Capitulo 28 .. 12 horas desaparecida.
Miguel Arango
Percibo fuertes murmullos que resuenan como ecos en mis oídos obligándome a separar los párpados de manera despacio... Sintiéndome abrumado por la alta luz, llevo mis manos hasta mis ojos, las estrujo con fuerzas sobre ellos para así acostumbrarme a la claridad y terminar de despertar.
La cien me palpita.
Siento náuseas y fuerte dolor en el centro de mi pecho.
¿Cuántas malditas botellas de whisky me tomé?.
Me levanto del sofá donde me encontraba acostado con cierta debilidad en mi cuerpo y reparo todo mi alrededor...
Es una área bastante amplia y el número de personas que alcanzó ver es bien alto, el lugar tiene suficientes sillones en el centro aunque la mayoría se encuentra de pie en los alrededores. En la parte delantera tiene una especie de recepción, donde dos mujeres vestidas de blanco esperan por los visitantes para brindarles los mejores servicios del hospital.
Un fuerte aromatizante golpea mis fosas nasales, por eso, odio estar en clínicas y hospitales, sus respectivos olores me maltratan el puto estómago.
De pronto, veo un cartel pegado en la pared, donde se exhibe una mujer de piel blanca, con el dedo índice de su mano derecha ubicada sobre sus labios, indicando que en este sitio se exige silencio.
¡Cuanta gente mala educada!.
Los murmullos de todas las personas me taladran en el cerebro. ¡Odio los hospitales!.
Recorro mi labio inferior con mi lengua para intentar humedecerlo, pero es imposible porque tengo una grande sequedad en mi boca.
¡Necesito agua!.
Reparo todo el alrededor por segunda vez con sutileza, hasta que en pocos segundos encuentro lo que busco... Veo al fondo de un largo pasillo, una puerta cerrada con letras en negrita tamaño normal en su parte de arriba, las cuales alcanzó a leer con facilidad... baños.
No pierdo tiempo y camino en su dirección con una fuerte fatiga adueñada de mi cerebro, me duelen todas las partes del cuerpo como si me hubieran dado una maldita paliza.
¡Nunca en mi vida había estado tan crudo como ahora!.
¡¿Tanto tomé?!.
Llego a mi destino y sostengo el pomo de la puerta, la abro y con agilidad me adentro en el baño encontrando en mi campo de visión... En el extremo derecho se ubica un lavado con un espejo en forma cuadrada en la parte de arriba, del otro lado, la parte izquierda, se encuentra un váter y a su lado veo un urinario.
Súbitamente, siento como mi vista se empieza a nublar y las molestias en mi estómago aumentan, acompañadas con una sensación desagradable de necesidad de vomitar. Con mi cabeza dando vueltas y a la velocidad de un rayo, me acercó hasta el váter, levantó su tapa y meto mi cabeza en él, para proceder a expulsar violentamente por la boca todo el contenido de mi estómago.
Tiro grandes cantidades no solo dentro del váter, sino en sus bordes y hasta en el suelo, todo es líquido, en color amarillo, su maldito aroma alcoholizado ha inundado el puto baño, al parecer llevo largas horas sin comer y en las últimas solo ingerí alcohol.
No tengo idea de cuánto tiempo pasa, pero me detengo en el momento que no logro vomitar más nada, porque mi estómago ya se encuentra totalmente vacío.
Me aparto del váter y me acercó hasta el espejo del lavado. Observó mi rostro...
—¡Putas!. —exclamo como reaccionan—. ¡Me veo del asco!.
Abro el grifo de la llave y una vez empieza a salir agua posicionó ambas manos debajo de ella, las veo llenarse y en el momento que están rebozadas del líquido, las acercó hasta mi rostro humedeciendo mi piel y relajando los músculos de mi cara, hago el mismo proceso varias veces, hasta que me detengo y regreso la mirada hacia el espejo.
Veo grandes círculos oscuros debajo de mis ojos, son producto de que al parecer fue una larga noche. Mis labios están resecos y hasta el momento me doy cuenta de que mi torso está desnudo, no traigo suéter.
Llevo la mirada hasta mi cuerpo y frunzo el ceño al enterarme de que mis pies se encuentran sobre el piso frío, no tengo calzados, apenas traigo pantalón.
—¡Demonios!. —grito preso de la ira.
¡¿Qué demonios pasó anoche?!
Estoy apunto de enloquecer.
Regreso la mirada hacia el espejo y miro la cara de trasnocho que me cargó, mis ojos están oscurecidos y el tono de mi piel se encuentra pálido.
No lo comprendo. ¿Por qué tuve que terminar así?. Entonces, justo en este instante, aparecen imágenes de los recuerdos de la noche anterior en mis pensamientos...
La mujer de los ojos avellana haciendo su entrada triunfal en la mansión, atrayendo la mirada de todos y la atracción de la prensa con su hermoso cuerpo perfecto, el cual cubría tan solo con una fina tela transparente de brillos y mostraba sus bragas similares al color de su piel.
Lucía malditamente preciosa.
Esa mujer, esa mujer es... ¡Una maldita mentirosa de mierda!.
¿Cómo olvidar que esa farsante me engañó, haciéndose pasar por Laura?.
Fui seducido por ella y engañado como un niño pequeño.
La segunda imagen que parece en mis pensamientos, es sobre ella otra vez…
Le fascina descomponerme el genio.
¿Cómo tuvo las agallas de besar al baboso de Samuel Blair en mis propias narices?.
Ese hijo de puta las tiene conmigo, por ponerle sus asquerosas manos encima a mi mujer, le partiré cada uno de sus huesos por tener la valentía de besarla frente ami en mi propia casa, mientras que con ella, Con Laura, oh Alma, me importa una mierda como sea su nombre real, la castigaré de espaldas y le propinaré duras nalgas al mismo tiempo que la folle duro con mi miembro.
De pronto, los pensamientos de la farsante quedan de lado y el pecho se me contrae, en el instante que la tercera imagen de los recuerdos de anoche abordan mis pensamientos... El cuerpo de mi hermana menor postrado en el suelo rústico del jardín trasero de nuestra mansión.
—¡Maldición!. —un grito desgarrador lastima mi garganta, al mismo tiempo que impacto mi puño derecho en el espejo, destrozando el cristal y quedando pequeños vidrios clavados en mis nudillos.
¡¿Cómo pude tomar tanto?!.
—¡Soy un hijo de puta!. —vuelvo a impactar por segunda vez mi puño en el cristal roto, pero esta vez el izquierdo.
Justo anoche tuvo que ponerme a tomar como un desquiciado, mientras mi hermana estaba en peligro yo me encontraba con idiota tomando botellas de whisky.
De seguro si no hubiera tomado tanto la historia sería otra, tal vez hasta habría impedido que está desgracia pasará, pero ahora que lo analizo, si estoy en un hospital... Es porque ella sigue con vida.
Me aparto del espejo y salgo del baño con agilidad, corro por el largo pasillo a toda velocidad y en menos de diez segundos estoy donde estaba cuando desperté, en la sala de espera. Sin perder más tiempo, me acercó hasta la recepción atrayendo toda la atención de las dos mujeres del servicio al cliente, ambas me dedican una mirada extrañada y posan sus ojos sobre mis nudillos ensangrentados al posicionar mis manos sobre el grande mostrador.
—¡¿En qué habitación está mi hermana?!. ¡Su nombre es Mia Arango!.
Un sonido molesto empieza a sonar de manera repentina, una y otra vez, es el teléfono de la recepción. Una de ellas, después del cuarto timbrado aparta la mirada de mí y se va a contestarlo. Mientras que la otra, se mantiene escaneando todo mi rostro perfecto, pecho y brazos musculosos con mucha atención.
Aunque me veo de la mierda, es inevitable para las mujeres no deleitarse con mi hombría.
Sus cejas se encuentran levantadas, sus ojos están fijos en mi torso desnudo y en este instante, puedo ver cómo humedece sus labios al recorrerlos con su lengua.
No lo puedo negar, es muy bella, pero no califica.
—¡Mierda!. —me quejo, al mismo tiempo que golpeó mis puños sobre el mostrador, logrando que la rubia se sobresalte al asustarse— ¡¿Me van a atender si oh no?!.
—He... Si mi, mi señor —tartamudea—. Solo pare de gritar. ¿Si?.
Paciencia, paciencia...
—¿Mia Arango, mi hermana está oh no en...
—Yo sé quién es usted. —la rubia detiene mis palabras—. Su hermano Milan nos informó que cuando despertará les diéramos la información. Están en la sala de espera del sexto piso, esperando por usted.
¿Milan?.
Llevo la mirada en dirección al sofá que se encuentra ubicado al costado derecho de este lugar, fue donde desperté.
¿Cómo me dejó dormir allí en estas condiciones?. Estoy crudo, semi desnudo y hasta herido.
¡Me va a escuchar!.
Sin decir una palabra más, me alejo de la recepción camino hacia el ascensor que se encuentra a la vista, al fondo de la izquierda.
Es imposible creer que amanecí en una sala de espera, yo el mismísimo Miguel Arango, como todo un pordiosero.
Se las pasan quejándose de mi malhumor, pero nadie colabora con mi paciencia, todo esto es culpa de mi familia no debieron permitir que tomara tanto alcohol.
Llego al ascensor y agradezco que abra sus puertas en el mismo instante de mi llegada, se encuentra lleno de personas, todos posan su mirada sobre mí, algunos ponen rostro de impresión, otros de terror, pero a la mayoría al parecer les causó gracia, porque empieza a reírse como si fuera un payaso de algún circo.
Los entiendo, no todos los días te encuentras una persona esperando el elevador en un hospital, semi desnuda, descalza, con los puños empapados de sangre y el semblante de un zombi en el rostro.
—¡¿Qué demonios me ven?!. —les hablo recio, obteniendo que todos pongan rostro de asustados—. ¡¿Quieren que les muestre mi miembro para que sientan el verdadero terror?!.
No tendría ningún problema en bajarme los pantalones, total, mi dignidad quedó por el suelo desde anoche.
Nadie responde.
Sin pensarlo más, entro al elevador y no me impresionó para nada, en el momento que la mitad de las personas se sale del ascensor con sus caras de vapor.
—Mejor, me descompongo cuando estoy en lugares pequeños con muchas personas. —murmuro y las puertas del elevador se cierran.
Observó mi alrededor, en total somos siete personas, todos tienen sus ojos fijos en mí y me causa gracia el semblante de pánico que están mostrando.
—Señor. —escucho una voz masculina y al mismo tiempo sus dedos golpear la piel de mi espalda dos veces—. Disculpe mi atrevimiento.
Me giro, y encuentro detrás de mí un señor de estatura baja, piel blanca, sin un solo pelo en su cabeza y con un aproximado de sesenta años.
—¿Uhmm?.
—¿Qué le sucede cuando se descompone?.
Quisiera reírme por su cara de miedo, pero me contengo y pongo en mi rostro un gesto de molestia al nivel mil.
—Nada del otro mundo. —mi voz suena aterradora—. Solo suelo partir tráqueas, destrozar genitales y ampliarles el ano a los primeros que comiencen hacerme preguntas estúpidas.
Presionó el piso seis, el elevador empieza a subir de nivel y todos escuchamos el sonido de las gotas que comienzan a caer, llevamos la mirada en la dirección de donde proviene lo que resuena sobre el suelo y ahora tengo hasta que apretar los labios para no reír a carcajadas...
El vejestorio detrás de mí, se acaba de orinar en sus pantalones.
Soy todo un encanto, hasta se orinan por mí.
Mi estómago empieza arder, está totalmente vacío y soy una persona que suele alimentarse bien.
El elevador se detiene en mi destino, en el piso seis, veo como sus puertas abren, pero justo cuando estoy por salir, escucho una voz masculina distinta a la de hace segundos...
—Amigo, el psicólogo está en el piso nueve, no en el seis.
¿Es en serio?.
Posiciono mis ojos sobre el mediocre que acaba de vociferar una estupidez, tez de piel morena, ojos marrones y por su semblante apuesto que no pasa de los treinta años.
—No lo hagas enojar. —le susurra, la chica que se encuentra a su lado, al parecer es su novia.
¡Qué mal gusto se carga!.
—Escucha a tu chica. —le respondo, con toda la calma—. ¿Te gustaría orinarte en los pantalones también?.
—No amigo, estoy son mis favoritos.
Es lo que pensé.
—El señor esté con ustedes, mis hermanos. —termino de salir luego de echarles la bendición y dejarlos a todos llenos de muchas sensaciones, aparte del anciano, en vez de sensaciones lo he dejado con los pantalones empapados.
Me aproximó por el largo pasillo en dirección a la sala de espera de este piso, atrayendo la atención de todos por donde camino.
Estoy asqueado.
Aparte de lucir bastante horrible, mi aliento es asqueroso, yo mismo no lo soporto. Es una mezcla de alcohol, sangre y mis vómitos, aparte de que llevo largas horas sin ducharme.
¿Qué estaré pagando en esta vida, para que me sucediera esto?.
El semblante de mi rostro cambia por completo, en el momento que mis ojos encuentran personas conocidas. Tienen sus traseros encima del sofá grande de esta sala de espera, Michelle tiene su cabeza sobre el hombro de mi amigo Pablo, mientras que Leonardo se encuentra del lado izquierdo de mi hermana, con su cabeza posicionada sobre la espalda del sofá y los ojos cerrados.
Llegan recuerdos a mi memoria, la manera en que llené de golpes el rostro de mi mejor amigo Leonardo y su estómago. Desde aquí puedo ver los grandes moretones de su cara.
Milan, el imbécil de mi hermano, se encuentra del lado derecho de Leonardo, mientras que Lucia está del lado izquierdo de Milan.
Otra imagen de recuerdos aparece en mis pensamientos y el momento se me amarga aún más. ¡Le pedí matrimonio a Lucia!.
¡Vaya, sin dudas anoche cometí los peores errores de mi vida!.
Avanzo y me posiciono frente a ellos, logrando que Michelle levante su cabeza del hombro de Pablo y ambos posicionen sus miradas sobre mí, al igual que Lucia y Milan, mientras Leonardo continúa dormido.
—¡Leo!. —exclamo su nombre y logró que despierte, levante su cabeza y sus ojos se fijen en mí a la velocidad de una estrella fugaz.
—Amigo, Luces horrible. —me dice con rostro de asombro.
Puedo ver cómo Michelle clava su codo en una de sus costillas a modo de regaño.
Todos me observan con atención, sus ojos recorren todo mi cuerpo, en especial mis nudillos manchados de sangre, por cierto los cristales del espejo del baño siguen clavados en ellos.
—Hermano, me alegra verte. —escucho a Milan decirme, llevo la mirada sobre él y el descarado tiene una sonrisa en sus labios.
¿Se alegra de mi desgracia?.
—¡¿Por qué demonios me dejaron dormir como un huérfano en la sala de espera de este hospital?!.
—Hermanito, no grites, recuerda que en este lugar se requiere total si...
—¡Me importa una mierda el silencio!. —detengo las explicaciones de mi hermana Michelle—. ¡Les acabo de hacer una maldita pregunta!.
—Miguel, estabas irreconocible. —me responde Pablo—. Ofreciste rompernos las piernas.
—Y como queremos conservar nuestras vidas, te dejamos tranquilo. —secunda Leonardo.
¿En serio esas son sus excusas?.
—¡¿Por qué me dejaron tomar tantas putas botellas de whisky?!.
—Cariño, estás atrayendo la atención de la gente. —habla Lucia, por primera vez.
Oh, bastante extraño en el día de hoy.
Observó nuestro alrededor y todos tienen sus miradas sobre mí.
—Amigo, cuando estás de malhumor, no escuchas a nadie. —me dice Leonardo.
—¡Ya vieron como estoy!. —tomo una bocanada de aire y lo expulsó largos segundos después—. ¿Cómo está?.
—Está delicada. —me responde Michelle y su voz se quebranta—. Sus pulmones fueron afectados. —lágrimas empiezan a correr por sus mejillas—. Nuestra hermanita se encuentra respirando gracias a dos tanques de oxígeno.
Es como una patada en el centro de mi pecho, mi niña bonita no puede estar sufriendo de esta manera.
—Quiero verla.
—No puedes. —me contesta Pablo.
—Sufrió ataque respiratorio. —secunda Michelle—. Los doctores la durmieron por largas horas.
Soy el idiota más grande del universo.
Mientras la vida Mia, mi hermana menor está en peligro yo estaba ocupando tomando como un desquiciado. Cuanto quisiera devolver el tiempo, regresar a la noche anterior y protegerla.
—Bueno, es tiempo de decirle. —escucho a Milan y toda mi atención se posiciona en él.
—Todavía no. —le susurra Leonardo y alcanzó a escuchar a la perfección.
—¿Qué tienen para decirme?.
—Hablemos de ese tema luego. —alega Pablo.
—Si estoy de acuerdo. —dice Michelle.
—Yo opino que...
—¡Mierda, hablen de una vez por todas!. —detengo las palabras de Lucia, logrando que se asuste por tomarla desprevenida.
—Chocaste tu lujoso auto deportivo.
—¡¿Qué?!. —exclamo después de escuchar la confesión de mi hermano.
Esto era lo último que me faltaba.
—¡Debe ser una maldita broma!.
Todos me miran desconcertado sin encontrar una respuesta.
—¡Son unos imbéciles!. ¡¿Cómo permitieron que conduzca hebreo?!.
—¡Oh!. ¡¿Ahora es una culpa?!. —exclama Pablo con rostro de ofendido.
—¡No!. ¡Culpables son mis bolas!. —grito con una pizca de sarcasmo—. ¡Se supone que son mi familia y amigos, deben cuidarme en momentos como esos!.
—¡No seas mal agradecido!. —escucho a Michelle—. ¡Pablo y yo casi morimos contigo en ese accidente, por acompañarte camino al hospital!.
¿Tuvimos un accidente?.
—No se olviden de mí. —agrega Lacia—. Recuerden que también iba con ustedes.
La ignoro por completo.
—Amigo, no te enojes. —interviene Leonardo—. Compre una camisa y calzados para ti en la tienda de este hospital.
Lo veo levantarse del sofá, tomar una bolsa que se encontraba debajo de él y extraer de ella una camisa de enfermero y unos calzados de enfermo.
—¿Me lo quieres entregar ahora?. Después de que todo el hospital se burlara de mí.
—Amigo, no tenía idea de dónde estabas.
—Milan sabía perfectamente donde estaba. —posiciono la mirada sobre mi hermano.
—¿Yo?. Claro que no. —finge demencia.
Le dedico una mirada fulminante.
—Sí, es cierto, lo sabía. —confiesa.
—¿Sabías donde estaba Miguel y no dijiste nada?. —lo cuestiona nuestra hermana.
—No estaba en peligro, solo dormía en la sala de espera. Hasta le dejé un recado con la chica de la recepción, además gracias ami, no lo tiraron a la calle.
—¿A qué te refieres conque no lo tiraron a la calle?. —le pregunta Leonardo.
—Pensaban que era un pordiosero. —continúa Milan—. Entonces, les expliqué que es mi hermano adoptivo.
Todos proceden a reírse, menos yo.
¿Adoptivo?.
—¡Nací primero que tú!. —me asquean sus estupideces—. ¡Qué no se te olvidé que me debes respeto!.
Llevo la mirada sobre Leonardo, sigue en espera de que reciba su tierno regalo.
—¿No se te ocurrió comprarme algo más decente?. —le arrebato la camisa y los calzados de sus manos.
—¿Qué esperabas?. —escucho sus quejas—. ¿Acaso querías que fuera a una tienda Gucci oh Louis Vuitton, en medio de este caos?.
Ruedo los ojos, se queja como una nena.
Ahora lo que me toca es buscar un baño, lavar mi rostro con abundante agua, ponerme la mierda que me compro mi mejor amigo y buscar alguien que cure mis nudillos. Justo cuando estoy por marcharme Lucia me detiene, al sostener unos de mis brazos.
—Tenemos que hablar. —me dice la pelirroja.
—Si es cierto, tenemos que hablar, pero no ahora. —me aparto de su agarre—. Necesito que me devuelvas el anillo, ya te lo dije más de mil veces. ¡No me voy a casar contigo!.
Termino de marcharme del área sin esperar una respuesta a cambio.
***
—¿No crees que estás siendo demasiado duro con Lucia?. —escucho a Pablo preguntarme.
Nos encontramos en la cafetería del hospital junto a Leonardo. Mis nudillos fueron curados por una doctora y ahora mi muñeca se encuentra vendada, además de ya no estar con el torso desnudo y descalzo gracias a mi mejor amigo.
—Yo pienso que sí. —responde Leonardo por mí—. Esa manera de pedirle matrimonio fue vergonzosa.
Lo recuerdo perfecto, como le tiré en la cara la argolla de compromiso y luego la obligue a recogerlo del suelo.
Soy un hijo de puta lo sé.
En realidad hice esa escena porque estaba hebreo hasta el culo, de lo contrario, nunca le hubiera hecho algo de esa manera delante de tantas personas y hasta de la prensa. No siento nada por Lucia y en estos momentos me cae bastante mal por lo mentirosa que es, pero eso no me da el derecho de humillarla.
También me gustaría que la mujer de ojos avellana me cayera como una patada entre las bolas y que todo el sentimiento que siento por ella desapareciera de una vez por todas, porque ella sí que es la reina de las mentiras. Odiarla es misión imposible, la deseo más que nada y cada segundo que pasa aumentan las ganas de tenerla a mi lado.
—¿Ella vio todo?. ¿Verdad?. —le pregunto a Leonardo.
—Si amigo, la destrozaste.
La perdí para siempre.
—¿De quién hablan?. —habla Pablo con la boca llena de galletas.
—Mírale el lado positivo. —escucho a Leonardo, quién hace una pausa para tomar una porción de su batida de fresa—. Gracias a tu numérico de anoche, la obligaste a salir huyendo y termino salvando la vida de Mia.
—¿Están hablando de Alma?. —pregunta Pablo, todo confundido—. Es cierto Miguel, esa mujer salvó la vida de tu hermana por segunda vez. Los doctores dijeron que si no le hubiera brindado los primeros auxilios, Mia estaría muerta.
Ella es una mujer encantadora, valiente, talentosa, luchadora, hermosa, es la mujer más especial que he podido conocer, aquí la porquería soy yo.
—Ella me contó que te mintió. —me dice Leonardo.
Sí, ni me lo recuerdes.
—¿No me digas?. —tomo un sorbo de mi café, el cual está bastante caliente—. Te recuerdo que desde un principio sabías todo.
—Yo no sabía nada, lo que descubrí fue mucho después de su viaje a Francia, además no me refiero a esa mentira.
—¿De cuál mentira hablas?. —tengo un fuerte dolor de cabeza, está cruda me está matando.
—No estoy entiendo su conversación. —se queja Pablo.
—Sobre Samuel. —me explica Leonardo—. Te mintió, nunca ha tenido sexo con Samuel.
Una sensación de alivio aparece dentro de mí, después de tantas molestias.
—Amigo, eres el único hombre en su vida. —continúa Leonardo—. Solo lo hizo para molestarte.
—¡¿Qué?!. —grita Pablo y obtiene todas las miradas de las personas que se encuentran sentadas a nuestro alrededor en la cafetería—. ¿Te acostaste con Alma Velasco?.
—Alias, Laura Vega. —agrega Leonardo con un tono sarcástico, mientras se ríe.
Lo fulminó con la mirada y la sonrisa de su rostro desaparece con facilidad.
—Entonces es verdad, tuviste sexo con la heroína de tu hermana. —escucho a Pablo, mientras tomo un sorbo más de mi café.
—Te resumiré lo sucedido. —le responde Leonardo—. Alma Velasco, se presentó ante nuestro amigo como Laura Vega, lo sedujo, enamoró y se lo llevó a la cama, entonces ahora le rompió el corazón en mil pedazos en el momento que lo dejo y por esa razón, nuestro queridísimo amigo se pegó la borrachera de su vida, amargado por tremenda mujer.
—Lo engaño como un niño. —agrega Pablo, con una sonrisa de burla en sus labios—. Me cae bien esa chica.
Ambos ríen como si no estuviera presente.
—¡Eso no sucedió así!. —respondo—. ¡Yo la dejé a ella, por farsante y mentirosa!.
—Ahora dilo sin llorar, amigo. —secunda Leonardo mientras ríe a carcajadas.
—Con razón tienes rostro de sufrido. —agrega Pablo, perdido entre las risas.
Paciencia, paciencia...
—¡Miguel, Leonardo y Pablo!. —una voz masculina interrumpe nuestra conversación—. ¡Tenemos que hablar!.
Las risas de mis amigos se detienen en el momento que se posa el hombre de piel morena, trajeado y con lentes frente a nuestra mesa. Sin pedir permiso, toma asiento junto a nosotros.
Luce el mismo traje de la fiesta, lo que significa que no se ha duchado desde ayer, en realidad Leonardo y Pablo también traen puesto el mismo traje de anoche, hasta mis hermanos y Lucia llevan la misma ropa de la fiesta. Nadie ha podido regresar a casa con el caos.
—¡Tenemos un grave problema!. —grita el moreno con rostro de pavor.
—Raúl deja los gritos. —lo regaña Leonardo—. Suficiente tenemos con los del sufrido.
Haré como que no escuché eso. Estoy cambiando, soy un hombre de bien, no me gustan las discusiones ni las peleas.
—¿Raúl dónde estabas?. —le pregunta Pablo.
—¡Hablo en serio, joder!. —su respiración está agitada.
—Raúl termina de hablar. —me desespera.
Lo veo tomar varias respiraciones profundas, mientras sus labios tiemblan y se acomoda las gafas de abuelita que usa la mayoría del tiempo. Su mirada se posa sobre mí y puedo ver cómo dos gotas grandes de lágrimas corren por sus mejillas.
—Yina esta desaparecida.
Su confesión es como un taladro en mi cerebro, algo que me arrincona en una sensación de temor y desesperación, mientras mi corazón hace la jugada de acelerarse a una velocidad máxima, al mismo tiempo que todos mis pensamientos empiezan agobiarme.
¡Ni siquiera me acordaba de su existencia!
¡¿Cómo demonios pude olvidarla?!.
¡Mi principal obligación era estar al pendiente de ella, por eso le insistí que se quedará en la mansión!
La misma incógnita me perturba.
¡¿Por qué mierdas tuve que tomar tanto?!. ¡¿Por qué?!. ¡¿Por qué?!.
—¿Desaparecida?. —le pregunta Pablo.
Raúl asiente.
—¿Estás seguro?. —secunda Leonardo.
—Desde el baile no la volví a ver. —responde Raúl—. Ella no estaba en el momento que encontramos a Mia.
¡Todo esto es mi puta culpa!
—Después de la ambulancia llevarse a Mia, la busqué por toda la mansión y no la encontré. —continúa Raúl—. Le hice un montón de llamadas al móvil y por más que timbro, no contestó.
—¿La buscaste en su departamento?. —pregunta Pablo.
—Sí, lo hice esta mañana y el guardia me comentó que no ha regresado desde ayer temprano.
—¿Y en el club, tampoco la encontraste?. —cuestiona Leonardo.
—No. —confiesa, alimentando mis niveles de preocupación—. Amanecí en su oficina esperando por ella y nunca llego.
—¿No crees que tal vez quiera estar sola?. —pregunta Pablo.
Yina está pasando por un momento horrible y de todas las personas a su alrededor, solo yo estoy al tanto de la realidad de lo que le sucede. Si las ocasiones fueran distintas la pregunta de Pablo tuviera algo de sentido, pero conozco a mi prima como la palma de mi mano, ella aceptó mi propuesta de acompañarla en su viaje a Miami, me prometió no viajar sin mí, la conozco, jamás se marcharía sin ni siquiera decirme un adiós, lo que significa que la suposición de Raúl es cierta... Yina está desaparecida.
—El comisario Rex está aquí. —escucho a Raúl—. Debemos poner la denuncia de su desaparición.
Al escuchar esas últimas palabras de Raúl, me levanto de la mesa con agilidad y salgo del lugar a toda velocidad en dirección a la sala de espera, sin prestarle ni un poco de atención a los gritos de mis amigos sobre que me detenga.
Si a Yina le sucede algo, nunca me lo perdonaría, perduraría el resto de mis días viviendo con ese sufrimiento clavado en la mitad de mi corazón, porque la otra mitad se la llevaría ella.
La quiero tanto... El sentimiento que siento hacia ella es muy grande, la veo como una más de mis hermanas. ¡No la puedo perder, me niego!.
Llego a la sala de espera con rapidez, encuentro a mis hermanos donde mismo los dejé, sentados sobre el sofá, la única que no está es Lucia y si se marchó, se lo agradezco. Todos los presentes posicionan su mirada sobre mí, en especial mis padres, quienes al parecer acaban de llegar junto al comisario de pacotilla.
—¿Qué haces vestido así?. —pregunta mi madre, mientras sus ojos me recorren de arriba, abajo y viceversa.
La ignoro, con quien menos me apetece hablar en estos momentos es con ella.
—Comisario quiero poner una denuncia. —me posó frente a él.
Su piel es blanca, luce entre los cincuenta y el aspecto de su rostro es áspero.
—Hijo. ¿Qué está pasando?. —me pregunta mi Padre.
—¿Tiene información sobre el enmascarado?. —me pregunta el comisario, con un gesto en su rostro que muestra asombro.
—No. Es sobre otro tema muy importante.
Veo como saca del bolsillo delantero de su chaqueta una pequeña libreta y un bolígrafo.
—Te escucho. —abre la libreta y posiciona el bolígrafo sobre ella, en espera de lo que voy a decir para empezar a escribir.
—Mi prima, Yina Brown está desaparecida.
—¡¿Qué cosas estás diciendo?!. —exclama mi padre.
Observó como el comisario escribe en la libreta lo que acabo de decir, mientras percibo como acaban de llegar Leonardo, Pablo y Raúl.
—Hermano. ¿Estás seguro?. —escucho a Michelle preguntarme, en el momento que se posa a mi lado.
—Yina no puede estar desaparecida. —dice Milan, al mismo tiempo que se levanta del sofá con sus muletas—. Esta familia solo es desgracia, tras desgracias.
—¿Hace cuándo desapareció?. —pregunta el comisario, sin apartar sus ojos de la pequeña libreta que sostiene en sus manos.
¿Cuándo desapareció?... No lo sé, estaba ocupado tomando como un descarrilado.
—¿Cuándo fue la última vez que la vieron?. —les pregunto a mis amigos, quienes se encuentran detrás de mí.
Se escucha un silencio durante largos segundos, segundos que parecen años. El comisario aparta la mirada de su libreta y la posa sobre mí.
—Miguel acabo de hacerte una pregunta. ¿Desde cuándo está desaparecida, tu prima?.
—La última vez que la vi fue en la pista de baile. —responde Michelle.
—Igual yo. —secunda Raúl—. La última vez que la vi fue en la pista de baile.
—Ahora que lo pienso. —agrega Leonardo—. También fue la última vez que la vi mientras bailábamos en la pista.
—¿Cuántas horas hacen de eso?. —el semblante del comisario cambia a uno de total desagrado y cierra su libreta con rapidez.
—El baile fue de 11:00 a 11:30 PM. —dice Milan.
—Justo son las 11:00 AM. —agrega mi padre mientras observa el reloj de su muñeca.
Ahora que lo recuerdo... ¿Dónde está mi Rolex de diamantes incrustados?.
—Entonces, solo hace un aproximado de 12 horas. —dice el comisario.
—Comisario. Tiene que empezar a buscarla cuanto antes. —antes de que enloquezca.
—Entiendo su preocupación Miguel, pero. —hace una pausa en sus palabras—. No puedo hacer nada.
¿Disculpe?.
—¡¿Acaso ese no es su maldito trabajo?!. —gritos fuertes salen desde lo más profundo de mí.
—Miguel, cálmate. —escucho a mi padre.
—No se considera una persona desaparecida hasta después de las 48 horas. —dice el comisario—. Yina, tu prima, tiene apenas 12 horas desaparecida.
—¡¿48 horas?!. —exclama Michelle.
—Entonces comisario. ¿No puedo poner la denuncia hasta que no pasen las 48 horas?. —pregunto.
—Exacto Miguel. —me responde—. Después de las 48 horas puedes pasar por mi oficina, llenamos el expediente y procedemos a empezar la búsqueda.
—Gracias comisario, por su agradable comprensión. —le agradezco con una sonrisa en mis labios.
—También te agradezco por entender nuestro protocolo. —me contesta e intercambia una sonrisa conmigo.
Protocolo mis nalgas.
Sin analizar la situación, me voy hacia el comisario, mis manos sostienen su blazer tomándolo desprevenido e impacto mis puños vendados sobre su rostro, una y otra vez, hasta que empiezo a sangrar de mis nudillos de nuevo.
Después de largos segundos, me detengo en el momento que Leonardo y Pablo logran apartarme para que no lo mate a golpes.
—¡¿Por qué hiciste eso?!. —me regaña mi Padre—. —¡¿Acaso enloqueciste?!.
Nací así, con deficiencia mental.
—¡Dejen el drama!. —comenta mi Madre—. ¡Yina no está desaparecida!. ¡Debe estar de vacaciones!.
—¡Verónica, cierra la boca!. —le grito a la señora que supuestamente es mi madre—. ¡Yina, nunca se marcharía sin avisarnos!.
Puedo ver cómo el comisario extrae del bolsillo trasero de su pantalón un pañuelo en color blanco y lo pasa por su rostro, para limpiar su sangre.
—¡Agradece que aprecio tu familia!. —me señala con su dedo índice—. ¡De lo contrario te encerraría por agresión a tu superior!.
Acortó nuestro espacio por segunda vez, alertando a todos los que no rodean, quienes temen que le parta la cara de nuevo.
—¡Eres un completo imbécil!. —le grito cerca de su rostro—. ¡Un comisario de mierda que no sirve para nada!. ¡Era su deber encontrar al enmascarado y no lo hizo!.
—¡Estoy en eso!. —me responde en un tono de voz alto, por primera vez.
—¡¿Ah, sí?!. —una sonrisa se escapa de mis labios—. ¡¿Vino a buscarlo aquí al hospital?!. ¡Porque yo no lo veo entre nosotros!.
—Miguel tienes que calmarte. —escucho a mi padre de nuevo—. No te lo volveré a repetir.
—¡Pues no me lo repitas!. —mis ojos viajan sobre Octavio, mi padre—. ¡Todo esto es culpa suya, por contratar gente inservible!.
Escucho una risa detrás de mí, la cual obtiene que todos llevemos la vista sobre él y logremos que con nuestra mirada reprobatoria detenga las risas.
—Lo siento. —se disculpa Leonardo.
—Miguel, estamos trabajando para encontrar al enmascarado. —me habla el comisario de pacotilla—. Estoy aquí porque no hemos encontrado el móvil de tu hermana en la mansión, por más que lo buscamos, no lo encontramos. Quería preguntarles si uno de ustedes lo ha visto.
Todos empiezan a murmurar por el comentario que acaba de hacer el comisario, hasta yo me lleno de confusión, pero toda mi atención se la lleva la mujer que acaba de llegar.
Viste unos jeans y botas en color negro combinados con una camisa roja, la cual tiene los primeros botones desabotonados y muestra el valle de sus deliciosos pechos. Su pelo ondulado, castaño con reflejos rubios lo trae como me gusta, suelto y su precioso rostro como me fascina verlo, sin absolutamente nada de maquillaje.
Esa mujer es toda una obra de arte.
Es preciosa en todo el sentido de la palabra.
La deseo, quiero y necesito a mi lado.
—Buen día. —saluda y obtiene la atención de todos.
Su mirada viaja sobre mí y nuestras miradas se encuentran, sus preciosos ojos me transmiten paz en medio de esta tormenta, estamos a una cierta distancia, pero puedo sentir los latidos de su corazón decirme que me extraña y necesita al igual oh más que yo a ella.
Rompe el contacto visual conmigo y posiciona la vista sobre mi mejor amigo, Leonardo.
—¿Podemos hablar?. —le dice.
—Claro. —responde mi amigo—. Vamos a la cafetería.
Ambos están por marcharse, pero una voz los detiene.
—¿Alma, puedo hacerte una pregunta?. —le habla el comisario.
Ella asiente.
—¿Viste el móvil de Mia en el jardín cuando la encontraste?. —le pregunta.
Un silencio se adueña del lugar por largos segundos.
—No, comisario. —le responde.
—Vale. —el comisario la observa con atención—. ¿Podrías pasar por la delegación esta tarde para tomar tu declaración?.
—No tendría problema con eso, comisario. —contesta y sin esperar una respuesta a cambio, se marcha con mi amigo Leonardo de la sala de espera.
¿Qué hablarán esos dos?.
Sin pensarlo más, los sigo, camino hacia la cafetería, pero me llevo la sorpresa de que los encuentro hablando en el pasillo de más adelante, entonces de manera silenciosa, me detengo a escuchar su conversación.
—¿Por qué mentiste?. —le reclama Leonardo—.
—¿No podía decirle que tengo el móvil de Mia?.
¿Es en serio?.
¿Por qué mierdas mintió?. Casi lo olvidaba, es la reina de las mentiras.
—¿Por qué te llevaste el móvil?. —escucho la segunda pregunta de Leonardo.
—Cuando estemos en tu departamento, te contaré.
¿En su departamento?.
¿Qué demonios harán encerrados en su departamento?.
—¿Qué es eso, tan importante que tienes que decirme?. —es la tercera pregunta de Leonardo.
—Vámonos a tu departamento y haya te cuento todo.
La veo desesperada...
—No, dime ahora, no me gusta esperar. —insiste mi amigo.
—Vale, te voy a decir.
Presto mucha atención a las siguientes palabras de Alma.
—Yo sé dónde está Yina.
¡¿Qué?!.
¿Cómo es que ella sabe?. Entonces. ¿Yina no está desaparecida?.
¿Por qué tiene que contarle a Leonardo?. Debería buscarme ami. Contarme todo. ¿Desde cuándo son tan amigos?.
—¿Nos iremos a tu departamento oh no?. —la escucho preguntar con su dulce voz.
—Vale, pero en el camino me cuentas los detalles.
Ambos se encaminan en dirección hacia el elevador, mientras yo tomo las escaleras para seguirlos.
Yo también iré a ese departamento.
Tendrá que explicarme donde está Yina y desde cuándo es tan amiga de mi mejor amigo.
Haré mi mayor esfuerzo, para no terminar comiéndole los labios, hoy está más hermosa que todos los días.
***
Largos minutos después... Me encuentro sudando todas las partes del cuerpo, en especial las bolas, lo cual es bastante incómodo. Tuve que bajar todas las escaleras del hospital, tomar un bus del transporte público porque supuestamente choque mi Porsche y no tengo la menor idea de dónde está, además de todo no cargo mi billetera, por esa razón cuando llegue a mi destino le comenté al chófer del bus que Dios le pagaría mi viaje, porque yo no cargaba un solo centavo. Ahora me encuentro subiendo a toda velocidad, más rápido que un atleta, las escaleras del edificio donde vive Leonardo, por qué él y Alma se encuentra subiendo por el elevador.
Nunca había bajado y subido tantas escaleras en mi puta vida.
Llego al nivel cinco, donde vive mi mejor amigo. Me aproximó al pasillo donde se ubica su departamento y alcanzó ver a ambos parados en la puerta, quienes al parecer tienen varios minutos que llegaron gracias que tomaron el elevador. Me acercó de manera sigilosa, intentando que no logren verme gracias algunas columnas, donde me ubico logro escucharlos a la perfección.
—Alma, yo creo que estás siendo un poco paranoica, es solo un sueño. —le dice Leonardo, mientras abre la puerta.
—No es solo un sueño. —le responde Alma, mientras sostiene unas bolsas, al parecer hasta se detuvieron de compras en el camino—. Yo la vi morir, Leonardo.
—Si, pero fue un sueño. —dice mi amigo.
—Fue una revelación. —comenta Alma—. Yina murió en ese sueño, el enmascarado la asesino.
¡¿Qué acaba de decir?!.
—Eso no quiere decir que el enmascarado la tiene. —le responde Leonardo.
—Ya te dije que sí. —afirma Alma—. Yina desapareció al mismo tiempo que Mia y es demasiada coincidencia que después de ese psicópata atacara a Mia en la mansión, también desapareciera Yina.
Tiene sentido.
Yina nunca se marcharía sin decirme nada, de eso estoy más que seguro.
Alma tuvo un sueño, un sueño en donde mi prima moría en manos del enmascarado, esto es demasiada coincidencia.
—Alma, no sé qué decirte, no quiero que tengas más problemas con los Arango si te llegas a equivocar con esto. —le dice mi amigo al terminar de abrir la puerta.
—Leonardo te lo dije en el camino. —le responde Alma—. Las únicas opiniones que me importan de esa familia, son las de Mia y las de su hermano, el hombre que amo, Miguel Arango.
Quedó helado al escuchar las últimas palabras.
Yo también te amo, ojitos lindos.
—Después no me interesa la opinión de nadie más. —continúa Alma—. Leonardo, si no estás dispuesto ayudarme en la búsqueda de Yina, no entraré a tu departamento y me iré ahora mismo.
—Alma, quieres que trabajemos sin ayuda de la policía.
—¿Y?. Me dijiste que no harán nada hasta después de 48 horas. —dice Alma, mientras deja las bolsas en el suelo—. Apenas van 12 horas de su desaparición, no podemos esperar tanto. ¿Me ayudarás oh no?.
—Sabes que si lo voy a hacer, te ayudaré. —le confirma Leonardo.
—¡Yo también!. —salgo de mi escondite, ambos fijan su mirada en mí y muestran rostro de sorpresa.
Mis ojos no demoran en conectarse con los de ella, sus cuencas amenazan con salirse y el avellana de sus ojos brillan. Camino en su dirección y me detengo al quedar justo frente a ella, cerca de su rostro y de su cuerpo. Una sensación extraña viaja dentro de mí, la cual me impulsa a rodear mi brazo en su cintura y pegarla de mi pecho, pero para mí no es suficiente, eso no saciara mis deseos por ella, así que termino de acortar el espacio de nuestros rostros y pego sus labios con los míos.
Al demonio todo, solo la quiero y necesito a ella conmigo, nadie absolutamente nadie podrá apartarme de esta mujer, porque ella es mía y yo soy malditamente suyo.
Nota de la autora
¡Qué capítulo!.
Pobrecito de nuestro amado de ojos azules.
El final estuvo épico... Ella es mía y yo malditamente suyo.
¿Qué les pareció este capítulo?.
No olviden votar y dejar lindos comentarios.
DCLEBRON
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