgusto y se voltea completamente, quedando frente a frente. –Será mejor que ya me vaya para que puedas dormir.
Asiento. Dudo al moverme, no sé por qué, pero luego me dirijo hacia mi cama.
Levanto las sábanas para acostarme y en eso, siento un escalofrío en mi espalda.
Volteo, aún sosteniendo las sábanas en mis manos y miro al chico espíritu justo detrás de mí.
–¿Qué pasa? –frunzo mis labios. Mis ojos bien abiertos esperando su respuesta.
–Nada –se inclina un poco y simula besar mi frente–. Descansa, Stella.
Mi pulso se descontrola un poco y sólo consigo sonreírle –Gra...Gracias –tartamudeo, sin saber qué más decir–. Eh, igual.
Levanta su mano para acariciar mi mejilla, pero sólo se siente una leve y fría brisa en mi rostro.
Sin más, muestra su dulce sonrisa y sale de mi habitación.
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