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4. Es real

The Irrepressible | In This Shirt

"Las peores pesadillas no son aquellas donde duermes, si no cuando despiertas y te das cuenta que la realidad es incluso peor." †Anónimo†

• ────── ✧❂✧ ────── •

Estoy de rodillas, un líquido espeso y tibio cubre mis manos: sangre.

Mi sangre.

He superado mi umbral de dolor, ni siquiera puedo ver a través de uno de mis ojos por la inflamación. No siento mis extremidades. Hace demasiado frío, mi camisón está tan rasgado que apenas me cubre una nada. Ha sido una noche demasiado larga, estoy agotada.

Mi garganta escuse un poco.

—Por favor, por favor... —suplico al cielo —No me lo quites, por favor, te lo ruego.

Pero la sangre entre mis muslos es una clara prueba de que mis plegarias no serán escuchadas. Tiemblo al ver los cuerpos inertes en el corredor como si fueran nada, el olor de la sangre atrayendo más lágrimas a mis ojos.

El rostro de uno de ellos a mi lado es algo borroso por el llanto, pero el dolor que me atenaza el pecho me doblega por completo. Ese sentimiento de perdida que está ahogándome.

Una parte de mí muere.

En un parpadeo, el escenario ha mutado por completo, dejándome frente a un altar donde me veo vestida de novia. Siendo espectadora en una ceremonia que se siente como un gran error.

Solo soy capaz de ver la espalda del novio, pero noto su postura altiva incluso sin verlo a los ojos. Me genera escalofríos el solo tenerlo frente a mí, como si aún sin saber quién es, fuera capaz de saber que él es una mala persona.

Quiero verlo, quiero saber quién es, pero cuando mi pie baja uno de los escalones pierdo el piso y caigo dentro de un cuerpo de agua. Contengo la respiración, luchando por volver a la superficie. No puedo ver nada en medio de la turbulenta agua, es como si la luz no pudiera llegar hasta el lugar donde estoy.

Nado, nado tanto que mis brazos duelen hasta el cansancio y solo me detengo cuando palpo la superficie, tomando impulso y jadeando por aire nada más salir. Toso toda el agua, desorientada en medio de la oscuridad que me impide ver más allá de mis narices.

Al menos, hasta que un grito ahogado se me escapa cuando al levantarme, me encuentro de frente con una mujer. Hay una herida abierta en su frente por donde un hilo de sangre se escapa, barro revuelto con ese liquido carmín manchan su rostro de muñeca con una palidez enfermiza y lágrimas que aún corren por sus mejillas. Su ropa está rasgada y el cabello algo enmarañado y grasoso.

Trago.

Su mirada vacía me aterra un poco. Parece temblar un poco, agacha la mirada a una de sus manos donde una delgada cadena con un reloj de arena se balancea con ligereza, una gota de sangre corre por la curva de la pieza.

La imagen es tan cruda que paraliza mi corazón, removiendo sentimientos dentro de mí que no estaba lista pare sentir.

Apenas me muevo cuando ella lo hace. Toma mi mano con delicadeza, depositando el collar dentro de ella y cerrando mis dedos a su alrededor. Es como si le doliera soltar la joya, pero no me la quita, solo me mira con ojos encharcados.

—No puedes dejar que él gane esta vez.

No tengo tiempo para decir nada, pues tan pronto como lo dice, sus manos me empujan hacia el agua de nuevo.

Abro los ojos, sobresaltada y algo desorientada.

Las palabras repitiéndose una y otra vez dentro de mi cabeza como un mantra.

Mi vista se aclara, provocando una punzada de temor al no distinguir donde estoy al principio, pero cuando mis ojos van a la puerta entreabierta y reconozco su silueta, que me obligo a tragarme ese sentimiento. Contra todo raciocinio, con él me siento... a salvo.

Parece atento a lo que sea que alguien le dice, pero no parece muy feliz. Tiene los brazos fuertes cruzados sobre su pecho, el cabello alborotado —como si hubiera pasado sus dedos a través de las hebras rubias —y los labios apretados en una fina línea.

Como si sintiera mi mirada, vira el rostro hasta que sus esmeraldas chocan con los míos. Sus facciones parecen relajarse solo un poco, dejándome ver un poco de la frustración que siente.

«Sigo aquí» gesticula con los labios.

¿Pueden unas palabras asustar en la misma medida que brindar alivio? Porque es justo como se siente. Y más lo hace el sentimiento de pertenencia que se instala en mi pecho, como si finalmente después de un largo camino, hubiera llegado a casa.

Definitivamente estoy en problemas.

• ────── ✧❂✧ ────── •

Debo repetirme una y otra vez que todo está bien, incluso cuando solo quiero correr lejos de este lugar. No puedo evitar contar los segundos que pasan mientras soy introducida por decima vez en esta máquina rara para tener imágenes de mi cerebro. Un interesante avance en ciencia y una pesadilla para mí cuando comienza a crearme claustrofobia el siquiera pensar en estar dentro.

Desde hace dos días no han dejado de hacerme un centenar de pruebas y exámenes clínicos, cognitivos y de motricidad con la excusa de que es necesario para saber si estoy bien. Aunque si se tomaran la molestia de preguntarme lo que opino, mi respuesta más amable sería clavarles un bolígrafo en la pierna cada vez que se disculpan porque los resultados de todas las pruebas son inconclusas, así que siguen metiéndome a esta cosa y sacándome sangre como si fuera una fuente inagotable.

Sudor frío me recorre mientras lucho con los temblores, negándome a moverme y tener que estar más tiempo.

Trato de distraer mi mente con cualquier cosa, lo que sea. Como todos estos extraños sueños que más bien parecen pesadillas, la persistencia de la pareja en verme incluso cuando me he negado cada una de esas veces. Los cuchicheos de las enfermeras, la terquedad de los médicos por sacarme media palabra y mandando varias veces al día a un psicólogo.

Y por último, esa con la que he fingido que no soy consciente de ella. Incluso cuando lo soy.

La ausencia de ese extraño ha brillado tanto.

Y me molesta lo mucho que me inquieta ser plenamente consciente de ese hecho.

El cuarto día, cuando incluso mi propio silencio comienza a enloquecerme, despierto con un libro de tapa dura sobre la mesita a mi lado.

Tiene un aspecto avejentado, en un tono negro azabache que hace que los detalles dorados resalten con más intensidad. No hay un título o nombre en la cubierta, en su lugar, la silueta de tres eslabones de una cadena en relieve llena el centro.

Lo tomo con cuidado, como si de pronto alguien fuera a entrar y a gritarme que no lo toque. Por su puesto que eso no ocurre, así que, con un último vistazo a la puerta, me siento con las piernas recogidas y lo abro, encontrándome con una dedicatoria a mano en la primera página.

«Para mi hübsch, porque algún día la eternidad estará lista para nosotros.

EM»

Mi dedo sigue las líneas amplias y fluidas que la tinta dejó, el pensar cuántos años habrán pasado desde que fue marcado es extraño. Paso la siguiente página con cuidado, dándome cuenta que hay un olor escondido entre las páginas viejas, más que la humedad y el polvo en ellas, uno que no logro identificar por completo. Quizás una mezcla de cacao y otra cosa.

Cierro los ojos, acercando el libro a mi nariz.

Puedo sentir mi memoria removerse, inquieta, como si ese olor despertara algo en ella.

Paso la hoja, finalmente encontrando una tipografía algo antigua que me da indicios de los años que ya tiene el libro encima. No encuentro una sinopsis o algo que me diga de lo que va, simplemente el inicio del capítulo uno marcado con números romanos en grande, antes de pasar a relatar la historia.

Mis ojos recorren los párrafos con curiosidad.

«El amor y el poder son conceptos más parecidos de lo que algunos pueden creer. Pocos pueden tener el privilegio de decir que lo experimentaron, pocos pueden decir que amaron y fueron amados, así como pocos son quienes tienen el poder sobre los demás.

Años han pasado desde que los primeros amanteas pisaron estas tierras profanas, los suficientes para que las personas olvidaran cómo lucen dos almas destinadas y cuando ellas aparecen, no pueden evitar tratar de destruirlas.

No culpes al destino, al cielo o el infierno.

El ser humano es cruel, destructivo y traicionero.

Esa es su verdadera naturaleza.

Y no se lucha contra ella, ¿o sí?»

Casi cierro el libro sobre mi dedo cuando alguien toca la puerta, antes de que pueda darme cuenta y sin saber por qué, ya he escondido el libro debajo de la sabana. Contengo la respiración al ver entrar a una de las enfermeras, la única que me agrada si me lo preguntan. Quizá se deba a que tiene más de sesenta años y no tengo que escucharla cuchichiar sobre los atributos del hombre misterioso: «Es demasiado lindo», «Tiene un genio de los mil diablos», «Ese anillo solo lo vuelve más interesante, ¿has visto ese cuerpo?», «Quisiera saber si es tan duro en otras circunstancias».

Maldito infierno, escucharlas hace que me sangren los oídos.

Me saluda dulcemente, acercándose al monitor para hacer el registro del monitor y revisar la intravenosa que tuvieron que volver a ponerme. Ajusta la inclinación de la camilla y rellena mi jarra de agua.

—¿Sabe? Me informaron que hoy podría tomar un baño —comenta, animada.

Casi al instante la miro, esperanzada. Tantos días en esta camilla y con baños de esponja ponen en juego mi sentido del olfato, lo cierto es que siento que necesito un baño en condiciones.

—¿Desea que su madre la ayude? —pregunta, comenzando a guardar unas sabanas limpias en el pequeño armario —Siempre puede hacerlo una de mis compañeras, pero las personas suelen sentirse más cómodas con sus familiares.

Ríe al ver mi expresión, que debe ser de pánico.

—Tranquila, sé que está siendo difícil este proceso para usted —regresa a mi lado, la veo preparar el medicamento que coloca a través de la intravenosa —. No quiero ser impertinente o incomodarla, pero creo que debería saber que no es la única que atraviesa un proceso de adaptación. Para ellos es difícil ver cómo su familiar sufre, tampoco saben cómo manejar todo esto.

Veo como introduce una de las jeringas en la intravenosa con cuidado y eficiencia.

—No digo que deba ignorar sus emociones —añade —, su miedo es válido. Despertar en un lugar sin conocer los rostros de las personas no debe ser la mejor sensación del mundo, pero por experiencia, puedo aconsejarle que les permita ser el apoyo que ahora necesita.

Sus palabras remueven los sentimientos de culpa, imaginar lo que debe ser para un padre o una madre casi perder a su hija, para luego darse cuenta que, de una u otra manera lo hicieron. Porque nuestra memoria es la única manera que tenemos de abrazar el pasado, y ver que lo que ellos se esforzaron por cuidar y proteger toda una vida los ha olvidado...

El apretón en mi hombro me devuelve a la realidad.

Jane, la enfermera, sonríe con calidez.

—Piénsalo, pero no demasiado —recoloca el cabello que se me ha escapado de la trenza tras mi oreja —. No seas tan dura contigo misma ni con ellos, ahora son tu familia. Si la muerte te ha perdonado es porque hay algo especial en ti, un gran propósito. No seas una chiquilla malcriada y acéptalo antes de que sea tarde.

• ────── ✧❂✧ ────── •

Admito que una punzada me atraviesa el pecho cuando la puerta se cierra y la enfermera que me vino a visar de los deseos de la pareja por entrar a verme sale. El remordimiento que siento al pensar que de algún modo, estoy robándoles a su hija. No se necesita ser un genio para deducirlo, aunque el pensamiento de ellos siendo mis padres sigue resultando igual de raro como el primer día.

No pueden culparme cuando mi último recuerdo de mi familia fue por medio de una carta repudiando mí nombre. No son estos los rostros los que vienen a mi memoria al evocar a mi familia, si no esos que incluso con todo el amor que fui educada y criada, me dieron a espalda sin siquiera dudarlo y me abandonaron a manos de un sádico. Los últimos dos años de mi vida fui aislada de todo y todos.

Fui obligada a pelear con uñas y dientes para ganarme algo de respeto, como si no fuera una persona, como si hubieran dado por sentado que no era un ser humano que merecía ser tratada como tal y ahora, después de que esa daga estuvo en mi corazón, ¿resulta que hay una posibilidad de que todo eso no haya sido real?

Entonces, después de todo eso, sí, la idea de tener a personas preocupadas por mí resulta tan bizarro como ver una cabra con alas. O ver a toda esta gente vistiendo ropas menos vaporosas y más ligeras. Aunque eso dejó de ser extraño al segundo día.

Cuando me di cuenta de la forma en que mi cerebro está tan atrofiado, que soy capaz de distinguir las cosas, como el monitor cardiaco, la intravenosa y objetos que hace dos siglos ni siquiera pasaba por nuestras mentes que alguna vez existirían. No es que sea una super genio en cuanto a sus nombres, en realidad funciona de una forma peculiar; al principio ni siquiera puedo reconocerlas, pero después de unos segundos mi cerebro sabe lo que es.

Creo que es como la muesca que queda en la hoja debajo de la que escribes.

Casi imperceptible e incluso puede que no la notes, pero si prestas suficiente atención, eres capaz de descifrar todo lo que se escribió en el papel antes de él. Así que reconozco la televisión, los móviles y otras cosas.

Jugueteo con la vía del suero en mi mano.

Un suspiro rompe el aire y me enrosco sobre mi cuerpo, volviéndome un pequeño ovillo sobre la camilla con la mirada clavada en la puerta. Esperando no sé qué. O quizá sí que lo sé, es solo que aceparlo para mí misma resulta condenatorio. Aceptar que durante todo este tiempo, mientras me reusó a ver a mi supuesta familia, solo puedo desear que una sola personas entre por esa puerta.

Es posible que esa también sea la razón por la que detesto tanto escuchar a las enfermeras cuando creen que no lo hago. Porque sí, malditamente soy muy consciente de todo lo que hablan de él. Me aterra acepar, incluso si solo es en mi mente, lo posesiva que me siento en todo lo que a ese extraño se refiere, porque si eso no es haber perdido el juicio, no sé qué otra cosa lo sea.

«Tener buen gusto, querida».

No es momento para enfocarme en eso.

«Siempre es un buen momento para apreciar las vistas».

¿Y dónde queda el sentido de la racionalidad?

«Dentro del misterioso pozo de sus ojos».

Vaya, ahora estamos poéticas.

Bien, puede que su ausencia sea lo que más noto desde ese día. Puedo contar con una mano las veces que lo he visto y me sobran dedos. E incluso cada vez, apenas me mira. No hay roces o dulces palabras, nada. Y eso está molestándome más de lo que me atrevo a admitir a mí misma.

¿Eso siquiera tiene sentido?

Así que estos días han sido un infierno, uno que podría haber sido manejable si al menos... Hubiera estado aquí. Por primera vez en días me asalta el deseo de llorar. El sentimiento de abandono quemando en mi pecho.

—Él lo prometió —me digo a mí misma.

Sin embargo, ¿qué valor tiene la palabra de un extraño?

Me mantengo despierta por varias horas, luchando contra el sueño porque sé que en cuanto cierre los ojos las pesadillas me arrollaran. Y no sé si puedo sobrevivir a otra más. Es como si cada vez se volvieran más violentas y sangrientas. Más reales.

Pero soy humana, y en algún momento a mitad de un capítulo, termino cediendo al peso de mis parpados.

Todo es demasiado borroso, el sonido de una gotera y el olor a moho revuelto con suciedad hacen que mi nariz arda un poco. Sin embargo, el entumecimiento en mis brazos y el dolor en general de mi cuerpo hacen que sea fácil ignorarlo.

La cabeza me pesa, pero logro levantarla solo un poco, lo suficiente para ver a través de mi vista nublada los grilletes que abrazan mis muñecas y son levantadas con pesadas y gruesas cadenas. El sonido de ellas al moverme es escalofriante.

La sangre se me hiela y la respirar se vuelve un trabajo difícil con la realización de lo que está pasando. Me sobresalto cuando el resonar de unos pasos —pausados y firmes —acercándose llenan el lugar.

El metal chirriante de un pasador de metal siendo tirado cala en mis oídos. Mis fuerzas fallan, cayendo de golpe mi cabeza hasta que mi barbilla toca mi pecho, cayendo en cuenta solo entonces de mi falta de ropa. Los pasos suenan tras de mí, rodeándome con tranquilidad. Desde esta postura solo soy capaz de ver unas botas de cuero hasta las rodillas, pero por el tamaño, debe ser un hombre.

—Veo que ya se han divertido contigo —su voz es oscura, maliciosa.

Mi estómago se revuelve con la insinuación que hay en sus palabras. Estoy demasiado lastimada como para prevenir sus movimientos, así que cuando su mano me toma el mentón con brusquedad me mareo. Apenas puedo ver nada, su rostro solo es una sombra borrosa.

—Espero que aún tengas energías para mí.

Abro los ojos, sobresaltada. Me llevo una mano al pecho donde mi corazón amenaza con escaparse. Miro mi entorno con mirada acuosa, las ganas de llorar se intensifican mientras lucho por normalizar mi respiración.

Trato de repetirme que solo ha sido una pesadilla, que ellas no tienen poder sobre mí. No funciona. No creo que pueda escuchar nada ahora mismo.

Jane entra con celeridad, apresurándose a la maquina a mi lado para callarla y mirándome con ojos preocupados.

—¿Qué ocurre?

Niego con la cabeza, sin poder encontrar las palabras para decirle que... ¿Qué?

El nudo en mi garganta se aprieta con fuerza, mi respiración se vuelve algo lamentable.

—Está bien, cielo, solo respira —la miro, asustada —. Puedes hacerlo, solo trata de concentrarte en eso. Cuenta hasta diez, vamos, contaré contigo, ¿bien?

Sujeta mi mano con amabilidad, y ese gesto solo me hace querer llorar con más ahincó.

—Estás teniendo un ataque de pánico —dice con suavidad —. Vamos, respira conmigo. Inhala. Exhala. Inhala. Exhala. Muy bien, lo estás haciendo bien, cielo. Así, perfecto.

Pero incluso cuando consigo respirar, el nudo no se desvanece.

Mis manos tiemblan mientras mantengo a raya las lágrimas.

Quiero decirle que no se vaya, pero las palabras no salen y solo puedo ver cómo me quedo sola de nuevo. Y eso es todo el detonante que necesito.

Subo las rodillas al pecho y hundo el rostro en mis manos mientras los sollozos se apoderan de mi cuerpo. Tiemblo, cediendo al llanto mientras las imágenes de la pesadilla me atormentan y esa voz maliciosa dentro de mí se burla de mi ingenuidad.

«¿Realmente creíste que algo cambiaría?»

«¿Quién te crees que eres para tener paz? Los monstruos como tú no la merecen».

Cubro mis oídos, como si sirviera de algo para acallar la maldita voz, pero es como si solo la incentivara y gritara con más fuerza.

Estoy sumergida en la oscuridad de mi cabeza que no lo siento entrar, tampoco cuando se acerca y un grito ahogado se me escapa cuando un par de manos sujetan mis manos. Miro con ojos amplios, chocando de lleno con ese misterioso bosque. Tiene las cejas fruncidas y algo caótico se desata en lo profundo de su mirada.

No puedo creer que sea la primera vez que lo veo en días y sea de esta manera.

Y a pesar de eso, ni siquiera lo pienso cuando tomo impulso y me arrojo a sus brazos. Aferrándome a su cuerpo y hundiendo el rostro en su pecho mientras los sollozos se vuelven más intensos. El olor a bosque y agua fresca se introduce en mis sentidos de a poco. Creo que alguien habla, pero no puedo prestar suficiente atención.

Está aquí y solo eso importa ahora.

Sus manos son cálidas mientras me envuelve con ellas.

Debería pensar un poco más sobre la manera en que mi cuerpo parece relajarse con su cercanía y el cómo mi cerebro simplemente olvida que es un completo desconocido, pero no puedo. Ahora, justo en este momento, solo existimos nosotros. Él y yo.

Él envolviéndome.

Él impidiendo que me hunda en ese lugar oscuro.

Él siendo mi lugar seguro. ¿Tiene siquiera sentido?

—No me dejes.

• ────── ✧❂✧ ────── •

Mordisqueo mi pulgar, mirando distraídamente el cielo nublado que puedo ver a través de la ventana. Es extraño estar de pie, pero la sola idea de acostarme otro momento me produce nauseas. Lo odio.

Odio este hospital.

Odio todo esto.

Contengo las lágrimas cuando la puerta es abierta, se quiénes son. Finalmente, después de días y mi pequeño ataque de nervios en la madrugada, cedí a verlos finalmente.

Me toma tres respiraciones profundas finalmente girarme, se mantienen cerca de la puerta, lucen tensos y han envejecido otros diez años en solo días. Él mantiene un semblante sereno a pesar del cansancio que no puede eliminar, sin embargo, ella es todo lo contrario.

Ni siquiera estoy segura de cómo es que se mantiene en pie, aun cuando tiene el cabello húmedo y ropa diferente, como si hubieran ido a descansar, ella se ve de todo menos descansada.

Aún sin las lágrimas, la hinchazón en sus ojos chocolate delatan sus horas de llanto.

Ambos vacilan, no sé qué aspecto debo tener, pero si es malo lo saben disimular muy bien. Parecen aterrados ante la idea de asustarme.

Merde.

Yo les hice esto.

«No es tu culpa.»

Decirlo no aminora el sentimiento.

—Hola —digo con voz pequeñita.

Un intento de sonrisa cruza mis labios.

Deja una cajita sobre la camilla, acercándose a donde me mantengo de pie con los brazos cruzados sobre mi pecho en forma protectora. Frota sus manos en su pantalón, delatando su nerviosismo. Sé lo que desea, sé que lo que más quiere ahora es sentirme y confirmar que estoy bien. Quiere alejar todos esos escenarios donde debía reconocer el cadáver de su hija, pero lo que más anhela es que mis ojos dejen de ser los de una extraña.

—Está bien —asiento.

Ni siquiera estoy segura de que haya terminado de hablar cuando soy envuelta por sus brazos y toda esa aura maternal que la rodea. Cierro los ojos, abrazando la seguridad y la familiaridad que hay en este gesto.

—Oh, Dios —masculla, acariciando mi cabello con mimo —. Mi pequeña niña —solloza —, estás bien. Sigues aquí. Oh, Dios...

—Estoy bien —aseguro.

El olor a vainilla agitando la oscuridad, mas no tiene aún la suficiente fuerza para disiparla como tanto deseo.

—Lo siento —me disculpo —, lamento no poder...

Shh... no digas nada —se aparta, solo lo suficiente para verme a los ojos mientras habla —. Estás viva y eso es lo único que nos importa.

Miro al hombre, que se ha acercado un poco, observando la escena con ojos acogedores. La misma mirada de hierro se encuentra con la mía, hay ojeras bajo estos, veo el cansancio plasmado en su rostro. Es la viva imagen de un hombre que teme, pero no se permite flaquear porque es el único pilar que sujeta a Grace ahora mismo. Lo sé por la forma en que lo vi sostenerla mientras ella se desmoronaba al darse cuenta que no los recordaba.

—Hola, princesa —saluda con voz clara.

Grace se aparta para que él pueda acercarse, pero aun cuando veo sus ganas de hacerlo, mantiene una distancia entre nosotros. En cambio, toma mi delgada mano entre la suya, apretando acogedoramente.

—Te trajimos algo de comer —anuncia ella, tomando la otra bolsa de papel que trae él —. Sabemos lo horrible que es la comida de los hospitales, supusimos que algo de verdadera comida te caería bien.

Agradezco con una sonrisa que sale más fácil.

—Gracias...

Le resta importancia con un gesto, mirando con ojos brillantes al hombre.

—¿P-puedo saber algo?

—Claro que sí, mi niña, pregunta lo que quieras.

—¿Cuál es mi nombre?

Parpadea, veo por un instante su quiebre. Sin embargo, es Henry quien responde ante el silencio de ella.

—Es Coraline —dice con orgullo —, significa fuerte como el coral.

—Es un hermoso nombre —rehúyo a la intensidad de su mirada, tan igual a la mía.

Y después de que la tensión del comienzo se va, todo se vuelve más sencillo. Ellos charlan mientras yo como la sopa de pollo que sabe a gloria después de días comiendo comidas desprovistas de sazón. Me doy cuenta de que me agrada estar con ellos.

Los observo interactuar, encantada con la forma en que parecen orbitar alrededor del otro. Se aseguran de hacerme parte de sus anécdotas, provocando que en varias ocasiones termine riendo a carcajadas. Les comparto de la porción de pastel de chocolate que trajeron con la sopa de pollo.

Descubro que lo que las personas dicen es verdad, el chocolate es como una droga que funciona mejor que todas las medicinas que me han suministrado. Me siento más ligera y alegre.

—No creo que alguien pueda perder a su hija más de tres veces el mismo día —estoy lo suficientemente relajada como para bromear.

—Pues él lo hizo —lo acusa, sus ojos arrugándose cuando ríe al ver el rostro enfurruñado del hombre.

—No tengo la culpa de que ella decidiera que era buena idea jugar a as escondidas —rueda los ojos.

—La olvidaste en el jardín de niños —enarca una ceja, escéptica.

—Era la primera semana —se excusa.

—¿Y la vez en el supermercado?

—¡La niña era idéntica a ella!

Estoy por ingerir otro poco de pastel, cuando me detengo al sentirme observada. No necesito ir muy lejos para encontrar su origen, se mantiene cerca de la puerta con las manos en los bolsillos. No estoy segura de cómo descifrar esa mirada, pero podría apostar que hay algo de orgullo y satisfacción en ella. ¿Por mí?

Asiente, aunque es más un pequeño movimiento como si lo hiciera para sí mismo, luego se aleja a donde sea que ha estado yendo los últimos días. Cualquier lugar lejos de mí, supongo.

Paso casi todo el día con ellos, así que cuando se van estoy completamente agotada, casi podría volver a dormir, si no supiera lo que me espera nada más cerrar los ojos. Y a pesar de eso, es como si un gran peso se hubiera eliminado de mis hombros al ver la enorme sonrisa de Grace y la postura relajada de Henry.

Ellos solo quieren a su hija.

—No importa la hora, si necesitas algo, solo debes llamarnos y estaremos... —puedo recitar de memoria el discurso de él, lo ha repetido al menos una decena de veces desde que el cielo comenzó a perder al sol.

¿Puedo culparlos? No. ¿Eso lo hace más tolerable? No estoy segura. Justo en este momento, soy la imagen de la hija que casi pierden. Soy el rostro de la hija que vieron en las noticias nada más bajar de un avión, y por todos los infiernos que no puedo ni siquiera pensar en lo que eso debió ser para ellos.

Lo admito, mientras ellos ven a su hija, yo no puedo evitar pensar en mis padres. Porque aunque se sienten como ellos con todo esa aura paternal, existe un abismo entre el matrimonio Mills y ellos. Ellos están aquí. Velando por mí bienestar incluso cuando les rompí el corazón, siendo pacientes.

De nuevo, el recuerdo de la carta de Amelie y Nathan Russell quema mis entrañas.

—Creo que ya lo ha entendido, cariño —dice con Grace con suavidad.

Él presiona los labios en una fina línea, mirando las manos que me sujeta y veo la vacilación en su mirada. Rasca su nuca con nerviosismo, el plomo de sus ojos enfrentando el mío. Contengo una sonrisa, agradecida de que ambos respeten lo suficiente mi espacio, pero odiando lo que eso les hace sentir, así que termino diciendo:

—Está bien si lo haces.

Me mira con los ojos ligeramente amplios, pero apenas pasa un respiro antes de que sea cubierta por sus amplios y fuertes brazos, y eso se siente... maravilloso. Tal como con Grace, se siente como algo que ambos necesitábamos, aunque en el fondo se sienta como si estuviera robando algo que no me pertenece, silencio esa voz y me permito disfrutar de su cercania.

—Sigues siendo mi pequeña princesa —dice contra mi oído.

Me suelta con suavidad, dejándole espacio a Grace que ahora duda menos antes de abrazarme.

—Por favor, no más sustos —pide en tono serio —, no creo poder sobrevivir a otro susto como este.

Solo puedo asentir, reconociendo el amor brillando en sus orbes, es como un detonante que no me doy cuenta que se ha disparado hasta que es ella quien limpia mi mejilla con delicadeza.

—No más lágrimas, mi hermosa niña, estás en casa y todo estará bien.

Lucho con las palabras atoradas en mi garganta, pero nada sale.

—Estaremos aquí por la mañana —promete, antes de salir con una última mirada llena de esperanza.

Merde, ¿qué fue lo que hice?

Mis hombros se hunden en el momento en que estoy sola, el silencio calando ligeramente en mis oídos. No sé cuánto tiempo pasa, pero cuando me agoto de dar vueltas por toda la habitación como león enjaulado, termino sentada en un rincón en el frío piso con las piernas cruzadas y el extraño libro entre ellas.

Me mantengo absorta en la lectura, apretando los dientes y conteniendo las náuseas cada vez que la crudeza de sus párrafos aumenta por momentos.

Quisiera saber quién fue el listo que me dio esto como lectura y pensó que era una gran idea que leyera algo tan deprimente y aterrador estando en un hospital. La historia es horrible, no mentiré, ni siquiera entiendo por qué sigo leyendo cuando la mitad del tiempo solo quiero entrar para abrazarla y protegerla de toda la asquerosidad que la rodea.

Selina, la hija bastarda de un obispo que es criada en un convento en un pueblo olvidado de Alemania por monjas en un régimen casi militar. La trama se desarrolla a su alrededor y básicamente todas las cosas oscuras que hay dentro de la religión y el mismo convento que se dedica a criar huérfanos, todos son jóvenes y no pasan de los veinte años, hay bebés, niñas y adolescentes, a los más grandes se les asigna el cuidado de los bebés. Narra la forma en que ella las ve llegar e irse de una forma casi fantasmal, desaparecen sin que quede rastro de ellas y jamás se pronuncia el nombre de las que ya no están.

Parece un sistema que si bien, ella nota, no cuestiona porque los castigos por hablar de más son despiadados y en el fondo, desea que ellas solo hayan sido adoptadas por personas adineradas. Tiene quince años cuando le asignan a su primer bebé, aunque tiene un aura que hace que todos los niños la sigan. Cree que su tiempo ha pasado y tampoco cuestiona el por qué nunca los padres adoptivos se fijan en ella, simplemente cree que no es lo suficientemente agraciada para los ojos de ellos.

Es en su decimosexto cumpleaños cuando es despertada en la madrugada por la madre superiora, ordenándole recoger sus pocas pertenencias en un saco de lona y tomar al bebé. Está confundida, pero hace todo en silencio y carga el pequeño cuerpo entre sus brazos, cubriéndolo del inclemente frío.

Se sorprende cuando después de una vida, es guiada a través de pasadizos que no sabía que existían y por primera vez, mira lo que hay del otro lado de los altos muros. Un mal presentimiento se filtra en su cuerpo cuando es conducida hasta donde un carruaje espera en medio de la oscuridad, dentro, el obispo la espera.

Aferra al bebé a su pecho a sentir que algo no va bien, pero de nuevo, el miedo la hace callar y bajar la mirada, sintiendo la pesada mirada del anciano sobre ella.

Viajan por lo que parecen días, él solo habla de vez en cuando, explicándole que ella ya es lo suficientemente grande y el convento ya le ha enseñado todo lo que debe saber, así que irá a un monasterio donde aprenderá cosas para las chicas grandes como ella.

¿Pueden adivinar lo que resulta ser ese lugar?

En palabras descritas por el narrador, ese lugar es como el infierno dentro del mismo infierno. Un lugar donde personas como el obispo dejan salir sus depravados deseos, por no hablar de cómo la mayoría de los hombres dentro de la iglesia desfilan por sus pasillos como si no se dedicaran a pregonar la palabra del señor durante el día. Hombres cuya moral está más allá de la inmundicia humana y las jóvenes que alguna vez fueron sus compañeras de orfanato, ahora son como muertos vivientes adiestrados para obedecer.

Su primer castigo en ese lugar no tardó en llegar, cuando fue puesta en uno de los cuartos rojos y al ver el sadismo en la mirada del hombre que entraba, su instinto de auto preservación actuó por ella. Ni siquiera podía moverse después de que probó el bastón de la madame sobre su cuerpo. Y cuando los castigos no fueron suficiente incentivo para controlarla, tomaron lo más cercano que ella tenía.

Solo de esa manera se convirtió en lo que a los hombre les gustaba llamar «una gatita hermosa y obediente».Recordándose a sí misma, que debía hacerlo si no quería que el pequeño bebé que cuidaba dentro de ese minúsculo armario lleno de humedad tomara su lugar, solo para poder ganar el derecho de alimentarlo.

Así que tomó todo; el dolor, el miedo y cada abuso sobre su cuerpo. Por años.

Casi estoy agradecida cuando la puerta es abierta, justo en el momento en que leo cómo el obispo es quien la espera dentro del cuarto rojo. Despego los ojos del libro, deseando al instante fundirme en la pared cuando reconozco al doctor Smith.

Ugh, no de nuevo.

Sonríe extrañado al verme en el piso.

—Escuché el rumor de que alguien estuvo más receptiva el día de hoy.

Me contengo de rodar los ojos. Cierro el libro, abrazándolo a mi pecho y poniéndome de pie, un intento por no sentirme tan minimizada en su presencia.

Retrocedo por instinto cuando se acerca, pero para mí triste suerte, solo tengo la pared a no ser que considere la idea de saltar por la ventana que está a unos pasos.

—No tema —llamémoslo instinto, pero a excepción del día en que desperté, este hombre no me inspira ni una pizca de confianza —. No es un secreto que la mayoría de las pacientes nos odien, generalmente representamos partes de sus vidas que no desearían que existiera, pero por hoy, tengo excelentes noticias.

Silencio y una mirada llena de escepticismo es lo que obtiene.

—Oh, vamos, le prometo que es verdad —levanta una mano solemne.

—Desde que desperté solo me han metido a máquinas y tomado mi sangre de formas poco ortodoxas —recrimino.

—Hemos terminado con eso, ¿me permite? —señala el banquillo a mi costado.

Mi respuesta es apartarme con pasos sigilosos hasta el otro extremo, tan lejos como pueda de él. Solo niega, divertido, se pone cómodo mientras se coloca sus lentes y toma el expediente para leerlo. Tararea algo mientras tacha algunas cosas mientras lo hojea.

—Usualmente esperaríamos a algún familiar, pero debido a su renuencia de los últimos días me atrevo a adivinar que no es necesaria. ¿O lo prefiere?

Me muerdo la lengua para evitar decir que, de hecho, sí que hay alguien a quien quisiera a mi lado y, en su lugar solo me encojo de hombros mirando mis uñas mordisqueadas.

—En ese caso... —ese tono robótico y alegre comienza a molestarme —Me disculpo por todas las pruebas que tuvieron que repetirse, solo tratábamos de asegurarnos que los resultados fueran correctos. Hemos hecho pruebas de sangre para detectar alguna enfermedad, electrocardiogramas para descartar problemas cardiacos, resonancias para descartar inflamaciones posteriores en el cerebro, radiografías, espirometría...

—¿Esto a dónde se dirige? —lo interrumpo sin entender su jerga médica.

—Bueno, decir que estoy sorprendido con los resultados es poco.

—¿No ha dicho que son buenas noticias?

—¡Y lo son! —exclama — Le confesaré algo, cuando me llamaron hace dos semanas para recibir una urgencia, estaba por terminar una guardia de treinta y seis horas, pero al saber que era una mujer joven, solo pude pensar en mis hijas. Deben tener su edad.

Trago, sin saber qué espera con sus palabras.

—Yo miré sus heridas, sus signos vitales... apenas había ritmo cardiaco y había perdido tanta sangre que era prácticamente imposible ver sus heridas. Una cirugía de casi dos días en la que pusimos cada gramo de esfuerzo por mantenerla estable y, sin embargo, a pesar de todo nuestro trabajo, su corazón se detuvo. Aún con los intentos por reanimarla, usted fue declarada muerta a las 13:18 p.m.

Lo miro en shock.

—Creo que, a pesar de todo nuestro trabajo, nadie podía sorprenderse, después de todo su cuerpo había pasado por tanto, que esperar otro resultado resultaba extraño —explica —. Lo que sin duda, ninguno de nosotros pudo ver venir, fue que su corazón volviera a latir por sí mismo nueve minutos después.

Estoy tan tensa que podría romperme como una rama seca.

—Espero que pueda ver a dónde quiero llegar. Es sorprendente, sin embargo —cierra el expediente de golpe, levantándolo entre ambos —¿esto? Esto sí que es un milagro. Alguien con la mitad de sus heridas, tendría un estimado de sanación de más de cinco años, he incluso con eso, definitivamente ni todas las terapias del mundo lograrían recuperarse por completo, algo como esto simplemente no puede irse sin secuelas.

Lívida ni siquiera es la palabra adecuada para describir el cómo me siento, creo que voy a vomitar.

—Entonces, usted está aquí a solo casi tres semanas de haber sido declarada muerta. Con un cuerpo en perfecto estado. Viva.

—Pero qué diablos está diciendo.

—Digo que, es como si su cuerpo nunca hubiera sufrido algún daño. No hay rastros de huesos rotos o cicatrices —señala una parte de su rostro y después el mío —.Ni siquiera los cortes en su rostro, ¿su pulmón colapsado? Nada, no hay nada.

Mis dedos se aferran al libro, sujetándolo como si fuera una especie de escudo contra...

—No me mire de ese modo, no voy a enviarla a la hoguera —bromea, pero no me hace ni un poco de gracia.

No sé en qué momento mis pies comienzan a llevarme de forma pausada hasta la salida, pero cada vez me alejo un paso a la vez, casi temiendo que me reprenda.

Se levanta, quitándose los lentes y abandonando el expediente sobre el banquillo.

—Aunque, ¿quiere saber algo aún más extraño? Solo han pasado tres semanas desde que pisó este hospital —señala —, estuvo en la UCI con al menos ocho pacientes en estado crítico, de los cuales tres, estaban por ser desconectados. ¿Quiere saber cuántos murieron?

No, realmente no quiero saberlo.

—Ninguno. Cada uno de ellos salió a las horas de usted ser ingresada. Solo estuvo dos días en UCI antes de ser trasladada a esta habitación, a nuestro alrededor hay al menos otras quince de las cuales han ingresado pacientes por causas menores, pero salen de aquí más sanos de lo que alguna vez han estado. Cada. Uno. De. Ellos.

Mi pecho se encoje ante un nuevo temor.

—Yo no creo en los milagros —confiesa con un suspiro —, ¿pero usted? Es todo todo lo que podría describir de uno. Uno excepcional del que cada doctor de este hospital habla, hemos estado dándole vueltas a la posibilidad de realizar algunos estudios y pruebas adicionales, solo para corroborar una teoría y...

No, no, no, no.

Niego con la cabeza, sin poder encontrar mi propia voz.

Tan pronto como esas palabras salen de su boca, solo quiero correr.

No quiero más pruebas ni exámenes.

No quiero estar más tiempo en este lugar.

Así que doy media vuelta, lista para huir de este lugar, solo para impactarme con un muro de músculos solidos que desprenden un tranquilizador olor fresco.

Sus manos me sujetan por los hombros, evitando que me caiga por poco.

—Creí haberle dejado claro que no voy a permitir que la tomen como un conejillo de indias cuando me lo dijo antes —dice con voz dura, sin embargo, sus ojos son suaves cuando me miran con el ceño fruncido. Como si buscara algún rasguño.

Debe ser el miedo y la forma en que de alguna manera, terminé relacionando a este extraño con un lugar seguro, pero me escabullo entre sus brazos hasta que estoy pegada a su pecho.

—Pensé que quizás la paciente puede tener algo que decir, es una buena causa.

—Tengo entendido que es poco ético el coaccionar a un paciente para que sea parte de una investigación —deja caer como si nada, enfrentándose de nuevo al doctor.

Miro de reojo al médico, se ajusta la bata con el cuerpo tenso.

Lo mira con algo violento llameando en sus ojos, cubriéndolo con sus lentes y una sonrisa prefabricada.

—De hecho, estaba por explicarle todo a ella.

—Por supuesto que sí —chasquea, mordaz.

—Necesito una respuesta de ella.

—No, no la necesita. Ella no va a participar en esto, en realidad, creo haberle dicho que estábamos listos para irnos.

Ignora su comentario, buscando mi mirada, pero reconozco la manipulación en él. La he visto antes en otros ojos.

—Sé que está cansada de médicos y pruebas, pero su colaboración sería de mucha ayuda para el estudios de enfermedades como el cáncer —comenta —, ser parte de esto es algo muy importante. Si acepta, ayudaría a muchas personas.

Rehuyó a su mirada, refugiándome en el extraño.

—Lo siento —me disculpo con voz minúscula.

—Ya la ha escuchado —espeta glacial.

—Bien —se rinde con una sonrisa practicada —, prepararé el alta. Mañana podrá irse a casa.

El extraño nos aparta de la puerta sin soltarme, cediéndole el paso al doctor Smith que irradia una furia mal disimulada. Dándose la vuelta en el último segundo.

—Solo tengan en cuenta que esta es una gran oportunidad, su aportación será de gran ayuda.

—Y usted tenga presente que si algo de esto sale a la luz, tendrá una gentil reunión con mis abogados y entonces podrá despedirse de su carrera como médico. No quiera poner a prueba mi paciencia, no creo que quiera conocer mis propios alcances.

Si las miradas mataran, es posible que ahora ambos estuviéramos muertos.

Solo cuando se ha ido y nos quedamos solos, la realización de sus palabras me cae como un golpe de realidad. Mañana me iré de este lugar. He fantaseado con esa idea, pero ahora me doy cuenta que en realidad, no tengo a dónde ir.

Lo cual es deprimente, así que le doy a mi mente algo más con lo que entretenerse.

O más concretamente, alguien.

Mis hombros se hunden, liberando toda la tensión que acumulé durante esta poco grata conversación.

—Gracias —digo sincera.

—No me agradezcas por cuidar de ti —es su sencilla respuesta.

Mentiría si dijera que sus palabras no calientan mi pecho.

—Aun así —rebato sin apartarme de su calor —, no te conozco, pero has hecho más de lo que otros hicieron en toda mi vida.

Es casi imperceptible el cambio, pero noto la ligera pausa de su mano yendo y viniendo por mi espalda. Decido que es momento de alejarme.

—¿Ahora me dirás quién eres?

Suspira, casi con decepción.

—Solo un amigo —se cruza de brazos.

Asiento, aunque no le creo ni un poco.

—Debo hacer algunas cosas, estaré aquí por la mañana.

Las alarmas se encienden cuando lo veo caminar a la salida, me adelanto unos pasos con la mano en el aire para detenerlo, pero me acobardo en el último segundo. Una cosa es tocarlo cuando mi mente está demasiado dispersa, pero ahora estoy muy consciente de todo. Aún con eso, mi boca es más rápida que mi cerebro.

—P-prometiste que te quedarías a mi lado —trago en seco, esperando que no note la decepción que tiñe mi voz —. ¿Acaso fue una mentira?

Se vuelve, mirándome con los ojos entornados.

No entiendo a mi cuerpo, la forma en que grita que elimine toda la distancia, el hormigueo en mis manos con un deseo ferviente por tocarlo. Así que las mantengo ocupadas estrujando el libro que sigue entre mis brazos, en un vano intento de contenerme.

Con eso y todo, la distancia se sigue sintiendo como un océano congelado: peligroso y poco alentador.

—Yo nunca miento —objeta, introduciendo sus manos en los bolsillos de su pantalón.

Ahora que lo noto, parece la misma ropa de hace días, la camisa ahora está incluso más arrugada. Su mentón está cubierto por una barba de varias semanas y el cabello desordenado y sucio. Sin embargo, sigue siendo el hombre más hermoso que alguna vez haya visto.

Sacudo la cabeza, tratando de aclarar mi mente de su hechizo.

—Te fuiste.

—¿Querías que me quedara? —hay diversión y algo más bailando en sus rasgos.

Sí.

—No —miento con toda la seguridad que reúno.

—El accidente no te ha hecho mejor mentirosa —la comisura de sus labios se contrae en un pequeño espasmo.

¿Eso fue un intento de sonrisa?

—Nunca miento —la afirmación misma es una mentira, ni siquiera puedo recordar cuando fue la última vez que fui honesta con alguien.

Sin embargo, nadie nunca se esforzó lo suficiente por saber la verdad detrás de la máscara para el resto del mundo.

Contengo la respiración cuando se acerca tanto, que sus zapatos casi tocan mis pies descalzos.

Vaya, es realmente enorme.

Me saca casi dos cabezas con facilidad.

—Uhmm —musita, tocando mi nariz con delicadeza —, me pareció ver cómo crecía tu nariz.

Me aparto, tocando ahí donde sus dedos rozaron y lo miro ceñuda.

—Tienes un gran ego.

—Te sorprendería saber que no es lo más grande en mí.

Estoy segura que trata de decir algo más, pero no consigo descifrarlo.

—Entonces... ¿Me dirás quién se supone que eres?

—Si lo has olvidado, entonces quizá no valga la pena recordarme.

Lo dice con un tono divertido, pero veo en el reflejo de sus ojos la realidad de esa afirmación. Lo cierto es que no lo encuentra divertido, me atrevería a decir que hay tristeza, pero también algo de rabia.

Y al instante, mi primer instinto es hacerlo sentir mejor.

—No digas eso.

—¿Por qué no?

—Porque no es verdad.

—¿Qué parte?

—Sobre el cómo olvidé cosas que no valen la pena.

—Pero lo hiciste.

—Sí, pero...

—¿Pero?

—No fue por voluntad propia —miro mis pies descalzos.

—¿Cómo puedes asegurarlo si no lo recuerdas?

—Porque... —bueno, supongo que la dignidad y yo igual no somos muy amigas —Porque no se siente de esa manera.

—No se siente de esa manera...

Niego, aún sin verlo a los ojos.

—¿Puedes ser un poco más específica?

—Yo sé que ustedes no lo creen —trago —, pero en mi memoria, lo último que recuerdo es haber muerto y después solo hubo oscuridad, mucha oscuridad. Tenía miedo, no entendía lo que pasaba, lo cierto es que sigo sin hacerlo, así que cuando escuché tu voz en la oscuridad... Todo estuvo bien de nuevo.

Al menos, es parte de una verdad.

—¿Podías escucharme?

Asiento, sintiendo cómo mis mejillas se enrojecen.

—Era extraño, pero solo tu voz me reconfortaba lo suficiente para creer que todo estaría bien. Sea lo que sea que pasara después, realmente no esperaba despertar aquí, pero al menos ahora conozco tu rostro.

—Espero que la realidad no te haya decepcionado.

Contengo una sonrisa, mirándolo por debajo de mis pestañas.

—No está tan mal —bromeo, solo para no alimentar su ego.

—Me alegro de que me encuentres irresistible.

—Eso no fue lo que dije.

—Eso fue lo que yo escuché —me sigue el juego.

Al final, se me escapa una risita.

La primera que sale natural y sincera.

La primera en mucho, mucho tiempo.

—¿Entonces somos amigos?

Nunca en mi vida he visto cambiar tan rápido su semblante como lo hace él ahora.

Amigos —por la forma en que lo dice, pareciera que la palabra tiene vidrios.

—Eso fue lo que dijiste.

—Amigos —masculla, pasando su mano entre las hebras doradas.

Entonces lo veo, es como si resplandeciera bajo mis ojos. Un nudo se forma en mi estómago al caer en cuenta de lo que es. Una sortija dorada que envuelve su anular. La idea se instala en mi cerebro, asustándome, pero la idea de que no sea esa, duele más ante la idea de él siendo de alguien más.

¿Qué demonios me ocurre?

Nota dónde está mi atención. Mete sus mano en el bolsillo, como si protegiera su anillo de mi vista. Y eso me irrita.

—¿Entonces? —trago duro, haciendo un gran esfuerzo por aparentar que no me importa.

—Me sorprende que no lo hayas deducido ya.

—¿Entonces tuve razón cuando mentiste sobre ser mi amigo?

—Dejemos claro algo —dice con lentitud, como si quisiera que me quedara muy claro sus palabras —: no existe un universo en el que tú y yo podamos ser amigos. Nunca.

—¿Por qué no? ¿Acaso hay algo mal en mí?

—No tiene nada que ver contigo.

—¿Y qué es si no?

—Tiene más que ver conmigo —admite con voz oscura —, y las cosas que desearía poder hacer, pero aún es muy pronto para eso.

Un fuego se enciende en lo profundo de ser ante el entendimiento de sus palabras. Así que escupo lo primero que se me ocurre, solo para confirmar o romper mis esperanzas.

—No creo que a tu esposa le guste esa afirmación.

Su mandíbula se tensa, pero podría jurar que tiene más que ver con una sonrisa contenida que con otra cosa.

—Supongo que no.

No dejo que la decepción se vislumbre en mi reacción.

—Así que estás casado.

—Lo estoy —parece orgulloso.

—Si lo estás, ¿qué se supone que haces aquí? ¿Acaso eres voluntario o algo así?

—Estoy muy seguro de que sabes la respuesta.

Las líneas del piso de pronto son muy interesantes. Muerdo con fuerza mi labio inferior para contener el temblor, no sé si es ira o ganas de llorar, pero no quiero que lo vea.

—Estoy casado —reafirma —, desde hace casi dos años, de hecho —Lo siento acercarse —. Es de mala educación no mirar a la cara a las personas cuando hablas con ellas.

—Ya no te estoy hablando.

Lo escucho resoplar. Su olor comienza a embriagarme. Todo sería más sencillo si no oliera tan bien, ¿no podría al menos tener mal aliento? Miro en dirección contraria cuando trata de buscar mis ojos.

—Coraline, mírame —ordena.

Me sobresalto cuando siento su mano sobre mi barbilla, su pulgar paseando por debajo de mi labio, indicándome en silencio que deje de morderlo.

—Por favor, mírame —pide con más suavidad.

—No quiero —admito.

—¿Puedo saber el motivo?

Aprieto los ojos con fuerza, negándome a ceder.

—Tengo miedo.

—¿De mí?

Niego con la cabeza.

Poco a poco, sus dedos se enroscan en mi nuca. Masajeando la zona con ternura.

—De mí —digo con voz ahogada.

—Estas a salvo, te tengo.

—No puedes prometer eso.

—Por supuesto que sí.

Su toque es gentil cuando acuna mi rostro. Limpia la lágrima que se me escapa cuando finalmente abro los ojos, encontrándome con el verde atormentado de sus orbes.

—¿Aún necesitas que lo diga?

Coloco mi mano sobre la suya en mi mejilla, apretándome contra su calor. El frío de la argolla se siente reconfortante en mi piel que arde.

—Estoy casado... —repite —contigo.

—Creo que no escuché bien —balbuceo.

—Eres la esposa de Alessandro Cromwell desde hace casi dos años.

Una parte de mí ya lo sabía, en realidad, temía que alguien llegara ostentando ese título y que de pronto yo estuviera atada a alguien más, alguien como Nikolai. Así que ahora, saber que estoy casada con este hombre, no se siente mal, incorrecto. Lo cierto es que se siente liberador.

«Haz que valga la pena».

La voz de mi sueño reverbera en mi cabeza.

Parpadeo, procesando la nueva información.

Alessandro... —saboreo su nombre.

Un nombre apropiado para un hombre como él.

—¿Vas a perder los nervios?

—Yo... soy tu... somos... ¿eres mi esposo?

Una sonrisa tira de sus labios y es como si una manada de elefantes bailase en mi estómago.

Es demasiado hermoso.

—Soy tu esposo.

No me pierdo de la forma en que parece orgulloso de esa afirmación. Como si serlo fuera todo un honor para él.

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