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Diecisiete

—Cælum, ¿recuerdas a la guardiana que te mencioné? —susurró Zéphyrine, sin dejar de observarla, esperando todavía que se tratara de un espejismo. Había escuchado que en el desierto eran muy comunes, aunque no sabía si podía ver uno durante la noche, y dentro del palacio.

—¿La que mataste?

La bruja asintió, y estiró el rostro para apuntarla.

—Está allí... —murmuró, incrédula.

—¿En serio? Yo la veo muy viva... —se burló el chico.

—Lo sé...

Lo había pronunciado con decepción, e incluso, sintió odio. El mismo odio que la llevó a usar su don para alejarla de la playa de Gewër, y estaba a punto de hacerlo una vez más.

—Si quieres, la apreso y te encargas de ella —sugirió el rubio, ya que la situación prometía divertirlo bastante.

Zéphyrine negó con la cabeza.

—Más le vale no causar problemas —gruñó, conteniéndose de desatar su don.

Se obligó a respirar profundo. Era una de esas extrañas ocasiones en las que sentía que debía pensar primero antes que actuar, y necesitaba calmarse.

Afortunadamente, se relajó de un instante a otro, cuando el águila que acompañaba a Andrómeda voló hasta posarse en su brazo, y vio a la que debía ser la bruja de Wækas aproximarse a ella.

—¿Fuiste tú la que la obligó a seguirme? ¡Casi muere por tu culpa! —exclamó, enojada.

Zéphyrine la estudió con la mirada: debía ser muy joven aún, y le recordaba un poco a ella misma cuando había sido enviada a Gewër por primera vez. Y además, los pantalones de cuero y el corsé por fuera que usaba, le parecían fenomenales, en combinación con aquel pequeño abrigo piel que la cubría. Quizás, no era la más indicada para reclamar por los animales, pero admitía que el estilo que solía usarse en Wækas era genial. Le sorprendía lo bien que se podía adaptar a hombres y mujeres, y eso que había escuchado que en la nación pirata, muy rara vez nacían mujeres.

De no ser por el ave que la miraba, esperando su respuesta, ella habría seguido divagando en sus pensamientos sobre la indumentaria de Wækas, y fue entonces que sonrió un poco triste, porque le bastó un corto vínculo para entender lo que había sucedido.

—No he sido yo —admitió, empezando a caminar hacia ella, sin dejar de ver a Galathéia tampoco—. Lo siento mucho con la pobre; cuando mi maestra ordena algo, no hay forma de negarse hasta cumplir sus deseos. Es su don... —explicó, con un leve tono de amargura. Odiaba pensar en todas las veces que Moirean utilizó su don con ella, y la convirtió en su marioneta—. Si su orden fue buscarte, no podría detenerse hasta llegar a ti, incluso si afectaba su propia vida.

Andrómeda no creyó que existiera un don tan retorcido, y tampoco se veía capaz de usarlo, si hubiera nacido con él. Por lo menos, entendió cómo el águila llegó hasta Wölcenn solo por ella.

Galathéia, en silencio, quiso creer en lo que Zéphyrine decía, y que tal vez, pudiera significar otra cosa. Sin embargo, no quería precipitarse.

—Voy a acompañarte hasta Moirean, vas a amar conocerla —dijo, en tono de sarcasmo, y solo por lo que ella le había contado, Andrómeda estaba segura de que no le agradaría jamás la susodicha.

Empezaba a arrepentirse cada vez más de aceptar esa invitación. No quería admitir que, en el fondo, su propia naturaleza le daba tantas dudas, que quería conocer otras personas de su clase, por más cuestionables que estas fuesen.

Había escuchado que muchas brujas eran marginadas, y no sabía si era el caso de Zéphyrine, pero agradecía que desde el inicio su gente no la viera diferente, y se sentía parte de ellos. Era una pirata, sin lugar a dudas.

La siguió, sin notar que Zéphyrine parecía juntarse más a ella, mientras ignoraba la presencia de Galathéia a propósito.

—Creo que no me he presentado apropiadamente: soy Zéphyrine, bruja de Wölcenn.

—Traidora de Wölcenn, querrás decir —espetó la menor, alejándose más. Aunque no le daba una mala vibra, y de hecho, le hacía pensar que podrían ser amigas, era la culpable de un crimen que consideraba imperdonable.

La pelirroja giró los ojos, mientras se cruzaba de brazos, y se cubría del frío con el pañuelo que usaba.

—Nunca había sido considerada parte de Wölcenn, sino hasta que lo traicioné —respondió molesta.

Evitó mirar a Galathéia, pero sabía que esos enormes ojos celestes la veían con odio. Reconocía que podía llegar a ser muy molesta sin intención, y se preguntó cuánto tiempo haría falta para que las cosas se salieran de control, si se lo proponía.

Al terminar de bajar las escaleras, apreció con sorpresa cómo la lechuza gigante de Galathéia lanzaba por el aire una serpiente, y abría su pico para empezar a devorarla. La guardiana resopló, y se acercó a tomar sus riendas.

«Hasta la lechuza sigue viva...», pensó molesta Zéphyrine consigo misma. Si había sentido remordimiento en el pasado por lo que hizo, ahora le sobraban las ganas de terminar bien su tarea.

Sin embargo, Phoellie también la reconoció, y no parecía contenta con verla, sobre todo después de lo que había hecho, por lo que quiso abalanzarse en dirección a ella, si no fuera porque Galathéia la sujetó con todas sus fuerzas.

—¡Detente! —exclamó molesta—. ¡Lo sé, yo también quisiera!, pero ahora no es momento...

Zéphyrine enarcó una ceja, deseando saber qué le había dicho la lechuza, y más que nada, qué era lo que creía Galathéia sobre ella en aquel momento.

Y Andrómeda, en cambio, supuso que su viaje se volvería más incómodo en medio de las dos.

—¿No vas a decirme por qué me llamaron?

—No lo sé, ¿por qué crees tú que Moirean lo hizo? —preguntó Zéphyrine, siguiendo su camino mientras ignoraba los planes homicidas que debían tener la guardiana y su lechuza en su contra—. ¿Por qué viniste, si sabías que sería muy arriesgado?

Su curiosidad en aquel instante era sincera; cuando ella visitó Gewër por primera vez, no tenía idea de lo peligroso que podía ser, y al principio no le agradaba nada a Cælum, pues parecía repudiar a todos los extranjeros.

—Estoy segura de que tiene que ver con el cristal núcleo que tú has robado y la sequía de Gewër. —La bruja pensó en voz alta—. Una vez que todo sea resuelto, devolverás el cristal núcleo a donde pertenece, y no arriesgarás más la vida de tu gente, ¿no es así?

Zéphyrine no quiso ser tan histriónica, pero de manera inevitable se le escapó una carcajada.

—No crees eso de verdad, ¿o sí? —preguntó entre risas—. Cortemos ya con eso de «mi gente» y «mi hogar», que las dos sabemos que no es así como funciona para nosotras...

—¿Es tan fácil para ti condenar la vida de personas inocentes solo porque decidiste ser una marginada? —Soltó Galathéia con rabia, en tanto apretaba el puño en el que sostenía las poleas de Phoellie.

Zéphyrine sonrió. Hacer caer en la trampa a la guardiana fue de lo más sencillo.

—No, lo fácil sería poner cara de niña buena frente a todo el mundo para dar lástima y conseguir una vida de ensueño sin hacer ¡absolutamente nada! —espetó, apuntándola—. ¡Lo has hecho con todos!, con la Reina Talith, con Lyn, con tus compañeros de la Primera Guardia, y sobre todo con tu noviecito Elyon...

—¿Todo esto es por Elyon? —inquirió la guardiana al escucharla, pero la pregunta causó una sensación de extrañeza y repulsión en la bruja.

—Hay un límite entre la ingenuidad y la estupidez, y lo estás cruzando ahora mismo...

¡Ga-akhé!, creo que ya llegamos —interrumpió Andrómeda, apuntando a una casa de caliza con muchas plantas decorándola en medio del desierto.

Por suerte, fue suficiente para hacer que Galathéia y Zéphyrine tomaran cierta distancia entre la otra, aunque en sus miradas podía notar que querían seguir discutiendo.

—Tú y tu bestia alada se quedan aquí afuera, no están invitadas —demandó al ver que Andrómeda tenía razón.

Y Galathéia no se negó, más que nada porque no quería seguir viéndola. Aun así, había algo que sentía tan curioso dentro de todo lo sucedido...

—Pensé que estarías sorprendida de verme. —Soltó, con una pizca de decepción en su voz. Ella misma sabía que tuvo mucha suerte de seguir con vida luego de lo que pasó la primera vez que fue tras ella, y se imaginaba que Zéphyrine también la daba por muerta.

La bruja se preguntó en sus adentros si de verdad hizo tan buen trabajo ocultando la sorpresa, y que todavía pensaba que estaba dentro de una pesadilla. Sin embargo, fingió despreocupación, a la vez que sacudía un poco su hombro.

—Algo me decía que no iba a ser tan fácil librarme de ti, Galathéia de Wölcenn...

***

Ahree de Gewër siempre estuvo consciente de las palabras de su pueblo, del odio en sus miradas. De la mentira en la que ellos creían.

Creyó que al empuñar la daga y clavarla en el monstruo que atormentaba a todos sus compañeros, acabaría con la pesadilla en la que estaban atrapados, pero aquello fue solo el comienzo.

En un principio, no debía haber sobrevivido, y tampoco quería hacerlo. Su vida le parecía un precio muy pequeño para el enorme favor que le hacía a Gewër y a los guardianes, pero Cælum insistió en que la única forma de que se salvara, era usando una vez más el cristal núcleo para sanarse de la enfermedad que lo corroía, y para ello, la corona debía ser suya.

La primera mentira fue que lo había hecho todo por ambición.

La segunda, fue que era el único culpable de que el reino agonizara.

La tercera... la tercera era él, Cælum.

No terminaban de disiparse los rumores que lo acusaban de regicida, cuando una amenaza extranjera llegó desde altamar, y a pesar de que era su oportunidad de demostrarle a Gewër que podía ser el rey que merecían y enfrentar a esos invasores, todavía estaba muy débil y enfermo.

Antes de que las voces del desierto le reclamaran lo patético que estaba siendo, Cælum tomó su posición.

Fue la primera vez que la ya reducida Primera Guardia de aquel entonces de Gewër se colocaban cascos de guerra y empuñaban sus armas sin intención de entrenar, pues esta vez la amenaza era real. Y aun sin ninguna experiencia, resultó que el guardián rubio era imparable en la batalla.

Sus estrategias, por más cuestionables que fueron, le dieron gran ventaja a su reino, pero también, acabó con la vida de muchos de sus compañeros. Al final, un número muy pequeño de esos piratas consiguieron huir, con la lección aprendida de que, tal como rezaba el lema de la nación de la arena, su acero prevalecería.

Al volver al palacio, algunas voces llamaban en secreto al guardián «el demonio del desierto», por su nula piedad con sus enemigos. Pero todos lo aclamaron en alto como un héroe, y para Ahree, que solo rogaba cada instante por su regreso, escuchar los vítores que lo aclamaban, era más de lo que podía agradecer.

Con la sonrisa de ilusión más grande, Cælum solo se quitó el casco y lanzó su arma en el momento en que llegó al palacio, y corrió a los brazos de su rey. Durante la separación no habían dejado de pensar en el otro, pero Ahree tuvo bastante tiempo para ser reflexivo sobre su situación, y antes de que el rubio reclamara el primer beso de reencuentro, él lo soltó y se alejó un poco, en tanto observaba a los lados, en busca de miradas curiosas.

Cælum demoró en procesarlo, al tiempo en que sentía su corazón romperse, lo cual era bastante irónico, porque durante la batalla no se llevó ni un rasguño como fisura.

Quería preguntar, ¿pero cómo hacerlo?

—¿Algo... ha cambiado? —inquirió con la voz quebrándosele.

El héroe de Gewër tenía una enorme debilidad, y no era exagerado pensar que moriría si Ahree le abandonaba. No tenía otra razón por la que quisiera seguir existiendo, luego de tanto dolor.

En silencio, Ahree lo atrajo a las columnas del palacio, donde les resultaría más fácil ocultarse, pero Cælum ya no podía aguantar tanto suspenso.

—Nada ha cambiado —afirmó el rey como si se tratara de un juramento, mirándole a los ojos. No podría aguantar por más tiempo demostrarle lo feliz que estaba de verlo regresar.

—¿Y entonces...?

Cælum quería creerle, pero todavía notaba un atisbo de duda en su expresión, y Ahree procedió a explicarle todo lo que había escuchado y pensado sobre su situación con el pueblo. A aquellas alturas, sacar la verdad era inútil, y debido a que todos los integrantes de la Primera Guardia habían fallecido o desaparecido, no creían correcto humillar sus memorias sin sus permisos. Mantendrían el secreto por ellos.

Ahree podría vivir con el odio de su gente. Después de todo, que Cælum supiera la verdad, era lo único que le bastaba, pero Cælum ahora era un héroe, y al contrario que él, su nombre era pronunciado con orgullo luego de su hazaña. Por mucho que le doliera pensarlo, no iba a verse bien que los dos estuvieran juntos de esa forma.

Además, si el guardián mantenía en alto su reputación, la gente se olvidaría durante un tiempo de la sequía que los consumía, hasta encontrar una solución.

Él comprendía todo, pero había algo que todavía le daba dudas:

—¿Entonces vamos a separarnos por lo que dirá la gente...? —preguntó dolido. No le importaba mantener aquel ridículo sobrenombre que le pusieron, y estaba seguro de que si hubieran visto todo lo que hizo, sentirían miedo de tenerlo entre ellos.

—¡No vamos a separarnos! —insistió Ahree, pero sabía que lo que estaba por pedir tampoco era cosa fácil.

Un secreto. Uno más entre todos los que ya guardaban.

Un secreto, como si lo que tenían fuera algo malo.

Cælum pensó que si después de tanto tiempo, todavía le quedaba dignidad, lo mejor sería negarse, y dejarlo primero, y aun así...

Él mismo estaba sorprendido de verse aceptando. Tal vez porque quería creer que era verdad que nada cambiaría entre ellos, y si era la única forma de estar a su lado, aunque fuera en silencio, entonces estaría bien.

Lo que no aceptaría, era que su pueblo odiara a Ahree. Sin importar cuántos fueran, él era capaz de hacer sus vidas miserables si se le oponían. Podía ser llamado un héroe, pero si estaban en contra de lo que más amaba, se convertiría en su peor enemigo.

No obstante, Ahree hablaba en serio cuando decía querer buscar una solución para el cristal agonizante de su reino.

En pasos muy lentos, y con duda, se acercó al cuarzo rojo gigante, casi opaco, como cuando lo buscó para hacer su primer vínculo.

Quizás eso era todo lo que bastaba. Un vínculo de un monarca preparado y puro, sería más que suficiente para devolverle la vida a Gewër, pero él ya había pecado, sin importar cuáles fueron sus intenciones detrás.

Respiró profundo, nervioso. Todavía seguía débil, sin importar cuántas infusiones de aquella flor mágica tomara, y la primera y única vez que trató de vincularse con el cristal, bastó un parpadeo para darse cuenta del daño que le haría a su reino si lo usaba para sanarse por completo.

Pero solo quería hacer un vínculo, nada más.

La palma de su mano tocó con delicadeza el objeto, y a pesar de que siguió las instrucciones que aprendió cuando era candidato a guardián en su niñez, no había sucedido nada. El cristal lo rechazó.

Incluso su deber más grande como rey, era una mentira.

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