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Cincuenta

—Sabes que no pretendo dejarte aquí para siempre, ¿no?

Cælum no tuvo la necesidad de alzar la vista, pues reconocía muy bien su voz. Además, simplemente no tenía deseo alguno de mirar hacia arriba, pero movió un poco su hombro en señal de que sí la había escuchado.

Dara quiso preguntarse qué era lo que en realidad lo tenía así. ¿La derrota en altamar? ¿Su inevitable encarcelamiento? ¿El tener que llegar a ella y pedirle de rodillas que ocupara la corona de Gewër para evitar que la guerra acabase con el reino? ¿O era que incluso, mucho antes de la guerra, él ya había perdido?

Pidió a los guardias que soltaran sus cadenas, y le extendió su mano a él para ayudarlo a levantarse, mas, el rubio la miró con cierto desprecio, y como si no supiera cómo actuar ante el gesto.

—Si solo hubieras demorado un poco más, ya habría elegido cristalizarme... —soltó con la voz grave y las palabras enredándosele un poco, como si hubiera perdido la costumbre de hablar en el tiempo que permaneció aprisionado.

Y entonces, aceptó su mano para tomar impulso y levantarse del suelo, alzando la mirada hacia ella de manera altiva, sin importar cuán sucio y cansado se viera en ese momento.

No obstante, ya no podría jugar más a ser el soldado déspota, y menos frente a ella.

El tiempo para ambos era el mismo, y sin embargo, para él estar encarcelado fue muy largo, mientras que el tiempo de Dara en el trono era muy corto, y no obstante, ella parecía mostrar un semblante acorde al título que le pertenecía.

Dara, el peón invisible que se convirtió en reina. Aquella que liberó a Gewër de sus enemigos, aunque quizás, decir eso era darle demasiado crédito. Después de todo, era solo una niña de lo más asustada ante el peor enemigo que tuvo Gewër jamás, y él también era así.

Quizás por eso, no dudó en suplicárselo. Prefería una infinidad de veces arrodillarse ante la compañera que sufrió tanto como él, que ante sus enemigos, pero muy en el fondo, pensó en todas las veces que habría tenido la oportunidad de caer en el mar durante la guerra, y se preguntaba si estaba tan maldito como para que siquiera ese destino pudiese corresponderle.

Dara le guiaba a la salida de la prisión, un poco aterrada del ambiente, y se obligaba a hacer un esfuerzo por disimularlo. Le entregó a Cælum su chal, y un poco de agua que él bebió, y después, regó el resto en su cabello para refrescarse.

Ella le miró en silencio, muy pensativa sobre las decisiones que debía tomar respecto a él, pero estaba segura de que aquel primer paso, su liberación, era necesaria.

—Admito que en el fondo, lo estaba disfrutando un poco... —soltó sin una sonrisa, ni tampoco, el mínimo rastro de sarcasmo.

Era tan sorprendente cómo las cosas cambiaron para su impulsivo y volátil excompañero; siempre tenía el carácter de poder luchar y aplastar el mundo entero, pero este terminó ganándole.

Cælum ni siquiera se molestó en reaccionar, ni pensar en lo que ella podía creer de él. No era algo que le importara. No había gran cosa que le importara en las últimas veces...

El salir hacia el castillo, y poco a poco conocer la luz le aturdía bastante, y tras un largo momento, consiguió acostumbrarse, mientras Dara le esperaba en silencio.

—¿En verdad era cuestión de tiempo elegir cristalizarte?

De nuevo, no había sonrisas, pero sí un neutral y genuino deseo de curiosidad.

Y si lo pensaba bien, él también tenía curiosidad al respecto.

No era como si durante toda su vida, el poder de acabar con todo estuviera en sus manos, y ni siquiera le habrían juzgado por usarlo. ¿Por qué buscaba tanto morir en batalla a través del daño que infligía a otros?

Y quizás, la razón era porque era mucho más fácil pensar que lo hacía por su reino, o porque era lo que su orgullo como guerrero le permitía, pero si elegía la salida más fácil, implicaba aceptar que ya estaba muy herido y que había perdido contra sí mismo.

Y quizás tenía cosas por las que todavía quería quedarse, pero ya habiéndolo perdido todo, ¿qué lo seguía deteniendo? Quizás, era bastante probable que muy en lo más recóndito de su corazón, aún albergara un poquito de esperanza. No sabía si era esperanza de recuperar lo perdido, o de salvarse a sí mismo, pero le había sorprendido bastante el descubrirlo.

Terminó de colocarse el chal alrededor de su cuello, y miró hacia la salida del palacio mientras sentía una corriente de escalofrío causada por la incertidumbre.

Volteó hacia Dara.

—¿Todavía mantengo mi lugar en la guardia?

—¿Me crees tan estúpida de entregarte un arma, y permitir que la empuñes delante de mí?

Al fin una sonrisa, al menos, de parte de Cælum. Pero poco a poco esta se le borró, porque si volteaba hacia el paisaje árido de su nación, el escalofrío y las dudas crecían.

«¿Y qué haré entonces...?»

—No está en mis obligaciones decírtelo, pero tienes muchos más talentos además de hacer miserable las vidas de todas las personas que se cruzan en tu camino —acotó la reina, casi como si le hubiera leído el pensamiento, y Cælum quiso reír nuevamente, pero se preguntó si en serio había sido ese tipo de persona, porque aquello implicaba que hizo miserable la vida de alguien más...

Del escalofrío, pasó a sentir un nudo en la garganta, y lo disimuló tanto como pudo.

—¿Él... va a estar bien, no es así?

La reina se percató de cómo de repente sus ojos se habían vuelto suplicantes y sus labios temblorosos, y sin embargo, no cedió ante la lástima.

No obstante, asintió muy tranquila. Ahree permanecería dentro de la guardia, y pese a todo, le sería de ayuda.

—Sabes que sí.

«Desde luego que sí...», aceptó el rubio en sus adentros con dolor. Incluso si muy en el fondo, quería una oportunidad para despedirse... lo mejor era dejar las cosas así.

Suspiró muy pesado, y siguió mirando el paisaje que anunciaba un atardecer.

—Tienes demasiado trabajo que hacer... —murmuró sin deseo alguno de abrumarla, pero era una acotación que ambos tenían más que en cuenta. No había nada más difícil que ganar una corona, y junto con ella, el peso de los errores de quienes la ocuparon con anterioridad.

—No es el trabajo lo que me abruma, pero estar aquí...

Dara de Gewër sentía que mientras su compañero al fin sería libre, ella sola se había colocado las cadenas, y se obligaba a permanecer en el lugar de sus pesadillas, y que tuviera a su lado a las personas que amaba, no siempre lo hacía fácil. En eso entendía bastante a Cælum.

—Es solo un palacio —respondió él con voz seca—. Derrúmbalo hasta sus cimientos. Incinera sus cenizas. Levanta uno nuevo en donde se te plazca; ahora tienes el poder de hacerlo.

No quiso alargar más la despedida, pues tampoco le importaba demasiado, y empezó a bajar los primeros escalones, pero se detuvo y volteó a ella.

'Zan ta-iyi, Dara —deseó con total honestidad.

La reina esbozó una pequeñísima sonrisa y movió su cabeza a un lado mientras tenía sus brazos cruzados.

'Zan ta-iyi, Cælum. 

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