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Capitulo 1

Saige

No se puede vivir en Nexum sin aprender a correr. No importa si estás huyendo de una criatura, de tus responsabilidades o de la decepción de tu padre. Yo corro de todo, excepto del café.

Pero esta noche fue diferente. Salí con la esperanza de una patrulla tranquila, tal vez solo uno o dos gritos de ayuda. ¿Y qué obtuve? Una emboscada en un callejón y una daga que claramente no es lo suficientemente afilada para lidiar con esta mierda.

Por supuesto, porque cuando tienes el apellido Cunningham, no puedes simplemente tener una noche normal.

El aire estaba cargado de un olor metálico, mezcla de óxido y sangre. Mis botas resonaban con fuerza contra el asfalto resquebrajado mientras la cosa detrás de mí gruñía con un sonido gutural que me hacía vibrar los huesos. No sabía si era una mutación fallida o un capricho genético salido de algún laboratorio clandestino, pero tenía claro algo: esta noche no iba a acabar sin un rasguño.

La bestia, enorme y deforme, me seguía con una velocidad que no debería ser posible para algo de su tamaño. Sus ojos, como carbones al rojo vivo, parecían perforar la oscuridad, y sus colmillos, torcidos y afilados, brillaban bajo las luces parpadeantes de las farolas.

—¡Ah, fantástico! Lo que siempre soñé, ser la cena de un híbrido fallido.

Salté sobre un contenedor volcado, usando los pocos segundos de ventaja que me quedaban para desenfundar mi daga. No era la mejor arma, pero más valía algo que nada.

Cuando pensaba que las cosas no podían empeorar, mi comunicador vibró con un tono agudo que me sobresaltó.

—¿Qué demonios pasa ahora? —gruñí, contestando sin mirar.

La voz de mi hermano resonó en el dispositivo con su típico tono de superioridad.

¿Qué estás haciendo? Pensé que esta era una patrulla sencilla.

—Ah, claro, sencilla —respondí con sarcasmo, esquivando un golpe que hizo añicos una caja metálica a pocos metros de mí—. Solo estoy siendo perseguida por un maldito engendro salido de tus peores pesadillas. Gracias por preguntar.

—¿De verdad es tan grave?

—¿Grave? Esto hace que los informes de papá parezcan cuentos para niños. —Mi voz salió entrecortada mientras giraba en una esquina, resbalando ligeramente por el pavimento húmedo.

Thomas suspiró al otro lado de la línea, como si estuviera lidiando con una niña caprichosa en lugar de su hermana menor.

—Espera ahí, voy en camino.

—Oh, claro, tomaré un té con la bestia mientras tanto. Espero que le guste el de manzanilla, porque no traje de otro. —espeté, cortando la comunicación.

El rugido de la criatura me devolvió a la realidad. Giré rápidamente, enfrentándola con la daga firmemente en mi mano. La hoja destelló bajo la luz amarillenta y, con un movimiento certero, logré enterrarla en su hombro. Un chillido agudo resonó en el callejón, y la cosa retrocedió unos pasos, sacudiéndose con furia.

—Esto no es suficiente... —murmuré entre dientes, buscando desesperadamente una salida.

Antes de que pudiera idear algo más, una sombra descendió desde lo alto de un edificio cercano. Thomas, con su típico aire teatral, aterrizó con la gracia de alguien que había ensayado ese movimiento cientos de veces. Su chaqueta oscura ondeó con el viento, como si fuera un maldito héroe de película de acción. Su cabello oscuro estaba perfectamente peinado, y la sonrisa arrogante en su rostro me dio ganas de patearlo.

—¿Tomaste tu descanso? —le gruñí mientras me apartaba.

—Solo quería ver si podías arreglártelas sola. Llámalo... entrenamiento de campo. —desenvainó su espada con un movimiento bastante dramático, porque claro, a él le daban una espada elegante mientras yo tenía una daga que parecía haber salido de una tienda de segunda mano.

—Pues espero que eso dé puntos extra.

No respondió. Con movimientos precisos y elegantes, esquivó el siguiente ataque del engendro, dejando que su espada danzara entre las sombras. Mientras él se encargaba de distraerlo, aproveché para recuperar mi arma. La daga, manchada de sangre oscura, parecía pequeña e inútil en comparación con su hoja reluciente.

—¡Ten cuidado! —le grité cuando el monstruo, en un arrebato de rabia, arremetió con una fuerza descomunal, arrancándole el arma de las manos.

El sonido metálico de la hoja golpeando el suelo me hizo maldecir. Apuesto a que el imbécil de mi hermano subestimó a la bestia y no trajo algo más avanzado que un simple sable.

Sin perder tiempo, corrí hacia un poste de luz tambaleante que había notado antes. Era una idea absurda, pero en ese momento, la desesperación hacía que incluso los planes más tontos parecieran brillantes.

—¡Distráelo! —le ordené mientras empujaba con todas mis fuerzas el poste corroído.

—¿Qué demonios estás haciendo? —Thomas me miró como si estuviera loca, pero finalmente se lanzó contra la criatura, golpeándola a puño limpio.

El poste cedió con un crujido ensordecedor, y la estructura cayó justo sobre el monstruo, aplastándolo contra el suelo. El estruendo fue estridente y, durante un segundo, todo quedó en silencio.

—Eso fue... impresionante, para variar —admitió mientras recogía su espada del suelo.

—¿Es eso un cumplido? ¿De ti? —pregunté con una sonrisa burlona.

—No te emociones. —Sacudió su chaqueta, volviendo a adoptar su postura arrogante.

Mi comunicador vibró nuevamente, esta vez con la voz grave y autoritaria que ambos conocíamos demasiado bien.

—Regresen a la base de inmediato.

«Estamos bien, papá, gracias por preocuparte».

Es inútil, a ese hombre no le interesa en lo más mínimo lo que le pase a ninguo de sus hijos.

Elevé la mirada tras escuchar un crujido bastante desagradable y vi cómo mi hermano hurgaba con su espada el interior de la bestia que yacía postrada en el asfalto.

—El informe de papá no mencionaba un híbrido modificado.

—Oh, ¿en serio? No lo sabía, solo estudié veinte veces el bendito informe —es inevitable que sea sarcástica; en estos casos, la adrenalina me impide pensar en mejores respuestas.

El contrario rodó los ojos y se inclinó sobre el estómago del híbrido para introducir lentamente su mano. Duró algunos minutos en esa posición, como si buscara algo dentro del organismo de la criatura, hasta que de un tirón sacó su corazón.

—¡Thomas! ¿Qué mierda te pasa? Acabo de lavar estas botas, imbécil —retrocedí lo más rápido que pude, evitando que me salpicara aún más aquel líquido rojizo y apestoso.

—No seas nenita, creí que los de tu nivel estaban acostumbrados a este tipo de cosas. ¿Qué no son los que levantan los cadáveres al día siguiente? —sacudió una de sus manos y envolvió el órgano en un paño.

—Yo soy de nivel siete, eso es deber de los de nivel cuatro.

Thomas es... bueno, Thomas, así que no espero ni una pizca de reconocimiento de su parte. Igual no me importa en lo más mínimo; no pienso recibir críticas de un nivel congelado.

Después de mi comentario, no volvimos a intercambiar palabra. Simplemente nos dirigimos al auto, preparándonos para recibir una posible reprimenda de nuestro padre. No es difícil percibir la incomodidad en el ambiente, al menos por mi parte, considerando que me encanta soltar palabras a diestra y siniestra. Lo miré de reojo y noté cómo seguía sosteniendo el corazón envuelto en su mano derecha mientras que con la otra manejaba.

«Es zurdo, no lo sabía.»

¿Qué tiene de especial el corazón de ese híbrido? Supongo que el hecho de que el informe mencionara un simple soñador y nos hayamos encontrado con una bestia de casi dos metros influye bastante. Según mis conocimientos, es imposible que un soñador cambie de forma, a menos que sea un impostor. Pero un perro rabioso no es el cambio físico que suelen tomar.

Tal vez sea un nuevo experimento.

¿Qué jodidos tienen las personas en la cabeza hoy en día como para seguir soltando más horrores al mundo?

Mirar por la ventana me dio la respuesta: callejones oscuros apenas iluminados por faros de luz amarillenta; frentes de casas que aparentaban orden y perfección, aunque probablemente en su interior alguien estaba siendo devorado lentamente por una aparición sin saberlo. En eso nos hemos convertido: en víctimas del error de un grupo de imbéciles que creyeron que traer de vuelta a los muertos y darles poder era una gran idea. Y ni qué decir del idiota que les otorgó más habilidades que solo asustar.

El abrupto frenado del auto me sacó de mi análisis.

—Llegamos —soltó Thomas mientras salía sin siquiera mirarme. Parecía tener prisa.

Me mantuve caminando tras él, no solo porque no pensaba correr para alcanzarlo, sino porque parecía aún más irritable de lo normal. Y si quiero una buena reseña en mi informe práctico, debo evitar provocarlo mas de lo que ya lo eh hecho este día.

—¿Nombre, nivel y motivo de acceso? —cuestionó el hombre armado frente al alambrado que permitía la entrada al cuartel.

Claro, a Thomas ni siquiera lo cuestionó cuando entró. Maldito favoritismo.

—Saige Cunningham, nivel siete, practicante al mando del Cazador de alto rango y mentor de la academia de Cazadoras, Thomas Cunningham.

En cuanto terminé de mencionar la gloriosa ocupación de mi hermano, una luz verde parpadeó, emitiendo un pitido que confirmaba la veracidad de mis palabras.

—Adelante, señorita Cunningham. —El guardia se hizo a un lado sin perder su postura recta y su mirada inquebrantable.

Las piedrillas que cubrían el camino resonaban a cada paso que daba, uno más corto que el anterior. En verdad, las ganas de escuchar a mi padre reprenderme no eran algo que me apeteciera hoy. Además, yo no tenía la culpa de que su informe estuviera mal. Se suponía que mis prácticas como Cazadora de Almas serían simples e incluso hasta entretenidas, según los comentarios de mis compañeros, pero esto estaba siendo todo menos sencillo.

Apenas crucé la última puerta hacia la sala de reuniones, el frío artificial del aire acondicionado me golpeó de lleno. Un escalofrío me recorrió la espalda. La base siempre tenía esa sensación estéril, como si estuviera hecha solo de metal y órdenes.

Thomas caminaba unos pasos delante de mí, con la misma actitud arrogante de siempre, sin prestar atención a nada más que su propio destino.

—Llegaron tarde. —La voz de nuestro progenitor resonó en la habitación antes de que pudiera abrir la boca.

Por instinto, enderecé la espalda y me quedé en posición firme, con la barbilla en alto. Mi hermano, en cambio, ni siquiera intentó disimular su aburrimiento. Se dejó caer sobre una de las sillas y lanzó el paquete envuelto en tela sobre la mesa.

—Te trajimos un recuerdo.

El hombre entrecerró los ojos, mirando con evidente desagrado la sangre que se filtraba por los pliegues del paño.

—Explícate.

El aludido se encogió de hombros y me miró, como si fuera mi trabajo dar el reporte. Odio cuando hace eso.

—La misión era eliminar a un soñador, pero lo que encontramos no tenía nada que ver con lo descrito en el informe —dije con tono seco—. Era un híbrido modificado. Casi nos cuesta la vida.

Mi padre tomó aire con lentitud, lo suficiente para que notáramos su molestia, y desenrolló el paño con cuidado. El corazón oscuro y palpitante quedó expuesto, latiendo de forma irregular sobre la mesa. Se hizo un silencio incómodo. Él lo observó con una mezcla de repulsión y análisis, como si intentara descifrar de qué demonios estaba hecho.

—¿Alguna idea de lo que paso? —pregunté, cruzándome de brazos.

Ignoró mi comentario y, en su lugar, presionó un botón en la pared. En menos de un minuto, dos científicos vestidos con batas blancas entraron en la habitación. Se movieron con eficiencia, llevándose el órgano sin pronunciar palabra.

—¿Por qué no informaron del cambio de situación en el momento? —su mirada gélida se clavó en mí.

—Estábamos ocupados intentando no morir.

El idiota de Thomas soltó una risa por lo bajo. Nuestro padre, por otro lado, no pareció encontrar nada gracioso.

—No pueden permitirse descuidos. No son cadetes novatos. —Esta vez su tono fue más severo.

—Oh, ¿de verdad? —respondió mi mentor con una sonrisa sarcástica—. Porque, según recuerdo, mi hermana es solo una practicante y yo un "nivel congelado". Entonces dime, padre, ¿qué esperabas?

El aire en la sala se volvió más pesado. Thomas nunca usaba la palabra "padre" con él, nunca, a menos que estuviera realmente molesto.

Nuestro progenitor se acercó, sin cambiar su expresión, y lo miró directamente a los ojos.

—Esperaba que no actuaras como un niño.

El ambiente se tensó aún más. Mi hermano apretó la mandíbula y se puso de pie, lo suficientemente cerca como para parecer una amenaza, pero sin cruzar la línea.

—¿Terminaste con tu sermón?

No hubo respuesta inmediata, solo un cruce de miradas. Al final, él resopló con fastidio y se dio la vuelta, abandonando la sala sin más.

Yo, en cambio, seguí ahí, con una mezcla de incomodidad y rabia.

—Hicimos nuestro trabajo. —mi voz sonó más dura de lo que esperaba—. No fallamos nosotros, fue el maldito informe.

Él no reaccionó.

—Descansa, Saige. Tendrás una nueva asignación en la mañana.

Eso fue todo. Me despidió como si nada de esto hubiera sido relevante, como si casi morir en una misión con información errónea fuera parte del protocolo estándar.

Apreté los puños y me di la vuelta, saliendo antes de que la furia me hiciera decir algo de lo que pudiera arrepentirme.

El pasillo estaba vacío. Thomas no estaba por ningún lado, y por una fracción de segundo consideré ir a buscarlo, pero decidí que lo mejor era dejarlo en paz. En su lugar, caminé hasta mi dormitorio en la base y me dejé caer sobre la cama sin cambiarme siquiera la ropa sucia y ensangrentada. Pésima decisión, ya que tendré que cambiarlas.

Todo esto está jodido.

¿De dónde habrá salido ese híbrido? ¿Será que es uno nuevo? ¿Por qué mi padre no nos quiso decir nada?

—Necesito saberlo —me puse nuevamente de pie y mordí mi labio inferior, tratando de calmar la inquietud que me causaba todo el asunto.

Frente a mí, en el escritorio que abarcaba casi toda la habitación, se encontraba el folder amarillo, aquel que mi padre nos había entregado justo antes de enviarme junto a mi "asesor" al matadero. ¿Se equivocó? Sería esa la opción más lógica si no hubiera sido el mismísimo Caleb Cunningham quien lo redacto.

En definitiva, el monstruo al que nos enfrentamos no era tan débil como un soñador, pero tampoco tan fuerte como un híbrido de nivel doce. De haberlo sido, ninguno habría vuelto con vida de ahí. Tal vez la región tecnológica volvió a sus experimentos o fue alguna creación de la región oscura. Dudo por completo que los agnósticos estén involucrados en esto.

Elevé mi mirada, intentando despejar mi mente de todo. Durante más de cinco minutos observé el crucifijo en la pared frente a mí.

—¿Qué dices? ¿Debería entrometerme?

Hubo un gran silencio. No esperaba una respuesta como tal. Para mí fue suficiente el atrevimiento que de un momento a otro me invadió de pies a cabeza. Soy fiel creyente de que todo pasa por algo, así que si he de ser reprendida, lo seré.

Me puse de pie y cambié mi ropa ensangrentada por la pijama que el cuartel otorga a todo aquel que se hospeda aquí: un pantalón de manta negro y holgado junto con una blusa igual de holgada, de manga larga y un horroroso y molesto cuello de tortuga. Odio esos cuellos. Aunque no es lo único que me da mal aspecto, el hedor que emanaba no era muy agradable, pero considerando que acabo de llegar de una pelea bastante agitada con una bestia que se desangró casi encima de mí, es lo normal. Regresando podré tomar una ducha.

Salí de la habitación con las mantas de la cama en mis manos, mi excusa perfecta. Ningún guardia en este lugar, por más entrenado y rudo que sea, se entrometería entre una señorita y un "accidente nocturno". Las auxiliares femeninas suelen salir temprano de su servicio en este lugar, así que todo está fríamente calculado.

Emprendí mi camino por los largos pasillos, evitando los puntos más sensibles de los sensores de movimiento para no llamar la atención. Los guardias se reducen justo después de las doce en punto, ya que el cambio de turno se hace justo a esa hora y el protocolo de seguridad a seguir es realmente tardado. Por lo menos durante media hora solo quedan de cinco a ocho guardias, que se esparcen en los más de doce pasillos que hay en este lugar. Doce pasillos, de los cuales solo uno me lleva a mi destino.

A cada paso que daba, avanzar se volvía más fácil. En todo el camino solo me topé con tres guardias que ni siquiera se molestaron en preguntar hacia dónde me dirigía. Eso es raro, muy raro, teniendo en cuenta que Caleb se esfuerza demasiado buscando a gente lo suficientemente apta como para ofrecer hasta su propia vida con tal de que nada amenace la seguridad del lugar.

Última vuelta que tenía que dar antes de llegar a la puerta que me llevaría hacia la entrada del laboratorio, donde seguramente se encontraba el corazón de la bestia. Me incliné levemente, asomando mi rostro por el muro para supervisar la ausencia de guardias en el lugar.

—¡Eso es! Dios está de mi lado, Caleb Cunningham, ¿qué dices ante eso?

Di un salto fuera de mi escondite y, tras quedar frente a la gran puerta metálica, recuperé mi compostura. Aventé las sábanas al piso sin molestarme en esconderlas y, del bolsillo del pantalón, saqué mi llave de acceso: una credencial de un científico descuidado que justamente había hurtado de su dueño hace tres días.

No es la primera vez que hago esto, así que tenia que tener mi propia llave.

Avancé hasta quedar frente al escáner y, justo cuando estuve a punto de pasar la tarjeta, vi cómo se escapaba una leve neblina por la orilla de la puerta.

—Esta... ¿abierta? ¿Por qué? —retrocedí levemente y analicé el asunto más a fondo.

Se supone que ya no deberían de haber científicos en el lugar. Sus horas de servicio terminaron poco después de que mi padre hizo la entrega del órgano del híbrido. Pero ahora que lo pienso... ¿y los guardias? ¿Por qué no han vuelto a dar ronda por aquí?

Empujé levemente la puerta y entré, manteniendo la guardia en alto. La neblina cubrió por completo mis pies y me hizo despertar los sentidos a tope. Bendito cuello de tortuga, hasta que sirve de algo.

Todo se veía normal. El ambiente era gélido y no parecía haber nada más que paredes grandes y pulcras en color blanco, complementadas con una variedad de instrumentos, desde bisturís simples hasta los más lujosos y complicados microscopios.

—Paranoia —concluí tras confirmar que era yo la única en el lugar.

O al menos eso creí, ya que no hizo falta más que un paso para que el ambiente, iluminado por los focos de luz blanca, cambiara por completo a rojo y el silencio se convirtiera en un ruido ensordecedor.

Me incliné levemente, cubriendo mis oídos, y me recargué hacia atrás, cerrando la puerta y evitando mi huida. No fui yo quien activó la alarma. Aquí solo hay una cosa que es detectada tan fácilmente por los sensores.

—Sal ahora. Estás invadiendo la región de Fe. Los guardias te eliminarán en cuanto lleguen aquí. —erguí mis hombros, tratando de mantener mi postura recta y segura.

El ruido realmente no ayudaba en nada y la tonalidad roja era mucho peor. Apenas podía ver con tanto aparato y destellos en el lugar. De pronto, un carrito metálico con una pantalla encima rodó en mi dirección, haciéndome retroceder aún más tras sostenerlo para que no impactara de lleno contra mí.

—¿Esos guardias? —la voz me era irreconocible, gruesa y al mismo tiempo ronca. No me resulta para nada familiar.

Miré la pantalla y en ella se podía divisar cómo los que parecían ser los guardias miraban fijamente una luz reflejada en el techo, tan embobados como moscas en un farol.

—¡¿Quién jodidos eres?! —apenas y me fue posible gritar. El ruido se estaba haciendo cada vez más fuerte y la neblina se extendía hacia todas partes, impidiendo que identificara de dónde provenía la voz.

—No necesitas saberlo, pero dile a los tuyos que la nueva era comienza y su fe no podrá salvarlos.

Un nuevo monitor fue lanzado hacia mí, causando que el anterior golpeara fuertemente mi abdomen, provocando que me retorciera en el reducido espacio que había quedado entre la puerta y yo.

Con las pocas fuerzas que pude, empujé ambas mesas y caí fuertemente sobre mi costado. El estómago me ardía y los oídos me retumbaban como si fueran a explotar. Mantuve la mirada baja y apreté mis manos en puño, sosteniendo mi peso. Siento que en cualquier momento voy a caer de cara al piso. Todas mis extremidades temblaban y ni siquiera los ejercicios de respiración que Thomas solía enseñarme para superar dolores o temperaturas muy altas eran de utilidad.

Mi vista se volvió borrosa, pero aun cuando estaba tan desorientada, pude divisar un par de botas a unos cuantos pasos de mí. Aquel intruso estaba huyendo justo frente a mi cara y no era capaz de hacer nada.

¡Maldita mierda!

¡Párate, Saige!

¡Eres una jodida inútil!

Dios, dios, dios.

Empezamos fuerte mis cazadores, espero que este capitulo les haya gustado, nos leemos en el siguiente, baiiiis ;)

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