Capitulo 8 .. Volverte a ver
Alma Velasco
Su hermosa mirada se encuentra con la mía y siento como mi piel se eriza al ver que acorta el espacio que hay entre nosotros. Levanta su mano, pasa sus nudillos suavemente por mis mejillas y estoy tan nerviosa que creo que voy a perder la estabilidad de mis piernas.
Se acerca a mi boca provocando que sienta su respiración en ella y me susurra pegado a mis labios.
—Me encantas Alma Velasco.
Mis labios gritan que lo bese.
Él continúa hay muy cerca de ellos y su hermosa mirada no se aparta de la mía.
—¿No tienes nada que decir? —me pregunta.
Si quiero gritarle mil cosas, pero no sé por dónde empezar.
Solo me dejó llevar por la necesidad de sentir sus labios junto a los míos y se lo suelto sin pensarlo más.
—Bésame —tengo miedo de como pueda reaccionar, pero no me importa así que se lo vuelvo a repetir con más firmeza— ¡Bésame Miguel Arango!.
No responde nada, solo baja su mirada a mis labios y se humedece los suyos. Siento como mi corazón late y es como si se me fuera a salir de tanta emoción. Está cerrando sus ojos despacio y acercándose a mis labios para pegarlos con los suyos, abro mi boca en espera para recibirlo y.......
—¡Alma!
Siento jamaqueón en mi cuerpo.
—¡Despierta! —me gritan.
Abro mis ojos despacio y lo que veo es la cara de mi hermana.
—¡Levántate que es tarde! —me sigue gritando.
—Deja de gritarme —le respondo con voz soñolienta.
Toma una almohada y me la pega en la cabeza haciendo que me despierte por completo sentándome sobre la cama.
—Tienes que levantarte ya. Son las 8:00 de la mañana llegarás tarde a la universidad.
¡Joder! Las 8:00, pero justo ahora tendría que estar entrenado a la primera clase.
—Levántate y prepárate que mamá dejo el desayuno listo antes de ir a entregar la ropa del lavado de ayer. Yo ya me voy para la escuela que también estoy tarde.
Puedo ver qué ya tiene su uniforme puesto, se acerca al almario y busca su mochila.
—¿Por qué no me despertaste cuando tú lo hiciste? —le preguntó.
—Si lo hice, te llamé un montón de veces y estabas dormida muy profundo. Me imagino que estabas soñando en otro mundo.
Recoge todo lo que necesita, lo entra en su mochila, la cuelga en su brazo y la veo cerrar la puerta después de salir.
¡Maldición! ¿Qué me sucede? ¿Qué fue ese sueño?
Miguel Arango y yo casi nos besamos en ese sueño.
Lo tenía tan cerca de mí, esas miradas que estábamos intercambiando llenas de deseos. Era un Miguel muy diferente al que conocí ayer, ese que me grito y me humilló con sus palabras. En ese sueño pude sentir que anhelábamos lo mismo.
Todo fue al contrario de la realidad. Ayer cuando nuestras miradas se encontraron, la mía le demostraba toda el hambre que tenía de prenderme de su boca y enloquecer entre sus brazos. Pero la de él proyectaba despreció, lástima y que él nunca estaría con alguien como yo.
No entiendo por qué tuve que soñar con él, al que bese ayer fue a Samuel.
Pero tengo que reconocer que ese sueño me encantó, se sentía tan real y odio a mi hermana por despertarme justo antes de plantearme el beso.
Cuando sus nudillos tocaron mi rostro se me erizo la piel y se me endurecieron los pezones.
¡Joder Tío! Es que hasta desperté con las bragas mojadas por la humedad que me provocó ese tonto en el sueño.
¿Me pregunto si en la realidad Miguel Arango me causaría esas sensaciones con solo tocarme?
Me doy una cachetada mental para dejar de pensar estupideces. No soy una mujer para él y él nunca se sentiría nada por mí.
“Fue solo un sueño”
Me levantó de la cama, subo al techo, me doy un baño rápido, me cepillo los dientes y cuando regreso a la habitación me visto lo más rápido posible con unos jeans negro, un suéter rosa y las mismas botas de siempre porque me encantan, son muy cómodas.
Me dirijo a la sala, reparo mi desayuno que está en la mesa y no lo toco sigo mi camino a fuera de la casa porque no quiero perder más tiempo. Llego rápidamente a la estación y justo a tiempo alcanzó abordar el bus.
Estoy aún soñolienta anoche me dormí un poco tarde. Ana y yo acompañamos a mamá a vender los tamales. Terminamos la venta a las 3:00 de la madrugada, no es mucho lo que ganamos, pero nos alcanza para sobrevivir.
Minutos después llega el bus a la ciudad, me deja en la entrada de la universidad, no me tomó mucho tiempo en bajar, entrar y subir a mi salón para tomar la hora de la materia que me toca, ya que perdí la primera.
Pasan horas y horas. Fijo la vista en el reloj del salón que está en la pared, marca las 12:00 del medio día y la clase termina.
Todos los estudiantes empiezan a salir del salón, alcanzó a escuchar algunos de ellos decir que irán a la cafetería para almorzar, ya que estamos en receso.
Yo me quedaré aquí en el salón a la espera de que terminé el receso y empiece la próxima clase porque no tengo dinero suficiente para almorzar. Me ha quedado claro que en la cafetería venden bastante costoso y la plata que tengo apenas me alcanza para el bus.
En realidad, tengo mucha hambre porque no tuve tiempo de desayunar en casa y por estar de rápida no tuve la idea de traer mi desayuno en la mochila. Pero no importa resistiré hasta llegar a casa.
No apartó la vista del reloj y no sé si es mi imaginación, pero los minutos empiezan a correr muy lentos. Son las 12:20 y para mí han pasado horas.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Mis ojos buscan la voz que viene de la entrada y es Samuel que está parado bajo el umbral de la puerta.
—Hola Samuel —está más guapo que ayer.
Camina acercándose hasta donde está mi asiento.
—¿Te hice una pregunta? ¿Por qué estas en el salón a la hora del almuerzo?
—No tengo hambre —miento.
—¿Segura? —se sienta en el asiento que está a mi lado— Aun así debes de salir a recrearte afuera. Está prohibido quedarse dentro del salón en hora de receso.
—¿Prohibido? ¿Y eso por qué? No me pueden obligar a salir si no quiero.
—Es para evitar conflictos. Imagina que a unos de tus compañeros se le pierda alguna de sus pertenencias y se descubra que fuiste la única que estuvo sola aquí. Te culparían a ti.
—Tienes razón, pero te puedo asegurar que no me gusta tocar lo que no es mío.
—No estoy diciendo que lo hagas, solo que te señalarán y no tendrás como defenderte porque estuviste sola aquí.
Él tiene razón, pero nada más me quedé aquí porque no tengo dinero para almorzar, pero no puedo decirle algo así.
—No volverá a pasar ¿Qué otro lugar puedo estar que no sea la cafetería?
—¿Qué pregunta es esa? —se ríe y no sé si lo hace de burla— Puedes estar donde quieras. A esta hora hay estudiantes por todas partes, todos están en receso.
—Vamos abajo entonces —me levantó de mi asiento y tomo mi mochila para salir.
—¿Qué tal si almorzamos juntos? —me pregunta, levantándose él también.
Mi deseo es gritarle que sí porque muero de hambre, pero no quiero que vaya a pasar lo mismo que sucedió con el agua.
—No tengo hambre —respondo cortante.
—Mientes —se acerca, quedando muy cerca de mi cuerpo.
No sé qué responderle, pero es que no quiero que sienta lástima por mí.
—Samuel yo...
—Alma —no me deja terminar— Puedes ser sincera conmigo. Es normal que tengas hambre al medio día como toda una persona normal y también es normal si no tienes suficiente dinero para pagarlo.
—No quiero que sientas lástima por mí.
—No es lástima. No le veo el problema en que te invite almorzar.
—No hay nada malo, pero no es necesario.
Sostiene mi mano.
—Aún falta tiempo para que termine el receso. Almorcemos juntos —hace carita de pucheros.
Samuel es tan tierno y me gusta que sea lindo conmigo.
—Vale. Vamos —aparto mi mano de su agarre, dije que seremos amigos y que vamos a ir despacio y así será.
Salimos del salón, bajamos las escaleras y hay estudiantes por todas partes por la hora de receso como dijo Samuel. Nos dirigimos a la cafetería, no tardamos nada en llegar y está llena de estudiantes almorzando.
Samuel escoge una de las mesas que quedan vacías, nos sentamos quedando de frente. Se acerca a tomar la orden la señora de aquel día que me hizo un escándalo porque no tenía como pagarle la botella de agua.
Mi acompañante pide una hamburguesa con porción doble y papas acompañado de una batida de fresa. Yo escojo lo mismo que él, porque en realidad la vergüenza me está matando como para ponerme a elegir cosas del menú.
En pocos minutos regresa la señora con el pedido y mientras almorzamos el tiempo pasa hablando sobre nosotros. Samuel me cuenta de cómo le ha ido en el transcurso de su carrera administración de empresas y le cuento sobre el amor que siento por la arquitectura.
Sin darnos cuentas, se termina la hora de receso, los dos tenemos que regresar a nuestro salón. Samuel pide la cuenta, paga y nos levantamos de la mesa para irnos, caminamos a la puerta, pero antes de salir……
—Alma Velasco.
Es la voz de la mujer que se nos atraviesa de frente justo en la salida. Está entre los cuarenta, pero en realidad parece de veinte por la actitud y elegancia que refleja. Tiene puesto un conjunto de falda larga pegado al cuerpo en color azul marino con unos tacones negro y su cabellera rojiza ondulado en las puntas.
Sé que su rostro lo he visto antes, pero no recuerdo dónde y me encantaría saber ¿Por qué sabe mi nombre?
—Sra. Verónica es un placer tenerla aquí —le responde Samuel.
Pues claro que la conozco es la Sra. Arango la madre de Mia.
—¿Vino hablar con mi padre? —le pregunta Samuel.
—Acabo de hablar con él —le dice ella— Samuel tienes mucho que no visitas la mansión.
—Es que mi padre me tiene concentrado en cuerpo y alma a los estudios, pero yo estuve en el día de ayer en el hospital visitando a Mia.
¿Quién es el padre de Samuel? Hasta ahora me doy cuenta de que no me ha hablado de su familia.
—Samuel el motivo de mi visita es porque vine hablar con Alma.
¡Santo, Cielos! Pensé que ya todo esté problema estaba calmado después de que hablé con Mia. Presiento que está señora no vino en son de paz.
—Alma —posa su mirada en mí— Me dedicas 5 minutos de tu tiempo en la cafetería.
—El receso termino y ya debemos regresar a nuestros respectivos salones —le contesta Samuel.
—No tardaré.
—Si pero está prohibido…
—Vale —interrumpo a Samuel— La puedo atender solo por 5 minutos.
—Ok entremos a la cafetería. Elegiré una mesa.
La señora pasa por nuestro lado para entrar, ya que estamos parados bajo el umbral de la puerta y camina dentro de la cafetería ubicándose justo en la misma mesa que estábamos Samuel y yo. Después de acomodarse me mira y me dedica una sonrisa.
Está tan relajada que está me asusta.
—¿Estás segura que quieres hablar con ella? —me pregunta Samuel— Verónica tiene un carácter muy fuerte, no tienes idea.
—No tengo nada que temer porque no he hecho nada malo. La escucharé si es lo que quiere.
—Ok. Yo me voy a clases antes de que se haga tarde, nos vemos.
—Nos vemos.
Samuel se va y yo me acerco a la mesa, en la que me está esperando la señora, tomó asiento en el que le queda de frente.
Que empiece hablar. No le tengo miedo.
No dice nada solo me observa, se acerca la señora que toma la orden y ordena un café. Yo no ordenó nada solo me apetece que me diga lo que me tiene que decir de una buena vez.
Continúa en silencio, observándome y detallándome. En menos de nada le traen su café, le da un sorbo y como ya han pasado varios minutos y aún no dice nada pues rompo yo el silencio.
—Señora dígame lo que me tiene que decir….
—No me gusta que me digan señora
—la mala educada me deja a medias con las palabras. Ya veo a quien salió Miguel.
—Disculpe —le digo cortante— Solo quiero que por favor me diga lo que me tiene que decir por qué tengo que ir a clases.
—Solo vine a conocerte.
—¿Entonces nada más vino a mirarme y quedarse callada?
—Sí.
¡Descarada!
—¿Terminó? —le preguntó— ¿Ya Me puedo regresar a mi salón o aún no es suficiente?
Levanta su taza y le da un sorbo a su café con tanta elegancia. Me preguntó si hasta para dormir se comporta así.
—Alma permíteme decirte que me sorprendiste. Créeme que te imaginaba muy diferente.
—¿A qué se refiere señora, disculpe Verónica?.
Enfoca su mirada en mis ojos, pero no aparto la mirada porque no le voy a demostrar miedo.
—Eres muy hermosa. El verde de tus ojos es cautivador y tienes un aire que refleja fortaleza y seguridad pero eres pobre.
¿Me está alagando o me está ofendiendo?
—Eres pobre y el que no tiene nada, nada vale —continúa con sus ofensas, lo duro es que tiene toda la razón— Lamentablemente naciste en el lugar equivocado.
—Pues la felicitó a usted por nacer en la riqueza. Yo no me avergüenzo de donde vengo. Nací pobre, soy pobre y no me importaría morir siéndolo.
Se ríe en mi propia cara, burlándose de que no soy nadie porque no tengo nada.
Toma su bolso Dior, lo abre, saca un sobre pequeño de él y lo tira sobre la mesa.
—Es tuyo
No tengo la menor idea de que hay dentro de ese sobre y viniendo de ella sé que no me gustará. Por eso no lo tomó y no le respondo.
—Cógelo y ábrelo —insiste con la mirada fija en mí, que en ningún momento desde que llegó la ha apartado.
No creo que sea capaz de traerme una bomba en ese sobre a la universidad, pero en realidad la curiosidad me está matando. Lo tomo, lentamente rasgo su envoltura y.......
¡Joder! ¡Me está jodiendo! El sobre está lleno de pasta.
Observó y la cantidad de euros que tiene no la consigue mi madre lavando ropas en todo un año.
Con toda esta pasta podríamos vivir mejor por un largo tiempo, pero mi madre me enseñó dignidad y que las cosas hay que ganarlas. Si algún día saldré de la pobreza será por mi esfuerzo. Así que regreso el sobre al centro de la mesa donde estaba.
—Toda esa pasta es tuya —me dice con la mirada fija en mí— Es de parte de toda la familia Arango por salvarle la vida a mi hija y te duplicó el doble de lo que está en ese sobre para que te alejes de mi hija.
¡Qué hija de puta!
—Tú no perteneces a nuestra sociedad —mira a nuestro alrededor— No perteneces a aquí. Por eso es que el barrio donde creciste queda bastante lejos de la ciudad donde somos nosotros.
Definitivamente, esta gente no tiene ni un porciento de educación.
—Permíteme decirte que me caes muy bien —continúa— Pero hay niveles.
Pone su mano derecha en el aire y la izquierda la pone mucho más debajo de la otra.
—Yo estoy aquí —señala la mano derecha que está arriba— Y tú estás aquí —señala la mano izquierda de abajo— Estamos en posiciones diferentes, pero si algún día llegas a estar aquí arriba en mi nivel pues bienvenida serás a mi familia, pero mientras sea una pobretona, muerta de hambre te quiero lejos de mi familia.
Duele, duelen sus palabras en el fondo de el alma, me está tratando como si no valiera nada y no es justo. Todos los seres humanos son iguales, no hay diferencias por el estado económico. Pero no me voy a dejar seguir humillando.
—Victoria —le digo— Por un momento, llegue a pensar que usted me estaba determinando por como me observaba, pero en realidad solo me idolatraba.
Los ojos se me quieren llenar de lágrimas, pero no voy a llorar. No me humillaré ante ella.
—Usted no me conoce, solo sabe que soy pobre, que estoy aquí por una beca y que le salve la vida su hija —me levantó, rodeo la mesa acercándome a ella, me acercó a su oído y le susurró— Nunca escupas para arriba, que te puede caer encima —levanto mi mano y me tomó el atrevimiento de acariciarle el pelo— Tarde o temprano puede llevarse una sorpresa y verse obligada aceptarme siendo una pobretona, muerta de hambre.
Me aparto de ella y para terminar de limpiar mi honor. Tomó el sobre amarillo que está en la mesa y lo estrelló en el suelo.
—¡Coja su asqueroso dinero y estrújeselo entre las nalgas!
Salgo disparada de la cafetería antes de que se atreva a decirme algo y me gane la discusión. Ahora sí las lágrimas no las pude contener y me corren por mis mejillas. No me duele ser pobre, lo que me duele es la humillación.
Debería venir y besarme los pies por salvarle la vida a su hija, pero la maldita vino atropellar mis sentimientos acordándome de lo que ya sé.
Voy camino a las escaleras para ir al salón que gracias a la bruja disfrazada de princesa estoy bastante tarde. Alcanzó ver a Samuel saliendo de la oficina del director y se me acaba de ocurrir una idea.
Me limpió las lágrimas y me acercó hacia él.
—Alma —me dice desde que me ve— Pensé que ya estabas en clases. ¿Cómo te fue con Verónica?
—Quiero que me lleves al hospital a ver a Mia —le ordenó— Por favor.
—¿Qué pasó con Verónica? —vuelve a preguntar— Debes de ir a clases.
—Yo también pensaba que estabas en clases.
—Si estaba, pero vine donde mi….
No lo dejo terminar.
—¿Me vas a llevar si o no?
—Vale. Voy por mis cosas que la deje en el salón y nos vamos.
—Yo también iré a buscar mi mochila al salón.
—Ok. Nos encontramos en el estacionamiento en 5 minutos.
—Vale.
Pasan los minutos y cuando llegó al estacionamiento ya Samuel me está esperando. Abordamos el Jeep y nos dirigimos al hospital.
Poco tiempo después llegamos al hospital y Samuel se estaciona en el parqueo.
—¿No me dirás qué pasó con Verónica? —me pregunta antes de bajarse del Jeep.
—Samuel quiero pedirte algo más —cambio el tema— Me puedes esperar aquí, no tardaré.
Quiero ir sola, no quiero que piensen que tengo a Samuel haciéndome caridades.
—Por favor —insisto.
—Sí, ve yo te espero aquí.
—Gracias.
Me bajo del Jeep, tomó el ascensor para subir, ya sé dónde queda la habitación de Mia. El elevador se detiene, salgo y me dirijo a su habitación.
Llego rápido y tocó dos veces la puerta antes de abrirla. Cuando la abro veo a Mia que sonríe desde que alcanza verme desde la cama y también hay una rubia que la acompaña.
—Alma volviste —me dice con una sonrisa cuando entró.
—Mia estoy aquí porque tengo que hablar contigo.
—¿Qué demonios haces aquí? ¡Fuera!
Me grita la rubia que por su apariencia parece gemela de Victoria. Hago memoria y recuero que ya la he visto antes. Es la rubia que me grito el día que le salve la vida a Mia cuando llegaron los paramédicos.
—¡Largo! —me vuelve a gritar.
—Lucia cálmate —le dice Mia.
La rubia que al parecer el color de pelo le quemo las neuronas tiene los cojones de empujarme, tomarme del brazo y jalarme hacia la puerta.
—¡Fuera de aquí!
—¡¿Qué demonios pasa contigo?! —me suelto de su agarre.
—Lucia por favor cálmate —le vuelve a decir Mia.
—Sé quién eres perfectamente —me encara— Eres una mosca muerta, una impostora. Te hiciste pasar por la salvadora donde sabemos que tú planeaste todo ¿Qué quieres dinero?.
—Lucia deja de decir esas cosas. ¡Alma no es así! —le grita Mia.
—¿Es que no te das cuenta? Esta pobretona planeó todo para poder salir de la pobreza. Pero mientras yo exista eso no va a pasar. ¡Largoooooo!.
—¡Lucia! —le sigue gritando Mia.
—¡Voy a llamar a seguridad! —se acerca al teléfono de la habitación que está al lado de la cama de Mia.
Lo que me faltaba. Tengo que alejarme de esta familia de mierda, fue un error venir aquí.
—¡No hace falta, yo me voy! —le grito.
—Pues termina de irte si no quieres que te encarcelen por el resto de tus días por intento de homicidio.
—No voy a perder mi tiempo discutiendo con quién no vale la pena.
Me concentro en Mia quién me está mirando apenada.
—Mia yo te juro que no tuve nada que ver.
—Lo sé. Yo…
—Escúchame —la interrumpo— Tu madre fue a buscarme a la universidad, me llevo un sobre lleno de billetes y me dijo que era una ofrenda de parte de ustedes por salvarte la vida.
—Alma yo no sabía nada —me dice con cara avergonzada.
—Yo no quiero tu dinero Mía
—continuo, no me importa verme como una chismosa, pero quiero que sepa la clase de madre que tiene— me humilló, hirió mis sentimientos y me ofreció el doble de lo que había en ese sobre para que me aleje de ti.
Lágrimas empiezan a salir por sus ojos y yo también estoy a punto de llorar, pero no lo voy a hacer delante de nadie.
—Alma yo te juro que no sabía nada de esto —me dice.
—Mia te salvé la vida y nunca me arrepentiré de hacerlo, pero quiero pedirte que por favor te alejes de mí.
—Alma…
—Escúchame —sigo— No te volveré a buscar y quiero que tampoco me busques.
—¡Largo! —vuelve a gritarme Lucia.
—¡Ya cállate! —le gritó.
Me encaminó hacia la puerta, pero antes de salir.
—Mia, no tome ese dinero, yo no soy así. A mí no me gusta el dinero fácil y no creo en la suerte de sacarse la lotería.
—Alma espera, hablemos —me dice Mia mientras llora.
No lo pienso más y salgo de allí. Vuelvo y lo digo fue un error venir aquí, solo quería queme escuchará, decirle todo sobre su madre y jurarle que nunca he querido hacerle daño.
Me encaminó al elevador, llegó y veo que viene subiendo del primer piso, tocó el botón para que se pare en este piso y me quedo esperando.
Sin darme cuenta estoy llorando.
Me duele que todo sea de esta manera, hasta llegue a pensar que Mia y yo podíamos ser grandes amigas, pero después de la humillación de su madre y la amiga me queda más que claro que no pertenezco a su círculo social y que es mejor alejarme lo más posible de ellos.
Me concentraré en mis estudios, no quiero problemas con nadie, solo quiero aprovechar esta gran oportunidad que me da la vida para cumplir mis sueños de ser una gran arquitecta y limpio las lágrimas de mis mejillas.
El elevador se detiene, abre sus puertas y…
¡Joder! ¡Dios mátame nunca! Es él.
Esa misma loción de ayer inunda mis fosas nasales, su aroma es exquisito y se mezcla con su esencia. Lo reparo de pies a cabeza, hoy luce un traje negro sin corbata y la camisa está desabotonada hasta la mitad dándome una excelente vista del centro de su pecho musculoso.
Mis ojos se encuentran con los suyos y siento como el corazón me empieza a latir más rápido. Su mirada es igual a la del sueño, ese verde de sus ojos me derrite y daría lo que fuera porque me diera ese beso que quedó a medias cuando desperté del sueño.
Camina en dirección hacia mí saliendo del ascensor sin apartar la mirada de mis ojos, queda parado frente a mí sin dejar nada de espacio entre nosotros y mis respiraciones son tan rápidas que cada vez que mi pecho sube se pega del suyo.
Levanta ambas manos y la posa en mis brazos, se humedece los labios igual que en el sueño y si no me besa justo ahora creo que lo haré yo.
—¿Qué tanto me miras?
¡Joder! ¿Qué demonios me pasa? ¿Cuándo entenderé que él nunca se fijara en mí?
—Mira —mete una de sus manos en el bolsillo del saco y saca un móvil nuevo— Lo compré hoy, incluso vengo de la tienda. ¿No te apetece tirarme contra el suelo y desbaratar mi teléfono otra vez?
¡Maldito! Él y su madre son idénticos.
—¿Por qué es que no respondes cuando te hablo?
El hijo de puta no aparta la mirada de mis ojos y si quiero gritarle mil cosas, pero no entiendo por qué me pone de esta forma, me siento vulnerable delante de él. Las piernas las tengo sin fuerzas y pienso que sí duro más tiempo delante de él me puedo desmayar.
Mi boca lo anhela, pero antes de que haga una barbaridad y me prenda de su boca mejor apartó la mirada de sus ojos.
Pero él sigue queriendo molestarme. Se acerca mucho más a mí y ahora sí que no hay nada que nos separe, su cuerpo completo está pegado contra él mío. Con una de sus manos sostiene mi mejilla.
—Mírame —y está vez no me grita, me susurra.
Como una boba obedezco concentrándome en el hermoso verde de sus ojos otra vez.
—Me gusta que me mires —me vuelve a susurrar tan cerca de mis labios que ya si estoy segura de que está a punto de besarme.
Se humedece los labios y yo cierro mis ojos, siento su respiración en mis labios, está a punto de sellarlos con los suyos y lentamente abro mi boca para recibirlo. Pero de repente se aparta de mí y lo escucho reírse, abro mis ojos y lo veo burlarse de mí con una risa sarcástica.
El maldito me ha engañado, he quedado con la boca abierta como una tonta.
—¿Sabías qué? —me dice con una sonrisa estúpida— Ayer estuve a punto de ir a recursos humanos para que te corrieran de tu trabajo en este hospital.
¡¿Qué?! El maldito piensa que yo trabajo aquí.
¿Cómo tiene el descaro de decirme eso? Este hombre es un témpano de hielo, no tiene corazón, no le importa ofenderme en mi propia cara.
Ya no me está mirando bonito, su mirada volvió hacer la misma de ayer. La sonrisa desapareció y me observa con desprecio, como si él fuera superior a mí y yo algo muy simple.
Llega a mi mente los recuerdos de todo lo que me dijo su madre hoy, me trató como una basura, me dijo en mi propia cara que no valía nada por ser pobre y hasta me ofreció dinero como si yo fuera una limosnera.
También está la rubia que estaba en la habitación de Mia llamada Lucía. Ella me echo como una porquería, me acusó de ser la culpable del suceso de Mia, que era una mentirosa y me volvió a recordar que no valgo nada porque no tengo nada.
Y Este hombre no tiene idea de quién soy, pero por lo visto piensa que trabajo en este hospital seguro lavando retretes. Me imagino que ahora espera que le dé las gracias por no ir a quejarse a recursos humanos.
Me sigue observando, detallándome, esperando una respuesta, que lo insulte.
—¿Es que no vas a decir nada? —insiste— Estoy esperando que me agradezcas porque gracias a mí aún tienes trabajo.
Me acaba de llegar una pregunta a la mente ¿Será que fue un error aceptar la beca y entrar a la universidad? Y como soy una tonta, los ojos se me llenan de lágrimas y no las puedo contener, salen solas delante de él y estoy tan frágil que no puedo contener el llanto.
Su mirada cambia al ver como estoy y está vez es de preocupación. Intenta acercase a mí, pero no sé lo permito, lo único que se me ocurre es salir corriendo.
Corro por los pasillos con las mejillas llenas de lágrimas, no miró hacia atrás, pero siento como corre detrás de mí y lo escucho gritarme: —¡Espera!. ¡Detente!...
Pero no me importa nada sigo corriendo como una loca por todos los pasillos hasta que alcanzó ver una puerta blanca que tiene un letrero que dice: “Escaleras de emergencias”
No pienso en nada solo corro hacia la puerta, la traspaso al abrirla y empiezo a bajar las escaleras corriendo lo más rápido que puedo.
No me importa tener que bajar este edificio tan alto por las escaleras solo las bajo mientras lloro como estúpida.
Miguel también viene bajando detrás de mí, al parecer quiere continuar humillándome, pero no sé lo voy a permitir.
Corro, corro, corro escaleras abajo y nada más alcanzó a escuchar la voz de él gritarme que me detenga, pero no le pongo el más mínimo asunto continuó.
No sé qué tiempo ha pasado, pero aún sigo bajando las escaleras como una desquiciada, me están sudando todas las partes del cuerpo y creo que el corazón se me va a salir por la boca de tan acelerado que está. Ya no me siento triste ahora estoy furiosa y lloro con rabia.
Empiezo a bajar los escalones más rápido, lo más rápido que puedo y de repente piso en falso y mi cuerpo baja rodando hasta el descanso de las escaleras, cayendo de cara.
¡Jodeeeer! ¡Estoy desbaratada! Pienso que se me acaba de romper la columna vertebral. Me duele todo el cuerpo.
Me volteo sobre mi espalda para intentar levantarme y veo a Miguel que viene bajando los escalones de dos en dos.
Antes de que llegue donde mí, me levanto rápido con mi fuerte dolor y cuando intentó huir otra vez, me detiene jalándome del brazo, encarándome y poniéndome contra su pecho.
—¿Por qué haces eso? —me pregunta
Nuestras miradas se vuelven a encontrar y esta vez es totalmente diferente a todas las anteriores.
Esté no es Miguel, lo noto vulnerable y débil. Su respiración está agitada igual que la mía. Pasa ambas manos por mis mejillas y seca mis lágrimas.
—Esos hermosos ojos no se merecen derramar ni una gota de lágrimas —me susurra.
Están hermoso, que se me ha pasado el enojo con él y ahora me siento mimada a su lado.
—¿Qué tengo que hacer para que me respondas? —el tono de voz agudo con él que me está hablando me está volviendo loca.
Estamos tan cerca y estar contra su cuerpo emana seguridad, de que todo estará bien.
No puedo más.
Ya es suficiente.
Quiero sus labios junto a los míos y tiene que ser ¡ya!.
—Quiero que me beses —se lo suelto.
No responde, solo con una mano rodea mi espalda pegándome mucho más contra su pecho, puedo sentir la erección de su entre pierna en mi vientre, con su otra mano me agarra el cuello jalándome hasta su boca y justo antes de pegar los labios…
—¿Qué hacen hay?
Nos apartamos rápidamente y es la voz de un uniformado.
Es seguridad del hospital.
—¡Estas escaleras son solo en caso de emergencia! —nos grita.
—No volverá a suceder —le responde Miguel— No la vayan a despedir. Únicamente llegamos aquí porque...
¿Otra vez con lo mismo?
Su respuesta me cabrea haciendo que me vuelvan a salir las lágrimas y cómo está desprevenido hablando con la seguridad corro escaleras abajo, él intenta seguirme, pero el uniformado no se lo permite.
Rápidamente, terminó de bajar todas las escaleras llegando al estacionamiento, alcanzo ver el Jeep de Samuel que por cierto lleva mucho tiempo esperándome. Antes de que Miguel termine con la seguridad y corra otra vez tras de mí, necesitó salir rápido de aquí.
Corro hacia el Jeep, abro la puerta del copiloto y me subo lo más rápido posible.
—¿Qué te pasó?
Me pregunta Samuel mirando en la situación que llegó. Estoy sudada, el tejido de la trenza del pelo está casi soltándose y mi respiración está muy agitada del maratón de escaleras que acabo de recorrer.
—Necesito que me lleves a casa ahora.
Le exijo sin mirarlo estoy tan apenada con él. Samuel ha sido un amor conmigo y yo solo soy un desastre.
—Vale —me responde.
Enciende el Jeep, empieza a conducir y antes de salir del parqueo miró por el retrovisor el área de las escaleras a ver si veo a Miguel, pero aún no ha salido.
Nos vamos y en todo el camino estamos en silencio. Samuel no dice nada, está muy serio y no quiero imaginarme lo que tiene que estar pensando de mí. Yo solo tengo la vista puesta en la ventana.
Minutos más tarde llegamos al barrio. Samuel se estaciona en la puerta de mi casa y antes de que me interrogue tengo que bajarme.
—Gracias por traerme.
Me acerco a él, le regaló un pequeño beso en la mejilla y justo de abrir la puerta para salir.
—¿Entonces no me dirás qué te está pasando? —me pregunta.
—Samuel ahora no quiero hablar con nadie.
Se pasa la mano por su pelo riso.
—No entiendo. Hoy cuando te busque en tu salón estabas perfectamente bien, solo duraste varios minutos hablando con Verónica y tu actitud cambio….
—Estoy bien.
—¡No estás bien! —se enoja— Lloras, me exiges que te lleve a ver a Mia, me pediste que te esperará en el vehículo, dure más de una hora esperando por ti y cuando apareciste parecías que hubieras pasado por un evento de Toros.
Tiene razón no estoy bien, pero no quiero comentarle todo lo que me dijo la Sra. Verónica porque no quiero que le vaya a reclamar nada, suficientes problemas tengo ya.
—Responde te queda...
—¡Samuel no te metas en mi vida! —no lo dejo terminar.
¡Joder! ¿Por qué es que le hablo así?
—Lo siento yo…….
—Tranquila, no soy quien para meterme en tus cosas.
El ambiente está tenso, quisiera explicarle todo, pero en realidad pienso que no es el momento.
—Otra vez gracias por traerme.
No me responde nada, yo solo bajo del Jeep y entró a casa. De mi mente no sale Miguel y las humillaciones de su madre.
Estoy vuelta un lío y tengo que reconocer que desde el primer día que puse un pie en la universidad “La vida me cambio en tan nada más un segundo”.
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