Capítulo III: Miradas extrañas
Elizabeth
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Alguien sacudió mi hombro en un intento de levantarme, pero preferí envolverme aún más en mi cálida manta y dormir por unos minutos más.
—Hija, ya es momento de levantarse —mi madre tiró de la tela que cubría mi cuerpo dejándome expuesta al frío insoportable de la mañana.
—Pero, pero quiero dormir más —repliqué y abrí un poco mis ojos encontrándome con la silueta borrosa de ella. Parpadeé unas cuantas veces y luego me senté sobre el colchón bostezando —. Odio madrugar.
Me sonrió y negó con la cabeza mientras yo estiro mis brazos hacia arriba y bostezo nuevamente.
—Ya son pasadas las nueve de la mañana, ya dormiste suficiente —ella se arrodilló a mi lado y acarició mi mejilla con delicadeza, sentí un cosquilleo en mi cuello y sonreí ante el tacto de sus dedos fríos. Noté que lleva puesto su brial de tela verde, que consiste en una prenda larga que se ajusta a su cintura gracias a un cordón y posee un escote redondo lo que la hace ver realmente bella. Su cabello negro está suelto e impecable, a diferencia del mío que es todo un deastre.
—¿Por qué estás vestida así? —pregunté confundida, ella solo se pone esa vestimenta en días importantes.
—El panadero Robert nos informó ayer que el rey ha llamado al pueblo para una reunión a las afueras del castillo, debemos ir allí ya que podríamos ser castigados si no vamos —respondió y se puso de pie —. Ahora levántate que ya casi es medio día.
Obedecí a sus palabras y me levanté de mi colchón, caminé hacia el rincón de la habitación en donde se encuentra mi baúl de madera, y de allí saqué mi túnica beige y mi capa de lana.
—Por cierto... ¿Dónde está mi padre? —pregunté mientras me quitaba mi ropa del día anterior y me ponía mi túnica favorita.
—Está afuera preparando los caballos.
Me miré en el espejo roto y aprecié mi figura por un momento, la túnica se ajusta muy bien a mi cuerpo. Desprendí el caucho que sujetaba mi cabello y dejé que los mechones cayeran por debajo de mis hombros, este se encuentra sucio y lleno de enredos lo que me hace sentir incómoda por la forma en la que me veo. Respecto a mi cara, tengo ojeras demasiado notables y mi nariz está sonrojada, es probable que se me pegue un resfriado por estar tan expuesta a este invierno.
—No te preocupes, te ves bien. Cuando acabe el invierno iremos a la quebrada para darnos un baño —se posicionó tras de mí y sujetó mi hombro, ambas nos observamos reflejadas en el espejo y sonreímos al notar nuestro parecido, sin duda, nací con las cualidades de mi madre, lo que me hace sentir orgullosa porque ella es muy hermosa.
Cuando las dos terminamos de vestirnos nos aseguramos de estar bien presentables para la reunión a las afueras del castillo, luego bajamos los peldaños de madera hasta el primer piso que es en donde se encuentra la taberna, que nuevamente quedó desordenada por la noche de ayer.
—Otra vez tengo que poner en orden este lugar —me quejé y rodeé los ojos dejando en claro mi descontento. Cada día es la misma rutina; despertar, ayudar a mi padre con los cultivos, ordenar la taberna y servir a los clientes. Ya estoy harta de eso, pero no me queda de otra.
—El carnicero vino ayer luego de que Robert se fuera y dejó este lugar patas arriba como siempre —dijo enojada —. Detesto a ese tipo cochino, dejó el pozo con un hedor apestoso.
Observé hacia el rincón derecho de la taberna en donde se encuentra nuestro pozo, es decir, el baño que solo consiste en un sentadero y un hueco en el medio en donde las heces caen al vacío quedando bajo tierra, aquel lugar siempre produce un mal olor por que las heces se acumulan allí abajo. Pero ahora se encuentra peor que antes, está más sucio debido al cochino trasero del carnicero.
Me alejé asqueada del lugar y abrí rápidamente la puerta principal topándome con la nieve y con mi padre quien está preparando las sillas de montar en ambos caballos.
Con una sonrisa en mi rostro, corro hacia él y lo abrazo por la espalda.
—Ya está lista mi traviesa y te ves divina con esa túnica —dijo entre risas y se volteó para devolverme el abrazo.
—Sí, estoy emocionada por ir al castillo, hace mucho tiempo que no voy —me aparté un poco de él y lo observé fijamente encontrándome con su mirada profunda y llena de confianza.
—No te emociones, Elizabeth, el castillo es lindo pero la realeza no lo es —comentó mi mamá y pasó por nuestro lado llegando hasta su caballo.
No presté tanta atención a sus palabras y solo me subí en mi yegua blanca mientras que ellos dos se subieron en el mismo caballo.
—Es cierto hija, la realeza es mucho peor que el resto de la gente de este pueblo —concordó él con amargura.
—Si la gente es tan horrible en este pueblo ¿Por qué no nos vamos y ya? —pregunté y los miré fijamente.
—Es difícil mudarse a otro pueblo —respondió mi madre alzando los hombros.
—Y de igual forma, no sabemos si seremos bien recibidos en otro lugar —añadió el.
Juntos empezamos el recorrido hacia el castillo, primero atravesamos el puente que atraviesa el río congelado y luego proseguimos a seguir la carretera empinada que lleva hacia la plaza.
En el camino logro notar que varias ardillas han salido de sus nidos y escalan los árboles. Durante esta temporada del año se quedan en sus nidos por lo que su presencia inesperada puede ser una señal de que el invierno está a punto de acabarse.
Cuando llegamos a la plaza analicé el lugar un poco preocupada, las personas también comienzan a movilizarse hacia el camino que se forma al lado de la iglesia, y que lleva hacia las colinas. Todos parecen tan despreocupados, como si no les hubiese importado lo que pasó hace poco con esas mujeres. Incluso, la hoguera y la horca están intactas con rastros de cenizas y sangre.
—No presten tanta atención, ya no podemos hacer nada para cambiar el pasado, solo nos queda recordar a esas inocentes mujeres y desearles lo mejor en donde sea que estén —comentó mi padre al notarnos tensas.
—¿Pero y si realmente eran brujas? Aun así, ¿debemos desearles lo mejor?
Mi respuesta los asombró y pude ver cómo el ceño de mi madre comenzaba a fruncirse... Creo que cometí una equivocación.
Agaché la mirada apenada y creo que hasta me sonrojé de la vergüenza por semejantes palabras que salieron de mi boca.
—Lo siento, lo que dije no sonó bien.
Pasamos por la iglesia, y tomamos el camino que sube a las colinas, seguimos cabalgando mientras que nos topábamos con más personas que iban hacia el mismo destino; El castillo del rey Leonard Laurent.
Cuando llegamos nos unimos al resto de la multitud aglomerada a las afueras del enorme castillo de piedra y dejamos los caballos atrás atados a unos troncos.
—¿Creen que el rey va a decir algo sobre lo ocurrido en la plaza? —les pregunté a ambos y tomé el brazo de mi padre con un poco de nerviosismo.
—No lo sé, lo más probable es que nos apure en entregarle nuestros cultivos, maldito egoísta —contestó él y frunció el ceño enojado.
El palacio frente a nosotros cuenta con dos torres altas en ambos lados que poseen majestuosas ventanas; me imagino la increíble vista que tienen desde allí. También cuenta con un hermoso jardín lleno de nieve que rodea todo el castillo y al frente de nosotros, se pueden apreciar las escaleras en forma de caracol que llevan hacia el balcón, en donde muy probablemente aparecerá el rey luego de salir por esa puerta en forma de arco que se encuentra custodiada por dos guardias de expresiones serias y con su armadura gris puesta.
Tras fijarme en las personas que se encuentran a mi lado me siento desconfiada, sus miradas se notan egoístas y llenas de maldad por lo que sostengo con más fuerza a mi padre. Muchos no paran de murmurar y de quejarse del frío, y algunas mujeres, no paran de hablar de lo ansiosas que están por ver al "hermoso rey del castillo" ¿En serio ese hombre es tan bello que las señoras mayores de este pueblo se mueren por él?
Me imaginé un elegante traje ajustado al cuerpo de un guapísimo rey, pero al sonar el añafil y ver al hombre que salió desde esa puerta en forma de arco quedé asqueada.
—¡Todos silencio! ¡Disposición para escuchar al rey! —ordenó el mismo guardia que había hecho sonar el añafil. El lugar quedó en silencio y los murmureos de la gente se fueron apagando poco a poco.
Todas las miradas se alzaron para observar la cima de aquel balcón, allí permanece ese hombre de baja estatura y con una panza sobresaliente, más de lo normal.
—Pueblo de Conques ¡Les habla su rey sublime! —comenzó a hablar con un tono de presumido. A su lado aparece una mujer que a diferencia de él es alta y demasiado delgada, cuenta con arrugas en su piel y exceso de maquillaje en su rostro de anciana.
—¿Quién es ella? —pregunto en voz baja a mi padre.
—Es la reina Marysel Laurent, esposa de ese hombre —respondió mi madre tomando mi mano también. Los tres nos quedamos apegados ahí en medio de todas estas personas.
—Yo la llamo la bruja Marysel, esa nariz puntiaguda la hace ver horrible —bromeó mi padre conteniendo su risa.
Analicé a esa mujer de aspecto atemorizante, su pelo café está atado a una moña elegante y en su cuerpo se ajusta un hermoso vestido rosa que llega hasta el suelo, pero a pesar de vestirse bien, su rostro es todo lo contrario, y lo único que refleja es asco.
—Les informo que en tan solo unos días el invierno llegará a su final y para ese entonces lo que hayan cosechado debe venir a mi castillo ¡Porque soy su rey! —exclamó Leonard Laurent con una sonrisa sínica en su rostro que dejó a la vista sus amarillentos dientes.
Se escuchan los quejidos de las personas a mi lado, y muchos de ellos lo insultan, pero unos cuantos guardias los han hecho guardar silencio amenazando con sacar sus espadas.
—Y respecto a lo ocurrido en la plaza les digo que ¡No tolero ese tipo de situaciones en mi pueblo! Si hay brujas o alguna de esas asquerosas criaturas juro que la voy a matar. Y no solo eso ¡El que sea testigo o sepa de alguna mujer que use la magia y no diga nada se va directo a la horca! —sus gritos retumbaron en mi cabeza y mi corazón se aceleró al instante —. Para asegurarme de acabar con esas pestes he traído a un inquisidor, cualquier cosa que tengan para informar pueden acudir a él.
Mi madre no soltó mi mano temblorosa, y pude notar que ella también se está poniendo nerviosa... Sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas, pero se contiene y solo agacha la mirada.
—Todo está bien, no te preocupes —acaricié su mejilla y ella asintió forzando una sonrisa.
En ese instante, me percato de que una mujer de baja estatura y con trenzas desordenadas le susurra a uno de los guardias que se encuentra al lado de las escalas, y este al escucharla dirige su mirada hacia nosotros; Los Lassarre.
Se apresura en subir las escalas con rapidez girando su cabeza para seguir observándonos.
—Oigan, ese guardia no deja de mirarnos —mi voz se escucha temblorosa y me fijo de que mis padres también se han dado cuenta. Nuestras expresiones cambian, dejando en claro nuestra preocupación.
Ese hombre llegó hasta el rey y le susurró al oído, como era de esperarse, la mirada de Leonard llegó hasta nosotros y soltó una carcajada.
—Esto no está nada bien... —comentó mi padre.
La expresión del rey se volvió intimidante y detuvo su inexplicable risa, luego le habló al inquisidor y este nos señaló.
Todas las personas sobre ese balcón se centran en nosotros mientras que el resto de la gente solo hablan entre ellos...
—¿Qué está pasando? —mi respiración está agitada y solo espero alguna respuesta de parte de mis padres
—Diana... Tenemos que irnos, ya lo saben.
—¿Saben qué? —nuevamente los interrogué.
—Edward, amor, tenemos que irnos de aquí —ella jaló de mi brazo desprendiéndome del agarre de mi padre. Los tres juntos empujamos al resto de las personas para poder llegar hacia los caballos.
—¡Pedazo de estiércol! —nos insultó un hombre quien fue víctima de los empujones de mi madre.
Las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos y la confusión se apoderó de mí ¡¿Qué está pasando?! ¿Por qué mis padres actúan así?
—¡Solo subámonos a los caballos y larguemos de este pueblo! —se quejó él.
La adrenalina recorría mi cuerpo haciendo latir mi corazón con una fuerza fenomenal, suelo ponerme nerviosa fácilmente y esta no es la excepción. Juntos nos subimos a los caballos rápidamente y comenzamos a alejarnos del lugar.
—¿Por qué estamos huyendo? ¡Por favor díganme algo! —grité asustada exigiendo una respuesta y miré atrás, todas las personas nos están observando, incluso el rey, que con su mirada de furia me dejó los pelos de punta...
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