Capítulo XXX
┏━━━•❃°•°✝°•°❃•━━━┓
Lyrae
┗━━━•❃°•°✝°•°❃•━━━┛
Mis manos, llenas de sangre, eran lo único que veía. Mi abrigo también mostraba una clara evidencia de lo que había pasado, pero, simplemente, me daba igual si la ropa ya no servía; lo único que me importaba era a quién pertenecía esa sangre.
Parada en la sala de espera, ante la puerta donde minutos antes mi vida entera entraba desmayada en una camilla, sabía que el solo saldría de ahí directo a la morgue.
Zac, Brandon, Hans, Peter, Eva y Aerilyn estaban junto a mí, pero me sentía más sola que nunca.
—Todo estará bien Lyrae —dijo Eva, su mano en mi hombro intentando darme consuelo.
Pero no, nada estaría bien, lo sabía.
El médico salió de la sala de emergencias con una expresión solemne en su rostro. Se dirigió hacia mí con pasos mesurados, como si cada paso fuera un esfuerzo consciente para no aplastar la delicada esperanza que aún albergaba en mi corazón.
—Señora, hemos trasladado al señor Herthowne a una habitación. Está estable por el momento, pero debo ser sincero con usted: no creemos que pase la noche. Le recomendaría que se despida mientras aún puede.
El mundo pareció detenerse. Mi corazón se aceleró y, con las piernas temblorosas, seguí al médico por los fríos pasillos del hospital. Finalmente, llegamos a la habitación. La puerta se abrió con un chirrido y allí lo vi.
Tyson yacía en la cama, su rostro pálido y sereno. Una venda cubría su cabeza, ocultando la herida que había cambiado nuestras vidas para siempre. Las máquinas a su alrededor emitían un zumbido constante, con cables y tubos conectados a su cuerpo como si fueran hilos frágiles que aún lo ataban a este mundo.
Me acerqué lentamente, conteniendo el aliento. Cada paso hacia él, era un golpe en mi corazón, cada mirada un recordatorio del amor que compartíamos y de la culpa que me consumía. Justo cuando estaba a punto de tomar su mano, las máquinas comenzaron a emitir un pitido agudo y ensordecedor.
El pánico me invadió. «¡No, por favor, no!», grité internamente, mientras un grupo de médicos y enfermeras irrumpían en la habitación, empujándome hacia un lado. Lo rodearon, trabajando frenéticamente para salvarlo, pero yo sabía la verdad. Sabía que estaba perdiendo al amor de mi vida, y que yo era la culpable.
Las lágrimas comenzaron a rodar por mi rostro, calientes y amargas. Eva me abrazó con fuerza, sus palabras eran un murmullo reconfortante.
—Estamos contigo, no estás sola.
Aerilyn me tomó de la mano, sus ojos reflejaban la misma tristeza que sentía yo.
—Tyson es fuerte, no pierdas la esperanza.
Zac, Brandon, Peter y Hans se acercaron también, formando un círculo de apoyo a mi alrededor. Sus palabras de aliento se mezclaban, pero apenas podía escucharlas. Todo lo que podía hacer era mirar fijamente la puerta de la habitación.
—Lo siento, tiene que salir ahora —dijo una enfermera con suavidad pero firmeza, guiándome hacia la puerta.
Salí de la habitación, mis piernas apenas me sostenían. La puerta se cerró detrás de mí, pero el pitido de las máquinas seguía resonando en mi mente, un eco constante que me atormentaría para siempre. Me dejé caer en una silla del pasillo, abrazando mis rodillas, ahogada en un mar de dolor y remordimiento.
Mis amigos intentaban consolarme, pero cada segundo que pasaba era una eternidad, y cada eternidad estaba marcada por ese pitido incesante que me recordaba que estaba perdiendo a Tyson. Y con él, una parte de mi alma.
El peso de todo un mes cayó sobre mi en aquel momento. Descubrir la verdad sobre mi familia, los restos encontrados. La muerte de Tyson, todo. Fue como si se avalanzaram sobre mi, dejándome en un estado semi consciente.
Me negaba a estar ahí un minuto más. Me dí la vuelta y salí del hospital sin mirar atrás. Oí las voces que me llamaban; sin embargo, seguí, ignorándolas. Mis pies se movían mecánicamente, uno delante del otro, mientras mi mente se encontraba en un estado de neblina, como si ya no perteneciera a este mundo.
Pasé por un oscuro callejón cuando escuché el perturbador sonido de golpes y risas resonando en la oscuridad, la violencia palpable en cada choque de piel con piel.
Me quedé parada. Tres hombres golpeaban a otro sin piedad. Un espectáculo que en otro momento hubiera provocado en mí la voluntad de intervenir y ayudar. En ese instante, nada importaba.
Uno de los hombres me vio y caminó amenazante hasta donde yo estaba parada.
—¿Qué miras, perra? Vete de aquí si no quieres que te demos el mismo tratamiento —dijo cada vez más cerca. Sus insultos caían en el vacío ensordecedor de mi mente atormentada.
Me quedé justo donde estaba. Su interacción conmigo parecía desvanecerse ante mi aparente apatía, mi mirada perdida en un vacío emocional abismal. Cuando llegó a mí, se fijó en la sangre seca de mis manos; por un momento pensé que eso lo asustaría, nada más lejos de la realidad. Me tomó del cabello con brusquedad, lastimándome, y escupió casi en mi cara:
—¿No me oíste, zorra?
Me empujó contra la pared, golpeándome la frente. Algo dentro de mí estaba tan adormecido que ni siquiera pude reaccionar. Mis ojos permanecían fijos en los suyos, perdidos en un abismo de desolación. El dolor insignificante comparado con el vacío abrumador que sentía en mi pecho por la pérdida del único hombre que había amado, la única persona que no me dio la espalda y que me mostró un poco de cariño.
Era patética, pero ¿a quién le importaba? Ya todo daba igual, él se había ido y yo me había quedado sola en este mundo.
—Tú te lo buscaste —dijo el hombre ante mi silencio. Sus palabras resonaban en mis oídos como un eco lejano.
Vi como si fuera en cámara lenta, cómo cerraba el puño y lo dirigía en mi dirección. El golpe que me dio en el abdomen me sacó todo el aire, aun así no hablé, no le pedí que parara.
Golpe tras golpe, su brutalidad física palidecía en comparación con el abismo emocional en el que me encontraba sumida. Un deseo insidioso de acompañar a Tyson en la muerte se insinuaba en lo más profundo de mi ser. No sería capaz de estar un minuto más en ese mundo si él, ya no estaría conmigo.
Mis lágrimas caían sin cesar, resignándome a mi destino, sintiendo cada golpe como si fuera el último, rezando porque la muerte llegara pronto.
De un momento a otro, los golpes cesaron. El silencio que le siguió solo fue interrumpido por tres disparos que rasgaron la paz nocturna. Unas manos aferraron mis brazos, poniéndome de pie con delicadeza.
—¿Qué demonios estás haciendo, Lyrae? —preguntó Brandon, el enojo se percibía en su voz. —¿Crees que Tyson estaría contento si se enterara de lo que estabas haciendo?
Solo oír su nombre causó un dolor visceral en lo más profundo de mi ser.
—Eso da igual ahora, Brandon. Tyson está muerto —respondí, mi voz se sentía como la de alguien más.
—Tyson no está muerto, Lyrae —dijo, su ceño arrugado en confusión. Estaba claro que no me entendía.
—Aun no, pero lo estará —dije, soltándome de sus manos y alejándome de él.
Zac me miró con tristeza. No quería su lástima, la de ninguno de los cuatro, solo quería estar con él. De pronto su ceño se frunció mientras me miraba fijamente.
—Lyrae —dijo Brandon mirándome asombrado.
—¿Qué?
—Tus ojos.
—¿Que pasa con mis ojos?
—Son azules
—¡No, no no no! —grite eso solo podría significar una cosa.
La maldición se había roto. Y Tyson había muerto. Ser conciente de ello, tener esa seguridad, fue suficiente para despertar mi letargo.
—Necesito verlo, necesito estar con el una última vez —murmure.
No lo pensé dos veces y comencé a correr, la esperanza guiando mis pasos hasta el hospital, donde con desesperación le hablé a la primera enfermera que vi.
—Tyson Herthorne, llegó con una herida de bala y un golpe en la cabeza. Necesito saber dónde está.
—¿Es usted familiar? —indagó con indiferencia.
—¡Soy su jodida esposa! Me vas a decir dónde está mi marido o tengo que armar un escándalo para que empieces a hacer tu trabajo! —le dije, casi gritando.
Alguien me volteó y me encontré con Hans.
—Por mucho que nos complace que hayas recuperado tu mal genio, así no vas a resolver nada, Lyrae. —dijo Hans.
—Solo... —suspiré, sabiendo que él tenía razón— Necesito verlo, Hans.
—Lo sé, ven conmigo. El sigue en la misma habitación aún.
Lo seguí mientras avanzábamos con paso rápido por los amplios y silenciosos pasillos del hospital, iluminados por luces fluorescentes que destacaban la notable ausencia de vida en ese entorno clínico y desolador.
Cada paso que dábamos me acercaba un poco más a la habitación de Tyson. Mis manos temblaban ligeramente, mientras seguía a Hans, quien parecía conocer cada recoveco de aquel lugar.
Hans tomó el manillar, mirándome con una expresión seria y compasiva. Tragué saliva, preparándome para lo que estaba por venir.
Sin dudarlo dos veces lo seguí con la mirada dentro de la habitación, con las manos temblando y la mente nublada por la angustia. Y entonces, mis ojos se posaron en mi esposo, una enfermera estaba tapando su rostro con una sábana. Me adentré con paso lento y tembloroso, mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Apenas pude contener el aliento al verlo tendido en la cama, conectado a aquellas máquinas que ya no pitaban. Su rostro pálido y sereno contrastaba con la fría, aséptica y silenciosa habitación.
Las lágrimas inundaron mis ojos al verlo en esa situación, sin poder creer que todo había sucedido en cuestión de horas. Mis manos seguían sucias, aún podía sentir la sangre seca en ellas.
—Lo siento mucho —dijo la enfermera.
—¿Me pueden dar un momento a solas con el por favor? —pedí sin apartar la mirada de la otra parte de mi alma, mientras más lágrimas caían incontrolables.
En el momento en el que me quedé sola en aquella habitación, me acerqué lentamente a su lado, sintiendo el peso abrumador de la culpa sobre mis hombros.
No sabía qué hacer, cómo reaccionar. Él estaba allí, en esa cama de hospital, ajeno a mi presencia. Y yo, con el corazón destrozado, me aferraba a la esperanza de que en algún momento él abriría los ojos y me reclamaría por haberlo desobedecido.
Sin embargo, sabía que nunca pasaría. Tyson se había ido. Yo había disparado el arma que lo había matado. No volvería a ver la luz del día una vez más, ni el sonido de la lluvia cuando chocaba contra la ventana. No volvería a ver sus ojos mirarme, ni a escuchar como me llamaba Krolik.
Me acerqué a él con cuidado, sintiendo el frío de su mano en la mía. La fragilidad de su cuerpo me sobrecogió. No me importaba ensuciar sus manos, lo único que me interesaba era sentirlo por última vez.
No pude contener más el llanto y me dejé caer de rodillas junto a la cama, apoyando mi cabeza sobre su pecho inmóvil. Los sollozos brotaron de mi garganta con una intensidad desgarradora, resonando en la habitación vacía. El dolor era tan profundo que sentía como si me estuviera arrancando el alma.
—¡Tyson, por favor, abre los ojos, no me dejes! ¡Te necesito! —grité, mi voz quebrada por la desesperación.
Las palabras salían de mis labios sin control, un torrente de súplicas y lamentos. Mi mente se inundaba de preguntas que no tenían respuesta. ¿Cómo iba a continuar mi vida sin él? ¿Cómo iba a vivir sabiendo que no estaba, y que era por culpa mía?
—¿Cómo pude ser tan estúpida? —murmuré entre sollozos, mi voz apenas un susurro—. ¿Cómo pude hacerte esto? ¡Perdóname, Tyson, perdóname!
Las imágenes de lo que había pasado horas antes se repetían en mi cabeza como una pesadilla interminable. Recordaba su mirada resignada y como nunca, aún sosteniendo el arma contra él, sus ojos dejaron de mirarme con amor, el sonido del disparo que aún resonaba en mis oídos. Me habían obligado a hacerlo, ni siquiera quería apretar el gatillo, pero eso no cambiaba el hecho de que él ya no estaba, y yo era la responsable.
—No sé cómo voy a seguir adelante sin ti —dije, mi voz quebrándose de nuevo—. No sé cómo voy a enfrentarme a cada día sabiendo que no vas a estar a mi lado. ¿Cómo voy a soportar el vacío que has dejado?
Me aferré a su mano, sintiendo su frialdad como un recordatorio cruel de su ausencia. Quería que volviera, quería que todo esto fuera solo una horrible pesadilla de la que podía despertar. Pero la realidad era implacable y no me ofrecía consuelo.
—Te amo tanto, Tyson —susurré, besando sus dedos con ternura—. Siempre te amaré. Pero no sé cómo vivir sin ti. No sé cómo encontrar la fuerza para seguir adelante cuando todo lo que quiero es estar contigo.
El dolor y la culpa me consumían, y me sentía atrapada en un abismo sin salida. El amor que sentía por Tyson era tan grande que su pérdida me dejaba vacía, desolada. ¿Cómo iba a encontrar la manera de seguir viviendo cuando él era mi razón de ser?
—Perdóname —repetí, mi voz apenas audible—. Perdóname por no haber podido protegerte. Perdóname por no haber sido lo suficientemente fuerte.
Me quedé allí, abrazada a su cuerpo inmóvil, permitiendo que el dolor me envolviera por completo. No había respuesta a mis preguntas, no había alivio para mi sufrimiento. Solo quedaba el vacío, el eco de mi amor perdido y la certeza de que nada volvería a ser igual.
—Me estás aplastando —dijo una voz, dejándome la sangre helada por completo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro