CAPÍTULO 6: "LOS CAZA ALMAS"
"Pensé que solo eran leyendas, leyendas que me contaban pueblerinos para reírse de mí, pero no, resultó ser algo más escandaloso que esas simples historias. Resultó ser verdad."
Anónimo.
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Capítulo 6:
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Desde pequeños siempre hemos tenido sueños felices, sueños donde somos quienes deseamos y cuanto deseamos, sueños en los que los árboles son de caramelo y los ríos de chocolate. Sueños donde nuestros imposibles se hacen posibles y lo irreal se vuelve real...
En fin... sueños...
Pero también hemos tenido miedo a que algo salga del clóset y no precisamente un patito de hule, sino algo más tenebroso; Sombras negras que nos pueden agarrar de las piernas y halarnos para hacer no sé qué con nosotros, pesadillas que se esconden bajo nuestra cama y nos arañan cuando dormimos.
Leyendas urbanas que leemos en campamentos, para luego no poder dormir.
Pero solo eso pensaba que eran: leyendas urbanas y pesadillas que nos atormentaban en las noches, haciéndonos temer y temblar de pavor.
Así que solo de esa forma lo tomaba.
DIEZ AÑOS ATRÁS...
Con ojos de niña sujetaba la mano de una mujer con vestimenta extraña a la que todos llamaban "madre superiora". Ella me llevaba por los grandes pasillos de piedra, haciéndome caminar a su lado.
— ¿Qué es este lugar? —Pregunté alzando mi mirada para observar a mi superiora.
—Esta es tu nueva casa, pequeña.
— ¿Y dónde están mis papis? —Pregunté esta vez bajando mi mirada—. Quiero ir con ellos.
—Tus padres no volverán —Dijo sin quitar la mirada del camino, mientras sus pasos se aceleraban hacia una puerta.
— ¿Hice algo malo?
Se detuvo y soltó mi mano, quedando algo sorprendida y a la vez horrorizada por mi última pregunta. Sus piernas la giraron hacia mí y sus rodillas tocaron el suelo, mientras me tomó de mis bracitos para luego acariciarlos.
—No hiciste nada malo, pequeña.
— ¿Entonces por qué me dejaron aquí? ¿Por qué no los recuerdo?
—Con el tiempo los olvidarás completamente y tu corazón se aliviará de ese dolor. —Su mano acarició mi mejilla y besó mi frente.
—Eres un alma de Dios en un mundo de demonios, ellos no eran dignos de ti. —Acarició mi cabello despeinado, mirando mis ojitos y facciones infantiles, mientras que yo me sentía segura en sus brazos —Yo te voy a proteger, así como Dios lo hará también...
— ¿Quién es Dios?
—Dios... —Sonrió levemente para mí —Dios será tu salvación.
Esas fueron sus palabras y las creí. Crecí abrazando mi Biblia, atesorando cada palabra que decía y arrodillándome ante ese Dios del que tanto me hablaban.
Crecí aprendiendo que Dios era el único hombre que tenía que haber en mi vida, pero se les olvidó contarme algo más...
Se les olvidó decirme que también existían Los demonios y que por más que rezara arrodillada a un lado de mi cama, no dejarían de perseguirme, ni siquiera en mis sueños volviéndolos pesadillas que me despertarían cada noche a las 3:00 de la madrugada mientras Tamara y Francella dormían.
Pesadillas que me hacían imaginar que alguien me observaba desde las esquinas oscuras de mi habitación o me esperaba detrás de la puerta, esperando a que yo saliera para atacarme.
Se les olvidó decirme que los demonios existían y que monstruos peores que los que describían en los libros esperaban ansiosos para matarme.
Como ahora; con 18 años en este cementerio, rodeada por monstruos sin rostros, ni ojos que me vieran, pero ansiosos por el olor de la sangre que escurría por mis dedos y siendo "protegida" por tres malditos hermanos que solo peleaban entre sí.
Abigor...
Jilaiya...
Y Samael.
Tres hermanos que intentaban encontrar la manera de sacarme de ahí con vida mientras mi corazón ya había dejado de latir y quería salirse por mi boca.
¿Dónde estaba Dios en ese momento?
¿Dónde estaba?
—Calmarte es lo mejor... Respira, calmada —susurró Abigor.
Ya claro, me iba a calmar con un monstruo oliendo mi sangre mientras mantenía su boca abierta sobre mí, esperando solo un paso en falso para arrancarme la cabeza de un mordisco.
Si eso era estar calmada, yo estaba en las nubes.
—No des ni un paso ¿okey? —Miré de reojo a Samael, quien buscaba algo con su mirada.
Por Dios que se dieran prisa, mis piernas no aguantaban más y no me había caído porque Jilaiya me estaba sujetando sin destapar mi boca y se lo agradecía, porque de no ser por eso ya estaría muerta por gritona.
Las manos de Samael lograron tomar una pequeña piedra del piso, tirándola con fuerza hacia una esquina donde habían algunas ratas.
No podré explicar nunca la rapidez y brusquedad con la que esa cosa se movió, pero en un momento la rata chillaba de dolor entre los grandes y miles de colmillos de esa monstruosidad.
— ¡Ahora Jilaiya! —Ordenó Samael y el chico vendado me soltó hacia Abigor de forma rápida, cuando este le lanzó una especie de guadaña que agarró con un movimiento rápido, matando a lo que fuera eso.
La sangre salpicó en su rostro y se volteó lentamente hacia mí, mientras yo lo veía horrorizada.
—Joder, qué sangre más asquerosa —expresó.
—Dame la llave Jilaiya —ordenó Samael de forma seria estirando una de sus manos hacia él.
—Son unos aguafiestas y además mandones... pero tranquilo hermanito. No me agradezcan por haber matado a ese cazador de almas, ensuciándome de su asquerosa sangre.
— ¿C-Cazador de almas? —Pregunté en un tartamudeo, pero me di cuenta de que hablaban de esos monstruos.
—Son monstruos en busca de almas para comer, almas puras y malvadas. Primero devoran la carne y luego el alma —me explicó Abigor, sintiendo cómo me hizo empezar a caminar a la puerta roja del fondo.
— ¿Ellos son los que están matando a las doncellas del convento?
—No sabemos exactamente, pero tenemos la ligera sospecha de que sí —respondió Samael caminando hacia nosotros luego de tomar la llave rubí, seguido por su hermano quien venía detrás de él, con sus manos en su cabeza como si nada de esto hubiera pasado —Alma, mantente alejada de los pasadizos, es una orden.
—Ordénale a tu madre, a mí no me vengas a dar órdenes, imbécil —dije molesta.
¿Quién se creía él?
—Mi pequeña tiene muchas agallas —Rio Jilaiya.
—Cállate antes de que te mate con una de mis mordidas venenosas.
—Samael tiene razón Alma, te estás metiendo en cosas muy peligrosas. No hagas nada, tú solo sobrevive y no salgas de tu habitación en horarios indebidos.
Yo lo miré molesta, no entendía porque dentro de mí pensaba que él sería el único que me defendería y al no ser así solo me quedé callada. Samael abrió la puerta, encontrándonos con otro gran pasillo de piedras, en el cual entramos.
Todos permanecían muy callados, nadie decía nada y solo caminaban detrás de mí.
¿Debía confiar en ellos?
Tal vez no, eran tres hombres completamente desconocidos, de los cuales uno era un psicópata, vampiro y asesino, mientras el otro se transformaba en serpiente y el último parecía ser un señor amargado.
¿Pero entonces por qué caminaba junto a ellos? ¿Por qué no salía corriendo?
Era porque me sentía segura a su lado, y no me refería a Samael, y mucho menos a Jilaiya. Me sentía segura al lado de Abigor, quien tenía una de sus manos sobre mi hombro guiando mi camino.
Evité decir nada, pero sí estuve caminando por más de una hora en silencio, este pasillo había resultado aún más largo que el anterior.
No fue hasta llegar a otra puerta roja que ellos se detuvieron y yo hice lo mismo.
—Bueno, yo... —dije pero fui interrumpida.
—Alma —Samael me llamó por mi nombre a lo que volteé a verlo —Sino quieres morir no salgas más de tu habitación.
—Pero...
—Pero nada, es peligroso y no siempre vamos a estar a tu lado para protegerte.
— ¿Y sigo dejando que esas cosas maten a las personas que quiero? —Me solté del aguante de Abigor y caminé dando pasos largos a Samael —No sé quién carajos son ni de dónde salieron, pero no creas que por ser hombres y verse más grandes y poderosos a mi lado me van a intimidar.
—Estúpida, te estamos protegiendo, deja de decir estupideces —Dijo mientras me miraba reflejada en sus grandes ojos verdes.
—Lo dice el que intento matarme en aquel jardín ¿No?
—Alma. —Abigor tomó mi mano, pero yo no lo volteé a ver, al contrario, me zafé de su agarre.
—Sino me van a ayudar está bien, que se los trague la tierra, no los necesito. Ahora ábreme esa maldita puerta.
—No soy tu esclavo, hazlo tú si quieres —Me lanzó la llave que cayó a mis pies y metió sus manos en sus bolsillos, para luego dar la media vuelta —Mucha suerte, ojalá no te maten tan rápido. Abigor, Jilaiya vámonos —Les ordenó a los otros dos y el chico de vendas fue rápido tras él sin decir una sola palabra.
Abigor se agachó y tomó la llave, luego mi mano nuevamente y la puso sobre ella. Yo me iba a zafar, pero justo en ese momento, se acercó a mi oído susurrándome.
—No te será fácil, pero si un día necesitas de mí, solo párate delante de un espejo y menciona mi nombre. —Y con esas palabras se separó, mirándome con esos ojos dorados y facciones tan hermosas para luego darse la vuelta y salir detrás de sus hermanos.
Yo me quedé ahí parada, pensando en sus palabras, pero tampoco perdí tiempo y luego de introducir la llave en la cerradura de la puerta me encontré en mi habitación nuevamente con una Francella recostada en su cama, aún dormida. ¿Cuánto tiempo había pasado?
Miré el reloj y solo pasaron treinta minutos. ¿Acaso solo se había contado el tiempo que había estado en el cementerio? ¿Y dónde estaba el que había pasado dentro de los pasillos?
Todo estaba hecho un caos en mi cabeza, pero no podía forzar a que se resolviera tan rápido. Debía encontrar información sobre este convento tan grande, debía encontrar información de estos monstruos, por todas aquellas chicas que habían muerto injustamente, por mis hermanas de religión, por las que morirían sino hacía algo al respecto.
Por Tamara...
...
DIEZ AÑOS ATRÁS...
Todas dormían menos Tamara, Francella y yo, quienes solíamos contar historias de terror. Tan niñas y tan inocentes, luego no podían dormir y yo me las pasaba molestándolas.
— ¡Alma! —chilló Tamara, una niña de ojos oscuros y cabellera rizada.
— ¿En serio pensaste que era un monstruo y te iba a comer? —Reí chillona, mirándola con lágrimas en los ojos.
—Eres mala Alma. Eso no se hace.
—Eres una miedosa.
—Ya dejen de gritar, la madre superiora nos va a encontrar despiertas sino se callan —dictaminó Francella mientras trenzaba su cabello rojo para dormir.
—Mejor ya vamos a dormir —Dijo Tamara.
— ¿No tienen curiosidad de saber por qué no nos dejan salir después de las 10? —Pregunté y ambas me miraron.
— ¿Estás loca? —Preguntó Francella.
—Yo sí, pero siempre he tenido miedo. ¿Qué pasa si en verdad hay monstruos afuera, que esperan para comernos en cuanto crucemos la puerta como dice Rubí? —habló Tamara.
—Rubí es una miedosa, los monstruos no existen —aclaré y me levanté del suelo para ir a mi cama, la cual subí con algo de dificultad, pues era muy pequeña aún y la cama demasiado grande —Algún día descubriré la verdad Tamara y te diré si de verdad Rubí tiene o no la razón —Le sonreí y ella asintió sonriendo también.
Idiota.
Lo descubriste primero que yo, y no sobreviviste para contármelo...
Aquella noche dormí sintiendo esa mirada en mi pequeño cuerpo, una mirada cuidadosa y preocupada a la que no le hice ningún tipo de caso, pensando que sería de alguna de mis amigas, pero había resultado ser de alguien más... Tan tranquila que nunca imaginaría que ahora, en la actualidad, luego de esa noche en el cementerio, pasarían muchas noches sin poder pegar el ojo, teniendo pesadillas en las que Tamara me llamaba y luego veía cómo esos seres horripilantes se comían su cuerpo, mientras ella me miraba, mientras mencionaba mi nombre.
ALMA...
ALMA...
ALMA.
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