6. Monstruos al acecho
Halsey | Sorry
"El impacto y el dolor de una pesadilla puede ser mucho mayor que el de un puñetazo." †John Katzenbach†
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Reacomodo los troncos de leña por enésima vez, rociando otro poco de combustible para avivar las llamas que se niegan a consumir la madera. Enciendo uno de los cerillas, acercándolo con cuidado y conteniendo la respiración cuando el fuego abraza el tronco, pero después de que el combustible se consume, vuelve a apagarse.
—Tienes que estar bromeando.
Solo quedan tres cerillas en la caja, dos cuando el tercero se rompe al tratar de encenderlo. Tomo el penúltimo, mirándolo amenazantemente como si eso ayudara en algo.
Lo acerco a la leña, dejándolo tanto tiempo como puedo soportar cerca de ella, contengo una maldición al sentir la llama quemar mis dedos, aunque no lo suelto hasta que casi se ha consumido y mis dedos escuecen.
Suelto de golpe lo que queda de cerilla, acunando en mi mano mi piel palpitante.
—¿Qué estás haciendo?
Me sobresalto ante el estruendo de la voz en la habitación, cayendo sobre mi trasero ante el brusco movimiento.
—Estab... —me atraganto con mi propia salvia ante la vista frente a mí.
Un curioso Alessandro me mira a unos metros. Con su amplio y definido pecho de músculos marcados sin llegar a ser demasiado. Lo suficiente para hacer que mi cuerpo se vuelva liquido sobre el piso y sin poder evitarlo, mis ojos recorran las ondulaciones de sus abdominales que llegan hasta... una maldita toalla.
Solo eso evita que pueda verlo en toda su gloria.
Subo tan rápido como puedo los ojos hasta sus ojos entornados que me miran con cierta sospecha. Aclaro mi garganta, regresando mi atención a la chimenea aún apagada.
—Solo trataba de encender esta cosa —refunfuño.
La frustración ante mi poca habilidad ayuda distraer a mi lujurioso cerebro.
Me tenso en mi lugar cuando lo escucho acercarse, demasiado consiente de su presencia. El olor de su gel de ducha robándome mis últimas neuronas centradas.
Su cuerpo se acuclilla a mi lado, mira lo que he hecho y toma la caja de cerillos prácticamente vacía. Notando también que casi todo su contenido está en el borde de la chimenea, como prueba fehaciente de mi fracaso. La vergüenza ayudando a que mi cerebro no viaje al hecho de que está completamente desnudo debajo de esa toalla.
Por fortuna no comenta nada, solo se dedica a recolocar un poco la leña y toma el último para encenderlo y acercarlo. Y así, como por arte de magia, esa maldita cosa se enciende. No, no como una pequeña llama, sino que arden con fuerza calentando mi rostro.
Abro la boca ofendida.
Aunque nada sale, porque antes de protestar, una de sus grandes manos toma la mía con cuidado y mira mis dedos palpitantes.
—Te has quemado, ¿te duele?
Contengo la respiración, no me mira al hablar, pero al no obtener una respuesta formulada, sus ojos buscan los míos.
—Solo un poco.
Entonces, como si no estuviera ya demasiado afectada por su simple presencia casi desnuda, guía mi índice hasta su boca y lo envuelve en esos mullidos labios rosados. Creo que podría tener un infarto ahora mismo.
¿Puedo tener uno tan joven?
Es el contacto de su lengua con mi piel sensible la que provoca una renovada oleada de calor que se extiende por todo mi cuerpo y se asienta en mi vientre. Ah, tenía frío y ahora necesito una ducha con hielos.
—¿Mejor? —pregunta después de hacer lo mismo con mi pulgar.
Asiento, sin ser capaz de encontrar mi voz.
«¿Mejor? Acabamos de perderla, señores.»
Ni siquiera creo ser capaz de poder hacer otra cosa que pensar en sus labios sobre alguna parte de mi cuerpo. Sobre los míos, averiguando si los suyos son tan dulces como parecen.
Antes de poder recuperar mis sentidos, es el susurro desde la neblina en mi memoria lo que me hace salir de mi hechizo. Una voz ciceante en forma de amenaza.
«—Su vida me pertenece tanto como la tuya. No confundas mi silencio con aprobación. Eres mía, mía para destruir.»
Sacudo la cabeza, apartando esa escalofriante voz. Mirando al hombre frente a mí, sin poder evitar preguntarme si esa voz se refiere a él. Por un instante, un renovado temor se asienta en mis entrañas, uno donde su vida es amenazada. Uno donde él no está más.
Pero entonces, cómo es que Coraline deseaba dejarlo y ahora yo solo puedo pensar en protegerlo de... algo que ni siquiera estoy segura.
¿Qué pasó realmente, Coraline?
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Algunas horas más tarde, la espinita sobre esa voz apenas me permite procesar las letras del texto frente a mí. El crepitar de la leña mientras se consume llena la silenciosa habitación, mis ojos desviándose cada tanto hasta el hombre que duerme en la cama, preguntándome si quizá solo estoy siendo paranoica.
Y también, sin poder darle un nombre al hecho que de pronto, en solo cuestión de días no puedo dejar de preocuparme por la seguridad de un hombre cuyo rostro conozco hace cinco segundos.
Arrojo el libro al lugar vacío a mi lado, incorporándome y rindiéndome a tratar de seguir leyendo algo. Mantengo mi atención sobre él mientras me muevo con pasos silenciosos por la habitación, suprimiendo mis deseos de acercarme a él y, en su lugar, me acerco al móvil que descansa sobre el tocador.
Lo miro a través del reflejo del espejo, asegurándome de que no me ve mientras lo tomo y por un segundo me quedo en blanco al darme cuenta que está bloqueado. Me muerdo el labio inferior, saboreando la decepción.
Hago amago de dejarlo en su lugar cuando, sin querer, mi dedo se desliza por el lector de huella y contengo el aliento al ver como la pantalla se desbloquea sin más.
Vaya, eso es...
«Sorprendente».
Inesperado.
Miro la pantalla ahora desbloqueada por al menos un minuto, procesando que tengo acceso a su móvil. Y no algo como saber su contraseña, si no que mi huella puede hacerlo sin más. Luego, al menos otro minuto mientras asimilo la imagen de fondo de pantalla; una mano extendida sobre una almohada, como si palpara en busca de algo, más los protagonistas de la imagen son el par de anillos que adornan su anular.
Una argolla con una brillante piedra rojiza, el metal moldeado de forma en que parece que una enredadera de pequeñas hojas ha atrapado la piedra y pequeños diamantes en color verde que se esparcen por la pieza. La segunda banda es un poco más sencilla, un corte delicado que envuelve el delgado dedo como una ramificación similar a la del otro anillo.
Al fondo, de una forma desenfocada se distingue la silueta de una mujer con el pelo enmarañado sobre el rostro.
Una punzada de celos y anhelo apuñala mi pecho.
Sin darme cuenta, me encuentro viendo mis manos desnudas.
Aun cuando trato de no darle importancia, de pronto solo puedo pensar en por qué no llevo ningún anillo ahora si soy su esposa.
Exhalo.
Me traslado hasta la galería y al instante me golpea la desolación.
Hay cientos y cientos de fotografías, llenas de momentos que él capturó porque deseaba mantener el recuerdo de ese momento. Y lo que duele, es ver que en cada una de ellas es mi rostro el que las llena.
No consigo encontrar un lugar dónde sentarme, deslizándome por la pared más cercana cuando las piernas me fallan y me hundo en el frío suelo. Me desplazo por cada una de ellas, incrustando más un poco más el puñal en mi pecho.
En realidad, no dudaba de su palabra o de eso que veo en sus ojos cada vez que me observa, pero ver esto es algo muy diferente. Hace que todo se sienta más real. La manera en que de alguna forma, ambos hemos perdido algo. Y aunque soy capaz de sentir el vacío en mi pecho, sé que debe ser duro para él sobrellevar el hecho de que la vida con la persona que elegiste, ahora solo existe en tu memoria y que para ella, eres un completo extraño.
Me detengo en una fotografía que fue capturada del reflejo de un espejo.
Por el ángulo, ni siquiera creo que Coraline lo notara en ese momento. Demasiado concentrada en besar su mejilla mientras se balanceaba aferrada a su cuello, la mano de él envuelve su cintura y, aunque a simple vista parece aburrido, hay una pequeña contracción en sus labios.
Amplio la imagen. Ni siquiera sé si puede llamarse sonrisa, pero ahí está junto al brillo en sus ojos mientras observa el reflejo de ambos.
Estoy tan absorta en el móvil, que no escucho cuando llaman a la puerta, sin embargo, cuando se levanta mis ojos viajan a él de inmediato. Bebiendo su imagen. Sus ojos recorren la habitación, mirando la puerta abierta del baño y lo sé, solo sé sin que pronuncie mi nombre que está buscándome.
Mas no me muevo.
Demasiado sobrecogida por las emociones que ha provocado ver todas esas fotografías.
Se apresura a la puerta cuando vuelven a tocar, lo escucho hablar con un hombre. Cierro los ojos, apoyando la cabeza en la pared. Sus pasos son lentos cuando regresa, sé que me ha encontrado cuando siento el peso de su mirada sobre mí.
Unos segundos después, su perfume se vuelve más intenso al acercarse.
—¿Qué haces en el piso? —parece desconcertado.
No consigo la energía suficiente para explicarlo, así que solo me encojo de hombros.
Abro los ojos al sentirlo sentarse justo a mi lado, adoptando la misma postura con la espalda en la pared y las piernas dobladas.
La culpa se asienta con pesades.
—Tienes muchas fotos —comento, fijando mi atención en la nada.
Solo emite un sonido de aceptación.
—Me gusta capturar cosas bonitas para verlas cuando no puedo tocarlas.
Suelto un bufido, negando con diversión.
—Todas son sobre —Coraline —... mí.
—Exacto.
—Creo que es algo excesivo —le devuelvo su móvil, mirando de soslayo la manera en que ve la imagen que estaba viendo.
—Yo creo que es lo justo y necesario.
—Obsesión le llaman algunos.
—Admiración —corrige —. Las personas capturan todo eso que les maravilla en su día a día; su comida, su auto, aves o paisajes.
Miro mis dedos en mi regazo, retorciéndose entre sí.
—¿Y tú?
—Bueno, para mí tengo una de las maravillas del mundo más bonitas inmortalizada y al alcance de mi mano todo el tiempo.
No, definitivamente sus palabras no deberían hacerme sentir como lo hacen, pero lo hacen. Y eso solo hace que la culpa se abrase a mí como una camisa de fuerza.
—Lo siento —digo temblorosa.
—¿Por qué estás disculpándote?
Trago saliva, tratando de ordenar mi cerebro.
—Por haberte robado a la mujer de esas fotografías.
Se queda en silencio, asimilado mis palabras. No me atrevo a mirarlo cuando me llama, pero es persistente y se mueve hasta que lo tengo frente a mí. Atrapando mi barbilla entre sus dedos, no es duro ni brusco, solo un agarre que me pide en silencio que lo vea.
—Oye, mírame, por favor —niego con la cabeza.
No quiero ver en sus ojos la decepción y la esperanza, no quiero ver la manera en que lastimo a un hombre que parece amar tanto a una mujer con mi rostro. No puedo soportar el dolor de saber que hay alguien en este plano que ama a una versión mía que no soy yo.
—Bonita, por favor mírame —es como si supiera qué botones pulsar.
Porque aunque no quiero, mis ojos se deslizan hasta los suyos nada más la palabra sale de sus labios.
—Eso es —asiente, satisfecho —, te diré algo y necesito que lo recuerdes siempre: tú no hiciste nada.
—Lo hice, lo hice y no sé cómo arreglarlo.
—No, solo han sido circunstancias que se salieron de nuestro control. Esto solo es transitorio, estaremos bien. Pronto todo estará bien.
Lo miro en silencio con la impotencia recorriendo mi torrente sanguíneo.
¿Cómo le explico que no es el alma de su esposa en este cuerpo?
—Solo no quiero que te decepciones cuando no logre recordar —admito parte de mi verdad.
—Jamás podría hacerlo. Bonita, yo solo quiero tenerte a mi lado. Es lo único que me importa.
Por todos los dioses, ¿por qué no pudo ser él desde un principio?
—Dijiste que me dejarías ir si te lo pidiera.
—Mentí.
—¿Qué?
—Mentí, lo siento —recorre los bordes de mi mejilla con un toque ligero, como si temiera romperme —. No creo que sea capaz de dejarte ir, no ahora... no nunca.
Eso debería aterrarme, debería hacerme querer apartarlo y correr lejos, pero en su lugar asienta mis deseos de llorar. Cierro los ojos, abandonándome a su toque y buscando el calor de su palma.
Escucho el golpe seco del móvil caer al suelo. Su mano atrapa mi cintura y pierdo momentáneamente su caricia cuando desliza su brazo por debajo de mis rodillas, acunándome en sus brazos para llevarme hasta su regazo. Ni siquiera lo pienso cuando apoyo la cabeza en su pecho, absteniéndome de hundir la nariz en él para poder empaparme de su olor.
—No quiero que estés triste.
Quisiera decirle que eso es casi imposible, sin embargo, estar envuelta por él hace que todo de pronto parezca irrelevante. Porque en sus brazos, es como si nada pudiera alcanzarme.
—Nadie renuncia tan fácilmente a las cosas preciadas. ¿Y, bonita? Tú eres lo más preciado para mí —dice sobre mi cabello.
No debería gustarme tanto la manera en que logra callar esa vocecilla molesta en mi cabeza, mas no hago nada por detenerlo. Incluso cuando grita desde el fondo que esto no me pertenece, al menos, hasta que agrega:
—Ignoro lo que ha hecho que creas lo contrario —baja la voz, hasta que se siente casi como una confesión —, pero te prometo que no existe algo en este universo que no merezcas. Y si me lo pides, haré todo por ponerlo a tus pies, bonita. Porque esa es la única forma en que mereces ser tratada.
Y así como así, sé que estoy perdida por este completo desconocido.
Solo puedo pensar en lo peligroso que es darle tanto poder sobre mí, porque si él miente, si decide que es demasiado y se marcha, yo no lo voy a detener. Incluso si una parte de mí se va con él.
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Cuando bajamos a cenar ya todos nos esperan, trato de mantenerme en la mesa, sin embargo mi mente tiene planes muy diferentes porque ni siquiera consigo colectarme lo suficiente para pedir mi comida.
Estoy segura de que digo lo primero que leo en la carta.
Un corte de carne con salsa roquefort que suena más elegante de lo que realmente sabe, o quizá solo son las náuseas ante el mal presentimiento que se ha pegado a mí cual sanguijuela. Succionando toda mi energía. Logro ingerir algo de comida, apenas prestando atención a la conversación que se abre en la mesa, ni siquiera recuerdo mis respuestas vagas que suelto cada tanto.
Es quizás el estado de alerta en que mi cuerpo ha entrado desde que salimos de la habitación, posiblemente por todas las personas que nos rodean y ponen mis nervios de puntas, pero en algún punto mientras casi consigo llegar al final de la cena un nuevo malestar se suma.
Un sentimiento de acecho.
Mi piel se eriza y mi mano se congela momentáneamente en el viaje del plato a mi boca.
El cuerpo me vibra en alerta máxima.
Se siente tan familiar. Odiosamente familiar.
Me paso la comida con la copa de agua, mirando con disimulo el lugar sobre el borde. A simple vista no hay nada fuera de lugar, todos parecen centrados en sus cenas. Quiero sacudirme la sensación, aun cuando mi corazón parece no ir en sintonía.
Acelerándose con cada segundo que pasa.
«—No importa cuánto corras o dónde te escondas, siempre te encontraré.»
El recuerdo de esa amenaza se desliza por mi columna.
Recorro el lugar con fingido desinterés, mientras mis manos comienzan a sudar. No me detengo, yendo y viniendo hasta que de pronto, como si mi subconsciente lo supiera, reparo en la silueta de un hombre en la barra.
No me mira, ni siquiera puedo ver más allá de su espalda vestida con una sencilla camisa lisa de mangas cortas. Tiene el cabello de un negro tan oscuro como la noche y corto.
Está solo, parece relajado y por un segundo, solo creo que es una completa alucinación.
Pero... yo podría reconocer su figura en cualquier lugar.
Y el pitido en mis oídos y la manera en que siento que mi rostro pierde color...
El estallido del cristal rompiéndose me sobresalta, trayéndome de vuelta a la realidad. Todos me miran sorprendidos, volviéndome consciente del desastre que he hecho cuando la copa resbaló de mis manos.
—Lo siento —me levanto de golpe, tratando de arreglar mi desastre —. Me distraje y...
Ni siquiera creo que respire mientras sigo balbuceando disculpas, recogiendo los cristales sin apenas ver porque solo puedo buscar con frenetismo al hombre.
—Tranquila, solo ha sido un accidente, cariño.
Niego, demasiado frenética y aterrada para ser racional.
—Bonita —lo escucho, pero no soy capaz de verlo.
Acabo de arruinarlo todo, lo he avergonzado.
Me estremezco de solo pensar en los múltiples castigos que mi torpeza traerá.
Miro con terror a mi alrededor, buscándolo, esperando que de pronto aparezca para decirme todo lo que he hecho mal.
No, no, no, no.
Por favor.
—Ah... —jadeo, soltando de golpe todos los vidrios que había recolectado en mi mano.
Me congelo ante el pinchazo de dolor, seguido de la visión de mi sangre goteando de la palma de mi mano lo que solo provoca que todo empeore.
Sangre.
Mi sangre.
«—Hasta la otra vida, lyubov.»
Su promesa antes de que todo se volviera negro es como la chispa que hace que toda la pólvora arda. Tropiezo con la silla al tratar de alejarme, mirando con ojos desorbitados y dándome cuenta de toda la atención que he atraído a la mesa. Veo un mesero acercarse para ver mi desastre, alarmándose cuando ve mi mano ensangrentada.
—Lo arreglaré... —prometo —Yo no quería...
—Bonita —cuando no lo escucho, sus manos atrapan mis hombros y buscan mi mirada.
—No fue mi intención, prometo que yo no...
—Bonita, detente —pide con tranquilidad.
Estoy temblando y mi mano punza sobre a herida que sigue sangrando. Toma mi muñeca con gentileza, apartándola de mi vista. Aprieto mi rostro contra su camisa.
—Sácame de aquí —ruego —, s'il vous plaît... faites-moi sortir d'ici.
«Por favor, sácame de aquí».
Me rodea con sus brazos, protegiéndome de los ojos curiosos. Ni siquiera les dice algo a los Mills, concentrado en la tarea de alejarme de todos. Apenas noto mientras subimos las escaleras y llegamos de nuevo a la habitación donde todo parece callarse un poco.
Terminamos en el baño donde coloca mi mano debajo del chorro de agua.
Me estremezco, parpadeando para ver cómo busca un botiquín y maldice cuando se da cuenta que solo hay unas cuantas gasas y alcohol.
—Hotel de mierda.
Verlo irritado, por contradictorio que sea termina por alejar por un segundo mi mente de todo lo que acaba de pasar. Posiblemente porque nunca creí escucharlo decir improperios, pero termino soltando una risita que atrae su atención.
Entorna los ojos en mi dirección.
—¿Qué es tan gracioso?
—Tú maldiciendo.
—Es bueno que te cause gracia la mediocridad de este lugar.
Rueda los ojos, tomando el alcohol y empapando una gasa.
—Va a arder un poco —advierte, tomando mi mano con extrema delicadeza.
Aun con su advertencia, me encojo al contacto, más en mi vasta experiencia con el dolor, he aprendido a contener el quejido de dolor que quiere salir. Es cuidadoso, deslizando la gasa y mirándome al mismo tiempo, buscando signos de inquietud que no le muestro de forma instintiva.
Yo, por otro lado, clavo mi vista en uno de los botones de su camisa.
Vuelvo a desconectarme de la realidad mientras me devano los sesos con cientos de preguntas.
¿De verdad era él? ¿Él también me ha seguido hasta este lugar? ¿Siquiera es eso posible?
Niego para mis adentros.
Debe ser solo una especie de alucinación, no puede ser real. No puede tener tanto poder. Y no creo que sea capaz de realmente cumplir su promesa, nadie es tan cruel... ¿verdad?
¿A quién engaño? Es el hombre más sádico y repulsivo que he conocido. Sería capaz de vender su alma al diablo si eso significa que consigue lo que desea.
La herida abierta en mi mano es demasiado escandalosa, posiblemente más profunda de lo que creí. Debí clavarme muy bien el cristal. Alessandro la cubre con una gasa, tomando un profundo respiro antes de mirarme a los ojos.
Me encojo, asustada de su reacción.
—Lo sie...
—Si vuelves a disculparte —me detiene —, que el infierno me condene, pero juro que te pondré sobre mi rodilla.
Abro los ojos, sorprendida, cerrando la boca de golpe.
—¿Me dirás que fue lo que desató tu pánico?
¿Debería decírselo? Ni siquiera estoy segura de lo que fue, después de todo, el hombre simplemente desapareció. Decirle que creo haber visto a mi esposo que murió hace doscientos años no tiene mucho sentido.
—Era demasiada gente.
Agacho la cabeza, rogando que se crea mi mentira. O al menos, que finja creerla.
—¿Te sientes mejor?
Hundo los hombros, asintiendo.
—Podrías haberme dicho que no estabas lista para eso.
—No quería decepcionar a los Mills.
—Sé que son tus padres, pero ahora la única que importa eres tú. Solo tú, bonita.
No lo contradigo, deslizando mis dedos sobre la gasa de forma distraída.
—¿Puedes decirme que lo entiendes?
Asiento.
—Usa tu voz.
Trago saliva, mirándolo a través de mis pestañas.
—Solo importo yo.
Su mano serpentea hasta mi nuca, pareciendo complacido. Besa el nacimiento de mi cabello, inhalando mi aroma al tiempo que me atrae a su pecho. No me resisto, ha sido demasiado para pelear ahora mismo. Y aunque no lo quiera, aunque tenga sentimientos encontrados, solo sé que lo necesito.
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Aprecio mi reflejo en el espejo del baño, vestida con un pantalón de chándal y una camisa suya, parece que las prendas me han engullido. Casi resulta cómico, de no ser porque mi humor ahora es algo, muy sombrío.
Después de lavarme los dientes y recoger mi cabello en una trenza, regreso al dormitorio. Deteniéndome en medio al verlo acomodar unas mantas sobre el sofá más largo.
—Puedo dormir yo ahí —sugiero al darme cuenta que incluso siendo el más largo, no es suficiente para meter toda su complexión en él.
—Tonterías, debes descansar en condiciones.
—¿Y tú no?
—Déjame preocuparme por mí —detiene sus movimientos cuando me mira. Un brillo que no me atrevo a analizar resplandece en sus orbes —. Solo descansa, ha sido un largo día.
Acepto, porque realmente siento que mi cuerpo podría apagarse en cualquier momento.
Con los ojos clavados en el techo, lo escucho arrojar más leña a la chimenea.
Miro el amplio espacio libre que queda en la cama. Presiono mis labios, conteniéndome de decir alguna tontería y simplemente cierro los ojos, rogando que esta noche al menos las pesadillas no sean tan malas o que esté demasiado cansada para poder tenerlas.
Por supuesto que, como todas mis suplicas al cielo, esta tampoco es escuchada.
Tan pronto como la inconciencia me atrapa, también lo hacen los monstruos.
Me mantengo quieta sobre mis rodillas.
Conteniendo el temblor en mi cuerpo, ya ni siquiera sé si es por el frío o el miedo. Puede ser que sean ambas. Lo soporto, contando los segundos antes de que mi tortura comience. Tanto tiempo en este lugar, te vuelve experta identificando los sonidos, así que reconozco los pasos arrastrados del señor Wagner y sé que será una larga noche de inmediato.
La puerta se abre, dejando paso a sus ruidosas respiraciones.
El hombre es tan gordo y viejo que no puede caminar tres pasos sin sudar.
—Ah, mi chica favorita —exclama.
Cuando la puerta se cierra, también lo hace mi mente y corazón. Con el paso de los días en este infierno, debes aprender a sobrevivir sin perder la cordura, porque de lo contrario, ellos lo harán por ti.
Entonces, todos ellos pueden tener mi cuerpo, pero nunca mi mente.
Porque soy fuerte, me repito cada día. Las tormentas no duran para siempre, aunque... comienzo a dudarlo. Mientras el aliento rancio del señor Wagner golpea mi mejilla, me alejo por completo de esa habitación.
En un mundo de fantasía, tomaría al pequeño bebé en mis brazos y escaparía a un lugar donde la podredumbre de este lugar no pudiera tocarnos. Viviríamos lejos de las personas, en un campo lleno de flores donde él podría crecer sin que su inocencia pudiera ser robada.
Donde miraríamos las estrellas cada noche.
Le hablaría de su madre, porque seguramente ella fue una gran mujer que lo quiso mucho.
Pero sobre todas las cosas, le enseñaría a ser valiente y que los monstruos bajo la cama no existen, porque hay algo mucho peor que ellos. Aunque eso no importe, porque él será un gran hombre que aprenderá a combatir la oscuridad.
En un mundo ideal.
Y por eso, me obligo a proteger mi corazón también.
Porque existe alguien que lo merece, y no quiero que mi suciedad empañe su inocencia. Por él, me dejo la piel al rojo vivo mientras me limpio para poder ir a su lado. Para poder merecer ese característico olor a bebé y ser digna de cargarlo.
Me despierto sobresaltada.
Parpadeo ferozmente, luchando contra el terror que me genera no poder ver nada. Sin embargo, las emociones que ha dejado ese sueño y el miedo no son compatible y solo pierdo el hilo que me mantiene cuerda.
Un sonido lastimero rompiendo el silencio en la oscuridad del lugar.
Como si las paredes se cerraran sobre mí, respirar se vuelve difícil.
Mi estómago se agita con las imágenes vividas, es como si pudiera sentir el cuerpo de ese anciano sobre mí. A tientas, tropezando con mis propios pies, consigo encontrar el camino hasta el baño y me doblo sobre el inodoro.
La luz se enciende de golpe, dándole a Alessandro una clara vista de mí expulsando toda la cena mientras me sostengo con brazos temblorosos sobre las frías baldosas.
Se acerca, ignoro si dice algo porque apenas soy capaz de escuchar algo sobre los sonidos de mi vomito. Quiero alejarlo, lo empujo a tientas lejos de mí, pero no retrocede y aparta los mechones que se han soltado de mi trenza. Mantiene una mano cerca de mi nuca, mientras que con la otra reparte suaves círculos por toda la extensión de mi espalda.
Un sudor frío me recorre.
El amargo sabor de la bilis cuando ya no hay nada en mi estómago me encoge el rostro.
Dejo el rostro hundido incluso cuando las arcadas se detienen, apenas soportando el peso de mi cabeza sobe mis hombros.
—¿Mejor?
Ni de cerca.
—Creo que sí.
—¿Crees poder levantarte?
Niego, reconociendo la forma en que mi estómago amenaza con salirse si hago algún movimiento. Trato de erguirme con mi poca energía, tomando grandes bocanadas de aire. Sigue deslizando su manos sobre mi espalda.
—Ve a dormir —pido con voz rasposa.
—No te dejaré aquí sola.
—Estaré bien —miento —, solo necesito unos minutos.
—Entonces estaré aquí esos minutos.
Quiero rodar los ojos, pero la tarea se siente como si pudiera cortar mi cabeza ahora mismo.
Cuando no hago por levantarme, se acomoda en el suelo helado. Recargándose en la pared y dejando un espacio entre sus piernas, no parece esforzarse demasiado cuando me traslada hasta ahí. Apoya mi espalda contra su pecho e inclina mi cabeza hasta que estoy prácticamente recostada sobre él.
Mis ojos se cierran casi al instante. Apoyo mis manos en la suya sobre mi abdomen, su otra mano se queda sobre mis hombros. Las ganas de llorar me abordan, así que muerdo mi labio inferior hasta que el sabor metálico de la sangre explota en mi boca.
—Dime lo que ocurre, bonita.
Me estremezco al escuchar ese mote cariñoso.
Dioses, mi cordura ha quedado en ese hospital.
—Habla conmigo —su voz es suave, casi dulce. Como si temiera asustarme.
Niego, sin poder encontrar mi propia voz.
—Me mata verte de esta manera, Coraline.
—No —susurro débilmente.
—¿Qué?
—Mi nombre, no lo uses —pido.
No me atrevo a admitir que, de hecho, me siento tan poco conectada con él que resulta extraño escucharlo. De él más que nadie, y en realidad, ese maldito apodo hace que mi caos se calme. No sé exactamente el motivo, pero desde que lo usó ayer por la noche, no he podido dejar de pensar en él.
—Pero es tu nombre.
—Lo sé —gimoteo —, pero no... no me gusta.
—Bien, entonces no lo usaré —suena un poco más relajado.
Nos quedamos en silencios, ignoro lo que ocurre en su cabeza, pero en la mía todo se está quemando mientras peleo contra la neblina. Sus dedos masajean la piel suave de mi vientre. Consigo regular los latidos de mi corazón, sumida en su delicioso olor. Estoy quedándome dormida cuando su voz penetra la bruma del sueño.
—¿Qué es lo que está pasando?
Mi respuesta tarda varios segundos, mi voz patosa y somnolienta.
—He perdido la cordura —confieso. Me hundo más en su pecho, casi como si intentara fusionarme con él. Mis dedos se aprietan contra su antebrazo, pero la idea de soltarlo es tan aterradora...
—¿Qué te hizo llegar a esa conclusión?
—Alguien me hizo mucho daño —musito —. Y creo... creo que me quiere de regreso.
Lo siento tensarse, pero mi energía ha sido drenada y estoy más allá del umbral de Morfeo cuando creo que lo escucho hablar.
—Sobre mi cadáver.
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Despierto, solo para quedarme en blanco tratando de recordar dónde estoy. Me toma algunos minutos asimilar que hemos regresado a la habitación, solo para descubrir que de hecho, Alessandro se ha convertido en una especie de colchón humano.
Solo basta tratar de moverme un poco para darme cuenta que también estamos más que enredados. Frunzo el ceño, enterrando mi rostro en su cuello aún demasiado adormilada como para razonar que estoy sobre él. Que él me envuelve en sus brazos como si no quisiera soltarme y por la ligera luz que se filtra por la ventana, el día ha llegado.
Suspiro, demasiado relajada, al menos, hasta que las imágenes de la noche anterior regresan a mí y mi cuerpo entra en tensión. Miro con ojos amplios al hombre que duerme plácidamente, con sus largas pestañas rubias besando sus mejillas.
De forma automática, comienzo a tratar de escabullirme aun cuando todo dentro de mí protesta en contra de ello. Me sorprende lo firme de sus agarre al tratar de deshacerme de él, pero después de unas cuantas luchas, logro salir de la cama casi a rastras.
Corro al baño donde me encierro. No me atrevo a mirarme en el espejo, demasiado mortificada por mi actuación de anoche. Tomo a tientas el cepillo de dientes y lavo el amargo de mi boca. Termino por echarme agua en el rostro en un intento por refrescarme un poco, claro que es casi inútil porque se siente como si estuviera en llamas por dentro.
Mis pasos son silenciosos mientras me muevo a través de la habitación en dirección a la maleta, con una mirada de soslayo al hombre en la cama, me saco su camisa y me visto con un vestido sin apenas verlo mucho. Tiro de los pantalones dejándolos en el piso.
Tomando mis zapatos y su abrigo al vuelo, salgo en tan sigilosa como he aprendido a ser.
Me envuelvo en su abrigo cuando bajo por las escaleras, debe ser muy temprano porque apenas hay algo de movimiento en el hotel.
Deambulo por las salas hasta que encuentro la salida a uno de los jardines traseros.
Aún cae una ligera lluvia que dista mucho de ser como la tormenta de anoche. A lo lejos veo los límites del bosque, y casi a la misma distancia, un mirador en medio del jardín algo muerto por la nevada.
Ni siquiera me doy cuenta que avanzo hasta ahí hasta que estoy a unos pasos de llegar. Mas no retrocedo, subo las escaleras y me acerco a la baranda observando el espeso bosque. De día parece algo hermoso, pero de noche... destellos de mi pies descalzos corriendo por un camino lleno de tierra y ramas me asalta.
Mis dedos se envuelven sobre la barandilla helada ante la oleada de miedo que me asalta con la imagen. Estoy tan concentrada en tratar de profundizar en ese recuerdo, que no noto los pasos que se acercan hasta que es demasiado tarde.
—Admito que fue una grata sorpresa cuando escuché que seguía en el pueblo.
Jadeo ante la repentina voz, volviéndome en su dirección y chocando con una mirada que ya no es en absoluto gentil. En su lugar, me repara con gran hostilidad.
—Doctor Smith —lo reconozco.
Sonríe.
—Espero que haya tenido tiempo de reconsiderar mi propuesta.
—¿La propuesta?
—No me diga que ya lo olvidó —suspira, decepcionado —. Dijo que usted era egoísta, pero quise darle el beneficio de la duda.
Hay algo extraño en su voz, ya no es amistosa o cálida, por el contrario, ahora es fría y vacía.
—No lo soy.
—Entonces ¿por qué ni siquiera lo ha reconsiderado?
—No me gustan los hospitales —admito —. Lamento no poder ayudar.
—¿Sabe a cuántas personas podríamos salvar con su colaboración?
Niego.
—Llegaste casi muerta —exclama —. Tuve que reanimarte tres veces esa noche. Eras un caso perdido, y a pesar de eso, ahora estás aquí, como si nada.
—Y agradezco su ayuda, pero no puede obligarme a acceder.
—Mi trabajo es ayudar a las personas, buscar avances que ayuden a la humanidad.
—No sé lo que crea que puedo hacer, pero se equivoca.
—Llegó casi muerta, pero sigue aquí. Ningún paciente a su alrededor murió esa noche, usted es...
—Solo es una coincidencia...
—Tu sangre —me interrumpe —. Eres tan especial, que tu grupo sanguíneo ni siquiera existe —expresa con asombro.
Retrocedo cuando invade mi espacio personal, mirando a mi alrededor y quiero golpearme al darme cuenta que yo sola me he arrinconado en la parte más aislada del hotel.
—Hice una prueba con un paciente terminal —sigue hablando, parece retraído con su propias ideas —. Iba a ser desconectado, su cuerpo ya no era funcional y se encontraba desde hace meses en estado vegetativo. Solo una pequeña dosis —me mira con ojos desorbitados —, solo una y fue suficiente. Despertó un par de horas después como si nada hubiera pasado, sus órganos volvieron a funcionar. Ni siquiera un problema motriz.
Lleva sus manos juntas a su boca, asombrado con sus propias palabras. Yo en cambio, estoy aterrada. Doy un traspié al chocar con una de las columnas. Antes de procesar que se me acabó el espacio, me acorrala tomándome con brusquedad por los hombros.
—¿Acaso no lo ves?
—Me está lastimando...
—No puedes ser tan egoísta, debes aceptarlo. Tan solo imagina lo que podríamos hacer con tu sangre, la cura del cáncer nunca estuvo más cerca, no habría más pérdidas... Más muertes.
—¡No! ¡Basta! —forcejeo tratando de liberarme de su agarre cada vez más duro —Por favor, me está lastimando —la voz se me rompe.
Pero su mirada sigue siendo fría y lejana, sin ningún atisbo de reconocimiento o culpa por su actuar. Es como si no tuviera emociones.
—Él tenía razón —masculla, sus ojos oscureciéndose —. Eres una zorra egoísta que solo piensa en sí misma.
—¿É-él?
—¿Sabes que si te encuentra será un caso perdido, no? —escupe sobre mi rostro —No dejaría ni rastro de ti —sonríe, perverso —. Perderíamos esta gran oportunidad, así que es mejor si lo hago yo, cariño.
De pronto, su cuerpo es apartado de mí con brusquedad. Respiro hondo, deslizándome por el pilar hasta el suelo viendo cómo cae al suelo con un puñetazo en el rostro que le revienta el labio, volviendo su sonrisa aún más oscura cuando me mira.
—Va a encontrarte de nuevo y entonces, lamentaras todo el caos que has causado. Él quiere que lo sepas.
Un segundo puñetazo logra callarlo por completo, el desagradable sonido de su nariz al romperse retumba en mis oídos. Uno más y está fuera de combate, aunque Derek no se detiene hasta que su rostro luce irreconocible, dejándolo caer como si fuera nada.
Lo mira con asco antes de volverse hacia mí. Se acerca, provocando que me encoja sobre mí misma de forma inconsciente. Se detiene, agachando la cabeza, las mejillas se le tiñen de vergüenza.
—Lo siento, no debiste ver eso.
—No, no —tartamudeo —. Gracias por... ayudarme.
—¿Estás bien?
—No lo sé —sollozo, la adrenalina queriendo salir en forma de lágrimas.
—Nunca me agradó —mira el cuerpo inconsciente —, pero no creí que te lastimaría.
Yo tampoco.
De hecho, nunca esperé que alguien realmente quisiera lastimarme.
—Debemos irnos —dice al aire.
—Pero él...
—Él puede pudrirse si quiere —ahora no hay rastro del alegre Derek —. ¿Puedes caminar?
Asiento, levantándome con piernas temblorosas y sacándole la vuelta al hombre. Notando entonces a los hombres vestidos de negro que están a unos metros, reconozco a Tom siendo el más cercano y la forma en que mira con repulsión al hombre que queda olvidado en el suelo.
Agacho la cabeza, demasiado avergonzada por lo que mi descuido provocó. Me apresuro hasta el hotel, y como si de un mal chiste se tratase, todo adentro de pronto ha cobrado vida. Nadie parece notar lo que ocurrió.
• ────── ✧❂✧ ────── •
Contengo mis ganas de llorar cuando debo despedirme de los Mills, por lo visto no tenemos la misma ruta.
—¿Te sientes mejor? —pregunta Henry.
Lo miro alarmada. ¿Sabe lo que pasó con ese medico?
—¿Qué?
—Por lo que ocurrió ayer, parecías a punto de enfermar.
Suspiro, aliviada.
—Claro, solo fue un poco de pánico. Estoy mejor.
—Sabes que puedes decirme lo que sea, ¿cierto?
Sonrío, enternecida.
—Claro que lo sé.
—Bueno, no está de más recordártelo —bromea —. Me gustaría que pudiéramos ir contigo, tu madre no quiere dejarte ir de nuevo.
—Prometieron que serían solo unas semanas —les recuerdo.
—Y lo serán, solo quería que supieras que, no importa la hora o el día, si nos necesitas... Si me necesitas, siempre estaré a una llamada de distancia.
—Gracias —expreso de forma sincera.
—También lamento no haber estado antes.
—Estás ahora, tampoco es que pudieras haber hecho algo por evitarlo. Fue un accidente.
Asiente, contrariado.
—Un accidente, claro.
Hay algo en su forma de decirlo que me hace pensar que sabe más, sin embargo no tengo tiempo de preguntar cuando extrae algo de su bolsillo. Me quedo de piedra al ver el dije en forma de reloj de arena que cuelga de una delgada cadena.
Destellos del mismo collar manchado de sangre invaden mi mente.
—¿De dónde has sacado eso?
Sorpresa brilla en sus ojos de acero.
—¿Lo reconoces?
—¿Debería?
Disimula su decepción con una sonrisa.
—Este es tu collar —me lo muestra —. Ha estado contigo desde que naciste.
Lo sujeto con manos sudorosas. Una preciosa y delicada joya de oro.
Entrecierro los ojos, notando la pequeña inscripción en lo que parece ser latín «Spes aeterna». No sé si es porque últimamente mis emociones están a flor de piel, pero mi corazón se encoge.
—Los paramédicos dijeron que te aferrabas a él cuando te encontraron.
Eso podría explicar la pesadilla.
—Es... Es hermoso.
—¿Puedo? —con un gesto señala mi cabello.
Descubro mi cuello en respuesta, dando media vuelta para que pueda abrocharlo. Destellos del dije con las manchas de sangre surgen al verlo en mi piel.
Mis dedos aferrados a él, mientras me costaba respirar...
—Mi niña, estás pálida —señala Grace cuando se acerca.
—Estoy bien — la tranquilizo —, solo creo... que los voy a extrañar.
—Será poco tiempo —recuerda Henry.
—Lo sé, lo sé...
Contengo el llanto, mirando al cielo cuando me abraza con fuerza. Su calor maternal ablandando mi coraza.
—Todo estará bien —le digo, aunque se siente más como si tratara de convencerme de eso a mí misma.
Henry nos abraza a ambas, consolando a su esposa al verla lagrimear.
—La última vez que supe de ti te escuchabas tan feliz y... —solloza aferrándose un poco más —y después no supe de ti por meses.
—Amor, nuestra niña estará bien, estaremos con ella en menos de lo que piensas.
Ella asiente, sin soltarse. Me encargo de limpiar un par de lágrimas y beso su mejilla, trayendo un hermoso brillo a sus ojos.
—Voy a estar bien, lo peor ya ha pasado —ignoro la vocecilla de mi conciencia diciéndome que en realidad parece que lo que sea que ocurre, solo acaba de empezar—. Te llamaré todo el tiempo.
Se aleja, dejando que sea Henry quien me abrace por última vez. Sus brazos se sienten como un refugio al que siempre podré recurrir. Una familia.
—Sé que estarás bien —el amor resplandece en esa mirada gris como el acero —, pero si vuelves a desaparecer así, no me importa que ya seas adulta, te encerraré.
Una de mis comisuras se levanta en un amago de sonrisa.
—Todo estará bien —repito.
Minutos después, los veo partir y debo subir a una de las camionetas. Derek sube al lado del copiloto y Alessandro a mi lado. Ajustando mi cinturón, buscando mis ojos cuando pregunta:
—¿Lista para irnos de este lugar?
—Lo estoy.
Son horas de carretera en las que solo puedo ver montañas y bosques en un silencio tranquilo. Por un segundo, casi se siente como si todo lo malo se quedara en ese pueblo. El movimiento de la camioneta terminando por adormecerme.
Reconozco el tacto cálido de Alessandro cuando tira de mí para que me apoye sobre su hombro. Distingo su voz hablando en un tono bajo con Derek. Ni siquiera me esfuerzo por escuchar su conversación, los momentos en los que mi mente se apaga son tan escasos que no me voy a negar a ellos.
Lo último que veo antes abandonarme al sueño, son nuestras manos entrelazadas sobre su muslo.
Solo despierto con el movimiento de los pasos de Alessandro que me lleva a cuestas, como si apenas pesara nada. Demasiado somnolienta para quejarme, hundo el rostro en su cuello y un sonidito de satisfacción se me escapa.
El cielo está despejado y el sonido de un motor es lo que hace que me termine de despertar, saliendo de mi escondite para darme a cuenta hacia donde nos dirigimos.
—¿Dónde estamos? —me sobresalto.
—Un hangar privado —responde como si nada.
Me revuelvo en sus brazos hasta que termina por bajarme sobre mis pies, su mano deslizándose por mi espalda baja y analizando mi rostro con ojos críticos.
—Definitivamente no subiremos a esa cosa —exclamo sin apartar la mirada de esa monstruosidad.
—Oh, lo haremos —asegura.
—Ni siquiera se ve seguro.
Quiero retroceder, pero la palma de su mano detiene cualquier tipo de avance que pudiera lograr. Es cálida y en otras circunstancias, posiblemente estaría haciendo de ese gesto una historia, pero solo puedo pensar en que pretende subirme a un cacharro con alas.
Estamos a varios metros del hangar donde hay otro avión mucho más pequeño, hay personas dentro que supongo tienen algún trabajo y a una corta distancia, están las camionetas en las que llegamos.
Prediciendo mis movimientos tan bien como parece conocerme, me bloquea el paso con su enorme cuerpo antes de que la idea siquiera se haya formado.
—No hay nada más seguro que viajar en avión.
—No, no, no —sacudo la cabeza —. Yo a esa cosa no me subo.
—Bonita... —Ni bonita ni nada.
—¿Sabes por qué los humanos no tenemos alas? —lo miro ceñuda —Exacto, porque no está en nuestra naturaleza volar.
De solo pensar en estar a miles y miles de metros sobre el suelo quiero vomitar.
—¿Te estás riendo de mí? —gruño al ver como aprieta los labios.
—Para nada —pero el brillo de diversión está ahí.
—¡Sí que te estás riendo!
—Lo siento —termina por soltar una risita.
En otras circunstancias, estaría admirando esa sonrisa.
—Bonita, es seguro. Te prometo que nunca te pondría en peligro.
Solo puedo verlo mal mientras me cruzo de brazos, ofendida.
—Tu carácter regresa —pellizca mi mejilla —, sigues siendo tú.
—Ya basta —aparto su mano con un manotazo.
Me escurro de sus brazos, caminando en dirección a las camionetas a paso seguro.
Lo escucho mascullar algo, más lo ignoro en rotundo, al menos, hasta que mis pies pierden el suelo y de pronto todo está de cabeza. Con un primer plano de su firme trasero envuelto en la tela de un pantalón para vestir que se amolda como un guante.
—¡¿Qué haces?! ¡Bájame ahora mismo! —pataleo.
—En primer lugar, deja de gritar. Y en segunda, vas a subir ahí y disfrutarás cada momento antes de llegar a casa.
Sus manos se aferran sobre mi espalda baja y mis muslos cuando casi me deslizo hacia el suelo, me resigno cuando lo siento subir la escalerilla y entrecierro los ojos al ver a Derek disfrutando del espectáculo, siguiéndonos con las manos dentro de sus bolsillos.
Estaba tan centrada en el avión que ni siquiera lo noté.
Caigo suavemente sobre un mullido sillón, lo fulmino con la mirada apartándome el cabello de la cara con brusquedad. Él solo me mira con una ceja enarcada, retándome a decir algo. No digo nada cuando abrocha mi cinturón, se sienta a mi lado y me cruzo de brazos mirando a otro lado que no sea su ridículamente apuesto rostro.
La risa de Derek solo me irrita más y cierro los ojos tratando de ignorarlos.
Al menos, hasta que escucho que anuncian que estamos a punto de despegar y momentos después, la cosa esta empieza a moverse. El vacío que se forma en estómago me hace jadear por aire y aferrarme a los reposabrazos. Mis dedos se clavan en el material con fuerza cuando una sacudida mueve todo.
Estoy demasiado sumida en mi pequeño infierno como para negarme cuando obliga a una de mis manos a soltarse, para envolverla con la suya. Dejándome sacar mi ansiedad con su mano, y cuando me pide que lo vea, obedezco con los ojos muy abiertos.
Su otra mano acuna mi mejilla, infundiéndome valor y distrayéndome con las pequeñas motas doradas en el verde de sus ojos. Con que eso era lo que los volvía tan únicos.
Una voz maliciosa me dice que eso que creo ver en esos orbes no es para mí.
Cierro los ojos, nuestras frentes se pegan, puedo sentir su aliento sobre mis labios. Tan cerca. Tanto, que por un momento lo deseo y estoy a punto de sucumbir, tentada a decirle a esa voz que esto es mío.
Me estremezco cuando su pulgar acaricia el borde de mi labio inferior, al abrir los ojos veo los suyos clavados en mi boca. Relamo mis labios, rozando sutilmente su dedo con mi lengua y juraría que su mirada se oscurece varios tonos.
Entonces, consigo recuperar la cordura y me aparto.
Aclaro mi garganta, sintiendo mi cara arder.
—Gracias por eso —lo suelto.
Miro avergonzada las medias lunas que mis uñas formaron en su piel.
• ────── ✧❂✧ ────── •
Solo ha pasado media hora desde que estamos en el aire, lo malo de esto es que la hora y media que falta para que esto acabe se sienten muy lejanas.
Sigo irritada con Alessandro y para mi malísima suerte, ni siquiera tengo algo de sueño. No tengo idea de dónde metí mi libro, así que aburrimiento comienza a matarme.
Cuando los nervios pasaron, desabroché mi cinturón y me dediqué a recorrer el pequeño avión que resulta no ser tan pequeño porque ni siquiera veo a los hombre en traje negro. Puedo escucharlos hablar en voz baja a unos metros, curioseo en la cocina, tomando una de las manzanas en el frutero y siguiendo mi camino hasta el fondo.
Encuentro una habitación con una cama que parece tentadora.
Encerrándome, me recuesto en el colchón que es mil veces mejor que la camilla del hospital. No es un lugar muy grande, pero si no lo supiera, en realidad creería que esto es una habitación normal y que no estoy a no sé cuantos metros del suelo.
Suspiro, dejando olvidada la manzana y acurrucándome sobre una de las almohadas. Mis dedos jugueteando con el dije en mi cuello mientras todos los acontecimientos de los últimos días se amontonan por atención.
Estoy viva, aunque hay momentos en los que sigo creyendo que es un sueño.
También estoy casada con un hombre que parece un polo opuesto al hombre con quien recuerdo haberme casado.
Tengo padres, y estos parecen amarme...
La forma tan drástica en que la actitud del doctor Smith cambió.
Entonces, puede que no sepa mucho de lo que se supone que me ocurrió. Es decir, tuve un accidente, uno muy grave en el que hay algo raro en todo lo que pasó.
Alessandro no quiere decirme mucho sobre la noche en que desaparecí, aunque tengo mis sospechas y comienzo a creer que tendré que buscar respuestas por mi cuenta si quiero saber lo que de verdad pasó.
Y al final, lo que desestabiliza toda mi confianza sobre lo que creo que es real y lo que no.
La visión de ese hombre.
Estoy casi segura que fue real, debió serlo. Incluso si eso no tiene sentido cuando se supone que Elizabeth no soy yo, él no debería existir aquí. Pero lo que dijo el doctor... Dijo que él me encontraría.
Realmente nada tiene sentido.
Es como si tratara de armar un rompecabezas con las piezas de otro.
Todo está revuelto.
Me incorporo de golpe cuando la puerta se abre, la imponente figura de Alessandro llenando el marco. Sé que algo va mal al ver sus facciones endurecidas. Cierra con un puntapié sin apartar los ojos de mí. Me deslizo hasta que mi espalda está apoyada en la cabecera, recogiendo mis piernas.
Alejándome de forma inconsciente.
—¿Pasa algo?
Resulta que realmente puede ser muy intimidante.
—¿Por qué no me dijiste lo que pasó? —cuestiona en tono osco.
—N-no entiendo.
—¿Por qué no me dijiste que ese hombre te agredió?
Cierro los ojos, conteniendo la respiración. Ni siquiera debería sorprenderme que lo sepa, tampoco sé por qué no pensé en la posibilidad de que no lo hiciera. En este punto, supuse que lo sabría cuando Derek casi mata al hombre y sus hombres de seguridad vieron eso.
—Lo olvidé —miento, en realidad ha sido difícil no pensar en eso —, no fue para tanto, supongo.
—¿Que no fue para tanto? —repite, incrédulo —El hombre trató de lastimarte.
—No fue nada, Derek llegó a tiempo —trato de calmarlo.
—¿Se supone que eso debería consolarme?
—N-no lo sé —balbuceo —, estoy bien.
Bajo la mirada, sin lograr sostener la suya. Mis manos se retuercen entre ellas, demasiado nerviosa. Mis dedos se enganchan en la gasa, yendo y viniendo por el borde.
—¿Qué fue lo que te dijo?
—Nada importante —la mentira sale fácil.
Casi puedo escucharlo rechinar sus dientes. Inhala profundamente, soltando el aire lentamente, claramente conteniéndose.
—Te lo dije antes, el golpe no te ha hecho mejor mentirosa.
Lo miro bajo mis pestañas, a nada de colapsar porque es demasiada presión.
—Ni siquiera pienses en mentirme de nuevo —me detiene —. Ahora, dime qué fue lo que ese bastardo te dijo.
—Fue una tontería...
—Nada que te involucre es una tontería.
—¿Eso qué significa?
—Significa que debes decirme lo que dijo para poder protegerte.
Asiento, resignada.
—Solo insistió en que debía considerar los análisis. También... que era egoísta por no aceptar hacer las pruebas cuando me negué.
Admito.
—Dijo que mi grupo sanguíneo no existe —continuo —, lo que sea que eso signifique... Mis heridas eran demasiado graves, una persona normal ni siquiera hubiera sobrevivido, pero en cambio, yo salí del hospital como si...
Frunzo el ceño, presionando sobre mi herida y dándome cuenta que no me duele. Despego la gasa, casi con miedo y me quedo sin aliento al ver mi mano. Intacta.
Solo ayer parecía que pude haberme perforado la mano con el cristal, pero ahora no hay...
—... nada.
Mis heridas. Casi muero, en realidad, morí mientras trataban de salvarme, pero estoy ilesa.
—¿Qué es? ¿Te hizo daño?
Niego, sin encontrar las palabras.
—Estoy bien —las palabras saben diferente.
Suspira, pasando una mano por sus rizos rubios y se acerca a una de las ventanillas.
—¿Hay algo más?
Parpadeo, tratando de salir de mi confusión. Y no sé por qué, cuando estoy por decirle lo que ese hombre hizo con mi sangre, solo me callo. Sus ojos aún parecen oscuros cuando me mira ante mi silencio, así que solo niego.
Frunce el ceño, casi puedo ver los engranes de su cerebro trabajando a toda velocidad. Entonces, se da la vuelta y camina rápidamente a la salida sin decir nada.
—¿Estás molesto conmigo?
Se detiene de golpe, me mira como si de pronto le hubiera dicho que el cielo es verde. Niega, pero no dice nada antes de salir y dejarme sola.
«Creo que sí lo está».
¿Qué fue lo que hice mal?
«No creo que hayas hecho nada».
¿Fue porque no le dije lo que pasó?
«No estabas obligada a eso».
Quizá tiene razón, no debería ocultar algo como eso.
«No puede obligarte a decir nada que no quieras».
Es por seguridad, me estoy poniendo en peligro. Ese hombre pudo lastimarme.
«Lo hizo, pero ese no es el punto».
¿Debería disculparme?
«¿Siquiera estás escuchándome?»
De pronto, ya no estoy en ese avión, sino en el pasado.
Justo en el salón de reuniones.
«—¡Salgan ahora! —atronó la voz de Nikolai, logrando empequeñecerme en mi lugar —¡La asamblea ha terminado!
Todos salieron rápidamente, sin ganas de poner a prueba el temperamento de su emperador. Cerré los ojos, deseando desaparecer de ese lugar. Pero cuando la puerta se cerró, supe que sería el blanco de su ira.
—¿Por qué te empeñas en hacerme quedar en ridículo? —dijo entre dientes.
—Lo siento —me disculpé sin saber en realidad de qué.
—¿Lo sientes? —la enorme silla a mi lado cayó al suelo, sus dedos se clavaron en mi mentón con violencia y su respiración agitada golpeó mi rostro —No creo que lo sientas lo suficiente.
—Es que no sé de lo que hablas —musité.
—No, claro, nunca sabes lo que haces.
—Sea lo que sea, lo lamento —dije atropelladamente —, en serio. No quería molestarte.
—Finges inocencia —golpeó mi cabeza con el respaldo, obligándome a tragarme el gemido de dolor que amenazó con salir, solo lo alteraría más —. Con ese rostro, finges ser una santa, pero yo te veo, ¿sabes? Veo lo que tratas de hacer. Quieres acabar conmigo, pero no podrás...
Mordí el interior de mi mejilla, en un intento por contener el temblor de mi barbilla.
—No lo volveré a hacer... —prometí.
—Siempre dices lo mismo —gruñó.
Sí, pero nunca sabía exactamente lo que se supone que hacía para hacerlo enojar. Solo que debía lograr calmarlo antes de que no pudiera moverme durante una semana. Y supe que debía hacerlo rápido cuando sus pasos se dirigieron a la licorera.
Me levanté apresurada.
—Lo siento, por favor perdóname —prácticamente rogué —, haré lo que sea. No te enojes conmigo... —supliqué al borde del llanto.
Se detuvo, mirándome. Inclinó el rostro hacía un lado, como si analizara mis palabras.
—¿Lo que sea?
Asentí.
—Bien —se acercó, cual depredador, deteniéndose a unos pasos. La mirada lasciva que recorrió mi cuerpo me hizo encogerme —, sabes lo que quiero, lyubov...
El aire no parecía ser suficiente, tragué en seco.
—¿A-aquí?
—Si no lo quieres, no te obligaré, ¿debería tomar un trago? —hizo amago de darse la vuelta y lo detuve.
—No, sí que quiero...
—Bien —el triunfo bailó en sus orbes de hielo.
Mi mano tembló cuando viajó a mi pecho para soltar los botones de la parte superior del vestido. Sus ojos nunca dejaron de verme, relamiendo sus labios cuando mis senos quedaron expuestos y después el resto de mi cuerpo.
—Perfecta —halagó, sus dedos deshaciendo los botones de la solapa de su pantalón —. Ahora, de rodillas.
Sabía que sería malo, pero quizá si lo volvía fácil no lo sería tanto.»
Inhalo de golpe, con el sabor amargo de ese recuerdo en mi pecho.
«Debes escucharme, eso no fue tú culpa».
Pero no estoy lista para eso.
Me vuelvo un ovillo sobre la cama, abrazando mis piernas y con los ojos empañados. La vocecilla en mi cabeza me dice que Alessandro no haría algo como eso, él es diferente. Mas la espinita de la incertidumbre es tan molesta, que no puedo dejar de pensar en que debo disculparme antes de que se vuelva malo.
No quiero que lo hermoso que él parece representar se manche de esa manera.
Solo una disculpa y todo volverá a ser cómo antes.
¿Es lo que espera de mí?
• ────── ✧❂✧ ────── •
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