Capítulo XI
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Tyson
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Durante la reunión con el Pakhan de la mafia rusa, Alexander Ivanov, la tensión en la habitación era palpable. Nos sentamos frente a frente en mi oficina. Nos evaluábamos mutuamente, como dos depredadores midiendo a su presa. Mis pensamientos intentaban descifrar sus intenciones mientras él, hacía lo mismo conmigo.
Finalmente, rompí el silencio, cortando la tensión en el aire.
—¿Qué es lo que deseas de mí, Ivanov? —pregunté con curiosidad, esforzándome por mantener un tono neutral—. Tengo que admitir que me sorprendió tu solicitud de esta reunión.
Alexander Ivanov esbozó una sonrisa calculada, mientras se recostaba en su silla, observándome con ojos fríos y penetrantes.
—Tengo que admitir, Herthowne, que tu reputación en nuestros círculos me ha despertado cierta curiosidad. Sé que manejas varios negocios ilegales, desde el lavado de dinero hasta la seguridad privada, y algunas otras actividades que, digamos, capturan mi interés —dijo, su voz profunda resonando en la sala. Sus dedos tamborileaban suavemente sobre la mesa de caoba.
Asentí, reconociendo su conocimiento.
—Es cierto. He invertido mucho en asegurarme de que nada ni nadie interfiera con mis operaciones en el puerto. ¿Por qué te interesa? —pregunté, entrelazando mis dedos sobre la mesa y manteniendo mi mirada fija en él.
Ivanov asintió levemente.
—Sé que tienes un punto en el puerto por el que entra mercancía sin que la policía o los inspectores aduaneros se enteren de nada. Eso me convendría para el transporte de algo más ilegal.
—¿Y de qué mercancía estamos hablando? —pregunté, permitiendo que un atisbo de una sonrisa cruzara mi rostro mientras me inclinaba ligeramente hacia adelante.
Alexander me miró, sus ojos reflejando una mezcla de admiración y cautela.
—Armas, Herthowne. Necesito que transportes un cargamento de armas ilegales.
Transportar armas ilegales era un negocio arriesgado, pero los beneficios podrían ser sustanciales. Después de un breve silencio, asentí con determinación.
—Entiendo. Puedo ocuparme de eso. ¿Cuál es el alcance del trabajo? —pregunté, mostrando mi interés en los detalles logísticos, mientras tomaba un sorbo de mi whisky.
Alexander me miró con seriedad, su tono volviéndose más grave.
—El cargamento estará listo en una semana. Te proporcionaré los detalles necesarios para la entrega. Pero hay algo que debes saber —dijo, su tono volviéndose más serio—. Con este acuerdo, le arruinaremos el negocio a la mafia italiana. La Cosa Nostra puede tomar represalias contra ti.
Una sonrisa fría se dibujó en mis labios mientras dejaba el vaso sobre la mesa.
—No todo negocio viene sin un costo, Ivanov. Si temiera a las consecuencias, no tendría el imperio que tengo. Estoy dispuesto a asumir los riesgos que conlleva esta asociación, sabiendo que los beneficios superan ampliamente las amenazas —respondí, manteniendo mi postura.
Ivanov asintió, aprobando mi respuesta con una mirada calculadora. Nos levantamos de nuestras sillas, y Alexander extendió su mano. La estreché firmemente, sintiendo la fuerza y confianza mutua en el apretón.
—Recibirás noticias pronto —dijo Alexander, su voz firme y segura.
—Lo estaré esperando —respondí, manteniendo el mismo tono.
Justo en ese momento, la puerta se abrió de golpe, y Lyrae entró como un huracán, arrastrando todo a su paso. El aire se llenó de una energía caótica mientras ella avanzaba impetuosamente, sus ojos fulgurantes de determinación. Se acercó furiosa a mi escritorio, interrumpiendo bruscamente nuestra despedida.
Molesta aún por mi chantaje que la obligaba a trabajar en mi empresa, triplicando su carga laboral. Se detuvo frente a mí, ignorando a mi acompañante y me espetó con sarcasmo:
—¿Tienes algún otro castigo para mí, o puedo ir a almorzar? —su tono desafiante reflejaba claramente su descontento.
Intenté contener una sonrisa ante su actitud desafiante, sabiendo que su molestia me divertía. Le informé con seriedad:
—Estamos en medio de una reunión, señorita Lovelace.
Ella me miró con desdén, luego dirigió su mirada hacia Alexander y regresó a mí con determinación, diciendo: —No me importa.
Alexander, intrigado por la interacción, intervino:
—¿Sabes quién soy yo?
—¿Me veo como que me importa acaso? —respondió con desparpajo, aún molesta y desafiante.
—Por menos que eso he matado a muchos. ¿Sabes? Nadie le habla así al Pakhan de la mafia rusa y vive para contarlo —dijo en un tono amenazante.
—Si va a matarme, puede hacerlo en cualquier momento. Pero si no tiene la intención de hacerlo, le aconsejo que no haga amenazas en vano. Eso quita la parte intimidante —dijo y por un momento temí que lo que estaba pronosticado para que fuera una reunión se convirtiera en un baño de sangre si por casualidad Ivanov le tocaba uno de sus salvajes rizos.
—O eres muy valiente o muy estúpida, no hay término medio —dijo Alexander con un tono de advertencia y algo de burla.
—Quizás sea una combinación de ambas, sumado a mi mal carácter por el hambre —respondió Lyrae con humor y desafío.
—¿Qué te hace ser tan intrépida? —preguntó Alexander, mostrando un interés genuino.
—He aprendido que no se puede temer a las amenazas vacías. Si uno no está dispuesto a respaldar sus palabras con acciones, entonces es mejor mantener la boca cerrada. Además, últimamente las amenazas contra mi vida y el chantaje se han vuelto algo rutinario —dijo esta vez mirándome a mi.
—Cómo ya me dió usted un consejo señorita, yo también le daré uno. En nuestro mundo, la valentía puede llevar a la gloria o a la perdición. Elige sabiamente tus batallas.
—Gracias por el consejo, lo tendré en cuenta —dijo para luego volverse hacia mi —¿Puedo irme o entre sus amenazas también está el dejarme morirme de hambre?
Lyrae demostraba una vez más lo impredecible que podría llegar a ser, desafiando a todos con su sarcasmo, incluso ante la amenaza implícita de uno de los hombres más poderosos del bajo mundo. Lo que hacía que el bulto en mis pantalones aumentara. Cada vez esa mujer me sorprendía más y estaba seguro de que lo de las amenazas vacías era una indirecta hacia mi, por lo que había pasado el viernes en la noche. Sin embargo, ella aún no era conciente de que ninguna de mis amenazas eran vacías.
—Puedes irte —respondí sin apartar la mirada de ella mientras se alejaba contoneando sus caderas.
La puerta se cerró suavemente tras su salida, dejando la oficina sumida en un silencio incómodo. Silencio que se alargó, por varios segundos. Me esforcé por mantener la compostura, pero sentía la mirada penetrante de Alexander clavada en mí. Fue él quien finalmente rompió la tensión.
—Ella te gusta —dijo, su tono cargado de una seguridad que me irritó al instante.
Negué con la cabeza, mi mandíbula tensa.
—No seas ridículo. Es insignificante. En poco tiempo estará muerta. Ella es simplemente una pieza más en el tablero.
Alexander soltó una carcajada sarcástica que resonó en la habitación.
—Muy convincente, amigo. Pero no me engañas. La forma en que la mirabas, la manera en que mantenías ese vaso de whisky apretado en tu mano... es obvio.
Miré mi mano y me di cuenta del vaso de whisky que todavía apretaba, los nudillos blancos por la presión. Lo solté de repente, como si me hubiera quemado.
—Toda la conversación, mantuviste ese vaso como si te aferrabas a él por tu vida —continuó Alexander, su tono burlón
—No tienes ni idea de lo que estás hablando, Alexander —respondí con firmeza
—Sigue mintiéndote, si eso te hace sentir mejor. Pero ten en cuenta que si yo lo noté, los italianos también lo harán. Verán que ella es tu punto débil, y será lo primero que atacarán.
—Ella no es nadie —dije finalmente.
—Claro, sigue diciéndote eso. Pero no te engañes. Si no te das cuenta de tus propias debilidades, ellos lo harán por ti, mientras tú te engañas a ti mismo, tus enemigos verán a través de ti. Y cuando eso suceda, será demasiado tarde.
Alexander se alisó las solapas de su traje, me palmeo el hombro al pasar junto a mi y todavía con esa sonrisa burlona en su rostro, salió de la habitación dejándome solo con mis pensamientos.
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Luego de dos horas tras la reunión con Alexander, llamé a Lyrae, sabía que esa semana habría otra fiesta a la que tendríamos que ir, y quería ser claro desde un inicio, no volvería a comprarse nada con la tarjeta del imbécil de McAllister. Si alguien le iba a comprar algo ese sería yo. Sin embargo, no tomó mi llamada, lo que solo hizo que mi sangre empezara a hervir.
«¿Cómo se atreve a no contestarme el teléfono?»
Estaba furioso, la ira me quemaba por dentro. Llamé a mi secretaria a mi oficina con un tono que no dejaba lugar a dudas sobre mi estado de ánimo. Ella entró, visiblemente nerviosa, y cerró la puerta detrás de sí.
—¿Dónde está la señorita Lovelace? —le pregunté, tratando de mantener mi voz firme pero sin poder ocultar del todo mi enojo.
Mi secretaria titubeó un momento antes de contestar.
—Recibió una llamada de Pulse RP. Su jefe quería hablar con ella. —Fruncí el ceño, lo que la hizo apurarse en continuar. —Por lo que escuché, se fue molesta. Alguien había dicho que ella se acostaba con su jefe. Es probable que esté en serios problemas. Según he oído la hija del dueño de Pulse RP, es su prometida y si el padre de ella se enteró de esa situación la que lo va a pagar será la señorita Lovelace.
Apreté el puño, sabiendo quién era él o más bien la causante de todo lo que estaba pasando. Al parecer a Rosa no le había quedado claro lo que le dije hacía dos noches atrás.
Me dejé caer en la silla, sintiendo el peso de la situación caer sobre mis hombros. Necesitaba resolver esto, y rápido.
—Puedes retirarte —dije a mí secretaria antes de tomar mi celular para llamar a Zac.
Le había dado una oportunidad a Sinclair y la había desaprovechado, era momento de que pagara las consecuencias, yo no daba segundas oportunidades, y Rosa Sinclair se daría cuenta de ello.
—¿Para qué soy bueno, jefe? —preguntó Zac al otro lado de la línea.
—Las fotos de la heredera Sinclair, hazlas rodar —respondí para después colgar la llamada.
No había tiempo que perder. Me heché hacia adelante en mi mesa y marqué el número de Carter, mi director de desarrollo corporativo. El teléfono sonó tres veces antes de que escuchara su voz calmada, aunque ligeramente curiosa.
—¿Señor? ¿Necesitaba algo? —dijo Carter, siempre tan profesional.
—Carter, escuche bien —dije con voz firme y fría, sin rastro de emoción—. Quiero que Pulse RP sea nuestra. No me importa cómo lo haga, pero asegúrese de que entiendan que no tienen opción. Quiero que sepan que no aceptaremos un no por respuesta y que su resistencia solo empeorará las cosas.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea antes de que Carter respondiera, midiendo sus palabras cuidadosamente.
—Entiendo, señor. ¿Algo en particular que deba tener en mente?
—Sí, no se moleste en ser cortés. Quiero que los Sinclairs se sientan acorralados, que sepan que su tiempo se ha acabado. Haga lo que sea necesario, pero asegúrese de que su empresa y su legado queden hechos pedazos. Que no quede nada de ellos.
—Perfectamente, señor —respondió Carter sin titubear—. Me pondré en contacto con el equipo de negociación de inmediato.
Colgué el teléfono sin despedirme y me recosté en mi silla de cuero, mirando la vista panorámica de la ciudad a través de los ventanales de mi oficina. Sabía que Carter cumpliría con su tarea; siempre lo hacía. La adquisición de Pulse RP era solo cuestión de tiempo, y los Sinclair pronto entenderían que su resistencia no solo había sido en vano, sino su peor error.
En este mundo, solo los fuertes sobreviven, y yo era el más fuerte de todos. Los Sinclair aprenderían, de la manera más dura, que desafiarme tenía consecuencias devastadoras.
Me levanté de mi silla y me dirigí a la puerta de mi oficina con pasos decididos. Tenía otro asunto que atender, uno que había estado siguiendo de cerca. Mientras caminaba por el pasillo, saqué mi teléfono y revisé las notificaciones de las cámaras que había instalado discretamente en la casa de Lyrae.
Una de las notificaciones mostraba movimiento reciente. Abrí la aplicación y vi el video en tiempo real: Lyrae estaba en su sala de estar, claramente agitada. Sus movimientos eran bruscos, sus gestos llenos de frustración. No pude evitar sonreír al verla en ese estado.
—Te atrapé, Krolik —murmuré para mí mismo, sintiendo una mezcla de satisfacción y anticipación.
Aceleré el paso, mi mente ya imaginando el encuentro que estaba por venir. Bajé en el ascensor hasta el estacionamiento subterráneo y me dirigí a mi coche. El motor ronroneó suavemente al encenderse, y pronto estaba en camino hacia la casa de Lyrae.
El trayecto fue breve, pero suficiente para que mi mente repasara todos los detalles. Sabía que la encontraría sola, sin defensas, y que su enojo solo jugaría en mi favor. Llegué a su casa y me estacioné en la entrada, apagando el motor y disfrutando por un momento del silencio que precedía a la tormenta.
Salí del coche y me dirigí a la puerta de su casa, sin prisa pero sin pausa. Llamé al timbre y esperé, sabiendo que cada segundo que pasaba solo aumentaba su tensión. Cuando finalmente abrió la puerta, su rostro enrojecido por la ira y la sorpresa, no pude evitar sentir una oleada de triunfo.
Pero lo que vi me dejó momentáneamente perplejo. Lyrae estaba empapada, su cabello y ropa mojados. Su blusa blanca, adherida a su piel, dejaba entrever el sujetador negro que llevaba debajo. La visión me dejó un tanto desconcertado, despertando una curiosidad inesperada sobre la causa de su estado. ¿Había ocurrido algo que yo no sabía?
Mi confusión inicial fue rápidamente reemplazada por una oleada de deseo que se hizo evidente en la tensión de mis pantalones. A pesar de la distracción, me obligué a ignorar esa sensación y me enfoqué en el propósito de mi visita.
Su mirada furiosa me hizo sonreír aún más.
—Buenas tardes, Lyrae —dije, mi voz tan fría y controlada como siempre—. Parece que tenemos mucho de qué hablar.
Su mirada se endureció, pero no dijo nada. El juego había comenzado, y como siempre, las cartas estaban a mi favor. Mi deseo latente era un recordatorio de la complejidad de la situación, pero no dejaría que eso me distrajera de mi objetivo.
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