CAPÍTULO I
Encuentro
Stella.
Tres meses antes.
Es un día común en el trabajo.
Acabo de pasar un ajetreado mes planeando y elaborando un bosquejo para una importante campaña publicitaria.
El dolor de cabeza que se me presentó apenas desperté esta mañana fue insoportable; había estado toda la noche terminando los detalles para la presentación de hoy, así que si acaso dormí un par de horas.
Siempre he sido meticulosa con lo que hago y cuando pienso que ya terminé, encuentro algo que no me gusta.
Después de la hora del almuerzo, me reuní con el cuerpo ejecutivo de la agencia para presentarles mi idea. Los nervios me consumieron al principio, pero pude controlarme en un abrir y cerrar de ojos.
Al final de la presentación, todos me aplaudieron y felicitaron.
Agradecida, regresé a mi oficina.
Apenas entré, me quité los tacones aguja y me coloqué mis converse negros; el otro calzado ya me tenía los pies adoloridos, no estoy acostumbrada a usarlos. «La apariencia es importante en este ámbito laboral para que por lo menos te tomen en cuenta».
Y ahora estoy aquí, acomodando unos cuantos papeles que habían quedado desordenados en mi escritorio cuando salí a la presentación.
Mis ojos se mantienen fijos en una foto de mis padres que tengo sobre ese lugar.
Es difícil para mí estar lejos de ellos. Dos ciudades distintas, miles de kilómetros de distancia entre nosotros. Les extraño mucho, y aunque suelo visitarlos en las fiestas, no es lo mismo.
Ese es el sacrificio cuando uno pretende seguir sus sueños. A veces, nos toca abandonar el nido para volar a un mejor futuro. Aunque, en cierta forma no es considerado un sacrificio, ya que los hijos tienen que independizarse, seguir su propio camino, formar su familia... Bueno, saben a lo que me refiero.
Algunas lágrimas escapan de mis ojos y las aparto rápidamente al escuchar que tocan la puerta de mi oficina.
-Excelente presentación la que acaba de hacer, señorita Hart. -la alegre voz de mi superior en la agencia aparece desde la entrada.
Me volteo con una sonrisa de suficiencia, ya que tiene razón. No quiero sonar arrogante ni nada parecido, pero es que de verdad me esforcé mucho con esta campaña y me siento muy orgullosa de mí misma por cómo salió todo.
-Muchas gracias, señor Ferrer.
Jack Ferrer es un chico alto de 25 años, siendo uno de los empresarios más jóvenes de la ciudad.
Tiene rasgos asiáticos; ojos pequeños y alargados, cabello negro un poco largo hasta las orejas; labios finos, delicados y de un tono rosa pálido. Siempre anda de traje ya que se desvive por su trabajo. Es una buena persona, dulce y abnegada, aunque su porte firme y marcada expresión facial, lo hace ver como alguien difícil de tratar.
-¿Otra vez llamándome señor? -exclama, mientras cierra la puerta a su espalda. Sonríe sutilmente.- Stella, tenemos edades contemporáneas, déjate de formalidades.
-Disculpa Jack, sabes que lo digo por respeto -le concedo una sonrisa apenada y él asiente, ampliando más su sonrisa.
A pesar de habernos conocido desde el primer día que llegué aquí -hace dos años, exactamente- le sigo llamando señor, más que todo por los principios que me dieron mis padres de mostrar respeto a nuestros superiores en el trabajo.
Él suele reprocharme cada que lo hago, pero nunca termino haciéndole caso, por lo que ya lo tenemos como un juego entre nosotros.
-Podrías decirme Licenciado Ferrer, creo que así me restas unas cuantas canas.
-Cierto.
Ambos reímos.
-Bueno, a lo que vine -dice-. Por la manera en cómo te desenvolviste frente a esa pantalla, tu firmeza al defender la campaña y seguridad, dejaste a más de uno embelesado -me alaga y ya me imagino debo tener el rostro tan rojo como un tomate. Sin embargo, bufa-. Casi te creí tu falsa serenidad.
-Tú me conoces, no puedo negarte que en realidad estaba aterrada -puntualizo, sonriendo avergonzada de que siempre sabe cuándo estoy en shock por los nervios.
Camina en mi dirección. -Pues no deberías. Eres una de nuestras diseñadoras más talentosas y no sabes cuánto le debo a la señora Margaleth el haberte recomendado.
La señora Margaleth era mi tutora en la escuela de publicidad. Todo lo que soy, se lo debo a ella. Gracias a su influencia, floreció mi amor por el diseño y publicidad en general.
-Yo me siento muy feliz trabajando aquí, Jack.
-Me alegra eso -estira su mano como saludo y se la acepto-. Te mereces el cargo que tienes como directora creativa y mucho más, Stella.
-Gracias.
Sus ojos quedan fijos en los míos por unos segundos mientras una pequeña sonrisa ladina adorna su rostro. Luego, se inclina para terminar las felicitaciones con un beso en la mejilla y abandona el lugar.
Volteo otra vez hacia mi escritorio y no puedo ocultar la gran sonrisa que tengo en el rostro. Nunca pensé llegar tan lejos en tan poco tiempo. Dos años dando lo mejor de mí y ahora de todo mi esfuerzo se están obteniendo frutos.
Sin dudas, este ha sido el mejor día de toda mi vida.
(...)
El resto de la tarde me la pasé en la oficina y como es viernes, puede conectarme por Skype para hablar con mis padres. Sus rostros de felicidad al saber que todo había resultado un éxito con la presentación de mi campaña, me arrugaron el corazón.
Mi madre no paró de llorar en toda la videollamada -ella es un poco dramática, a decir verdad- y mi padre, bueno, él también lloró un poco, pero después no dejó de hacer preguntas respecto a mi trabajo.
El ser hija única tiene sus ventajas, como, por ejemplo, todo su amor va dirigido hacia mí. Sin embargo, el contra de todo eso es que siempre tuve una infancia solitaria. Recuerdo que mi único amigo era imaginario, pero del resto, siempre he estado sola.
Al llegar las cinco de la tarde, tomo mi bolso y salgo de la oficina. En el vestíbulo sólo quedan unas cuantas personas, entre ellas, los encargados de la limpieza y uno que otro colega en su respectivo cubículo.
El apresurado taconeo de unos zapatos llama mi atención desde el lado izquierdo del lugar y veo hacia la oficina de Romina -mi compañera de trabajo y mejor amiga desde que llegué a trabajar-, donde ella está caminando de aquí para allá.
Me asomo a la puerta y toco el marco de madera, llamando su atención. -Oye Romi, ¿no quieres ir a cenar pizza conmigo como celebración?
Ella se arregla las gafas que trae en la cabeza y su boca hace una mueca. -Lo siento Stella, Bratt me dijo para ver una película esta noche en su departamento.
Bratt es su pareja desde hace año y medio. Se conocieron por una de esas aplicaciones de citas donde se supone que encuentras a tu alma gemela y por lo que veo, les ha ido muy bien; a ella la he notado más feliz de lo usual y eso es lo que importa.
Recuerdo que poco después de su primera cita, ella me dijo que intentara eso también -encontrar pareja en línea- y, ¿saben qué? Lo hice. Fui como a dos citas, pero nada que ver, ninguno de los sujetos me agradó.
Un par de meses después, Romina me dio otro empujón diciéndome que la tercera es la vencida y no pude negarme ante su insistencia. Sin embargo, al llegar el día de la cita, esa persona nunca apareció, así que con eso le cerré en definitiva la puerta al dichoso amor.
Revivir ese momento en mi mente me pone un poco cabizbaja. Estaba entusiasmada porque nos llevábamos tan bien por mensaje, las conversaciones eran fluidas como si hubiese química entre nosotros, pero no entiendo lo que pasó, nunca volví a saber de él, ni se contactó conmigo para disculparse por haberme dejado esperando. Creo que para lo único que no he sido buena es para conseguir pareja.
Dejo a un lado mis pensamientos y le concedo mi mejor sonrisa a la chica que tengo todavía frente a mí. -Está bien, que disfruten su noche.
-Stella, ¿estás bien? -pregunta en un tono preocupado-. Si necesitas que vaya para hablar de algo, puedo cance...
-No, descuida, todo está bien -sonrío nuevamente-. Que pases un lindo fin de semana.
Ella asiente y yo abandono su oficina.
Saliendo del edificio, decido tomar la ruta del parque hacia mi casa. Aunque es la ruta más larga, también es la más tranquila y, además, no quiero llegar a casa todavía.
El parque está a un par de cuadras del edificio, así que no me toma mucho tiempo llegar. Está un poco desolado, a excepción de un par de niñas en los columpios y un grupo de chicos jugando en la rampa de skate. También está el señor Steve, el anciano de las palomas; todos los días, se le puede ver con un trozo de pan sentado en un banquito, alimentando a las aves.
Camino hasta mi lugar favorito del parque-una pequeña colina- y tomo asiento en la banqueta de madera que está cerca de un árbol. La fría brisa golpea mi costado, haciéndome temblar de inmediato.
Miro la excelente vista de la ciudad. A veces, sólo me gusta tomar esta ruta para sentarme a ver el atardecer, es muy hermoso.
El viento sopla, haciendo que mi cabello ondee y mi piel se erice más de una vez. Me abrazo a mí misma para calentar mi cuerpo un poco. Cierro mis ojos, inhalando profundamente.
Unos murmullos llaman mi atención. Volteo y veo a una pareja sentada a unos cuantos metros de mí. No escucho lo que hablan, sólo puedo ver cómo el chico se arrodilla frente a ella, mueve sus labios y el gran Sí de la chica se apodera de la mayoría del parque.
Le propuso matrimonio.
Es así como esa típica escena de película en donde la protagonista se deprime por estar sola y de la nada todos a su alrededor aparecen felices con sus parejas, besándose, riendo juntos y cosas similares... Bueno, así me siento en este momento.
Vuelvo a retomar mi posición, con los ojos en la ciudad.
Debo admitir que, aunque estoy feliz por todo lo que he logrado, todavía me siento incompleta.
He pasado estos últimos años enfrascada en cuatro paredes, libros y maquetas publicitarias; la misma rutina casa-universidad, adicionando de vez en cuando salidas a clubes nocturnos con mi amiga de la facultad, quien ahora vive en otra ciudad.
No todo en la vida está dirigido al éxito, a veces necesitamos a alguien con quién compartir cada uno de esos logros.
Sé que no debemos depender de otra persona para alcanzar la felicidad, pero es algo que no he podido dejar de anhelar.
Me encerré tanto en mi burbuja profesional, que ahora me siento más sola que antes.
«Sólo quiero amar y ser amada, ¿por qué es tan difícil?». Eso es lo único que puedo pensar.
Después de creer tenerlo todo, lo único que no tengo es a esa persona especial, y no puedo negar que me duele.
Suena ridículo pensar así a estas alturas, como si fuera una adolescente a la que ningún chico le hace caso. Pero, esa es la cuestión. Mi reloj biológico va avanzando y una de mis metas es formar una familia...
(...)
Minutos pasaron reflexionando sobre mi vida y el porqué de todo lo que me ha pasado.
La hora del teléfono me dice que es tiempo de regresar a casa -seis con treinta minutos de la tarde para ser exacta- pero no estoy de ánimo.
El cielo está pintado de tonalidades naranjas y rosadas, todo transmite calidez.
Tal vez suene cursi, pero, es un atardecer perfecto como para estar de la mano con alguien especial y jurarse permanecer juntos por el resto de sus vidas, aunque ambos sepan que hay una gran probabilidad de que eso no suceda.
Lo último es deprimente, pero es la realidad de la mayoría de las relaciones. Tantos juramentos que con el tiempo se vuelven puras palabras gastadas y sin ningún valor.
Siempre me he considerado amante de esos típicos romances cliché de novelas; sentir ese clic apenas conoces a esa persona, pero nunca he llegado a experimentar algo así. A lo mejor es como dicen algunas de mis compañeras de trabajo, o incluso como me decía mi ex compañera de habitación en la facultad: «Yo nací para ser la tía soltera, millonaria y sin hijos».
Lo irónico es que ya ellas tienen pareja, y una de ellas lleva cinco meses de embarazo.
Otro soplido del viento me hace temblar, mientras veo al sol esconderse detrás de los edificios. Me coloco mi abrigo porque al caer la noche, la temperatura se torna intolerable.
A pesar de este maravilloso ambiente, yo estoy sola, tengo frío, hay tristeza en mi corazón y lágrimas contenidas en mis ojos.
Sí, creo que heredé lo dramática de mi madre.
Veo los últimos rayos en el cielo, me levanto de la banqueta y camino con desgano a mis cuatros paredes; puede que no quiera ir, pero la zona donde vivo es bastante peligrosa y aún no tengo ganas de morir o sumarle una desgracia a mi vida.
(...)
Luego de cinco minutos de caminata a la parada y diez minutos en el autobús, llego a casa. Enciendo las luces y me recibe el familiar silencio.
Recuerdo que, en mis primeros años de independencia, llegar y hallarme así era una maravilla, pero ahora se siente como una gran tortura. Supongo que la soledad junto con la monotonía no son muy buena combinación.
Dejo mi abrigo en el perchero al lado de la puerta de entrada y camino a la sala, colocando mi bolso en uno de los muebles. Inhalo el cálido aire del lugar y me dirijo al espejo que está colgado casi al final de la sala.
Veo mi reflejo en él. Cabello castaño oscuro un poco revuelto por el viento, ojos cafés con bolsas debajo de ellos debido al trasnocho, piel trigueña sin ninguna imperfección, cejas gruesas, labios en un ángulo triste -una de las esquinas hacia abajo-, pómulos un poco violetas por el frío de la noche y miles de cosas en mi mente que se reflejan en mi desahuciado rostro ovalado.
Me detallo y no puedo evitar decir en voz alta: -Te ves fatal Stella; con veintitrés años tienes un buen trabajo, compañeros leales, padres amorosos, dinero, salud -mi mano toca el espejo-. Sin embargo, no se ve felicidad en tu rostro.
La inesperada sensación de que alguien me mira me pone un poco nerviosa. El ambiente se siente tenso y de la nada, una risa ronca y en tono sarcástico se apodera del lugar.
-Eres una caprichosa -dicen a mi espalda.
Volteo instantáneamente y veo en la entrada de la sala a un chico alto, cabello castaño claro, está vestido todo de negro y me mira con algo de fastidio. «¿Es un ladrón?»
Retrocedo un poco aterrada hasta que choco con el estante de la biblioteca. Mi respiración es un desastre y estoy a punto de romper en llanto.
-¿Quién eres? ¡Vete de mi casa! ¡Gritaré si no te vas ahora mismo! -digo tratando de sonar lo más segura posible, pero igual fracaso en ocultar el miedo por lo agitada de mi respiración y el temblor en mi voz.
El rostro del chico, que antes me miraba con burla, ahora luce atónito y con intenciones de acercarse a mí. -Hey, descuida, no te haré daño.
Las manos empiezan a sudarme y el corazón aumenta su ritmo como caballo desbocado.
Por instinto, tomo lo primero que tengo al alcance -un libro- y se lo lanzo con todas mis fuerzas para distraerlo y salir corriendo, pero, para mi sorpresa, éste sólo le atraviesa el pecho sin hacerle nada.
El pánico se apodera de mí, estoy más nerviosa que antes y a punto de desmayarme. «¡Hubiera preferido que fuera un ladrón!».
-Cálmate -me dice en voz baja mientras camina en mi dirección, atravesando el gran sofá de la sala que se interpone entre nosotros.
De inmediato, la piel se me pone de gallina y con voz temblorosa, demando: -¡No te me acerques!
-Stella -musita, y sus ojos no dejan de buscar los míos mientras camina más cerca de mí.
Ignoro el hecho de que sepa mi nombre y le pregunto sin apartar mis ojos de él. -¿Qué cosa eres?
Él se observa a sí mismo y después su mirada cae en mí. -Si no te diste cuenta cuando lanzaste ese libro, parece que soy un espíritu.
Mis ojos se abren como platos. He visto tantas películas de terror, pero nunca me imaginé pasar por una situación similar.
En ese momento, recuerdo los exhortos que hacía mi abuela en la iglesia. «Y yo que pensaba que eso de los espíritus eran puros cuentos de viejos».
Cierro mis ojos, respiro profundo y recito firmemente en voz alta. -Señor, Dios todopoderoso, en tu nombre reprende este espíritu, que se vaya de mi casa este demonio ahora mismo. Prometo no pecar más, dejar de mentir y de tener malos pensamientos... Sólo te pido que lo alejes de mí, por favor, te lo suplico.
Abro cuidadosamente mis ojos con miedo de lo que me espera, pero la calma me invade al notar que vuelvo a estar sola en la sala.
« ¿Fun...funcionó?»
Muevo mi mirada en todos los ángulos. Ya no hay nada. La sala está vacía.
«No puedo creer que algo así haya funcionado. Tal vez heredé el don exorcista de mi abuela».
Suspiro aliviada de que esta pesadilla haya terminado. «Gracias abuelita, perdóname si alguna vez dije que te faltaba un tornillo. Que Dios te tenga en su santa gloria»
Luego de unos minutos de haber procesado lo sucedido y de recuperarme del susto, tomo mi bolso y subo las escaleras rápidamente hacia mi habitación, pasando el seguro de la puerta.
(...)
Han pasado dos horas de aquel mal rato.
Después de darme una ducha bien fría y cenar con un poco de cereal -me dio pereza cocinar algo más elaborado-, estoy acostada en mi cama viendo el techo y considerando seriamente en cómo está mi salud mental. Cosas así no suelen sucederme, y hasta empiezo a pensar que nada de eso fue real.
«¿El espíritu de un joven en mi casa?» Sí, como no. De seguro es una broma de mi cerebro por andarme quejando de no tener pareja.
Sí, creo que es eso, son sólo simples delirios por exceso de trabajo.
«Es oficial, necesito unas vacaciones urgentemente».
Cierro mis ojos y respiro lentamente, disfrutando del silencio, el cual dura poco ya que el viento empieza a soplar afuera, haciendo que la rama de un árbol rasgue la ventana de mi habitación una y otra vez.
Frustrada, volteo hacia ese lugar y en eso, una silueta masculina aparece del otro lado de la ventana. «¡Es el chico espíritu!».
Inmediatamente, me paralizo en mi lugar. Mi respiración vuelve a ser un desastre, al igual que la estabilidad de mi cuerpo; sudo, tiemblo, pero no puedo dejar de mirarlo.
-¿Estás calmada ya? -espera una respuesta que ni loca se la doy y vuelve a hablar- Si me lo permites, quisiera explicarte lo que sucede.
Dudo ante su petición porque en serio... ¿A quién en su sano juicio le gustaría hablar con un espíritu?
No me muevo, no hablo, ni parpadeo. Todavía sigo en shock tratando de encontrarle lógica a todo esto.
-Stella, por favor -su boca hace una mueca triste al ver que no le respondo.
«¡¿Por qué me pasan estas cosas, Dios mío?!»
Tal vez, si dejo que hable, se vaya apenas termine. Sí, creo que puede funcionar. Al menos que me lleve a la desgracia esta decisión.
Sin pensarlo más, asiento con la cabeza, obteniendo de su parte una sonrisa de boca cerrada que disminuye un poco su espeluznante apariencia. Bueno, en realidad no es espeluznante ni nada por el estilo, se ve igual que un chico de mi edad.
Él atraviesa la pared donde está la ventana cerrada y no puedo creer lo que veo. Es más alto que yo, y viéndolo sentada desde mi cama, resulta algo intimidante.
Se queda a un par de metros de mí y toma asiento en el suelo, pegado de la pared, supongo que para mantener una distancia prudente y no incomodarme.
Su rostro adquiere un semblante frío y entristecido, inclina la cabeza un poco hacia atrás y empieza a hablar. -Lo primero que debes saber es que no puedo decirte quién soy porque no logro recordar mi nombre. Por más que he intentado recordarlo, es como si se hubiera esfumado, o peor, como si nunca hubiese tenido uno.
Su mirada baja a sus manos que están en su regazo. -No sé por qué estoy así, en espíritu, ni cuánto tiempo llevo vagando en este mundo lleno de oscuridad y sufrimiento.
» Día tras día fue la misma rutina, ver todo a mi alrededor como si fuera una película, mientras que yo sólo era un simple espectador que lo único que podía hacer era observar cómo ocurrían las cosas -suspira con desgano-. Uno de esos días me cansé, me asqueé de no ser visto y de no obtener explicaciones, así que empecé a caminar sin rumbo y no sé cómo fue posible, pero choqué contigo y me pediste disculpas -posa su mirada en mí.
La comisura derecha de su labio se eleva un poco. -Desde ese momento empecé a seguirte sin importar que no me pudieras ver; el hecho de que lo hiciste una vez, me llenó de esperanzas de que volviera a suceder, y sí que tuve razón.
«O sea, ¿he tenido a un fantasma detrás de mí todo este tiempo?»
Le veo sonreír abiertamente apenas termina de contarme todo y no puedo evitar sentir pena por él. Yo en ningún momento me he disculpado con un espíritu, y me da un poco de terror que haya estado quién sabe cuánto tiempo aquí en mi casa, viendo todo lo que hago. «No es que haya hecho algo malo... Bueno, mejor no pienso en eso».
Él no aparta su mirada de mí, esperando una respuesta.
-¿Qué se supone que quieres que haga? -hablo cohibida, ya que me resulta algo incómodo.
-Otro exorcismo no, por favor. Eso fue muy gracioso -se burla en mi cara, riéndose de su propio chiste.
El color se apodera de mis mejillas al escuchar su áspera risa, que en cierta forma me resulta... ¿Atractiva?. -Eh...
No termino de hablar y vuelvo a callar. Junto mis rodillas en mi pecho y desvío mi mirada de la suya. El silencio se apodera de mi habitación por un momento.
-Ayúdame a descubrir por qué sigo en este mundo de esta forma -dice al fin, con desgano.
«¿Ayudar a un espíritu a recordar porqué es un espíritu?»
Lo miro con confusión ya que me parece absurdo hacer algo así. Tengo mejores cosas en las que ocuparme como para andar de detective paranormal.
Él parece notar mi ausente ánimo de ayudarle, y gruñe con impotencia, colocando ambas manos sobre su cabeza.
-Estoy desesperado, ¿de acuerdo? -grita y veo sus ojos humedecerse desde donde estoy-. No sabes lo horrible que se siente ser ignorado, que todo el mundo te traspase como si no existieras.
Se levanta de su lugar y gira hacia la ventana dándome la espalda. Su mirada se dirige hacia el cielo estrellado. -Sé que ahora no soy nadie, pero en el pasado lo fui y necesito saberlo para poder abandonar este horrible lugar al cual estoy atado.
Luego se voltea, camina hasta mi cama y se sienta en un extremo de ella. Ni siquiera le digo nada, sólo me quedo observando sus brillantes ojos cafés que no aparta de los míos.
-Comprendo que es muy difícil para ti confiar en algo que se escapa de tus creencias, de lo real, de algo que no tiene explicación alguna -levanta una de sus manos como señal de juramento-. Pero, créeme, sólo quiero recordar qué me sucedió y me iré. Eres mi única esperanza.
Algo dentro de mi pecho se estremeció al escuchar las últimas cuatro palabras, y no sé qué fue lo que me motivó a hacer lo que hice en ese momento; si su serenidad inicial, su repentina desesperación, o el hecho de que, yo había sido la única persona que logró tener contacto con él.
Fue ahí cuando recordé lo que me dijo mi abuela horas antes de morir...
«Stella, el mundo está lleno de misterios inimaginables, pero que en cierta forma resultan ser maravillosos. No te atrevas a cerrar tu mente y negar lo desconocido. Aunque haya cosas o situaciones difíciles de explicar, debes entender que, si ocurren, es porque estaba predestinado a que sucedieran».
Cuando me dijo eso pensé que eran delirios antes de morir, pero ahora comprendo a qué se refería.
Detallo al chico espíritu. No tiene ningún gesto desagradable, a decir verdad, su mirada es algo tierna, al igual que su sonrisa. Se ve inofensivo, y eso me aterra un poco ya que uno nunca sabe qué se esconde detrás de las buenas intenciones. A lo mejor estoy exagerando, no lo sé.
No entiendo por qué tuve que ser yo quien pudo verlo cuando nadie más lo hizo, ni siquiera creo en esas cosas. Pero, en algo que siempre he estado a favor es que todo el mundo merece una segunda oportunidad. En su caso, es una oportunidad para descubrir qué pasó exactamente con su vida.
Levanto mi mano como él y asiento con la cabeza. -Está bien, te ayudaré. Pero, prométeme que después te alejarás de mí.
Él sonríe, su dentadura se torna brillante por la luz de la luna que entra por la ventana. -Te lo prometo, Stella.
ALBY💜
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro