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CAPÍTULO 7: "TE QUIERO A TI"

''Lo primero que hice cuando lo vi fue sentirme orgullosa de haber dado a luz a un hijo tan hermoso, pero no sabía que sería el más peligroso de los tres''

Anónimo.

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Capítulo 7:

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Diez días después de lo ocurrido en el cementerio todo se veía mucho más tranquilo, era como si nada hubiera pasado, aunque esas pesadillas no dejaban de perseguirme.

No le conté nada a Francella, quería mantenerla a salvó de cualquier peligro, así que no la dejé seguir a mi lado en la investigación contra los sucesos extraños y la dejé pensar que el culpable era un desconocido. La mayoría de mis días me la pasaba en la biblioteca intentando encontrar algo que me explicara lo que mis ojos habían visto, pero al parecer solo las telarañas y el polvo me querían servir de ayuda.

Y así llegó el invierno, con el frío y la nieve cubriendo cada pedazo de tierra alrededor del gran castillo, en el cual con un olor a sopa y unas inmensas ganas de sentir algo de calor en nuestros cuerpos las doncellas del convento nos encontrábamos en un grande y acristalado comedor para poder cenar lo de cada día.

Yo estaba en una mesa apartada junto a Francella, ambas sin hablar pues la comida era algo sagrado que debía disfrutarse en silencio, pero yo ni siquiera había tocado el plato. Habían pasado diez días y no había vuelto a ver a ese rubio psicópata... ni a los otros dos.

Aunque era cierto...

Yo dije que no quería volver a verlos...

— ¿Alma? —Susurro Francella mientras pasaba su mano por delante de mi cara, así que me sobresalte.

— ¿Ah?

— ¿En qué piensas?

—En... En nada —dije y volví a tomar mi cuchara en mis manos —Oye Francella ¿Tú crees que los monstruos existen?

— ¿A qué viene esa pregunta? —pregunto mirándome extraño.

—Responde.

—No, solo son pesadillas, pero no existen, es ridículo que me preguntes eso, además, de existir se quemarían en este lugar ¿No?

Pero ellos no se quemaban...

Pensé mientras la cara de esos hermanos aparecían en mi cabeza.

—Haamm —rasque mi cuello con mi otra mano y suspiré, no podía decirle nada —Tienes razón.

Iba a empezar a comer cuando llene una cucharada de sopa y la dirigí a mi boca para poder ingerirla en el momento en el que alguien que pasaba detrás de mí tropezó "accidentalmente" conmigo e hizo caer el contenido de la cuchara sobre la camisa blanca que recién me había puesto al ducharme.

— ¡Mierda! —gruñí una palabrota cuando sentí mi pecho arder por la quemadura.

—Alma... —Una risita chillona que ya conocía me habló por detrás —Deberías cocerte esa bocata, a la madre superiora no le gustan esas palabras.

Volteé a ver a Rubí con esos ojos de víbora reflejándome burlonamente, mientras me sonreía con malísima. Yo seguía callada, mirándola sin emoción alguna.

—Es tu culpa Rubí, mira lo que le hiciste —Francella la miró de forma sería.

— ¡Oh cierto! —Dijo dramáticamente mientras se ponía su mano en el pecho y con la otra sujetaba la bandeja de comida — ¡Cuanto lo siento! —Se acercó a mí oído y susurró: —Nos vemos en las próximas elecciones de doncellas... Loca.

Dijo y volvió a tropezar "accidentalmente" conmigo, tumbando estas ves mi plato de sopa hirviendo completamente arriba de mí a lo que chille de dolor.

— ¡Alma! —Mi amiga me miró preocupada y se levantó rápido yendo hacia mí — ¿Estás bien?

— ¡No! arde mucho —mis ojos se aguaron por el dolor.

—Vamos rápido para que te laves —Me ayudo a levantarme y minutos después estaba en el baño de la habitación.

El sonido del agua cayendo de la pila del baño llenaba mis oidos, mientras Francella se había ido a rezar antes de encerrarnos en el la habitación como a todas cada noche a las 9:30pm. Tallaba con fuerza la blusa de botones manchada por los ''accidentes'' de Rubí, mientras yo me encontraba en solo sostén sintiendo el frio en mi espalda.

Toda mi ropa se la habían llevado las hermanas para poder lavarlas y devolverlas limpia, además de que ya era hora de que nos dieran la vestimenta de invierno.

Mis manos ya cansadas, dejaron de restregar y exprimieron con ganas la blusa empapada. Alcé la mirada al espejo delante de mí y suspire, no me gustaba ver esa marca de nacimiento que tenía desde un lado de mi cuello cruzando por mi hombro izquierdo y terminando en mis costillas. Nunca había dejado que nadie la viera, solo Francella ya que me daba miedo a ser juzgada solo por eso.

Era suficiente con el título de loca...

—Odio... —susurre apretando mis puños mientras recordaba las risitas de Rubí.

Eran peor que las de Jilaiya

Suspire cansada de este peso sobre mí y mis ojos grises reflejaron mi propio reflejo sobre el espejo.

—Los odios a todos —susurre y al darme cuenta de lo que había dicho baje mi cabeza soltando la camisa exprimida, agarrando mi cabello y empezando a halarlo — ¿Pero qué estoy diciendo? No debo odiar a quienes me dieron de comer. Todo es por sus culpas, maldito seas Samael, Maldito seas Jilaiya y maldito seas tú...

—No hace falta que lo digas, me se mi propio nombre —Señalo Abigor con sus palabras, dejándome sorprendida.

¿En qué momento?

— ¿Qué? —Me gire rápido hacia el encontrándolo de frente mientras se quitaba la camisa negra que traía puesta— ¿Oye qué haces? —Lo mire horrorizada.

—Cállate —Ordeno quitándosela y me la dio —Póntela, hace frio.

—No me voy a poner eso, es de hombre.

—Si no te la pones, me veré forzado a ponértela —Se empezó a acercar con esa mirada llena de nada y a la vez llena de todo, haciéndome retroceder —Se una buena chica Alma.

Mi trasero choco contra el lavamanos deteniendo mi escapada y él se acercó tanto que podía sentir su respiración sobre mi rostro, era pesada pero su aroma me engatuso sintiendo rosas y margaritas. Me detuve a observarlo y sentí un escalofrió en mi cuerpo cuando una de sus manos acaricio desde el inicio de mi marca hasta su final.

Sentí su respiración ponerse aún más pesada y su olor amplificarse mientras su mirada bajó a mis labios.

—Ponte la camisa Alma... —susurro y yo asentí levemente, a lo que él se alejó.

No

No quería que se alejara, mi cuerpo lo estaba llamando para que lo volviese a acariciar, pero era algo profano, algo que no debía suceder. Era tan hermoso cuando lo tuve de frente que volví a sentir esa envidia crecer dentro de mí.

¿Cómo se sentirían sus labios carnosos si fueran míos?

Sacudí mi cabeza sacando esos pensamientos de adentro y me puse la camisa negra sintiendo algo de calor...

—Abigor —Lo llame y el me miro de reojo —Necesito tu ayuda.

Esas palabras hicieron que sus ojos tomaran un cierto interés en mí.

—No me digas nada ahora —Susurro y tomo mi mano dejando caer la pulsera de la serpiente en ella —Descansa, te espero en la biblioteca después de las 10, esa pulsera te protegerá.

Y con eso besó mi frente, para luego pasar por mi lado en dirección al espejo del lavamanos, donde desapareció. Me quede quieta en el mismo lugar y sujete con fuerza la pulsera en mi mano.

No sabía exactamente lo que estaba haciendo, pero si yo era la única que lograría salvar a las personas que me acogieron con los brazos abiertos, daría mi vida si era necesario, Dios me protegería.

O eso pensaba...

Unas horas después cuando la oscuridad solo era combatida con velas y antorchas y todos ya dormían, abrí mis ojos sentándome ligeramente en la cama para verificar que Francella estuviera en los brazos de Morfeo, profundamente dormida.

Mis pies descalzos tocaron el suelo y metí mi mano debajo de la almohada para sacar la pulsera de serpiente y ponérmela antes de salir de la habitación.

Caminando por los pasillos me topé con un gran silencio y tranquilidad, algo que para mi gusto me ponía intranquila y con los pelos de punta, así que tome un gran respiro para luego dirigirme a la biblioteca, la cual estaba cerca de la enfermería.

Camine a la puerta y abrí esta con ayuda de la manija en el momento en el que sentí un pequeño ruido alarmante y proveniente de la puerta de enfermería. Quería voltearme e ir a ver qué había pasado y justo eso hice. Mis piernas caminaron lentamente hacia la pequeña luz de las velas que iluminaban la entrada del lugar.

El ruido de algo cayendo al suelo atrajo un pomo de ensayo a mis pies mientras rodaba hacia mí, robando toda mi atención, para luego alzar mi mirada hacia la camilla donde días antes la hermana me había vendado mi pie torcido y encontrándome ahora con la madre superiora sujetando el cuello de esa misma mujer.

Asfixiándola...

Matándola...

Mis ojos se abrieron como puertas queriendo salir de sus órbitas, a lo que rápido tape mi boca para ahogar un grito de sorpresa mientras me quedaba estática, la mujer a la que llamábamos madre superiora empezó a voltearse hacia mí y yo rápido me escondí detrás de una pared.

— ¿Hay alguien ahí? —Pregunto mientras que yo solo sujetaba mi boca.

Sus pasos se empezaron a hacer presentes y sentí mi corazón llenarse de adrenalina. No tenía escapatoria, si salía corriendo podía descubrirme, pero si me quedaba, quien sabe que podría hacerme esa mujer. Debía pensar rápido, debía pensar ya.

Mire a mi alrededor y me metí dentro de unos muebles que adornaban los pasillos de piedra. Sujetando mi boca aguante mi reparación agitada, mientras sentía sus pasos aproximarse.

¿Me había visto acaso?

La adrenalina se fue convirtiendo en pánico cuando más la sentía acercarse en mí dirección, pero no fue hasta que sentí sus pasos detenerse frente al mueble que mi corazón no sufrió un ataque.

Sentía en ese momento que me iba a matar y en ese entonces si aplicaba el dicho de la curiosidad mató al gato.

Pero se alejó.

Mi respiración y latidos se calmaron al abrir lentamente la puertecita del mueble y ver como la mujer doblaba por el pasillo desapareciendo completamente de mi vista

Salí de ese pequeño lugar casi temblando y camine hacia la puerta de la biblioteca cerrándola desde adentro nomás al entrar, recostándome a la puerta. Aún seguía en shock, estaba impactada.

¿Por qué carajos la madre superiora había hecho eso?

¿Dónde se había ido la Biblia que tanto nos enseñó ella?

¿Dónde estaba su Dios?

Recuperándome del susto me recompuse y camine entre las estanterías hasta llegar donde Abigor estaba recostado con los ojos cerrados y aun con el torso desnudo viéndose jodidamente sexy ante mis ojos, con esa piel tan blanca de porcelana.

—Pensé que nunca llegarías —Susurro abriendo esos hermosos ojos dorados de grandes pestañas —Vamos —Ordenó y abrió el pasadizo entrando en la oscuridad, yo me quede un momento parada, pero luego me propuse a caminar detrás de él por ese oscuro pasillo hasta el jardín abandonado, que al parecer ellos cuidaban.

Caminaba con la mirada perdida sin quitarme esa horrenda imagen de la cabeza sobre la madre superiora, la que hace diez años me había brindado una cama para dormir y alimento para comer.

¿Cómo era entonces que alguien que me había enseñado valores podía quitarles la vida a otros así nada más?

—Alma —Abigor me saco de mi pensamiento.

— ¿Mhm? —Alcé mi mirada para verlo.

—Te voy ayudar en lo que necesites, pero no será de gratis.

— ¿Ah? —Me detuve viéndolo sorprendida.

—TE QUIERO A TI

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