Dieciocho
Advertencia de contenido: Insinuación de abuso a menores. No es explícito, pero considero muy importante avisar antes de seguir con el capítulo. Pueden saltarse hasta el siguiente salto de escena, no es necesario leer el capítulo completo. Les quiero mucho :((
***
Cælum y Dara todavía eran muy jóvenes cuando Ahree, el último candidato a la Primera Guardia, llegó al palacio.
Algo que jamás olvidarían, era que su rey solía compensar a sus favoritos con frutas. No lo necesitaban, pero se deleitaban probándolas, y era así como ambos estaban compartiendo lugar en una mesita, sentados en el suelo.
—Oye, se ha entrado una serpiente... —Dara apuntó detrás de Cælum, y en lo que el chico se volteó, ella aprovechó para llevarse un racimo de uvas del lado de su compañero.
—¡Eso es mío! —espetó él al ver que fue engañado, y un instante después, se abalanzó contra ella con fuerza—. Devuélvelo ahora o juro que te mato, Dara.
—¡Quítate ya, idiota! —reclamó la chica, tratando de apartarlo. Realmente no hacía falta mucho para hacer que Cælum eligiera la violencia.
Sin embargo, en el momento en que escucharon un carraspeo grave, ambos niños se recompusieron, sentándose juntos como si fueran los mejores amigos del mundo.
—¿Sí, su Majestad? —preguntaron al unísono. Si los regañaban, ya estaban planeando una serie de excusas para echarle la culpa al otro.
Algo que les extrañó, fue que al lado del Rey Silas, se encontraba un chico que nunca antes habían visto en el palacio.
—Denle la bienvenida a Ahree, será su nuevo compañero —anunció con orgullo, y el chico saludó con la mano a ambos chicos, con una enorme sonrisa en su rostro.
—Es un gusto unirme como candidato a guardián del reino, prometo entregarle todo mi valor a Gewër. —Con voz suave, pero animada, se presentó el pelinegro.
A Cælum no le pudo dar más lástima, ¿en cuánto tiempo aquel semblante se marchitaría? Le parecía que era todavía un recién llegado que no debía saber gran cosa del mundo. Pobrecito.
Esbozó una sonrisa ladina, mientras lo miraba altivo, acercándose.
—Bienvenido al abismo, Ahree.
Se olvidó por completo de las frutas, y se fue en dirección a su habitación. El Rey Silas había encontrado un nuevo juguete, y al menos, eso le daba más tiempo a él y a sus compañeros de sobrevivir la pesadilla.
Antes no era tan cruel, pero no tenía otra opción. Si quería seguir viviendo, debía sacrificar a sus compañeros, y ya algunos enfermaban o elegían morir al ver que no había escapatoria.
Lejos de los muros del palacio, no tenía idea de lo que la gente de Gewër escuchaba, de qué mentiras creían para aceptar que guardianes tan jóvenes murieran tan pronto. Claro que tenían un entrenamiento muy pesado, pero no se rendirían por unos golpes o caídas. La Primera Guardia no existía, tan solo guardias regulares que cumplían con funciones menores, y un grupo de líderes para cada región, quienes no tenían ni idea de los secretos del monstruo que ocupaba la corona.
Estaban indefensos.
Pero tal vez no estaba tan mal. Su rey les dio un hogar, los recompensaba con comidas, aunque no la necesitaran, y llevaban esos brazaletes dorados con orgullo, porque fuera del palacio, era un símbolo de grandeza y fortuna.
Incluso, el Rey Silas organizó un banquete para darle la bienvenida al chico nuevo, y todos estaban reunidos, conversando entre ellos y comiendo.
—¿Qué don creen que tenga? —preguntó Mehr por lo bajo, mirando al chico que estaba muy cerca de su rey.
—A su Majestad no le importan los dones, tan solo cómo lucimos —respondió Dara, mientras se estiraba para tomar más frutas.
—Pues sí está lindo... —murmuró Aübe muy bajito.
Cælum volteó para mirar a Ahree de soslayo, y chasqueó la lengua con indiferencia.
—Tampoco es para tanto...
—Ahree, ¿te gustaría acompañarme a mis aposentos para enseñarte más acerca del cristal núcleo y tu tarea como futuro guardián?
Al instante, Cælum empujó con su mano su plato de frutas, tirándolo al suelo y causando mucho ruido.
Empezó a temblar, pero ni él mismo supo si era de rabia o terror.
—¿Qué estás haciendo, idiota? ¡Discúlpate! —susurró Dara entre dientes, aterrada también por lo que pudiera suceder con ella y sus compañeros.
Apretando su puño, Cælum se negaba a devolverle la mirada a su rey, y sabía que esos malditos ojos azules lo observaban.
Maldijo todo en su mente. Al Rey Silas, al pueblo de Gewër, a sí mismo por haber nacido, a su suerte y su ingenuidad al pensar que lo tendría todo como guardián, y a Ahree. Le parecía muy injusto que aquel chico recién había puesto un pie en el palacio, y ya tan pronto él arruinaría su vida.
Al menos, podría decirse que moriría haciendo una buena acción.
—¿Te ocurre algo, Cælum?
Su voz era seca, no había preocupación en sus palabras, y más sonaban a una amenaza.
El chico negó rápido con la cabeza, y respiró profundo, antes de obligarse a devolverle la mirada. Aunque aún temblaba, trató de lucir atrayente.
—Me prometió que me enseñaría a usar la cimitarra correctamente. Mi postura todavía no es buena, esperaba que pudiera ayudarme con eso... —murmuró con una pequeña sonrisa.
—¿Lo hice?
—Así es, su Majestad —insistió una vez más.
—Cælum, ¿estás celoso? —Lo sintió acercarse a él, colocando su mano sobre la suya, y él todavía temblaba...
Maldijo también haber comido tantas frutas, porque tenía ganas de vomitar.
—Puede que sí... —respondió con la voz entrecortada.
Odió tanto escucharlo reír...
—Está bien, puedes venir a verme —susurró, antes de dirigirse al resto de sus pequeños guardianes—. Terminen lo que queda, espero que les haya gustado.
—Sí, su Majestad —replicaron al unísono, viéndolo irse.
Esperaron un largo rato en silencio, mientras Cælum miraba al vacío y ansiaba ser tragado por la arena del desierto.
—Cælum, ¿estás bien? —preguntó Aübe muy bajito, temiendo aún que su rey los escuchara.
El rubio se obligó una vez más a asentir.
—Voy a estar bien —mintió con voz firme, porque no necesitaba la lástima de sus compañeros.
Retirándose de su puesto, ni siquiera miró al confundido Ahree, que solo creía que la actitud del chico se debía a que era muy competitivo. Al fin y al cabo, allí todos soñaban con poder ser el siguiente monarca. No se dejaría intimidar por él.
***
Dara de Gewër se había prometido jamás regresar a aquel maldito lugar, que aunque lucía de lo más majestuoso, su fachada todavía le revolvía el estómago y le causaba terror. La única razón por la que no daba marcha atrás, era por Mira y Zaniah.
Solo bastó con mostrar su brazalete a los guardias para que entendieran que no era una simple visitante, y que debían ir por Cælum lo más pronto posible. Este, al enterarse de su presencia, pensó que las sorpresas le llegaban una tras otra.
—No puedo creer que sigas con vida... —murmuró con asombro—. Supongo que ya no soy el único guardián que queda.
—Ya no soy guardiana, lo sabes —respondió en voz baja, observando la entrada del palacio, intimidada—. Por favor, no quiero entrar. Te prometo que no demoraré demasiado... —juró, y Cælum lo entendió, y la invitó a sentarse al pie de la escalera. De niños, era un lugar que compartían con el resto de sus compañeros, disfrutando mirar a lo lejos una libertad que jamás les pertenecería.
—¿En dónde has estado viviendo?
—En muchos lados —contestó la mujer, de forma escueta—. Es complicado cuando debes buscar agua...
Cælum la miró de soslayo, esperando que aquel no fuera en verdad el motivo de su visita, y decidió ignorarla.
—Es un poco tarde, pero sé que ahora eres todo un héroe, Cælum. Lo hiciste bien durante esa invasión.
—Mehr también lo hizo bien —afirmó el chico, cortante. No le recriminaba a Dara su decisión de irse de la guardia, pero no tenía derecho alguno a hablar sobre la invasión cuando no había hecho nada. Ella no estuvo para despedir a sus compañeros restantes.
La chica asintió, mientras exhalaba un largo suspiro.
—¿Ahree está bien?
«Sí, pero no gracias a ti», Cælum deseó responder, pero se limitó a asentir con la cabeza. Ambos sabían que era la reunión de reencuentro más incómoda de la historia.
Dara supo que lo mejor era ir al punto.
—Como mencioné antes, he estado en muchos lados, y escucho a la gente. Ya sabes cómo corren los rumores en los tres reinos, y solo vine a decirte que si necesitas mi ayuda en algo, estaré de tu lado...
Quizás no era su mejor frase, porque solo bastaba una breve mirada al pasado para reconocer que jamás concordó en lo más mínimo con Cælum, y nunca temió en decírselo, pero según ella, no era su culpa que él tomara decisiones tan impulsivas.
—¿Y qué es lo que dice la gente? —inquirió el chico en tono oscuro, casi de amenaza. Era la respuesta que quería escuchar de él.
—Que Gewër se muere. Que a Ahree no le importa, y que aunque fuiste un héroe, no tienes el control de nada. Que lo mejor es huir antes de que se desmorone todo, y pedir ayuda...
—¿Pedir ayuda a quién?
—A amigos o enemigos. A quién sea que escuche...
Una pequeña sonrisa maliciosa se asomó en el rostro del guardián. Si de verdad pensaban que tendrían escapatoria, no irían a ningún lado. Los traidores debían ser aleccionados cuanto antes.
—Ya veo... —respondió como si no le importara—. Si eso es todo, puedes irte. Buena suerte con tu vida.
Habiendo dado por hecha su tarea, Dara pensó en aceptar la despedida, pero al levantarse y mirar una vez más esa terrorífica fachada, volvió a temblar.
—En serio, ¿cómo lo haces? —inquirió casi en tono de asco—. ¿Cómo tú y Ahree soportan vivir en este lugar luego de lo que pasó? ¿No les llega ningún recuerdo acaso? Pensé que eras el más afectado de todos...
Cælum sintió odiarla con todas sus fuerzas, porque podía aceptar dudas y recriminaciones de cualquiera que no supiera la verdad, pero ella la había vivido tanto como él.
—¿Por qué llevas el brazalete? —inquirió, arqueando una ceja—. ¿No es lo mismo? ¿Por qué has aceptado siempre sus regalos, y aún los llevas con orgullo?
Sabía lo bajo que era hacer exactamente lo mismo, pero quería cerrarle la boca.
—Estar en la Primera Guardia es símbolo de orgullo... —Trató de responder ella en un tartamudeo, aunque Cælum ya le había dado la espalda para entrar al palacio.
—Hasta nunca, Dara. Espero que en todo este tiempo, hayas conseguido olvidar aunque sea un poco...
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