Treinta y uno
Evadir la realidad seguía siendo el mejor mecanismo de supervivencia que tenía Lyn en ese momento para lidiar con su situación.
Su mirada se mantenía muy fija en un punto, pero su mente estaba perdida; no era totalmente en blanco, como suele creerse. Por ratos, tenía pensamientos muy tenues, o recuerdos fugaces, y sensaciones muy difusas.
En ese momento pensaba en el olor de los duraznos maduros en Wölcenn, cuando era un niño y competía con Azhryl y Elyon para escalar y atrapar más. Su pie había resbalado, y cayó sin previo aviso, sin dejarle oportunidad de gritar o de sentir el dolor.
No obstante, al abrir los ojos, creyó encontrar al ser más hermoso que hubiera podido apreciar, con sus grandes ojos azules observándolo con tristeza y preocupación y su cabello tan perfecto, incluso con aquel mechón blanco que lo hacía destacar.
En el momento en que lo ayudó a reponerse, le dijo que había guardado todos los duraznos que él atrapó, y Lyn los contó, y supo que su amigo mintió, y le había dado las frutas que él había tomado para que Azhryl no se burlara de él por caer y perder el juego, mas no dijo nada. Fue la primera vez en la que sintió un cosquilleo muy extraño en su corazón, y a pesar de aquella sensación tan rara para él, de alguna forma estaba feliz. Elyon era el chico más lindo y gentil que pudiera existir en los tres reinos, y jamás heriría sus sentimientos.
Incluso si no era correspondido, no podía ser más feliz de amarlo.
El olor de los duraznos seguía sintiéndose muy real, junto al tacto de Elyon, e incluso, el dolor en su espalda y cabeza por la caída. Casi como regresar en el tiempo.
Creyó haber despertado de una muy larga pesadilla en la que sus propios secretos y mentiras desmoronaron su vida entera, pero sabía que su destino jamás sería así de piadoso.
Daba lo que sea por volver a ese instante, y el problema era que ya no tenía nada.
Ni siquiera percibió que sus ojos volvieron a aguarse, y soltó un largo respiro, mientras ocultaba su rostro entre sus brazos, con la mirada perdida y a la espera de otro recuerdo que lo hiriera tanto como el anterior.
Sin embargo, Lyn no era el único que había tomado como pasatiempo mirar fijamente y perderse en sus pensamientos. Tan solo frente a él, sentado sobre su escritorio, Marseus también permanecía inexpresivo, queriendo descifrar qué pasaba por la mente del Rey de Wölcenn, y el significado de cada uno de esos suspiros tristes que lanzaba de vez en cuando. No había puesto ni un dedo encima de él aún, pero parecía experimentar la peor de las torturas.
A diferencia de Lyn, el capitán Marseus tuvo muy claro desde el principio lo que quería lograr y cómo lo haría. Por supuesto, la sola ambición no era motor suficiente para cumplir su sueño, y tanto con sus compañeros de la futura Primera Guardia, y cualquiera a su alrededor en la isla, descubrió que le gustaba mucho leer a las personas, como si se trataran de libros. Verlas, y escucharlas, era como recibir una premisa interesante que lo animaba a querer conocer más de ellas.
Si hacía las preguntas correctas, podía obtener mayor información, y si elegía sus palabras más dulces, accedería a tener algo que necesitara, hasta poder cumplir sus objetivos.
Algunas veces, no quería nada en específico; tan solo se mantenía apegado a cierta lectura por capricho, y como era usual, no quería terminar de leer nunca, o al menos, hasta considerar que ya podía adivinar su final.
Estaba seguro de que el chico pelirrojo con la cabeza sobre su mesa, con ojos verdes tristes y apagados, era una de esas lecturas. No había otro motivo por el que lo mantuviera aún a su lado, más que por anhelo, y estaba seguro de que le faltaba tanto por conocer de él...
A simple vista, Lyn de Wölcenn le parecía una lectura muy sencilla de interpretar, pero contaba con los giros de trama suficientes como para jamás aburrirse de él, y mantenerlo atento a su siguiente capítulo.
—¿Tanto le cuesta decidir mi sentencia, capitán? —Soltó Lyn de repente con voz seca. Sabía que no había dejado de mirarlo, lo cual empezaba a incomodarlo, y más cuando no estaba en su mejor momento.
—¿Ah? —articuló confundido Marseus, reponiéndose sobre su silla. Le emocionaba que Lyn saliera de su letargo mental, porque indicaba el inicio de un nuevo juego.
—La única razón por la que no me he lanzado al mar, es porque sé la vergüenza que supondrá para mi reino, así que estoy dispuesto a aceptar cualquier tortura y pena de muerte que me imponga. Le ayudaré a elegir alguna, si lo que lo tiene tan distraído es eso...
Marseus cubrió su boca con su mano, en un intento de que Lyn no percibiera la risa inesperada que se le escapó, y acabó por reposar su rostro sobre su dorso, mientras volvía a mirarlo con dulzura.
¿Por qué tenía que ser tan lindo?
—No voy a hacer eso...
Durante todo ese tiempo, la mano de Lyn se aferraba a una daga que siempre guardaba muy cerca, cuyo mango estaba decorado con hermosos ornamentos dorados. Nunca la usó más que para ocasiones en las que la considerara práctica, ya que se confiaba más de su propio don. Era un regalo de su anterior reina, y la guardaba con demasiado recelo, como si le ofreciera cierto apoyo emocional.
Ante la negativa del capitán, sus dedos tocaron la hoja, hasta infligirse el dolor que creyó suficiente, y respirar profundo. No sabía a qué pretendía jugar el capitán con él, pero era mejor si ya acababa con su vida. Pensó en la amenaza de Elyon, y supuso que podía ser la única razón por la que lo mantenía prisionero.
—Azhryl está a cargo de Wölcenn ahora, y le aseguro que aunque es más temible, también es mucho más sensato de lo que yo he sido. Sabrá que todo esto es solo culpa mía y no tomará represalias en contra de Wækas —prometió, pero a cambio, solo recibió la mirada compasiva de su rival, quién se levantó con la intención de acercarse a él.
—No voy a lastimarte, Rojito...
Lyn tomó con decisión el mango de su daga, y se lanzó a apuntar con el filo al cuello del capitán. Apretó la mandíbula con todas sus fuerzas, y respiró como si estuviera seguro de que aquellas serían las últimas bocanadas de aire que tomaría en su vida. Era todo o nada.
—Me temo que si no toma la decisión de matarme, entonces me lo llevaré conmigo —sentenció con una mirada de rabia—. Es la única manera en la que podría morir y darle aún a mi reino la gloria que se merece.
Marseus no se movió ni un solo centímetro, y al contrario, permanecía observando con absoluta calma a Lyn.
—Inténtalo. —Lo retó en un murmullo.
Lyn pudo jurar que trató de moverse, que le ordenó a su brazo realizar el corte, y aun así, por más que lo intentaba, se encontraba completamente paralizado.
Tras muchas fallas que lo enloquecían, regresó a mirar a un Marseus sonriente. Solo que aquella sonrisa parecía ser de satisfacción. De que al fin, era su turno de atraparlo en la telaraña.
—Hace una hermosa mañana, ¿no lo cree, su Majestad? —preguntó, fingiendo ingenuidad, al tiempo en que acercaba su mano a la suave mejilla del rey de las nubes. De seguro, así debía sentirse tocar el cielo, y en ese momento, era todo suyo.
Con la vista fija en su propia sombra, Lyn se percató de que esta hacía acciones que él no le ordenaba a su cuerpo aún, pero que inevitablemente, debía obedecer, y fue como abrió su mano para soltar su daga, dejándola caer en el suelo.
¿Ese era su don?
Algo le hacía suponer que si no lo había utilizado antes, se debía a que durante la noche era inutilizable, pero ahora se encontraba a su merced.
Marseus acarició su piel por última vez. Lo sentía frío y más pálido que nunca por los nervios, a pesar de que le impedía temblar demasiado.
—Te juro que no me hace sentir ni un poco orgulloso hacer esto, pero no me dejas otra opción —masculló al liberarlo de su don, mientras desviaba la mirada y peinaba un poco su cabello entre sus dedos, llevándolo a un lado.
Aprovechó para acercarse a uno de los estantes de su habitación, de donde sacó una botella de ron, y tela de gasas, que colocó sobre el escritorio. Luego extendió su mano hacia Lyn con seriedad, sin decirle ni una palabra, pero el pelirrojo comprendió que debía enseñarle la herida que se infligió.
En silencio, primero limpió su mano, y después, regó un poco de la bebida sobre esta, provocando que el chico retirara su brazo en tanto siseaba por el dolor. Ciertamente, hacerse una herida no dolía tanto como curarla, y no le veía el caso a tomarse tantas molestias, pues se curaría muy rápido, y no le causaría ningún daño.
No dejaba de suplicarle que lo sentenciara a muerte, tan solo porque no podía hacerlo él mismo, y jugaba con los límites de su vida eterna para sentir algo que no fuera el vacío de haberlo perdido todo.
Marseus terminó de vendar su mano con más cuidado y suavidad de lo que Lyn se hubiera esperado jamás, y cuando vio la daga en el suelo, curioso, la levantó y le dio especial atención a su diseño. Debía admitir que todo lo que venía de Wölcenn le interesaba bastante; era distinto de lo que él conocía, y eso que ya lo había conocido casi todo.
—Prométeme que vas a portarte bien... —pronunció, no tanto como una orden, sino como un ruego. Quería calmarlo, y prometerle que todo estaría bien; ansiaba que confiara en él, esta vez de verdad.
Con la cabeza baja, Lyn recibió la daga, y al mirarlo, percibió en él los ojos más compasivos y dulces, como en la ocasión en la que conversaron en la cubierta principal del Tritón.
Aquello le pareció tan lejano, sobre todo por lo mucho que había cambiado la relación que llevaban desde entonces...
Algo punzó en su pecho muy fuerte, y juraba que solo sentía eso cuando se trataba de Elyon, pero en ese momento, era Marseus todo lo que veía y en lo que pensaba, y dolía. Dolía bastante, como un error que ya no podía ser remendado.
Sus labios temblaron, y no supo qué decir, pero guardó la daga, y tomó asiento de nuevo, como su ex-aliado le señalaba.
—No podría deshacerme de ti aunque quisiera —declaró él, para sorpresa de Lyn, pues no sabía si lo decía en serio, o planeaba torturarlo dándole ilusiones primero. No sabía qué esperar ya de Marseus—. Tú tienes algo que yo quiero, y yo puedo ayudarte a conseguir lo que más necesitas, así que aunque nos moleste, nos convenimos por ahora...
Lyn no negaría que esas palabras le daban cierta ilusión de que aún podía arreglar las cosas, hasta que se detuvo bien en algo más.
—¿«Por ahora»? —repitió con duda.
El semblante del capitán se tornó más serio y amenazante, lo que lo alertó.
—No pretendas que me voy a olvidar de lo que hiciste, y de lo que prometió tu amigo. Si concluimos con éxito, y todavía tienes ganas de enfrentarte, aceptaré la revancha con gusto, pero prefiero esperar a que estemos en igualdad de condiciones...
Incómodo, el Rey de Wölcenn asintió leve, a pesar de que creía haber aprendido por las malas a no subestimarlo ni a él, ni al reino de Wækas.
—¿Entonces pasamos de haber tenido una alianza, a solo fingir una? —preguntó, arqueando una ceja y pretendiendo hacer sonar divertida la situación.
No obstante, Marseus chasqueó la lengua.
—Llámalo como tú quieras. Te dije desde el inicio que no teníamos que ser amigos.
Lyn no estaba seguro de cómo hacía para fingir que no le dolía ni un poco cómo el capitán se distanciaba de él, pero sabía que era su propia culpa, por lo que no tenía derecho a quejarse. En realidad, nunca lo tuvo.
Decidió estirar su mano, hasta darse cuenta de que era la que llevaba vendada, y extendió la otra.
—Estoy de acuerdo —respondió casi a la altura de su tono—. Por un nuevo inicio, ¿no le parece?
«¿Qué estás haciendo?», se reprendió a sí mismo. ¿Se vería muy obvio? De seguro, Marseus solo percibiría su reciente comportamiento como un intento muy patético de salvar su propia vida.
Con desconfianza, el capitán decidió aceptar el apretón, aunque no percibió un intento de hacer un vínculo. Al separarse, recordó algo más.
—No vayas a molestarte si ya no confío en ti, pero necesito que aceptes una cosa —dijo, buscando un frasco en su estante. El diseño del envase no parecía ser de Wækas, y el mismo Marseus apreciaba con duda su contenido.
—¿De qué se trata? —inquirió Lyn a la expectativa.
—Hace un tiempo hice negocios con alguien de Gewër a cambio de una de las pocas cosas realmente útiles que poseen —explicó, sin dejar de mirar el frasco—. Se supone que es el veneno que anula los dones temporalmente, pero no había tenido oportunidad de probarlo nunca...
El solo hecho de que Marseus tuviera negocios en Gewër le parecía sorprendente a Lyn, y tal vez en alguna ocasión escuchó respecto a aquel veneno y muchos otros que se producían con facilidad en el reino de la arena, pero no le había dado importancia hasta ese momento.
—¿Dura mucho el efecto?
—No tengo ni idea —admitió el capitán, dejando que el rey lo pensara mejor.
Aunque su don lo proclamaba como el rey más fuerte, y dependía bastante de él, ya no le servía de mucho por el momento. Una vez más, no tenía nada que perder, por lo que asintió muy decidido.
—Abre la boca.
Nunca antes tres palabras tan sencillas habían provocado tanto en él, pero reaccionó más rápido de lo que se esperaba, obedeciendo la orden, en tanto cerraba sus ojos.
Marseus sostuvo su mentón con su mano, y separó más sus labios con su pulgar, mientras le daba de beber el líquido. Estudió sus expresiones, y al parecer, no debía tener un gran sabor, pero no parecía ser más grave que eso.
En cuanto terminó, limpió sus comisuras con especial atención, y notó que la forma de sus labios era bastante definida; eran anchos y muy rosados. El superior era delgado y perfectamente arqueado, y moría de ganas de probar y morder el inferior...
Sin pensarlo mucho, se acercó un poco más, y Lyn también lo notó, pero mantuvo sus ojos cerrados, e incluso, se impulsó un poquito más, a la espera de lo que estaba por suceder.
No obstante, tras haber esperado un largo rato, abrió los ojos con duda, y en algún momento Marseus se había apartado más de él, y le sonreía con lástima y burla por haber caído tan fácil. Rápido, se recompuso sobre su asiento mientras por dentro quería morirse.
—No te confundas, Rojito. No caeré de nuevo en el mismo error —rio, a pesar de que lo dijo más como una promesa que quería hacerse a sí mismo, y que solo podría cumplir si dejaba de jugar tanto con el peligro—. Si me disculpas, tengo mucho trabajo que hacer limpiando todo el desastre que ocasionaste. Puedes moverte libremente, aunque por tu propio bien, te sugiero no salir del castillo.
En cuanto cerró la puerta, se apoyó contra la pared a su lado y pasó su mano por su cabello, en tanto recuperaba la respiración que había contenido cuando estuvo a punto de besarlo. Ni siquiera supo cómo encontró el valor de alejarse, y tampoco sabía por cuánto tiempo más actuaría indiferente a él.
Muy dentro de él dolía, y no tenía que ver con la traición, pues hasta cierto punto podía comprenderlo y lo admiraba por atreverse a tanto, pero después de haber escuchado todo lo que le dijo a ese guardián, y todos sus intentos por salvarlo, se dio cuenta de que por más que lo intentara, el corazón de Lyn de Wölcenn jamás sería suyo.
Y él ya había caído por completo.
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