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3. Realidad alterna

Isak Danielson | Bleed Out

"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos." †Jorge Luis Borges†

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El estómago me da un vuelco de forma inquietante con la invasión de miles de imágenes atravesando mi cabeza de forma desordenada y sin sentido, aniquilando mi escasa cordura con dureza. Apenas consigo comprender nada de ellas porque ni siquiera soy capaz de sostener alguna, todas se desplazan unas contras otras como si pelearan por tener la atención.

Mil agujas pinchan mi cabeza con el eco de voces aturde mis sentidos. Gritan, hablan, ríen y lloran tratando de hacerse escuchar.

La respiración se me atasca. Un nuevo caos formándose en mi mente. Un caos desencadenado por este par de esmeraldas que me miran con emociones que me aterran. Me aterra poder distinguirlas con tanta... claridad. Aunque no se compara al temor que nace en mi pecho cuando esos fragmentos de nada comienzan a alejarse, como si en el fondo supiera que estoy perdiendo más que solo esas imágenes inconexas.

Por lo que parecen eternos segundos en los que mis ojos no pueden abandonar los suyos, por un miserable instante, siento que lo tengo todo antes de perderlo por completo.

«—Prométeme una cosa.

—Lo que sea.

—Promete que me encontraras.»

Tan pronto como reconozco los pedazos de esa conversación, todo lo demás es empujado hasta el fondo de mi mente. Tan adentro. Encerrándolas detrás de una puerta de hierro con mil candados y sus llaves son arrojados a un mar oscuro y turbio. El sentimiento de perdida me quema.

«—Debes mantenerlo a salvo.»

El ambiente cambia repentinamente, convirtiéndose en un borrón en mi memoria en el que no logro procesar nada. Grandes y gruesas lágrimas comienzan a caer, empapando mi rostro. No hay un motivo o razón, al menos, no una que yo entienda. Solo sé que la presión en mi pecho que se había estado acumulando, finalmente estalla en forma de llanto.

Uno lleno de confusión, impotencia. Dolor. Simplemente lloro como si estuviera enfrente de un completo desconocido que me observa aterrado, dejándome llevar por ese huracán en el que se han convertido mis emociones.

Su mirada dice tanto sin una sola palabra, lo que ínsita a algo de aquello que fue atrapado en esa puerta a salir. Pujando y creando ruido para poder escapar de su encierro.

Me esfuerzo, en serio lo hago, peleo contra las cadenas que nos separan. Tanto que mi cabeza empieza a doler como si un martillo golpeara las paredes. Es inútil, no se abre, pero sí que ocurre algo. Hay un destello en mi mente.

El destello de algo que olvidé mientras estuve en esa oscuridad.

Olvidé aquello a lo que me aferré en mis peores momentos.

Mis sueños.

Esos sueños donde me consolaba cuando todo era gris.

Recuerdo la calma que me proporcionaban cuando todo era caos. Lo veo a él, abrazándome en medio de mis delirios producidos por el dolor, en esos momentos donde el cuerpo y mi mente simplemente no podían más. El rostro que siempre fue una incógnita, ahora está frente a mí.

Porque de una loca, desquiciada, delirante manera, sé que es él.

El único que alejaba las pesadillas que atormentaban mi vida.

Lo recuerdo. Aunque solo existía en mi mente.

¿Entonces cómo es que ahora está frente a mí? ¿Es acaso una nueva fantasía?

Sí, debe serlo. No puede haber otra explicación lógica.

Parpadeo, aturdida cuando de un momento a otro ya no está frente a mí.

Al instante, me siento desprotegida. Expuesta cuando personas a las que ni siquiera puedo detallar por la euforia del momento me rodean como bestias. Hablan a toda prisa, apenas dándome tiempo a entenderlos, usando términos extraños, pidiendo que no sé quién venga. Toman mi pulso.

De pronto, cuatro pares de manos están tocando y palpando mi cuerpo sin permiso. Al instante lo odio. Respirar se me complica cuando lucho por apartarlos de mí, mis movimientos son lentos y torpes, no consigo encontrar mi voz para ordenarles que se detengan, pero no se necesita de mucho cerebro para saber lo que trato de hacer.

En cambio, son ellos los que me ordenan que me calme. Y tal como ellos, los ignoro. Demasiado asustada con sus presencias para siquiera considerarlo. En medio del ajetreo, me doy cuenta de esos moretones que cubren mis brazos, son manchas verdosas y oscuras a punto de perderse, pero se ven como si hubieran dolido mucho cuando se hicieron.

También noto una extraña pinza en mi índice izquierdo y una especie de cuerda trasparente pegada al dorso de mi otra mano.

Vuelven a pedirme que me tranquilice con dureza.

Trato de hablar, pero mi garganta está demasiado seca. Incluso con eso, profiero un quejido de dolor cuando uno de ellos presiona con fuerza excesiva uno de mis costados en un su intento por retenerme.

Entonces lo veo en medio del desastre. Sostiene mi mirada con el cuerpo tenso, es como mirar a través de una ventana sin cortinas. Claro. Reconfortante.

Contengo el aliento, rindiéndome a ellos. Aprietan mis hombros contra el colchón, incluso cuando ya no me resisto. Mi respiración es un caos, pero las preguntas en mi cabeza hacen que apenas lo note.

«¿Qué diablos ha sido todo esto?»

No lo sé.

«Ha sido como...»

Como si de pronto todo estuviera bien.

El descontrol se detiene con la llegada de un hombre de bata blanca que entra corriendo. Tan pronto como lo hace, parece que los riñe y ordenarles con voz autoritaria que se alejen de mí. Apenas lo escucho, demasiado perdida en los ojos verdes que me miran.

—Lamento lo que acaba de ocurrir —se disculpa el de bata.

Parpadeo, tratando de colectarme lo suficientemente rápido como para ver más allá de mis alucinaciones. Aunque apenas puedo hacerlo, creo que el hombre dice algunas cosas más, mientras yo solo detallo la postura rígida del extraño.

Me sorprendo cuando después de lo que parece vacilación, se acerca y me toma de la mano sobresaltándome al percibir una electricidad ahí donde me toca. Estoy absorta en él, que cuando saca un pañuelo de papel de algún lado y limpia los restos de lágrimas de mis mejillas, casi entro en colapso. El gesto es tan dulce y delicado, que se me ablanda el cuerpo.

«—La oscuridad siempre estará aterrada de la luz porque es lo único que puede extinguirla. Y tú eres luz, la más hermosa y fuerte luz.»

El cerebro se me hace papilla al reconocer esa voz como un eco. Justo como en mis sueños. Son sus palabras. Esas que me susurraba en la bruma de la inconsciencia y me daba las suficientes fuerzas para levantarme cada mañana y seguir sobreviviendo después del atentado.

«¿En serio es una alucinación? Porque se siente...»

... muy real. Lo sé.

Sus ojos son como un manto de agua clara y cristalina.

Puedo ver todo de ellos, incluso lo peligroso que es adentrarme en ese misterio que los envuelve en el fondo. Arriesgado. Poco inteligente, pero aun así, es demasiado tentador. Tiene un rostro hermoso, no hay duda, pero es su mirada la que me atrapa y desarma al mismo tiempo. Mucho tiempo me pregunté cómo sería, cómo sería el rostro de ese ser cuya ausencia me pesaba tanto al despertar, incluso cuando nunca tuve su presencia.

He perdido la razón. Finalmente lo hice.

—Te sientes demasiado real —murmuro con apenas voz.

Su ceño se frunce, la confusión penetrando en sus facciones.

Justo entonces, la burbuja que me había envuelto se rompe cuando una pareja entra precipitadamente. Ella parece en extremo agitada y cuando la mirada chocolate se encuentra con la mía, pierde todo el color al tiempo que se le anegan de lágrimas.

—Oh, Dios, estás despierta —solloza.

En un parpadeo, se ha deshecho de su acompañante y aparta al extraño a mi lado, solo para envolver mi cuerpo con sus brazos. El dulce olor a vainilla cosquillea en mi nariz, me tenso. Se me empaña la mirada al instante, su perfume provocando un cortocircuito en mi pobre cerebro. No es su rostro, no es ella, pero aun así se siente como si...

El corazón me martillea en el pecho, listo para salirse con la oleada de recuerdos. Aprieto los ojos con fuerza, levantando mis manos dudativa para responderle este extraño y reconfortante abrazo.

Se estremece con el llanto y algo dentro de mí se rompe un poco al verla tan frágil.

—Mi dulce, dulce niñita —repite una y otra vez contra mi cabello. Reconozco su voz al instante.

El eco de esta misma voz cantando una nana me aborda. Mis brazos se sienten aletargados cuando, de manera lenta —casi temerosa —, le devuelvo el abrazo.

Su cuerpo se estremece con su llanto, apretujando mi corazón al verla tan vulnerable. El dolor que veo en sus ojos cuando se aparta lo suficiente para reparar mi rostro, hace que derrame un par de lágrimas. Es una mujer joven, no puedo calcularle más de cuarenta años. Tiene grandes ojeras bajo sus ojos, las mejillas algo hundidas, el cabello sujeto de forma descuidada con lo que parece un bolígrafo y los labios partidos y resecos.

A pesar de eso, ella es una mujer muy hermosa.

Aparto una de sus lágrimas con mis dedos. Su mano acuna mi mejilla, haciendo que me apoye en ella casi como un acto reflejo. Una sonrisa sincera tira de sus labios, pero no parece poder dejar de llorar.

—¿Por qué estás llorando? —pregunto inocentemente.

Parpadea, negando lentamente.

—Creí que te perdería para siempre —explica con la voz quebrada.

—¿A mí?

Frunzo el entrecejo, confundida.

—¿Quién eres?

Parpadea, pareciendo aturdida y comenzando a apartarse lentamente. Es como si mi pregunta hubiera arrojado un balde de agua sobre ella, el pánico baña sus facciones y mira con grandes ojos a todos. El hombre que la acompaña se acerca, alejándola por los hombros con delicadeza, como si temiera romperla.

Niega con la cabeza, como si no pudiera entender lo que acabo de decir.

—E-ella... ella no...

Es como si mi mente me aislara de nuevo, sobresaltándome cuando el hombre de bata blanca me toca el hombro. Al instante me encojo, rehuyéndole a su toque tentativo. Levanta las manos, como si me asegurase que todo está bien.

Ojos de acero se conectan con los míos y el dolor de cabeza regresa.

Abraza a la mujer que parece procesar todo con la misma lentitud que yo, no deja de verme y aunque no llora como ella, reconozco el dolor en su mirada.

—¿Dónde estoy? —me atrevo a preguntar.

La barbilla de ella comienza a temblar, es como si acabara de romperle el corazón.

—Este es el hospital Saint Joseph —toma la palabra el de bata —, sufrió un accidente y derivado de ello, estuvo en coma dos semanas. Me presento, soy el doctor Casey Smith.

Abro la boca, pero nada sale de ella. ¿Accidente? Es así como se le llama a que te claven una daga después de una paliza. Claro, porque me tropecé sobre el filo, soy muy torpe.

El entendimiento del cómo será me golpea.

—¿Por qué estoy aquí?

—Ya se lo dije, un accidente, debemos realizar algunas pruebas, pero...

—No, ¿por qué estoy aquí? Debería haber muerto.

—Bueno, sus heridas eran graves, pero hicimos todo lo posible por mantenerla con nosotros.

Ahora veo hasta dónde puede llegar su sadismo. Me doy cuenta que en realidad no conocía al hombre con el que me casé. ¿Acaso ordenó que me mantuvieran con vida para seguir atormentándome?

Tiemblo, por primera vez sintiendo vestigios de ira inundar mi torrente.

—Todos esperábamos su recuperación, es un milagro —continua ante mi silencio.

Por supuesto que es un milagro. Asimilar que sobreviví a su agresión es duro.

—Su cerebro se vio algo comprometido por los traumas, por fortuna pudimos controlarlo y no hubo derrame —parece orgulloso mientras que a mí la bilis se me sube a la garganta.

Vaya suerte debo tener si me desangré y aun así estoy viva.

—¿Cómo se siente? ¿Quizás un poco desorientada, aturdida?

Asiento.

—Esperábamos con ansias que despertara, ahora podremos evaluar cuánto daño pudo haber provocado la inflamación, pero a vistas generales, parece que su motricidad y capacidad de habla está intacta —suena tan optimista —. De igual modo, le haremos todas la pruebas necesarias.

Creo que voy a vomitar.

—Me siento bien —la mentira sale fácil.

—Aun con eso, es necesario que nos aseguremos que todo esté bien —insiste —. Soy consciente de que está algo aturdida, su entorno y recuerdos pueden incluso pueden ser confusos ahora. La acompañaremos en todo momento para que todo vuelva ser como antes. Haré algunas preguntas y solo debe responder con lo que le venga a la mente, puede ser sincera, este es un espacio seguro.

No le creo ni media palabra, pero no es que tenga muchas opciones. Correr no parece una buena idea cuando apenas siento las piernas.

—Bien, veamos —toma una tablilla metálica con algunos papeles que hojea por encima, ajustando sus gafas de montura y sonriendo con una sonrisa de fabrica —, empecemos por algo sencillo, ¿le resulta familiar alguien en la habitación?

Tan pronto como lo pregunta, miro a la pareja que se ha mantenido en silencio. La imagen me duele en el pecho. El extraño que se ha mantenido al margen, se remueve en su lugar, mirándome atento con los brazos cruzados sobre su pecho. Sigue pareciendo muy tenso.

Lentamente niego.

Ella se estremece visiblemente, ahogando su sollozo en el pecho del hombre.

Por otro lado, el extraño apenas reacciona y de no ser porque sus mirada es demasiado abierta, no notaria el destello de decepción en ellos.

—¿Quiénes son?

—No se preocupes, solo continuemos y en un momento responderemos sus dudas, ¿está de acuerdo con eso? —me encojo de hombros, sin muchas opciones —Ahora, ¿qué me dice de su nombre?

Frunzo el ceño, mirándolo como si fuera idiota. Solo ríe y garabatea algo en la tablilla.

—¿Puede decirme la última fecha que recuerda?

Eso es fácil, creo, aunque dijo que estuve inconsciente por dos semanas.

—Deberiamos estar a mediados de ¿abril?

Parece satisfecho con eso. Garabateo.

—¿Recuerda lo que ocurrió?

Lo cierto es que lamento no haber olvidado eso, recuerdo cada detalle.

—El accidente —cuchicheo —, supongo que debo decir lo que él quiere, ¿no?

Su mano se detiene. Un denso silencio se instala en la habitación. El extraño se acerca un paso, inclina la cabeza interesado en mis palabras. Bien, parece que a efectos prácticos, estas personas se aseguran que no diga lo que no debo.

—¿Él?

—Solo díganme lo que dijo que pasó —suspiro —. Nadie va a poner en duda su palabra, ¿no? ¿Qué importa si lo recuerdo o no?

—¿A quién te refieres? —ahora están siendo tontos.

—¿Es un chiste? —bufo —¿Acaso una broma? ¿Sigue divirtiéndose a mis costillas? Pueden decirle que estoy bien, como si me encierra hasta el día de mi muerte, aprendí la lección.

—Bien... —garabatea algo.

—¿Quién es él? —habla por primera vez el extraño.

Lo miro con ojos entornados. Hasta que caigo en cuenta de que ha hablado, miro a mi alrededor y noto que todos lo miran. Lo. Miran. Abro la boca, pero no sale más que mi respiración pesada. Entonces se acerca y me toma la mano, el mismo escalofrío de antes me recorre.

—Eres real —digo sorprendida.

Otro silencio raro.

—Claro que lo soy —aprieta mi mano, como si reafirmara ese hecho.

—P-pero...

No es una alucinación. Ellos lo ven. De verdad está tocándome. Es de carne y hueso.

—¿Seguros que estoy viva?

El doctor ríe, solo él porque la pareja parece en shock por alguna razón.

—¿Quién es él? —insiste el hombre.

Niego, aun incrédula por todo.

—¿Es una prueba? —susurro solo para él, no sé por qué lo hago —Quiere saber si lo voy a exponer, ¿verdad? No lo haré, de verdad yo no...

—Oye —me detiene, levantando mi rostro por la barbilla con dos dedos. Se obliga a relajar su rostro —, todo está bien. Estás a salvo.

Lo asegura, no es una sorpresa. Lo que sí lo es, es el hecho de que le creo.

—¿Va a matarme si digo lo que hizo?

—¿Quién? —busca algo en mis ojos, permanece colectado incluso cuando sus ojos arden —Dime a quién te refieres.

—Nikolai —digo aún por lo bajo —, ¿eres uno de sus espías? ¿Es una trampa?

El desconcierto baña sus facciones. Casi creo que de verdad no sabe de lo que hablo.

Antes de que diga algo, el doctor habla de nuevo:

—Bien, ¿qué tal si me dice su nombre?

Debe ser una broma.

—Elizabeth Russell —hace mucho tiempo que no usaba mi apellido.

Hacerlo ahora es un acto de rebeldía, no importa, diré lo que quiera escuchar y después exigiré el divorcio, no importa si eso me mata socialmente. Él casi lo hace de verdad, nada puede ser peor.

«Al fin estamos de acuerdo».

Otro garabateo y más silencio.

—Sé que ya hicimos esta pregunta —mira de soslayo al hombre —, pero ¿podría decirme qué día es hoy?

Suspiro, agotada.

—Algún día de abril de 1813 —mis hombros se hunden.

La mujer jadea audiblemente, sujetándose al brazos del hombre que ahora está casi tan gris como la pared. El extraño escupe una maldición entre dientes. Ella sale de la habitación con la mano en el pecho con él detrás de ella, posiblemente ara evitar que se desmaye por ahí.

—¿Quiénes son ellos? —pregunto, cuando se han ido.

El doctor se rasca la frente, pareciendo algo consternado, pero lo disimula mucho mejor. Deja de lado la tablilla, quitándose los lentes y mirándome atentamente.

—Bien, debo pedirle que ahora mantenga la calma.

—¿Por qué? ¿Quiénes son?

—Solo mantenga la calma, ¿bien? —asiento con la cabeza —Como ya le dije, tuvo un accidente, estuvo muy grave. Físicamente parece que no hay secuelas, en realidad se ha recuperado muy bien, mejor de lo que alguien normal lo haría si me lo preguntan.

No veo el punto, parece que solo le da vueltas a algo y comienzo a inquietarme.

—También, como mencioné antes su cerebro sufrió múltiples golpes, aunque todo se ha controlado, es más que evidente que hay secuelas —debe ser malo si estuve inconsciente dos semanas, pero oye, no todos los días te dan una paliza y te apuñalan literalmente —. Las personas que acaban de salir llevan aquí varios días, han estado muy al pendiente de su recuperación —No sé por qué creo que esto debería llegar a algún lado —, es normal que pacientes con contusiones graves y que han sido expuestos a eventos traumáticos desarrollen una amnesia...

—¿Amnesia?

—Es cuando la persona olvida...

—Sé lo que es la amnesia, solo que creo que quiere decir que la tengo, pero eso no es verdad. Recuerdo todo —grandes y peligrosas palabras.

—Tranquilícese, por favor —pide, pero ni siquiera estoy alterada —. Me temo, que esto es lo que está pasando, esas personas son sus padres.

«¿Qué?».

¿Qué?

—¿Qué?

Yo tengo padres, dos. Y definitivamente no son ellos. Ellos ni siquiera estarían aquí.

—No —niego con una sonrisa nerviosa —, ellos no lo son. Mis padres me abandonaron hace tiempo, ni siquiera creo que recuerden que existo. Me repudiaron por una carta. Ellos no son mis padres.

—De nuevo, le pido que mantenga la calma. Es difícil procesar algo como esto, pero ellos lo son. Su familia ha estado preocupada por usted, y también...

Contengo el aliento, abriendo la boca para rebatirle, entonces algo en mi cerebro parece funcionar de nuevo y miro mi entorno con otros ojos. De pronto estoy muy asustada.

—Ellos no... —trago el duro nudo en mi garganta.

Merde.

Cierro los ojos con fuerza al caer en cuenta.

He estado respondiendo de forma inconsciente. Respondiendo con un idioma que ni siquiera se supone que . Sin embargo, he estado hablando y entendiéndolo perfectamente hasta ahora.

—¿D-dónde dijo que estaba?

¿Adónde diablos me envió Nikolai?

—Por favor, respire, es malo que su tensión se eleve y...

—¿Dóndes estoy? —exclamo.

—Ya se lo dije, el hospital Saint Joseph en Banff —ni siquiera sé dónde se supone que queda eso.

Respiro entre dientes, apenas conteniendo el pánico que recorre mi cuerpo.

—¿Eso es en algún lugar de Dinamarca?

—Canadá —me corrige.

¿Y eso dónde diablos es?

Creo que sobreestimé a Nikolai al creer que se tomaría a la ligera el que yo siguiera respirando, me mandó a quién sabe dónde para poder controlarme. Ahora estoy...

—Es posible que sea difícil procesarlo debido a la conmoción, es muy apresurado para definir el nivel de amnesia que ha desarrollado, pero debería calmarse para lo que debo decirle.

Deberían dejar de decir que me calme.

—Hoy es trece de abril...

No lo entiendo, no hasta que termina de hablar.

—Del 2021.

Abro la boca. Quiero decir algo, pero he perdido la voz. Creo que ni siquiera lo escuché bien, tuvo que equivocarse, no puede hablar en serio. Solo quieren confundirme. No puede ser realmente...

—¿Qué ha dicho?

—Sus heridas eran...

—Graves, eso ya lo dijo muchas veces.

Respiro entrecortadamente, llevándome una mano a la boca procesando todo y nada al mismo tiempo. Durante todo este tiempo, los ojos verdes del extraño no me pierden detalle y comienzo a inquietarme de verdad. Me tiemblan las manos. Así que me desquito con él.

—¿Quién diablos eres?

Duda, lo veo. Sé que va a mentirme incluso antes de que lo haga.

—¿Por qué estás aquí? Eres parte de todo esto, ¿acaso Nikolai te mandó? ¿Debes vigilarme?

Mi labio inferior comienza a temblar, así que me aferro a ese destello de ira para no romperme de nuevo.

—Soy... —carraspea, guardando sus manos en los bolsillos de su pantalón —soy solo un amigo.

Parece que escupe la última palabra. Y esa afirmación solo me molesta más. Mienten, todos mienten.

—¿Por qué me mientes?

Por primera vez, su mirada rehúye de la mía.

Mi pecho tiembla. Por más ilógico y estúpido que sea, un dolor se instala ahí. Justo en mi corazón. Como si en el fondo, supiera algo que mi mente no logra entender. Me siento... decepcionada.

—Díganle que no voy a decir nada —digo a nadie en particular —, nadie me creería de todas maneras. Solo quiero que todo termine.

—Su mente ahora no es muy segura —comenta el doctor —, pero debe permanecer justo como ahora. Haremos más exámenes y después sabremos cómo proceder.

Miro a mi alrededor, detallando lo que pasé por alto antes. Los objetos. La arquitectura. Sus ropas... su forma de hablar. Entonces, solo entonces, una parte de mí comienza a dudar sobre todo cuando ellos insisten en fingir que no saben de lo que hablo.

¿En serio estoy considerando que ellos dicen la verdad?

Puede que solo sea un país muy desarrollado...

«¿Más que los ingleses?»

Y nunca escuché sobre tantos... avances.

Doble merde.

Creo que ya puedo entrar en pánico, sin embargo, me quedo quieta haciéndolo en silencio. Miro las esmeraldas llenas de algo que no me tomo la molestia en leer. La barbilla me tiembla y los ojos se me encharcan, se acerca, dudativo.

—No están mintiendo —murmuro en un hilo de voz.

Niega con la cabeza.

¡Oh, dioses!

—Eres... eres real —afirmo.

Se detiene antes de tomar mi mano, contemplándome con ojos de cachorro apaleado. Bien, puede ser una exageración, yo me siento como uno.

—Estoy viva.

Un fuerte pitido agudo y repetitivo comienza a sonar, taladrándome los oídos. El doctor se acerca de inmediato al objeto que suena, parándolo y sacando algo de su bata. Una jeringa con un líquido ámbar, acercándose a una bolsa trasparente con más liquido dentro. Lo introduce en ella al tiempo que dice:

—Solo es un tranquilizante para bajar el nivel de adrenalina en tu cuerpo.

—No quiero seguir durmiendo.

—Solo será poco tiempo.

No le creo. Mi cuerpo se relaja a los minutos, tanto que ya no puedo retener las lágrimas que se me escapan. El pecho suave y baja con un ritmo más acompasado.

—Va a estar bien —asegura antes de dirigirse al extraño —. Señor, debemos hablar.

Este asiente, pero no lo sigue de inmediato, en su lugar se acerca y a pesar de la duda, termina por eliminar la distancia. El roce de sus dedos en mi mejilla es delicado, todo en él hacia mí lo es, incluso cuando solo era producto de mi imaginación. Recoge las lágrimas que salen, no puedo evitar pensar en la diferente que se siente a cuando lo hacía Nikolai.

Me pesan los ojos, apenas lo veo a través de las rendijas en que se convierten. No quiero dormirme, no quiero dejar de verlo, pero...

—Está bien —lo escucho decir —, estoy aquí. No voy a dejarte —promete, como si pudiera leer mis pensamientos.

Y sin poder evitarlo le creo.

Confiando en que seguirá aquí cuando abra los ojos, me abandono a la oscuridad que comienzo a detestar. Una donde una dulce voz me llama para ir a casa.

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