Cuarenta y ocho
«A su Majestad:
Reconozco que no ha pasado tanto tiempo desde la última vez que nos hemos visto, pero tuve el deseo de informarle de algunas buenas noticias, que sé que resultarán también de su agrado.
Afortunadamente, el cristal núcleo de mi reino ha regresado a su hogar, y ha vuelto a adaptarse a este con mayor facilidad de la que me supuse. Puedo afirmar con absoluta certeza que Wölcenn está a salvo, aunque procuro hacer vínculos con constancia para asegurarme de que todo esté en orden.
Me gustaría mucho que pudiera verlo por sí mismo, ya que esto ha sido solo gracias a usted, y de la misma forma en que me recibió en su reino, recibirle, pero sé que no será posible.
Tal vez se deba a que pase mucho tiempo lejos de casa, pero al volver, e incluso ahora, siento extrañas algunas cosas que estuvieron delante de mí siempre. Puede ser que el conocer nuevos lugares, me haya hecho mirar mi propio hogar con otros ojos.
No obstante, debo confesar que nada se iguala a su reino, y hasta el momento, sigue sorprendiéndome todo lo que conocí gracias a usted.
Aunque quizás, más que el reino, me gusta mucho más el rey que lo rige.
Acepto que el motivo de esta misiva es tan solo una excusa muy débil para romper mis propias promesas, y espero que en cuanto la recibas y veas que se trata de mí, te deshagas de ella sin abrirla siquiera.
Solo pretendo desahogarme, porque incluso si duele más, no voy a hacer el menor intento de olvidarte. Aun si te sentí mío por muy poco tiempo, te aseguro que jamás fui tan feliz.
̶E̶s̶p̶e̶r̶o̶ ̶q̶u̶e̶ ̶l̶l̶e̶g̶u̶e̶s̶ ̶a̶ ̶s̶e̶n̶t̶i̶r̶ ̶l̶a̶ ̶m̶i̶s̶m̶a̶ ̶f̶e̶l̶i̶c̶i̶d̶a̶d̶ ̶c̶o̶n̶ ̶a̶l̶g̶u̶i̶e̶n̶ ̶q̶u̶e̶ ̶e̶n̶ ̶v̶e̶r̶d̶a̶d̶ ̶t̶e̶ ̶m̶e̶r̶e̶z̶c̶a̶.̶ ̶
Me alegra haberte conocido, aunque siento que mi llegada a tu vida solo te dio problemas.
Yo siempre seré tuyo,
Lyn.»
El capitán no tuvo algo como un «primer pensamiento» acerca de la misiva que acababa de leer. Durante un largo tiempo, permaneció en blanco, y cuando intentó reaccionar, lo primero que hizo, fue leer la carta de nuevo, desde el principio.
Y volvió a releerla, una y otra vez.
La hoja desprendía cierto perfume familiar de flores que reconocía solo en Lyn, por lo que podía asegurarse de su autenticidad.
Y más allá de eso, no entendía nada más. No podía pensar en nada más.
En el tiempo que había pasado, regresó a su reino anunciando la victoria, pero muy pocos deseos tenía de celebrarla.
Decidió ocuparse de su trabajo, enfrascándose en ello para no pensar más en lo que le dolía. Si se era honesto, no tenía en mente olvidarlo, al menos no por ese momento. Pero sabía que tenía que hacerlo pronto, por más que la idea le hiriera, y de repente, un ave gigante muy parecida a Phoellie había arribado en el puerto como si nada, con una nota sujetada a su pata.
Solo le bastó el ver su sello para sentir su piel estremecerse, y al leer su remitente, no esperó más y se adentró al palacio para poder leerla.
Al final, no tenía ni idea de qué hacer con la carta. ¿Destrozarla? ¿Quemarla? Ni siquiera se atrevía a arrugarla en su mano por más que quería, y acabó por guardarla en el bolsillo de su saco.
Regresó al puerto tan rápido como pudo, solo para asegurarse de que el ave seguía allí, y reconoció que a diferencia de la lechuza agresiva, el búho aegolius apenas parecía reparar en los piratas a su alrededor que lo vigilaban, por más desconocidos que fueran. Tenía un comportamiento demasiado apacible, del tipo que no tenía problemas con nada ni nadie en lo absoluto.
—¡Capitán! —Lo llamó Andrómeda mientras acariciaba el plumaje del búho—. Su nombre es Astrea, y dijo que le costó bastante encontrar la isla, por lo que le pedí que se quedara a descansar un poco, si no le molesta...
Sabía que con todo lo sucedido, tener huéspedes de Wölcenn debía estar más que prohibido, pero su rey no iba a negarle el cuidar de un animal, incluso si no era de su reino.
Este asintió leve, sin responder, y se acercó al mirador, dejando reposar sus brazos sobre la baranda. Miraba el horizonte como un límite exacto hasta donde sus ojos tenían permiso de apreciar, porque por nada del mundo quería observar el cielo.
—Anda, cuenta —dijo Nashi a su lado, apoyando su espalda contra la baranda. Ni siquiera había sido necesario que aceptara una apuesta a Wayra para animarse a preguntar, pues al igual que todos sus compañeros, tenía curiosidad sobre la carta, pero habría preferido que le dijera a su tiempo.
En silencio, Marseus le entregó la carta, lo cual fue mucho mejor respuesta de lo que esperaba, y se dispuso a leerla pronto.
Solo que tenía que hacer un enorme esfuerzo por no girar los ojos, soltar risas de ironía en alto, y al final, no destrozar y quemar cada pedazo restante de la misiva como si a él le indignara más que al propio Marseus.
—Dime que no crees nada de esta basura, por favor...
Pero su amigo no emitió respuesta alguna, y aunque no lo estaba viendo, sabía que se encontraba cabizbajo mirando el mar. No era como si no llevara ya mucho tiempo haciendo lo mismo.
—Haz lo que quieras con eso, a mí no me sirve de nada... —murmuró como si le pesara cada palabra pronunciada, pero no podía decirlo más en serio.
—¿Ah? —inquirió el primer oficial con sorpresa. A pesar de que tuviera el permiso de deshacerse de la carta, no sentía que fuera correcto hacerlo.
—Solo quería una respuesta, y él jamás me la dio.
Nashi no tenía que releer la carta, y tampoco hacía falta que su amigo le volviera a contar sobre la última despedida del Rey de Wölcenn, para entender que por sobre todas las cosas, Lyn sentía culpa, y de por sí odiaba la idea de empatizar con él.
Tal vez tenía razón, y lo mejor era apartarse, pero lo que se le hacía imperdonable, era haber aceptado primero los sentimientos de Marseus para luego echarse atrás de esa forma. Y sin embargo, no diría nada.
—¿Y qué respuesta se supone que quieres? —Rygel se acercó a ellos, y del mismo modo, Nashi podía asegurar que todos sus compañeros estaban muy cerca al tanto de la noticia—. «Lo siento, pero no me gusta cómo besas y por eso te dejaré plantado como si nada para seguir haciéndole ojitos a mi guardián de lindos hoyuelos y ojos azules allá arriba en Wölcenn». Listo, esa es tu respuesta...
Nashi aprovechó y le quitó la libreta de bocetos que tenía en sus manos, y golpeó con esta en su cabeza.
—¡Oye! —reclamó el rubio, recuperando la libreta—. Ya que estamos, sobre la carta... ¿no había nada más...?
Reconocía que debía ser más específico, pero ni él mismo quería saber qué quiso decir con eso.
—¿Nada más qué? —respondió Nashi.
—No sé. Otra carta, o alguna mención...
Decidió que lo mejor era cerrar la boca en ese instante. Al fin y al cabo, tan importante no era.
—¿Mención de qué, idiota?
—Ya nada, mejor olvídalo —masculló el cartógrafo, y se acercó más a Marseus, pensando en que molestarlo tenía su gracia—. ¿Y entonces qué harás? ¿Te irás a Wölcenn a seguirle rogando que te dé su amor como si a él le significaras algo?
—Si no tienes trabajo que hacer, ¿qué haces aquí? —reclamó Nashi, a punto de mandarlo a dibujar mapas de la isla tan solo para hacer que dejara de molestar.
Rygel se encogió de hombros.
—Ustedes son mi medio de entretenimiento.
Marseus no lo quería admitir en voz alta, pero quizás, la idea de Rygel no era mala del todo.
Leer esa maldita carta solo le había dejado más dudas que respuestas, y quería ponerle fin a todo ello de una vez.
—Nashi, hazte cargo y cuida todo por mí —decidió, yendo de regreso con Andrómeda, que seguía cuidando del enorme y tierno búho que descansaba en su reino.
Respiró profundo, y aprovechó que unos marineros cerca estaban desembarcando algunas cajas, para alzar la voz.
—Sostengan a ese animal y no permitan que escape.
Astrea entendió muy bien lo que dijo, y aunque se puso en alerta y trató de aletear en el instante en que sus patas fueron sujetadas, y Andrómeda lo abrazaba con fuerza para calmarlo.
—¿Qué rayos pretende hacer?
—Dile que vuelva al reino de donde vino, y que ni se le ocurra intentar nada extraño, o será comida de tiburones.
—¡Capitán! —exclamó la bruja—. ¿Se ha vuelto loco?
No era una pregunta que Marseus quisiera responder en realidad, pero el hecho de que intentara montar el lomo de un ave gigantesca con la misma facilidad con la que lo hacían sus aliados en Wölcenn, quizás podía confirmarlo.
—Astrea dice que no es una buena idea, y yo también lo pienso. No creo que deba advertirle lo que le sucederá si intenta subir hasta el Reino de las nubes.
Era la parte más riesgosa de su desquiciada idea, y no estaba seguro de que lo valiera del todo.
—Dile que me lleve directo al palacio de Wölcenn —indicó a su bruja, quien desesperada al ver que no conseguiría hacerlo cambiar de opinión, obedeció la orden y le suplicó a Astrea que no había nada que temer, y que lo llevara a salvo hasta el palacio de Wölcenn, donde de seguro, habría alguien que pudiera ayudarlo con un vínculo.
Le desesperaba el hecho de que los que no fueran como ella dependieran tanto de los vínculos. Incluso, sin un vínculo, los animales que estaban por servir a personas, difícilmente accedían a confiar en ellas. Era una especie de intercambio que requerían, e incluso el tranquilo Astrea no se sentía a gusto sin conocer bien a la persona que estaba por usarlo, por mucho que Andrómeda intentara convencerlo.
—¡Marseus! Lo que sea que estés por hacer, créeme que no valdrá la pena —le espetó Nashi antes de que partiera.
No obstante, el capitán suspiró, y se encogió un poquito de hombros.
—Eso no lo sé aún...
Y en poco tiempo, Andrómeda y Nashi quedaron solos, con la misma idea en mente:
«Nuestro rey es un gran idiota...»
—Espero jamás enamorarme... —murmuró Andrómeda, temiendo bastante por el capitán.
—No te lo recomiendo —replicó Nashi.
—De todos modos, es porque los conozco a ustedes, que creo que mis estándares son muy altos, ¿sabes? Es que ya conozco todos los tipos de idiotas en el mundo, así que va a ser difícil que caiga...
El primer oficial contuvo apenas una sonrisa, y ante todo el temor que sentía por su capitán y mejor amigo, al menos tenía la tranquilidad de saber que la menor de su tripulación era una chica realmente lista.
—Más le vale a ese tonto volver pronto, porque no pienso discutir con estos idiotas para elegir un nuevo rey... —suspiró, acompañando a la bruja de regreso al palacio.
***
Astrea se sentía raptado, humillado, y seriamente tentado a deshacerse de su captor en el camino.
Apenas había terminado su entrenamiento como ave de la guardia, y no podía ser más feliz por su nuevo cargo. ¡Tendría la oportunidad de conocer los Tres Reinos y cumplir grandes misiones!
Y entonces, el mismísimo rey le había dado su primera misión, y sintió que perdería todas sus plumas de la emoción. Prometió que entregaría esa carta sin importar cuánto tiempo le llevara encontrar la Isla de Wækas, ¡y pudo verla con sus mismos ojos!
Al aterrizar, a pesar de haber llamado la atención, todo parecía ir bien, e incluso, la bruja del reino fue muy amable y linda con él. Pensaba en que después de descansar, podría regresar a su hogar anunciando que cumplió con éxito, y ser halagado por su rey, ¡pensó en contárselo a todos sus compañeros en la granja de Isla Blæcern!
Todo era perfecto, ¡hasta que ese pirata lo atrapó y lo obligaba a llevarlo a su hogar!
¿Qué se supone que le diría a su Majestad cuando lo viera regresar así? ¡Su carrera estaba arruinada cuando apenas había iniciado!
No, no, no.
No podía permitirlo.
Y no supo cómo no se le ocurrió antes. El pirata no podría sobrevivir gran cosa conteniendo la respiración en Wölcenn.
Decidió volver a portarse tranquila, y con un vuelo muy calmado pero rápido, lo condujo a su hogar con la intención de dar todas las vueltas posibles hasta asegurarse de que estuviera muerto. ¡Se convertiría en un héroe!
Lo que Astrea no sabía, era que incluso si el pirata no tuviera la menor idea de sus intenciones homicidas, tenía un mapa lo suficientemente detallado del Reino de las nubes, y al llegar a este, solo le bastó revisarlo para poder conducirlo en contra de su voluntad a donde quería.
No, no, no.
Estaba guiando a su enemigo a su propio reino, ¡no se imaginaba la decepción que sentiría su Majestad por ello!
No había imaginado tampoco lo crueles que serían las personas en los tres reinos. Ojalá su Majestad supiera perdonarle.
Tampoco es que Marseus lo tuviera tan fácil. Apenas había alcanzado a tomar aire, y contener la respiración, mientras leía un mapa y trataba de conducir a un búho que parecía que se echaría a llorar en cualquier momento, iba mucho más allá de lo que sus capacidades le permitían.
Trató de pensar que era como nadar en lo profundo del océano, pero mucho más difícil.
Como sea, ya podía ver la isla principal. Estaba seguro de que lo era porque se veía enorme, y el que debía ser el palacio de Wölcenn era de lo más inmenso y majestuoso.
Pero no podía añadir «admirar el paisaje» a su lista de actividades simultáneas, por lo que obligó a Astrea a acelerar en dirección a la entrada del castillo.
Astrea quiso retroceder en cuanto aterrizó, porque había divisado a su Majestad hablando con la guardiana Vega.
No, no, no.
Su vida como ave gigante de la guardia ya estaba arruinada.
—¡Lyn, mira! —Vega alcanzó a divisar al búho tratando de alcanzar con su cabeza a su pasajero para picotearlo. Todavía podía salvar su reputación y la de los búhos que se entrenaban para ayudar a la Primera Guardia.
Ambos, extrañados, se dirigieron a la salida del castillo, y Lyn abrió sus ojos con sorpresa cuando vio quién era el pasajero del búho que había enviado en su misión.
No sabía si era real, o solo la añoranza volviéndolo loco, pero ni siquiera lo pensó de nuevo cuando avanzó a él a prisa, y lo tomó de la camisa con fuerza, arrebatándole el poquísimo aire que le quedaba con un beso.
Era extraño cómo aquello le bastara al capitán para poder respirar de nuevo, y no sabía si lo que necesitaba realmente era el vínculo, o a él.
Ni siquiera alcanzó a cerrar los ojos, cuando Lyn se separó.
—¿Qué haces aquí? —inquirió el rey aún sorprendido—. ¡Pudiste morir!
Marseus no podía responder porque el solo hecho de verlo le dejaba la mente en blanco, y no sabía en qué pensaba Lyn tampoco, pero parecía que lo miraba con una mezcla de tristeza y anhelo. El rey no aguantó ni un poco más, y volvió a presionar sus labios contra los suyos con mayor profundidad, al tiempo en que acariciaba su rostro con sus dedos.
Marseus tampoco quiso cerrar los ojos, porque más que deseos de corresponderle, solo sentía dolor.
¿Por qué lo hacía? Podía entender el primer vínculo, pero no ese beso. ¿Por qué cada vez que creía saberlo todo sobre él, volvía a confundirlo?
Esta vez, fue él quien puso su mano en el rey para alejarlo, aunque Lyn no lo percibió, y en medio de su emoción, se dirigió a Astrea.
—¿Tú lo trajiste? —preguntó, y decidió dejar un pequeño beso sobre la cabeza del búho—. Muchas gracias por tu servicio, Astrea. Sabía que podía confiar en ti...
Astrea no podía entenderlo. ¿Su Majestad estaba agradecido y feliz? ¿Conservaba aún su cargo a pesar del desastre sucedido?
Sea lo que fuera, no iba a desaprovechar la oportunidad, y en aleteos de felicidad, voló de regreso a su hogar en Isla Blæcern. Tenía mucho que contar al resto de aves.
—Es un gusto verle de nuevo, Majestad —saludó Vega, y acto seguido, jaló a Lyn del brazo hacia ella—. Escúchame bien, grandísimo idiota: no sé qué está pasando, pero es claro que el destino quiere darte otra oportunidad, así que más te vale que no lo arruines porque ni yo, ni nadie aquí piensa seguir aguantando tu cara de cachorro herido y tus suspiros lastimeros. ¡Haz las cosas bien por una maldita vez en tu vida!, y ni pienses que volverás a esa época en la que te tirabas todo lo que proyectaba sombra solo porque no podías tener a Elyon, y...
—¡Gracias, Vega!, ya entendí —decidió detenerla, consciente una vez más de que no estaba tan lejos del capitán, y que su tono de voz era muy alto.
—Bien, estaré con Azhryl... —decidió la guardiana, y se acercó más a su rey por última vez con una pequeña sonrisa—. Hazte un favor, y espero que le des un uso útil a ese trasero tan grande que tienes...
Lyn no pudo decir nada en cuanto ella lo dejó, más porque lo primero que se le había ocurrido responder, era que estaba completamente seguro de que no era tan grande. Le parecía muy promedio, pero no era como si él se fijara demasiado en eso. Sin embargo, al regresar hacia el capitán, se sintió muy nervioso y tímido, y apenas sabía por dónde empezar.
—¿Podría saber por qué estás aquí?
Ojalá el capitán también lo supiera...
Lo que sí sabía, en cambio, era la excusa que había estudiado durante el vuelo.
—Recibí tu carta... —explicó de manera escueta, pero fue suficiente para congelar a Lyn.
—Ah... ¿acaso la leíste?
El capitán asintió. Podía agregar que incluso recordaba cada palabra de tantas veces que la había leído, pero desde luego que no diría eso.
Lyn tragó en seco, más avergonzado que nunca. Incluso si Marseus llegaba a leer la carta, esperaba nunca tener que enfrentarlo, pero allí estaba enfrente suyo.
—Contaste muy buenas noticias —agregó el capitán—. Dijiste que esperabas que yo pudiera verlo, así que pensé que quería conocer también tu reino. Espero que su Majestad pueda retribuir la hospitalidad que yo le ofrecí...
El rey asintió enseguida, sin pensarlo.
—¡Por supuesto que sí!, solo acompáñame... —señaló con su mano que podían caminar a la par, mientras imaginaba cómo empezar el recorrido por el palacio de Wölcenn.
Pensó en silencio que no era el único que usaba la mínima excusa a su alcance para poder volver a saber del otro, y eso le daba una ilusión muy pequeña de que aún las cosas no se habían terminado para ambos.
No tardó en conducirlo al salón donde una vez más reposaba el cristal núcleo, y el solo verlo en su lugar, intacto, le invadió una sensación sobrecogedora.
Lyn de Wölcenn se esforzaba en tomar las decisiones apropiadas, y en verdad se preocupaba por dar a su reino lo que merecían, pero la labor que consideraba más importante de todas como monarca, aún le daba cierto temor.
Sin importar cuántas veces tuviera que hacer un vínculo con él, siempre le aterraba la idea de arruinarlo todo, a pesar de que sabía que estaba curado por completo de su fisura.
Observó el brillo dorado del cristal, y quería que Marseus supiera que si en ese momento estaba allí, era porque confiaba en él.
—Sé que no es tan hermoso como el de su reino, pero para mí, es mi mayor tesoro... —suspiró mientras tocaba con suavidad el objeto, intentando un vínculo—. Siempre pensé que había nacido con demasiada suerte solo por ser yo, y pensaba en alguna forma de retribuirlo al lugar que me lo dio todo, pero... no fue hasta el momento que supe el peso de cada ser aquí, que me di cuenta de que en verdad quería hacer mi mayor esfuerzo para que ellos se sintieran afortunados también.
Antes de separarse del cristal, miró a Marseus a la espera de que fuera el único que pudiera comprender lo que decía, y sabía bien que lo hacía.
Suspiró al terminar el vínculo, y se dirigió a su visita.
—¿Deseas conocer las islas, o seguimos el recorrido por el palacio? ¿A dónde quisieras ir?
—A tu habitación —respondió el rey pero al instante se arrepintió de su propia broma.
Lyn, en cambio, esbozó una sonrisa muy pequeña, tratando de ocultar lo feliz que le hacía que algunas cosas no cambiaran.
—Ven conmigo.
Y además de la orden, tomó de su muñeca para llevarlo de regreso al salón principal.
—Aún hay que hacer algunas reparaciones en los pisos superiores debido a los temblores que sufrió la isla, pero incluso yo mismo estoy sorprendido de que este lugar se mantuviera casi intacto —apreció Lyn mirando hacia arriba, donde parecía que los pisos del castillo se alzaban hacia el infinito, y Marseus también lo contempló con asombro. No le parecía tan extraño que un rey permitiera que todo su pueblo viviera a su lado con tanto espacio—. Me han pedido del teatro mi versión de la alianza y la guerra para hacer una obra al respecto, ¿puedes creerlo? —rio Lyn, a pesar de que hablar de ello le hacía sentir timidez. La atención exagerada le incomodaba, y si contaba su versión, sería muy difícil que pudiera ser visto como el héroe.
—¿Una obra de teatro? —inquirió el capitán al tiempo en que enarcaba una ceja, y no pudo evitarlo más tiempo, y se echó a reír.
—Lo sé... —respondió el rey también entre risas—. Prefiero que no, aunque me da curiosidad saber qué canciones saldrían de ello...
«Yo podría tocarte algunas...», quiso decir el capitán, pero no podía estar más agradecido de quedarse en silencio.
—Lo que sí tiene que haber, debe ser una gran fiesta —añadió el rey, sin la menor intención de ocultar lo mucho que amaba crear largas celebraciones en el palacio—. Si es posible, me encantaría que estuvieras. Todo el reino te amará sin duda alguna —sonrió, poco antes de bajar la mirada en un intento de ocultar lo nervioso que se sentía—. Además, creo que te debo un vals más apropiado.
Algo que jamás olvidaría, fue aquel baile que compartieron, por más desastroso que hubiera sido.
—¿Qué es un vals? —inquirió Marseus, queriendo saber a qué se refería Lyn con ello.
El rey pensó en las palabras indicadas para explicárselo, pero acabó extendiendo sus manos frente a él.
—Dame tus manos, por favor —pidió, y el capitán obedeció de una forma bastante cohibida.
Era extraño, pero debido a que todo el reino de las nubes era desconocido para él, parecía que en ese momento, era Lyn quien se mostraba más seguro de sí mismo, y él, en cambio, quien observaba todo con curiosidad y extrañeza.
Sin embargo, más que eso, lo que lo sorprendió fue que Lyn tomara su mano para ponerla sobre su cintura, y tomara la otra, como si estuvieran a punto de iniciar un baile.
—Confieso que no soy tan bueno en esto. Usualmente converso bastante para que mis parejas de baile no se percaten de ello —anunció Lyn con una sonrisita, una vez que tenían la posición adecuada para empezar—. En el vals, todo lo que importan son los giros, y bueno, estos cambian de acuerdo con la música, pero solo imagina que luego de tres vueltas hacia el norte, el ritmo cambie (o no sé cómo tú le llames), y luego hay que girar completo, y después a la dirección contraria. Prometo que esto tiene más sentido de lo que intento explicar...
A pesar de que Lyn se sentía muy tonto en ese momento, Marseus sonrió, y aceptando sus indicaciones, trató de moverse junto a él tan solo en giros hacia el norte tres veces.
—¿Realmente son tantos giros? —pensó con intriga.
—Sí. En realidad, no te recomiendo mirarme de frente porque podrías marearte —explicó mientras daba una vuelta completa, y desobedeció su propio consejo al quedar frente a frente con el capitán, mientras sentía que se le cortaba la respiración.
Continuaron otras tres vueltas en sentido contrario, y no tardaron en acoplarse a un ritmo que solo existía en la imaginación de ambos, con una sincronización tan perfecta, que por momentos los hacía reír.
—No lo hace nada mal, Majestad. Aprende muy rápido —contempló Lyn, al tiempo en que buscaba entrelazar sus dedos con los del capitán, y pegarse un poco más, sin quitarle la mirada de encima.
Y entonces, Marseus dejó de sonreír, y aunque quería alejarse, necesitaba más saber qué pensamiento se escondía tras la mirada del Rey de Wölcenn.
«Si eres tan mío como dices, ¿por qué elegiste irte?»
Todo había sido un error.
Aunque se lo rogara, Lyn no tenía la intención de dar ninguna respuesta, y con cada instante que le ofrecía su atención, acababa más confundido.
Soltó sus manos de repente, y se alejó con un pequeño paso.
—Puedes mandarme la invitación. Te prometo que intentaré llegar a tiempo —dijo, y no pudo evitar girar hacia la entrada abierta del palacio, y ver las nubes amontonarse en un cielo muy claro—. Debería irme antes de necesitar otro vínculo...
—Eso puede resolverse —declaró Lyn, tomando de su brazo para impulsarse hacia él, pero muy rápido, el capitán lo esquivó y trató de empujarlo con suavidad.
Tomó su mano, mientras miraba su rostro ansioso y confundido.
—Con esto me basta —dijo, permitiendo un vínculo mediante el tacto entre ambos.
En silencio, Lyn dejó que terminara el vínculo, y recuperó la compostura, avergonzado. ¿Era impresión suya, o parecía ser el único de los dos insistiendo?
No había pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron en Gewër, pero quizás, habría sido lo suficiente para que Marseus se olvidara de él.
Y ese pensamiento le hirió bastante, casi como una fisura.
Ya no sabía qué hacer, y estaba a nada de convertirse en presa de la ansiedad, pensando en lo olvidable que era.
—Aún puedo enseñarle otros lugares del reino, no hemos explorado las islas... —murmuró mientras lo evadía con la mirada.
Tenía el fuerte presentimiento de que todo estaba cerca de arruinarse, y no estaba nada listo para enfrentarlo.
—Creo que es mejor que ya me vaya...
—¿Tú quieres irte?
—Tal vez te sorprenda saberlo, pero entiendo un no por respuesta —aseguró Marseus con un suspiro, al tiempo en que se alejaba con un gran paso. Se sentía más seguro así.
Lyn, en cambio, parecía necesitar su propio tiempo para asimilar todo, pero no encontraba por dónde empezar para poner orden.
—Te ves confundido... —rio el capitán al verlo, pero se sentía tímido a la vez. No muchas veces enfrentaba un rechazo de aquella forma.
—Estoy confundido... —replicó Lyn con voz grave, y cabizbajo.
«Pensé que querías otra oportunidad...»
Estuvo a punto de pronunciarlo, hasta que se dio cuenta de lo absurdo y cínico que sonaba aquello.
—¿Entonces por qué estás aquí? —decidió preguntar.
Marseus ladeó la cabeza, incómodo, mientras guardaba sus manos en sus bolsillos.
—No tengo idea... —admitió—. Creo que pensé que si te veía una sola vez más, podría darle fin a todo esto, y no sé. Dejarte ir...
No sabía si aquella había sido la peor decisión, puesto que en cambio, se sentía más confundido que nunca, pero quería decirse a sí mismo que no era del todo su culpa.
Por más que lo intentaba, nunca sabía qué era lo que Lyn quería de él, porque usaba las palabras y las acciones adecuadas para tenerlo a sus pies y hacerle pensar que tenía una oportunidad, pero al final, siempre retrocedía y lo rechazaba.
—Entiendo... —murmuró Lyn muy bajito, con la cabeza agachada, diciéndose una y otra vez lo imbécil que había sido, y que no merecía menos que eso. Sin embargo, una parte le insistía en que quizás, podía aún salvar algo, incluso si era la peor idea que tenía—. No creo que importe ya, pero es una lástima. Había tantas cosas que me habría gustado hacer contigo... —suspiró de repente, como si fuera lo más casual que se le podía ocurrir decir.
Marseus pensó que Lyn bromeaba tan solo para amenizar el ambiente.
—¿Como qué cosas? —inquirió. No sabía si le estaba siguiendo el juego, o en verdad tenía curiosidad.
Era la respuesta que Lyn esperaba, y a la vez no, por lo que bajó la mirada con timidez, y puso sus manos detrás de su espalda.
—Confieso que me da un poco de vergüenza decirlas, pero se me da mejor demostrarlas en la práctica —murmuró con voz grave, acercándose más sin todavía corresponderle la mirada—. Pero entiendo si no es lo que deseas ya...
El primer deseo de Marseus, fue alejarse cuanto antes, sin pedir una explicación. Era su instinto más precavido, alertándolo de otro de sus posibles juegos, y él ya estaba muy cansado de eso.
No obstante, sentía su corazón latir con mayor rapidez, y se odió, porque como fuera, siempre terminaba cayendo...
—¿Estás jugando conmigo? —preguntó, exigiendo que lo mirara al responderle. Tomó de su muñeca para sentir su pulso, pero Lyn apretó aquella mano entre las suyas, y al mirarlo, una mezcla de vulnerabilidad y ansias destellaba en sus ojos.
—No, Marseus. De verdad deseo jugar contigo, pero debes aceptar el juego primero...
Apenas terminó de decirlo, fue interrumpido por los labios de Marseus tomando los suyos con fuerza, arrebatándole el aire en un solo instante.
Sin embargo, abrazó con mayor intensidad su cuerpo, y tomó el control de aquel beso como había estado ansiando hacer sin fingir que solo necesitaban de un vínculo para mantener a salvo al otro.
Realmente lo necesitaba. Cada suspiro suyo, cada roce de su boca, no tardaron en volverse una necesidad en la que deseaba consumirse, y de verdad moría de ganas de demostrarle cuánto lo había ansiado a solas y sin interrupciones.
Besó el espacio entre la línea de su mandíbula y su cuello, y ansió morderlo, en tanto su mano trataba de sacar su camisa debajo de su pantalón para así poder tocar su cuerpo, y aunque el capitán estaba a gusto dejándose llevar por cada caricia, pensó que lo mejor sería detener a Lyn antes de acabar desnudo en el salón del palacio real.
Abrazando su cintura, puso su frente contra la suya, y bajó un poco para dejar un suave beso en sus labios.
—Rojito, estoy seguro de que no quieres hacer esto aquí...
Confundido en un primer instante, al siguiente, Lyn abrió los ojos con sorpresa, y sintió un gran ardor en sus mejillas.
—¡Lo siento! Solo sígueme.
*
*
*
HOLA ALLÍIIIII
Creo que sabemos muy bien qué pasará el siguiente capítulo, y todo gracias a Astrea, tqm búho dramático con estrés laboral e intenciones homicidas 🥺
btw, así se vería Astrea bebito 🥺💕
¡Gracias y cuídense muchOooooo!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro