Capítulo XXIX
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Lyrae
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Eran más de las diez de la noche mientras recorría las heladas calles. Solo un abrigo con capucha, unos jeans y botas, me protegían del frío.
La escarcha se adueñaba de las aceras, creando un crujido bajo mis botas con cada paso que daba. Las luces de las farolas titilaban débilmente, iluminando apenas el camino que se extendía ante mí en esa fría noche de invierno.
El viento soplaba con fuerza, haciendo que mi abrigo se agitara como si tuviera vida propia. El aire gélido se colaba por las mangas y el cuello, haciendo que temblara involuntariamente. Agradecí el calor que me proporcionaba la capucha, protegiendo mi rostro de las ráfagas cortantes que parecían querer atravesarme.
El silencio reinaba en las calles, apenas interrumpido por el ocasional rugido de un motor al pasar un coche a lo lejos. Las sombras se alargaban y se retorcían en las esquinas, creando una atmósfera inquietante que parecía cobrar vida a mi alrededor.
Cada paso que daba y resonaba en el silencio de la noche, acompañaba mi inquietud y ansiedad.
Con Tyson durmiendo pacíficamente en el sofá, me apresuré a salir, consciente de que debía ser rápida y eficiente en mi misión. Me abrigué rápidamente, apenas tomando lo esencial para protegerme del frío mordaz que se avecinaba, aunque en mi corazón sabía que lo que me esperaba podría ser mucho más gélido que cualquier tormenta. Era como si la madre naturaleza misma, estuviera preludiando el desenlace de esa noche, con un aire cargado de fatalidad.
Por mucho que busqué un arma en aquel penthouse no logré hallar ninguna, Tyson las guardaba en una caja fuerte de la que no tenia código. No me dí por vencida y busqué en la cocina, terminé tomando unos de los cuchillos de cosina que ahí habían. No era mejor que un arma de fuego, pero al menos podría lastimar gravemente a alguien o matarlo si llegaba a intentar hacerme daño. Solo si no me disparaban antes.
Cuando finalmente puse un pie en el lugar cuya dirección había llegado a mi teléfono, una oleada de ansiedad y miedo me envolvió como una siniestra neblina. Las sombras se alargaban alrededor del almacén abandonado, ubicado en las afueras de la civilización, donde parecía que el tiempo se había detenido y la desolación reinaba. Observé las ventanas rotas y las puertas corroídas por el óxido, sintiendo que cada paso que daba me acercaba más a lo desconocido, a lo peligroso.
En ese rincón olvidado de la ciudad, donde los susurros de los pandilleros y la amenaza latente de la mafia resonaban como un eco aterrador, me di cuenta de que no solo luchaba contra los elementos.
Me pregunté, no por primera vez, si estaba haciendo lo correcto. La imagen del rostro de Tyson contorsionado por el dolor de cabeza me dio la respuesta. Esa noche o los dos vivíamos, o uno de nosotros moría, y yo me encargaría de que no fuera él.
Me adentré en el lugar, con el estómago revuelto. A primera vista no se veía a nadie. La luz de la luna se colaba por las ventanas rotas, iluminando gran parte del lugar, completamente vacío.
Saqué el teléfono para comprobar si estaba en el sitio correcto, mientras me daba vuelta para salir, no soportaba el olor a moho que impregnaba las paredes. No llegué muy lejos.
Una figura oscura bloqueaba la salida, su silueta amenazante proyectada por la luz de la luna. Mis entrañas se retorcieron al ver que sostenía un arma. Mis labios temblaron antes de abrirse para hablarle a aquel extraño, pero la voz que brotó de sus labios resultó ser una que reconocí de inmediato.
—Hoy es mi día de suerte, parece que las estrellas finalmente se alinearon luego de tantas semanas —murmuró la figura en la penumbra, mientras su tono ominoso me erizaba la piel.
—¿Sam? —musité, tratando de acercarme con cautela, temiendo su reacción.
—No te muevas, Lyrae, y suelta ese teléfono. No queremos que tu increíble novio se entere de que estás aquí. Tengo una bala guardada para él, pero por ahora, tú eres mi objetivo —Sus palabras eran un veneno que se filtraba en el aire helado de la noche.
—¿Que haces tu aquí? —Mi voz apenas era más que un susurro.
Sam soltó una risa que resonó con una nota de locura, una carcajada que parecía más un augurio de desgracia que algo cómico. Nunca imaginé que sentiría temor hacia el amable Samuel, pero en ese momento, su presencia generaba un miedo visceral que me atenazaba.
—¿Quién crees que te mandó ese mensaje hace una hora Lyrae? —contó, llevando el arma a sus labios y besándola en un gesto macabro.
En ese momento tuve claras dos cosas, la primera: Sam ya no era el dulce chico con el que una vez tuve una relación, algo lo había cambiado y lo había convertido en ese demente que me apuntaba con un arma. La segunda y mas importante, había caído en una trampa, estaba segura de que de ahí no saldría con vida.
—¿De que se trata todo eso? ¿Que…?—Mi pregunta quedó suspendida en el aire cuando el dió un paso adelante y pude ver su rostro con claridad.
A primera vista parecía el mismo, pero había algo diferente en el. Sus ojos antes de un gris intenso, en ese momento eran de un oscuro violeta.
—Veo que ya notaste la diferencia. Punto para Lyrae.
—Tus ojos ¿Por qué son violetas?
Sam no podía quedarse quieto. Caminaba de un lado a otro, sus pasos resonando con un eco inquietante. Sus manos temblaban ligeramente, una mezcla de adrenalina y ansiedad reflejada en sus ojos violetas, ahora desprovistos de cualquier ocultamiento. La revelación había llegado como un relámpago en la oscuridad, y Sam parecía disfrutar del caos que había sembrado.
—Siempre lo han sido. Solo han estado ocultos por lentes de contacto —dijo, su voz llenando el vacío del almacén.
—¿Qué? —pregunté, sintiendo que las palabras se deslizaban de mi boca con incredulidad.
—Estás un poco lenta esta noche, Lyrae —Se mofó, su risa fría reverberando en las paredes—. No importa, yo te explico. Resulta que hace muchos años mi madre tuvo una aventura extramatrimonial con un hombre recién llegado a la ciudad. Dos días después, ese hombre, un familiar de los Lovelace, murió en extrañas circunstancias. Al mes siguiente ella se enteró de que estaba embarazada y, ¿qué crees? Resultó que yo era el fruto de su infidelidad. Un niño de ojos violetas que destacaban demasiado.
La revelación me golpeó como un puñetazo en el estómago.
—Eres un Lovelace —susurré, mi voz temblando por el impacto
—Mi padre era el primo segundo de tu abuelo. —Sam se acercó un paso más, su sonrisa burlona y cruel. —¿Te preocupa haber cometido incesto, querida? —preguntó con burla.
—No, no somos parientes cercanos, eres un primo tercero, por lo que no se consideraría incesto —respondí, tratando de mantener la compostura.
—Qué inteligente. Aun así, sigo siendo un Lovelace. Me enteré hace poco, ¿sabes? Mi madre me lo reveló antes de morir.
El silencio se hizo más pesado, como si el aire mismo estuviera cargado de tensión.
—Fuiste tú quien entró a mi casa y se robó los diarios —no era una pregunta, sino una afirmación que confirmó mis sospechas—. ¿Cómo siquiera sabías que existían?
Sam rió, un sonido amargo y desquiciado.
—Bueno, eso es casi gracioso, la verdad. Resulta que tu tío Francis, o como se llame, estaba con mi padre cuando conoció a mi madre. Años más tarde la vio conmigo, ató los cabos y le envió una carta. Algo que encontré mientras limpiaba las cosas de mi madre luego del funeral. Murió muy rápido, aún no lo supero —dijo, sacudiendo la cabeza como si intentara despejarse—. El punto es que encontré la carta. En ella confesó todo. Habló de las reencarnaciones y lo que había que hacer con ellas, cómo diferenciarlas del resto, el peligro que suponían para la familia. De Victor y cómo mataba a todos los que tuvieran algo del linaje Lovelace en las venas, cómo acabar con él, y me dio la ubicación de los diarios de Margaret. La verdad es que fue una lectura interesante.
—¿A qué te refieres con que las reencarnaciones son un peligro? —pregunté, sintiendo cómo la desesperación comenzaba a instalarse en mi pecho.
—Son ellas las únicas que pueden exterminar por completo al linaje. Victor los mata, sí, pero no es suficiente para romper la maldición. Son ellas las que tienen que hacerlo. Por eso las mataban luego de tener a su hijo, porque no solo serían la ruina de los Lovelace, sino que también son las únicas que pueden matar a Víctor de manera definitiva.
Mis pensamientos se arremolinaban, tratando de procesar la magnitud de sus palabras.
—¿De qué hablas?
Él se burló de nuevo, su risa resonando en las paredes del almacén.
—¿Me vas a decir que no lo sabías? Qué irónico. Eres la única arma que puede matar a tu adorado.
—¿Dónde están esos diarios? —indagué con firmeza, sintiendo cómo mi rabia e impotencia aumentaban con cada segundo.
Samuel se acercó lentamente, con una sonrisa desquiciada en su rostro, y levantó el arma hacia mí. Sacó un libro que llevaba escondido en el interior de su abrigo y me lo lanzó con desdén.
—Adelante, compruébalo por ti misma —dijo, con una mirada fría y despiadada.
Me acerqué al diario con cautela y comencé a leer. Era casi imposible por la escasa luz, además de lo desgastadas y casi ilegibles que estaban las palabras. Pero ahí estaba, el inicio de todo.
"Acudí una vez más a ver a Adolf, esa vez fui sola, quería agradecerle por haber logrado que Victor Collins haya terminado en nuestra familia, aunque sabía que era bastante responsable de ello, imaginaba que algo de la magia del brujo estuvo involucrada.
El me miró con odio apenas abrió su puerta, sus palabras grabándose en mi cabeza desde ese momento. Dijo que en la búsqueda del poder y la riqueza había sacrificado la vida de alguien inocente, y que pagaría por ello. Mi linaje estaría maldito por toda la eternidad. Aquel que al que tanto anhelaba será el verdugo que atemorizada a aquellos que lleven mi sangre. Y solo aquella que sacrifiqué y que estará marcada por el infinito podrá acabar con aquel que tiñe la tierra de rojo. Pero también es la única que puede exterminar de la tierra a aquellos que la sacrificaron primero.
Aquel día, el color de mis ojos y el de mis hijos cambió a violeta. Mi legado se convirtió en la cacería de aquellas mujeres marcadas por el infinito. No permitiría que todo lo que había logrado desapareciera. Mis descendientes sabrían como protegerse."
Esas últimas palabras resonaron en mi mente una y otra vez, buscándoles sentido. No decía cómo romper la maldición, quizás ni Margaret lo sabía; sin embargo, unas palabras que creía olvidadas resonaron en mi mente con mayor fuerza.
"Vivirás mil vidas si es necesario, pero tu sacrificio no será en vano. Destruirás a aquellos que tanto daño te han hecho y aquel que llora por ti, será el arma que usarás en esa batalla. Solo el sacrificio del amante torturado pondrá fin al ciclo y las almas que estuvieron cautivas por la eternidad serán libres."
¿Aquel que llora? ¿Se refería a Víctor?
Mi mente daba vueltas encontrando las respuestas. Sentí que todo estaba en mi cabeza, que la solución estaba delante de mis narices y no la veía.
De repente, sentí cómo tiraban de mi cabello, poniéndome de pie. El frío y duro cañón del arma se apoyó contra mi sien, enviando un escalofrío por mi espina dorsal. La respiración de Sam era pesada, y su risa sádica era lo único que rompía el silencio de la noche.
En ese momento, una tras otra, varias imágenes aparecieron en mi mente, recuerdos de una vida pasada, las últimas piezas que le faltaban al rompecabezas que era Arabella. Vi a Sam, o Jeffrey, como se llamaba en aquel tiempo. Su mano sostenía la daga que minutos atrás estaba clavada en mi estómago, su rostro mostraba una expresión de seguridad en si mismo, de aceptación. Ni una pizca de remordimiento. Se dio la vuelta para marcharse, pero antes dijo: “Lo siento, Arabella, no me dejaste otra salida”.
En ese momento, en un almacén abandonado de la mano de Dios, lo entendí. Nuestros destinos estaban escritos, por mucho que luchamos contra ellos, al final siempre terminamos siguiendo el camino ya establecido.
Una lágrima rodó por mi mejilla mientras veía la sonrisa macabra de Sam. Sabía que había tomado la decisión correcta al ir; lo único que lamentaba era haber perdido tanto tiempo odiando la sola idea de amar a Tyson. ¿De qué me había servido? Solo me consolaba el saber que él seguiría respirando, aunque yo ya no lo estuviera. Trescientos años atrás fui Arabella y encontré la muerte a manos de mi prometido Jeffrey. La historia se repetía una vez más, un ciclo en el que estábamos cautivos y que está noche con mi muerte llegaría a su fin. Sentía que el sacrificio de las ocho había sido en vano, pues si yo moría sus almas seguirían cautivas tras los Lovelace.
Cerré los ojos y esperé, recordando el rostro de Tyson. Como me hizo el amor esa mañana. Como nos reímos aquella noche en la que lo esposé a la cama. Su mueca de asco al verme comer cualquier cosa con demasiado queso, pero siempre manteniendo la nevera llena porque sabía que me gustaba. Dos semanas no se sentían suficientes, pero ya no importaba, las atesoraría, más allá de la muerte.
Un nudo se formó en mi garganta mientras las lágrimas seguían corriendo por mis mejillas.
—A veces puedes llegar a ser jodidamente predecible, Lyrae —dijo una voz que conocía demasiado bien, logrando que abriera los ojos.
Ahí estaba él, arma en mano, apuntando a Sam, mientras sus ojos estaban fijos en los míos llenos de enojo.
—Tyson —susurré.
—¿No te dije, maldita sea, que no ibas a morir por mí? ¿O es que no fui lo suficientemente claro? —Apartó su vista de la mía por un momento, mirando esa vez al hombre detras de mi —. Sabía, que no me caías bien y no solo porque te follaste a mi mujer…
—¿En serio Tyson? ¿Es momento para que saques cosas del pasado?
—No me interrumpas, Lyrae, contigo ajusto cuentas después.
¿Abría acaso un después?
—Baja el arma Herthowne o tu mujer muere ante tus ojos.
Lentamente ví como el brazo de Tyson bajaba. Su pistola cayendo al suelo.
—No, Tyson no —grité, las lágrimas corriendo por mis mejillas.
—Esta bien Krolik. Volveré a nacer y te buscaré, esa será mi misión —dijo, la resignación en cada palabra que pronunciaba.
—No, no lo harás —se burló Sam —Porque no seré yo quien disparé está arma contra ti Herthowne. No soy tan estúpido. Será ella.
—No, no lo haré —negué, sabiendo lo que eso significaba.
—Si lo harás, o terminarás muerta.
—No me importa, si muero por tu mano ambos volveremos a reencarnar —dije levantando la barbilla.
—Siempre has sido terca Lyrae. Pero deberías de saber que no me arriesgaría a perder está oportunidad —mencionó.
De repente un hombre armado entro en el almacén, llevando consigo a una niña pequeña de unos diez u once años. Su cara estaba sucia y su ropa desaliñada. El hombre la sujetaba de un brazo mientras le apuntaba con un arma a su cabecita.
—Pongamos las cosas claras, o lo matas o la niña muere y tendrás que cargar con su muerte en tu conciencia por el resto de la eternidad. Tu elijes.
Toda mi valentía había desaparecido. Solo tenía dos opciones y sentía que ninguna de ellas era la correcta. Por un lado tenía al amor de mi vida y por el otro a una pequeña inocente que nada tenía que ver con esta historia.
—Lyrae mírame —pidió Tyson. Llevé mis ojos hacia el, parado frente a mí, pero demasiado lejos para tocarlo. —Sabes lo que tienes que hacer Krolik. Todo estará bien.
—No, no lo estará Tyson.
—Ya lyublyu tebya slishkom sil'no —Unas palabras que había pronunciado una sola vez en esas dos semanas, Te Amo demasiado.
—Y yo te amo a ti.
—¡Basta ya de cursilerías! —exclamó Sam, tomando mi mano y colocando el arma en ella, apretándola con su propia mano.
—No —me negué una vez más.
—Antes yo que tú Krolik.
Estaba a punto de responderle cuando un disparo resonó en el aire, paralizándome por completo. Mi corazón latía desbocado al ver cómo el rostro de Tyson se contorsionaba en agonía antes de desplomarse al suelo, su cráneo golpeando con brutalidad una saliente en el concreto.
Samuel había puesto mi dedo en el gatillo, apretándolo, logrando que el arma se disparara. Solté el arma, empujando contra mi captor quien reía a carcajadas. En ese momento recordé el cuchillo que tenía en la cinturilla de mis jeans, lo saqué y apuñalé con el a Samuel, quien no se lo esperaba. No me quedé a comprobar si lo había matado.
Corrí hacia mi esposo, me arrojé en el suelo junto a su cuerpo y tomé su arma, con los dedos crispados de angustia. La levanté apunte a la cabeza de Samuel y disparé. No esperé a ver si le había dado o no, sabía que lo había hecho, y ya estaría medio muerto de todos modos. Por el contrario giré un poco más mi cuerpo y antes de que el otro hombre pudiera reaccionar apreté el gatillo.
Dejé caer el arma y acuné la cabeza de mi esposo contra mi pecho, sintiendo cómo las lágrimas recorrían mis mejillas ya empapadas, sin control alguno.
—¡Busca ayuda! —le grité a la niña, quien salió corriendo del almacén. Regresé la vista a Tyson, mis lágrimas cayendo sobre su rostro —Despierta, por favor —supliqué con desesperación, mi voz quebrándose. —Abre tus bonitos ojos, no te vayas, Tyson, aún no es tu hora.
La sangre manaba cada vez más de la herida en su cabeza, tiñendo mis manos de rojo. Con dificultad, conseguí alcanzar el teléfono en su bolsillo y marqué el número de emergencia, negándome a aceptar su partida. No sabía si la niña había hecho lo que le pedí.
—Lyrae… —murmuró con debilidad.
—Mantén los ojos abiertos, mi amor. La ayuda está en camino —prometí con desesperación.
—Es… tarde…
—¡No, no! Te irás en esa ambulancia, tú estarás bien —afirmé con un nudo en la garganta.
—No muestres debilidad ante nadie, nunca —susurró.
—Pues te jodes, eres mi única debilidad y me da igual si alguien me ve llorando, maldita sea —exclamé entre sollozos.
—Te amo —musitó, sus ojos perdiendo su luz antes de que sus párpados se cerraran lentamente. El peso de su cuerpo inerte cayó sobre mí.
—¡No! ¡Despierta, Tyson, por favor! —Mis palabras se convirtieron en un grito desgarrador, resonando en el vacío. La realidad del momento abriéndose como un abismo ante mis ojos.
Sentí como mi corazón se desgarraba en mil pedazos, la sensación de vacío, la culpa y la desesperación invadiéndolo todo, mientras la sombra de la pérdida cercenaba implacablemente cualquier rastro de sentido en mi vida, dejándome sumida en una oscuridad abismal y sin retorno, sin la presencia de Tyson a mi lado.
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