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CAPÍTULO 4: "ABIGOR"

"Acaban de nacer, son preciosos, pero el color de sus ojos son de otro mundo"

Anónimo

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Capítulo 4:

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El olor de la enfermería del convento siempre me daba asco. Era desagradable sin llegar a apestar, solo era demasiado intenso para que no se dejara comparar con nada. La luz del sol que entraba por las ventanas me molestaba un poco, pero de cierta manera recordando todo lo ocurrido en la madrugada me hacía sentir segura.

Una de las monjas de edad avanzada había curado mi tobillo, luego de mentir acerca de lo que en realidad había pasado y le había dicho que me lo había roto al tropezar con algún objeto de mi habitación. Me había creído, me había creído sin imaginar lo que había pasado y aunque ahora tenía un tobillo torcido y dos muletas para caminar, había descubierto algo que era muy importante, algo que me hacía querer averiguar más sobre el tema de esa cosa que había intentado matarme y sobre esos tres chicos, los cuales había visto en el jardín abandonado del convento.

¿Quién carajos era Samael?

¿Un demonio acaso?

Pero eso era imposible. ¿O no?

Esas eran mis nuevas preguntas y se suponía que debía responderlas lo más antes posible, pero con un tobillo en ese estado y con la madre superiora histérica, mandando a todas las doncellas a sus habitaciones en modo de protección, luego de descubrir la sala de rezos completamente destruida aún sin ser de noche, se me iban a complicar las cosas.

—Y listo —dijo la hermana, secando sus manos y trayéndome unas gotas.

— ¿Qué es eso?

—Son unas gotas sedantes —aclaró—. Solo debes ponerte una debajo de la lengua si llegas a sentir mucho dolor. Esto te calmará.

Tomé el frasco, mirándolo detenidamente para luego mirarla a ella.

—Gracias...

—No hay de qué, para la próxima ten cuidado ¿Quieres que te ayude a llegar a la habitación?

—No, gracias, iré yo sola —dije metiendo el frasco en un bolsillo de mi falda para luego levantarme con ayuda de las muletas.

— ¿Estás segura?

—Sí.

—Bueno, que Dios te bendiga mi niña. —Besó mi frente.

—Amén, hermana —respondí de vuelta y me retiré de la enfermería, caminando lentamente con mis muletas por el pasillo rocoso.

Todo estaba muy tranquilo solo algunas monjas caminaban por el lugar revisando que todas estaban en sus habitaciones, pero no me decían nada ya que sabían que yo estaba en la enfermería y que ahora volvería a mi habitación o al menos ellas pensaban eso.

Una vez que doblaron por una esquina, me apresuré con dificultad hacia la biblioteca; necesitaba llegar a ese jardín, quería encontrarlos y sabía que ahí los encontraría, pero por más que me apresuré, mis resultados fueron en vano cuando al girar la manija de la puerta de madera que tenía al frente, esta no se abrió

— ¡Rayos! —Gruñí en protesta.

Lo volví a intentar, pero era imposible. ¿Acaso habían cerrado todas las puertas del convento?

—Señorita Alma —la voz de la madre superiora hizo que me sobresaltara haciendo que mi corazón empezara a latir demasiado fuerte.

— ¡Madre! —Me volteé lentamente hacia ella, sujetando mis muletas para no caerme.

Ella me miró de arriba a abajo, observándome nerviosa.

— ¿Qué haces aquí? Se supone que tenías que ir a tu habitación luego de tu visita por la enfermería.

—Oh, es que quería tomar un libro para llevarlo a la habitación y poder leer.

Ella entrecerró sus ojos pero mi corazón se relajó cuando ella me sonrió y dijo:

—Está bien, pero estar aquí afuera no es seguro por ahora, ve a tu habitación.

—Pero, madre...

—Por favor, Alma.

—Sí madre —Dije sin más opción y en unos minutos estaba cerrando la puerta detrás de mí.

Francella estaba arrodillada con los codos en su cama y los dedos entrelazados, rezando por lo bajo, cuando abrió sus ojos levemente para mirarme y luego cerrarlos. Yo maldecía en mi cabeza gruñendo sin parar. ¿Ahora cómo santo cielo iba a llegar a ese jardín?

— ¡Miércoles!

— ¡Alma! —me regañó Francella mirándome sin cambiar la posición de donde estaba—. Estoy intentando rezar. ¡Por Dios!

— ¿Cómo es posible que estés tan calmada luego de lo de anoche?

— ¿Calmada? —Preguntó con ironía y se levantó mirándome fijamente—. ¿Tú me ves calmada?

Yo solo la miré a los ojos y gruñí, sentándome en la cama y cruzando mis brazos. No me había dado cuenta que la nerviosa era yo hasta que miré mis piernas temblando y mis pies golpeaban el piso constantemente.

¿Qué me estaba pasando?

¿Tan desesperada estaba por encontrar a esos chicos?

¿O estaba desesperada por encontrar a Samael?

Agarré mi almohada y me la puse en la cara, gritando.

—Ey... ¿Alma? —Francella se sentó a mi lado ya algo preocupada— ¿Qué te pasa?

—No sé, sinceramente no sé. No quiero que les sigan pasando más cosas horribles a nuestras compañeras, Francella —dije poniendo la almohada de golpe en mis piernas y mirándola.

—Ey, todo va a estar bien —dijo acariciando mi espalda, a lo que yo suspiré mirando la maldita pared detrás de mi cama.

Si tan solo pudiera abrir ese maldito pasadizo. ¿Pero cómo? No podía hacerlo, ni siquiera había una mísera palanca la cual halar. Había algo que se me estaba pasando, algo que no había querido notar. Pensaba que solo era mi cabeza, pero de repente, una chispa dentro de mi cerebro se activó.

La pulsera me había ayudado abrir el pasadizo de la biblioteca. ¿Y si habían más joyas que me dejaran abrir otro pasadizo?

— ¡Joder! ¿Cómo no lo pensé antes? —Me reclamé por imbécil y miré a Francella—. ¿Oye, podrías buscar si hay alguna joya oculta o algo?

— ¿Una joya? ¿Pero qué haría una joya aquí? —Preguntó confusa.

—E-es importante.

Fue lo último que dije para mirarla con honestidad a los ojos, a lo que ella respondió con un suspiro y asintió para levantarse y empezar buscar, mientras yo le señalaba posibles lugares, pero al parecer hoy no era un día de suerte: no había absolutamente nada.

Tan solo me quedó rendirme y recostarme en la cama boca arriba mientras cerraba mis ojos. Sentía la mirada y el suspiro de Francella para luego sentarse en la cama mientras leía la Biblia.

Y sin pensarlo, a plena luz del día me quedé dormida, descansando libremente de todo lo sucedido en la madrugada, hasta que de repente, mis ojos se abrieron en un lugar demasiado blanco.

Pestañeé de forma confundida y miré mis manos, las cuales sentía ligeras, así como todo mi cuerpo.

¿Pero dónde carajos estaba?

Empecé a caminar, sin saber exactamente a dónde ir.

— ¡¿Hola!? —Pregunté sin obtener respuesta alguna— ¡¿Hola!? —Volví a preguntar sin éxito.

Todo era un silencio infernal, mi voz hacía eco nada más y con tan solo el hecho de respirar.

¿Qué carajos era esto?

—Estás dentro de tu mente, Alma —dijo una voz masculina a lo que rápido me volteé.

Había una silueta a lo lejos, la misma silueta que ya me había llevado dos veces en brazos por los pasadizos del convento, quien ya me había salvado dos veces.

Sus pasos empezaron a avanzar hacia mí, observando una máscara blanca que tapaba su rostro. Yo no había movido ni un mísero dedo de mi pie, me había quedado mirándolo; había algo envolvente en él que no sabía qué era.

Cuando quedó parado frente a mí, me di cuenta la gran altura por la que me superaba, tenía casi el mismo tamaño de Samael.

—Por fin solos, Alma. —Alzó su mano y acarició mi mejilla. Mis ojos se pusieron en blanco por un segundo, una imagen aterradora me llegó, haciéndome ver el convento envuelto en llamas y mis manos llenas de sangre.

Rápido salí de ese trance y lo miré, él pasó sus dedos por mis labios y un montón de espejos nos rodearon en forma de círculo.

¿Qué me pasaba? No podía moverme, estaba estática.

—Mi princesa —susurró y quitó sus manos de mis labios.

Unos ojos dorados me sorprendieron y aunque tenía algunos rasgos faciales compatibles con Samael, lo cual me hacía pensar que eran familia, su cabello oscuro y su piel más pálida lo diferenciaba completamente.

Era demasiado atractivo, me hacía sentir envidia, celos de su belleza.

—Abigor, el pecado de la envidia —dijo presentándose y sonriendo pícaramente—. Ahórrate las preguntas y dime: ¿Por qué quieres entrar a los pasadizos del convento? Es peligroso.

—Peligroso eres tú, lo siento en mí ser. ¿Y aun así me ves con miedo de lo peligroso?

— ¿Peligroso yo? —Soltó una carcajada y me dio la espalda, mirándose en uno de los espejos—. Bueno, tal vez eso sea verdad. Podría matarte si quisiera, Alma...

— ¿Y por qué no lo haces?

—Porque no quiero matarte, por ahora, pero Samael sí, así que mejor no andes merodeando por los pasillos. —Me miró por el reflejo del espejo.

—Quiero saber quiénes son ustedes... Necesito saberlo.

—No... No necesitas saber eso porque ya lo sabes —Se volteó hacia mí.

—No, no lo sé.

—Sí, sí lo sabes, el problema está en que no sabes quién eres tú. —Soltó otra carcajada y besó mi frente dejando algo en mi mano, para luego empezar a alejarse.

— ¡Ey espera! —Quise correr hacia él, pero cada vez se alejaba más y más, agotando mis pasos cansados.

Hasta que fue imposible alcanzarlo y lo perdí de vista. Me quedé respirando agitada cuando me detuve, rindiéndome y abrí mis ojos de forma rápida, despertando de golpe.

Estaba de vuelta en mi habitación.

¿Todo había sido un sueño acaso?

Me senté en la cama la cual rechinó por el viejo colchón sobre la base de madera y miré mis manos: era la llave, la llave con el rubí rojo que había encontrado en la habitación de la madre superiora y que luego había desaparecido.

La observé detalladamente, aún conservaba su brillo. Francella estaba concentrada aún en su lectura; habían pasado unas cuantas horas desde que me quedé dormida, ya era un poco más del mediodía.

Miré la pared de mi habitación y noté algo diferente en ella.

Podía ver una puerta completamente roja frente a mí, y me levanté, agarrando mis muletas mirándola y tragando saliva. Reconocía esta puerta de alguna parte ¿Pero de dónde?

El tiempo se detuvo a mí alrededor. Pensando que estaba loca, sentía susurros que me llamaban y venían de esa maldita puerta. Caminé hacia ella y metí la llave por la cerradura, abriéndola ligeramente.

Miré hacia atrás, viendo a Francella sentada aún en la cama sin pestañar. Las velas ni siquiera se derretían. ¿En serio el tiempo se había detenido? Joder, si esto es una pesadilla que algo me despierte porque ya no es gracioso.

Sin embargo debía averiguar qué estaba pasando en este convento de mierda, así que no me quedó más nada que llenarme de valor.

Me volteé nuevamente hacia la puerta, mirando un largo pasillo de piedras que aunque al principio estaba lleno de velas, se veía a lo lejos una tenebrosa oscuridad de donde provenían las voces que susurraban mi nombre.

Respiré profundamente, agarrando mis muletas con fuerza y entrando al lugar, sintiéndome ya adentro de ese pasillo. Cuando recién empecé a caminar, sentí el chillido que provocó la puerta empezando a cerrarse a mis espaldas.

— ¡Ay no! —Me volteé de forma rápida, viendo que faltaba poco para quedar encerrada ahí —. Joder. ¡No, no, no! —Me apresuré lo más que pude pero mi tobillo torcido y mis muletas no fueron lo suficientemente rápidos y cuando llegué a donde estaba la puerta, esta había sido remplazada por otra pared de ladrillos.

¿Ahora cómo se supone que volvería?

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Nota de la autora:

Hola mis cositas hermosas aqui les traigo otro capítulo, quiero decirles que lo siento por tardar me tanto pero tenganme paciencia esta historia no es como las demás y necesito estar realmente concentrada para escribirla ya que me he propuesto hacerles sentir de todo con cada palabra.

Los AMOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO.

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