7. Nuevas reglas
Katelyn Tarver | You Don't Know
"Una vez que empezamos a ver, estamos condenados y enfrentados a buscar la fuerza para ver más, no menos." †Arthur Miller†
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No regreso a mi lugar cuando el capitán anuncia que vamos a descender. Alessandro regresa, finjo dormir y casi puedo llorar cuando decide llevarme en brazos hasta mi asiento y abrocha el cinturón de seguridad.
Los escucho hablar, pero solo puedo pensar en que debo disculparme de alguna manera porque no quiero que nada cambie. Me relajo un poco cuando aún dormida, toma mi mano cuando pequeñas turbulencias sacuden el avión.
Vuelve a cargarme cuando bajamos, escucho a Derek despedirse y nosotros subimos a otro auto. En un intento por mantenerme cerca, me acurruco en su costado fingiendo que sigo durmiendo. Por fortuna, no me rechaza y me deja hacerlo mientras me abraza.
No miro el camino que seguimos, pero debemos conducir al menos otros cuarenta minutos hasta que nos detenemos por completo. Termino mi teatro a regañadientes, parpadeando y bostezando mientras me estiro y me aparto de su calor. Afuera, una enorme casa de tres pisos con diseño abierto, lleno de ventanales y una estructura que me recuerda a la arquitectura italiana, posiblemente mezclada con la francesa.
Salgo, respirando la brisa de medio día.
La casa parece estar en medio de un bosque, solo puedo ver árboles y más árboles alrededor. Un amplio jardín lleno de flores coloridas y en medio, una glorieta con una fuente. De hecho, es un lugar muy grande. Es como si estuviera diseñado para perderse en la naturaleza.
Estoy enamorada del lugar de inmediato.
Reparo en el grupo de personas ordenadas en una fila que esperan frente a las escaleras. Todos con uniforme y posturas rectas, sin embargo, hay amabilidad en sus rostros. Es una mujer de edad avanzada la que da un paso al frente con las manos juntas al frente, una sonrisa se extiende en su rostro marcado por los años.
—Señor —asiente en dirección a Alessandro, mirándome con lo que parece alivio —. Señora, estamos felices de que haya vuelto a casa.
—Gracias...
—Ella es Katie —se adelanta Alessandro al notar el vacío —, el ama de llaves. Louisa, Maggie y Serena —señala a las otras tres mujeres más jóvenes que asienten al ser nombradas —, ellas ayudan a Katie con el mantenimiento de la casa. Ellos son más guardias —apunta al resto de hombres de negro, al menos otros diez sin contar lo que venían con nosotros —. A Tom ya lo viste, es el jefe de seguridad.
Abro los ojos, sin poder contener la sorpresa al ver a tantas personas.
—Es un placer volver a verlos —suelto, sin saber qué otra cosa decir.
No tengo idea de lo que piensan al ver que acaban de aclararme quienes son, se supone que yo conozco a estas personas.
Si el exterior me robó el aliento, el interior de la casa es simplemente... otra cosa. El recibidor tiene mucho espacio y una mesa en el centro que guía a unas ampliar escaleras, no hay un rincón donde vea que no haya flores frescas. Incluso su olor impregna el espacio.
La casa es tan grande que estoy segura que me tomará un tiempo recorrer cada rincón sin perderme.
Todos desaparecen, dejándome a solas con Alessandro.
Bien, creo que es hora para..
—Vamos, te mostraré dónde puedes descansar —refuerza su petición con un gesto, señalando las escaleras.
Me muerdo la lengua para decir que, de hecho, estoy demasiado cansada de dormir. Lo sigo en un silencio tenso, por primera vez me siento incomoda a su alrededor.
Se detiene frente a una puerta, abriéndola y dejándome pasar primero. Es bastante grande, una cama con dosel en el centro, una televisión empotrada a la pared, un diván cerca de la ventana, un tocador a juego con la cajonera y el armario de madera clara, solo hay una puerta que deduzco es el baño.
También hay flores frescas sobre una mesita de noche.
El olor a limpiador de cítricos llena el aire y entonces lo noto.
—¿Por qué no hay cosas nuestras?
—¿Perdón?
—Se supone que estamos casados —musito, adentrándome a la habitación. La sospecha creando un nudo en mi pecho —, debería haber cosas de ambos aquí, pero se siente como si esta habitación nunca hubiera sido usada.
Lo miro, soportando su intensa mirada cuando parece comprenderlo.
—Es porque no es nuestra habitación —admite.
—¿Qué?
—Pedí que prepararan una diferente para ti, creí que necesitarías tu espacio —hunde sus manos en los bolsillos —. Como has dicho, nuestra habitación está llena de cosas nuestras y no quiero que eso te abrume, deberías tener una exposición gradual a lo que era nuestra vida.
Quiero replicar para decir que no puede haber nada más abrupto que despertar y estar casada con alguien que no recuerdas, pero antes de poder decir nada, lo comprendo:
No quiere tenerme cerca.
La sola idea me crea una punzada desagradable.
—Le dije a Katie que te trajera ropa cómoda, buscó las prendas que creí considerarías apropiadas —comenta, señalando el armario —. Traerán tu maleta en un momento.
Retrocede en dirección a la puerta, alejándose de mí.
—Si me necesitas, estaré la tercera puerta del lado izquierdo en el tercer piso.
Entonces solo se va, dejándome con mil inseguridades que terminan en el mismo punto: debo reparar lo que hice.
Como aseguró, unos minutos después Maggie trae mi maleta y me deja sola. No me molesto en sacar las cosas de ella, en realidad no hay mucho. Lo que sí busco es mi libro y con él en mis manos, me dejo caer sobre el diván.
El exterior es precioso, un paisaje que podría ver por horas si cierto rubio no acaparara toda mi concentración. Al final, leo durante un par de horas, lo que termina siendo agradable cuando aparece un nuevo hombre. Es distinto al resto de hombres que frecuentan el monasterio.
«Ella mantiene su postura predilecta mientras espera.
Han sido días largos, ha olvidado cuánto ha pasado desde que comió algo real, guardando las hogazas de pan para el pequeño bebé que ahora es un niño de un año, demasiado delgado para ser saludable, así que le da todo lo que puede para evitar que muera.
No puede dejar de pensar en que las últimas dos noches ha tenido fiebre y eso, en sus circunstancias puede ser el final. Aunque evita pensar en la palabra con M, a veces, no hacerlo es casi imposible.
La puerta se abre y al instante, su cuerpo se tensa y busca la forma más rápida para que su mente se aleje. El ambiente se siente extraño cuando pasan varios minutos y nada ocurre, de pronto, su corazón está demasiado acelerado y al inhalar, no es el olor rancio del tabaco y alcohol lo que percibe.
Es algo diferente.
Almizcle y cacao.
Un olor imponente.
La curiosidad pica en su piel, pero no se mueve porque no cree poder soportar un castigo más. Últimamente hay muchos de ellos, incluso cuando no ha hecho nada.
Casi pensaría que no hay nadie con ella de no ser porque puede sentirlo, su mirada quema su espalda y quiere de verdad verlo. Su presencia es demasiado fuerte como para ser ignorada. Algo es diferente.
No entiende el qué.
¿Por qué no se mueve? ¿Por qué no hace nada?
Normalmente los hombres siempre son como bestias salvajes, demasiado ansiosas por tomar todo lo que puedan.
Pero en cambio, este hombre, es como si tuviera todo el tiempo del mundo.
—Ponte de pie —su voz es como un estruendo mientras recita la orden.
Por un segundo se cuestiona si ha alucinado esa voz barítona que le provoca un ligero temblor en el cuerpo.
—Vamos, mujer, levántate. ¿A no ser que consideres el suelo demasiado cómodo?
Al instante, se incorpora aún con la barbilla hundida en el pecho y las manos juntas enfrente de ella. Contiene el aliento, su perfume intensificándose cuando se acerca a ella. Aprieta los ojos con fuerza al percibir el movimiento de su mano, encogiéndose ante la espera de un golpe que nunca llega.
En su lugar, aparta los mechones de cabello castaño que se han escapado de su peinado.
Nota su mano que es increíblemente grande en comparación a la suya, masculina y con uñas cortas, no parecen las manos de un conde o un cura. Estas son demasiado masculinas, con pequeñas cicatrices blanquecinas en la piel visible y dedos largos y delgados.
—Eres demasiado bonita para un lugar como este.
Se queda quieta, sin saber cómo debería reaccionar.
—L-lo siento —musita con voz empequeñecida.
—¿Lo lamentas? —asiente, sus nervios tiran con fuerza, demasiado tensa ante una posible reacción —¿Puedo saber exactamente el qué?
—No lo sé... ¿N-no ser lo que usted esperaba?
—¿Cómo puedes lamentar algo que no puedes controlar?
Estaba a segundos de llorar por la confusión y las emociones que la llenaban.
Posiblemente ese sentimiento se habría diluido, si al menos hubiera sabido que lo que ocurría dentro de aquel extraño no era muy diferente a lo que ella experimentaba.
Había olvidado cómo llegó ahí, incluso que había tenido que aceptar a regañadientes los servicios de aquellas mujeres porque entonces, sería demasiado extraño que él solo estuviera ahí por nada y su objetivo podría alertarse.
Sin embargo, ahora que detallaba a la mujer frente a él, el mundo había desaparecido mientras la sangre le zumbaba en los oídos.
Ninguno lo sabía, pero aquello que comenzaba a ahogarlos en emociones y sensaciones; aquello que estalló cuando la obligó a mirarlo...
Esas eran sus almas reconociéndose.
Abrazándose y aferrándose a la otra después de una vida extrañándose.»
El sentimiento de anhelo revuelto con el alivio se instala en mi pecho al leer las últimas líneas. Casi sentiría alivio, casies la palabra clave, porque en realidad, hay al menos otras doscientas páginas para terminar el libro y estoy muy segura que esto apenas empieza.
Entonces, en mi intento por no desanimarme decido que he tenido suficiente lectura por hoy. Sobre todo, cuando pienso en lo que tengo hacer.
«No, no tienes».
Quizá si pienso positivo, esto no acabe tan mal. Puede que incluso sea gentil si hago las cosas fáciles, ¿verdad?
«¿Hola, alguien me escucha?»
Suspiro, notando que afuera el sol se ha ido y ahora solo hay una densa oscuridad donde las luces de la casa no logran alcanzar. En realidad, es una imagen algo aterradora en el peor de los casos.
Me sobresalto cuando golpean con suavidad la puerta, al instante me levanto y corro a abrir con el corazón latiendo lleno de esperanza, misma que muere cuando es el rostro de Katie el que me encuentro. Disimulo la forma en que mi cuerpo parece endurecerse ante su mirada escrutadora, es como si pudiera ver dentro de mí, incluso con esa sonrisa llena de calidez.
—Quería saber qué le gustaría para la cena.
—Eh... —vacilo. ¿Qué es lo que me gusta comer?
De hecho, no creo que me lo haya preguntado alguna vez. Antes de Rusia estoy segura que hubo un tiempo en el que fui normal y tuve preferencias, pero es como un borrón todo lo que existió antes de eso. Ni siquiera estoy segura que disfrutara realmente comer nada.
—Lo que Alessandro elija está bien para mí.
—El señor Cromwell ha dicho que no cenará.
¿Qué?
Creí que al menos lo vería esta noche. Si antes dudé, ahora estoy completamente segura que no quiere verme, está tan molesto que me envió a una habitación lejos de él y ahora me evita.
—En realidad... creo que tampoco tengo tanta hambre —musito —. Gracias, de igual forma.
—Para eso estoy —asiente —, en ese caso, me retiro.
Musito un agradecimiento y cierro, encerrándome en mi silencio y soledad. Una que pesa como la mierda.
Acallando la voz de mi consciencia que grita que estoy cometiendo un error, entro al baño. Apenas detallando nada y desprendiéndome de mi ropa para introducirme a la ducha. El agua caliente no consigue relajar mis músculos, así que termino dándome un baño rápido en el que refriego mi cuerpo con dureza porque necesito sentirme limpia.
Lavo mis dientes y me aseguro que mi cabello no escurra tanta agua, rebusco en la cajonera y tal como dijo, todas las pijamas son cómodas y mullidas, por lo que termino optando por un conjunto de ropa interior de algodón color rosa palo y envolviéndome en la bata de baño.
Para cuando salgo al silencioso pasillo ya son las ocho en punto. Me encuentro en un debate interno sobre los pros y contras de lo que estoy por hacer en el borde de las escaleras, al final decido que si no lo hago puedo perder lo único que me hace sentir bien en esta realidad.
Cuento cada escalón, y cuando se terminan, cada paso hasta la tercera puerta del lado izquierdo. Se siente como caminar al matadero. Nunca lo he hecho, pero al menos así es como creo que se siente.
Me tiemblan las manos cuando golpeo las puerta con los nudillos, obligándome a serenarme mientras estoy a punto de estallar.
No necesito tocar una segunda vez, porque solo unos segundos después es abierta por un Alessandro sin camisa y con el pantalón a medio desabrochar colgando de sus caderas. Parece sorprendido al verme, pero se mueve dejándome espacio para que pueda entrar.
—Mañana lo resuelvo —solo entonces me percato del móvil pegado a su oreja —. No, no es necesario, déjamelo a mí... Claro, escucha, debo colgar pero te llamaré por la mañana para revisar todo eso.
Termina la llamada, puedo sentir sus ojos en mí, más yo veo cualquier cosa que no sea él. El corazón parece a punto de escaparse de mi pecho. Jugueteo con el lazo de la bata, preguntándome cómo debo verme en su mente.
—¿Ocurre algo, bonita?
Nunca creí que una simple palabra lograría calmarme tanto, pero lo hace y no consigo contener el suspiro que se me escapa.
—Y-yo... solo quería disculparme.
—¿Disculparte? —para su crédito, parece genuinamente confundido —¿Puedo saber por qué?
¿Es eso una pregunta con trampa?
—Te hice enojar —trago, en un intento por llevar humedad a mi garganta reseca —, n-no quería h-hacerlo. Lo s-siento.
Exhalo.
—¿Que tú qué? No, claro que no.
—Mira, de verdad lo lamento y no quiero que estés molesto conmigo —lo miro, en un acto de valentía que resulta terriblemente difícil —. No era mi intención ocultarte nada, de verdad, pero puedo arreglarlo. Solo déjame hacerlo...
—¿Cómo se supone que vas a arreglar qué?
Contengo la respiración.
Es ahora o nunca.
«Esto es un error».
No puede ser tan malo, casi he estado desnuda frente a él. No creí volver a estar en esta posición, pero si con alguien me siento cómoda con ello, es seguro que esa persona es él. Así que, en un acto de valor, suelto el nudo de la bata que se desliza hasta el suelo por mis hombros.
El frío eriza mi piel expuesta, endureciendo mis pezones dentro del sostén y mis mejillas pueden competir con un tomate ahora mismo.
Ruego que mis piernas no me fallen cuando me acerco a él que está tenso como una roca. Solo vacilo un poco cuando mis dedos alcanzan la pretina de su pantalón, los ojos se me anegan de lágrimas mientras me deslizo hasta que mis rodillas tocan el piso.
Solo puedo reconocer la sorpresa en sus ojos muy abiertos, una reacción que no esperaba y no estoy segura de estar respirando ahora mismo. Solo debo terminarlo.
Excepto que parece reaccionar cuando mis dedos tiemblan al luchar con su pretina, sus enormes manos envolviendo mis muñecas con una fuerza que me toma desprevenida y me hace encogerme al instante.
—¿Qué, y no puedo enfatizarlo lo suficiente, infiernos crees que estás haciendo?
Lo admito, el miedo se entremezcla con la confusión. Sus ojos verdes parecen haberse fundido con el negro.
Luce imponente. Sus músculos tensos, tanto que una vena en su cuello palpita visiblemente.
«Alguien debió escucharme».
Acallo la voz. El miedo diluyéndose y siendo remplazado por algo más: vergüenza.
—Coraline... —respira audiblemente.
No emplea demasiada fuerza para levantarme, aunque mis pies son inestables y prácticamente me sostiene para que no vuelva al suelo. Me lleva hasta la cama, recogiendo la bata del suelo y cubriendo mi desnudes con ella.
—Estás temblando —habla, aunque se escucha más como si lo dijera para sí mismo.
Agacho la mirada, demasiado consternada por todo.
—Vas a explicarme lo que se supone que estabas a punto de hacer —ordena, pide.
Es difícil saberlo.
Muerdo mi lengua, sin poder decirle con palabras lo que iba a hacer.
Un poco de ayuda no vendría mal ahora.
«Ah no, yo te lo dije, pero nunca me escuchas».
Siempre tan amable.
—Bonita —se acuclilla frente a mí cuando no lo miro. Su tono un poco más suave que hace unos segundos —, ¿qué es lo que hacías?
Relamo mis labios resecos.
—Solo trataba de arreglarlo —explico, avergonzada.
—¿Arreglar qué?
—No quiero que sigas enojado conmigo.
—¿Puedo saber qué te hizo creer que estoy enojado?
—No lo creo, lo sé —rebato —. En el avión, sé que te molestaste porque no te dije lo que ese hombre hizo.
—Oye...
—No quiero que estés enojado, no puedo soportarlo —me apresuro a decir, antes de que pierda el valor —. Así que pensé en arreglarlo, pensé que si hacía esto todo volvería a estar bien y...
Veo la manera en que su rostro lentamente se convierte en una mueca al tiempo que mi voz se hace cada vez más baja hasta que desaparece, como si no terminara de digerir mis palabras.
—No tenías que disculparte.
—Te hice enojar.
—No, no lo hiciste.
—Estabas enojado.
—Lo estaba, pero no eres el motivo de esa reacción —admite lentamente —. Aún estoy furioso con ese bastardo por haberte tocado y conmigo, por no haber estado ahí para ti. Así que no tienes nada por lo que disculparte. El problema no es tuyo, sino mío.
—Pensé que... No querías verme o tenerme cerca, no has querido cenar y yo creí... —se me rompe la voz en último segundo.
—No, no —envuelve mis manos entre las suyas —. No llores más. No es necesaria una disculpa, mucho menos que te pongas de rodillas cuando no es lo que mereces —deposita un beso en mis nudillos.
Sus ojos brillan en un radiante verde.
—Mereces que las personas se arrodillen ante ti.
Y ahí se va mi poca cordura.
No puedo creer lo volátil que soy a su alrededor.
—No me dirigiste la palabra en todo el camino de regreso.
—Dormiste todo el camino.
No le digo que realmente no lo hice.
—Me enviaste a otra habitación.
—Porque creí que dadas las nuevas circunstancias, desearías tener tu propio espacio.
Finalmente, la comprensión se entremezcla con el alivio.
Él no es Nikolai.
Incluso cuando mi mente trastornada me juegue malas pasadas, esa es la verdad. Y estuve a punto de...
Aprieto los labios, sintiéndome cada vez más estúpida.
—Y-yo... c-creo que mejor me voy a mi habitación —me desprendo con brusquedad de su agarre, prácticamente saltando de la cama y alejándome con el rostro cada vez más rojo.
—¿Bonita?
—No, está bien, lo siento. Malinterpreté la situación por completo —balbuceo dándole la espalda y aferrándome al pomo de la puerta —. No quise incomodarte. Ten una buena noche.
Cierro la puerta detrás de mí. No creo que apenas respire cuando cierro mi propia puerta de golpe. Apoyando mi frente hirviendo el madera fresca, respiro por bocanadas de aire y aprieto la mano en mi pecho, justo donde mi corazón late a toda velocidad.
Como si de esa manera pudiera contenerlo dentro de mi pecho.
¿Cómo siquiera pude pensar que él me haría hacer algo como eso?
Desde que desperté, no ha hecho más que tratarme como si fuera lo más preciado para él. Apenas se ha inmutado cuando me ha tenido casi desnuda frente a él.
No. Él no es Nikolai.
Es mucho mejor.
«—Mereces que las personas se arrodillen ante ti.»
Sonrío, repitiendo sus palabras una y otra vez en mi mente.
Si tan solo lo hubiese conocido a él en lugar de Nikolai, no me habría importado no tener un título.
Porque si lo hubiera conocido antes, quizá mi vida no habría sido tan miserable.
• ────── ✧❂✧ ────── •
Han pasado exactamente diez días desde que llegué a esta casa.
Diez días en los que me he asentado en una rutina que comienza a gustarme.
Nunca pensé que admitiría eso, incluso para mis adentros. Antes de morir, la rutina era mi peor enemiga cuando todo se limitaba a protocolos y la extenuante tarea de sobrevivir a un día más.
Aquí todo es diferente, no tengo que fingir estar bien todo el tiempo porque es como si solo estuviéramos nosotros en el mundo, si excluyes a la seguridad que parecen fantasmas, claro.
Todos los días Grace llama religiosamente, no lo dice, pero puedo escuchar su alivio cada vez que respondo sus llamadas. Me gusta escucharla, incluso cuando habla de telas y patrones que no entiendo, o cuando menciona personas que supongo debería recordar. Hablar con ellos es una de las mejores partes del día.
También he explorado progresivamente los rincones de esta casa que parece infinita, al menos hasta que descubrí una sala de cine en el primer piso. Eso fue hace cuatro días y desde entonces me he apoderado de ese lugar, consumiendo todo el contenido que puedo de HBO y Netflix. Con eso descubrí que me inclino más por las películas que por las series, soy demasiado impaciente para esperar nuevas temporadas. Las comedias son mi genero preferido, el humor absurdo y chistes malos ayudan a calmar las voces de mi cabeza.
Posiblemente he matado varias neuronas con tantas horas viendo la enorme pantalla, pero al menos de ese modo no puedo sobre pensar tanto las cosas.
Alessandro se ha convertido en un pilar en mi control.
Es como si él también se hubiera recluido en esta casa. No ha habido un solo desayuno, comida o cena en la que haya estado sola. Una parte de mí cree que el motivo principal por el que las comidas se han vuelto tan importantes para él, es porque se asegura que ingiera comida. No puedo reprocharlo, de hecho, he logrado subir un par de kilos, mis costillas ya no son tan pronunciadas como antes y mi piel ha adquirido un tono saludable.
Me parece irreal la manera en que las cosas parecen haber dado un cambio de ciento ochenta grados, el cómo antes de despertar en este lugar mi vida estaba atada a un monstruo y ahora parece que estoy casada con la antítesis de ese hombre.
Cada día espero despertar para descubrir que todo esto solo ha sido un sueño y sigo en ese lugar.
Tenemos conversaciones en las que me sorprendo hablando más de lo que alguna vez he hecho, sobre cualquier película que haya visto o mis llamadas con los Mills. Y eso es lo que más me asombra, que mientras yo divago en cualquier cosa, él parece escucharme. Escucha todo lo que tengo para decir incluso cuando no es nada importante y no parece irritado por eso.
Por el contrario, casi parece... orgulloso.
—Seguro que ya te aburrí —le dije una tarde —¿Por qué no me cuentas mejor sobre tu día?
—Mi día ha sido tan deprimente como ver a un caracol moverse —respondió en su lugar —. Prefiero escuchar sobre esa película sobre mamuts.
Y para su crédito, realmente parecía interesado mientras le explicaba la trama de La era de hielo, haciendo algunas preguntas cada tanto.
Ha trabajado desde casa y apenas sale, creo que puedo contar con los dedos de mi mano las veces que lo ha hecho y me sobran dedos. Siempre por cosas importantes que no puede posponer, cada vez me ha preguntado si deseo acompañarlo y me he negado cada una de ellas.
El exterior es uno de los lugares que aún me asustan.
El mismo exterior que observo desde el mirador en el jardín trasero.
Hoy es uno de esos días que no pudo posponer, dijo que pasaría por algo de comer al regresar y de eso han pasado tres horas.
Lo admito, he pasado más de la mitad de ese tiempo contemplando los edificios en la lejanía, pensando que él está en alguna parte de ese lugar y ahora mismo el mar se interpone entre nosotros. Resulta difícil ignorar mis nervios ante cada minuto que sé que él no está aquí, pensar que está afuera, expuesto al peligro y las personas no es un pensamiento agradable.
Es difícil de explicar el sentimiento, es como si alguien sujetara mi corazón en un puño.
Listo para ser exprimido hasta la muerte.
Sacudo la cabeza, alejando todos esos pensamientos con escenarios fatalistas. Regresando al interior de la casa a regañadientes porque el frío comienza a filtrarse a través de la tela de mi vestido.
El silencio me recibe adentro, Katie y las otras chicas no trabajan hoy, así que estoy sola porque los fantasmas que hacen de guardias de seguridad no es que sean muy animados.
En un intento por calmar mi ansiedad, rebusco en el armario de suministros las barras de chocolate a las que me he vuelto adicta, sintiendo que se me escapa el alma al darme cuenta que solo me queda una y habrá sido todo.
Tomo la última barra con un extremo cuidado, como si fuera a el objeto más preciado.
La boca se me hace agua al pensar en comerla, ni siquiera espero a llegar a la sala de cine, abriendo el envoltorio y dándole un enorme mordisco. El sabor del cacahuate y caramelo fundiéndose en mi boca junto con el chocolate. Suspiro.
Esto se acerca al cielo.
Estoy por darle una segunda mordida cuando un sonido me congela en mi lugar.
Por un segundo creo que he alucinado, pero cuando se repite siendo agudo y algo molesto, frunzo el ceño siguiéndolo y dándome cuenta que es el timbre.
Vuelve a sonar, sobresaltándome en medio del recibidor.
Una nueva emoción no tan agradable vibra en mí al percatarme de dos cosas: estoy sola en esta casa alejada de las personas, y la segunda; Alessandro no llamaría a la puerta.
¿Quizás olvidó las llaves?
«Es demasiado organizado para olvidar algo».
Bien, eso es verdad.
Me acerco con pasos tentativos, el sentimiento de alerta arraigándose cuando suena de nuevo. Si fuera Alessandro ya habría dicho algo, ¿no? Creo que he perdido todo el color cuando observo a través de la mirilla, sin embargo, no hay nadie a la vista.
«No es una buena idea...»
Debería prender a escuchar a mi consciencia, pero de nuevo no lo hago cuando mi mano ya está en la perilla. La voz de la razón siendo ignorada por completo mientras abro de golpe.
Casi espero ser embestida por algún atacante, por supuesto que eso no ocurre. En cambio, unos exóticos ojos oscuros me regresan la mirada.
—¿Quién eres? —es lo primero que digo, sonando más a la defensiva de lo que esperaba.
Aunque la exuberante morena no parece notarlo o finge no hacerlo. Una sonrisa completa con dientes perfectos me deslumbra.
—Deberías dejar de hacer esas bromas —enarco una ceja, confundida ante la familiaridad con la que me habla —, dejaron de ser graciosas hace mucho.
Sus ojos oscuros me detallan, desde mis pies con pantuflas esponjosas y mi vestido de flores que es tan holgado que podría pasar por un camisón. Su sonrisa parece vacilar por primera vez.
—Debes estar confundida —retrocedo, dispuesta a cerrar la puerta.
Su ceño se frunce.
—Vamos, sé que hemos tenido algunos desacuerdos, pero no es para que actúes de esa manera.
—De verdad no sé quién eres, pero deberías irte.
Detiene la puerta cuando intento cerrarla de nuevo.
—¿Coraline?
Me detengo, mirándola con ojos cautelosos.
Abre la boca, como si las palabras se le escaparan y la comprensión de algo que solo ella entiende baña sus rasgos. Algo parecido al terror cruza sus orbes oscuros, pero es rápidamente remplazado por una brillante sonrisa.
—Solo quería saber cómo estabas... la última vez que nos vimos no fui muy agradable —se encoje de hombros —. Cuando miré las noticias, me di cuenta de lo lejos que fui. Quería disculparme. Aunque ahora parece tarde.
Se remueve inquieta ante mi escrutinio.
Trato de buscar algo sobre ella en mi memoria defectuosa, lo cual es inútil porque no consigo nada. No parece un gran riesgo, es decir, si los hombres que Alessandro ha dispuesto para la seguridad la dejaron pasar, no debe serlo.
Aún si sus palabras resultan extrañas, pero sobre todo, remueven esa curiosidad que estoy segura me meterá en problemas. Porque hasta ahora, nadie parece querer decirme gran cosa y puede que esta sea mi oportunidad para conseguir algunas respuestas.
Y posiblemente sea un gran error, pero antes de poder pensarlo, ya la estoy dejando entrar.
—Hace frío —señalo, haciéndome a un lado para que pueda pasar.
Sus hombros caen con alivio, adentrándose en la casa.
Mis dudas sobre si mentía se disipan un poco cuando se dirige sin dudarlo hacia la sala de estar, como si conociera perfectamente el lugar.
Con un último vistazo afuera, la sigo, quedándome momentáneamente en shock cuando la encuentro de pie a lado del sofá quitándose el abrigo. Un vientre abultado quedando al descubierto, deja el abrigo a un lado y acaricia la protuberancia distraídamente. Un gesto mundano, pero es casi como si solo se asegurara de que sigue ahí.
—Estás embarazada —musito lo obvio.
Se vuelve en mi dirección, sonriendo de una forma más natural.
—Sí, ha avanzado bastante desde la última vez que nos vimos.
—¿Cuánto tienes? —pregunto, sentándome en el sofá, guardando distancia con ella.
—Siete meses.
—Es maravilloso.
—Lo es —suspira —, al menos cuando no está siendo un pequeño mimado que me hace ir al baño cada cinco minutos en la madrugada.
A diferencia de hace unos minutos, ella parece resplandecer cuando habla de su bebé.
Sacude la cabeza, como si recordara algo.
—Pero no hablemos de mí, mejor dime cómo has estado después del hospital.
—He estado bien.
—Vaya, en serio eres afortunada. Cuando miré esas imágenes, de verdad me asusté. Nadie pensaría que alguien sobreviviría al ver cómo quedó el auto.
—Tuve suerte —mascullo, incomoda al escuchar de nuevo esa palabra.
—Creo que nadie pensaría que has estado en un accidente al verte, te ves maravillosa. Radiante.
—Eso dicen —fuerzo una sonrisa.
—No mienten, de verdad lo haces. Al menos cuando te vi, parecías a punto de desvanecerte. Te veías cansada, puede ser, pero ahora solo resplandeces.
—No creo que sea de esa manera, pero sí me siento mejor —jugueteo con el collar, pensando mis siguientes palabras, aunque al final suelto lo que quiero saber —. Dijiste que querías disculparte por lo de la última vez, ¿puedo saber por qué?
—¿En serio no recuerdas?
—Hay cosas que me cuestan —miento.
—Bueno —se remueve, incomoda. Su mejillas adquieren un tono rosado que solo puedo atribuir a la vergüenza —... no fui muy amable. De hecho, me avergüenza solo pensar la situación en la que te puse, es decir... solo quiero que sepas que lo siento.
Asiento, perdida porque no entiendo nada.
Pero al mirarla, un pensamiento asalta mi mente. Mordisqueo mi labio inferior, tratando de darle forma. Porque entre más la miro, solo puedo preguntarme si acaso ella puede tener algo...
—Creo que olvidé ese día, no te preocupes —sonrío, o lo intento —. En realidad, ¿cuándo nos vimos?
—Uhmm... un par de meses, creo —lo medita un segundo —. ¿Cuatro? La verdad no lo sé con exactitud.
No puedo describir la manera en que mi corazón se estremece.
Sin embargo, antes de que pueda decir nada, el sonido de la puerta principal siendo abierta de golpe me sobresalta. Solo unos segundos después, Alessandro aparece en la entrada.
Es bueno ocultando sus emociones, pero he aprendido a reconocerlas en él. Y ahora mismo la preocupación baña sus rasgos, e incluso así, no deja de lucir tan perfecto como siempre en su traje de vestir a medida.
Sus ojos verdes parecen oscurecerse al reconocer a la mujer a mi lado, su rostro se endurece por completo.
Ella se pone de pie al instante, tan rígida como una vara y el color de sus mejillas desapareciendo.
—Rebecca —Alessandro prácticamente muerde al pronunciar su nombre.
Casi como si decirlo le resultara insultante.
La mujer que ahora sé, se llama Rebecca, toma sin ver su abrigo y rehúye su mirada de él.
Esto es algo nuevo, porque no puedo asumir que este sea el mismo hombre que no ha hecho más que hacerme sentir bien, a salvo, y ahora parece a nada de saltar sobre esta mujer para arrancarle la cabeza.
—Alessandro —exhala tensa —, yo ya me iba.
No puedo hacer más que ver la escena algo contrariada. Reconozco el temor en la mirada oscura de ella, lo sé porque yo misma lo he visto en los míos.
—Me voy, de verdad espero que todo mejore —me pongo de pie. Por instinto, quiero tranquilizarla y que la sombra en sus ojos se esfume, más hay algo que me lo impide —. Deseo que algún día podamos arreglar las cosas.
Por un segundo creo que me va a abrazar, pero al final solo toma mi mano, apretándola en un gesto conciliador. Entonces sale casi corriendo del lugar.
—¿Por qué...? —Alessandro me calla con un gesto, yendo detrás de ella como un perro rabioso.
Me quedo muda, sorprendida por su reacción y tardo un momento en recobrar el sentido. Mis pies me mueven con sigilo por donde se han ido, la puerta está abierta y al acercarme, logro verlos al final de los escalones de entrada.
Ella de verdad parece a nada de romperse, pero él es implacable mientras básicamente le gruñe lo que sea que le diga en la cara. A pesar de eso, no la toca.
Rebecca niega a lo que sea que diga, agachando la mirada y retrocediendo. Parece murmurar algo, aunque por el rostro de él, no parece tener ningún tipo de efecto. Finalmente, se da la vuelta y se dirige a un auto rojo.
Me encuentro con sus ojos negros en la distancia, parece destrozada mientras modula un lo siento antes de desaparecer por el camino de entrada.
No puedo describir todo lo que siento, porque es una mezcla de todo y nada al mismo tiempo. Alessandro regresa, deteniéndose al encontrarme en la entrada, puedo sentir toda esa energía oscura emanando de él. Su ira.
Este es el hombre del que todos hablaban. Me doy cuenta.
Intimidante.
Frívolo.
Aterrador.
Y a pesar de eso, sus hombros se hunden en un suspiro. Cierra los ojos, como si conjurase paciencia, haciendo todo lo posible por serenarse.
—¿Quién era ella? —es lo único que puedo preguntar.
—Nadie.
Su respuesta es seca y cortante. No admite replicas, pero ¿saben algo? Me he cansado de esto, y definitivamente no me voy a detener mientras me dejan fuera de nuevo.
—¿Esperas que lo crea después de que básicamente sacaste tu mierda con ella? —maldecir me sabe extraño, pero es demasiado liberador.
—No espero nada porque no era nadie.
—Perdí la memoria, no la capacidad de ver.
Entorna los ojos en mi dirección, casi espero que me reprenda por mi tono. Aunque claro, no estoy en mil ochocientos trece, este es el siglo XXI y las cosas han cambiado tanto, que mi tono debería ser la última de sus preocupaciones.
Y para sorpresa de nadie, no dice nada y me pasa de largo, recogiendo las bolsas de papel que quedaron olvidadas en la entrada y desaparece en dirección a la cocina.
Oh, no, definitivamente no estamos haciendo esto ahora.
Lo encuentro sacando embaces de comida china sobre la encimera.
—No me dejes hablando sola —protesto.
—Yo no estoy hablando contigo.
—¡Pero yo contigo sí! —exclamo —Dime quién era ella y por qué actuaste como un maldito bastardo.
—No tengo por qué decirte nada.
—Pero lo haces.
Mi cuerpo bulle con ira contenida, algo que nunca antes experimenté pero ahora mismo se siente como mi mejor amiga mientras fulmino su espalda. Saca dos paquetes de barras de chocolate, tira la basura y no me mira mientras comienza a buscar platos y cubiertos.
Y eso malditamente me exaspera.
—¿En serio estás haciendo esto del silencio? —al menos no sueno tan dolida como me siento en realidad.
Antes de poder meditarlo, me abalanzo sobre él, arrebatándole los platos e interponiéndome en su camino.
—¡Regarde moi, putain de merde!
«¡Mírame, joder!»
Es como si estuviera poseída, porque arrojo los platos al piso y lo empujo por el pecho. Ya ni siquiera es por esa mujer, es por la manera en que me mantiene en blanco sobre todo.
—¡Estoy aquí, háblame! —golpe —No me mantengas en la ignorancia —golpe —. Il est injuste!
«¡Es injusto!»
No lo veo venir cuando sus manos me sujetan por las muñecas, la oscuridad en su mirada es un indicio de lo enojado que parece estar. Bueno, ya somos dos.
—¿Quieres hablar? ¡Bien! Hablemos —si bien su agarre no me lastima, es firme mientras lucho por soltarme —Hablemos de cómo diablos has dejado entrar a una completa extraña a nuestra casa.
—No es una extraña.
—¿Cómo puedes asegurarlo cuando se supone que no recuerdas nada?
—La llamaste por su nombre.
—Después de que la dejaras entrar, ¿qué pasa si era alguien que trataba de hacerte daño?
No sé cómo responderle, porque tiene un punto valido, más mi enojo es mucho más grande.
—¡Ese no es el maldito punto! ¡¿Quién era ella?!
—Nadie.
—No puede ser nadie cuando la trataste como si fuera basura bajo tus zapatos.
Presiona sus labios en una línea, soltándome con una delicadeza que no va con su temperamento. Se aparta, dando media vuelta, listo para huir.
—¿Acaso es ella la razón por la que te dejé? —suelto.
Sus hombros se tensan, finalmente parece que algo se remueve en él. Pasa sus dedos entre las hebras doradas de su cabello, rompiendo la pulcritud de él.
—¿Qué? —se vuelve, mirándome como si no pudiera creer lo que acabo de decir.
—No me mires así.
—¿Cómo llegaste a esa deducción? —pregunta, incrédulo.
—Realmente es lo más lógico, ¿no? —levanto la barbilla, negándome a retroceder —Discutimos esa noche, por un motivo que ahora no recuerdo, pero ahora tiene sentido. ¿Sabes por qué ella vino? Estaba disculpándose por algo, algo que pasó hace cuatro meses. Ahora, si a eso le agregamos que viene una mujer muy embarazada... No se necesita ser un genio para deducirlo.
Debo admitir que realmente es bueno ocultando su rección, pero como dije, es como si yo tuviera este poder de saberlo incluso a través de su fachada. Y ahora mismo no parece nada feliz, de hecho, parece herido.
—Pues estás equivocada —dice fríamente.
—Entonces dímelo tú.
—¿Para qué? Si ya lo has deducido tú sola.
—Debes estar bromeando, acabas de decir que no es esa la razón, entonces dame una. Una razón creíble por la que yo quise dejarte y ahora ella aparece aquí.
—Esta conversación no tiene sentido.
—¡Deja de hacer eso! —me exaspero —Deja de tratar de mantenerme en la ignorancia, ¡es molesto!
Hace amago de irse, pero entonces suelto:
—Si no me lo dices, entonces me darás la razón.
Y tan pronto como lo digo, quiero escapar de aquí a cualquier rincón para llorar.
—¿E-ese bebé...?
—Ni siquiera termines esa frase.
—Entonces dímelo, por favor —de pronto toda la ira que me sostenía se desaparece, siendo remplazado por la vulnerabilidad —. Si ella fue tu amante, si tuviste algo que ver...
—¿Me dejarás de nuevo?
Lucho con el nudo en mi pecho, porque imaginarlo con alguien más duele, alguien que no soy yo. Y mi mente es tan cruel, que crea escenarios donde lo veo sonriendo y cargando al bebé de Rebecca.
Duele.
—Sí —exhalo temblorosamente.
Cierra los ojos, negando con la cabeza, mientras que yo puedo sentir las grietas en mi corazón comenzar a resquebrajarse otro poco.
—No puedes colocarme en esa posición, no estaré ahí de nuevo. Es degradante y... no merezco eso.
Cuando el silencio se asienta y ambos parecemos salidos de una interminable lucha, suspiro. Resignada y herida. Porque no importa que hasta hace unas semanas este hombre era nadie en mi vida, ahora solo es la única persona que se siente como casa. Y ahora, esa misma persona acaba de romperme el corazón que no sabía que estaba sanando.
Asiento, sin poder decir nada.
Esquivo los trozos de cerámica en el suelo, pasando con la mano en mi pecho por un lado de él. Solo ruego ser lo suficientemente fuerte para no desmoronarme frente a él.
Solo aguanta otro poco.
Puedo sentir las lágrimas luchando por salir, así que me muerdo el interior de la mejilla, buscando un estímulo que remplace el dolor emocional con el físico.
Creo que lo he logrado, casi he pasado la salida cuando algo cálido envuelve mi mano. Me detengo, mirando sus dedos atrapando mi extremidad. Tiemblo. Tira de mí y quiero golpearme por no poner nada de resistencia. Su otra mano me toma por la cintura, soltando mi mano solo para obligarme a mirarlo con dos dedos en mi barbilla.
—Nunca podría infligir ningún tipo de dolor en ti —dice con calma —. Y ahora mismo está matándome ver la tristeza en estos preciosos ojos —desliza el pulgar por debajo de mi lagrimal —: creí que era evidente que tú eres el único ser por el que vivo y respiro.
El pulso se me dispara.
—La única con la que alguna vez tendría hijos.
No puedo describir el alivio que siento, la forma en que todas esas voces desagradables en mi cabeza se callan cuando él suelta esas palabras.
—Entonces ella...
—Ella era tu amiga, hasta que un día dejaron de serlo. Por esa maldita mujer es que todo esto empezó —apoya su frente en la mía, cerrando los ojos como si regresara a esa noche —. Por ella casi te pierdo para siempre.
Trago en seco, inmóvil ante sus palabras.
Es posible que esté cometiendo un error al creerle, al final es un hombre, pero es imposible que no lo haga. A estas alturas, temo que creería cualquier cosa que diga si eso significa que puedo quedarme a su lado, porque el solo pensar en alejarme resulta insoportablemente doloroso.
También es una estupidez creer ciegamente con todo mi historial.
Pero he pasado tanto tiempo con personas que nunca disimularon su desagrado por mí, soportando tratos inhumanos, que la posibilidad de que sea un mentiroso me da igual, mientras siga mirándome como si fuera el centro de su universo.
Incluso si en el proceso estoy robando la vida de Coraline.
—Por favor, no vuelvas a decir que te vas—es básicamente una suplica —. Si un día no soportas verme, solo dímelo y te daré tu espacio. Solo... no te vayas.
No creo poder decir nada sin terminar llorando, así que en lugar de eso, regreso al único lugar que se siente seguro. Él. No sé cuánto tiempo nos mantenemos de esa manera.
Ambos aferrados al otro, compartiendo el mismo miedo: perdernos.
• ────── ✧❂✧ ────── •
Me despierto sobresaltada, no sé en qué momento me quedé dormida.
Miro a mi alrededor, la habitación que he usado las últimas dos semanas se mantiene iluminada. Casi puedo escuchar mi corazón dando tumbos y la sangre corriendo por mis oídos. Los estragos de la pesadilla asentándose.
Últimamente, han sido sobre el ataque de esa noche. Cuando mi vida tuvo una fecha de caducidad.
Me veo a mí misma escribiendo una carta, aunque no recuerdo lo que había en ella, sé que después de eso hubo una cena en la que Nikolai había anunciado el embarazo de Rania, una de sus amantes.
Cuando eso termina, me veo regresando a mis aposentos, preparándome para dormir cuando finalmente todo pasa.
Tiro de las raíces de mi cabello, como si de esa manera las imágenes tan grotescas pudieran desaparecer. El reloj marca la media noche.
Maldigo para mis adentros.
Salgo de la cama, negándome a arriesgarme a quedarme dormida de nuevo.
Me mantengo dando vueltas por alrededor de diez minutos, sin saber lo que se supone que debería hacer porque de pronto tengo mucho sueño, pero eso implica tener esas malditas pesadillas. Como si estar ya en mi cabeza no fuera suficiente tortura.
Todo parece estar bien durante el día, pero las noches son un reto por completo.
Bebo agua, me desenredo el cabello, hago un poco de yoga, pero cuando miro el reloj solo han pasado dos horas.
—Al diablo —maldigo, levantándome del piso y yendo directamente a la tableta donde suelo escuchar música.
He aprendido a manejar la tecnología con más rapidez, así que no tengo ningún problema cuando entro al buscador y tecleo el nombre. Deteniéndome con el pecho a punto de estallar de ansiedad.
Me sorprende que haya aguantado tanto sin hacerlo, la idea cruzó por mi mente varias veces, normalmente después de una pesadilla y creo que en el fondo, me abstenía de realmente hacerlo ante la idea de que perdí la cabeza, aunque esa idea empequeñece por completo al pensar que de verdad todo pasó.
Porque en medio de todo esto, en el fondo solo deseo que todas estas pesadillas sean solo eso, pesadillas conjugadas por mi sádica imaginación y así... así poder tomar todo lo que ahora tengo enfrente sin remordimientos.
Presiono buscar, apenas respirando mientras miles de resultados se despliegan ante mis ojos. Una mezcla de decepción, terror y dolor se entremezclan cuando mi peor pesadilla se vuelve realidad.
Mi vida entera frente a mí.
Releo varias veces el nombre de la biografía en uno de los enlaces, solo para asegurarme que no hay ningún error.
«Nacida el 13 de enero de 1794 en Estrasburgo, Francia y siendo la cuarta hija del Rey Nathan Russel y la Reina Amelie Schmidt.
Elizabeth Amelie Russell, o también conocida como "La princesa de corazones" debido a la cercanía que desarrolló con su pueblo.
Al ser la cuarta hija, fue educada para casarse, aunque se dice que ella desarrolló una pasión por la literatura e incluso se le atribuye la autoría de dos libros bajo un seudónimo, más esto nunca se confirmó.
Se creía que permanecería soltera cuando cumplió los diecisiete años sin ningún tipo de pretendientes a pesar de ser de las princesas más agraciadas de la época, sin embargo, para sorpresa de muchos en 1811 se anunciaría su compromiso con el príncipe Nikolai Anton Romanov, casándose a finales de ese mismo año y tomando el poder de Rusia solo dos meses después.
Matrimonio que causó ruido en ambas naciones enemigas, lo que dividió al pueblo en dos bandos, pronto quienes apoyaban la llegada de sangre extranjera se volvieron más al verse encantados con la nobleza de la Emperatriz Elizabeth.
Su bondad la llevó a ir en contra del protocolo en diversas ocasiones, siendo voluntaria en los hospitales militares, llevando ayuda humanitaria a los pueblos afectados por la guerra y creando orfanatos para los hijos de los soldados que morían en guerra.
Aunque adquirió un título mucho más alto que el de sus hermanas, el peso de esto se vio reflejado con el pasar del tiempo y la crisis que azotaba Rusia debido a las malas elecciones del emperador.»
La tableta tiembla en mis manos al recordar todo eso como si fuera ayer, la forma en que todo empeoraba. Porque incluso cuando el pueblo parecía aceptarme, la nobleza nunca lo hizo, solo toleraban mi presencia porque su emperador así lo decidió y su palabra era ley.
Aunque desconocía que me hubieran dado un título.
«Se dice que la infertilidad de Elizabeth solo empeoró su situación, haciendo que su matrimonio se tambaleara ya que el emperador empezaría a buscar amantes con el fin de mantener el legado Romanov. También se habla de una posible depresión que desarrollaría ante todo el caos mediático al que se enfrentaba.
Fue en los últimos meses de 1812 cuando su presencia en público comenzaría a disminuir, no fue hasta el 7 de enero de 1813 cuando la familia real pasaba las festividades en el palacio de Kremlin en Moscú donde sufrirían un ataque en nombre del Sultán Mehmet II, que dejó por completo de hacer apariciones públicas por completo.
Refugiándose en el palacio de San Petersburgo.
Tan solo casi dos meses después, el 28 de febrero de 1813, se encontraría al emperador con el cuerpo sin vida de Elizabeth en sus brazos.
La casa real culparía a su creciente depresión de su trágica muerte, señalándola como un suicidio que marcó a toda una nación.»
Mordisqueo mi labio inferior, conteniendo los impulsos violentos que amenazan con dominarme. Parpadeo, mirando el techo, incrédula.
—Suicidio...
Al final del artículo hay una imagen de Elizabeth Russell... de mí. Un sentimiento de desasosiego me invade al verme retratada. Porque no, no inventé nada de lo que hay en mi cabeza.
Todo fue real.
Finalmente lo sé.
La cabeza me palpita mientras suelto una risa hueca al recordar la forma en que me apuñaló dos veces.
Al recordar esa mirada maniática con la que veía mi vida esfumarse.
La inquietud me embarga cuando las imágenes de mis pesadillas se reproducen en mi cabeza. Puedo sentirlo, puedo sentir la manera en que todo comienza a desdibujarse, solo para convertirse en algo mucho peor.
Todo está mal ahora.
Las piernas apenas me sostienen mientras me levanto.
Entro en el cuarto de baño, sintiéndome perdida.
Inhalo y exhalo, tratando de recuperar el control.
Dejo que la bañera se llene mientras me desvisto, tomándome mi tiempo mientras desenredo mi cabello. El nudo en mi pecho pesa más que antes, incluso cuando me niego a que gane esta vez.
Aun cuando sé que es posiblemente una guerra perdida.
Miro mi reflejo en el espejo de cuerpo completo. Veo lo frágil que aún soy. Mis labios rosados y gruesos, las mejillas un poco menos hundidas enmarcada por los mechones largos y castaños. Los ojos grises que se ven un más claros con las lágrimas me devuelve la mirada.
Parpadeo varias veces solo para asegurarme que mi mente no está jugándome una broma cuando recorro mi cuerpo y me doy de lleno con una cicatriz a la altura de mi vientre. La piel está roja y desigual, como si apenas estuviera tratando de curarse después de pésimos cuidados. Abarca casi toda mi mano, deslizándose desde la mitad de mi vientre hasta la cadera.
El saber que no estaba ahí hace segundos comienza a desequilibrarme.
«—No puedo perdonar a la asesina de mi hijo.»
Inevitablemente, mi labio inferior comienza a temblar. Un suspiro entrecortado se me escapa, mis dedos acarician la zona, estremeciéndome ante la fragilidad del área.
«—Debo asegurarme de que no lleves a un hijo bastardo.»
—Basura francesa... —así fue como me llamaron mis agresores.
Y así me hicieron sentir después de lo que ocurrió.
Como si no valiera nada.
Como si no fuera una persona que merece el respeto de otros.
Un sollozo rompe mi garganta.
De pronto, toda la fortaleza que había recolectado durante semanas se va y me deja siendo un saco de miedos y dudas. Todo se va a la basura y me doy cuenta de lo débil que aún soy, me bastó ver solo una pizca de mi pasado para desmoronarme.
No, no es solo un trozo, es toda una vida.
Ignoro la bañera a medio llenar y entro a la regadera, abriendo la llave de agua fría que me cala hasta los huesos, pero no me molesto en cambiarla. Con manos inestables tomo la esponja natural y lavo mi cuerpo con frenetismo.
El recuerdo de esos hombres viene a mí, siento náuseas y el llanto me vence.
«—No me toquen —supliqué —, por favor.»
Mi piel se vuelve roja de tanto tallar, pero la suciedad sigue ahí. No desaparece, y me doy asco. Nikolai me hizo esto, no fue suficiente con romperme emocionalmente, tuvo que hacerlo físicamente también.
—Sus manos me tocaron, fue real. Esa maldita pesadilla es real —mascullo perdida en mi mente.
Pero ya no existe el consuelo de la esperanza de una historia feliz olvidada.
Me siento sobre las baldosas y comienzo a lavar mis muslos y entre ellos. Solo puedo pensar en ellos, en que realmente no fueron órdenes de Mehmet, sino de él. Me arrebató a mi bebé, me arrebató mi vida... dos veces. Y no conforme con eso hizo que mi muerte fuera nada.
Me borró.
—¡Ahhhh! —mi grito reverba entre las paredes del baño, lastimándome la garganta pero sintiéndose de alguna forma satisfactorio —¡Te odio! ¡Te odio tanto!
«—Lo siento mucho, mi señora, pero ya no se puede hacer nada por él.»
—¡Espero que te pudras en el maldito infierno! —sollozo.
Deseando que donde sea que esté, su vida haya sido tan desdichada como lo fui yo.
«—No, no, no —rogué —. Es todo lo que me queda. Mi bebé...»
Unas manos me arrebatan la esponja y me toman en brazos. Mi primer impulso es alejarme, manoteando y pataleando para que me suelte. Entonces captura mis muñecas con la fuerza suficiente para no lastimarme y mantenerme inmóvil al mismo tiempo.
—Oye, oye, tranquila —busca mis ojos—. ¿Qué sucede, bonita?
—No, no, no—chillo.
Me suelta al instante, me arrincono en una de las esquinas de la ducha y él presencia mi llanto. No lo miro, solo vuelvo al suelo donde pertenezco y hundo el rostro entre mis rodillas.
—Oye —lo siento ponerse a mi altura, toma mi mano y la acaricia con ternura.
—La suciedad no se va —sollozo —. Je suis dégueulasse...
« Soy repugnante».
Lo escucho cerrar la llave, con cuidado toma mi mentón instándome a mirarlo.
—No es así, jamás he conocido a alguien tan pura como tú.
—Estoy sucia, por eso lo perdí. Era demasiado puro para mí, no lo merecía. Merde!
«¡Mierda!»
—Claro que no, bonita, nada ha sido tu culpa.
Niego, él no lo va a comprender aún. Ni siquiera lo entiendo yo.
Estoy enloqueciendo.
—Solo... Solo abrázame, por favor... Les monstres me traquent.
« Los monstruos me acechan».
Lo hace sin dudar, tira de mí hasta que estoy a horcajadas sobre su regazo, entierro el rostro en su cuello y me pierdo en él. Sin hacer nada, solo con su presencia, ahuyenta mis demonios sosteniéndome mientras me deshago en llanto. Desapareciendo la oscuridad con su luz y permitiéndome respirar de nuevo.
No deja que me hunda.
• ────── ✧❂✧ ────── •
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