Capítulo VII
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Lyrae
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No recuerdo cómo llegué a casa aquella tarde. Mi mente aún se encontraba en el encuentro con Herthowne fuera del restaurante. En como me miró, como si fuera la presa y él, el depredador.
Y la frase que dijo.
Apresuré mi paso por las escaleras, casi corrí para llegar a mí cuarto y si, poco me faltó para soltar los dientes. Lo que se traduce a que tropecé y casi me mato.
Al llegar a mí cuarto lancé el bolso sobre la cama, este terminó cayendo al suelo, pero lo ignoré y tomé mi laptop. Abrí Google dispuesta a buscar el significado de la frase.
La repetí varias veces en voz alta, pero solo una de ella salió parecida a lo que había escuchado. Y la traducción fue algo así como:
«El pastelito de manzana no es mi favorito»
No creía que el imponente Tyson Herthowne me halla dicho eso, por lo que estaba dispuesta a volver a intentarlo, cuando oí el débil sonido de alguien llamando a la puerta.
Dejé lo que estaba haciendo para más tarde, y me apresure a bajar otra vez. En esa ocasión tuve cuidado de no resbalar, estaba segura que no volvería a tener suerte de no caer.
A penas me fuí acercando a la puerta el sonido fue aumentando. Caminé todo lo rápido que me permitían los tacones, sin embargo, a mitad de camino terminé por quitármelos y seguir sin ellos.
Al abrir la puerta me encontré con dos rostros masculinos, ambos atractivos. Los dos hombres frente a mí eran altos, de cabello rubio y ojos de color miel. Eran casi idénticos, la única diferencia era que uno estaba demasiado musculoso y lleno de tatuajes para su propio bien, y el otro era más desgarbado y no se le veía marca ninguna en la piel.
—Hola, nena —dijo de manera seductora uno de ellos.
—¿Nos extrañaste? —preguntó el otro.
—Demasiado, mis noches se han vuelto frías sin sus brazos a mi alrededor —respondí haciendo un puchero.
—Eso lo podemos solucionar ahora mismo —expresó el que tenía tatuajes, guiñándome el ojo de manera coqueta.
Abrí mis brazos y los dos me abrazaron. El aroma del perfume amaderado de Shaw llegó a mí nariz. Se sentía como estar en casa. Ellos eran mi familia, la que yo escogí.
—En serio los extrañé chicos —murmuré.
—Y nosotros a ti, Violeta. —respondió Will.
(***)
Después de darles un tour a mis amigos, los tres nos sentamos en la barra de desayuno en forma de isla, mientras ellos tomaban un poco de zumo, porque no tenía dinero para comprar cerveza.
—Esta casa me da escalofríos —susurró Will, tan dramático como siempre, temblando un poco y mirando hacia todos lados —. Da la impresión de que en cualquier momento saldrá un fantasma para expulsarnos de sus dominios.
—Eres un gallina —se burló su gemelo, ganándose que el otro le sacara la lengua. Shaw nego con la cabeza y me miró con seriedad —Ah mi lo que me preocupan son los vivos. No tienes ninguna medida de seguridad en esta tétrica casa Lyl. Cualquiera puede entrar con facilidad si así lo quiere. Y además de que a pesar de que se ve que la persona que vivía aquí trató de ocultarlo, la casa no está en tan buenas condiciones
—Lo sé —respondí mirando las paredes con la pintura descolchada por la humedad que se filtraba. —La alarma dentro es lo único que cuenta como seguridad.
—Reparar esta mansión te puede costar un dineral. Así que ¿Por qué no vendes y ya? Que otro se encargue la reparación y de el exorcismo. —añadió Will.
—Por más que me gustaría vender la casa y desarme de todos los recuerdos que encierra, no puedo —dije, dejando escapar un suspiro cargado de frustración.
—¿Por qué diablos no? —cuestionó Will.
—Esperénme un momento —pedí y salí corriendo hacia la biblioteca.
Encontré la carta de mi abuela junto al diario de Emmeline. La tomé y pensando en retomar la lectura mas tarde corrí de vuelta hacia la cocina, tropezando con la alfombra en el proceso.
—Cuidado Lyl —advirtió Shaw, acostumbrado a mí torpeza.
Les puse la carta delante y les indiqué que la leyeran.
Diez minutos después mis amigos me miraron con una mezcla de confusión y enojo.
—Pero. ¿Pue demonios? ¿Estaba esa mujer loca acaso? —inquirió Will.
—No me extrañaría —respondí, encongiéndome de hombros —, ese fue su testamento, o me caso o me quedo en la calle.
—Casémonos —pidió Will —. No podemos permitir que ese dinero vaya a parar a manos de un político como ese.
—Te adoro Willy, pero no solo es el matrimonio, también está el tema hijos.
—Tengamos uno entonces.
—Dios no, esa es una decisión que deberías tomar luego de una conversación con tu pareja, Willy. Dudo mucho que a tu novio le guste la idea de tener un hijo de repente. Además no voy a tener un bebé para complacer a una mujer que nunca me vio como algo más que un estorbo y menos ahora que está muerta.
—¿Que vas a hacer entonces? —preguntó Shaw.
—Trabajar e ir ahorrando para cuando llegue el momento en el que tenga que irme no hacerlo con las manos vacías.
—Puedes contar con nosotros para lo que necesites. Se que estamos en la otra punta del mundo por así decirlo, pero siempre podemos tomar un avión y volver contigo. Eres nuestra hermanita. —dijo Willy, conmoviéndome.
—Lo sé. Lo que aun no entiendo, es que tiene que ver Herthowne con mi abuela —murmuré por lo bajo
—¿Quien? —indagó Will.
—Al final de la carta mi abuela me pide que me mantenga alejada de Tyson Herthowne, pero no dice nada más. ¿Ustedes lo conocen? ¿Por casualidad han oído hablar de el?
Los gemelos se dedicaron una mirada, de ese tipo en el que parece que hablan con los ojos y supe que si sabían de quién hablaba.
—No hemos oído nada bueno de el Lyl —explicó Shaw —Se dice que es el dueño de casi toda la ciudad. Algunos hasta han llegado a decir que trabaja para la mafia. Por esta vez, creo que deberías seguir el consejo de tu abuela.
—Es mi cliente chicos, el único que tengo. Por mucho que quiera no puedo renunciar a ese trabajo.
—Prométenos que te mantendras alejada de él —insistió Will.
Miré a mis amigos y noté la preocupación en sus rostros.
—Vale, veré que puedo hacer —cedí, momentáneamente.
—Bueno, ya que insistes en vivir en este mausoleo al menos déjanos protegerlo. Instalemos un sistema de seguridad.
—Esta bien, con el dinero de la venta del cuadro puedo permitírmelo ¿No? —pregunté sin estar del todo segura.
—Puedes —respondió Will —, pero nosotros nos encargaremos de ello. Guarda ese dinero para cuando tengas que salir de aquí.
Cedí otra vez, conocía a mis amigos y sabía eran igual de cabezotas que yo. Ellos no iban a permitir que usara ese dinero; sin embargo, me prometí a mi misma que se los pagaría algún día.
Luego de instalar seguridad en toda la casa y la verja de entrada, Will y Shaw se despidieron. Esa noche volaron de regreso a Miami, donde llevaban casi un año viviendo con sus parejas.
Esa noche comí algo, me di una relajante ducha y caí muerta en la cama.
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El martes a primera hora de la mañana la chica que me iba a instruir en el trabajo me esperaba en el lobby de la empresa. Su nombre era Eva, y luego de una hora junto a ella descubrí que era mi alma gemela.
—No soporto a la gente de esta empresa —dijo ese día a la hora del almuerzo, luego de comerse el último trozo de pizza con doble de queso.
Definitivamente mi alma gemela.
—¿Por qué? —pregunté para luego darle un sorbo a mi batido.
—Se creen por encima de todos —explicó —Demasiados snobs para mí gusto.
—Eva —dijo una de nuestras compañeras acercándose a nuestra mesa. —¿Eso era pizza? ¿Sabes la cantidad de calorías que tiene eso?
—Oh si, y me encanta.
—No creo que digas lo mismo cuando tus caderas se vean más…grandes —dijo mirándola de arriba hacia abajo.
—No tengo problemas con que mis caderas sean grandes Evelyn, estoy muy segura de mi cuerpo. ¿Puedes decir tu lo mismo?
¿Ven lo que les digo? Esa mujer era mi otra mitad.
—Como sea, el señor Andrews mandó a pedir los archivos de…
—¿Lawrence? Dile que revise en su correo, se lo mandé esta mañana. —dijo cortándola. Cuando la mujer se alejo lo suficiente Eva me miró con una sonrisa —Soy la mejor en lo que hago y eso les molesta. ¡Malditos snobs!
No lo pude evitar y terminé riéndome.
(***)
El resto de la semana lo pasé evitando a Samuel, concentrándome en el trabajo y buscando algún vestido elegante, de segunda mano y lo suficientemente asequible para la gala. Sabía que el gasto del vestido iba a hacer un gran hueco en la cuenta bancaria de mi ex, pero no era algo que pudiera evitar, es más me alegraba de ello.
Si tan solo el destino no se empeñara en arruinarlo todo. En serio, a veces pensaba que quienes diseñaron mi vida tenían un mal día y decidieron jugar a ser guionistas de telenovelas, no veía otra explicación para que todo me saliera mal.
Esa semana arruiné dos blusas con café. Tuve que soportar a la Barbie a quien le dió por estar todo el tiempo pegada a Sam, y este tal parecía que me seguía, porque a pesar de que traté de no cruzarme con el en lo absoluto, resultó una tarea imposible.
Lo positivo de esa semana, y creo que fue lo único en realidad, fue conocer a Eva. Hizo que mis días infernales adquirieran un poco de luz. En tan solo una semana logró pasar esa barrera que siempre tengo para protegerme de las personas, y poco a poco se fue convirtiendo en una buena amiga y cómplice.
Cuando llegó el viernes tenía un vestido de gala, demasiado caro para el gusto de mi jefe, algo que me parecía muy bien; sobre la cama. Sabía que Sam daría el grito en el cielo al ver el hueco que le había hecho a su cuenta bancaria, pero bueno, valía la pena solo de mirar la pieza de tela frente a mi. Era azul oscuro con escote corazón y la falda suelta hasta el suelo estaba llena de brillo plateado; daba la impresión de que estabas viendo el cielo nocturno. Estaba enamorada y cada vez que pasaba por donde lo había dejado, me quedaba largos minutos mirándolo.
A las seis comencé a arreglarme, por qué si, soy de esas mujeres que se demoran horas, no juzguen. Justo cuando estaba terminando de plancharme el cabello, pues mis indomables rizos me complicarían demasiado, oí el sonido del interfón que Shaw habia instalado en la gran verja.
Acomodándome la bata sobre mi pijama que usaba todo el tiempo para estar por casa, bajé hasta donde estaba la pantallita en la que se veía la cara de un hombre y luego de preguntar quién era, porque, por supuesto, no le iba a abrir la puerta a cualquiera, con mi suerte, sería algún asesino psicópata con obsesión con las morenas de ojos extraños.
No obstante, esa vez solo era un repartidor. Repartidor que me entregó una caja que me daba demasiado miedo abrir y no, no era porque pensara que fuera una bomba, aunque sería inteligente esconder un artefacto explosivo ahí, nadie sospecharía. El punto era que sabía que había en esa caja, había visto demasiadas películas y realitys para saber que dentro solo podría encontrar tela de alta calidad, algo por lo que la alta sociedad pagaba miles de dólares.
Pero bueno, ya sabemos que soy curiosa. Así que no es de extrañar que la haya abierto y tampoco que haya tenido que pellizcarme cuando saqué el increíble vestido de su refugio.
Y es que increíble se quedaba corto. Era un vestido violeta, escote corazón con unos tirantes casi invisibles de lo delgados que eran. Corte sirena, pero no demasiado ajustado de los que tienes que dar pequeños pasitos porque no te deja mover las piernas, este era suelto. Pero lo que lo hacía magnífico era la tela casi transparente que cubría la totalidad de la prenda. Justo como mi vestido azul, estaba lleno de brillo plateado que solo la hacía ver mucho más impactante. Semejante obra de arte tendría que costar cientos de los verdes.
Por un momento me pregunté quien lo había mandado. No conocía a nadie que tuviera tanto dinero; a menos que…
Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando encontré una nota en el fondo de la caja.
Póntelo está noche.
T.H.
Ni siquiera era una petición, más bien era una orden, lo que me hizo fruncir el seño. Tomé el teléfono que había dejado en el baño, reproduciendo las últimas canciones de Taylor Swift, busqué su contacto y dudé. Me sentí rara al pensar en llamarlo, así que armándome de valor, le escribí. Claro está que no contestó en los primeros segundos, ni siquiera en los primeros minutos. Justo cuando pensaba que no iba a responder, lo hizo.
No fue una conversación larga, solo dos o tres mensajes de parte de cada uno, sin embargo su último mensaje me dejó con un extraño presentimiento. Aún así, como no quería perder mi trabajo y quedarme con una mano adelante y la otra detrás, lo que se traduce a sin un puto céntimo, me terminé de arreglar y me puse el vestido. Debo reconocer que esa noche me veía como una diosa, ni siquiera yo me reconocía y eso que no era, ni soy de ese tipo de personas que tienen la autoestima por el piso. Yo la tengo por el piso si, pero de la planta más alta del edificio más gigantesco del mundo, eso para no decir que por el cielo.
Justo a las ocho en punto, Tyson, porque sí, en mi mente empecé a tutearlo, me envió un mensaje de que estaba estacionado afuera. ¿Cómo supo mi dirección? No lo sé, pero con la fortuna que ese tipo tenía lo más probable era que en su nómina tuviera a algún hacker y que averiguar dónde vivía una simple empleada fuera tan fácil como respirar.
Metí en mi pequeño bolso las llaves, dinero en efectivo, mi identificación, el labial que estaba usando; y salí de mi departamento.
Cuando llegué a la calle un lujoso auto negro con ventanas tintadas estaba estacionado frente a la puerta. No se podía ver quienes estaban dentro, lo que me puso un poco nerviosa. La puerta del chófer se abrió y un señor vestido elegantemente y de aproximadamente cincuenta años me saludó inclinando la cabeza, antes de abrir la puerta de atrás para que subiera al auto.
—Gracias —dije, porque yo si tenía educación, no como mi acompañante que ni tan siquiera levantó la mirada de su celular —Buenas noches.
—Estoy seguro de que para usted lo son, señorita Lovelace —murmuró Tyson.
(***)
No pasó mucho tiempo para que llegáramos a la fiesta, y no se crean que voy a describir cómo era porque muchos ya se imaginan cómo son ese tipo de eventos. Solo tres palabras podrían definirla, derroche de dinero.
Con la mano de Tyson en mi espalda baja, guiándome y calentándome el cuerpo en una zona en específico, esa que está ubicada entre mis piernas para ser exacta, recorrimos el salón atestado de personas. Todos querían saludar al enigmático empresario y yo lo único que quería era arrastrarlo hasta el baño más cercano y exigirle que me tocara todo el cuerpo, vamos que el tipo me encendía sin proponérselo.
No entendía el por qué mis hormonas se habían alborotado tanto. Llegué a pensar que algo había en el aire que me hacía sentir tanta atraccion por un completo desconocido del que debería estar lo más lejos posible. Era un misterio, esa aura dominante y peligrosa que lo envolvía. También era muy probable que estuviera desesperada por tener sexo, había pasado mucho tiempo desde la última vez que había tenido un orgasmo que no me hubiera provocado yo misma. Apostaba todos mis ahorros, que no eran muchos, que si me fotografiaba allá abajo, la foto saldría con telarañas.
Tyson me presentó ante varias personas que al parecer eran socios en alguno que otro negocio. Las personas se quedaban de piedra al oír mi apellido. Y no era algo de extrañar, mi abuela se rodeaba de este tipo de gente. Mi padre también lo hizo en su momento, y segura estoy de que nadie sabía que yo existía.
Muchos cuando se recuperaron del shock, me dieron el pésame por la muerte de mi abuela, a lo que yo les agradecida sus hipócritas palabras con cortesía igual de hipócrita.
En un momento dado, Tyson se alejó de mi para hablar con uno de sus socios lo que hizo pensar a una de las mujeres del evento que era el momento perfecto para atacar. Ilusa.
—Si tu abuela supiera con que clase de personas te juntas… —dijo a mi lado.
—Disculpa ¿Quien eres y por qué te crees con el derecho de tutearme? —pregunté volteando me hacia ella y arqueando una ceja.
—Eres una vergüenza para el apellido Lovelace —dijo ignorando mis palabras.
—Usted no es nadie para decir si soy una vergüenza o no, señora. Ni siquiera me conoce, mejor vaya a lanzar su veneno a alguien más, su comportamiento es el que da vergüenza —respondí con aburrimiento.
—Si Ophelia estuviera viva le hubieras causado un infarto con tu desfachatez.
—Que bueno que está muerta entonces. Y usted mejor ocupese de su propia vida y deje la mía en paz señora. Si lo hiciera su esposo no tendría que estar buscando a otras mujeres —dije, aunque ni siquiera sabia quien era el marido de esa piraña.
Sin embargo, di en el clavo, la mujer se marchó, quizás también tuvo que ver con la llegada de Tyson, quien colocó su mano en mi cintura de manera posesiva.
Cuando ya llevaba más de una hora pegada al lado de Tyson, indicándole a las personas a las que se tenía que acercar, decidí que ya no podía más. Me alejé de su posesivo agarre y le informé que iría al baño, tampoco quería que mientras yo me refrescaba un poco él se fuera y me dejara tirada.
Apenas me aparté un poco me miró como si hubiera golpeado a su cachorro, vaya hombre extraño.
Busqué el dichoso baño de señoras por diez minutos antes de chocar, literalmente, con el, lo que se traduce a que mi nariz saludó muy de cerca a la puerta. Con prisa entré y fui directo a verme en el espejo y rociarme un poco de agua en la cara, que para variar estaba completamente sonrojada. Y pues, ¿Qué creen? Mientras me arreglaba el maquillaje corrido empecé a escuchar gemidos provenientes del último cubículo. Al parecer no era la única que estaba caliente en la fiesta.
—¡Qué vida patética la mía, todos tienen sexo menos yo! —me quejé cuando los sonidos de la mujer aumentaron de nivel, señal inequívoca de que había alcanzado el orgasmo —¡Suertuda!
Terminé de arreglarme el labial y cuando fuí a guardarlo, como no, el bolso se me cayó y todo lo que había dentro se esparció por el suelo del baño. Me agaché para recogerlo justo cuando la pareja calenturienta salía. Encontré mi identificación junto a unos tacones rojos, la tomé y fue cuando levanté la mirada que mis ojos dieron con los de ella y el impacto me dejó sin palabras. Su mirada antes relajada se estrechó sobre mi rostro y el reconocimiento endureció sus dulces facciones.
Y porqué a la vida le gustaba joder conmigo su acompañante salió en ese momento y sus ojos ni eran grises ni su nombre era Samuel.
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