Treinta y tres
Desyd, Región Levante de Gewër.
—No. De ninguna manera —sentenció Zaniah firme, luego de que Dara se hubiera tomado el tiempo de explicarle la situación—. Una guardiana de Wölcenn, la bruja que lo traicionó, y la bruja de Wækas. ¿Puedes decirme una peor fórmula para el desastre?
—La ex guardiana que quiere cambiarlo todo... —murmuró Mira con una risita, pero debido a la mirada de desaprobación de sus compañeras, se dio cuenta de que no había sido tan gracioso como lo imaginó—. Entiendo si no estás lista aún, y sabes que Zaniah y yo siempre te apoyaremos en todo, pero aunque hemos ayudado un poco a la ciudad, quizás llegaremos más lejos si alzas tu voz al fin. Tal vez, y hasta te conviertas en mirshah.
Ladeando la mirada, Dara sintió escalofríos por la sola idea, y si se detenía a pensarlo, no sabía qué era lo que más temía.
Cuando renunció a su lugar como guardiana, y se fue del palacio, huyó tan lejos como pudo de la Región Austral, porque aunque sabía que ya no había forma de que él volviera a lastimarla, sus amenazas seguían atemorizándola.
Mantuvo un perfil muy bajo, y se limitaba a sobrevivir, sin saber que podía alcanzar más. Era libre al fin, pero jamás se sintió de esa forma. Él seguía existiendo en sus pesadillas, y lo peor era sentirse incapaz de decir la verdad, de ponerle al fin nombre al monstruo que la aterraba. Pensó que algún día, Cælum o Ahree lo harían por ella, pues tenían el poder, pero quizás, él había conseguido atormentarlos también en cada recuerdo.
Los envidiaba un poco, pues aunque seguían siendo prisioneros de sus propios cargos, se tenían al otro. En cambio, ella por un largo tiempo creyó que nunca podría sentir amor, ni permitir que alguien volviera a tocarla, y aunque fue muy difícil y todavía se asustaba, consiguió enamorarse dos veces, y casi al mismo tiempo. Zaniah y Mira eran muy distintas entre sí, pero juntas las tres, todo funcionaba lo más cercano a la perfección. Eran todo lo que tenía, su refugio de las pesadillas, y la única razón por la que podía sentirse tan fuerte como debía ser una guardiana, pero su fuerza todavía tenía límites.
—No quisiera nunca ser mirshah —rio un poco triste. Tampoco se imaginó jamás como reina, porque en su tiempo en el palacio, solo quería sobrevivir.
Se debatía en si debía ayudar a esas extranjeras que esperaban por su respuesta afuera de su hogar, pero sabía que no tardarían en atraer todos los problemas que evitaba. No le aterraría tanto alzar su voz, o hacer más por la nación que a pesar de todo amaba, si aquello no la hiciera blanco de un enemigo que jamás querría ganarse.
—La bruja —señaló de repente, y se dio cuenta de que debía ser más específica—, la de Wækas. Su reino la quiere de vuelta, y debemos mantenerla segura hasta que pueda regresar a su hogar.
Mira sonrió emocionada, porque sabía que Dara haría la elección correcta, aunque olvidaba algo que en cambio, Zaniah sí tuvo en cuenta:
—¿Y las otras dos de Wölcenn?
Dara resopló, incómoda.
—No lo sé todavía. El mirshah me ha llamado, y ya estoy demorando bastante, pero en lo que regrese, sabré qué haremos... —prometió, a punto de salir. Necesitaba aire fresco cuanto antes, y en parte, agradecía que hubiera amanecido, pues esperaba que el sol la ayudara a aclarar sus ideas.
—¿Qué desea el mirshah? —inquirió Zaniah extrañada.
—No lo sé, pero no creo que tenga más problemas de los que ya tengo ahora. —La ex guardiana se encogió de hombros.
Al salir, de manera inevitable su mirada cruzó con la de Zéphyrine y Galathéia, que se mantenían a la expectativa de lo que elegiría. Ambas debían saber que recibir su ayuda la ponía en riesgo, pero podía ver en ellas el rostro que de seguro, ella tuvo cuando estaba desamparada al alejarse del palacio.
Aunque debió desesperarlas más, guardó silencio, y se fue de la zona repleta de múltiples casas de piedra, hasta el pueblo principal en donde encontraría al mirshah.
—Si debemos irnos, por lo menos díganlo para no perder más tiempo... —masculló Zéphyrine, cruzándose de brazos, dándose cuenta de que una de las mujeres restantes la miraba muy seria, atenta a cualquier cosa que pudiera decir o hacer.
La otra, en cambio, saltó hacia Andrómeda y la tomó del brazo.
—¡Hola, Andrómeda! Supe que tienes un don de agua, ¿podrías ayudarme con algunas plantas, por favor? —pidió Mira, poniendo ojos tiernos que aunque extrañaron a la bruja, decidió hacerle caso. Era lo menos que podía hacer, si su presencia las hacía peligrar.
Además, no sabía qué había ocurrido con Zéphyrine y Galathéia cuando dejó que fueran solas a inspeccionar aquella carpa, pero estaban más raras que nunca. No se habían dicho ni una sola palabra desde entonces, y por ratos, alguna miraba a la otra, hasta ser atrapada, y fingir que no había sido nada.
No sabía si dejarlas solas de nuevo ayudaría en algo, pero lo cierto era, que detestaba estar en medio.
Al ver que se quedaría sola con Galathéia, Zéphyrine detuvo a Mira.
—¡Mi don también podría ayudar a las plantas! Eso creo...
Mentira. No siempre podía controlar la intensidad de sus tornados, y aunque intentara simular la brisa, acabaría destrozando todo lo que tuviera en frente.
—No lo creo... —murmuró Mira, esperando no ser grosera, pero se llevaba a Andrómeda con la intención de mantenerla a salvo hasta el regreso de Dara y pensaba convencerla de que se quedara con ellas.
Con un suspiro, Zéphyrine volvió a su lugar, y se dio cuenta de que la mejor manera que tenía Galathéia para ignorarla, era darle toda su atención a los camellos que estaba alimentando con hierbas recogidas.
Por supuesto, usó su don para comunicarse con ellos; quería asegurarse de que de verdad podía confiar en las tres mujeres, y según lo que sabía y lo que escuchaba de los animales, se esforzaban bastante en ayudar a Gewër a atravesar la situación de la sequía.
Zéphyrine la miró con duda; ese mismo don le ocasionó tantos problemas, y sin embargo, seguía usándolo como si nada, pero podía entender si era todo lo que tenía.
—No te lo dije en su momento, pero peleaste muy bien contra Cælum... —Se animó a decir, aunque no estaba segura de si quería iniciar una conversación.
—Perdí.
—Sobreviviste —remarcó la bruja—, y créeme, eso es más de lo que mucha gente de Wækas ha podido conseguir. Si todavía dudas de ti misma como guardiana... tenlo en cuenta.
No lo había pensado, pero su futuro en la primera guardia seguía siendo de lo más incierto, y más cuando estaba en riesgo de no tener un reino que proteger. Sin embargo, asintió a sus palabras, más por cordialidad, que porque creyera en ellas.
Con inseguridad, levantó el rostro hacia ella, dispuesta a enfrentar todo lo que quería preguntar desde que habían llegado a la región Levante, y Zéphyrine lo supo al verla, pero ya no podía huir.
—Sobre lo que dijiste en la carpa...
«Ay, no...»
—¡Deja de darle importancia ya, por favor!, estaba un poco mal de la cabeza cuando lo dije. Creo que siempre lo estoy, y eso no debería sorprenderte...
—Como quieras... —suspiró la guardiana, segura de que Zéphyrine evadiría su pregunta—. Pero quería saber por qué te gusto...
—¿Ah?
De todas las preguntas que imaginó, no se esperaba aquella, y hasta cierto punto, la molestó.
—¿No esperas que te dé halagos gratuitos o sí?
—Mejor olvídalo —replicó Galathéia, molesta de haber preguntado.
Quizás, Zéphyrine tenía razón, y no debía importarle tanto lo que dijo, además de que le hacía sentir culpable interesarse por el tema. Jamás haría nada que lastimara a Elyon, y por eso lo mejor sería alejarse, incluso si de alguna manera, acababa hiriendo a la bruja.
—Te responderé si tú me respondes una cosa a cambio —prometió Zéphyrine de repente, con firmeza, aunque se veía tan nerviosa como cuando pronunció su confesión.
Con duda, la guardiana acabó aceptando.
—Bueno, es que me gusta mucho verte... —admitió con la voz temblorosa—. Y no entraré en detalles sobre eso, porque de seguro te asustas, pero creo que podría mirarte por siempre si me dejaras, y también me gusta cuando tú me miras a mí. Me gusta mucho tener tu atención, incluso si solo te molestas conmigo, y sé que me odias por lo que hice, pero en el fondo, ¿creo que no me odias de verdad? —murmuró pensativa, sin querer recibir una respuesta—. Y aun cuando creías que no tenías un don, siempre te vi muy inalcanzable, y yo quería decirte que no lo necesitabas, y que no debías sobreesforzarte, pero si tanto te hacía feliz estar en la Primera Guardia, yo... yo más de una vez deseé poder entregarte mi don, o poder decirte que yo podía ser lo suficientemente fuerte por las dos, y lo más tonto de todo, es que recién ahora me doy cuenta de lo raro que suena todo eso... —rio con nervios. Entenderse a sí misma era una tarea más vergonzosa de lo que se había imaginado, y se preguntaba cómo Galathéia no huía todavía—. Es que demoré mucho en darme cuenta, pero justo ahora mismo que te digo esto, siento algo muy extraño en mí, como un cosquilleo, y te juro que solo me pasa contigo, y aunque es muy raro, no me disgusta, ¿sabes?
Se dio cuenta de que sin querer, la miraba con necesidad, y se avergonzó de sí misma, porque no quería insistir en algo que sabía que jamás recibiría.
—Creí que si te lo decía al fin, dejaría de sentirlo, pero no dejo de pensar en lo que hiciste, y quería saber a qué se debió ese beso...
Galathéia juraba que en cualquier momento sus mejillas entrarían en combustión espontánea, pero justo después de la pregunta de Zéphyrine, supo que su rostro debía hacer juego con el cabello de la bruja, más porque sonaba a que había hecho otra cosa.
No podía arrepentirse más por hacerlo, pero pensó en una respuesta que pudiera sonar convincente.
—Es que cuando éramos niñas, tú me gustabas a mí... —confesó en voz bajita, pero la bruja alcanzó a escucharla a la perfección—. ¡Lo siento mucho, de verdad!, lo hice porque era algo que en ese tiempo habría querido hacer...
Lo cierto era que no mentía del todo, pero la bruja abrió los ojos, confundida, e incluso, un poco molesta consigo misma por no notarlo antes.
—¡Espera! ¿Me estás diciendo que en algún momento tuve una oportunidad contigo...?
—Si quieres verlo así...
Aunque en el fondo, no recomendaba torturarse con los «si hubiera», y de por sí, se consideraba una experta en el tema.
—Pensé que ya lo sabías, tú misma lo dijiste esa vez en el mercado... —agregó titubeante.
—¡Yo estaba bromeando! —exclamó la bruja casi con desesperación. En el fondo, se estaba odiando por no haberlo notado en el tiempo correcto.
—No deberías darle tanta importancia, en ese tiempo yo tampoco sabía muy bien lo que sentía...
—Sí, como sea... —bufó la bruja.
De repente, detrás de ambas, Phoellie llamó su atención moviendo sus alas y su cabeza hacia adelante, con la intención de advertirles de algo.
Con temor, ambas caminaron hasta la salida a la plaza de la región, pero tras un muy rápido vistazo, se ocultaron al instante detrás de los muros de una de las casas, apenas conteniendo la respiración.
Era muy tarde para intentar huir, y no sabían qué podrían hacer. Cælum no había perdido nada de tiempo, y según lo que Zéphyrine pudo notar al estirarse un poco para mirar, Dara lo acompañaba, aunque no parecía que hubiera querido decirle su ubicación a propósito.
—Debemos ir por Andrómeda —sugirió Galathéia en un murmullo, a pesar de lo asustada que se sentía, porque sabía que el guardia no estaba solo.
Su atentado contra el Rey de Gewër resonaría en cada rincón del reino, por lo que no tendría oportunidad de ocultarse, ni de salir con vida.
No obstante, la bruja negó con la cabeza.
—Creo que está mucho más segura que nosotras...
Pensó en todas sus opciones, y sabía que si no salían, buscarían en cada casa, hasta atrapar a las tres.
—No importa si solo me atrapan a mí, y Cælum no me lastimaría... —pensó en voz alta, a punto de salir, mas Galathéia la sostuvo del brazo, y la jaló de regreso.
—¡No vas a entregarte tú sola! —decidió, molesta—. De seguro, juntas, tenemos una oportunidad.
La bruja ansió decirle que el que hubiera vivido para contar su derrota contra Cælum, no significaba que sería así siempre, pero no volvería a hacerla dudar de su fuerza.
—...Y si yo no soy suficiente, vas a ser fuerte por las dos, ¿no? —insistió la guardiana con un hilo de voz, sosteniendo su mano. Estaba a punto de llorar, porque recordó el miedo que sintió cuando estuvo dentro del palacio, y aunque quería ser fuerte, estaba segura de que no lo lograría.
Al verla, Zéphyrine aceptó su mano, y asintió, segura de que sería más que suficiente para mantener a salvo a Galathéia.
Estaban a punto de salir, hasta que un sonido muy familiar para ambas resonó en el lugar, tan fuerte y amenazante como solo podía ser el rugido de un feroz animal.
—¡Elyon...! —exclamaron tan bajo como pudieron al unísono, sorprendidas.
Galathéia lo reconocería en dónde fuera, y por más difícil que era de creer que Elyon estuviera allí, debía ir por él, por lo que se adelantó con un paso, soltando la mano de Zéphyrine.
Sin embargo, ella la tomó de nuevo a tiempo, y al verla, la guardiana notó una mezcla de nervios y negación que se le hizo extraño.
—¡Es que quería saber...! —se odió, porque no era el momento más adecuado para pensar en eso, pero creía que si soltaba a Galathéia, la perdería para siempre—. ¿Tú vas a decírselo a Elyon...?
Apurada, Galathéia retiró con fuerza su brazo. No entendía a qué se refería con esa pregunta, pero esperaba que no creyera que tenía una oportunidad.
—¿¡Decirle a Elyon qué!?
Zéphyrine la vio irse, sin moverse de su lugar, preguntándose cómo cuatro palabras tan simples podían doler casi tanto como la fisura que obtuvo en Wölcenn. El cosquilleo que mencionó sentir cuando estaba junto a la guardiana, se sentía más como náuseas, y supo que Moirean siempre tuvo razón, y su destino era quedarse sola.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro